Sistemas políticos


"Lo malo no es la corona, sino que otros la posean"
Clovis

"Los sistemas políticos fueron creados para beneficio exclusivo de los políticos"
El webmaster

"¿Para qué sirven los votos cuando la mayoría puede equivocarse al ser influida por la demagogia?"
Sócrates

"La política es la ciencia y el arte de estar siempre en el lugar apropiado en el momento apropiado para el propio beneficio"
Fouché

"El poder público tiende siempre y dondequiera a no reconocer límite alguno. Es indiferente que se halle en una sola mano o en la de todos. Sería por lo tanto una ingenuidad absoluta, creer que a fuerza de democracia podemos esquivar el absolutismo; todo lo contrario: No hay tiranía más feroz ni autocracia más salvaje que la difusa e irresponsable del pueblo."
José Ortega y Gasset

"Los políticos son el cáncer de la democracia: se reproducen sin control alguno, se roban los recursos del resto de la sociedad, acaban con su vitalidad y, eventualmente, la llevarán al sepulcro."
El webmaster

"A fin de cuentas, un político no es sino reflejo de la sociedad que lo alumbra y tolera. En democracia, cada colectividad tiene lo que se busca y merece. Y sin democracia, también."
Arturo Pérez-Reverte

"Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente; pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres."
Juan Jacobo Rousseau

"En la democracia, las arbitrariedades de una minoría corrompida se sustituyen por las barbaridades de una mayoría incompetente."
George Bernard Shaw

"La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen."
Adolfo Suárez, presidente del gobierno español en 1980

"El gobierno siempre defiende los intereses de la clase o el grupo que gobierna, menos en las cosas influidas por el miedo de perder el poder."
Bertrand Russell

"La democracia no rige al mundo. Hay que meterse eso en la cabeza. El mundo es regido por la violencia. Pero supongo que es mejor no decirlo."
Bob Dylan

"Verdaderamente es un día triste para la democracia cuando las personas inteligentes empiezan a presionar para que todas las facciones pierdan."
Jeff Israely

"¿Eso es la democracia, sólo una forma de conquistar el favor público, que ha de basarse en una organización de la apariencia y una estrategia del engaño?"
Quinto Tulio

"Democracia es el abuso del pueblo, por el pueblo, para el pueblo."
Oscar Wilde

"Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes."
Friedrich Nietzche

"La república es la forma más autocrática de gobierno. Es mejor un solo monarca que una monarquía múltiple de hombres rapaces que, como sólo disponen de un tiempo corto en el cargo, roban y despojan con destreza febril y sin el menor escrúpulo."
Taylor Caldwell y Jess Stearn (La leyenda de Atlántida)

"La democracia sólo le sirve al pueblo para cambiar el nombre de su amo."
Fedro

"Nada puede ir bien en un sistema político en el que las palabras contradicen los hechos."
Napoleón Bonaparte

"Quien de joven no es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista es que ya no tiene cabeza."
Willy Brandt

"Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser grande o democracia."
Franklin D.Roosevelt

"La sociedad sin Estado se parece más al infierno que al cielo."
Hobbes

"El problema del capitalismo es la desigual distribución de la riqueza, mientras que la virtud del socialismo es la igual distribución de la miseria."
Winston Churchill

"De nada sirven las urnas si el que mete la papeleta es un analfabeto."
Arturo Pérez-Reverte

"La monarquía degenera en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en violencia salvaje y caos."
Polibio

"No se puede acabar con el dominio de los tontos, porque son tantos, y sus votos cuentan tanto como los nuestros."
Albert Einstein

"Votar es elegir en secreto a quien te robará públicamente."
Xhelaz

"La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes."
Charles Bukowski

"La democracia son dos lobos y una oveja votando sobre qué se va a comer. La Libertad es la oveja, armada, impugnando el resultado."
Benjamin Franklin

"Con este sistema el que siempre pierde es el ciudadano común."
Carlos Enrigue

"Democracia es la teoría de que la gente común sabe lo que quiere y merece obtenerlo."
H.L.Mencken

"La constitución no es un instrumento para que el gobierno limite al pueblo, es un instrumento para que el pueblo limite al gobierno."
Patrick Henry

"Democracia es que se te permita votar por el candidato que menos te disguste."
Robert Byrne

"La gente siempre vota contra sus intereses: pobre educación, propaganda, etc. Pero en democracia hay que aceptarlo."
Irvine Welsh

"En México los ciudadanos estamos hartos del gobierno y de la clase política. No somos la excepción, en el mundo hay un descontento general con el desempeño de la democracia y del gobierno."
Santiago Joel

"Construir la democracia nos ha llevado casi 2000 años. Intentemos no perderla. Yo he terminado. Ahora les toca a ustedes. Buena suerte."
Giovanni Sartori

"Qué afortunado es para los gobernantes el que los gobernados no piensen".
Adolf Hitler

"La democracia es un conjunto de reglas que intentan traducir en términos reales algunos valores importantes como la paz, la pluralidad, la libertad, la igualdad; lo hace mal, muy mal, pésimamente mal. Pero hasta ahora, sin esas reglas no han existido más que tiranías, dictaduras, autocracias, totalitarismos, que resultan, por lo menos, mucho peores que la peor de las democracias..."
Luis Salazar Carrión

"Cuando el pueblo es manipulado y decide sin información, es el peor de los sistemas políticos, el último estado de la degradación del poder, o sea, degeneración de la democracia. La oclocraqcia se nutre del rencor y la ignorancia."
Polibio

"Es mejor que haya democracias corrompídas que dictaduras."
Mario Vargas Llosa

"La democracia se finca en el predominio de la persona sobre el Estado. Cuando un individuo o un gobierno busca imponer su voluntad por encima de la de los ciudadanos, o los sustituye en forma autoritaria o mentirosa en la toma de decisiones públicas, aparece en la sociedad el riesgo de la dictadura."
Armando Fuentes Aguirre "Catón"

"Desde la aurora del hombre todas las naciones han tenido gobierno, y todas se han avergonzado de sus gobiernos."
Chesterton

"Usted tiene un ejército de mediocridades seguido por la multitud de tontos. Como los mediocres y los tontos siempre son la inmensa mayoría, es imposible que se elija un gobierno inteligente."
Guy de Maupassant

"La corrupción y la hipocresía no deberían ser productos inevitables de la democracia, como sin duda lo son hoy."
Mahatma Gandhi

"Mientras que las masas no reflexionen y las sigan manejando los que de momento tienen influencia en ellas, es una equivocación el que voten."
Mahatma Gandhi

"Si la izquierda resulta ser tan dictatorial, tiránica e impositiva como tantas veces ha sido la derecha, entonces ni la verdad ni la democracia tienen futuro, tampoco la libertad."
Armando González Escoto

"Existe un culto a la ignorancia; la presión del anti-intelectualismo ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentando la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento."
Isaac Asimov

"La democracia moderna no está amenazada por ningún enemigo externo sino por sus males íntimos."
Octavio Paz

"Democracia es la sospecha recurrente de que más de la mitad de la gente tiene razón más de la mitad del tiempo."
E.B. White

"Demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe son mentira a gente que sabe que es idiota."
H.L.Mencken

"Lo bueno de la democracia es que cualquiera puede ser Presidente. Lo malo de la democracia es que cualquiera puede ser Presidente."
Anónimo

"Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos."
Jorge Luis Borges

"El mejor argumento contra la democracia es una conversación de 5 minutos con el votante promedio."
Winston Churchill

"La democracia es el derecho de la gente para escoger a su propio tirano."
James Madison

"Las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel."
David Lloyd George, primer ministro britanico

"Las elecciones son cheques en blanco que todos firman gustosos para aceptar el saqueo de sus cuentas."
Joe Barcala

"Como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda."
Joseph Antoine Rene Joubert


NOMBREDESCRIPCIÓN
FEUDALISMOUsted tiene dos vacas, el Lord se lleva parte de la leche para sus gatos.
SOCIALISMO BUROCRÁTICOUsted tiene dos vacas, el gobierno se las lleva a un corral comunitario junto con muchas otras. Son atendidas por excuidadores de gallinas. Usted tiene que cuidar a las gallinas que el gobierno les quitó a ellos. El gobierno le garantiza la leche y los huevos que están autorizados por el reglamento.
FASCISMOUsted tiene dos vacas, el gobierno se las lleva. A usted le pagan para que las vigile y luego el gobierno le vende la leche.
COMUNISMO PUROUsted tiene dos vacas. Usted tiene que cuidarlas. Entre todos se reparten la leche.
COMUNISMO RUSOUsted tiene dos vacas, el gobierno se lleva toda la leche.
COMUNISMO CAMBOYANOUsted tiene dos vacas, el gobierno se las lleva. Usted es fusilado.
DICTADURAUsted tiene dos vacas, el gobierno se las lleva. Usted es reclutado para el ejército.
DEMOCRACIA PURAUsted tiene dos vacas, los vecinos deciden quién se queda con la leche.
DEMOCRACIA UE (Unión Europea)Usted tiene dos vacas, el gobierno le dice cómo las debe alimentar y cuándo las va a ordeñar; luego le paga para que tire la leche al drenaje. Después se las lleva, mata a una y ordeña a la otra. Al final le obliga a llenar papeles justificando la falta de una vaca. Si en algún punto de la UE aparece la Fiebre Aftosa, o el "mal de las vacas locas", mata a la que queda y le obliga a llenar papeles justificando la falta de la otra vaca.
ANARQUIA PURAUsted tiene dos vacas, o vende la leche a un precio justo o sus vecinos lo matan para robársela.
CAPITALISMOUsted tiene dos vacas, vende una y se compra un toro.
HUMANISMOUsted tiene dos vacas, la "liga protectora de los animales" se las lleva para el zoológico.
HINDUISMOUsted tiene dos vacas, ellas le indican lo que debe hacer.
DEMOCRACIA MEXICANAUsted tiene dos vacas, por esto deberá pagar:
  • IVA: 16.0%
  • Impuesto sobre la renta: 34.0%
  • Impuesto estatal sobre nóminas: 3.0%
  • Tenencia: 2.81%
  • Verificación: 0.10%
  • Fondo de Promoción de la Secretaría de Turismo: 2%
  • INFONAVIT y AFORE: 7.0%
  • Reparto de Utilidades: 8.0%
  • Cuota de colonos: 0.10%
  • IPAB (Fobaproa): 9.0%
  • Cuota al sindicato: 3.0%
  • Impuesto a la gasolina: 1.0%
  • Fondo de incentivos al "agro": 10.0%
  • Cuota al IMSS: 15.0%
  • Fondo de incentivo a legisladores y burócratas (bono sexenal): 1.0%
  • Impuesto predial: 2.0%
  • Cuota de Salubridad: 0.10%
  • Donativo a la Cruz Roja: 0.05%
  • Fondo a repartir entre partidos políticos: 5.0%
  • Licencia municipal: 1.0%
  • Cuota para la policía: 0.10%
  • Fondo de coparticipación unitaria: 8.0%
  • Varios no previstos (mordidas y embutes): 15.0%
  • Honorarios del contador: 4.0%
En caso de que la actual legislatura aprobara una reforma tributaria (perdón, quise decir "hacendaria redistributiva"), próximamente deberá pagar los siguientes impuestos:
  • IVA a los alimentos de las vacas: 16.0%
  • IVA a las medicinas de las vacas: 16.0%
  • IVA a los libros sobre cría de vacas: 16.0%
  • IVA a la colegiatura de la escuela de vacología: 16.0%
  • Impuesto ecológico por la contaminación de las vacas: 5.0% promedio (6.0% si son vacas sucias ó 4.0% si son vacas limpias).
La SHCP le acepta las 2 vacas como adelanto al impuesto del próximo año, el importe de la leche producida será aceptado como parte del pago de las multas, recargos y ajuste inflacionario del año anterior, y le dará facilidades para hipotecar su granja y saldar su deuda. Por ahora puede quedarse con parte del suero. Estas condiciones son parte de una amplia Moratoria Impositiva (para apoyo del contribuyente, como parte de la "simplificación administrativa") y está sujeta a cualquier resolución en contrario emitida por las autoridades del ramo, lo que no lo eximirá de los adeudos anteriores y de otros impuestos que puedan inventarse. Pague sus impuestos. Usted puede, nosotros queremos.

Atentamente: Lolita.

Otras historias de vacas que no tienen que ver con sistemas políticos, sino con sistemas de producción

NOMBREDESCRIPCIÓN
CORPORACIÓN GRINGATienes 2 vacas. Vendes una y obligas a la otra a producir la leche de 4 vacas. Después contratas a un experto para analizar por qué la vaca cayó muerta.
CORPORACIÓN ESPAÑOLATienes 2 vacas, pero tienes que pagar tantos impuestos para que los políticos mantengan su ritmo de vida... que terminas dándoles de comer la leche que producen a ellas mismas... y tu arruinao.
CORPORACIÓN JAPONESATienes 2 vacas. Las rediseñas para que tengan una décima parte de su tamaño natural y para que produzcan 20 veces más leche que una vaca normal. Luego, lanzas una campaña de mercadeo mundial con un dibujo animado que se llama el "VacaMón".
CORPORACIÓN ALEMANATienes 2 vacas. Mediante un proceso de reingeniería las haces vivir 100 años, les das comer una vez al mes y les enseñas a ordeñarse solas.
CORPORACIÓN ITALIANATienes 2 vacas. No sabes dónde están. Decides ir a almorzar.
CORPORACIÓN CHINATienes 2 vacas. Tienes 300 personas ordeñándolas. Afirmas tener pleno empleo y alta productividad bovina. Arrestas al reportero que publica la verdadera situación.
CORPORACIÓN INDIATienes 2 vacas... ¡a las que adoras!
CORPORACIÓN BRITÁNICATienes 2 vacas. Las 2 están locas.
CORPORACIÓN RUSATienes 2 vacas. Las cuentas y tienes 5. Las cuentas de nuevo y te da 42. Vuelves a contarlas y tienes 2. Dejas de contar vacas y te tomas otra botella de vodka.
CORPORACIÓN AUSTRALIANATienes 2 vacas. Como el negocio va bastante bien, cierras la oficina y vas por unas cervezas para celebrar.
CORPORACIÓN VENEZOLANATienes 2 vacas. Si producen mucha leche, eres un asqueroso capitalista -sobrino de Mr. Bush- y te las quita Chávez personalmente; si no producen leche, eres un traidor a la patria, y de todas formas te las quita Chávez personalmente.
CORPORACIÓN SUIZATienes 5000 vacas. Ninguna te pertenece, pero le cobras a los dueños por guardarlas, haces polvo todo lo que producen y lo pones a la venta en latas, por todo el mundo; y lo peor es que por todo el mundo te lo compran.
CORPORACIÓN CHILENATienes 2 vacas. Las matas e invitas a tus amigos a una parrillada de la gran puta... y te quedas sin vacas y sin futuro, pero "lo comido y lo bailado" nadie te la quita. Luego le exiges al "Estado" que te ayude.
CORPORACION BANCARIATienes 2 vacas. El banco te las guarda para que no te las roben. Eso sí, se queda con toda la leche y sólo te da un litro cada mes. Tú tienes que llevar la pastura para alimentarlas.


Modelos alternativos
Enrique Canales
(v.pág.7A del periódico Mural del 15 de mayo de 2003).
La democracia y la demagogia.

Paco Calderón
(18 de febrero de 2001).


La [definición de] libertad surge como respuesta a otra pregunta: ¿Independientemente de quien ejerza el poder público, cuáles deberán ser sus límites? Y responde: "ya sea que el poder público sea ejercido por un autócrata, ya sea por el pueblo, o ya sea por otra fórmula, no puede ser absoluto; todo individuo tiene derechos naturales inalienables".

En términos políticos, no hay peor confusión que ésta. Aquellos que han creído que la democracia es el camino garante de vida y libertad, confunden un medio provisional con un fin último. La democracia es un método político de gobierno, un arreglo institucional para llegar a decisiones públicas, legislativas y administrativas y por consiguiente incapaz de ser un fin en sí mismo.

Quienes promulgan la libertad prefieren un gobierno democrático por ser el más prometedor para ella. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, como algunos pretenden hacer creer. Al contrario, es precisamente el medio para prevenir las revoluciones y las guerras civiles; provee un método pacificador para ajustar al gobierno a la voluntad de la mayoría.

La mayor amenaza del estado democrático es la fragmentación institucional, ocasionada por la erosión de la política ante la inseguridad y la impunidad del crimen, el delito y la corrupción, debido a la ausencia de justicia y eficacia gubernamental.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2004).


Conforme crece el riesgo, la democracia prolifera alrededor del mundo, aun en los países cuyo desarrollo exige de gobiernos más estrictos. La democracia tiende a florecer en los países más ricos, mientras que en los más pobres se ve resquebrajada a los pocos años.

Cerca del 60% de los países del mundo son regidos por gobiernos democráticos, frecuentemente disfuncionales. ¿Lograremos abrir los ojos ante el panorama real que ofrece la democracia o seguiremos viviendo el amorío que se ha vuelto leyenda en las urnas electorales?

Fareed Zakaria, escritor hindú. "El futuro de la libertad" (Ed.Taurus).


Al momento de sufragar, el voto de un ilustrado vale exactamente lo mismo que el de un analfabeta, aun cuando el del primero sea producto de un conocimiento más profundo de la situación política o electoral que el voto del segundo. En términos de su utilidad pública, el voto de aquél vale mucho más que el de éste; sin embargo, la democracia es ciega ante esta distinción.

José Espina, coordinado de los diputados del PAN en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de septiembre de 2004).


La democracia no produce buenos gobiernos, gobiernos eficaces, talentosos, creativos. Produce gobiernos elegidos libremente, por tiempos definidos, y la posibilidad de quitarlos sin necesidad de una rebelión. Produce también libertades públicas, sobre todo libertades públicas: derechos y garantías ciudadanas, espacios para las minorías, igualdad ante la ley.

La democracia no produce tampoco desarrollo económico, ni siquiera igualdad de oportunidades. El desarrollo económico es fruto de la inversión y la productividad. La igualdad de oportunidades es hija de la educación.

Los gobiernos son fundamentales para crear condiciones propicias a la inversión, la productividad y la educación. Pero no necesitan ser democráticos para eso. El fenómeno de eficacia económica y educativa que deslumbra al mundo, China, es posible en gran medida porque China es una dictadura.

La democracia, en realidad, dificulta enormemente las decisiones de los gobiernos. Las económicas y las otras, las buenas y las malas. Porque somete todo a una intensa negociación cuyo resultado suele ser el empate o el triunfo por unos cuantos votos, luego de largas batallas.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 23 de septiembre de 2004).


Actualmente la democracia es vista como el mejor sistema de gobierno, pese a que ha sufrido retrocesos tanto en la percepción de los ciudadanos como en la práctica. Por un lado, diversas encuestas han revelado que en América Latina la democracia ha sufrido una crisis de credibilidad ciudadana. Por el otro, la democracia ha sufrido retrocesos en su instrumentación. En EE. UU., con la Ley Patriota que mina los derechos de sus ciudadanos. En Rusia con leyes que otorgan al presidente Putin la autoridad para nombrar gobernadores. En México con líderes elegidos democráticamente, pero incompetentes y que parecen tener a los ciudadanos en un estado de naturaleza al estilo de Hobbes.

Genaro Lozano
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2004).


México independiente nació con el sello del centralismo, nuestros ancestros los aztecas fueron centralistas hasta la piedra de los sacrificios y nuestros conquistadores tenían un gobierno monárquico que todo español lleva en la sangre. No es posible que nada más por haber copiado la constitución federalista de los Estados Unidos nos convirtiésemos al federalismo; tendrá que transcurrir mucho tiempo antes de lograrlo, que por lo demás, el centralismo bien manejado como lo hacen la mayoría de los países de la Unión Europea, no tiene nada de malo; como tampoco lo tiene la monarquía que a mediados del Siglo XIX algunos mexicanos, hartos de tanta pillería de liberales y conservadores, trataron de imponer. A propósito, los políticos se siguen comportando igual que hace 155 años, no han evolucionado.

Luis Jorge Cárdenas Díaz, contador público certificado
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 2 de diciembre de 2004).


Es un grave error pensar que lo popular corresponde a un movimiento democrático. Una marcha, una votación de plazuela, una porra en el futbol, una procesión del santo patrono, las marchas del movimiento del 68, las marchas zapatistas, la participación en un linchamiento no son movimientos democráticos. Ahí tenemos el caso de Marcos Guillén, gran enemigo de la democracia, que sin embargo es muy popular.

Los movimientos llamados "populares", aun llenando las plazas y las calles, normalmente no representan ni el 10% de la población. Sin embargo, en las votaciones de la democracia formal normalmente vota del 40 al 60% de la población dependiendo de lo atractivo de las opciones.

Las condiciones mínimas para una democracia se cumplen

  1. si casi toda la población tiene derecho y tiene procedimiento para participar en política;
  2. si hay contienda electoral con gastos de campaña auditables;
  3. si cada persona tiene derecho a votar en lo personal y en forma secreta para que nadie sepa la manera como decidió votar;
  4. si los votos se cuentan por una organización separada y confiable.
La democracia es formal para evitar que unos líderes o unos caciques manipulen las elecciones de su comunidad a su antojo.

Enrique Canales
(v.pág.9A del periódico Mural del 13 de enero de 2005).


Ser democráticos implicaría toda una cultura política que, en muchos sentidos, no habita entre nosotros. La democracia tiene que ver con prácticas de vida cotidiana, pública y privada, vinculadas a la tolerancia, al respeto ajeno, a la competencia leal, a saber ganar y a saber perder.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de enero de 2004).


La manipulación de la gente por parte de un grupo gobernante siempre ha sido perniciosa. Más aún en países sin muchos antecedentes o evolución democrática, pues al no poderse convertir en democracias instantáneas, no se sostienen y son catalogadas como fracasos. La democracia es una forma de organización social que requiere de educación y de construcción de una cultura cívica, que tarda cuando menos una generación en edificarse, siempre y cuando sea consistente el aprendizaje. Cuando se quieren tomar atajos pensando que cambiar paradigmas es menos complejo, sucede lo que pasó en Europa del Este, donde varios países que caminaron del comunismo pleno a la libertad total, regresaron al viejo sistema, o en Haití, donde la imposición de un modelo democrático sólo generó muertes.

La democracia no puede trabajar sin un nivel adecuado de estabilidad política y social, lo que implica una cierta dosis de apatía política, por lo que, parafraseando a Robert Conquest, de la "Hoover Institution", todo aquello que evoque al fanatismo o a la dominación del debate interno normal por parte de "activistas", la obstaculiza.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 12 de marzo de 2005).


Dentro del liberalismo se vale encerrarse o se vale abrirse, a criterio de cada quien, lo que no se vale es quitarle las opciones a los demás. Dentro del sistema económico abierto existe la posibilidad de que un grupo de ciudadanos se cierren y solamente se compren y se vendan entre ellos, que formen sus cooperativas o "kibbutz", lo que no se vale es que cierren las calles y terminen con la libertad de elección y expresión de una persona en una comunidad.

Tenemos muchas discusiones y contradicciones civiles que podríamos resolver tratando de ser racionales y por eso no acepto, como argumento, conste, que alguien nos venga a imponer preceptos religiosos.

El problema de la religión dentro de la vida civil es que todas las religiones fomentan a personas dogmáticas y las personas dogmáticas no entienden otra cosa que su anhelo totalitario.

Estos dogmas impiden la construcción de una cancha en donde practiquemos el idioma de la razón, en donde a todos nos conviene que existan muchas maneras de vivir y convivir, donde no domine el grito imperial de un solo dogma.

Ojalá pronto reconozcamos la peligrosidad de cualquier fanatismo. El fanatismo clona a los fanáticos y como el cáncer se sacan copias unos de otros eliminando a las personas que piensan diferente.

Enrique Canales
(v.pág.8A del periódico Mural del 31 de marzo de 2005).


Los padres del estado moderno dijeron: "Cede tu libertad al gobernante que él te resolverá la vida". No recomendaron qué hacer cuando el rey, además de no proteger, exige y cobra caro sus pésimos servicios.

QRR
(v.pág.27 del periódico Público del 17 de abril de 2005).


A los políticos, y más a los mexicanos, les exaspera la voz ciudadana. Tienen razón. Se han preparado para tareas de gobierno con asiduidad, han cedido ideas y proyectos para mantenerse dentro del grupo dirigente o cerca, han tenido que estudiar para enfrentar a esa calamidad que se llama "medios de comunicación", aparte de ser necesitan parecer y, sobre todo, han de estar preparados para decir lo correcto, aunque tengan ganas de hacer otra cosa. Todo ese trabajo y de pronto unos "don nadie" le espetan contariedades y demandas. Cualquiera se exaspera y más si es un simple aprendiz, que no dispone de otra posibilidad que repetir lo que le piden repita. Por ejemplo, es el lamentable papel del vocero de la Presidencia de la República, entre otros, algunos locales, cuando desmiente lo dicho por su jefe, a pesar de haber quedado grabado y escrito. En democracia los "nadie" le mandan a todos. No hay otro modo.

Miguel Bazdresch
(V.pág.18 del periódico Público del 5 de junio de 2005).


Vale la pena retomar algunos fragmentos de la tesis profesional de Carlos Abascal Carranza [secretario de Gobernación], con la que se tituló como abogado: "Relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual".

De la democracia dice: "La democracia es una farsa de la que se ha servido la masonería en México, como en todas partes, para hacer creer a una mayoría confundida y desorientada, que se está haciendo su voluntad y que ésta es forzosamente buena... La mayoría de los votantes hombres y mujeres desde los 18 años, vagos viciosos, ignorantes y gente honesta, ni siquiera puede entender los términos de problemas tan graves como, por ejemplo, la forma de gobierno más conveniente en México y la naturaleza de las relaciones que debe haber entre el estado y la Iglesia".

Para Abascal su rechazo no era sólo al concepto priísta de democracia. Dice más adelante, sobre el mismo tema: "Y no se puede objetar que estemos hablando de una democracia viciada y que se pudiera regenerar. No. Lo real es que los principios de la democracia liberal son falsos e inaplicables en sí mismos. La fuerza de la propaganda en un régimen de libertad liberal es tan decisiva a favor del error que cambia la mentalidad y las costumbres del pueblo de un día para otro".

Ricardo Alemán
(v.periódico El Universal del 5 de junio de 2005).


Las palabras "gobierno" y "estado" tienden a usarse indistintamente porque éstas se refieren a dos cosas que son fácilmente confundibles entre sí.

El estado, por contraste al gobierno, es el orden jurídico y político que regula las relaciones sociales en un ámbito territorial. Su legitimación autoritaria, que es sustentada sobre el monopolio de la fuerza física ejercida en un territorio geográfico delimitado e instrumentada a través de sus instituciones vigentes, crea del estado una situación de relación entre los hombres y las mujeres que le posibilita un sentido represivo que le otorga la dominación social en el territorio sobre el cual ejerce su soberanía. En un extremo, puede convertirse en un monopolio de la violencia; en el otro en anarquía. Por eso, se supone, tenemos al "ombudsman" de derechos humanos para vigilar los excesos y negligencias de las autoridades.

Un gobierno entonces, es la organización de personas a la cual se le adjudica esa toma de decisiones públicas, la resolución de disputas y la defensa de derechos individuales de sus conciudadanos, a través de la gestión de las necesidades públicas básicas que son: (1) La seguridad de la vida y propiedad de cada individuo, y (2) la administración de la justicia -incluyendo la administración de acuerdos y contratos privados. Quien se dice gobierno y no cumple mínimamente con esto es un simple impostor con disfraz. (Si en lo básico no se cumple equitativamente con el bien común, menos se esperaría en lo posterior).

En México, esta confusión de "gobierno" y "estado" ha dado lugar a peculiaridades en la vida pública, fomentando privilegios para las personas allegadas a quienes controlaron a la vez al gobierno y al estado bajo el disfraz de "los miembros de los partidos oficiales" (incluyendo cómplices y familiares) donde muchos funcionarios públicos están en sus plazas burocráticas por motivos personales (ya sea por compromiso o por amistad) y no por su capacidad y talento para brindar lo mejor en el servicio público. La vida pública está más bien al servicio del enriquecimiento del patrimonio privado. Y donde más se sufre la existencia de este sesgo es precisamente en aquellas áreas que se supone son las básicas que deberían cumplirse por el mismísimo estado y sus administradores: la seguridad y la justicia presentes y la capacidad de bienestar en el futuro.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 18 de junio de 2005).


La democracia descansa sobre dos columnas: la regla de la mayoría y el imperio de la ley. El primero traduce en términos prácticos el principio de la soberanía popular, el segundo, la existencia de una ley que se impone a todos y que garantiza el ejercicio de la libertad. El derecho sin pueblo es lo propio de los regímenes elitistas. El pueblo sin derecho es lo propio de los regímenes populistas.

En los regímenes elitistas la igualdad está en peligro. En los regímenes populistas es la libertad la que está en peligro porque el derecho no tiene como objetivo hacer respetar la regla de la mayoría sino los derechos de las minorías.

Jacques Julliard
(v.pág.22 del periódico Público del 10 de julio de 2005).


La democracia es algo que suena muy bonito; es el término ideal para la manipulación de las glebas, porque supuestamente es el gobierno emanado de la voluntad del pueblo, de la mayoría, de la libertad. Pero al fin de cuentas, todo esto no pasa de ser un ideal, y lo que es más preciso, una hermosa utopía.

De manera concomitante con la demagogia, que se puede considerar como una política empleada para halagar y manipular aquello que gusta a las masas, está la democracia, supuestamente aquella forma de gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía, por lo que sus clamores y sus decisiones son tomadas en cuenta y llevadas a la realidad para que exista y prevalezca absoluta armonía entre los componentes de la sociedad, es decir, equilibrio como resultante del modelo deseado, la sociedad de los iguales; iguales, sí, pero todos contentos porque con el peso de las "buenas personas, que son las más", y la buena voluntad de los grupos de poder al fin de cuentas, se ha logrado la democracia; democracia multicolor, multiforme pero a pesar de todos democracia a la mexicana, en donde está la presencia omnimoda e inefable del gran gurú, del eximio tlatoani, repartiendo sonrisas y parabienes en espera del aplauso y de los vivas estentóreos porque nos ha salvado de regímenes pletóricos de ignominia y de perversión. El francés André Bretón, en la ocasión en que vino a México, exclamó lleno de sorpresa: "He aquí el surrealismo; éste sí existe, y ésta es la mejor prueba...".

Pero ahora, en los tiempos de la modernidad, además de esto, hay un mundo virtual, mediático, optimista, por lo tanto, falaz, retrógrado, contrario a los intereses del pueblo. La demagogia ha triunfado. ¡Viva la demagogia!

Manuel López de la Parra
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 13 de julio de 2005).


En opinión de Abascal, el principio democrático liberal no opera, porque la "famosa voluntad general" está modelada al gusto de los grandes medios de difusión manejados directamente por el estado y por capitales anónimos.

Considera que las bases fundamentales de una sociedad no deben ser fijadas mediante el voto universal, "porque los votos no deben contarse sino pesarse".

Dice que la fuerza de la propaganda en un régimen de libertad cambia la mentalidad y las costumbres del pueblo de un día para otro.

"Sin hablar de temas de alta política ni de difíciles especulaciones teológicas, ¿no lo estamos viendo con la votación popular por aclamación en favor de la minifalda, del control artificial de la natalidad y del amor libre?", plantea.

Claudia Herrera Beltrán
(v.periódico La Jornada del 21 de julio de 2005).


Hoy, nuevamente, se cuestiona desde muchos flancos si lo que tenemos es efectivamente un sistema democrático, si la democracia sirve para algo, si no hemos creado una pseudodemocracia en la que muy pocos ganan y deciden y en donde la mayoría sigue igual o peor que antes. Se han multiplicado las voces que reclaman la ineficacia de los partidos, el enorme gasto de las campañas electorales, el sentido mismo de la política y de los políticos, la ineficiencia de los congresos, la lentitud del ejecutivo, la corrupción política, el estancamiento económico. Esas voces están dentro y fuera de la clase política, de los políticos profesionales, o de los amateurs, lo que ha hecho que las aguas lodosas de nuestra vida política se vuelvan más espesas y más comunes y el entorno general de la política se vuelva más hostil, descompuesto y riesgoso que en otros tiempos.

Las izquierdas mexicanas organizadas, o lo que queda de ellas, han vuelto los ojos desde hace tiempo al discurso no democrático, antipolítico, de algún modo a las visiones antisistema, utópicas en cualquier sentido. Ese izquierdismo, como solía llamarle el propio Lenin, tiene su encanto: se nutre de la continua referencia a los pobres, a los explotados, a los excluidos, aunque nunca se sepa bien quienes son ellos, aunque se hable a nombre de ellos. Tiene por supuesto sus propios demonios: la globalización, el neoliberalismo, la partidocracia, la desconfianza a la democracia liberal, burguesa o de clase. Y tiene también sus ángeles: la felicidad, la igualdad, el ánimo justiciero, la bondad, el corazón bueno de los pobres de siempre. La derecha gobernante también tiene los suyos. La inmoralidad, la corrupción y el populismo son sus demonios de cabecera, la buena fe, la honestidad y el espíritu emprendedor suelen ser sus ángeles preferidos. La figuras representativas de estas tendencias las vemos todos los días, con sus contradicciones de siempre, con la indiferencia mayoritaria, también de siempre.

Adrián Acosta Silva
(v.pág.20 del periódico Público del 31 de julio de 2005).


El propósito estricto del estado moderno es proteger, mediante sus instituciones, los derechos de cada persona, salvaguardar el bien común, administrar la justicia y resolver sobre las disputas entre los individuos. En resumen, está para proteger la vida, la libertad y la propiedad de cada uno de sus ciudadanos, sin excepción alguna. Quien se dice gobierno y no cumple mínimamente con esto es un simple impostor con disfraz.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 6 de agosto de 2005).


Acabar con el patrimonialismo, la corrupción y la falta de transparencia es una necesidad impostergable para países como los nuestros, que vienen de una tradición colonial y postindependentista donde se confundió lo público con lo privado y donde tener poder era precisamente la manera de enriquecerse y de sostener los privilegios.

Ahora, acabar con la corrupción es una condición necesaria para la modernización de las economías. Para la confianza que tenga la sociedad en sus instituciones. Para la capacidad de ejecutar las decisiones difíciles que se necesitan, si es que en efecto se busca combatir la pobreza y reducir las desigualdades extremas. Enfrentar la corrupción es una condición de sobrevivencia para la democracia.

Manuel Camacho Solís, diputado federal del PRD
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de octubre de 2005).


Podemos pensar que un gobierno nacional tiene dos grandes opciones: la primera es tratar de consolidarse, hacerse fuerte al exterior y al interior, gobernar para favorecer a los que lo soportan y tratar mal a sus opositores. La segunda opción es tratar de ayudar a que cada mexicano sea fuerte, sea dueño, pueda gobernar sobre sus circunstancias, sepa crearse las oportunidades de estudio, de empleo y aprenda a vivir por su cuenta y sin apoyos adicionales.

Al estado protector no le gusta la gente que puede vivir sola, que ya no lo necesita para nada, salvo para mantener la seguridad y el estado de derecho. En cambio, el estado libertador se pone muy contento cuando ve que los ciudadanos que antes eran dependientes aprenden a estudiar, competir y a salir adelante y ya no lo necesitan más que para mantener el orden democrático. El estado protector protege: mete en gremios o en redes, pero no libera.

Enrique Canales
(v.pág.11A del periódico Mural del 20 de octubre de 2005).


Bush es otra cosa y su mera existencia es algo muy inquietante: lo peor que le puede pasar al mundo es que la derecha religiosa comience a infiltrarse en los andamiajes de su democracia más emblemática. Porque las sociedades abiertas siguen siendo frágiles de necesidad. Su vulnerabilidad radica en su propia naturaleza: son estructuras siempre escindidas por el pensamiento crítico cuya esencial tolerancia a la diversidad puede propiciar la invasión de esos fanáticos siempre dispuestos a imponer por la fuerza sus oscuros dogmas.

Román Revueltas Retes
(v.pág.3 del periódico Público del 23 de octubre de 2005).


El sistema político mexicano por mucho tiempo descansó sobre una convenida farsa democrática sustentada en la subordinación de las instituciones públicas a un tejido enredoso de complicidades, relaciones formales (frecuentemente contradictorias) y compromisos sombríos que se convirtieron con el tiempo en complicados parches de equilibrios políticos donde se llegaron a confundir el estado, el gobierno y el partido oficial. Su existencia se debió a la sumisión plena al omniseñor de la Presidencia en esa famosamente llamada "Dictadura Perfecta". La clave de su éxito fue la alternancia asegurada por la no-reelección tras un periodo sexenal inamovible y una sucesión acordada y asumida según la situación política del momento. La preocupación menor era siempre ¿cómo minimizar la desfachatez de un proceso democrático simulado, tanto en elecciones como en el ejercicio posterior? Esto, naturalmente, dio lugar a una cultura de usos y costumbres políticos que todavía rigen y que no fácilmente se superan.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 14 de noviembre de 2005).


Cuando teóricos del Estado afirman -cotidianamente, en las aulas- que el Estado necesita una refundación, es porque refieren que éste ha sido concebido por y para la gente que está en el poder.

Han sido ellos, durante centurias, los pergeñadores de sistemas jurídicos y sistemas políticos afines a la contemplación de la realidad sólo desde la óptica de quien está al mando de los controles del poder público.

En México hay autores como Clemente Valdez -doctor constitucionalista- que afirman que en lo que va de la vida de la República siempre ha habido grupos con un gran parecido y afinidad en la primera estructura del poder. Y éstos han reaccionado de manera casi idéntica a la hora de materializar la concepción del Estado mexicano.

Valdez es autor de un libro que denominó "La Constitución como Instrumento de Dominio". Y en él sostiene la teoría de que el Estado en casi todos los países del mundo, particularmente el mexicano, está afincado por leyes que protegen la impunidad en el ejercicio del poder público.

Las leyes, de acuerdo a esa visión sobre el poder, han sido fabricadas con recovecos, vacíos y confusiones que dan pie a interpretar en más de un sentido en torno de un mismo hecho jurídico.

Están hechas así con un propósito evidentemente político: Dejar que un poder determinado, o un grupo en particular, decida cuál es la interpretación prevaleciente y decisoria de las circunstancias.

La evolución del derecho positivo mexicano no ha sido, sin embargo, lo suficientemente acelerada como para combatir, frontalmente, costumbres, fuerzas poderosas de cada momento, intereses.

Vicente Bello
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 29 de noviembre de 2005).


Si en la tregua navideña (implorada para liberarnos de las sempiternas precandidaturas) no se ponen de acuerdo los protagonistas sobre su definición y cumplimiento, ¿qué podemos esperar en el siguiente capítulo de la obsesiva carrera presidencial que nos amenaza con un desenlace final de empates virtuales; que probará la entereza de nuestra democracia cuando tiemble en su centro la tierra, al sonoro rugir de los distintos reclamos partidistas por declararse vencedores?

Nuestro país vecino del norte (el presunto ejemplo del funcionamiento democrático) nos mostró en sus dos últimas elecciones presidenciales que la eventualidad del empate electoral cuestiona la esencia misma del pacto social: cuando la voluntad democrática de la mayoría realmente no gana debido a tecnicismos jurídicos. Asombra la facilidad con que se polariza la sociedad estadounidense, lo serio que se lo toman y la soltura con que se supera la feroz tensión generada. Algo que para otros pueblos provocaría grandes crisis internas, ahí se sobrepasa como un catarro leve. Detrás de este fenómeno está la sofisticada naturaleza bipolar del sistema político y la cultura institucional estadounidense.

El escenario ya se vislumbra para el verano próximo: frente a las competidas elecciones y la demora de las cifras oficiales, los partidos declararán el triunfo de sus candidatos; señalarán que hubo fraude electoral; prepararán estrategias para defender "su victoria"; convocarán a sus simpatizantes a marchar; alegarán irregularidades y se dirán víctimas de una elección desvirtuada por los demás.

La contienda se elevará a los tribunales. Los contrincantes, convencidos de su posible éxito, cambiarán las estrategias enfocadas en ganar urnas por la argumentación jurídica y la presión política.

Ante el empate tripartita no cabría un candidato ganador fuerte; cualquiera que fuere.

Aparecerá una nueva coyuntura de nuestra historia; el país se verá obligado a asumir, o no, la madurez democrática recorriendo un camino incierto. La respuesta está en la pregunta: ¿tenemos la capacidad de acatar, con paz y convicción, la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación?

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 19 de diciembre de 2005).


"Así es la democracia...", señala reiteradamente el presidente Vicente Fox cuando se refiere a las tensiones entre los poderes ejecutivo y legislativo y que impidieron avanzar en la aprobación de las reformas estructurales que el país requiere con tanta urgencia. Fox lo anticipó hace mucho: "El presidente propone y el congreso dispone...".

Una cosa parece clara: mientras las prácticas políticas estén permeadas por la improvisación y la falta de miras de sus protagonistas, mientras predominen los intereses de capilla por sobre los intereses nacionales, las políticas sociales para enfrentar los rezagos acumulados sólo podrán plantearse de manera retórica. En esta lógica, la democracia a la que hemos arribado en nuestro país con tanto esfuerzo terminará vaciándose de contenidos. El "así es la democracia..." lleva implícito un cierto derrotismo que sólo conduce al desánimo y al conformismo. Por ello, apelar a las contradicciones de la democracia para justificar las inconsistencias políticas o las deficiencias de una gestión es la peor manera para intentar cubrir las incompetencias.

Como quiera que sea, con o sin democracia, el problema de fondo subsiste en México y en muchos otros países: los rezagos sociales acumulados, la desigualdad y la pobreza extrema. De ahí que las ciencias sociales hayan introducido recientemente el concepto de "democracia sustentable" para referirse a la imperiosa necesidad que tienen muchos estados en el mundo de extender su acción social con fines de legitimidad y gobernabilidad.

Mientras que en el pasado instaurar y consolidar regímenes democráticos se concebía como una condición para promover un desarrollo económico y social más justo y equitativo, hoy se considera que promover un desarrollo económico y social más justo y equitativo es una condición para preservar y consolidar la democracia; es decir, los términos de la ecuación se han invertido. De ahí, precisamente, la noción de "democracia sustentable".

No basta pues, que haya un sistema democrático representativo para asegurar que los intereses representados sean correctamente concretados por los representantes, sino que la efectividad de la representación depende de la estructura institucional del estado. De ahí que sea necesario perfeccionarla para sustentar la democracia. En síntesis, la democracia es sustentable cuando su marco institucional promueve objetivos normativamente deseables y políticamente deseados, como la erradicación de la violencia arbitraria, la seguridad material, la igualdad y la justicia, y cuando, al mismo tiempo, las instituciones son capaces de enfrentar las crisis que se producen si esos objetivos no llegan a cumplirse.

César Cansino
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 28 de diciembre de 2005).


Contrario a la creencia común, democracia y libertad no tienen necesariamente que ver la una con la otra; sus tendencias hasta pueden significar opuestos. Son dos respuestas específicas a dos preguntas completamente diferentes. La democracia atiende la pregunta ¿quién ha de ejercer el poder público? Responde postulando que "el ejercicio del poder público pertenece al cuerpo de ciudadanos". No se refiere al alcance del poder público; solamente a quien le pertenece tal poder. Propone que todos reinemos, que seamos soberanos en todos los actos sociales.

La libertad, al contrario, surge como respuesta a otra pregunta: ¿Independientemente de quien ejerza el poder público, cuáles deberán ser sus límites? Alega: "ya sea que el poder público fuera ejercido por un autócrata, sea por el pueblo, o sea por otra fórmula, no puede ser absoluto; todo individuo tiene derechos naturales propios". Democracia es de muchos; libertad es de cada quien.

En términos políticos, no hay peor confusión que ésta. Aquellos que han creído que la democracia es el camino garante de vida, bienestar y libertad, confunden un medio provisional con un fin último. La democracia es un método político de gobierno, un arreglo institucional para llegar a decisiones públicas (legislativas y administrativas) y por consiguiente incapaz de ser un fin en sí mismo.

Por contraste, la libertad es inherente al ser humano y es defendida en los diversos principios de libertad política: el liberalismo concibe la libertad como ausencia de interferencias; el anarquismo la identifica con el poder que todos tienen para darse normas a sí mismo y para no obedecer a más normas que las que se dan a sí mismo; el republicanismo identifica a la libertad con la ausencia de dependencia ante la voluntad arbitraria de una o varias personas; la perspectiva libertaria considera que cada persona tiene el derecho de vivir su vida según su propio escoger, siempre que respete los derechos iguales de los demás.

Quienes promulgan la libertad prefieren un gobierno democrático por ser el más prometedor para mantener la paz doméstica. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, como algunos pretenden hacer creer. Al contrario, es precisamente el medio para prevenir las revoluciones y las guerras civiles; provee un método pacificador para ajustar al gobierno a la voluntad de la mayoría. En la democracia se pacta la fuerza contando cabezas, no quebrándolas. La mayoría se logra en números; la minoría no cede convencida de estar equivocada, sino solamente reconociéndose minoría.

Este verano buscaremos en las urnas el acuerdo político para elegir un primer mandatario. Paradójicamente, tratándose de cinco candidatos, la mayoría perderá.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 23 de enero de 2006).


Al perder los ideales se ha perdido también la confianza en un futuro mejor y esto puede resultar trágicamente peligroso porque una democracia sin ilusiones puede abrir la puerta a cualquier fenómeno totalitario, incluso a través de los caminos aparentemente más democráticos.

Dr.Antonio Cruz
"Postmodernidad", Clie, España 2003.


La verdadera fortaleza de una democracia no reside tanto en la condición de su estructura política como en la salud de la sociedad civil.

Ignacio Camacho
Periódico ABC de Madrid.


La democracia es ese principio, desde luego, pero dentro del respeto a las reglas de juego pactadas previamente entre mayoría y minoría. Respetando las reglas de juego, la mayoría lo puede todo; fuera de ellas, la mayoría no puede absolutamente nada.

Roberto L.Blanco Valdés
Periódico La Voz de Galicia.


La libertad política sin un mínimo nivel económico, sólo existe en la palabra. Si no hay riqueza para repartir, por mucha libertad declarativa que se tenga, lo único repartible será la miseria.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de marzo de 2006).


Como en una democracia el voto de los necios cuenta lo mismo que el voto de los prudentes, y es probable que aquéllos sean más que éstos, pues...

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 15 de mayo de 2006).


La geometría política de izquierdas o derechas, no esclarecen nada; son conjuros; una manera de calificar y confinar a un extremo a quienes participan en la vida pública. Son los extremos convencionales a los que el pensador Ortega y Gasset calificó como "una de las formas políticas que el hombre escoge para ser un perfecto imbécil". Se puede ser indistintamente de ambos extremos, según la postura que se tenga frente a los variados problemas que vive una sociedad: Reformas sociales y laicismo, con otros agregados, pueden calificar como izquierda; y se puede a la vez ser de derecha, por oponerse sin distingos a todas las dictaduras, incluidas las de izquierda, o bien ser defensores a ultranza de la clase empresarial y de los excesos clericales que retan al gobierno y a la norma. ¿Se es de derecha por criticar los excesos de la izquierda, o se es de izquierda por criticar los excesos de la derecha? Una equilibrada posición liberal no se ubica en ninguno de los extremos, ya que su modelo de sociedad, no acepta fundamentalismos conservadores ni excesos izquierdizantes.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de mayo de 2006).


Frente a los discursos reduccionistas para los que la democracia son sólo elecciones, debemos recordar que la democracia no es sólo un conjunto de reglas y procedimientos formales, sino, sobre todo, una forma de legitimación del estado que tiene como base a los ciudadanos. En un régimen democrático, la esfera pública es el lugar donde los ciudadanos, en condiciones mínimas de igualdad y libertad, cuestionan y enfrentan cualquier norma o decisión que no haya tenido su origen o rectificación en ellos mismos. Los representantes políticos sólo son legítimos cuando ejercen el poder en tensión creativa y permanente con la sociedad que los elige. Si las autoridades no toman en cuenta las propuestas que emanan de la sociedad entonces el poder corre el peligro del totalitarismo. En síntesis, la esfera pública es el factor determinante de retroalimentación del proceso democrático.

César Cansino
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 31 de mayo de 2006).


DEMOCRACIA, DEMOIGNORANTE

Somos un país honda y profundamente democrático.
Aquí cualquier cualquiera puede votar.
Aquí cualquier cualquiera puede ser candidato.

Los candidatos no tienen más requisitos que ser mexicanos, mayores de 30 años y eso sí, tener partido.
A los votantes les basta su credencial y estar vivos (a veces).

Con esta democracia tan demócrata (no como la griega), podemos darnos el lujo de tener los candidatos que tenemos y sobre todo de tener votantes ignorantes, desentendidos, viscerales y variopintos.

¿Qué sucedería si hubiera un examen mínimo de conocimiento, información, interés y criterio para poder votar?

Nos iría peor que al señor López con las preguntas de cultura.

¿Elección democrática?

Sí, Chuy.

Nemesio Maisterra
(v.pág.8 del periódico Mural del 22 de junio de 2006).


Vivimos ya la mayor amenaza de un estado democrático: la fragmentación institucional ocasionada por la erosión de la política ante la inseguridad y la impunidad del crimen, el delito, la corrupción y el deterioro del espacio común debido a la ausencia de justicia y eficacia gubernamental. Que no nos extrañe, simplemente se están cumpliendo las advertencias por no haber continuado con el proyecto de reformar al estado. Sin hacernos bolas, significa reescribir la constitución y renovar la república; revisar el acuerdo social y el pacto federal. Todo lo demás es remendar un traje que ni nos queda ni nos cubre bien.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de junio de 2006).


Sobre la democracia se han escrito muchas frases que en estos momentos parecen tomar más sentido. Por ejemplo, recordemos la frase de Winston Churchill que define: "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás". También es una joya de claridad la frase del periodista irlandés, George Bernard Shaw, que dijo: "La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos". Jorge Luis Borges, en relación al tema dijo: "Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística". La importancia de la democracia para la humanidad la define la frase del filósofo romano Cicerón: "La aspiración democrática no es una simple fase reciente de la historia humana; es la historia humana".

Hay quienes consideran que el mal sabor que nos dejaron de las campañas se debe a que por ingenuidad idolatramos la democracia. Tal vez esperamos más de lo que la democracia puede dar.

Víctor Manuel González Romero, profesor investigador y ex rector general, U. de G.
(v.blog 28 de junio de 2006).


A propósito de los cuestionamientos que hoy hacemos en México a la democracia, un analista político en la radio decía que una buena democracia no necesariamente erradica la pobreza o da más riqueza a un país, porque no es un modelo económico, y no proporciona caminos para arreglar esos problemas. La respuesta de la audiencia en sus llamadas fue curiosa, como no creyéndolo, algo desesperanzada: "¿y entonces qué?".

La activista india Vandana Shiva está por publicar un libro muy interesante. La escritora e intelectual explica que Democracia de la Tierra: Justicia, Sustentabilidad y Paz trata sobre el agotamiento del modelo en el mndo y hace una distinción al hablar sobre democracia muerta o viva.

"La muerte de la democracia se produce cuando la gente no tiene libertad, es una democracia muerta porque se sirve de las 'libertades' de las corporaciones para aniquilar a las personas; no responde ya a los deseos de la gente".

"Una democracia viva es aquella que afecta a todos los aspectos de la vida, no sólo de la vida humana, porque nos encontramos en un momento de la evolución en el que cualquier libertad de la especie humana debe incluir la de otras especies, si no nunca tendremos libertad humana".

Otro tema polémico que aborda Vandana Shiva es sobre los globalifóbicos.

"Me di cuenta de que los movimientos populares eran fuertes y podían serlo más si reconocían que no importaba lo diferentes que fueran -unos trabajando por el respeto a los derechos humanos, otros en defensa de las especies salvajes, otros por la soberanía alimentaria de los pequeños agricultores- porque cada uno de ellos era una pieza del mosaico, parte de un tejido en el que se combinaban el cuidado de la Tierra y la defensa de las condiciones de la vida humana en el planeta, al mismo tiempo que se esforzaban por conseguir la justicia social. Todos esos esfuerzos no eran aislados, eran similares y realmente eran esfuerzos por la paz".

Alejandro González
(v.pág.43 del periódico Público del 14 de julio de 2006).


En otros regímenes, se vale que el gobernante se emperre en hacer felices a sus súbditos... aunque éstos no quieran.

En una democracia debe gobernar el que la mayoría decide. Punto.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de agosto de 2006).


Para cambiar pacíficamente el rumbo del país sólo hay 2 caminos: el de la democracia directa o la democracia del consenso.

La crudeza de la democracia directa ha sido criticada desde tiempos de Platón, quien se refería a ella como "la tiranía de la mayoría". Otros estudiosos han argumentado que si la democracia se adhiere a los principios del consenso, para convertirse en una democracia deliberativa, entonces el dominio o tiranía de una facción se puede minimizar haciendo que las decisiones sean más representativas de toda la sociedad.

Esto último es lo que necesitamos en México: transformar la democracia directa que hace a las mayorías tiranas y a las minorías resentidas, en una democracia de consenso que privilegie la negociación y busque siempre formas de considerar los intereses y las necesidades de todos.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.8 del periódico Mural del 24 de agosto de 2006).


Teóricamente somos un país democrático. Sin embargo, la realidad cotidiana es otra.

¿Cuál forma de gobierno es la que realmente impera en México?

Si vemos de dónde salen nuestros gobernantes y la manera como conducen el país, notaremos que en muchas formas nos asemejamos a otros sistemas de gobierno.

¿Somos una aristocracia? ¿Esto es un país "gobernado por los mejores"? Esta forma de gobierno, herencia de las plutocracias (gobierno de los ricos), exigía un sentido de responsabilidad histórica y de "noblesse oblige" en cada una de las acciones de sus miembros. Los gobernantes mexicanos se creen nobles, pero no por su quijotismo o la bondad de sus acciones y sentimientos, sino porque la fortuna que amasan y el poder les hace creer que su sangre es de algún aristocrático color (azul-panista, amarillo-perredista, o verde-ecologista-priista).

¿Somos una autocracia? ¿Un estado en el que el poder lo tiene un solo individuo?

¿O una meritocracia? ¿Un país gobernado por los que "merecen" gobernar?

¿Somos realmente una democracia? ¿Esto es un país realmente gobernado por el pueblo, que participa en los procesos de decisión y que puede en la práctica designar y destituir a sus representantes?

¿Sera el despotismo la forma de gobierno preponderante en México?¿Un estado en el que sus gobernantes actúan como faraones de Egipto, símbolo del despotismo clásico?

¿O una dictadura? En la antigua Roma, la dictadura se refería a los magistrados que en tiempos de emergencia se les adjudicaban poderes absolutos. No obstante, ese poder absoluto no era arbitrario. Estaba obligado a la rendición de cuentas, estaba sujeto a la ley y a una justificación retrospectiva.

¿Somos ese tipo de dictadura ética, o somos una dictadura en la que a la autoridad tiene dominio absoluto de un liderazgo sin restricción o sujeción a ley o constitución alguna, ni a ningún factor social o político del estado?

¿Somos acaso una especie de monarquía en la que sólo accede al poder quien pertenece a ciertas dinastías, "realezas" o instituciones (partidos) que hacen a la clase dirigente una especie de representantes temporales y corpóreos de alguna una deidad, por ejemplo, el Emperador Celestial de China, los reyes mayas, Rey de Reyes, Señor de los Señores?

¿Somos una oligarquía (gobierno de pocos) en la que el poder político lo detenta un pequeño grupo de la sociedad, los más poderosos, ya sea por razones económicas, de fuerza militar, de relaciones familiares o de influencias políticas?

Algunos politólogos afirman (y yo coincido con ellos) que todos los gobiernos son oligárquicos independientemente de la forma de gobierno elegida. Y es que una sociedad se convierte en oligárquica como resultado de las alianzas de grupos y de la acumulación gradual de poderes económicos.

¿Seguimos siendo una dictadura de partido, o de un par de partidos aliados entre sí?

Un estado termina siendo gobernado por un solo partido cuando éste tuvo un rol preponderante en luchas de liberación, de independencia o revoluciones, o debido a ideologías fascistas, marxistas, estalinistas, o nacionalistas (Partido Nazi) que para subsistir requieren de un control total del gobierno y de la sociedad.

¿Podría subsistir una teocracia en México? ¿Esto es una forma de gobierno en la que poderes divinos (Dios) dirigen un estado terrenal, ya sea encarnado en una persona o como más comúnmente se ve, mediante representantes religiosos ocupando puestos de gobierno?

¿Soportaríamos una tiranía, esto es que una persona, grupo u organización posea el poder absoluto y haga con él lo que le venga en gana?

Si bien la democracia es la forma de gobierno que teóricamente hemos adoptado en México, después de preguntarme qué clase de gobierno tenemos, llego a la conclusión que en la práctica somos una rara, exclusiva y nada ética combinación de despotismo aristocrático con democracia oligárquica, o sea una "despoaristodemoligarquía".

No es casualidad que los países con mayores niveles de democracia y transparencia posean también un mayor ingreso per cápita, un mayor índice de desarrollo humano y un menor índice de pobreza. La democracia se manifiesta en el respeto a las leyes e instituciones creadas por el pueblo, no en su descalificación, y menos en su destrucción.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.8 del periódico Mural del 31 de agosto de 2006).


Quienes promulgan la paz doméstica en el marco de la libertad y el orden prefieren un estado democrático por ser el más prometedor para ello. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, como algunos pretenden hacer creer. Al contrario, es precisamente el medio para prevenir las revoluciones y las guerras civiles; provee un método pacificador para ajustar al gobierno a la voluntad de la mayoría en el marco del respeto a todos.

La mayor amenaza del estado democrático es la fragmentación institucional, ocasionada por la erosión de la política ante la inseguridad y la impunidad del crimen, el delito y la corrupción debido a la ausencia de justicia y eficacia gubernamental. Cuando el estado se acerca al precipicio, quienes gobiernan se ven forzados a pelear, a compartir el poder y encauzar el bien común de todos, o hacerse a un lado.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2006).


Siempre ha habido escépticos con respecto a las virtudes de la democracia... o, cuando menos, con respecto a la creencia generalizada de que la democracia es la versión moderna de la piedra filosofal que buscaban los alquimistas, capaz de convertir en oro cuanto toca... Fuller decía que "las muchedumbres tienen muchas cabezas, pero poco cerebro". Bacon afirmaba que "el aplauso del pueblo vulgar es generalmente falso y sigue más bien a los hombres vanos que a las personas virtuosas". Lamennais, finalmente -para efecto de este escueto muestrario de botones- se preguntaba: "¿Cómo se concibe que por mayoría de votos se determine lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto?".

El hecho, como recordaba Gabriel Tortella (catedrático de la Universidad de Alcalá) en un artículo titulado "¿Demasiada democracia?" ("El País", Madrid, XI-20-06) es que el sistema de gobierno "del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", según la definición consabida, que inventaron los griegos cinco siglos antes de Cristo, sólo se ha vuelto apetecible en todo el mundo a partir del siglo XX.

Que el pueblo, como decía Hegel -otro escéptico con respecto a las cacareadas bondades de la democracia- es "aquella parte del estado que no sabe lo que quiere", se demuestra con capítulos de la historia como las elecciones democráticas, entre muchos otros, de Hitler, Mussolini, Perón, Pinochet o Milosevic, o las reelecciones, verbigracia, de Nixon y George W. Bush en Estados Unidos.

Tortella concluye que lo que se necesita hoy en política es "fortalecer las instituciones"; y "no más democracia, sino menos"... Y no por añoranza del autoritarismo, sino por rechazo a las aberraciones -ya lo estamos viendo- que engendra un frecuente subproducto de la democracia: la demagogia.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de noviembre de 2006).


Sin duda, todo el mundo occidental quiere vivir bajo el régimen democrático y si China lo hiciera, sería 90% de la población la que viviría gobernada democráticamente. Donde está ausente, sus gobernantes insisten que es el pueblo el que desea otra forma de gobierno. En particular sucede en Oriente Medio donde, además de negar los valores de occidente, sólo desean que el gasto que hagan sus gobiernos sea efectivo; el resto lo asocian a los usos y costumbres de sus pueblos que defienden hasta con la inmolación, como lo vemos en esas poblaciones donde habitan agazapados detrás de esas viejas costumbres que anulan el ejercicio de la libertad, negando la propuesta de igualdad que propone la democracia, para seguir en la ignorancia, amenazados por los caciques que controlan todo, incluyendo la explotación infantil y la discriminación brutal a la mujer.

Martín Casillas de Alba
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 28 de noviembre de 2006).


Haces país todos los días, pagando tus impuestos, respetando la ley, tomando en cuenta el interés ajeno, teniendo alguna idea del interés común. Cómo se hace eso: no con gritos, cantos y todo lo demás. Es una reflexión; decimos, 'es que todo mundo piensa', no es cierto. Todo mundo tiene cerebro, pero no todo el mundo piensa. Todo mundo tiene patas, pero no todo mundo es corredor profesional. Vamos a utilizar el instrumento cerebro, eso no es evidente: tenemos un país que no ama la inteligencia, que no ama el pensamiento [...]. Todos hablan pero la palabra puede ser ruido, cuando se pone en la palabra la razón, se transforma en argumento [...] Cuando se decide escoger la democracia, eso significa que se aleja el recurso de la violencia, y no queda más que una sola arma: la palabra. Para que la palabra sea útil tenemos que poner adentro razones para que el ruido se transforme en argumento, para que todos los hombres de buena fe, esto es una condición esencial, puedan convencerse unos a otros; la democracia es esencialmente discusión, no es sólo la ley de la mayoría como lo entendemos muchos. La ley de la mayoría se da en la jungla, cinco leones fuertes, destrozan a un león solito y débil. Pero cuando hay discusión y buena fe, con uno que tenga argumentos y que pueda con esos argumentos convencer a los demás, entonces puede haber una relación civilizada que es la relación democrática. La vida política en el sentido amplio, es decir, la vida social, la vida política necesita otro tipo de inteligencia que complete la razón, y ésta es la astucia.

Ikram Antaki, filósofa social mexicana


El imperio lo encabezaba el emperador
y el que mandaba era el emperador.

La monarquía la encabezaba el rey
y el que mandaba era el rey.

La aristocracia la encabezaba el grupo de los mejores
y los que mandaban eran los mejores.

La democracia la encabeza el pueblo
y los que mandan son los políticos,
la publicidad y la mercadotecnia.

Dicen que la democracia es la única buena
y lo dicen de forma dictatorial.

Nemesio Maisterra
(v.pág.6 del periódico Mural del 1o.de febrero de 2007).


El delegacionismo es una modalidad de la "democracia" en la que los poderosos fomentan la indiferencia política mediante el hartazgo de las masas para poder actuar a sus anchas.

Juan Carlos Ortega Prado
(v.pág.7 del suplemento "Visor" del periódico Público del 18 de febrero de 2007).


[En el 2006] la nación se enfrentó a la brutalidad de la democracia, es decir, que cada quien pelea por sus intereses de manera abierta y echando mano de todos sus recursos.

Sergio Aguayo Quezada
(v.pág.5 del suplemento "Visor" del periódico Público del 11 de marzo de 2007).


La utopía es la negación de la democracia o, mejor dicho, la democracia es la negación de la utopía. La democracia es lo posible, lo imperfecto, parte del supuesto que la sociedad perfecta no existe ni va a existir nunca, que la sociedad sólo puede ser perfectible y que esa mejora sólo será una realidad si se encara simultáneamente en muchos ámbitos.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.7 del periódico Mural del 5 de abril de 2007).


Los llamados "poderes fácticos" en nuestro país que en realidad controlan todo el quehacer gubernamental (elecciones, candidatos, política internacional, económica, etc.), son los empresarios, la Iglesia, los medios de comunicación y los banqueros. Por ello, el Premio Nobel portugués José Saramago ha sostenido que la llamada democracia en nuestra nación, no pasa de ser un régimen gobernado por plutócratas.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 19 de mayo de 2007).


Un sistema democrático no puede ser una aplanadora cuyo conductor es la mayoría. Las democracias contemporáneas -esto es, las liberales- conforman dispositivos de moderación, tales como el control judicial de las leyes, para evitar la formación de una tal aplanadora que aniquile la diversidad, suprima el debate o maltrate a las minorías.

James Madison, el gran genio del constitucionalismo norteamericano, afirmó que una república debía protegerse, no solamente de las arbitrariedades y excesos que pudiera cometer el poder político; sino también debía cuidarse de los abusos que una parte de la sociedad pudiera cometer (aprovechando su ventajosa posición en el mecanismo político -agrego entre paréntesis) contra otra parte de la sociedad. El órgano judicial tiene precisamente esa función: reexaminar las condiciones del debate democrático. No es una legislatura superior, no es un congreso por encima del congreso. Es un árbitro encargado de cuidar el procedimiento. El fundamento de una estructura democrática no es solamente el sufragio universal, sino también el acceso universal a los núcleos de decisión. Si ese acceso ha sido atrapado por intereses particulares, la judicatura debe reabrirlo.

Para ponerlo en otros términos, la democracia es un régimen en donde las decisiones son tomadas a través de un proceso abierto de discusión. El dispositivo electoral y la aprobación de leyes a través de la actuación de la mayoría parlamentaria son requisitos esenciales. Pero no lo son todo. Para cumplir con las exigencias de una democracia deliberativa, es importante que el asunto esté abierto a la intervención de de la ciudadanía y que, quienes han de decidir, estén libres de presiones.

Jesús Silva-Herzog Márquez
(v.pág.18 del periódico Público del 21 de mayo de 2007).


"La multitud cuando ejerce autoridad, es más cruel aún que los tiranos". Estas palabras de Platón, se corroboran con los cientos de ejemplos que la historia nos ofrece, como el de la Revolución Francesa, cuyos extremos inauditos aún estremecen a la Humanidad.

Decía Flaubert que la multitud es siempre idiota. Déseles la libertad, pero no el poder.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de mayo de 2007).


El cuento de otorgar el poder a las mayorías ha sido cuidadosamente cultivado por casi todas las ideologías recientes y, sin embargo, al final del camino, un personaje, uno solo, es el que termina por ordenar a los demás lo que tienen que hacer. Los pretextos, naturalmente, son absolutamente perentorios y no están sujetos a discusión: la "Revolución" (con mayúscula), los "pobres", la "soberanía", la "nación", el "pueblo", etc. Hay que comenzar a inquietarse precisamente ahí donde un principio cualquiera es elevado a la categoría de un mito.

Las preferencias políticas -cuando pueden existir, es decir, en las democracias- son un asunto personal, optativo y voluntario. Una sociedad que permite el pensamiento crítico es una sociedad que no intenta avasallar a los individuos a través de las creencias; es laica por necesidad en oposición a las teocracias donde la religión es obligatoria. Curiosamente, muchas grandes causas -encarnadas casi siempre en la figura de un líder máximo, de un caudillo- no tienen la condición de alternativas preferibles, o deseables, sino que adquieren el rango de verdades absolutas que, en tanto que tales, no sólo son inmunes a la crítica sino que necesitan de la persecución, la amenaza y el terror para ser inoculadas, cual vacuna forzosa y universal, a todos los miembros de la colectividad. No hay aquí lugar para los disidentes que, en este sentido, serían casi como los leprosos de la antigüedad, individuos perjudiciales cuyo contagio hay que evitar. Hoy, no han sido proscritos a un barrio de enfermos repudiados sino encarcelados, desterrados y amordazados por aquellos regímenes que no toleran la más mínima expresión de desacuerdo.

Los autoritarios tienen una propensión prácticamente invariable: necesitan de enemigos. Los requieren de manera tan apremiante como los humanos precisamos de oxígeno. En las sociedades tranquilamente democráticas no suelen escucharse esos fieros discursos que braman los caciques. Aquí, el antiguo régimen solía machacarnos con el tema del nacionalismo y, hoy mismo, las víctimas hambrientas de la globalización se consuelan, mal que bien, con ese discurso de ricos contra pobres edificado sobre la tremebunda realidad de los "ricos y los poderosos".

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 8 de julio de 2007).


Un artículo de la Constitución Mexicana sostiene que el pueblo mexicano decidió constituirse en una república. La palabra se pronuncia y se repite con la irreflexión de las frases hechas: república democrática y federal. Si la palabra tiene algún sentido significa que no hay reyes ni aristocracia en México y que no se conceden por aquí títulos nobiliarios. Significa también que el poder surge de elecciones periódicas y dura (relativamente) poco. Que México sea una república implica, en una palabra, que no hay poderes perpetuos. La periodicidad del voto es relevante: determina la duración de los encargos, enmarca el horizonte para alcanzar las metas de gobierno y fija un tiempo límite para la rendición de cuentas. La vida republicana se apega a un calendario y estructura la legitimidad de quienes ejercen el poder de modo provisional: eres presidente durante estos seis años; ocupas la diputación durante este trienio. Mientras el monarca lo es por siempre, el representante ciudadano puede serlo mientras dura su periodo.

Jesús Silva-Herzog Márquez
(v.pág.18 del periódico Público del 9 de julio de 2007).


En la contabilidad política de México, los resultados democráticos arrojan pérdidas. Durante los 185 años de vida independiente (1821-2006), sólo en tres periodos el país ha intentado vivir en la democracia: en la República Restaurada (1867-1876); el gobierno de Madero (1911-1913) y el gobierno del presidente Fox (2000-2006). Dieciséis años de libertad son casi nada comparados con los restantes. Esta vasta inexperiencia histórica tiene un agravante: no sólo no sabemos bien cómo funciona la democracia, sino que sabemos muy bien cómo hacen que no funcione.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 14 de julio de 2007).


¿Cuál es el papel que juegan los grupos políticos opuestos al régimen o al sistema económico nacional actual? ¿Se trata de intransigentes, aventureros y antisociales, inconformes con el estado de cosas, que quieren cambiarlo por la fuerza? ¿Su existencia es permitida por lo bajo, o significa una cierta impotencia del aparato represivo del estado?

La oposición es una necesidad en las democracias. De otro modo el gobernante hace, poco a poco, lo que le viene en gana. La oposición señala deficiencias, limita excesos, ofrece puntos de vista alternos, propone modos y puntos de vista diversos. Es el Pepe Grillo de la política. El gobierno tiene en la oposición un alter ego que atempera sus conductas y cuestiona sus actitudes. Además, en la situación mexicana, el gobierno tiene que convencer a la oposición de sus propuestas. Eso las mejora, pues se consideran otros aspectos antes de decidir.

Si la oposición se retira o se levanta de la mesa, el gobierno queda exhibido como inflexible y sectario. De ahí el cuidado que han de tener los gobernantes con los opositores, pues no pueden ignorarlos. Suprimirlos y reprimirlos es otra forma de ignorarlos. Hay fracciones de la oposición que son opositores incondicionales. Prefieren mantenerse "fuera" de las discusiones y apelar en directo a sus seguidores y a la población para hacer ver lo deficiente del gobierno y lo bueno de su alteridad. Su función la cumplen al ofrecer un discurso alterno.

La violencia es otra cosa. Es compleja, difícil de saber quién es responsable. El ejercicio de la violencia contra el gobierno es una forma extrema de oponerse. Es ilegal y criminal. Se propone derrocar al gobierno y con el sabor de lo prohibido invita a sumar adeptos. En realidad, casi siempre, produce simpatías con el gobierno, lo cual justifica persecución y represión de los "ilegales". Por eso a veces se sospecha que es patrocinada, por debajo, por organismos afines al gobierno.

En cualquier caso, la violencia política implica jugar con fuego. Y el fuego quema y destruye.

Miguel Bazdresch Parada
(v.pág.17 del periódico Público del 15 de julio de 2007).


Siguiendo a Tocqueville, podríamos hablar de la mediocridad de nuestras ambiciones. El viajero francés sorprendía a sus lectores cuando advertía un problema insospechado en la democracia. Mientras sus contemporáneos imaginaban al régimen democrático como una salvaje explosión de potencialidades, una fuerza capaz de arrasar todo lo antiguo bajo el sueño de una utopía, Alexis de Tocqueville sospechaba la enfermedad contraria. La democracia no anunciaba la coronación de la ambición política sin límites, sino su eclipse. Bajo el régimen de los contrapoderes y las elecciones frecuentes, los grandes proyectos quedarían enterrados en los pequeños cálculos y en las mezquinas ambiciones. Todo tendría que ser filtrado por el colador de lo vendible. No nos envenenaría la soberbia de un poder expansivo, nos asfixiaría el conformismo.

De ahí que Tocqueville se preguntara por qué en Estados Unidos había tantos ambiciosos y tan pocas grandes ambiciones. Todos querían salir de su condición original, cada uno de los ciudadanos estadunidenses buscaba mejorar, tener un mejor trabajo, comprar una casa más grande, aumentar sus ingresos. Pero pocos anhelaban grandes cosas, pocos se trazaban una ruta de vida verdaderamente hazañosa. Nadie osaba el desafío. Por eso temía la mediocridad de los deseos democráticos. No debemos desconfiar de la audacia de las sociedades democráticas. El verdadero problema es su reverso: la desgana, el aplacamiento de la pasión, la pereza. Muchos ambiciosos, pero pocas grandes ambiciones, ¿no es ese el pie de foto de nuestro paisaje?

Jesús Silva-Herzog Márquez
(v.pág.18 del periódico Público del 16 de julio de 2007).


Los gobiernos representativos naufragan con rapidez en la parálisis o la conspiración de sus adversarios; desembocan tarde o temprano en soluciones militares o políticas de gobiernos fuertes. Los gobiernos fuertes se despeñan rápidamente en la dictadura, la cual da paso a revueltas y restauraciones republicanas.

Constituciones van y constituciones vienen sin que logre resolverse el problema central del gobierno que, como se sabe, es gobernar. El dilema político continuo de nuestras nuevas naciones es oscilar entre gobiernos fuertes o gobiernos representativos, poder central o poder federal, ejecutivo fuerte o acotado por los otros poderes. Al final, en todo el continente [latinoamericano] se imponen las instituciones del régimen presidencial que presenta hoy en muchos sentidos rasgos característicos de los gobiernos débiles de nuestra independencia: gobiernos divididos, desafiados por los poderes fácticos, por la pluralidad política, por el faccionalismo regional o legislativo, y por usos y costumbres resistentes al cambio, amenazados por la globalización.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Público del 23 de julio de 2007).


Aquellos que exageran el ascenso del poder-suave chino -y lamentan la pérdida del mismo por parte de los E.U.- tienden a hacer a un lado la democracia. En los E.U., suelen decir, ella produjo a George W.Bush, quien engendró el revoltijo de Iraq en nombre de la democracia. Pero Bush se habrá ido en un año y medio, y su partido ya ha sido lanzado fuera del poder en el Congreso. Mientras tanto, en China, el Partido Comunista estará todavía en el poder en 2009 y, apuesto, durante un largo tiempo más. Y 1,300 millones de personas, continúe o no el milagro económico, no tendrán opinión válida en el asunto. Eso, se puede decir, es un hecho duro.

Bill Powell
(v.pág.56 de la edición internacional de la revista Time del 30 de julio de 2007).


Tras el pretexto de que "un pueblo tiene el gobierno que merece", se ha confundido tanto a la "sociedad" con el "gobierno" que se deja poca distinción entre ellos, a pesar de que no sólo son distintos, sino que tienen orígenes distintos. La sociedad, dicho sea, es producto de lo que deseamos, queremos, necesitamos. El gobierno, por lo contrario, lo es de nuestra maldad; la primera fomenta nuestra alegría y satisfacción uniendo nuestros afectos, valores e intereses; el segundo lo hace restringiendo nuestros vicios, defectos y aberraciones. Esta alienta la interacción, el otro crea distinciones. La primera es benefactora; el segundo, castigador.

Se reconoce que si la sociedad es una bendición para los humanos, entonces un gobierno en el mejor de los casos es el mal necesario para compensar nuestros defectos, deficiencias, inmadurez. Ambos surgen de nuestra propia naturaleza.

En nuestra democracia, mientras los gobernados no entendamos que somos los corresponsables de que nuestros gobernantes no sean lo que queramos que sean, entonces nunca saldremos del círculo vicioso en que estamos atrapados.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de agosto de 2007).


Querido Epigmenio [Ibarra]:

Apuntas en tu amistosa carta abierta (MILENIO 10/8/07) varias cuestiones dignas de reflexión a propósito de la violencia. Destaco tres:

  1. Que la vía violenta se escoge en la historia menos por ideología que por desesperación: porque no queda otra.
  2. Que los que escogieron la violencia en nuestro continente son también artífices de los cambios políticos democráticos.
  3. Que te estremece la idea de que México pueda hundirse en la violencia, pero que "la clase política nos acerca irresponsablemente a la confrontación".
Respecto de lo primero, mi creencia es que en la historia siempre hay opciones : siempre queda otra. La historia no es el reino de la fatalidad sino el de la libertad de los hombres. Es una libertad restringida, pero efectiva.

No son las condiciones objetivas las que imponen la violencia, es la elección de grupos y personas concretas. En la historia de la violencia guerrillera latinoamericana, esos grupos y personas fueron minorías. Las condiciones objetivas sólo eran intolerables para ellas, no para la mayoría de la población.

Me pregunto qué hubiera pasado si toda la energía increíble que los revolucionarios de esos países pusieron en hacer la revolución la hubieran puesto en la transformación democrática de sus sociedades. Mi convicción es que habrían llegado adonde están ahora, pero a un costo infinitamente menor para sus países.

Respecto del segundo punto, creo que tienes razón: la violencia ha sido un factor en el cambio, los violentos han jugado un papel en el camino a la democracia, pero no es la democracia lo que buscaban. Se resignaron a la democracia : buscaban la revolución, es decir, en tus palabras, "sustituir el control que una clase ejerce despiadadamente sobre la sociedad por el control de otra".

Por último, discrepo absolutamente de tu impresión de que la violencia asoma otra vez la nariz en México porque "la clase política nos acerca irresponsablemente a la confrontación". Los enfrentamientos políticos que vive la sociedad mexicana son parte de su vida democrática, no el saldo de una opresión intolerable.

Pensar que la violencia es inevitable porque se perdió una elección o porque un partido político grita fraude, es confundir las cosas.

En todo caso, lo inherente al compromiso democrático es rehusar la violencia, no validarla como inevitable por culpa o responsabilidad de otros. Es responsabilidad y elección de quien la asume, de nadie más.

Creo que las deformidades de la democracia deben ser corregidas con los instrumentos de la democracia, ninguno de los cuales incluye la violencia, entendible o no, justiciera o no.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Público del 20 de agosto de 2007).


El ejercicio del pensamiento crítico, como lo machaca Karl Popper a lo largo de su formidable ensayo sobre la sociedad abierta, es fundamental para la buena salud de la democracia. Un sistema político debe cuestionarse de manera permanente, desestimar los dogmas en beneficio de la realidad y dar cuenta de sus errores. No hay otra manera de preservar la integridad del individuo soberano y de asegurarlo contra los abusos del poder. La crítica sistemática, la constante vigilancia de las políticas públicas y la rendición de cuentas contribuyen a ir perfeccionando el funcionamiento de las sociedades.

En este sentido, no podemos dejar de reconocer los formidables logros de las democracias liberales en oposición a aquellos regímenes en que la crítica no se puede ejercer: hay mucha más igualdad en la España democrática de nuestros días que en el rancio sistema "revolucionario" perpetuado por Fidel Castro en Cuba. Lo fundamental, en la nación ibérica, no es la figura de Zapatero. Tampoco fue Felipe González un prócer ni Aznar un caudillo. España, sin embargo, ha sufrido una extraordinaria transformación y su importancia económica, cultural y política es cada vez mayor. Por el contrario, Castro es un ídolo en Cuba, un cacique omnipresente, un todopoderoso emperador que fija personalmente el futuro de toda una nación. Nadie puede siquiera intentar caricaturizarlo en un diario ni contradecirlo públicamente; nadie le pide cuentas; nadie lo critica. Y a pesar de lo absurdo del modelo, de esa aberrante preeminencia de un hombre, uno solo, sobre el resto de los mortales de un país entero, hay gente -aquí, en un lugar donde cada quien puede decir lo que le da la gana- que lo defiende. Son los mismos, de seguro, que agachan la cabeza en el PRD, obnubilados por la efigie de un líder que nunca se equivoca y al que ninguno de ellos se atreve a cuestionar.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 20 de agosto de 2007).


Una de las características de nuestro sistema político es su mastodóntico inmovilismo, su persistente incapacidad de adaptación.

Román Revueltas Retes
(v.pág.47 del periódico Público del 3 de septiembre de 2007).


No está de más recordar, justamente, que los modelos democráticos son muy vulnerables en tanto que permiten el ejercicio del pensamiento crítico y que otorgan los espacios desde donde se puede, por así decirlo, conspirar contra el propio sistema.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 16 de septiembre de 2007).


Toda democracia tiene elecciones, pero no todo país que tiene elecciones es una verdadera democracia.

Nathan Thornburgh
(v.pág.13 de la edición internacional de la revista Time del 11 de octubre de 2007).


Con el pretexto de respetar la "voluntad del pueblo" se han cometido infinidad de estupideces desde que, justamente, las masas comenzaron a tener importancia en la estructura social.

Antes, era diferente. Para empezar, casi no había clases sociales. Por ejemplo, en la Edad Media (que, según parece, no una época tan siniestra como la imaginamos sino que había gente con ideas), estaba el clero -que era muy poderoso- y luego estaban los nobles, propietarios de las tierras y de toda la riqueza posible, y al final estaba la plebe, con perdón, que no tenía aspiraciones y que por ello mismo era razonablemente dichosa a pesar de sus terroríficas miserias.

Ocurre, encima, que el tal "pueblo" se caracteriza por ponerse violento de vez en cuando aunque, hay que reconocerlo, su paciencia es ejemplar en lo que toca a los abusos de los "ricos y poderosos". Digo, ¿quién mató al Comendador -que diga- quién masacró a los agentes de la policía en Tláhuac? Pues, el pueblo. Pero, tan sagrada es la fuerza popular que el alcalde del DeFectuoso en funciones -ya saben quién- no se atrevió a condenar abiertamente la barbarie de la canalla.

Ahora bien, de vez en cuando el "pueblo" ha escenificado también algunos momentos verdaderamente estelares, a pesar de todo. No estuvo nada mal la toma de la Bastilla, por ejemplo. Y el otro día, aquí, en estos pagos, las muchedumbres se soliviantaron y derribaron una estatua de Fox que no tenía por qué haber sido erigida. Bravo. Me estoy volviendo "populista".

Román Revueltas Retes
(v.pág.47 del periódico Público del 15 de octubre de 2007).


La democracia es un modelo sumamente desgastado que ha devenido en regímenes viciados, sostuvo el reconocido filósofo italiano Michelangelo Bovero ayer.

El catedrático de la Universidad de Turín habló de regímenes democráticos que han pasado a ser sistemas viciados, como Estados Unidos e Italia.

Afirmó que las democracias transitan a la autocracia y que, por esta causa, en Latinoamérica "incalculables masas se encuentran recluidas en condiciones miserables de existencia". Criticó la filosofía de poder absoluto que guía las campañas políticas en todo el mundo: "El que gana se lleva todo". Agregó que las minorías y grupos perdedores deben tomar un papel más activo y salir de la "idiotización mediática".

A la par, mencionó que en la última década se ha gestado la antipolítica, a la que definió como la que encabezan los neopopulistas. Como medida que contraataque propuso la información y el raciocinio.

(V.pág.19 del periódico Público del 26 de octubre de 2007).


Las democracias populistas, como bien sabemos en México, tienden a forjar dictaduras perfectas republicanas.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2007).


En general, los datos demuestran que la democracia en los países en desarrollo es un problema. Esto no significa que la democracia no sea deseable, es sólo que no ayuda al crecimiento económico. Según los países se vuelven más ricos, muchos adoptan la democracia. La democracia parece ser lo que los economistas llamarían un artículo de lujo. Su demanda crece con el ingreso.

Xavier Sala-i-Martin, economista de la Universidad de Columbia
(v.pág.41 de la edición internacional de la revista Time del 26 de noviembre de 2007).


Ya en tiempos de los romanos el historiador griego Polibio habló largamente de la "anaciclosis" que los modernos traducen como cambio cíclico de los regímenes de gobierno: la dictadura cae, los nuevos gobernantes se van haciendo dictadores y el pueblo los derroca para que vengan nuevos dictadores...

Jesús Gómez Fregoso, historiador y catedrático de la Universidad de Guadalajara
(v.periódico Público del 14 de diciembre de 2007).


Siglos de historia prehispánica con tlatoanis y emperadores absolutos, 3 siglos de absoluta dependencia en que la corte de Madrid y la Casa de Contratación de Sevilla reglamentaban toda nuestra vida, impedían que, por arte de magia, con la Constitución de 1824, cambiara nuestra vida política: siglos de autoritarismo y de callar y obedecer no eran la mejor preparación para un sistema político copiado de Estados Unidos con una vida política diferentísima a la de nuestros tatarabuelos de nuestros bisabuelos sin la menor idea de la democracia.

Jesús Gómez Fregoso, historiador y catedrático de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.22 del periódico Público del 18 de enero de 2008).


Actualmente la vida política está centrada en las instituciones, olvidando la parte esencial de la democracia, que son los ciudadanos.

Los expertos, March y Olsen, expresan que una verdadera democracia debe contar con lo que ellos han descrito como: Una ciudadanía plena. Para estos estudiosos, votar no basta, es necesario avanzar hacia la ciudadanía completa que se da cuando cada individuo tiene la posibilidad y la libertad de elegir con capacidad suficiente para hacerlo, es decir, el ciudadano requiere estar alimentado, tener salud y, claro: educación e información, para que el ciudadano pueda elegir, desde la forma de vida, hasta las maneras como quiere insertarse en el desarrollo social, político y económico, es decir, sea un ciudadano pleno. Y, si tiene lo anterior, se da entonces que esta elección es realizada con toda libertad: No antes. Luego, si estas son las condiciones para una ciudadanía plena, y sin ella no hay verdadera democracia, lo que existe en este país es un preámbulo de ciudadanía, luego, un esbozo de democracia, si bien uno, institucionalmente, muy delineado, aún trazos de lo que deberá ser; camino a transitar lo más pronto y mejor posible, so pena de perder tiempo, ritmo y paso, dando al traste con ésta, tan preciada, oportunidad.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de febrero de 2008).


Es verdad que la democracia no resuelve los problemas económicos y sociales. Pero esta democracia mexicana, en la que vimos "transmutar muchos símbolos y hábitos de la sociedad" ha servido, sobre todo, para mantener los desequilibrios sociales. Y eso lo piensa la gente que ve que arriba, muy arriba, y en otros cielos, se decide su vida.

Jorge Medina Viedas
(v.pág.15 del periódico Público del 10 de febrero de 2008).


Buena parte de la militancia perredista sabe de la vida. Por ejemplo, que ésta es condición de la experiencia. Y una de las cosas que han aprendido en su rodaje por los santuarios partidistas y de la política, es que con la democracia se logra poco. Han descubierto, para su sorpresa, que los ciudadanos distribuyen el poder a su antojo.

Pueden haber llegado a conclusiones semejantes, luego de observar que las democracias avanzadas, incluida la inglesa o la francesa, o la sueca o la suiza, tienen un límite: la vida de la gente, en muchos sentidos, termina volviéndose monótona.

De modo que una perspectiva así para su partido y para la sociedad que ellos se imaginan construir, no les llama demasiado la atención. Es por ello que por ahora le dedican poco tiempo a ejercerla. Me refiero a la democracia y a su catálogo de normas jurídicas pero también morales, si se vale.

Jorge Medina Viedas
(v.pág.15 del periódico Público del 16 de marzo de 2008).


Me pregunto qué diría Jesús Reyes Heroles de lo que pasa hoy en nuestra vida pública y qué balance haría de la democracia mexicana. Creo que diría: "Ya está claro que la democracia no arregla nada, salvo lo que arregla la democracia".

Y yo pensaría que tiene razón. La democracia, dice el alcalde de Güemes, sirve para lo que sirve, para lo demás no sirve. Digo esto porque se ha puesto de moda el desencanto con la democracia, la mayor parte del cual es porque se pide de la democracia cosas que la democracia no da: crecimiento económico, empleo, equidad social. La democracia no da eso. Da libertades públicas y competencia política, y es bastante.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Público del 17 de marzo de 2008).


Los medios de la democracia son pobres ante las estrategias de facto ("desestabilización", "insurrección", "golpe de estado", todas palabras excesivas para describir lo que sucede en México). Pero son los únicos medios que tienen los demócratas.

Son armas débiles en el corto plazo, pero hablan por lo que el país quiere y debe ser: son el futuro. A la minoría que obstruye el congreso debe vencérsele con el ejercicio de las reglas democráticas.

Que las mayorías del congreso no estén dispuestas, por ejemplo, a pedir la fuerza pública para ordenar su casa, es una debilidad democrática de la mayoría: falta de fe en el poder político de la ley, más allá de sus costos inmediatos.

A las mayorías del congreso no les falta valor, les falta convicción democrática. Son parte del mundo que impone la minoría, el mundo de la política dispuesto a negociar por fuera de las reglas de la democracia, porque "la política es así", como la aprendimos todos en la era del PRI.

Efectivamente, buena parte de la política es todavía "así", como la dejó el PRI. Y corregida y mejorada en algunas zonas, la sindical por ejemplo. Pero es la política de la que queremos salir todos, incluso el PRI.

¿Cómo? Mediante el ejercicio de los ingenuos medios democráticos. Por ejemplo: que la mayoría del congreso legisle con su mayoría, ordene su casa, gane el pleito de la opinión pública..

Eso no arregla nada, se dice, porque a la minoría obstruyente la tienen sin cuidado las elecciones y los medios. Bien, pero a los demócratas, no. Los demócratas saben, o deberían saber, que las elecciones llegarán y ahí los votantes ajustarán cuentas con todos, minorías y mayorías.

No hay que engañarse: la fuerza que la minoría exhibe hoy es la que le han dado los electores, no la que les da la calle.

La minoría obstruyente no tiene una fuerza por fuera de lo que ha ganado en la democracia, y que ahora usa contra ella. Su fuerza está en las redes de poder, las clientelas y presupuestos de partidos y gobiernos democráticamente elegidos.

Sin la democracia que la ha encumbrado, esa minoría sería muy poco, porque no es sino la beneficiaria del juego democrático cuya legitimidad objeta y cuyo funcionamiento quiere obstruir.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Público del 25 de abril de 2008).


El nacionalismo es la cultura de los ignorantes, una entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo, que hace de la pertenencia a una abstracción colectivista -la nación- el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo. Si hay un continente donde el nacionalismo ha hecho estragos, es América Latina. Esa fue la ideología en que vistieron sus atropellos y exacciones todos los caudillos que nos desangraron en guerras internas y externas, el pretexto que sirvió para dilapidar cuantiosos recursos en armamentos (lo que permitió las grandes corrupciones) y el obstáculo principal para la integración económica y política de los países latinoamericanos.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de mayo de 2008).


Madame de Stael, que fue una de las guillotinadas en la época del terror de la Revolución Francesa, describió muy bien la actitud de los extremistas de izquierda en un ensayo denominado "Del Espíritu de Partido" en el año de 1796: "No oyen, no ven ni comprenden: con 2 o 3 razones hacen frente a todas las objeciones, y cuando han agotado sus argumentos, no saben ya sino recurrir a la represión... prefieren caer arrastrando a sus enemigos, que triunfar con alguno de ellos. Para el espíritu del partido, no hay sino guerra". Su radicalismo político está caracterizado por la intolerancia, el dogmatismo y el fundamentalismo. Ceder terreno significa para ellos claudicar a sus principios.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de julio de 2008).


Sostener, a rajatabla, la veracidad axiomática del aforisma clásico "Vox pópuli, vox dei" (la voz del pueblo es la voz de Dios), raya, a veces, en la blasfemia. El perentorio "Crucificadle" de las turbas, en Jesusalén, en alusión al predicador acusado, precisamente, de blasfemia, sería el ejemplo perfecto. ¿Cómo podía sostenerse, en ese y en muchos otros casos en que los hechos dan la razón a Hegel cuando afirmaba que "El pueblo es aquella parte del estado que no sabe lo que quiere" y a Thomas Fuller cuando sostenía que "Las muchedumbres tienen muchas cabezas pero poco cerebro", que detrás del alarido de la plebe inculta, carente de elementos de juicio para pronunciarse acerca de temas trascendentales, puede estar nada menos que la voz de Dios?

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 30 de julio de 2008).


Una pregunta reiterada desde tiempos inmemoriales, es: ¿De qué me sirve la libertad, cuando mi estómago tiene hambre y mis hijos no tienen lo indispensable para desarrollarse y conformar una familia?

La filosofía y el pragmatismo no necesariamente están peleados, pero no siempre pueden caminar a la par, sobre todo cuando nos falta disciplina, fortaleza y certidumbre para llevar a cabo las tareas que nos corresponden, porque con el pretexto de la libertad podemos argumentar que si queremos trabajamos o estudiamos, y si no, nos dedicamos a grafitear paredes o hacer nada, lo que dará como resultado un delincuente y una sociedad podrida.

La mano dura mostrada por el Gobierno de China es una muestra clara de que no hay unanimidad en cuanto al quehacer político, pero aquí preferimos que nuestra universidad nacional permanezca un año cerrada en manos de delincuentes, o que un puñado de campesinos impidan la construcción de un aeropuerto, después de millones de pesos de inversión en todos los estudios necesarios, ¿ésa será la libertad?

"El famoso tigre asiático ya no duerme, ahora sirve de ejemplo económico, científico, cultural, educativo y disciplina de estado y social", lo que no es poco, ni fácil de emular, pero que seguramente con trabajo y empeño se puede conseguir. Los mexicanos no somos, ni tenemos menos que los chinos, así es que lo único que nos hace falta es un líder como el que ellos han tenido y mantienen fresco en una visión digna de admirarse.

Cuauhtémoc Cisneros Madrid, presidente de Comunicación Cultural, A.C., Asociación de Periodistas de Prensa, Radio y Televisión
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de agosto de 2008).


Tessagy Agetro, el politólogo húngaro de moda hoy en Europa, propone una tesis en su libro más reciente, "Democracia popular" (Editorial Tollelege, Barcelona, marzo 2008), afirma que todo gobierno, aun el más popular, es por esencia aristocrático, pues se basa en la existencia de un pequeño grupo de hombres y mujeres con vocación política y capaces de ejercer autoridad. Esos pocos, añade, suelen tener mucho, ya sea en poder, en dinero o en educación. (En este último rubro la excepción es México). Su posición de privilegio hace nacer para esos "pocos mucho" una responsabilidad: la de gobernar en bien de los "muchos poco", es decir del pueblo, de los sin nombre, de los sin voz, de los sin rostro; ésos que tienen poco de todo: poco poder, poco dinero, poca educación. La buena política es, entonces, la más alta forma de altruismo. Se opone a la mala política -o politiquería- que es egoísmo pedestre, bajuna forma de medro personal. El político que no piensa en los demás es, por lo tanto, un mal político. La democracia, moderna forma de la aristocracia, debe ser entonces popular, es decir tendiente al bien del pueblo, no populista, que es sometimiento del pueblo por medio de la adulación.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico El Siglo de Durango del 16 de octubre de 2008).


El puesto más alto en una democracia no es el de presidente, sino el de ciudadano.

Juez Louis Brandeis
(v.pág.4 de la edición internacional de la revista Time del 17 de noviembre de 2008).


El 61% de los mexicanos encuestados contestó que "no le importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si pudiera resolver los problemas económicos". En cambio en Venezuela y Bolivia "países con agudos problemas sociales y políticos" sólo 39% de los encuestados contestaron lo mismo, según el Informe Latinobarómetro 2008 publicado hace unos cuantos días. Para pensar en la calidad de nuestra democracia.

Samuel García
(v.pág.36 del periódico Público del 5 de diciembre de 2008).


Leí el más reciente libro de Edmundo González Llaca. En él nos habla del perfil que debe tener el ciudadano en una democracia. Ha ser racional, tolerante, abierto al diálogo, participativo. Y añade Edmundo otras 2 notas que no suelen citarse en otros retratos semejantes. El buen ciudadano debe tener fraternidad, "un sentimiento personal que le otorga a la democracia no únicamente un carácter humanista, sino una superioridad moral, que es un patrimonio de toda la sociedad". Pero además el ciudadano integral ha de saber reír. El sentido del humor, dice González Llaca, "democratiza los asuntos públicos porque los hace comprensibles, interesantes... Da ligereza, colabora a la tolerancia... atempera las relaciones y obliga a revisar con alegría todo aquello que nos separa y nos divide... Motiva a la autocrítica, tan necesaria en la democracia... Promueve la racionalidad y la calidad del debate democrático... Va contra la descalificación burda, la ofensa simple... Nos demuestra que la vida es más grande que los sistemas políticos, que hay otros valores humanos que son los que deben imperar: la espontaneidad, la cortesía, la fraternidad, la seducción, la alegría; la aventura mágica de las relaciones humanas... Es el mejor antídoto contra la pasividad, el dogmatismo la intolerancia y la tontería... Fomentemos el verdadero sentido del humor, aquel que, según Dickens, estimula la risa, pero también la introspección y, sobre todo, la piedad, la ternura y la compasión a favor de los que sufren...". Palabras bien sentidas y bien dichas éstas de González Llaca.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico El Siglo de Durango del 8 de enero de 2009).


La idea de la democracia, dentro de un esquema republicano, es que todos puedan votar y ser votados; porque existen las ideas de la libertad e igualdad, una conciencia colectiva en torno a que lo más importante son los intereses de la república, y que la lucha por la representación es en el sentido de quién puede ser el mejor para resolver las necesidades o problemas sociales.

Por lo anterior, la elección de los gobernantes o de quienes serán los administradores del estado, se realiza en el entendido de que el bien supremo es la república, el estado o la nación, ya que las personas, grupos, clases o partidos políticos, son agrupaciones o segmentos del todo; entonces, cuando los gobernantes realizan sus funciones, es hacia el bienestar general o para que la república, o todos, encuentren un bien común o justicia social.

José de Jesús Covarrubias Dueñas
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 4 de marzo de 2009).


Los mexicanos hemos inventado un recurso para usarlo cuando una elección se torna peligrosa. Ese recurso se llama "caída del sistema". Lo acaba de usar el PRD, aunque en su caso el recurso no se llama "deus ex máchina": se llama sencillamente "cochinero". Yo tengo una tesis de política. Las derechas manejan muy bien la teoría, y fracasan en el terreno de la práctica. Las izquierdas, en cambio, son pragmáticas, y las teorías les importan una pura y celestila ingada, si me es permitida esa ática expresión. En general -no siempre- las derechas buscan aplicar principios éticos a la política, y muchas veces chocan frontalmente con una realidad en que la axiología no tiene cabida, siendo que debería tener cabida en todo. Las izquierdas, en cambio, actúan con absoluto pragmatismo. Para ellas el fin justifica los medios, y no vacilan en aplicar ninguno que los ayude a conseguir el poder, y a mantenerlo. La tesis que propongo explicaría las fallas que ha demostrado el PAN en el ejercicio del poder, por su falta de práctica, y explicaría también la ausencia de ética y legalidad en algunas acciones del PRD, por su despego de nociones teóricas pertenecientes al campo de los valores.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico El Siglo de Durango del 19 de marzo de 2009).


He estado viendo unos spots en la televisión, en que varios ciudadanos del pueblo piden a la gente que le "piense a fondo" y vote.

En principio la idea de que la democracia crezca es excelente, pero es ingenuo pensar que una persona, que mal sabe leer y escribir, que no se interesa por la política ni sabe nada de ésta, pueda, después de "pensar a fondo", salir con una buena decisión para ejercer su voto.

Para poder esperar de una persona sin preparación un voto inteligente se necesita educación, y que dicha persona se interese por la política. La gente en México no lee.

En ese sentido, la democracia en cualquier país es un absurdo.

Eduardo Palomar Lever
(v.pág.10 "Cartas del lector" del periódico Mural del 9 de abril de 2009).


La democracia es el sistema político que institucionaliza la desconfianza en los líderes y la vigilancia sobre ellos por distintos medios.

Fernando Savater
(Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, Ariel, 2007).


Acabo de leer 2 textos de José Saramago, premio Nobel de Literatura, sobre la formación de los jóvenes, en donde llama la atención a las universidades, a ver si quieren, a ver si pueden contribuir a la reinvención de la democracia.

Los textos se pueden leer completos en su blog "El cuaderno de Saramago" ("Formación 1 y 2"), pero me impactó sobre todo una frase que aquí presento: "Lo que llamamos democracia comienza a parecerse tristemente al paño solemne que cubre el féretro donde ya está descomponiéndose el cadáver. Reinventemos, pues, la democracia, antes de que sea demasiado tarde". El escritor portugués, como en "Ensayo sobre la lucidez", no se refiere a una ciudad o a un país. Queda claro que la descomposición de la democracia es mundial.

Pero al escribir "reinventemos" se incluye como responsable, y de manera tácita le concede lo que es para muchos un consenso: la forma de gobierno más viable.

Y dijo reinventar, no resucitar. Habría que agregar la ceremonia del entierro de lo que concebimos hasta hoy como democracia, por obra y gracia de una clase política que no ha hecho otra cosa que acabar con ella, desconocerla, adulterarla, prostituirla, manosearla, manipularla, desgastarla, carcomerla.

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de junio de 2009).


Lo razonado se enfatiza a manera de una invitación al aire pues sea o no sea razonado, el voto, la marca en la boleta, cuenta igual si es razonado por el emisor ciudadano o es mera intuición, volado o a dónde caiga a la mera hora. Es un poco inútil exhortar al voto razonado pues el voto irracional o impensado cuenta igual: un voto. Sin embargo, parece una obligación moral de los partidos políticos insistirle al ciudadano que piense bien lo qué va a hacer con su voto, pues el triunfador gana el poder y quien tiene poder inicia proyectos, toma decisiones y gobierna a todos. Lo que no dicen a la hora de la invitación es que votar, de manera razonada o no, equivale en los hechos a dar un cheque en blanco al ganador.

Miguel Bazdresch Parada
(v.pág.15 del periódico Público del 28 de junio de 2009).


Saramago es uno de los autores más críticos de la situación actual de la democracia, y es sobre todo una de las voces más controvertidas en estos momentos.

Durante una dentrevista, le dijo a Jorge Halperín: "Todo se discute en este mundo, excepto una cosa: no se discute la democracia. Porque parece que se parte del principio de que la democracia está ahí, y por tanto no vale la pena reflexionar sobre esto. Y yo creo que hoy se está necesitando un debate mundial sobre democracia, y quizá si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que esto que estamos viviendo y que llamamos democracia, no lo es".

Sí, es cierto que uno de los temas fundamentales que nos ocupa como sociedad es la discusión de la democracia. Tal vez, la novela más importante de Saramago sobre este tema es precisamente Ensayo sobre la lucidez, en la cual se habla de un país en el que la gente decide ir a votar para anular su boleta. Cuando el gobierno se percata de que el 70% de los votos están en blanco, decide convocar a nuevas elecciones. Sin embargo, los nuevos resultados son más alarmantes, pues ahora el 80% de los electores decidió anular su voto.

Ante esta situación, el gobierno entonces decide sitiar la ciudad e investigar la causa de estos resultados. "¿Se trata de una conjura internacional, de un grupo de anarquistas?", se preguntan los gobernantes. La primera medida consiste en imponer un estado de sitio para investigar este hecho tan insólito. Pero más adelante, el gabinete decide que el gobierno se retire junto con el ejército y la policía a otra ciudad.

Cuando esta novela apareció, muchos críticos la calificaron de "inquietante" porque sin duda es una crítica sumamente desencantada acerca de las democracias actuales. Como el propio autor lo manifestó en una entrevista en la que explicó lo que ocurrió en su novela: "la gente perdió la paciencia. Elecciones, elecciones y elecciones... y nada cambia. Ahora está la paradoja de gobiernos de izquierda que hacen política de derecha".

Sin duda, mucho de lo que dice Saramago es muy cierto. Por ejemplo, cuando presentó su novela, dijo con cierta tristeza: "Podemos quitar a un gobierno y poner a otro en su lugar, pero no podemos hacer otra cosa... El poder real está en otro lado. Fundamentalmente, en el poder económico, que como todos sabemos no es democrático".

A diferencia de la novela de Saramago, los políticos no se irán de la ciudad si reciben muchos votos nulos. Por el contrario, los votos nulos no podrán modificar la relación de fuerzas en el congreso.

Guadalupe Loaeza
(v.pág.5 del periódico Mural del 2 de julio de 2009).


En una república el talento es siempre sospechoso. Un hombre logra allí únicamente un gran puesto cuando su mediocridad le impide ser una amenaza para los demás. Y por esta razón una democracia no es nunca gobernada por los más competentes, sino por aquellos cuya insignificancia no puede despertar recelos en nadie. ¿Sabéis cuál es el cáncer de la democracia? Es la envidia y el miedo. Esos pequeños oficinistas tienen miedo de cualquiera de sus iguales, y antes que consentir en que uno de ellos gane reputación le impedirán tomar una medida de la cual pueda depender la salvación o la prosperidad del estado; y tienen miedo porque saben que en torno suyo no hay más que hombres que no se detendrían ni en la calumnia ni en la intriga para ponerles trabas a ellos mismos. ¿El resultado? El resultado es que se encuentran siempre más temerosos de hacer el mal que celosos de hacer el bien. Dice el refrán que los perros no comen perros; el que inventó este dicho no había vivido bajo un gobierno democrático.

Un príncipe tiene en cambio libertad para escoger a los hombres que han de rodearle con arreglo a su capacidad. No tiene que dar un puesto a un incapaz únicamente porque necesita de su influencia o porque tiene detrás un partido cuyos servicios han de pagarse. No tiene que temer a rivales porque está por encima de toda rivalidad; por esto en lugar de favorecerle la mediocridad, médula y ruina de la democracia, buscará talento, energía, iniciativa e inteligencia.

W.Somerset Maugham
("Entonces y ahora").


Hay una relación estrechísima entre la democracia y el libre mercado. El consumidor exigente y el votante juicioso van de la mano. Ambos tienen no sólo plena conciencia de sus derechos sino que están dispuestos a defenderlos en todo tiempo y en todo lugar. El ciudadano de las sociedades industriales avanzadas es, de tal manera, un individuo con prerrogativas extendidas que abarcan desde la facultad de decidir qué compra -y dónde lo compra- hasta la potestad soberana de nombrar a sus gobernantes. Estamos hablando de una persona que tiene la posibilidad de elegir: prefiere algunos productos y descarta otros, otorga un voto de confianza a una agrupación política y castiga a la que no le ha dado los resultados que esperaba, contrata servicios por un tiempo determinado y los cancela si ya no los necesita, etc. Cada una de estas acciones significa un saludable ejercicio de libertad en un entorno de feroz competencia: mercaderes y políticos buscan afanosamente los favores de un votante-consumidor que se deja cortejar. No es, tal vez, el mejor de los mundos, pero es el menos malo de los modelos.

No debe de extrañarnos, por lo tanto, que en los países avasallados por regímenes autoritarios o poco democráticos el ciudadano sea también un consumidor con facultades muy limitadas. La ficción colectivista, al decretar la extinción del lucro y la propiedad privada, restringió tajantemente los derechos del comprador, por no hablar de sus prerrogativas en el ámbito de la política: el estado, autoridad suprema, determinaría qué bienes y servicios debía consumir el individuo y, naturalmente, no le iba a otorgar siquiera la posibilidad de elegir a sus representantes en el gobierno. Se cerraba así un círculo de aplastantes restricciones a la soberanía individual justificado, oficialmente, por la imperiosa necesidad de sacrificar los impulsos de la persona -necesariamente espurios en tanto que perseguían un beneficio particular- en el altar del bienestar colectivo. Al final, todos se empobrecieron radicalmente excepto aquellos que frecuentaban los altos círculos del poder político: nunca, señoras y señores, han debido las elites de ningún sistema afrontar las penurias cotidianas del ciudadano de a pie.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 18 de octubre de 2009).


La transformación de los sistemas políticos no sólo depende de causas exteriores, depende más de las interiores y el estado social debe lograr su transformación por medio de un pueblo culto, que es un pueblo libre; un pueblo salvaje es un pueblo esclavo y un pueblo instruido a la ligera (a paso de carga) es ingobernable.

José de Jesús Covarrubias Dueñas
(v.pág.18-A del periódico El Informador del 23 de noviembre de 2009).


En medio de una crisis política que amenazaba con salirse de madre, llegamos, en 1996, a las reformas que crearon las instituciones democráticas llamadas de tercer generación y que permitieron el tránsito pacífico de este país a la democracia. Hoy esas instituciones viven serios problemas de credibilidad.

En el libro México, una democracia vulnerada, Alberto Aziz Nassif y Jorge Alonso Sánchez revisan de manera exhaustiva y puntual dos temas: por qué las democracias en todo el mundo están entrando a una crisis de credibilidad, y por lo tanto de operatividad, y qué pasó en la elección de 2006 separando, con la luz que da la distancia temporal, el trigo de la paja.

A diferencia del planteamiento de los 70 y 80 hoy en día ya no se puede hablar de democracia sin adjetivarla, o al menos darle contenido. Qué sentido tiene una democracia sin justicia, una democracia que excluye, que no genera igualdad de oportunidades y por lo mismo de capacidades de decisión. Los mexicanos llegamos tarde a la fiesta de la democracia. No llegamos siquiera a la borrachera del fin de la fiesta, sino a la cruda del día siguiente. Fue tan larga la batalla que no entendimos que la democracia no era un fin en sí mismo, un mecanismo de acceso civilizado al poder (que Aziz y Alonso resumen en una frase: "pasamos de un sistema de partido hegemónico a un sistema hegemónico de partidos") sino un medio para generar mejores condiciones de vida.

Como cada sexenio otra vez estamos a punto de entrar a una reforma política en la que los partidos van a discutir, una vez más, las reglas de acceso al poder, pero no está en la agenda ni el proyecto de país, ni la discusión central de qué democracia queremos y necesitamos, con qué adjetivos, matices y énfasis, para su construcción.

Diego Petersen Farah
(v.pág.3 del periódico Público del 4 de diciembre de 2009).


El apoyo a la democracia en el país disminuyó 9 puntos en 2009, comparado con el promedio de respaldo en el periodo de 1995 a la fecha, que fue de 51%, según el estudio de opinión pública que anualmente elabora la Corporación Latinbarómetro.

El apoyo de los mexicanos al sistema democrático fue de 54% en 2006, 48% en 2007 y 43% en 2008.

(V.pág.21-A del periódico El Informador del 12 de diciembre de 2009).


México es un país del continente Americano que cuenta con 105 millones de habitantes y 20 millones más en Estados Unidos y los cuales se componen de 80% de mestizos, 10% indígenas puros y 10% de criollos. El resto de los países en Latinoamérica se componen casi en porcentajes iguales y varios de ellos sufren actualmente de gobernantes mal llamados de izquierda y seudo demócratas, como son: Nicaragua, Bolivia, Argentina, Ecuador, Paraguay, Venezuela y ahora también Uruguay y que están llevando a sus naciones rápida o paulatinamente al caos y la anarquía. Estos gobernantes, como Evo, Kirchner, Chávez, Correa, Ortega, etc., han obtenido elecciones mayoritarias basadas en los votos de las chusmas o nacos (gente soez, improductivas sin cualidades intelectuales y morales y fáciles de manipular y engañar) y que ya en estos países y en México suman más de 50% de los electores.

Bien decía Montesquieu uno de los padres de la democracia junto con Diderot, Rousseau, Voltaire, Locke y Newton en sus libros de la Ilustración en 1770 que había que otorgar el voto a los ciudadanos de un país para elegir a los gobernantes que les convenía, pero no permitir que las chusmas o nacos lo hicieran pues estas gentes sin ser 100% culpables de su status social propiciaban las llegadas al poder de individuos que los habían manipulado y engañado y que lograban a través de sus votos convertirse en dictadores despóticos, que sin leyes que los controlen y de acuerdo sólo a su voluntad y caprichos gobiernan a una nación sumisa gracias a que usan el principio del miedo para regir.

Para el 2012 este es el caso de Andrés Manuel López Obrador en México, quien aprovechando el desastre provocado por la estupidez e ineptitud del PAN, en materia económica, educacional y de seguridad entre otras, y secundado por el PRI y PVEM, ve la puerta abierta para que engañado y manipulado como él sabe hacerlo a los 40 millones de nacos que votan en México, logre por fin su ambición de ser presidente y provocar con eso, la anarquía, el caos y la quiebra (ahora sí) final de este país, pues él y sus compinches van a ser cien veces peores que el PRI, PAN y PVEM juntos.

Juan Lions Posada
(v.pág.18 "correo" del periódico Público del 18 de diciembre de 2009).


En el Museo Regional de Guadalajara se llevaría a cabo el foro ¿Qué le falta a la reforma política (palabras tachadas) democracia?, donde diversas asociaciones (principalmente del movimiento del voto nulo) y teóricos emitieron sus opiniones sobre la reforma política planteada por el presidente de la república, Felipe Calderón. La justificación de la reforma es darle mayor poder a los ciudadanos en las decisiones del gobierno, tesis cuestionada, pues ayer se vaticinó que sólo servirá para afianzar el poder de los partidos y mermar la participación ciudadana.

Entre los ponentes se encontraba el académico Jorge Ceja Martínez, quien cuestionó la utilización de la palabra democracia para referirse al sistema de gobierno mexicano: "Así como el socialismo que existe no es socialismo, la democracia que existe no es democracia", dijo al citar a un autor inaudible para los espectadores de hasta atrás de la capilla.

Una conclusión provino de la historiadora Elisa Cárdenas Ayala, quien convino con otros en que el concepto de la democracia no es obsoleto, "pero no tenemos otro" (en referencia al régimen político mexicano que acaso usurpa ese nombre). Ella depositó sus esperanzas en que algún gran pensador futuro genere un concepto nuevo: la "algocracia", que no descartó que emerja de las masas.

(V.pág.10 del periódico Público del 18 de diciembre de 2010).


La discusión sobre la reforma institucional que ha sido objeto de debates, artículos, de iniciativas, desplegados y uno que otro despistado deslinde empieza a centrarse en puntos esenciales: reelección, referéndum, segunda vuelta y candidaturas independientes. Pero a partir de la llamada iniciativa Peña Nieto empieza el debate sobre lo deseable o no de mayorías presidenciales en el congreso. Propongo 3 tesis inevitables.

1a. Escoger entre un congreso fiel reflejo del sentir político nacional o uno donde se generen mayorías entre 3 fuerzas, como es el nuestro, es una disyuntiva polar: o se quieren mayorías o se quiere fiel representación proporcional. Ambas tienen ventajas e inconvenientes. La proporcionalidad perfecta como proponen el PRD y algunos analistas, inspirada en el modelo alemán, parece más democrática y sí permite la plena expresión de las minorías. Su desventaja es, como lo vemos en México, la parálisis. La generación de mayorías tiene la ventaja de la gobernabilidad y da al presidente una mayoría al menos 3 años para poner en práctica su programa. Su inconveniente radica en la sobrerrepresentación, que puede ser excesiva y con el riesgo de borrar minorías. Hay que optar: he optado por el sistema mayoritario desde mi libro Somos Muchos en 2004, y en particular en el ensayo con Aguilar Camín que publicamos en Nexos. Las posturas no son conciliables, se pueden atemperar pero no compatibilizar.

2a. Ni la proporcionalidad perfecta ni el sistema mayoritario son válidos para todos los países todo el tiempo. Depende de cada país en cada coyuntura. En Alemania la proporcionalidad perfecta ha funcionado porque ha existido un amplio consenso a lo largo de estos 5 años entre los principales partidos. En Francia, en los 80 cuando Mitterrand la restableció, no dio resultados. Para México hoy me parece preferible el sistema mayoritario, eso no quiere decir que sea permanentemente idóneo, ni para este país ni para otros. La razón es que el país requiere de capacidad de decisión. Las mayorías se pueden lograr mediante segunda vuelta en las elecciones legislativas o eliminando el candado de sobrerrepresentación y/o restableciendo la cláusula de gobernabilidad o alineando las elecciones legislativas con las presidenciales -propuestas ya adelantas por Aguilar Camín y por mí. Todas tienen ventajas y desventajas. Todas logran más o menos el mismo objetivo.

3a. Es la más importante y consiste en ubicar el momento del país. No comparto con quienes argumentan que ya tuvimos un sistema mayoritario bajo el PRI. Nunca existió un sistema mayoritario democrático, sí existió un sistema autoritario con mayorías automáticas e impuestas, y que nada tiene que ver con lo que se propone ahora. Otros argumentan que ya existe ese sistema mayoritario en los estados. También es falso. Si tomamos el caso del PRI, es cierto que en 12 de los estados donde gobierna posee mayoría absoluta en la legislatura local. Pero esas legislaturas carecen por completo del famoso "power of the purse": no recaudan ni asignan presupuesto. El dinero sustantivo viene todo del centro; y lo que no viene programado, los gobernadores lo reparten a su antojo. De tal suerte que ese sistema tampoco equivale a una democracia de mayorías donde el congreso tiene dientes y poder.

Si México nunca ha vivido un sistema mayoritario democrático, tampoco jamás ha necesitado tanto de reformas económicas, sociales, culturales, políticas, educativas y de seguridad de la envergadura como las que se requieren hoy. El país tiene un gran futuro sólo con reformas de gran calado. Por eso, hoy en día, se necesita un sistema que dé al Presidente la posibilidad de aplicar el programa por el cual fue electo, y que puede ser rectificado en elecciones de medio periodo si así quieren los ciudadanos. Entiendo la preferencia de otros por el empate tripartidista. No entiendo a quienes buscan conciliar ambos sistemas, ni a quienes evitan escoger entre ellos.

Jorge G.Castañeda
(v.pág.6 del periódico Mural del 25 de marzo de 2010).


No puede haber una real laicidad sin una democracia constitucional y una democracia, para ser tal de manera cabal, requiere ser laica.

Roberto J.Blancarte
(El Estado Laico).


La democracia es un sistema que permite a la gente elegir a sus propios sinvergüenzas.

Doug Larson


Reyes de tribus africanas, cada uno con su indumentaria fantástica. La mayoría ejercía un poder simbólico y religioso, pero no político. En algunos casos su salud y fertilidad representaban la salud y fertilidad del pueblo y la tierra y, por lo mismo, lo despachaban de un machetazo apenas se enfermaba o envejecía, a menos que tuviera la delicadeza de suicidarse. En cierta tribu el rey sólo duraba siete años en el trono; luego lo enviaban a mejor vida y su sucesor se comía su hígado.

[¿Y presumimos de estar más adelantados que los africanos? - pregunta el webmaster.]

Isabel Allende
("La suma de los días". Ed.Random House Mondadori, S.A.de C.V. México 2010).


Sólo hay democracia si gano.

Máxima política mexicana.


Como están las cosas en el país, la tentación de centralizar todo y controlar a los niveles bajos de gobiernos es enorme, pero poco factible.

El pecado original están en el diseño institucional. Hicimos una arquitectura maravillosa, a imagen y semejanza del que era en ese momento el país más moderno del mundo, Estados Unidos de América, en una tradición centralista monárquica de la Nueva España. El federalismo mexicano ha sido más una buena intención que una realidad. Las 2 etapas de estabilidad en el país, el Porfiriato y el desarrollo estabilizador posrevolucionario fueron tiempos en los que se fortaleció un gobierno central y se aniquilaron las instituciones estatales. En su mejores épocas, Díaz tenía virreyes, y Carlos Salinas, el último emperador, quitó en su sexenio a 10 gobernadores "electos".

El otro gran tema es qué hacer con el municipio. El censo de 2010 nos dirá con claridad qué está pasando, pero podemos apostar que entre 80% y 90% están en franco decrecimiento poblacional y no tienen futuro económico. Los que están creciendo están en zonas metropolitanas en las que la figura del municipio es un estorbo para el desarrollo. Tenemos pues municipios pobres y despoblados, o sobrepoblados e incapaces financiera y estructuralmente de dar soluciones a las necesidades de una gran ciudad.

Lo que es incontrovertible es que el diseño institucional que tenemos no está funcionando. El gobierno federal no tiene capacidad de proponer una visión de país en estados que van por su hebra, y los municipios tienen todas las atribuciones, desde la seguridad hasta el desarrollo, pero ninguna capacidad de ejercerla.

Hacer 32 policías estatales en lugar de 3,000 municipales, concentrar la organización de las elecciones o construir estructuras administrativas metropolitanas no va a resolver el problema de fondo. O hacemos una verdadera reforma hacia un país central, lo que a estas alturas del partido es imposible, o hacemos una reforma a nuestro sistema federal para reconstruir el país desde los municipios. Esto implica rehacer el mapa municipal, reducir el número de municipios y darles las atribuciones y la fuerza para generar sus propios recursos para operar la seguridad, la educación, el desarrollo económico.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2010).


Bajo ninguna tiranía desearía vivir, pero puestos a escoger detestaría menos la de uno solo que la de muchos: un déspota tiene siempre algún momento bueno; una asamblea de déspotas no lo tiene jamás.

François-Marie Arouet Voltaire


La democracia es un mecanismo que regula el acceso al poder (es fuente de legitimidad) y el ejercicio del poder (es fuente de legalidad), pero que no resuelve otros problemas que también son importantes, entre ellos la equidad social, la seguridad pública y el crecimiento económico.

Carlos Tello Díaz
(v.pág.22 del periódico Público del 16 de julio de 2010).


No sólo no sabemos bien cómo funciona la democracia, sino que sabemos muy bien cómo hacer que no funcione.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 24 de julio de 2010).


La democracia no será alcanzada hasta que cada mexicano capaz de votar se presente libre, desprendido, educado e informado a las urnas y elija entre sus iguales quién lo gobernará.

Juan María Naveja Diebold
(v.pág.17 del periódico Público del 17 de septiembre de 2010).


El siglo XIX vio surgir repúblicas sin republicanos, vio emerger logrados textos constitucionales que se inspiraron en las luchas independentistas de Estados Unidos y de Francia, pero que no se tradujeron en instituciones capaces de asegurar los derechos enunciados. Y, la voz de quienes desde el pueblo respondieron al llamado a gritos de independencia, no fue recogida por quienes gobernaron las primeras naciones independientes.

Las ideas emancipadoras de la revolución de la Unión Americana y de la Revolución Francesa, influenciaron las ideas independentistas de esta nuestra América. Empero, estas primeras independencias registradas en la memoria latinoamericana fueron copadas por criollos ilustrados que luego se convertirían en elites dirigentes.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.17 del periódico Público del 17 de septiembre de 2010).


Luego de 2 siglos, algo menos, de vida republicana, México es un país formalmente democrático: se celebran elecciones libres, hay alternancia en el poder, 3 distintos partidos políticos gobiernan en diferentes puntos del territorio, etc., etc. Pero esta realidad no contenta a los mexicanos: para muchos de ellos, la democracia es un asunto vagamente menor y no significa, como uno pudiera esperar, una condición irrenunciable para el ejercicio de la vida pública. Es más, un número significativo de personas se acomoda perfectamente a la idea de un régimen autoritario. Con tal de que se resuelvan los problemas, esto es. Pareciera, justamente, que el actual sistema no sirve para arreglar las cosas y de ahí a desear que la varita mágica del totalitarismo se encargue de ponerlo todo en orden no hay más que un paso.

No le falta razón a quienes cuestionan la colosal ineficacia del aparato político. Lo primero que podemos constatar, aquí en México, es que nuestra democracia no ha servido para generar bienes públicos: no propicia un buen crecimiento económico, no garantiza servicios adecuados y derechos efectivos a los ciudadanos de a pie y, peor aún, no asegura siquiera que los mexicanos tengamos seguridad y justicia. En términos prácticos, no funciona. No sirve. ¿Para qué la queremos?

No es menor el riesgo que entraña esta apreciación. Porque, una vez que se desconoce el valor supremo de los principios democráticos, entonces se abre la puerta para que el caudillo déspota se cuele y ponga las patas en la mesa. La tentación autoritaria está siempre ahí y, en el mundo real, la comparten tanto Berlusconi como Chávez, Evo Morales, el tenebroso líder de Irán y la pareja presidencial argentina, por no hablar de los auténticos dictadores de Cuba y Corea del Norte.

¿Qué queremos, un Inegi a modo que maquille los resultados de la inflación, una abierta persecución del poder para acallar las voces opositoras, un banco central al servicio del señor presidente, una nueva casta de politicastros impunes protegidos por el jefe máximo, un mandatario que no le rinda cuentas a nadie y se ponga a dilapidar criminalmente los recursos de la nación en armamento inútil, un congreso avasallado por la figura presidencial donde se apruebe al vapor cualquier ocurrencia del mandamás, una prensa obsequiosa que no informe y que no critique...? Todo esto ocurre, en mayor o menor grado, donde se han eliminado las trabas y los candados que el sistema democrático impone a la actuación de los gobernantes. El problema es que, en México, esas limitaciones se han convertido en un recurso instantáneo a disposición de los opositores para practicar el más descarnado obstruccionismo. Y así, casi nadie puede hacer lo que quisiera hacer: a Ebrard le hacen falta 12,000 millones de pesos para dar el mantenimiento que necesita la capital: pues, la federación le suelta 4,000 y muchas gracias. Hacienda requiere de impuestos para solventar la crónica estrechez de las finanzas públicas: el PRI responde con la amenaza de recortar el IVA. No hablemos ya de una auténtica reforma fiscal o laboral o energética. El signo de la democracia mexicana es un NO gigantesco. ¿Policía nacional? No. ¿IVA universal reducido a 10%? No. ¿Rediseño institucional? No. ¿Inversión privada en Pemex? No. ¿Aeropuerto en Atenco? No. ¿Presa en La Parota? No. ¿Tratado de Libre Comercio de América del Norte? Bueno, lo acordó Salinas, cuando todavía se podían hacer trasformaciones de fondo en este país. Hoy, sería punto menos que imposible.

Estamos hablando, justamente, del gran reto de la democracia mexicana: preservar, como sistema, los valores de la sociedad abierta y, al mismo tiempo, lograr la generación de bienes públicos. Hasta ahora, somos formalmente democráticos pero el sistema no nos resulta beneficioso a los ciudadanos. Esta disyuntiva, creo yo, es el problema más grave que afronta México de cara al futuro.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 26 de septiembre de 2010).


La característica fundamental de nuestro sistema político es un presidente de la república dotado de facultades y de recursos ilimitados. Este hecho lo convierte fatalmente en el gran dispensadores de bienes y favores y aun de milagros. Y claro, que quien da sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y las mentadas sólo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 23 de octubre de 2010).


Sobre la democracia en México hay también abundante material, investigaciones y sesudos análisis que, sin embargo, no me han servido para entender qué clase de democracia es la de nuestro país. La hemos adjetivado de muchas formas: democracia inacabada, naciente, incipiente, inmadura, incompleta, en transición... en fin, pero la verdad es que no la encuentro. Porque no se puede decir que somos democráticos solamente porque después de décadas celebramos comicios en los que la gente sale a votar y se respeta el sufragio.

No la encuentro cuando nos enteramos de que los legisladores se ponen de acuerdo bajo la mesa luego de la suscripción de pactos que no tienen nada qué ver con los mexicanos a quienes representan; o en los estados, ejemplos como el de Jalisco son muestra de que la democracia está torcida. ¿Para qué los miles de millones de pesos que engordan los presupuestos de los órganos electorales cuyos consejeros, invariablemente, porque así están diseñadas las leyes, son elegidos por los partidos a través de sus diputados? ¿Para qué el rimbombante discurso que alienta el fortalecimiento de las instituciones? ¿Cuál representación popular? ¿En dónde está la defensa de los intereses ciudadanos que dicen encabezar alcaldes, gobernadores, el presidente y todos los legisladores, locales y federales?

No encuentro la democracia en México, no en la actitud, ni en la conducta y, por ende, tampoco en las decisiones. ¿En dónde están las acciones democráticas, entendidas como incluyentes, generosas, solidarias y equitativas, transparentes y ciertas?

Laura Castro Golarte
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 4 de diciembre de 2010).


Si uno sigue a Habermas todo estado democrático de derecho depende de su legitimidad y ésta no se puede fundamentar únicamente en la pura legalidad. Un estado democrático no puede esperar la obediencia ciega e incondicional porque no está conformado por súbditos sino por ciudadanos. Para Habermas, los actos de desobediencia civil son propios (y necesarios) de una sociedad democrática y son instrumentos correctores e innovadores en una democracia y pueden dar paso a leyes más justas.

Antulio Sánchez
(v.pág.40 del periódico Público del 14 de enero de 2011).


Lo que antes se llamaba pueblo, simple y llanamente, de repente, sin dejar de ser exactamente lo mismo, pasó a denominarse "sociedad civil". El resultado fue que, para algunos, acceder a esa denominación, sin mérito ni culpa de su parte, fue como haber recibido una transfusión de sangre azul. Los ayer plebeyos, venidos a más merced a su nueva etiqueta, asumieron, ipso facto, un protagonismo similar al que permitió a la canalla, en Francia, en 1789, derrocar a la monarquía, decapitar a los nobles e instaurar la República... El fenómeno, en dimensiones más modestas, se sigue reeditando en todo el mundo. México, con episodios como el de los comuneros de San Salvador Atenco que blandieron los machetes y frustraron el proyecto gubernamental de construir un nuevo aeropuerto para la capital del país..., y hasta Guadalajara, donde los vecinos sabotearon -valga el vocablo, a beneficio de inventario- la idea de construir un túnel por la avenida Vallarta, bajo la Glorieta Minerva, valen como botones de muestra.

El tema dio pie, la semana pasada, en el diario madrileño "El País", a un debate "sobre la radicalización del debate político en el mundo". En la medida en que el fenómeno de que el genio que alguien liberó se niega a volver a la lámpara, tiende, al parecer, a generalizarse, quizá sea válido el retrato hablado que el catedrático universitario José Ignacio Torreblanca hace de esas conductas: "Una política vociferante, reducida a eslóganes ("¡El pueblo / unido / jamás será vencido...!", vgr.), huérfana de argumentos y donde ni hechos ni datos cuentan, o bien son manipulados impunemente". Belén Barreiro, de la Fundación Alternativas, acrecienta: "La crispación es una estrategia que consiste en la escenificación diaria del desacuerdo político (...). No se trata de oponerse a todo, sino de elegir aquellos asuntos en los que el choque frontal permita debilitar al adversario". Por su parte, Ignacio Urquizu, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, advierte que "la dureza de los argumentos puede ser tal elevada, que algún perturbado se puede sentir legitimado para cometer una barbaridad" (magnicidios, atentados como los de las Torres Gemelas), y concluye que esas expresiones de fuerza, perpetradas por lo que con toda propiedad habría que llamar "la sociedad incivil", lejos de fortalece a la democracia, la debilita "puesto que el debate político se embrutece".

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 24 de enero de 2011).


En estos nuevos tiempos mediáticos aparece frecuentemente en el discurso público una palabra que, viniendo de bocas gobernantes, al oírse desconcierta: la "ingobernabilidad". Es la idea quejumbrosa que los agentes de gobierno no pueden funcionar en su ámbito, porque las condiciones necesarias no se dan por parte de la sociedad a la que se pretende gobernar.

Siendo relativamente nueva en el discurso público (ni pensar que antes se considerara) es una palabra "comodín". Favorece a que cada quien la use y la acomode según el sentido que le convenga frente a lo adverso que es su trabajo de ser gobierno; o frente a la incomodidad de reconocer la propia inhabilidad para cumplir sus promesas de campaña electoral. Un poco como acusando a causas ajenas, por la ineficacia propia. Como si el médico se quejara de la enfermedad que no deja curar al paciente. Se escuda tras las deudas heredadas de administraciones anteriores, de la falta de voluntad de otros órdenes de Gobierno o de las facciones partidarias contrarias o de la inseguridad generalizada; o de esto, o de aquello.

A la habilidad de gobernar también se le llama "gobernanza", que en algunos casos se usa y traduce también como gobernabilidad, pero la mayoría de las veces como el logro de una sociedad que se esfuerza por gobernarse a sí misma; una sociedad que se autogobierna. Por un lado se aplica crecientemente en el ámbito de las organizaciones civiles o las empresas privadas, refiriéndose a la evolución de formas institucionales que permiten mejorar la toma de decisiones, el seguimiento de compromisos y la rendición de cuentas ante los socios propios y la sociedad en general. Por otro lado se aplica a la misma sociedad civil que se auto-organiza ante sus autoridades para proveerse de bienes y servicios públicos que no son eficazmente brindados o protegidos por sus gobiernos.

Visto así, a los gobiernos democráticos actuales, la gobernanza les es prerrequisito para su gobernabilidad y, paradójicamente, choca frontalmente con la inercia de funcionarios públicos que siguen insistiendo por mantenerse en un gobierno jerárquico tradicional. Es importante no confundir que una cosa es querer gobernar obteniendo poder sobre otros, y otra lo que la sociedad requiera de él en cuanto no es capaz o permitida de cumplir por sí misma la satisfacción de sus deseos, necesidades, anhelos. La gobernanza se da en el grado de aceptación y complicidad que un pueblo acuerda vivir, formal o informalmente. Sin embargo, luego sucede que con los cambios del tiempo, como en las crisis o el devenir de nuevas generaciones, las personas ya no son las mismas ni tienen los mismos deseos o necesidades.

La sociedad, dicho sea, es producto de lo que deseamos, queremos, necesitamos. El gobierno, por lo contrario, lo es de nuestra escasez de mando ordenado. Se reconoce, entonces, que si la sociedad sana es una bendición para los humanos, un gobierno, en el mejor de los casos, es el mal necesario para compensar nuestros defectos, insuficiencias, inmadurez. Ambos surgen de nuestra propia naturaleza.

El Estado, entonces, luego surge para proteger los derechos individuales ante los abusos y las incorrecciones tanto de los gobernantes, como de la sociedad. El vínculo entre legitimidad y gobernabilidad se da en la capacidad del Estado para reformarse y conjugar muchos intereses diferentes con una flexibilidad oportuna.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 25 de enero de 2011).


No estoy abogando por suprimir las urnas y favorecer las protestas masivas y espontáneas como ruta para el cambio político. El poder del pueblo y para el pueblo, sólo puede operar a través de instituciones democráticas sólidas y eficientes, y no mediante el gritoneo en la plaza pública, en la que "a mar revuelto" ganan pescadores demagogos y poco escrupulosos.

Lo que sí quiero argumentar es el derecho que tenemos los ciudadanos de irrumpir en la escena pública y rescatar las instituciones que nos han sido secuestradas. Un sistema electoral que no ofrece opciones, que sólo sirve para legitimar (como en Túnez o Egipto) a las camarillas en el poder, es obsoleto y debe ser removido.

Es conveniente que comencemos a ver el tono y el contenido del tráfico en las redes sociales en el país. Los que participan en ellas no son la mayoría ni representan a todo el pueblo, pero nunca antes tantos mexicanos habían intercambiado tanta información y pareceres sobre su realidad o sobre el estado del país.

La conversación sustantiva ha comenzado a desplazarse de los medios tradicionales a las redes sociales; de los salones alfombrados a los foros cibernéticos. De allí a las calles, sólo hay un paso.

Jorge Zepeda Patterson
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 31 de enero de 2011).


Poncio Pilatos no encontraba culpa en Jesús, a quien habían llevado a su presencia para que lo juzgara. Con frases vagas respondía el reo a las acusaciones, y a las preguntas oponía un silencio empecinado. Algo tenía ese hombre que le daba semejanza a Dios. Era quizá la majestad que fluía de su cuerpo erguido frente al escarnio de la turba, o la suave dulzura con que veían sus ojos, o la serenidad con que afrontaba el riesgo de la muerte. Por eso, y porque su esposa le había dicho que vio en sueños la inocencia de ese justo, Pilatos no sabía lo que tenía que hacer con él. Hizo traer a Barrabás, pues era costumbre regalar en esos días la libertad de un condenado. A Jesús y a Barrabás los mostró ante la muchedumbre y preguntó a la gente cuál debería dejar libre. ¡A Barrabás!, gritó con una sola enorme voz, la turba, y así dejó libre al culpable y condenó a morir al inocente. Seguramente, mientras se lavaba las manos decía para sí: "Es buena cosa esa invención que los griegos llaman democracia. Obré con tino y con justicia en este asunto; dejé que el pueblo decidiera, y ya se sabe que el pueblo siempre tiene la razón".

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 5 de febrero de 2011).


Charles Louis de Secondat -nombre de ese pensador político francés conocido como el Barón de Montesquieu, éste uno de los puntales, por cierto, de aquel movimiento filosófico y político conocido como la Ilustración- plantea que el poder debe ser fraccionado para que él mismo pueda controlarse a sí mismo.

El hombre con poder tiende a abusar de quienes están a su alcance, fue uno de los argumentos que llevó a Secondat a plantear la división del poder. El sistema de gobierno republicano, que estrenaba Estados Unidos, apareció entonces con la división del poder en tercios: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Cada uno, con funciones y facultades encontradas de tal modo que entre ellos tendría que surgir una relación de búsqueda del equilibrio del ejercicio del poder público.

Cuando México nació como República en 1824, el equilibrio del poder pasó a segundo término, en paralelo, nació entonces una relación tormentosa entre la letra de la ley y la realidad, que persiste hoy en día.

El derecho positivo mexicano -ese conjunto de todas las leyes en todas las épocas de México, a partir de 1824- ha estado embroncado siempre con la realidad.

Y han dicho en los ámbitos de las universidades y en los territorios del congreso en múltiples legislaturas que las leyes mexicanas suelen estar en el terreno de los deseos, y suelen ser traídas al México real, invocadas y aplicadas a la población o a los grupos que disputan el poder, según convenga a quienes, desde el poder, las han convertido en un inmarcesible instrumento de dominio.

Vicente Bello
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 5 de febrero de 2011).


Cuando las instituciones religiosas toman el poder político, nunca son democráticas. No pueden serlo, porque la autoridad religiosa exige la obediencia a un poder divino, que, por definición, no se presta a la impugnación racional. Eso pasó en Irán en 1979 con Jomeini y ese el fantasma que se aparece cada vez que hay revueltas islámicas.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 6 de febrero de 2011).


La democracia mexicana ha sido más lenta y tortuosa de lo que suponíamos todos, pero no por ello menos intensa. La democracia mexicana no ha vivido momentos de crisis como la que vivió la española hace 30 años, un 23 de febrero, pero sí el mismo problema de una generación incapaz de lograr acuerdos y dispuesta a destruir cualquier cosa en su camino al poder. No hay que olvidar el 23 F español, no tampoco la necesidad de una nueva clase política en el país: los que hacen la transición difícilmente la consolidan.

Diego Petersen Farah
(v.pág.1-B del periódico El Informador del 23 de febrero de 2011).


Si bien la democracia mexicana es apenas naciente, hay el pensamiento de que todos los males de la democracia misma se pueden curar con más democracia, cuando ésta es tomada como el gobierno de la gente, por la gente y para la gente...

Empero, cuidado, porque en la democracia va aparejada la demagogia que bien saben aplicar los oportunistas que para nada sirven pero que saben hechizar a la chusma.

Francisco Baruqui
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de febrero de 2011).


El poder democrático no es un instrumento simple, un garrote, sino un instrumento fino que se mella fácilmente con el abuso.

Mi llamado es a distinguir lo más difícil de distinguir para un político: la diferencia entre lo que puede hacer y lo que le conviene hacer.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Público del 18 de marzo de 2011).


La teoría elitista de la democracia, muestra fracaso tras fracaso. Ya ni siquiera los poderes fácticos entregan toda su confianza a los supuestos poseedores de la razón y del saber gobernar, la tecnocracia y los políticos profesionales. Desde esa teoría, la participación ciudadana puede abrir canales caóticos ya que la soberanía popular no necesariamente lleva a resultados racionales, pues hay momentos en que el pueblo impone su voluntad desde creencias o incluso supercherías que arriesgan, si no es que condenan los valores democráticos.

Ante la tensión entre estado administrativo y la creciente complejidad social, se impone el formato de una democracia como gobierno de las minorías activas, a las que se intenta legitimar como las únicas capaces de imprimir una elección racional sobre actividades y funciones de las instituciones. Desde esa perspectiva, la democracia debe tender entonces a una inclusión gradual y selectiva de esos grupos activos dentro del sistema de representación. No obstante, la democracia representativa elitista es ampliamente cuestionada y son crecientes las demandas sociales por ampliarla. El apego a la legalidad implicada en el estado de derecho, la rendición de cuentas y la exigencia de un desempeño responsable de los funcionarios electos, tendientes a erradicar la corrupción y la impunidad representan demandas que elevan la calidad de la democracia, aunque sea en su dimensión representativa. Pero más allá de este primer piso están las reformas que demanda la participación ciudadana; la llamada democracia participativa.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.19 del periódico Público del 18 de marzo de 2011).


En vísperas del primero de abril de 1911, un profesor de la recién inaugurada Universidad Nacional de México analizaba con sus alumnos un párrafo del libro octavo de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, donde se comentaba cómo los atenienses discutían sobre las ventajas y desventajas de la democracia, de la oligarquía, de la plutocracia y la aristocracia. El anciano maestro, enterado de la situación del país en esos días, con la revuelta maderista cada vez más fuerte en el norte y los zapatistas que hacía una semana se habían apoderado de Chinameca, comentaba que si Tucídides hubiera vivido en México en abril de 1911, hubiera batallado mucho para definir el sistema político mexicano de esos días: supuestamente era, según la Constitución, una república federal, representativa con división de poderes, cuando en la práctica, según decía el viejo maestro, nunca había sido federal, sino tremendamente centralista; los poderes para nada eran representativos de la población; en cambio se podía hablar de una oligarquía y de una plutocracia: el viejo profesor afirmaba que en México mandaban unos pocos: los más ricos. Se resistía afirmar que se tratara de una aristocracia porque ciertamente, decía el viejo maestro, no gobernaban los mejores y de ningún modo se podía hablar de democracia en un régimen tremendamente autoritario, muy cercano a la monarquía y a la tiranía.

Sería interesante que a pesar de los indudables cambios en el sistema político mexicano de 2011 comparados con 1911 se plateara uno las preguntas del viejo profesor que comentaba a Tucídides: ¿el sistema político mexicano es democrático, oligárquico, plutocrático, republicano, federal, representativo?

Jesús Gómez Fregoso, historiador y catedrático de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.16 del periódico Público del 1o.de abril de 2011).


Circula ya en México el último libro de Tony Judt, "Algo va Mal" (Taurus, 2010). Un alegato para recuperar el espíritu de la socialdemocracia que fue capaz, luego de la Segunda Guerra Mundial, de edificar los Estados de bienestar que lograron conjugar, de la mejor manera posible, los principios de libertad e igualdad.

"Desde finales del siglo XIX hasta la década de 1970, las sociedades avanzadas de Occidente se volvieron cada vez menos desiguales. Gracias a la tributación progresiva, los subsidios del gobierno para los necesitados, la provisión de servicios sociales... las democracias modernas se estaban desprendiendo de sus extremos de riqueza y pobreza". Pero a partir de los 80, se empezó a arrojar esa tradición por la borda. Hoy la desigualdad se ha hecho de nuevo extrema y genera desconfianza, patologías sociales y una especie de individualismo que se repliega de la política buscando soluciones de carácter egoísta. Escribe: "Nuestros sentimientos morales se han corrompido. Nos hemos vuelto insensibles a los costes humanos de políticas sociales...".

Judt, sin falsa nostalgia, pinta un elocuente cuadro "del mundo que hemos perdido". Luego de la devastadora Segunda Guerra, de la experiencia del fascismo y la expansión del comunismo en el este de Europa, dice, "casi todo el mundo temía las implicaciones de una vuelta al terror del pasado reciente y estaba dispuesto a limitar la libertad del mercado en nombre del interés público". No sólo las izquierdas, sino incluso partidos de derecha compartían un cierto sentido común en la época. "A la clase media educada se le ofreció la misma asistencia social y servicios públicos que a la población trabajadora y a los pobres: educación gratuita, atención médica barata o gratuita, pensiones públicas y seguro de desempleo". Se trataba de edificar un espacio inclusivo y para ello resultaba necesaria la regulación del mercado y la construcción de prestaciones universales. Y eso era imposible sin la intervención del Estado, sin una tributación progresiva y sin una idea de comunidad por construir.

Judt rastrea las fuentes que debilitaron "el sentido de un propósito común" y pasa revista a la emergencia de un nuevo ideario que se extendió con velocidad y que puede sintetizarse en la maniquea idea de que "el gobierno ya no era la solución, sino el problema". Era necesario replegar e incluso mantener fuera de la vida económica al Estado y junto a esa noción avanzó un recetario: "la tributación alta inhibe el crecimiento y la eficacia, la regulación gubernamental ahoga la iniciativa y el espíritu empresarial, cuanto más pequeño es el Estado, más saludable es la sociedad". Al final, un culto al mercado y a lo privado y la "pérdida de un propósito social articulado a través de servicios públicos", lo que construye sociedades escindidas, fragmentadas, insolidarias.

Judt llama a recuperar una cierta pulsión de causa común, a partir de "una conversación pública renovada", que sea capaz de poner en el centro de la atención pública los grandes y graves problemas del bienestar, la equidad, la exclusión, las oportunidades. Volver a la "cuestión social" y a preguntarnos "qué debe hacer el Estado para que las personas puedan vivir decentemente".

José Woldenberg
(v.pág.7 del periódico Mural del 7 de abril de 2011).


La democracia, como está, no nos está sirviendo, al contrario. Se reduce simplemente a un modus vivendi sumamente confortable y conveniente, poderoso, para quienes se autonombran servidores públicos.

Los procesos electorales son un teatro sin fin, una manera de guardar las formas de la democracia y de justificar la estancia en el poder de quien gane, aun cuando los niveles de abstencionismo o de anulación de votos vayan en aumento. Un voto de diferencia alcanza para acceder al poder y hacer y deshacer.

Así están las cosas mientras, en paralelo, la sociedad se moviliza y avanza cada vez más con todo y que la clase política no se da cuenta y si acaso se percata, pues no le importa.

Laura Castro Golarte
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 9 de abril de 2011).


Los intelectuales rechazan las ideas liberales porque existen "prejuicios muy grandes" sobre ellas, afirmó el escritor Mario Vargas Llosa, al defender la idea de que la izquierda dogmática fijó una perspectiva falsa sobre la doctrina liberal, fenómeno que no sólo se da en Argentina, sino en América latina.

Haber convertido a la doctrina liberal, que es la que empujó las transformaciones más importantes en la historia de la libertad y la democracia, en esa visión tan caricatural, tan ridícula, tan falsa de lo que es la cultura de la libertad, es una de las "grandes hazañas" de la izquierda, aseguró el Nobel de Literatura.

Para el escritor, hay prejuicios sobre el liberalismo.

"Parece que las desgracias de la humanidad no las hubiese causado gente como Stalin, Hitler, Mao Tse Tung o Fidel Castro, sino Adam Smith, Hayek, Popper, Friedman. A esa aberración hemos llegado".

(V.primera plana del periódico El Informador del 26 de abril de 2011).


¿Qué quiere decir democracia? Es una palabra que todos los grupos invocan, cada cual para afirmar que él sí la está consiguiendo mientras que el otro la está poniendo en riesgo. Allí está la esposa de un gobernador que quería heredar el cargo de su marido y decía que lo hacía porque "lo que yo quiero es la verdadera democracia", o los líderes de los sindicatos corporativos que no permiten ningún cambio en las dirigencias pero afirman que están defendiendo "la democracia sindical". [...] El concepto está tan manoseado que ya nadie sabe bien a bien lo que significa, pero como afirma un lector, se lo entiende como: "Lo que yo quiero eso es democracia. Si no me cumplen mi capricho, entonces no es democracia".

[...]

"Por democracia suelen entenderse muchas cosas -escribe Luis Aguilar- desde una regla procedural de elección de legisladores y gobernantes hasta un gran proyecto imperativo de sociedad igualitaria". Se trata entonces de 2 concepciones, una que se refiere a "la participación en la formación y funcionamiento del orden político y jurídico", la cual "se debe expresar con el voto" como quería Norberto Bobbio, y otra que se refiere a una condición de la sociedad en general, como querían Rousseau y Tocqueville, "a una manera de funcionar de la sociedad y un espíritu que la penetra en todos los aspectos de la vida organizada", dice Alain Touraine, en la cual el poder "se encuentra ampliamente distribuido entre los miembros de la sociedad".

En México, sólo concebimos a la democracia en su primera acepción, la electoralista.

[...]

Al principio [de la "transición a la democracia"] todo parecía muy bonito y fácil.

Pero poco después de eso, todo cambió. Se trataba de tener el poder a toda costa y no de preocuparse por la democracia. Pleitos brutales, alianzas insólitas, cambios de filiaciones políticas, ilegalidades y corrupción son la marca de la así llamada lucha electoral entre nosotros, que es una verdadera guerra cuyos métodos son muy poco democráticos.

Pero de todos modos, se sigue pensando que el voto es el instrumento del cambio y el signo inequívoco de la democracia.

En función de esa creencia, se construyó un sistema electoralista enorme y complejo, y para que funcione, ha sido necesario (no podía ser de otra manera) gastar millones de pesos en crear leyes, instituciones y toda clase de organismos destinados a organizar y supervisar los procesos electorales. Cada una de estas instancias requiere una burocracia cuyos sueldos son de los más elevados que oficialmente se pagan en el país. ¡Cada voto nos cuesta una verdadera fortuna!

[...]

La participación electoral del ciudadano, por el modo como está concebido el juego político, se limita a poner una marca sobre el logotipo de un partido, como si la democracia no fuera sino una gran encuesta de opinión pública, en la que nada tienen que ver con la configuración de las candidaturas ni con la conformación de las reglas. El voto entonces es solamente una convalidación (y legitimación) de lo que otros decidieron de una manera que no los incluye.

Tal vez por eso es que millones de ciudadanos se abstienen de votar. En las elecciones de 2003 58% de los ciudadanos se abstuvieron. Además, 2 millones anularon su voto premeditadamente. A nivel de elecciones presidenciales, nadie ha ganado con más de 60% de votos y ha habido casos en que esa cifra no ha sido mayor de 30%.

El abstencionismo es un aviso de desinterés o desilusión, pero también una forma de protesta activa, la única de que disponen los ciudadanos frente a lo que más que una democracia es una lucha de partidos e intereses en los que nada tienen que ver. ¿Qué otro modo hay de decirles que no les creemos sus promesas o que nos parece equivocado su modo de hacer política?

Hoy día es una realidad que, a pesar de todo el esfuerzo de los millones de pesos invertidos y energías enfocadas en lo electoral, el abstencionismo es el partido triunfador.

[...]

Entre nosotros no fueron transformaciones mentales y sociales profundas las que llevaron a la democracia. Fue solamente "una apertura controlada y restringida de la arena electoral con fines pragmáticos, los de recobrar para el régimen alguna legitimidad", y para que la elite política se alternara en el poder. Por eso conservaron el viejo entramado institucional y normativo heredado del régimen anterior, pensando que era posible alterar una parte de la ecuación sin tener que cambiar el todo.

La democracia no es entre nosotros una cultura, no proviene del conjunto de la sociedad no se encuentra ampliamente distribuida entre sus miembros. Más bien al contrario, "la nuestra es una sociedad sin vocación democrática y con una poderosa cultura autoritaria".

Por eso no pasamos la prueba de las elecciones de 2006 y el país entró en guerra. Lo que vimos en México durante varios meses fue a jóvenes agrediendo a jóvenes porque apoyaban a otro partido, o comensales insultándose en los restoranes por distintas filiaciones políticas, o grupos del partido perdedor impidiendo al nuevo presidente colocar una ofrenda en un monumento, tomando carreteras y edificios públicos.

No hemos entendido que la democracia no puede existir mientras exista la separación entre los valores democráticos y el funcionamiento real de la vida democrática.

Por eso, aunque la palabra democracia se usa mucho y la usan todos a diestra y siniestra, no hay tal. Eso sí: según la publicidad, no solamente sí existe sino que ¡tenemos al Trife como su garante!

Sara Sefchovich
(v.págs.71, 160, 161, 162 y 172 de "País de mentiras", Ed.Océano, México 2008).


Uno debe hacer política como si tocara el violín. Se toma con la izquierda y se toca con la derecha.

"Lula" da Silva, expresidente de Brasil


En el caso de México está claro que tenemos un sistema de presidencialismo de minoría, en donde el ejecutivo no tiene posibilidades de marcar una agenda legislativa en donde se generen los consensos, pues no ha llegado a su puesto más que con el apoyo de una minoría de la población.

Alberto Aziz Nassif, profesor investigador del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social
(v.pág.44 del periódico Público del 27 de mayo de 2011).


En estos días la democracia está en el banquillo. Los "indignados" españoles y sus seguidores han puesto en evidencia las perversidades de la democracia. La corrupción, la impunidad y la indiferencia de gobernantes, cúpulas de partidos políticos y de la clase política en general han provocado un juicio democrático a la democracia realmente existente. Ha sido condenada. La sentencia es inapelable: "No nos representan". La piedra angular de la democracia, la representación del pueblo por los representantes elegidos por ese pueblo está hecha añicos. ¿Tendrá remedio? ¿No es la hora de inventar algo diferente, menos perverso?

En nuestro país y en el terruño la situación no es mejor. No hay indignados en las calles acampando. Sin embargo, crece la distancia entre pueblo y los gobernantes y sus partidos. Dos enormes grietas se ensanchan con cada declaración de cualquier gobernante o político importante. Grietas entre gobernantes y gobernados, entre representantes y representados, entre partidos y ciudadanos.

Por una parte, la grieta que rompe los puentes de la confianza. Si los actos, actividades y actuaciones del gobierno no son causa de más bienestar para todo el pueblo, sino causa de disputas, desacuerdos, simulación y amplio malestar, el ciudadano no ve el sentido de mantener ese gobierno.

La segunda grieta es más grave, si cabe. Los actos y actuaciones de los gobernantes y políticos están orientados a generar imágenes. No a producir hechos, realidades. Creen que el poder se gana o se mantiene con imágenes no con hechos productores de bienestar del pueblo.

Miguel Bazdresch Parada
(v.periódico Público del 29 de mayo de 2011).


Un elemento definitorio de la democracia es la capacidad institucional para castigar funcionarios, gobernantes o representantes que incurran en abuso de poder (y desde luego, si cometen un delito del orden común). Sin esa capacidad, prevalece la impunidad y ésta es un distintivo de las autocracias y autoritarismos diversos, no de la democracia. Es la eficaz rendición de cuentas (accountability) lo que hace que un régimen sea o no democrático.

No necesariamente tienen que caer todos los que incurran en violaciones a la ley o abusos de poder, pero las democracias de mayor calidad muestran una mayor probabilidad de que el gobernante en cuestión sea descubierto y sancionado. Eso inhibe en gran medida, a quienes están en cargos públicos, de abusar de una u otra forma del poder que se les ha otorgado. Desde luego, las democracias más avanzadas deben poder llamar a cuentas a los más altos niveles del poder (incluido el jefe de gobierno), incluso durante su gestión.

Las democracias menos avanzadas, como la nuestra, acaso aspiren a castigar a algún corrupto cuando ha dejado su cargo. Y así como la prueba de fuego de la democracia electoral es la alternancia pacífica del poder, al hablar de democracia en el ejercicio de gobierno dicha prueba consiste en llamar a cuentas y sancionar a un jefe (o ex) de gobierno. En América Latina hemos visto varios casos: Fernando Color de Mello en Brasil, Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Alberto Fujimori en Perú. También en países como Sudcorea y Taiwán han llamado a cuentas a ex presidentes corruptos o abusivos. Pero es la hora que en México ni siquiera nos hemos acercado a esa situación, y no porque no haya materia prima para ello (¿qué presidente realmente ha sido honesto o no ha incurrido en algún tipo de abuso de poder?). Sí hemos tenido, en cambio, un tipo de rendición de cuentas "hacia abajo". Si un presidente decide dar un golpe contra algún ex funcionario o gobernante (para legitimarse o por revancha personal), puede hacerlo.

José Antonio Crespo
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 14 de junio de 2011).


Se aplazan así las necesarias reformas federales y locales, pues se acude al parche como medio para mantener un cierto nivel de acuerdo entre las cúpulas partidarias que no altere la repartición del poder. Una concepción estática muy pobre para generar gobernabilidad, a partir de la distribución de cuotas de poder entre las burocracias partidarias.

La condición fundamental para transitar hacia formatos de democracia participativa se encuentra, paradójicamente, en la transformación radical de la democracia representativa. Aquella que empodera al voto de manera que los representantes legitimen su actuación frente a los representados, a través del imperio de la ley, la rendición de cuentas periódica y oportuna y, en consecuencia, del establecimiento de responsabilidades propias de la delegación de poderes que se confía a los funcionarios electos mediante las urnas, o a funcionarios designados en responsabilidades públicas.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.47 del periódico Milenio Jalisco del 15 de julio de 2011).


Debatir es el esfuerzo racional y emocional por confrontar ideales y posturas frente los demás; no una secuencia de dimes y diretes egocentristas (como suele suceder entre nuestros ámbitos burdos). La esencia de la política significa luchar sin el contacto físico; es el sustituto civilizado a la guerra y al uso de la agresión corporal que intenta imponer forzosamente una voluntad ajena a otra persona. Por esto, abusar del debate para fines distintos es abusar de la democracia misma.

El proceso de un debate maduro lleva a definir, redefinir y afinar las posturas de manera que las actitudes de unos afectan las posturas de otros. En las deliberaciones sucesivas se da y se reciba frente al otro. Para un público maduro el ganador entonces es aquel que mejor logra sumar a las suyas las propias virtudes de sus adversarios; persiguiendo el bien común conciliado. No quien ridiculice más al otro, como suele confundirse.

Si en la tierra de ciegos el tuerto es rey, para quienes nunca han visto un verdadero debate político, cualquier cosa puede pasar por tal; desde recitar un simple soliloquio modesto sobre las propias virtudes hasta la necia polarización de posturas contrapuestas.

En las campañas electorales que se nos aproximan pronto, los candidatos se irán por varios caminos. Los rumbos más usuales son por la comparación de ventajas y desventajas entre las distintas posturas de partidos o personas; y por la exposición de argumentos unilaterales, casi hasta monólogos autistas.

No nos sorprenderá que estén por tirarse lodazos verbales y conspicuamente levantar pancartas burlonas. Realistamente, poco podemos esperar aquellas resoluciones que naturalmente lleven a formular propuestas incluyentes y conciliadoras.

Puesto que ellos ahora representan las opciones políticas legitimadas del país, para nuestros políticos neófitos a la democracia valdría la pena que consideraran que lo que no logran ellos en la confrontación civilizada quedará de mal ejemplo para los 103 millones de mexicanos que somos y estamos un tanto ciegos a la cultura demócrata.

No dejemos de tener presente que son muchos los intereses, deseos y necesidades del país para que siempre se impongan los particulares complejos personales y las idiosincrasias de los partidos que vienen pronto a saturarnos de sus insistencias.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 16 de agosto de 2011).


La mayoría de los sistemas electorales en sociedades como la nuestra: abatidas por rezago educativo y escaso nivel de debate público, producen de todo excepto democracia. Las elecciones suelen ser una mera medida de popularidad donde los candidatos evitan profundizar en los problemas reales de la sociedad y se resignan a venderse como cualquier otro producto comercial. Esto produce gobiernos y grupos de poder con incidencia real que solo se preocupan por atender los problemas superficiales que la gente cree tener y pocas veces prosperan programas de largo plazo encaminados a resolver problemáticas esenciales de la sociedad en su conjunto solo abordables desde un estado rector.

Felipe Reyes
(v.pág.46 del periódico Milenio Jalisco del 19 de agosto de 2011).


Los puntos en común en la mayoría de las democracias son que los diputados atienden cada vez más a los intereses de grupo y a la lógica de sus partidos, dejando de lado una proyecto nacional de mediano o largo plazo, y que los ciudadanos, organizados alrededor de las redes sociales, están cada vez más activos y claros en lo que quieren de la política. Esto es, no son sólo los políticos los que se han refugiado en sus agendas de intereses, sino que los ciudadanos tienen cada vez más capacidad de exigir y vigilar a sus representantes. Sociedad civil y políticos está caminando muy rápido, hacia lugares opuestos.

Lo interesante es cómo hoy se puede hacer una movilización desde un teléfono en un café, o desde un llamado a una marcha en el Zócalo de la Ciudad de México, o discutiendo de manera remota en foros a través de internet. Si la clase política no entiende que hoy el espacio público por excelencia son las redes sociales y que la vigilancia en torno a las decisiones que se toman en el congreso es radicalmente distinta a lo que existía hace 10 años, el choque será inevitable.

Lo que está en juego no es sólo la carrera de éste o aquel político. Lo que están poniendo el riesgo al no levantar la mirada más allá de su hermosa y prominente panza es el sistema de representación, esto es, la base misma de la democracia. La democracia sigue siendo el menos peor de los sistemas políticos y el sistema de partidos la forma más eficiente de organizar la representación. Pero si la clase política sigue más empeñada en administrar el poder que en ejercer la representación; en resolver el tema propio y no el interés del país, van a minar el piso en el que están parados.

No hay que olvidar que democracia nació en un café (entonces se llamaban ágoras, no tenían logo de sirenita y no servían cafés de sabores). Hoy, 2,600 años después, la política de café está más viva que nunca.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de agosto de 2011).


Los recientes actos de violencia y vandalismo que se han registrado en varias ciudades del Reino Unido han vuelto a revivir el debate sobre qué hacer con el internet y las redes sociales cuando son usadas con fines de violencia o antidemocráticos. Tal debate se ha dado en diferentes años, en diferentes países y bajo distintos escenarios. El caso más reciente es el de la propuesta del primer ministro británico, David Cameron, de limitar el acceso a las redes sociales en internet en caso de disturbios.

Esa propuesta no es nueva. La revuelta zapatista de 1994, que bajo la figura de Marcos atrajo la atención de miles de activistas de todo el mundo en parte gracias al internet, fue calificada en su momento como la primera guerrilla cibernética por los cientos de sitios web que aparecieron con información "desde algún lugar de la Selva Lacandona". El gobierno de Ernesto Zedillo en su momento intentó bajar esos sitios de la red, pero fue una batalla inútil: por cada sitio que se bajaba, aparecían 2 nuevos.

Hace poco Hugo Chávez afirmó: "La internet no puede ser una cosa libre donde se haga y se diga lo que quiera". Por ello, en diciembre de 2010 la Asamblea Nacional venezolana aprobó la llamada "Ley de Responsabilidad Social en Radio, Televisión y Medios Electrónicos", que obliga a los proveedores de internet a monitorear los mensajes de sus usuarios desde entonces y a censurar mensajes antigobierno. Chávez impuso entonces el delirio de control a los empresarios privados, pero falta por ver si en efecto una ley así se puede instrumentar.

Después vinieron Irán, en 2009, y las revueltas del Medio Oriente en la primavera de 2011, y autores como Malcolm Gladwell y Evgeny Morozov ya han cuestionado lo que ellos llaman la "ciberutopía" de creer que las revoluciones se pueden armar a través de Facebook y Twitter, lo cierto es que a raíz de las protestas tanto Teherán como El Cairo intentaron controlar el internet.

Y esto nos lleva hasta Inglaterra y sus disturbios. Dado que los participantes en los disturbios han utilizado servicios de mensajería como el chat de BlackBerry y las redes sociales, el gobierno de David Cameron, que ha llamado estos disturbios como un momento de "colapso moral", ha propuesto limitar el uso de las redes sociales, lo que desató una serie de críticas dentro y fuera de Inglaterra en contra del ya de por sí impopular primer ministro.

Es un error gigantesco calificar las redes sociales y el internet como peligrosos o dañinos para la sociedad. La tecnología es neutral y lo que varía es el uso que sus usuarios le dan.

"El mal" no es el internet ni el problema de fondo es la libertad en las redes sociales. El problema de fondo es un modelo educativo que no prepara bien a esos jóvenes que no encuentran trabajo y que después acampan en plazas. El problema son los sistemas políticos verticales que no representan a la ciudadanía. El problema es una policía represiva y abusadora de los derechos humanos. El verdadero "colapso moral" al que se refiere Cameron es el estancamiento de un modelo económico global que no ha logrado cerrar la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres, sino sólo ensancharla en casi todo el mundo.

En resumen, el delirio por controlar el internet es una tarea inútil y casi imposible. Al final del día, cada vez que en alguna democracia occidental se baraja la posibilidad de limitar el internet, los dictadores del mundo son los únicos que sonríen.

Genaro Lozano
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de agosto de 2011).


El arte de la democracia consiste en el respeto a los oponentes, ganen o pierdan, lo cual excluye los linchamientos a perpetuidad porque en tal o cual campaña, a favor de tal o cual reforma legal, éstos estuvieron en contra o a favor.

Armando González Escoto
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 21 de agosto de 2011).


La democracia no es inmune, y su imperfección es aprovechada por miles de vivales que harán de este 2012 una especie de circo mundial: como trapecistas, ilusionistas, contorsionistas, domadores de leones y... payasos que nos tratarán de convencer, seducir y, en algunos casos no muy excepcionales, intimidar.

George Clooney lo sabe y en el momento justo nos lo recuerda: una inmensa mayoría de políticos hará todo por alcanzar el poder sin importar que se lleven entre las patas ideales, dineros ajenos, lealtades y a los ciudadanos comunes y corrientes.

Se trata de la película The ides of march, que Clooney -como director, co-guionista y actor- presentó el miércoles en la inauguración de la 68a edición del Festival de Cine de Venecia.

La cinta nos trae al presente lo que tendemos a olvidar ya sea por hartazgo, supervivencia o antídoto para no desquiciarnos, deprimirnos o para salvaguardar el optimismo y la esperanza: en el establishment, hay una jauría corrupta y que corrompe, que traiciona y manipula con tal de hacerse del poder.

Que las felonías vienen disfrazadas de pactos y que la infamia es la moneda corriente de pago. Clooney lo advierte: "La película trata el tema de la moralidad y de cómo se puede vender el alma por un resultado".

Por lo pronto, el circo inició su promoción. Los magos preparan sus mejores trucos. Nos venderán ilusiones que pronto se evaporarán.

Horacio Besson
(v.pág.38 del periódico Milenio Jalisco del 2 de septiembre de 2011).


Hemos transitado por una década en la cual el modelo pluralista que nos dimos para salir de la "dictadura perfecta" ha impedido que nos pongamos de acuerdo. Así de simple. No hemos conseguido acuerdos nacionales en materias tan relevantes como energía, trabajo, competitividad, impuestos, rendición de cuentas, federalismo, seguridad, equilibrio de poderes en las entidades de la república, etc.

El atraso es pasmoso y el juego ha sido perverso. Si éste ha dado rendimientos a los jugadores, se ha convertido en pérdida para el país y, por seguir así, los jugadores han entrado en la senda de los rendimientos decrecientes.

Tan es así que en algunos medios se impulsa la peregrina idea de que debemos dar vuelta atrás e imponer un modelo mayoritario donde habíamos colocado al pluralismo. Hoy somos gobernados por mayorías relativas que son minorías absolutas en casi todos los resultados electorales; pero tenemos la ventaja de que el pluralismo instalado en el desvencijado sistema presidencial impide que esas minorías gobiernen si no consiguen apoyo de alguna de las otras polaridades de la pluralidad.

Si pasamos a un modelo mayoritario pero nos mantenemos en un sistema de partidos con tres grandes y cinco chicos (alguno de los cuales, ojo, podría crecer), simplemente seríamos gobernados por una minoría que ya no requeriría del pluralismo. Éste se volvería simple folclor y, acaso, factor de inestabilidad permanente.

La reforma política detenida y la propuesta (también estancada) de hacer posibles gobiernos de coalición son las iniciativas más sensatas que tenemos a la mano. Probablemente no sea la mejor reforma posible, pero sí es la más democrática, la que podría inducir equilibrios perdidos entre poderes y niveles de gobierno y hacer posible lo más importante: que los gobiernos gobiernen para la sociedad de modo que ésta pueda avanzar hacia la condición de un país desarrollado.

Ya basta de mirarnos el ombligo y de resucitar el pasado. En toda la geometría política, ambas actitudes siguen fuertes y conforman un espejismo cotidiano rebasado por la realidad y por la acumulación cada vez más grave de problemas sin solución.
Una breve síntesis de nuestra evolución política permite verlo con claridad. Ante la dificultad creciente para reproducir el sistema presidencialista de partido hegemónico, se instauró la representación proporcional "con dominante mayoritario". Cuando esta fórmula reventó, anduvimos errantes más de un lustro hasta que se concretó un sistema electoral y de partidos equitativo y pluralista, pero sin cambiar la estructura de gobierno del sistema presidencial. Esta fórmula está exhausta y hay que sustituirla. Sólo hay 2 opciones: volver atrás o caminar hacia el futuro. Lo primero es inaceptable, llevaría al país a un retroceso de lo alcanzado en madurez cívica y potencial de la sociedad; nos regresaría al sistema de "pastoreo" político y de intercambio de apoyo por dádivas.

La mayoría de los mexicanos queremos ser ciudadanos de un estado moderno, bien situado en el mundo, y no de una parroquia provinciana. Gran parte de la clase política del país ha equivocado el camino y sólo atina a cerrar el paso a iniciativas de envergadura relevante a cambio de prebendas: casinos, virreinatos o encomiendas, rentas e influencias; un circo.

Otros países destinados a ser potencias lo están haciendo. ¿Por qué nosotros no? Perder el miedo al cambio, gobernarnos juntos, es salvación.

Francisco Valdés Ugalde director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede México
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 18 de septiembre de 2011).


Estoy de acuerdo que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, pero para ejercerla bien se necesita tener cultura suficiente en todas las áreas y no hacer caso a los ignorantes cuando es obvia y vergonzosa la falta de cultura.

José Manuel Gómez Vázquez Aldana
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 25 de septiembre de 2011).


Frente al dilema que se plantean las ciencias políticas entre presidencialismo y parlamentarismo, el caso mexicano ofrece un amplio desafío. El poder unipersonal que concentra la figura presidencial en la historia reciente, ha impedido que surja una cultura de compromisos y cooperación por parte de un sistema de partidos que no ha podido desprenderse del todo, de una triple combinación que ha resultado perversa, pues el Presidente de la República es al mismo tiempo, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y por si fuera poco es también en los hechos Jefe de Partido. Se ha impuesto así en México un parlamentarismo débil cuyo poder legislativo compite, hasta el torpedeo, con el ejecutivo federal. No es que haya parálisis legislativa sistemática pero si impedimento para llevar a cabo reformas de profundidad en los campos que requiere particularmente una situación de crisis, la cual demanda cambios estructurales firmes.

Algunos politólogos se preguntan sí es posible que un sistema multipartidista fortalezca la gobernabilidad democrática bajo un régimen presidencialista, cuando elites y burocracias partidarias han constituido un sistema partidocrático que amplía la brecha entre representantes y representados, no rinden cuentas, se oponen al empoderamiento del voto ciudadano y subordinan su quehacer al programa de los poderes fácticos.

Tarea central es democratizar simultáneamente al ejecutivo, los partidos políticos, la cultura parlamentaria y fortalecer los formatos democráticos participativos en los distintos órdenes de gobierno, de manera que sea la sociedad la que modele al Estado e incida activamente en la regulación del mercado y el sometimiento de los poderes fácticos, incluidos los del dinero, los del poder mediático, del poder eclesiástico y los del crimen organizado, al imperio de la ley.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.47 del periódico Milenio Jalisco del 30 de septiembre de 2011).


Eso tienen de peculiar las democracias: que las multitudes son capaces de linchar a los mismos personajes que previamente encumbraron.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 3 de octubre de 2011).


Recientemente, una propuesta se ha estado propalando con furor en nuestro país: la de un Gobierno de Coalición. 46 priistas, panistas, perredistas, e "intelectuales" se han unido en Santa Alianza en pos de ese objetivo. Veamos de qué se trata:

  1. Los gobiernos de coalición son una característica no formal de los sistemas parlamentarios, pues en ninguna de sus constituciones se prescribe la obligación de formarlos. En los presidenciales, no existe nada que impida o prohiba la formación de coaliciones.
  2. Las coaliciones gubernamentales (CG) en sistemas presidenciales pueden ser de 3 tipos: a).- Por cargos ministeriales; b).- Por una agenda legislativa común suscrita públicamente, y c).- Por acuerdos o intercambios políticos específicos, muchas veces pactados en secreto.
  3. n América Latina las CG han existido sin estar en las constituciones, al menos desde 1958. Si en México no existieron antes de 1988 fue porque no se necesitaban. A partir de esa fecha y hasta el año 2000 debieron haberse dado algunas "en lo oscurito", esencialmente entre el PRI y el PAN para poder reformar la Constitución. Si a partir del año 2000 disminuyeron, se ha debido más a una incapacidad política del presidente en turno que a una falla estructural del sistema presidencial o del presidencialismo mexicano, como se quiere hacer aparecer.
  4. Las CG no se dan por decreto, como se pretende ahora. Su inexistencia no radica en un vacío constitucional, sino en la ausencia de una cultura política proclive a construirlas y a hacerlas funcionar.
  5. En un sin sentido consistente en querer hacer obligatorio lo optativo, la iniciativa del senador Beltrones deja en libertad al presidente de la república de crear o no un Gobierno de Coalición. De hacerlo, deberá someter el nombramiento de los secretarios del despacho a la ratificación exclusiva del Senado, ignorando a la Cámara de Diputados que se renueva cada 3 años y sin cuyo apoyo difícilmente podrá gobernar, con todo y que tenga "Gobierno de Coalición".
  6. De tomar en cuenta a los diputados, entonces el presidente tendría al menos dos gabinetes, con todo lo que puede implicar para la continuidad de los programas gubernamentales.
  7. No se precisa qué tipo de coalición o de mayoría es la que se requiere, si de 50% + 1 (suficiente para reformas legales) o de 66 % (necesario para reformas constitucionales). Una del primer tipo es demagogia, porque en este país nadie puede gobernar o aplicar su programa de gobierno sin reformar la Constitución. Si lo que propone es la otra, eso iría en contra de la fracción IV del Artículo 54 Constitucional, que prohíbe que una fuerza política pueda tener más de 300 diputados para que no pueda reformar por sí sola la Constitución.

De prosperar esta genial iniciativa, que Dios coja confesados a los partidos que no formen parte de la Coalición, porque sufrirían una verdadera tiranía de la mayoría. A esa mayoría irrefrenable creada por decreto es a lo que 46 iluminados le llaman "avance democrático".

Como se ve, la propuesta carece de sustento y más bien parece una ocurrencia propia del fragor de la sucesión presidencial.

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 15 de octubre de 2011).


Construir una democracia es un proceso largo y tortuoso. Por muchos años los mexicanos pensamos que la democracia era una: organizar elecciones. Hicimos un Instituto Federal Electoral calidad de exportación y un andamiaje legal a prueba de nosotros mismos. Los cimientos de nuestra democracia eran realmente los mejores, pero antes de construir el primer piso ya le dimos en la torre a los cimientos, comenzamos a fracturarlos manoseando la legislación, cambiando el diseño estructural, abriendo nuevas puertas y ventanas que, buenas o malas, no corresponden a los cimientos. Si alguien sabe, pues, la dificultad de construir una democracia en un país sin cultura democrática, que nos cuenten entre ellos.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de octubre de 2011).


Un fenómeno alarmante esparciéndose alrededor del mundo: los gobiernos están perdiendo su poder. Al advertir que las soberanías están sucumbiendo no me refiero a un peligro de insurrección, si no a una parálisis, una incapacidad de actuar. No se trata únicamente de su capacidad para ejecutar cambios significativos en sus países, sino también de dar continuidad a su actividad cotidiana.

Este verano la calificadora Standard & Poor's degradó los bonos de la Tesorería de Estados Unidos, no a causa de una duda sobre la solvencia de la nación, ni por el descontento que el déficit fiscal ha ido generando, la descalificación es porque sus órganos de gobierno no han podido llegar a un acuerdo que los permita planear sus pagos más allá de lo inmediato. Esto no es sólo cierto para Estados Unidos, la Unión Europea no puede llegar a un acuerdo para solventar sus problemas crediticios, no por un desacuerdo sobre cómo hacerlo, sino un estancamiento entre las facciones. En todos los foros políticos del mundo el debate ha sido reemplazado por un tipo de huelga en la que en lugar de forcejear sus argumentos y buscar acuerdos aceptables para la oposición, los gobernantes se cruzan de brazos, descartan todas las posiciones diferentes a las suyas y se rehúsan a ceder.

Hay un componente significativo de ignorancia en esta corriente, a lo largo del siglo XX todos los grupos ideológico corrieron a moldear sus dogmas para atraer los votos más fáciles, sin importar el sacrificio a sus ideales. Este cambio en prioridades resultó en que posturas cada vez más radicales y menos fundamentadas acaparan el escenario político. En México lo llamamos populismo, en Estados Unidos su máxima expresión es el Tea Party y en Europa hay grupos igual de radicales. Ésta es la decadencia de una forma de gobierno. En el nombre de la democracia hemos hecho a un lado el ideal de que una sociedad sea gobernada por sus mejores representantes.

Un país que está en déficit es como una compañía que pierde dinero, y si un ejecutivo no podría retener su empleo después de múltiples períodos en rojo ¿Por qué debe ser diferente para un político?

Si estuviéramos en el siglo XVIII ya hubiéramos instalado una guillotina afuera de San Lázaro, pero los conflictos ya no se resuelven así, en lugar de eso los mercados financieros seguirán castigando a los gobiernos hasta que corrijan rumbo. Desafortunadamente esto no será suficiente para eliminar esta anomalía, las ciudadanías ya no eligen a sus gobernantes y no me refiero a la influencia de las campañas, sólo a que en una elección abierta, jamás elegiríamos a ninguno de los candidatos que nos presentan los partidos políticos y no le podemos seguir llamando democracia a eso.

Juan María Naveja Diebold
(v.pág.47 del periódico Milenio Jalisco del 28 de octubre de 2011).


Si algo ha quedado demostrado con el Movimiento de los Indignados es el fracaso absoluto de la famosa "gobernanza": ("Arte de gobernar con un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado", según la RAE).Tanto en la crisis de los Estados Unidos de 2008, como en la europea de hoy, se evidenció que ese "sano equilibrio" no existe y que a final de cuentas el Estado tiene que entrar al quite, pero a favor del mercado.

De lo que se trata -siguiendo a Stèphane Hessel- es de poner al Estado al servicio de los humanos.

Lo malo es que en México la famosa "gobernanza" sigue siendo discurso y modus vivendi para muchos políticos y académicos.

Javier Hustado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 29 de octubre de 2011).


La plataforma ideológica de estos movimientos de "Los Indignados", según ellos lo exponen, considera que los ciudadanos no están representados ni son escuchados por los políticos actuales, y exigen un cambio de rumbo en la política social y económica, ya que culpan a la forma en que se manejan los gobiernos y las empresas de la pérdida de sus empleos y a la precariedad, dentro del contexto de la crisis económica mundial de 2008, y cuyos efectos sufre el mundo hasta el día de hoy.

Estos movimientos sociales se autodefinen como apartidistas, sin afiliación sindical, que pretenden manifestarse pacíficamente pero de una manera decidida, sin una ideología específica, pero no apolíticos. No obstante lo anterior, algunas de estas manifestaciones se han identificado con grupos socialistas en algunos casos, anarquistas en otros, pero definitivamente el movimiento en general es mucho más diverso.

Estos movimientos han ganado las simpatías de muchos ciudadanos defraudados con la clase política. Desde los desempleados víctimas de los recortes de las grandes empresas, los jóvenes estudiantes que no ven claro su futuro laboral, hasta profesionistas y amas de casa que simplemente desean una renovación de la clase política, un cambio generacional.

Últimamente se han creado grupos de esta naturaleza también en Estados Unidos, por ejemplo los llamados Indignados de Wall Street, que a pesar de todos los esfuerzos de las autoridades para sacarlos de las plazas no han cejado en sus esfuerzos de exigir cambios en el modelo económico, político y social de aquella nación.

Estas personas se han organizado en muchas ciudades y se han cobijado en comités de acción política (PAC) tales como www.moveon.org, el cual agrupa a 5 millones de miembros en todo Estados Unidos, desde carpinteros hasta líderes empresariales, los cuales buscan formas de manifestar su voz en un sistema que sienten no los representa apropiadamente, o que no se ajusta a las nuevas realidades con la rapidez que ellos esperan.

Toda esta efervescencia social y política me recuerda los enfrentamientos y manifestaciones que se vivieron en el mundo en la década de los sesenta, en especial en 1968. En esa época en Estados Unidos se vivían conflictos raciales, movimientos extremistas, y una creciente inconformidad por la guerra en Vietnam.

Las protestas de los sesenta encontraron terreno propicio para su difusión en los campus universitarios y en los movimientos juveniles y feministas, asumiendo una dimensión ideológica que en lo general buscaba liberar de ataduras, pacifista y anticonsumista.

De la misma manera que hoy en día, los movimientos de protesta juvenil de esa década se propagaron rápidamente por algunos países de Europa y de América Latina. Estos movimientos y sus reivindicaciones se extendieron de las universidades y de los jóvenes a los obreros y contaron con la simpatía de buena parte de la población.

Estas manifestaciones de los sesenta en las universidades y en las calles sirvieron para sacudir los antiguos sistemas, lo que propició avanzar significativamente en materia de los derechos civiles, promoviendo la plena emancipación femenina, el inicio de la preocupación por los problemas ecológicos y de sustentabilidad, así como grandes avances en materia de democracia en algunos países.

Pensar que este fenómeno mundial no se va a reflejar en México es un error. La pregunta es ¿cuándo? y ¿cómo?

Ana María Salazar
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 29 de octubre de 2011).


El motivo de la resistencia es la indignación. Éste es uno de los clangores del alegato que el pensador Stéphane Hessel hace en su "librito", como él mismo lo llama, ¡Indígnate! (Editorial Destino, o bajo el título de Indignez Vous en editorial Planeta). Es un llamado a la generación de jóvenes del siglo XXI, un llamado contra la indiferencia, a favor de la insurrección pacífica. Inspirador del movimiento de los indignados de Europa y Estados Unidos, va por el mundo como un diplomático defensor de la causa palestina, mostrando los cimientos de su compromiso político, un compromiso que ubica en los años de la resistencia y el programa elaborado hace 66 años por el Consejo Nacional de Resistencia, particularmente en ese plan completo de seguridad social que garantizara los medios de subsistencia a todos los ciudadanos; una jubilación que permitiera vivir los últimos años con dignidad, en general, un interés general por encima del interés particular y la organización racional de la economía. Lo hace porque ve con indignación la forma en que estas conquistas sociales de la Resistencia se están poniendo en tela de juicio, tanto en Europa como en el corazón de Wall Street.

Conocí la obra de Naomi Klein, primero No logo, en la que explica la lógica del relanzamiento de las marcas y las atmósferas de compra generadas por el mercado. Posteriormente, Vallas y Ventanas, una especie de crónicas desde la trinchera de las protestas antiglobalización, y finalmente La doctrina del shock, en la que explica parte de lo que están evidenciando los indignados en Europa y Estados Unidos.

Hoy veo a la escritora y activista en medio de los jóvenes reunidos en el corazón de Wall Street, al lado de figuras como Michael Moore apoyando el movimiento y me vienen a la mente sus predicciones; mismas que se agudizan con la lectura de Hessel.

Carlos Lara
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 29 de octubre de 2011).


El apoyo de los latinoamericanos a la democracia cayó en 2011 3 puntos, a 58%, después de 4 años de aumento sostenido, según los datos del "Latinobarómetro 2011", difundido en Santiago de Chile.

El 58% de los ciudadanos cree que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, frente a 61% que pensaba lo mismo en 2010, mientras que 17% prefiere un gobierno autoritario, 2 puntos más que el año pasado.

El informe de Latinobarómetro sostiene que la pérdida de apoyo de la democracia en la región se debe tanto a factores políticos como económicos.

Destaca también que en el transcurso del último año, la democracia ha perdido adeptos en 14 de los 18 países donde se realiza el sondeo.

Los únicos países de la región en los que en 2011 subió el apoyo a la democracia son Paraguay (54%), Argentina (70%), República Dominicana (65%) y Uruguay, donde se mantiene en 75% del año pasado. El país de la región que presenta más apoyo a la democracia es Venezuela, con 77%, aunque cae 7 puntos respecto al año pasado.

(V.pág.9-A del periódico El Informador del 29 de octubre de 2011).


A pesar de todos los cambios políticos que ha tenido el país, las inercias regresan una y otra vez y vuelven a ganar votaciones. A pesar de la alternancia, no se ha logrado tener un régimen eficiente y moderno, México sigue siendo un sistema político que -por su retraso- ya se puede considerar de museo en el contexto latinoamericano.

Iremos a los comicios con lo que tenemos hasta el momento: una democracia que está en sótano con 73% de insatisfacción (Latinobarómetro 2011).

Alberto Aziz Nassif
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 1o.de noviembre de 2011).


Aquí hemos hecho de la democracia una agencia de colocaciones y un instrumento para que las oligarquías políticas mantengan el statu quo y aseguren seguir mamando de la ubre oficial.

(V.Razón y Acción del 6 de noviembre de 2011).


Los ciudadanos educados y comprometidos con México saben bien que, si bien es cierto que la democracia mexicana gobierna al país, también lo es que no lo transforma, porque se mantienen condiciones de enorme desigualdad. Quien cree en la democracia está o debe estar indignado por la desigualdad, la impunidad y la ineficiencia política.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 6 de noviembre de 2011).


Definición de democracia.

La democracia, que en sentido etimológico es "poder del pueblo", ha perdido en nuestros dias su verdadero significado. Vacía de contenido, pero prestigiada como un axioma de la vida política, se ha convertido en la prostituta de todos. No solo se le ha empleado para justificar toda clase de revoluciones y simples levantamientos, sediciones y cuartelazos, actos terroristas y manifestaciones de inconformidad, sino que se le ha acompañado con todo tipo de adjetivos: democracia representativa, liberal, socialista, reivindicativa, etc. En el ámbito de las simulaciones de todos los eventos electorales de nuestros días, se ha diluído su genuina acepción. Todos hablan, declaman y manosean la democracia, y todos justifican con ella hasta las trapacería que se cometen para rescatarla de los adversarios ideológicos.

Flavio Romero de Velasco
(v.Razón y Acción del 4 de diciembre de 2011).


Creo que ha habido un tratamiento, en efecto, que tiende a separar a los gobernantes y la política de la sociedad...

Se le pregunta a la gente qué tanto se interesa por la política, y se ve que hay un porcentaje muy alto, 1 de cada 5 -o 20% de la gente- que no le interesa en lo absoluto la política, eso es muy preocupante, porque mientras más nos alejamos como ciudadanos de la política, más la dejamos en las manos de los políticos, y como se dice, o muchos líderes estadistas han dicho, la política es demasiado importante para dejarla sólo en manos de los políticos, y en ese sentido, los ciudadanos tenemos que participar.

Para muchas personas la palabra política es asociada con corrupción, cuando, en realidad, debería ser una virtud, una buena palabra, no mala. Ser político debería ser algo admirable, hoy es una cosa condenable y ésa es una muy mala noticia para la sociedad que se ha alejado de la política y es una muy buena noticia para los políticos, que se han quedado solos con el monopolio sobre ésta.

Hay que volver a pelear esa palabra, hay que reivindicarla, re-dignificarla, y hay que apropiarla, porque no es de ellos (los políticos), es de todos; los que la hacen de tiempo completo son políticos profesionales, pero la política debería ser algo de todos, para los que la hacen de tiempo parcial, de manera esporádica, amateur u ocasional, como pueden ser los ciudadanos que se dedican a otras cosas.

Hay una brecha reciente y preocupante donde, por supuesto, los políticos van por una parte y los ciudadanos por otra, y eso es lo más peligroso para la democracia, porque el desencanto de la democracia puede devenir en regresiones autoritarias, en quiebres democráticos, en alternativas no democráticas que son lo peor que le puede ocurrir a una sociedad.

Si uno toma en cuenta los datos del Latinobarómetro, este año, por 1a. vez, hay menos apoyo hacia la democracia por parte de la sociedad mexicana, en general de la opinión pública en México y eso es gravísimo, porque quiere decir que hay otro tipo de regímenes y alternativas que empiezan a coquetear y a hacerse de la simpatía de la sociedad mexicana.

David Gómez Álvarez, director ejecutivo del Observatorio Ciudadano de Calidad de Vida "Jalisco Cómo Vamos"
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 13 de diciembre de 2011).


La OEA, IDEA, IFE y el Ministerio de Asuntos Exteriores de España presentaron un muy importante documento: Política, dinero y poder. Un dilema para las democracias de las Américas (FCE, México, 2011).

El texto vuelve a recalcar que en América Latina se ha expandido la democracia y señala que "nunca fuimos tantos países viviendo en democracias sin interrupciones autoritarias por tanto tiempo". Lo que no deja de ser una buena nueva que no hay que olvidar. Y si bien las amenazas autoritarias no parecen estar a la vista, subraya que "vigencia" de la democracia no es sinónimo de "fortaleza" de la misma. Porque "la legitimidad de la democracia no se adquiere de una vez y para siempre". Es necesario refrendarla, apuntalarla, y ello no sucede por inercia.

Y a partir de ese enunciado intenta generar un marco para pensar las relaciones entre democracia, política, dinero y poder. Parte de algunas obviedades que no suelen aparecer con fuerza en el debate público: "En todos lados el dinero es influyente en la política. Pero en nuestras tierras, más que en ninguna otra, el dinero se concentra en pocas manos... Nuestra región tiene la distribución del ingreso y riqueza más desigual del mundo". Insisto, no se trata de un descubrimiento y menos de una novedad, pero es importante no omitir esa realidad, porque "la concentración del dinero produce concentración del poder". Y el problema para los regímenes democráticos es que el poder del dinero "puede y a menudo logra pesar más que la expresión de la voluntad popular". Y ello impacta o puede impactar a la propia legitimidad democrática.

Existen, según el texto, 3 dimensiones de la legitimidad: a) la de origen, que tiene que ver con las condiciones de la elección de los gobiernos y los representantes, b) de ejercicio, que se refiere a las normas y los mecanismos a través de los cuales se toman las decisiones, y c) de finalidad, que hace alusión a la capacidad para "garantizar" y hacer realidad "los derechos ciudadanos en sus tres esferas: política, civil y social", es decir, la fortaleza para edificar una auténtica democracia de ciudadanos iguales en derechos. Y en las tres dimensiones es necesario revisar las relaciones con el dinero. Porque cuando algunas de esas dimensiones falla, lo que sucede es que "se cuestiona cómo un equipo llegó al gobierno; la forma en que actuaron funcionarios y legisladores, atribuyéndose por ejemplo facultades que no les correspondían o vulnerando el estado de derecho, o porque los resultados de su acción no fueron vistos como un avance para el bienestar de la sociedad".

De manera cruda pero certera, el informe dice que "las decisiones de gobierno pueden verse alteradas... por quienes tienen capacidad de presión o, aún más sencillo y dramático, por los que pueden sobornar y corromper. El dinero puede crear una fortaleza en la que la ley no penetra". Ello erosiona y debilita la mecánica y funcionamiento de la democracia, y también el fin mismo de los sistemas democráticos, que "deben tener la capacidad de redistribuir poder para garantizar a los individuos el ejercicio de sus derechos y reducir los privilegios".

En otras palabras, la concentración del dinero y del poder tienen un impacto en la reproducción de los regímenes democráticos y pueden llegar a vulnerar parte de los supuestos más relevantes de esa construcción civilizatoria, a saber, que la igualdad formal de todos ante la ley acabe disolviéndose en aras de la reproducción de las desigualdades que cruzan a las sociedades de nuestro subcontinente.

"La acción del Estado puede reducir las desigualdades a través de políticas educativas, de vivienda, salud, laborales y fiscales, entre otras", o, diría un cínico, puede no hacerlo.

José Woldenberg
(v.pág.9 del periódico Mural del 15 de diciembre de 2011).


Este año la revista Time le otorgó el personaje del año al manifestante, ese personaje singular pero que actúa en grupo; que sale a la calle por voluntad propia pero impulsado por la fuerza de la red a la que pertenece; que exige sus derechos, quiere un mundo distinto, pero para él los canales de la política formal están cerrados. Las manifestaciones marcaron este año como ningún otro desde 1968. De Túnez a Egipto, de Libia a Siria, de Chile a España, el mundo entero vivió movilizaciones.

Más allá de las reivindicaciones, muy distintas las unas de las otras, lo que "el manifestante" puso sobre la mesa es la crisis de un modelo de representación y la necesidad para los jóvenes de replantear el espacio de la política. Las instituciones gubernamentales, en las dictaduras y en las democracias, se volvieron viejas, sordas y obsoletas. No es una cuestión de legitimidad o votos, sino de incapacidad y ceguera institucional. Hoy las instituciones responden a lo que los evaluadores e indicadores internacionales esperan de ellas y no a los que los ciudadanos necesitan para resolver sus problemas. Los partidos, de izquierda o derecha, siempre han respondido a la lógica del poder y los poderosos, pero nunca como ahora habían estado tan lejos de los ciudadanos.

Los manifestantes regresaron la política a su lugar de origen: la calle. Es ahí, en el espacio público, en donde todos somos iguales, o quizás tan sólo menos desiguales, donde debe discutirse y decidirse el futuro deseado. Mientras las instituciones y los cauces de la política segregan, compartimentan y deshumanizan, la calle reúne, reencuentra, le da rostro al ciudadano. Mientras la política formal norma y limita, la calle abre su espacio.

La política, tiene razón Fernando Savater, no puede funcionar sin partidos e instituciones, pero volver a la calle nos permite y obliga a repensarlos. La calle permite regresar a lo básico, darle dimensión y perspectiva humana a la polis; construir desde el espacio público la posibilidad de la realización individual.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 24 de diciembre de 2011).


La gente del Potrero es rica en dichos. Tiene uno acerca de las cabras, y muchos acerca de los adultos mayores. El de las cabras dice: "En el monte la cabra es muy latosa, en la mesa muy sabrosa, y en la bolsa muy ruidosa". El mismo decir puede aplicarse, pienso yo, a la democracia. Es muy sabrosa: dulce es el sueño que hace creer a los pueblos que se gobiernan a sí mismos. También es muy ruidosa: ¿cuántos cientos de miles de spots de mentirosa propaganda política tendremos que soplarnos los sumisos ciudadanos en este año propiedad de los políticos? Pero la democracia, al igual que la cabra, es igualmente muy latosa. En las naciones que más se acercan a la utopía de la democracia cada cabeza es un partido político. De Gaulle razonaba sus imposiciones: "¿Cómo puedo ser democrático en un país que tiene 400 variedades de quesos?". El problema se hace mayor en una república de pobres como México. La pobreza hace que mucha gente dé su voto a cambio de una torta. Verde es entonces, en la teoría, el árbol dorado de la democracia, pero en la práctica es gris. Bien vistas las cosas, la democracia es el sistema de gobierno por la cual unos pocos creen saber lo que los muchos necesitan, y se lo dan, quiéranlo o no.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.pág.7 del periódico Mural del 5 de enero de 2012).


La historia enseña, e ilustra con infinidad de ejemplos, que la democracia dista mucho de ser la panacea capaz de curar los males de que adolece la sociedad; en el ámbito de los poderes civiles, igual por allá, muy lejos, que por aquí, muy cerca, abundan los ejemplos de decisiones democráticas verdaderamente catastróficas.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 8 de febrero de 2012).


El pensador francés Montesquieu lo entendía perfectamente, por eso pulió la idea de la división de poderes, una brillante propuesta para poner enfrente de un interés otro interés con la misma fuerza.

Cuando Estados Unidos nació como país, de la mano de todos esos pensadores que tanta falta hacen ahora (por favor, aunque sea la mitad de uno), se perfeccionó la idea de los contrapesos del poder con un sistema electoral, que no sólo garantizaba la división de los tres poderes básicos, sino que pulverizaba los intereses individuales de los congresistas, los ministros de justicia, los titulares de carteras públicas y el presidente. El objetivo era evitar, con un sofisticado diseño de tiempos distintos y ascendencias geográficas diferentes, que los poderosos encontraran complicidades entre sí.

Casi 200 años han pasado y el diseño de la fiscalización al poder ha incluido nuevos elementos: entraron organismos públicos descentralizados, se inventaron fiscalías superiores, se le dio autonomía a los organismos de derechos humanos, se firmaron acuerdos internacionales vinculatorios, se garantizó la libertad de prensa, se diseñaron reglas más estrictas para el juego electoral, nacieron los contralores, se cobijó a la oposición, proliferaron los oficiales mayores con doctorados en Harvard, se impulsó una democracia competitiva con voto de castigo, se presumen iniciativas para que haya revocación de mandato... y la lista sigue.

Pero el tema está alcanzando proporciones ya de chiste. Ahora resulta que el responsable de vigilar con lupa que el dinero público sea bien usado, debe ser vigilado por una comisión de diputados que, primero son los responsables finales de aprobar esas cuentas de dinero público, y segundo, tienen sus propias sumas y restas sancionadas por el señor al que ahora revisan.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 29 de febrero de 2012).


Las elecciones no producen democracia. Ni aquí ni en China. El sistema electoral sólo sirve para elegir a quien gobierna formalmente.

Felipe Reyes
(v.pág.18 del periódico Milenio Jalisco del 2 de marzo de 2012).


  1. En ningún artículo de la Constitución, ni en ley alguna, dice que el Presidente de México es Jefe de Estado y de Gobierno (eso es más una cuestión psicológica que constitucional);
  2. El Jefe de Gobierno es, y debe ser, el principal actor político en las democracias parlamentarias;
  3. En las democracias presidenciales el presidente se convierte en un actor político en los procesos electorales cuando además es candidato a la reelección (como ocurre en los Estados Unidos);
  4. En los países en los que no existe la reelección presidencial, lo que se observa es que el presidente en ejercicio guarda distancia en el proceso electoral, para no incurrir en un delito o alterar la equidad en la contienda.

En el caso de México, el problema es que se reivindica el derecho de un ciudadano a intervenir en el proceso electoral (en este caso el presidente), cuando se le conculcan esos mismos derechos a los candidatos; cuando se trata de un individuo que goza de inmunidad constitucional; que tiene a su cargo el Ministerio Público; y que puede utilizar todo el poder del Estado a favor o en contra de un candidato.

Si el presidente quiere ejercer sus derechos políticos en el proceso electoral, que tenga también obligaciones y responsabilidades. Mientras eso no ocurra, lo mejor es que no intervenga.

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 3 de marzo de 2012).


El tipo de gobierno en México es la partidocracia; y no, no se nos olvida y cada vez menos, que todos [los partidos] son responsables de la situación compleja y grave que vivimos hoy.

Laura Castro Golarte
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 24 de marzo de 2012).


El que exista un libro de un nuevo modelo de democracia que deje fuera a los partidos políticos, campañas y discursos no tiene nada de especial, pero que el que el autor sea una de las figuras más importantes del budismo tibetano, resulta singular. De hecho, es el primer libro escrito sobre democracia por un maestro budista.

El XIV Sharmapa no es amigo de títulos, prefiere que lo llamen simplemente Shamar Rimpoche. Le preocupa la violencia y la tortura en todas sus formas. Por ello, creó la Fundación de la Compasión Infinita, la cual más que promover el vegetarianismo, su objetivo es dar a los animales, en especial a los que están destinados al consumo, un trato más ético y humanitario. Interesado en las ciencias, en abril presidirá el segundo congreso internacional de Neurociencia y Budismo en la Universidad de Stanford.

Shamar Rimpoche visita por primera vez México. Aprovechando esta visita, presentó la traducción de uno de sus libros: Creación de una Democracia Transparente: Un Nuevo Modelo, el cual propone un sistema de democracia basado en la descentralización del poder político, promueve la educación política entre la población de los estados democráticos y darle fin a las campañas políticas.

"Propongo un sistema de control desde la base hasta la cima, un sistema donde las unidades democráticas localizadas en los pueblos y ciudades intermedias asuman una responsabilidad y poder mayores, y los representantes de estas unidades locales se combinen también para constituir los niveles superiores de gobierno". Una segunda base es que el público tiene que volverse políticamente educado antes de participar completamente en el autogobierno. En tercer lugar, toda forma de propaganda política en la vida pública debe estar prohibida. "En mi opinión, la marca de hoy de los políticos no tiene cabida en un buen sistema democrático. Muchos votantes, particularmente los analfabetas, son influenciados por políticos con facilidad de palabra que pretender trabajar por los intereses del pueblo".

A pesar del tema de su libro, no se considera un lama político. "La gente confunde de manera deliberada el sistema político con la política. Yo estoy hablando sobre cómo hacer política. Mi libro es una propuesta de un sistema de organización".

Si bien se inspiró en Nepal para su libro, el autor considera que su esquema es posible de aplicar para todos los países. "Hasta en los Estados Unidos", dice Rimpoche sonriendo. "Hay 2 aspectos fundamentales en el libro: el primero es la igualdad de derechos y promulgar leyes para beneficio de todos los seres, y el segundo es evitar la corrupción mediante las campañas políticas, ya que en el caso de Nepal e India con el fin de ganar votos, son deshonestos y corruptos. Es lo que planteo en mi libro". Shamar Rimpoché comenta que su publicación ha sido recibida con mucho entusiasmo en Nepal, en dónde se han organizado asociaciones de voluntarios para dar a conocer el modelo.

"Yo soy un maestro budista y en mi tradición se habla de 2 tipos de felicidad: la felicidad última que es conocer la mente a través de la meditación, lo que enseñó el Buda y la felicidad relativa o inmediata. Como maestro, me he dado cuenta que una de las maneras de obtener la felicidad inmediata para las personas era generar un modelo de democracia, que basado en la compasión, no generara corrupción y por lo tanto sufrimiento para las demás personas. Por ello decidí publicar este libro. He puesto mucho esfuerzo en el libro. Dediqué mucho tiempo en pensar cómo generar un sistema inteligente para evitar que haya políticos que sean tramposos".

Fernanda de la Torre
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 25 de marzo de 2012).


El sueño de construir una democracia en que el voto libre nos permita elegir a nuestros gobernantes se esfuma cada vez más. Tenemos cientos de legisladores electos no por los ciudadanos sino por los partidos. Éstos tienen además el monopolio de postular candidatos a cargos de elección. Y el Tribunal Electoral nos dice que las cuotas son más importantes que el voto.

Sergio Sarmiento
(v.periódico El Siglo de Durango en línea del 29 de marzo de 2012).


Naciones y pueblos han inventado sólo 2 modos de renovar a los gobernantes si se acepta el supuesto de que el gobernante ha de ser elegido por todos los miembros de esa nación o sociedad. Los 2 tienen virtudes e inconvenientes. Uno es el método del consenso: Todos los miembros se ponen de acuerdo en elegir a una persona. Es el modo usado por muchas de las naciones primigenias del mundo. Tiene el inconveniente de "todos" los miembros. Basta una persona en desacuerdo para retrasar o suspender la renovación del gobernante. Tiene la virtud de que "todos" dijeron que sí, esa persona es quien debe gobernar.

El segundo método, hoy vigente en México, es la elección libre, universal y secreta de un candidato de entre varios. Tiene la virtud de que cada persona ofrece su decisión libremente y en secreto de manera que, en principio, no hay modo de presionar o violentar la decisión. Tiene el inconveniente de que es "la mayoría" la que decide y eso produce minorías, a veces inconformes y también perseguidas y hostigadas por los ganadores. Y sus puntos de vista, aún óptimos para el bien común, con frecuencia son dejados de lado.

Los 2 métodos pueden ser desvirtuados por trampas, por simulación y por las diferencias económicas y sociales entre los votantes. También con base en la parte emocional del carácter voto. Las leyes tratan de evitar tal desvirtuar. Es difícil lograrlo, sobre todo el control de lo emocional. Con la ley en la mano se puede excitar la emoción los ciudadanos y propiciar la confusión entre palabras y realidades. Esto no es evitable.

Miguel Bazdresch Parada
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 1o.de abril de 2012).


Los principios de mayoría relativa y representación proporcional corresponden, cada uno, a una concepción distinta de democracia. El primero asume a la democracia como gobierno de las mayorías. El segundo prefiere un Estado donde mayorías y minorías puedan acomodarse para incorporar a un número amplio de personas.

Fue Maurice Duverger el primero en sugerirlo: mientras el principio de mayoría relativa excluye, el de representación proporcional amplía el arco de identidades, regiones y poblaciones reflejadas en los espacios donde se toman las decisiones del poder.

Según el politólogo francés, en los países donde privan las candidaturas de mayoría suele ocurrir que sólo 2 partidos gobiernan las instituciones. En cambio, donde la representación proporcional se refleja en los votos ocurre el multipartidismo.

Estados Unidos e Inglaterra son países donde impera el primer principio; de ahí que republicanos y demócratas ocupen la casi totalidad del espectro político estadounidense y que en Gran Bretaña suceda algo parecido con laboristas y conservadores.

Lo que explica la pobre representación del Partido Liberal en el segundo país, aun si tal fuerza política cuenta con más de 15% de preferencias, es precisamente que las candidaturas plurinominales no están permitidas. En contraste, si Holanda, Polonia, España y varias otras naciones muestran una extensa gama de vehículos partidarios es justamente gracias al principio de representación proporcional.

En esta hebra de ideas se entiende por qué Andrés Manuel López Obrador no es partidario de eliminar las curules plurinominales. De llevarse a buen puerto la iniciativa, el PRD y también el resto de los partidos minoritarios, tenderían a desaparecer del mapa político mexicano. Esto es así porque sólo el PAN y el PRI tienen presencia en los 300 distritos de mayoría que configuran nuestro mapa electoral.

Ahora bien, la representación proporcional no sirve únicamente para promover un sistema de varios partidos; en su consecuencia más deseable, como ya se advirtió, es canal de participación para las distintas minorías regionales, étnicas, etarias, temáticas, identitarias, sexuales y todo un largo etcétera producido en el tiempo por las sociedades diversas.

Como se observó recientemente en los procesos de selección interna de los partidos donde se utilizaron mecanismos mayoritarios (PAN y PRI), es difícil que una mujer gane cuando la maquinaria es ciega frente a la especificidad. Lo mismo suele suceder con una persona con discapacidad, una indígena o un integrante de la comunidad LGBTTTI.

Ricardo Raphael
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 11 de abril de 2012).


En nuestro país la democracia no pasa de ser una especie de conjuro del cual se usa y se abusa para enmascarar una forma de gobierno que tantas semejanzas ofrece con un arcaico despotismo oriental.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 28 de abril de 2012).


Ciudadano no es aquel que sólo va y vota en cada elección, sino el que se involucra y participa en los asuntos públicos. Esa es la diferencia entre una democracia delegativa y una participativa. Hasta el momento, y por más que se pueda decir otra cosa, nuestro país se caracteriza por tener una democracia de ese primer tipo y no del segundo. El problema es que las campañas en nada contribuyen a crear la segunda.

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 28 de abril de 2012).


La mayor calamidad del sistema mexicano es tener una democracia sin demócratas.

Luis Carlos Ugalde, expresidente del IFE
(en su libro "Así lo viví").


A diferencia de Guadalajara, el sistema político en Portland, Oregon, se organiza de manera distinta.

De entrada, por ningún lado se percibe "la estructura" partidista. Esta es una campaña de candidatos "independientes". Algo difícil de concebir todavía en México. Cuando comentaba esto con una consejera metropolitana ella me decía que para registrarse como candidata sólo imprimió la forma correspondiente, la llenó, pagó la cuota y quedó registrada para participar en la elección.

Sobra decir, que la ausencia de candidatos de partido facilita las cosas una vez en el ejercicio del poder, porque los conflictos pos-electorales -tan frecuentes como insuperables en México- en Portland son irrelevantes.

Otra enorme diferencia es que Portland cuenta con una estructura de gobierno formal metropolitana. Es elegida democráticamente, ejerce su propio presupuesto, cobra sus propios impuestos, cuenta con su propia burocracia y tiene atribuciones en materia de transporte, preservación de los recursos naturales y espacios abiertos -como los destinados a la agricultura-, y uso del suelo, lo que evita discusiones irresolubles entre fragmentados ayuntamientos, como las que nos dejaron sin la línea 2 del Macrobús el año pasado en Guadalajara.

Eugenio Arriaga
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 6 de mayo de 2012).


Con el tiempo, me he vuelto cada vez más crítico con la democracia. No porque esté en contra de sus principios, sino porque creo que esos principios están pervertidos y que no vivimos verdaderamente en una democracia. Por eso me sentí identificado con las palabras que gritaban los indignados en España: ‘¡Democracia real ya!’. Estuve en Santander, en los cursos de verano, y entonces hubo muchas manifestaciones y me chocó. Me di cuenta de lo diferente que era Europa cuando emigré y ahora. Antes lo que gritaba la gente joven era: ‘¡Revolución ya!’. Y años más tarde lo que piden es: ‘Democracia ya’. Esto es muy significativo. Quiere decir que la democracia ya no está presente. Es aún un ideal por el que se tiene que luchar.

Lo que sentí al escribir este libro (Los enemigos íntimos de la democracia, Galaxia Gutenberg) era que tenía que azuzar a mis contemporáneos. A pesar de que no es un ataque a la democracia (ni soy comunista ni un terrorista islámico), sentía la necesidad de decirles que la democracia no cumple con sus promesas. Intenté demostrar que la democracia en la que vivimos hoy día es contraria al espíritu real de la democracia.

Hoy casi todas las guerras que lidera Occidente se presentan como si fueran humanitarias. Sentimos que se debe llevar la democracia allí donde sentimos su falta. Eso es lo que yo llamo mesianismo político. Es una perversión muy peligrosa de la democracia. Pero en mi libro menciono 2 enfermedades importantes de la democracia. La otra es la dominación neoliberal que destruye el frágil equilibrio de los fundamentos de la democracia, que son la libertad individual y la preocupación por el bien común. En la última década se ha desarrollado una ideología nueva que rompe con eso. Pretendemos que el único rol del Estado es desmantelar todas las legislaciones que protegen a los trabajadores para darles lo que se les antoja a los reyes de la economía. El poder no tiene límite. Sin embargo, una de las fórmulas de la democracia la dio Montesquieu: ningún poder ilimitado puede ser legítimo.

Nos estamos volviendo igual de radicales que el totalitarismo comunista, ese en el que todo está dominado por el interés colectivo y no queda nada para la iniciativa personal. Nuestro sistema es igual de radical, pero al revés. Está dominado por el interés personal y ninguna intervención del Estado trabaja en nombre del interés colectivo. Eso que llamamos el Estado de bienestar. Pero los gurús dicen que aquello es mejor para la economía. Como si las personas no importaran.

Primero, debemos ganar la batalla de la opinión pública. Mi libro va encaminado hacia ello y espero que haya más aportaciones. Hay que concienciar a la gente de que hay que cambiar, que hay mejores formas de resistencia a los poderes del mercado. ¿Por qué creemos ciegamente en gente que sólo piensa en sus intereses personales? ¿Por qué creemos que ellos tienen la mejor solución?

El poder político controla los demás. Hay que dar poder a las personas. Ese es el significado de la democracia. En lugar de que el poder esté en manos de la comunidad, y a favor de ella, es la tiranía de unos cuantos. Mire lo que ocurrió en Estados Unidos, donde el presidente no pudo imponer ni una reforma sanitaria porque las aseguradoras se organizaron y crearon tal resistencia que pudieron acabar con la iniciativa. Ya no existe la regla básica de la democracia, que ningún poder absoluto debe ser legítimo. Pero las corporaciones tienen el poder absoluto. Pueden comprarle la elección a un senador. Y esto es muy peligroso porque se convierte en plutocracia.

La palabra libertad es tan atractiva que todo el mundo la utiliza. Los tiranos, cuando suben al poder, dicen que a partir de entonces la población será libre. Sin embargo, yo, que me crié en un régimen que explícitamente limitaba la libertad individual, me impresionaba que los partidos de la más extrema derecha europea usaran la palabra libertad en los títulos de sus discursos. Al poner esa palabra ahí se sentían con el derecho a pasar de las leyes y sus limitaciones. Pasaban del respeto a la vida y atacaban a sus enemigos de la manera más viciosa que existe. Lo mismo ocurre hoy con el liberalismo. Es una ideología que pretende que no haya más valor que la libertad individual, y no creo que eso sea verdad. Me gusta citar a un cura francés del siglo XIX (Henri Lacordaire) que dijo que tanto los ricos como los pobres, los poderosos y los que no tienen poder, son protegidos por la ley, pero la libertad los aprisiona. Creo que él logra condensar esta verdad en una sola frase. No es la libertad la que libera, sino la ley.

Las guerras humanitarias o preventivas y sus componentes antidemocráticos han sido discutidas por una minoría de escritores, y existen libros que denuncian ‘el imperialismo humanitario’. El neoliberalismo y sus efectos también tienen muchos enemigos. Y el populismo también. Lo que he intentado hacer es dar una imagen global de esas amenazas de las que la democracia debe defenderse. Creo que el rol de los intelectuales no es seguir la corriente, sino perseguir la libertad, preguntarse por ella, y transmitir los resultados de su pesquisa. Y no tener miedo.

Tzvetan Todorov
(v.pág.8-B del periódico El Informador del 6 de mayo de 2012).


"La Europa actual está cometiendo los mismos errores que América Latina durante la década perdida (1995-2005). Está interpretando la crisis de la deuda como un problema de solvencia y así acabará provocando un problema de solvencia. La austeridad hasta la muerte va efectivamente a conducir a la muerte. Quien no crece no paga". Así de claro y así de rotundo se mostró el ex presidente del gobierno español, Felipe González, durante su intervención en el debate sobre Gobernanza Global organizado por el Instituto Tecnológico de Monterrey y el Berggruen Institute.

González subrayó que la revolución tecnológica había creado un nivel de interdependencia jamás conocido, lo que afecta al "ámbito de la identidad" de los ciudadanos, ya que los estados nación "no tienen respuestas ante el desafío de la globalización". Esta crisis genera a su vez una crisis de la democracia representativa: "Los gobernantes dependen de factores ajenos al voto, de los mercados o de Angela Merkel".

Juan Luis Cebrián, presidente de El País, planteó: "La democracia está perdiendo prestigio en Europa por culpa de la respuesta titubeante y tardía de la Unión Europea". Esta miopía fomenta, los liderazgos populistas y el crecimiento del nacionalismo, e incluso del racismo.

Tras afirmar que el G-20 había sido hasta ahora ineficaz a la hora de protagonizar esa gobernanza mundial -"prometieron reformar el sistema financiero y no lo llevaron a la práctica, reformar el comercio mundial y la ronda de Doha fracasó"-.

El ex presidente de Brasil, Henrique Cardoso, comenzó su intervención con un breve repaso de historia. "Durante el equilibrio del poder, había naciones que eran primus inter pares y los demás parias, y de ahí se pasó al equilibrio de terror", con el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y donde países como Brasil o México no estaban en la mesa de negociaciones.

La globalización ofrece, en opinión de Cardoso, un aspecto positivo: "Ya no se puede ignorar al otro ni el auge de la sociedad civil" y el reto está en acompasar "las instituciones con una sociedad que va más deprisa y quiere participar en la toma de decisiones".

(V.pág.11-A del periódico El Informador del 8 de mayo de 2012).


Entre los seres vivos es notorio que se imponen los más fuertes. Es natural que al principio las vidas de los hombres discurran en manadas, como los animales: se sigue a los más fuertes y vigorosos. Su límite de gobierno es su fuerza; a eso podemos llamarlo monarquía. Cuando entre los hombres el que detenta la suprema autoridad pone su fuerza de modo que sus súbditos llegan a creer que da a cada uno lo que merece, ya no actúa el miedo a la fuerza bruta; es más bien por una adhesión a su juicio por lo que se le obedece y se conviene en conservarle el poder incluso cuando envejece; le protegen y combaten a su favor contra los que conspiran para derrocarlo. De esa manera se pasa de la monarquía a la realeza, cuando la supremacía pasa de la ferocidad y de la fuerza bruta a la razón. Después la realeza degenera en tiranía, principio de disolución y motivo de conspiraciones entre los gobernados. El pueblo, para demostrar su gratitud a los que derribaron la monarquía les convierte en sus gobernantes y acude a ellos para resolver sus problemas y después convierten la democracia en oligarquía. Suscitan otra vez en la masa sentimientos de rebelión y la cosa acaba en una revolución idéntica a la que hubo cuando los tiranos cayeron en desgracia. Porque si alguien se apercibe de la envidia y del odio que la masa profesa a los oligarcas y se atreve a decir o hacer algo contra los gobernantes, encuentra al pueblo siempre dispuesto a colaborar. Inmediatamente tras matar a unos oligarcas y desterrar a otros no se atreven a mandar un rey; no quieren tampoco confiar los asuntos de estado a una minoría selecta. Entonces se entregan a la única confianza que conservan intacta, la que radica en ellos mismos: convierten la oligarquía en democracia y es el pueblo quien atiende los asuntos de estado. Mientras viven algunos de los que han conocido los excesos oligárquicos el orden de cosas actual resulta satisfactorio y se tienen en el máximo aprecio la igualdad y la libertad de expresión. Pero cuando aparecen los jóvenes y la democracia es transmitida a una tercera generación, ésta, habituada al vivir democrático, no da ninguna importancia a la igualdad y a la libertad de expresión. Hay algunos que pretenden recibir más honores que otros; caen en esto principalmente los que son más ricos. Al punto que experimentan la ambición de poder, sin lograr satisfacerla por si mismos ni por sus dotes personales, dilapidan su patrimonio, empleando todos los medios posibles para corromper y engañar al pueblo. En consecuencia, cuando han convertido al vulgo poseído de una sed insensata de gloria, en parásito y venal, se disuelve la democracia, y aquello se convierte en el gobierno de la fuerza y de la violencia, porque las gentes, acostumbradas a devorar los bienes ajenos y a hacer que su subsistencia dependa del vecino, cuando dan con un cabecilla arrogante y emprendedor, al que, con todo, su pobreza excluye de los honores públicos, desembocan en la violencia. La masa se agrupa en torno de aquel hombre y promueve degollinas y huidas. Redistribuye las tierras y, en su ferocidad vuelve a caer en un régimen monárquico y tirano.

Polibio
("Historias" libro 6o.).


En la democracia el pueblo no pide, exige. Las sociedades democráticas sí ejercen la libertad para pensar, hacer y proponer. La sociedad democrática es quien aprueba o no las formas de gobernar. Los dos supuestos anteriores, claves de la democracia, no se convierten en realidad por conocerlos y enunciarlos. Es más, muchos gobiernos y gobernantes declaran aceptarlos y luego se ocupan de lograr que no se cumplan. En ésta época de elecciones se notan con claridad los modos de gobernar o de actuar de políticos, partidos y organismos con poder público con los cuales se obstaculiza el ejercicio democrático del pueblo. Tropiezan a la democracia.

¿Cómo se obstaculiza a la democracia? La forma más extendida y grave, se da cuando el poderoso se vuelve intérprete del pueblo. Dicho de manera grosera se parece a: "Como ustedes no saben, yo les voy a decir qué vamos a hacer. Confíen en mí. Voten por mí, elíjanme y ya verán, van a vivir mejor". Y luego se hacen promesas y aseveraciones hasta temerarias para mostrar que "él o ella sí sabe cómo" colmar las necesidades del pueblo. Así se apropian de un bien muy valioso: la palabra de cada quien y de su comunidad. "Como no sabes... no te ocupes... yo hablo por ti". Eliminan en los hechos el principal valor de la democracia: La fundación activa y permanente del orden social mediante la actuación de todos los miembros de esa sociedad.

Miguel Bazdresch Parada
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 27 de mayo de 2012).


En el ejercicio de la democracia que estamos edificando, me salta a la vista que estamos invirtiendo nuestro dinero y esfuerzo en mantas, espectaculares y anuncios en los diversos medios de comunicación y en fin en presentar caras y "frasecitas" con el fin de convencer a los electores de obtener su voto.

¿Es eso una democracia?

La verdad es que no me gusta ni me agrada. No quiero sentirme parte de una farsa, en donde lo único que cuenta es mi voto, en un sólo día del año.

Los partidos hacen lo que se les viene en gana y junto con ellos el IFE, simplemente porque hemos caído en un esfuerzo a base de mercadotecnia y publicidad. Nos venden rostros y palabrería y eso es lo que compramos.

Entiendo que un camino hacia la democracia, es la mayor participación ciudadana en las decisiones para el bienestar de todos. Es decir que el Gobierno realmente cumpla los mandatos de la ley, y esta emane del pueblo.

¿Dónde están las propuestas de la gente, las opiniones de los ciudadanos, las inquietudes y necesidades de la comunidad?

Democracia no es que los candidatos lancen sus propuestas y nosotros votemos por las que mas nos agraden, sino que sea al revés. Que nuestras propuestas las cumplan los políticos. Y que el mejor preparado para hacerlo, gane la contienda.

Hoy ganan las personas, más que los idearios políticos, que prácticamente han desaparecido del escenario.

Estamos fomentando una democracia mediática, hueca y sin fondo. Con opciones maquilladas y superficiales.

El modelo se esta agotando muy pronto y nos está saliendo muy caro sostener una mediocre democracia de pancartas y lonas.

Guillermo Dellamary
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 3 de junio de 2012).


Analizar el modo en que el sistema electoral español pervierte la propia democracia puede ser de interés general.

Sobre el carácter antidemocrático del sistema electoral español se suele pasar de puntillas, aparte las protestas puntuales de los partidos directamente damnificados. La razón es simple: las 2 fuerzas mayoritarias del país, Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE), son directas beneficiarias de ese sistema y no tienen interés alguno en reformarlo.

El resultado es que las elecciones en España oscilan entre la lotería y el chantaje. Con casi el mismo número de votos y casi la misma abstención, como acaba de sucederle al PP.

El sistema de restos de la ley D’Hondt beneficia a los partidos más votados.

Que se encuentre normal ahora que un partido como el PP tenga el 53% de los diputados cuando obtuvo el 44% de los votos o que, como sucedió en las anteriores elecciones, a la 3a.fuerza electoral de la nación, I.U. (Izquierda Unida), con casi un millón de votos, se le atribuyeran sólo 2 diputados, indica hasta qué punto la hipocresía y la falta de respeto a la soberanía popular predominan en la vida política española.

Porque semejante sistema de atribución de escaños tiene como consecuencia catastrófica que las elecciones se transformen, para una buena parte de los ciudadanos españoles, no en un acto de soberanía sino en un trámite realizado bajo chantaje.

El voto está condicionado por el hecho de que puede que la fuerza minoritaria por la que uno vota no obtenga la disparatada cantidad de sufragios requerida para lograr un diputado y entonces el escaño en litigio vaya a parar a otro partido, al que se estará apoyando de hecho aunque no se quiera hacerlo. De ahí el permanente chantaje del PSOE hacia los votantes de la izquierda, presentando cualquier voto que no sea a sus candidatos como un apoyo a los candidatos de la derecha. Por desgracia, eso es así muchas veces pues en la mayoría de las provincias los votos que recibe Izquierda Unida nunca se transforman en diputados. Entonces, ¿dónde queda la libertad del votante a la izquierda del PSOE? Y sin esa libertad de elección no sometida a chantaje, ¿dónde queda la expresión de la voluntad soberana?

Con todo esto, hay todavía quienes defienden la ley d’Hont porque dicen que contribuye a la gobernabilidad del país. ¿Está entonces la gobernabilidad por encima de la soberanía popular? ¿Es excusa suficiente para que la voz de los ciudadanos esté representada como a algunos les gustaría que fuese, en vez de como realmente es?

Estas últimas elecciones han puesto en evidencia una quiebra no tanto del sistema bipartidista, que ha mostrado su cara más injusta, como de la propia democracia española. Estamos ante una forma de discriminación política que atenta directamente contra el principio constitucional de igualdad ante la ley. Una discriminación que explica en gran medida la pujanza del movimiento de protesta de los indignados, pues si se pervierte el acto de legitimación del poder político (la expresión de la soberanía popular a través de las elecciones), es la democracia misma la que resulta amenazada.

José Manuel Fajardo, escritor y periodista español
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 3 de junio de 2012).


"¿Saben qué? A mí la política me viene valiendo. Lo que a mí me preocupa es cómo carambas le voy a hacer para poder comer hoy. Lo que me urge es una chamba formal porque tengo hambre. ¡Tengo hambre! Igual que 40 millones de mexicanos. Por eso, si me ofrecen torta, 100 pesos, camiseta y sombrero nuevo, ¡llévenme al mitin que quieran y díganme que debo de gritar! Y si el 1 de julio me dan 500 pesos por mi voto, ¡órale, nomás díganme como se hace una crucecita y dónde la pongo, porque yo no sé ni escribir!"

Estas son palabras de un habitante de Mezquitic, Jalisco. Analfabeta, desempleado y desesperanzado. Y revelan por qué es tan fácil comprar un voto.

¿Y cómo le hacemos para erradicar la venta de votos? Hay que cambiar muchas cosas, pero hay que empezar cambiando lo básico.

Lo siguiente les va a sonar antidemocrático y elitista a los puristas atenienses y a los conservadores, pero el derecho al voto hay que ganárselo, y no puede valer lo mismo el voto de todos. En una sociedad mercantil, sólo puede votar quien contribuye con dinero o trabajo, y esa opinión vale tantos votos como la cantidad de trabajo o dinero que aporta. Y eso se considera justo y democrático.

El sufragio debe de ser un derecho ganado por el ciudadano que paga impuestos y su voto debe valer de acuerdo con el trabajo que haya invertido para educarse.

"Todos somos iguales, pero 'habemos' unos más iguales que otros", decía el Arq.Malacara. No es igual un hombre que trabaja legalmente y paga impuestos que un hombre que trabaja en la economía informal, no aporta nada al erario y disfruta gratis de los servicios comunitarios. Ni tampoco es igual quien, con grandes sacrificios, estudió en el sistema de educación pública y luchó para recibirse y ser exitoso, que quien se rindió y dejó la escuela. Y ambos tuvieron la misma oportunidad. Recordemos que en México la educación es gratuita. Malita, pero gratis.

Este modelo de votos de diferente valor no es nuevo, ya don Lucas Alamán propuso el "sufragio restringido" en 1834. En España el sufragio es "representativo" mediante el Método D'hondt y el voto de un catalán vale diferente que el de un asturiano o un madrileño. Y en Estados Unidos el valor del voto de cada ciudadano depende de su distrito electoral. Adecuar la democracia a la realidad de cada país es permitido. Eso del "sufragio universal" en teoría suena muy bonito, pero en la práctica no funciona.

Nuestro sistema sería así: sólo se permitirá votar a quien aparezca en la base datos del RFC como contribuyente cumplido. Y dependiendo del grado de escolaridad que aparezca en la base de datos de la SEP se le asignará un número de votos. A mayor escolaridad, más votos. Y por cada voto tiene derecho a un estímulo en efectivo. ¿Ah verdad? Así cambia la cosa. De esta forma, el dinero de las elecciones no sería ni para el IFE ni para los partidos; sería para los ciudadanos cumplidos.

¿Se les hace absurdo y mafufo que el IFE nos dé dinero a los ciudadanos cumplidos por votar? Pues a mí se me hace más mafufo que los políticos tengan derecho a recibir dinero para ser electos y los ciudadanos nomás tengamos derecho a... elegirlos.

Obviamente esta idea no les va a gustar a los partidos compra-votos. A ellos les conviene tener a puro desempleado-analfabeta-vende-voto.

Cambiar nuestro sistema electoral a uno que estimule la educación y que todos paguemos impuestos, nos haría progresar.

El derecho al voto, como todo en la vida, hay que ganárselo.

Alberto Martínez Vara
(v.pág.6 del periódico Mural del 7 de junio de 2012).


El sistema democrático, por los comportamientos de quienes de él viven que son precisamente los dedicados a la política, está seria, muy seria, extremadamente afectado. Escribo esto cuando el sentir en los ciudadanos va en el desencanto; en la desilusión; en la decepción y, aunque fuerte suene, hasta en el asco producido por el comportamiento de muchos de los "profesionales" del giro.

Francisco Baruqui
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 11 de junio de 2012).


El rumbo del país del próximo sexenio estará en manos de los indecisos. De la improvisación y de las definiciones de última hora. Lo dicen las encuestas: el porcentaje de electores que no sabe por quién votará es tan grande, que serán el fiel de la balanza. Por ello, todos los partidos van en pos de los indecisos.

Este grupo de votantes es de 2 tipos: aquellos que poseen información sobre los procesos electorales pero no tienen una decisión tomada, y los que simplemente no tienen información ni idea del proceso electoral, por lo que son incapaces de emitir una valoración al respecto.

Así que por más que nos desgastemos el cerebro descifrando propuestas, oyendo debates, escudriñando en el pasado y presente político de los candidatos y sus partidos; por más que razonemos nuestro voto, los que finalmente decidirán quién ganará la elección son los desinformados, los improvisados, los que resuelven todo a última hora; los que votan con el estómago, basados en hábitos, en la propaganda política o en las fobias y filias del momento.

La teoría racional de la democracia considera al elector como un ser racional. Pero como los electores que no razonan su voto, son los que al final resuelven el sentido de las elecciones, podemos decir que nuestros gobiernos, nuestros representantes y nuestra democracia son el producto de la sinrazón. Y por eso estamos como estamos.

Un artículo de la revista electrónica Razón y Palabra describe los distintos tipos de votos que hay, y pensé que sería bueno que cada quien supiera el tipo de voto que emitirá:

1. Voto racional
Es el que se decide de acuerdo a la información recogida de las campañas y al cálculo que hace sobre beneficios, ventajas y desventajas que obtendría con un determinado candidato, partido o programa de gobierno. Quienes lo ejercen son votantes que no pueden ser manipulados.

2. Voto inercial.
Es el voto de la costumbre, el de hábitos pasados, y el de la predisposición política que difícilmente cambia. Es el llamado voto duro.

3. Voto personalizado.
Es el que se basa más en el candidato que en el partido o en la plataforma electoral que propone. Es el voto de la imagen, carisma, arraigo, liderazgo o historia personal.

4. Voto de ira.
Es el que se genera motivado por el hartazgo, el descontento, la inconformidad, el malestar y la irritación social en contra de algunos partidos o sus candidatos, o sus plataformas político-ideológicas. Es el voto de protesta, el voto negativo (ejemplo: "#Yosoy132").

5. Voto por consigna.
Se conoce como voto corporativo, y es el que se emite dirigido, coaccionado o influenciado por líderes sociales, sindicales, empresariales o religiosos.

6. Voto de Hambre.
Es el llamado voto utilitario, y que se genera por las severas carencias económicas de muchos y se otorga al mejor postor en función de la sobrevivencia económica o a cambio de una utilidad inmediata, incluyendo una torta, una despensa, una licuadora o una borrachera.

7. Voto del miedo.
Se emite basado en temores, amenazas o incertidumbres sobre el presente y futuro de la sociedad. Lo inducen los partidos, creando dudas y amenazas de posibles escenarios adversos de sus opositores (ejemplo: "(...) es un peligro para México").

8. Voto de plástico.
El que se obtiene de personas que no saben lo que quieren, y por lo tanto son moldeables e influenciables. Es un voto flexible, elástico que depende principalmente de la televisión.

Al final, cada quien vota como quiere. Yo pienso que sería mejor que todos lo hiciéramos racionalmente, pero para que esto ocurra, para impedir que los votos puedan ser comprados o influenciados, es necesaria una sociedad educada y libre de pobreza extrema.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico Mural del 14 de junio de 2012).


El valor principal de la democracia consiste en prescindir de los malos gobernantes sin derramamiento de sangre; ethos civilizatorio suele decirse. No es poco, en un país ensangrentado y tomado por la violencia criminal organizada.

Alán Arias Marín, FCPyS-UNAM, Cenadeh
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 17 de junio de 2012).


Estamos en una sociedad pluripartidista que quiere expresarse y ser representada con equidad. El sistema político no le ofrece esta equidad. Por eso el gobierno dividido es la otra cara de una sociedad que no puede transformar en consensos políticos ni en compromisos básicos sus valores diferentes. El régimen no le ofrece esta oportunidad a la sociedad. No es un régimen de oportunidades, sino un sistema limitativo que le queda chico a México.

Tendrían que reunirse dos condiciones para que esto cambiase. Instaurar una fórmula para permitir coaliciones y establecer reglas de eficacia gubernativa que impidan que la diferencia entre actores obstruya el imperativo de llegar a consensos en asuntos trascendentes.

Se han propuesto hasta la saciedad las modalidades institucionales que podrían conducir a encontrar ambas salidas: segunda vuelta, gobierno de coalición, gobierno de gabinete, sistema parlamentario, reelección consecutiva de alcaldes y legisladores, referéndum, iniciativa popular, plebiscito, iniciativa ciudadana, reforma a los sistemas de veto, iniciativa preferente...

En todas las ocasiones las voluntades que han conseguido predominar han negado la pertinencia de estas medidas, que se han propuesto de distintas formas y con diferentes arquitecturas. A estas alturas sólo es posible entender esa negación como ceguera inducida por la voluntad de poder. Los beneficiarios de la contradicción entre pluralismo electoral y autoritarismo del régimen de gobierno son los oportunistas que creen que alcanzando el poder podrían gobernar sin trabas. No han entendido que México cambió y que su negación es gasolina cerca del fuego.

Francisco Valdés Ugalde, director de la Flacso, sede México
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 18 de junio de 2012).


El Instituto Federal Electoral, ante la falta de herramientas para hacer que se respeten los resultados electorales, acude al recurso de firmar "un pacto de civilidad" para que se respete la voluntad del pueblo expresada en las urnas el día de las elecciones.

La regla es clara, gana quien tenga mayoría, eso dice la ley y si la mayoría es mínima como sucedió en 2006, y eso genera conflicto, entonces se debe exigir al legislativo que cambie la ley y defina que se debe entender por mayoría o que establezca la segunda vuelta electoral. Pero mientras el que gana lo hace con un mínimo de votos, entonces los demás están obligados a respetar el resultado porque así lo establece la norma acordada por todas las fuerzas políticas representadas en el poder legislativo.

Ante el escenario de controversia por los resultados electorales en episodios del pasado el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ha tenido que resolver disputas, lo que en términos institucionales conduce al país a la judicialización de los procesos electorales y hace que estos se conviertan en una práctica inútil debido a que prevalece la interpretación del código frente a la voluntad del voto. El proceso electoral pierde credibilidad y se convierte en simulación para dejar a salvo los intereses de los grupos de poder.

En política también es importante saber perder, pero se debe hacer con la ley en la mano. Lo demás es propaganda. El episodio indica que la Reforma del Estado y la Reforma Política siguen siendo asignaturas pendientes y que los políticos que tenemos están rebasados por la sociedad. La democracia es participación, tolerancia y cíclicamente votación. Cualquier planteamiento que invierta este orden miente.

Enrique Pérez Quintana
(V.Yahoo! Noticias del 18 de junio de 2012).


Votar no sirve de nada porque el sistema pretende llamarse democracia sólo porque permite al ciudadano depositar una boleta cada 3 años. Un trienio (periodo entre elección y elección) tiene 1"576,800 minutos y los políticos dejan que el ciudadano apenas participe 30 minutos, es decir el 0.0019% de cada periodo de gobierno. Y después de concederle esa migaja de "participación", se les da una patada en el trasero a los votantes y se les impide cualquier otra decisión. Obviamente esto no es una democracia.

Rubén Martín
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 26 de junio de 2012).


Según el diseño teórico, la democracia es un sistema basado en la rectitud e integridad de los contendientes. El diseño ideal no acepta transgresiones, trampas o inmoralidades, pues asume seres humanos capaces de convivir con otros, con diferente pensamiento o manera de ver la vida y el mundo. Seres humanos capaces de convivir con gobiernos de ideas opuestas a las personales porque saben que nunca se les impondrá algo irracional o discriminador, porque los gobernantes son, también teóricamente, hombres y mujeres respetuosos de la ley, de su propia palabra y sus promesas.

La práctica democrática está muy alejada de ese diseño teórico. Hace muchos cientos de años que los autores de las diferentes épocas documentan la realidad de seres humanos muy alejados de los supuestos de la democracia. La persecución del elixir llamado poder transforma a los humanos respetables en humanos impresentables. También la realidad nos hace ver que elegimos a una persona y a su grupo de acompañantes entre los cuales habrá de todo: inteligencia, medro, astucia, ambición y oficio.

Miguel Bazdresch Parada
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 1o.de julio de 2012).


Es evidente que las elecciones en todo el mundo las está ganando el poder del dinero; su impacto lo sufrimos en cada elección: mercantilización ad nauseam de las campañas electorales y de todos los medios de propaganda, incluyendo encuestas; opacidad del gasto público y privado en manos de los partidos, con un sistema político que hace imposible la rendición de cuentas integral y oportuna, capaz de fincar responsabilidades.

Empoderar el voto ciudadano requiere paradójicamente, el fin de la partidocracia y su perverso sistema de repartición de cuotas de poder para que haya elecciones libres. Necesitamos devolver el sentido ciudadano a los organismos públicos autónomos y profundizar los mecanismos existentes de democracia participativa.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.19 del periódico Milenio Jalisco del 6 de julio de 2012).


Cada vez resulta más claro para más gente que el sistema no puede funcionar poniendo el piloto automático o dejando que los profesionales de la política sigan cooptando entre ellos apaños cada vez más ineficaces. Más allá de demostraciones de descontento comprensibles, pero que a veces favorecen el regreso de opciones totalitarias (tanto la extrema derecha como la extrema izquierda están permanentemente indignadas contra la democracia y se aprovechan de la confusión) parece urgente no quizá refundar sino al menos reactivar la democracia. Pero ¿cómo?

Abundan las propuestas de diferente signo, que a veces -siguiendo la moda del celebérrimo panfleto de Hessel- adoptan en su título el modo imperativo. No será la primera vez que la rebelión comience obedeciendo la orden de rebelarse... Paolo Flores d’Arcais es uno de los intelectuales italianos que más han luchado por la recuperación de una conciencia cívica en su país, secuestrada a medias entre Berlusconi y el papado.

Flores d’Arcais repasa los fundamentos de la democracia moderna, pero también los obstáculos actuales que la bloquean o pervierten. Para él, la ciudadanía no es un derecho adquirido en el que reposar sino una permanente exigencia de militancia... lo cual contraviene nuestros tiempos abúlicos, en los que muchos despotrican pero pocos están dispuestos a sacrificar algo de su comodidad en informarse a fondo y reunirse con otros para reivindicar los cambios necesarios. Sin embargo, piensa Flores d’Arcais, sólo hay democracia donde se lucha por la democracia. Un combate que pasa por enfrentarse a toda ilegalidad, privada o institucional, por exigir respeto a la verdad de los hechos y laicismo que separe la esfera pública de cualquier dogma religioso, defender la lógica racional y la ilustración en todos los planos, suprimir la influencia corruptora del dinero en el horizonte político y propiciar la redistribución constante de la riqueza a través de un Estado que no renuncie a procurar el bienestar de la mayoría, así como una fiscalidad vigilante y progresivamente progresiva, etc... En cuanto al plano moral de la democracia, el resumen de su ética es la coherencia entre lo que conocemos, lo que deseamos y la forma en que nos comportamos socialmente. ¿Un repertorio de sueños e ilusiones? Quizá lo ilusorio sea imaginar que seguiremos en democracia si renunciamos a ellos.

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 8 de julio de 2012).


La democracia no puede limitarse al día de las elecciones; requiere de un compromiso de vigilancia y evaluación del desempeño que esperamos por parte de quienes fueron electos por los votos. Esto es fácil decirlo, pero difícil realizarlo en un país no acostumbrado a exigir resultados de las "autoridades", y que no tiene siquiera una instancia de la sociedad dedicada al seguimiento sistemático y valoración puntual del cumplimiento, a lo largo del desempeño de sus funciones, de lo que dijeron y ofrecieron los candidatos en sus campañas. La democracia se debe ejercer, después de las urnas, en la observancia de la "solvencia" o la "entrega de cuentas" (el intraducible, pero acertado, término inglés accountability) en el desempeño de una función. Todos los ciudadanos tenemos, si somos congruentes con nuestros ideales democráticos, una clara responsabilidad en exigir esa "solvencia" de quienes han resultado electos. Si esa responsabilidad funcionase bien con los miembros del congreso, del ejecutivo y los alcaldes este país sería otro, sería el que deseamos para nuestros hijos y nietos.

La función de una verdadera ciudadanía es empujar al país a ser mejor de lo que fue ayer, de acuerdo con los deseos comunes de bienestar, seguridad, igualdad de oportunidades para todos, etc. Debemos ser parte de una verdadera revolución en la forma en que vivimos; una revolución basada en el conocimiento de nuestro entorno y de las consecuencias sociales y ambientales de nuestros actos. Esa revolución hay que impulsarla y defenderla hoy, en pleno siglo del conocimiento, con el saber y entender que otorgan la autoridad moral necesaria para exigir cuentas a quienes tienen que rendirlas, pero también nos obliga a cumplir, día a día, con nuestras responsabilidades de manera ética y comprometida.

José Sarukhán, investigador emérito de la UNAM
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 9 de julio de 2012).


La siguiente propuesta sería la de cambiar el sistema de gobierno hacia el parlamentarismo o el semipresidencialismo. Con el sistema de mayoría relativa como el nuestro, ganan las minorías, y eso es un problema. Si no existe la civilidad por parte de los partidos políticos de llegar a acuerdos e implementar las reformas que se necesitan.

Joaquín Galindo Díaz, coordinador de la carrera de Estudios Políticos y Gobierno del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
(v.pág.7 de La gaceta de la Universidad de Guadalajara del 9 de julio de 2012).


"Compañero Militante... Si tuvieras 2 casas, ¿donarías una a la revolución?"

"SÍ"- responde el compañero militante.

"Y si tuvieras 2 autos de lujo, ¿donarías uno a la revolución?"

"SÍ"- nuevamente responde el aguerrido militante.

"Y si tuvieras un millón en tu cuenta bancaria, ¿donarías la mitad para la revolución?"

"Lógicamente, lo donaría"- respondió el orgulloso compañero.

"Y si tuvieras 2 gallinas, ¿donarías una para la revolución?"

"¡No!"- respondió el compañero.

"Pero... ¿por qué donarías un apartamento si tuvieras 2, un auto de lujo si tuvieras 2, y 500,000, si tuvieras un millón en tu cuenta...y no donarías una gallina si tuvieras 2?"

"¡Porque las gallinas sí las tengo!"

MORALEJA: ¡Siempre es fácil ser comunista con la propiedad y el trabajo ajeno!!

(Recibido por e-mail el 11 de julio de 2012).


El clientelismo es una práctica sin la que no se podría entender el sistema político mexicano. Desde los aztecas hasta nuestros días, el servidor público no ha encontrado mejor forma de adiestrar la furia social que con el placebo rápido, la solución finita, la aspirina para el cáncer.

No ha habido un sólo político en la historia mexicana que no haya querido hacerse de clientes entre la sociedad. Para muchos, tendría que ser el fin primario de la política, pero la labor pública debiera centrarse en el bien común y no en la simpatía que mantenga al personaje en el poder.

Casas, tierras, trabajos, despensas, botes o bolsas de leche, boletos, billetes, útiles, uniformes, desayunos, viajes, comisiones, cualquier artilugio que los ponga en ventaja del contrario a través del placer inmediato del elector.

La pasada elección se convirtió, al final, en ello: un espejo de disparos presupuestales que no llegaban a 50,000 pesos pero servían para calmar la tripa de un pueblo hambriento, miserable y olvidado por todos los administradores del poder.

Y ni el poder de la primavera mexicana pudo parar las prácticas ancestrales de todos los partidos políticos.

Ahora, López Obrador denuncia lo que él mismo advirtió en sus discursos pero se olvida que recomendó a sus fieles recibir cualquier dádiva y votar por el candidato de su preferencia.

Afirma que se usaron tarjetas de autoservicios para secuestrar conciencias y morales y olvida que la votación por la que le ganaron se encuentra en cerranías y valles, entre los campesinos y desposeídos que, probablemente, nunca han visitado un supermercado.

Pide la nulidad ante una práctica ancestral de la política mexicana y que él mismo fomentó con ayudas a viejitos, madres solteras y jóvenes universitarios. Necesarias todas ellas, pero también parte de programas que, desde lejos, se ven clientelares.

La solución que debe de entrar en la próxima reforma electoral -porque la habrá, se los aseguro- es quitar financiamiento público a los partidos. Hay países donde los partidos deben de financiar y obtener fondos de sus simpatizantes. Aquí ustedes y nosotros tenemos que pagar lo que, luego, ellos nos regresan como dádiva electoral. Un regalo que nosotros mismos nos pagamos.

Ahora, para que pase esta reforma tendría que congelarse el infierno.

O que López Obrador reconozca un resultado adverso.

Gonzalo Oliveros
(v.pág.18 del periódico Milenio Jalisco del 13 de julio de 2012).


No hay democracia ni justicia sin legalidad. La democracia es procedimental, es la secuencia de eventos que concluyen con el voto regulados con instituciones, etapas, normas e instrumentos que son los que hacen una contienda auténticamente democrática. La democracia representativa, con todas sus restricciones y demonios, es el mejor y más inteligente método para resolver la lucha por el poder. La democracia plebiscitaria es una seducción propia de demagogos. Su lugar es la plaza y su razón el insulto inquisitorial. Está mal, pero la democracia hasta para eso debe dar espacio; lo que no es admisible es que eso se imponga.

La democracia formal es la mejor garantía para frenar las tentaciones autoritarias. La democracia supone libertades y, entre éstas, la de pensar y actuar distintos. La democracia mexicana, como todas, es imperfecta, pero hace valer la voluntad ciudadana manifiesta en votos y ha funcionado para sancionar al mal gobierno, como lo muestra el México de la pluralidad y la alternancia.

También la democracia da cauce para resolver las diferencias y las quejas que resultan del proceso electoral. En términos de irregularidades e insuficiencias, lo que ocurre aquí no es muy distinto de lo que acontece en otras latitudes, pero acá la inconformidad poselectoral es la regla y no solo es atribuible a López Obrador o a la izquierda. Lamentablemente se ha vuelto hábito el intento de ganar en la barandilla lo que no conceden las urnas.

Federico Berrueto
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 15 de julio de 2012).


La gran mayoría de gobiernos del mundo son delincuentes en las sombras que espían a sus ciudadanos sin que ellos lo sepan y esto es totalmente ilegal.

Horacio Martín Romero
(v.pág.20 "Los correos del público" del periódico Milenio Jalisco del 20 de julio de 2012).


Alguien quería saber si constituye una aportación de México al concepto clásico de la democracia la actitud de ciertos gobernantes, incapaces de reconocer que la tolerancia deja de ser virtud cuando se lleva a los extremos. Aludía a los profesionales de la política, que al asumir los cargos públicos para los que se aseguran por lapsos que varían de 3 a 6 años una mesada generosa, sin tener que devengarla de manera honesta y esforzada, como ordinariamente lo hace el ciudadano común, "protestan" solemnemente, para efectos protocolarios, "cumplir y hacer cumplir las leyes"... pero que, ya en la práctica, optan, los muy comodinos, por el "laissair faire, laissair passer" (dejar hacer, dejar pasar) de los franceses; o, para decirlo en mexicano, por "nadar de muertito".

La invención es tan antigua como el vocablo "demagogia". Polibio, historiador griego, planteó, 200 años antes de Cristo, "la tiranía de las mayorías incultas para obligar a los gobernantes a adoptar políticas o a tomar decisiones o establecer regulaciones desafortunadas". Rousseau, en El Contrato social -piedra de toque del concepto moderno del Estado-, habla de "la degeneración de la democracia". Ambos utilizan el término "oclocracia", a la que el filósofo escocés McIntosh, ya en el Siglo XIX, define crudamente como "la tiranía de un populacho corrompido y tumultuoso" o como "el despotismo del tropel"... pero nunca como el gobierno del pueblo, entendido como el consenso de la opinión pública con respecto a situaciones concretas.

Ejemplos de oclocracia, a lo largo de la historia, hay muchos. Uno de los más clásicos, el "¡Crucificadle!" de la turba que se pronunció, en Jerusalén, hace dos mil años, a favor de la crucifixión de un justo. Y uno muy tapatío -y de rabiosa actualidad, además-, la actitud pusilánime de la autoridad municipal ante el fenómeno del ambulantaje en el centro histórico de Guadalajara, así como sus tronantes declaraciones de que "ahora sí" va en serio la aplicación de la ley.

(Los vasallos de los reinos en que se cultiva, modernamente, la oclocracia, saben muy bien, por cierto, aquello de "Perro que ladra...").

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 8 de agosto de 2012).


En la democracia, todos somos iguales y son más las personas que se exponen a la televisión que las que leen los periódicos o las que opinan a través de Twitter y Facebook.

Y si queremos ser verdaderamente escrupulosos, son más los televidentes que miran producciones como Abismo de pasión, Amor bravío y La mujer de Judas, que las que sintonizan noticiarios o mesas de análisis tipo Tercer Grado.

Si queremos un cambio democrático, lo tenemos que hacer a través de las telenovelas, no a través de las noticias, de las barras de opinión o de los foros en internet.

El problema es que nuestros especialistas están tan ocupados y son tan finos que no tienen tiempo de ver melodramas seriados, se sienten superiores a ellos, los desprecian.

Qué pena porque, si fueran más humildes, hubieran detectado, desde hace años, muchas situaciones que hoy nos tienen divididos y otras, delicadísimas, que nadie denunció y que este año tuvieron más impacto en las audiencias que los mismísimos debates presidenciales, como los parlamentos a favor de El Copetes en títulos como Por ella soy... Eva.

Álvaro Cueva
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 12 de agosto de 2012).


La democracia implica diálogo y acuerdo. La democracia rechaza el extremismo y premia la conciliación; castiga la marginación política y legislativa, y busca la interlocución y la discusión. El sistema democrático es un complejo laberinto de argumentaciones, construcciones que tienen como objetivo legitimarse ante la población y erigir consensos al interior de las instituciones.

Enrique Toussaint
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 15 de agosto de 2012).


La democracia mexicana ha traído al país una representación efectiva de la pluralidad política. Es una pluralidad que quedó expresada en el año 2000 en tres partidos dominantes, ninguno con más de 40% de los votos, y varios partidos pequeños, ninguno con posibilidad de competir realmente por el poder.

Esta es una pluralidad partidaria más adecuada a las reglas de un régimen parlamentario que al funcionamiento de un régimen presidencial.

En un régimen parlamentario, la mayoría se forma antes de integrar gobierno. Es requisito negociar una mayoría absoluta (la mitad más uno) para formar gobierno. En un régimen presidencial, el gobierno se forma tenga o no mayoría en el congreso el ganador de las elecciones.

La consecuencia de la fragmentación parlamentaria en un régimen presidencial es lo que vemos en México: un gobierno electo por mayoría que es minoría en el congreso y que pasa buena parte de su tiempo negociando infructuosamente con su oposición.

Desde 1997 la democracia mexicana produce gobiernos divididos en los que el partido que gana la mayoría en las elecciones presidenciales no tiene la mayoría en el congreso.

Nuestro régimen democrático no es entonces un sistema que da poderes claros a los gobiernos que elige. Es un remedo de régimen parlamentario en el esquema de un régimen presidencial.

Las pobres consecuencias políticas de esto empezamos a verlas de nuevo en las falsas convergencias y las declaraciones de doble que ensayan los legisladores que integrarán el congreso.

Hay cierto desánimo público en la impresión de que esta película ya la vimos, y empezamos a verla de nuevo. Ni siquiera con muchos nuevos actores.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Milenio Jalisco del 24 de agosto de 2012).


Hans Kelsen sostenía: "La democracia es la forma de Estado que menos se defiende de sus adversarios"; ya que, para ser fiel a sus principios debe "tolerar también los movimientos dirigidos a la destrucción de la democracia".

Quizá mucho de las imperfecciones de la democracia tengan que ver con la necesaria y conflictiva relación que en el fondo tiene con los partidos políticos: los promueve, los protege, los constitucionaliza y los financia. Luego, éstos se lanzan contra quien los creó, los formó, los protegió y los sostuvo.

¿Cuántas veces no hemos escuchado que en México los partidos políticos han tomado de rehén al Estado y a las autoridades de sus órganos de gobierno legítimamente constituidos (fenómeno conocido como Estado de Partidos)? El problema es que ahora, -ya no conformes con eso- de manera impune han convertido también en su rehén a la propia democracia: el pasado martes, los líderes partidarios del auto denominado "Movimiento Progresista" amenazaron: "Si no se invalidan las elecciones presidenciales las consecuencias van a ser graves (...) sin descartar que se llegue a presentar algún estallido social".

¿Hasta cuándo se van a seguir tolerando estas amenazas y prácticas que parecen no tener regulación ni límites? En otros países, a esos partidos ya se les hubiera declarado su inconstitucionalidad (modelo alemán) o su ilegalidad (modelo español) y se les hubiera prohibido. El problema es que en nuestro país el sistema de control de la constitucionalidad o de la legalidad de los partidos políticos es bastante impreciso, limitado o inexistente. Sobre todo cuando se refiere a la violación de los principios consagrados en la Constitución, o a la comisión de conductas y prácticas que caigan en la ilegalidad o atenten contra el Estado, sus instituciones y la democracia.

En los últimos 12 años, a paso sostenido, México ha venido construyendo una democracia fraudulenta: no sólo porque no responda expectativas, sino porque existen algunos que con el fantasma del "fraude electoral" hacen fraude contra la democracia. Por eso México en la Encuesta 2011 de Latinobarómetro está en el último lugar en grado de satisfacción con su democracia; y en el penúltimo de los que piensan que "la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno" (democracia Churchilliana).

¿Hasta cuándo el IFE aplicará las atribuciones que le dan las Constitución y las leyes para cancelar el registro a los partidos en los que la conducta de sus militantes y dirigentes van en contra de los principios del Estado democrático?

El dilema de la democracia nos habla de su encrucijada cuando no puede limitar las libertades de quienes en su marco realizan actos destinados a destruirla y de si debe o no defenderse de quienes la atacan. Ante tal encrucijada, la única salida posible es cancelarles a sus enemigos el derecho a actuar en la arena política.

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 25 de agosto de 2012).


Como sistema de gobierno la democracia permite la convivencia y la competencia regulada de la diversidad política y los cambios de gobierno de manera participativa, institucional, pacífica. No es poca cosa, pero para ello son necesarios instrumentos: partidos, políticos, parlamentos. El año pasado, Latinobarómetro nos informó que en preguntas claves México ocupaba los últimos lugares de comprensión entre 18 países de la zona. "La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno" recibió un respaldo del 40% de los encuestados, 18 puntos porcentuales por debajo de la media en América Latina. "Sin congreso no puede haber democracia" fue respaldado por el 53% y "sin partidos no puede haber democracia" solo por el 50, por debajo también del promedio de la región.

José Woldenberg
(v.periódico Mural en línea del 6 de septiembre de 2012).


En las democracias occidentales imperan los partidos-cartel, caracterizados por ser grupos de profesionales que diluyen en el consenso político el conflicto ideológico propio de una sociedad. Las diferencias se desvanecen, los partidos-cartel cogobiernan en distintos niveles y dejan de representar miradas del mundo para ser aparatos subsidiados de renovación y rotación gubernamental.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 12 de septiembre de 2012).


La izquierda es una herencia histórica que no sólo se debe a los estadistas y hasta tiranos que han dicho ejercerla. Sino a la suma de grandes filósofos, escritores, artistas y creadores que se han nutrido en ella. Por eso, está muy por arriba de los partidos políticos que dicen representarla, a veces en la mediocridad, tal cual ocurre en México.

La izquierda es una forma de mirar al mundo. De concebir el país. Es la vía de la sensibilidad y el aprecio por el talento, y la inteligencia en un planeta donde prevalecen los números. Es la aceptación de que no podemos ser todos iguales, pero de que cada individuo tiene derecho a la igualdad de oportunidades. El entendimiento de que la pobreza no es un asunto de conmiseración sino de moral pública, pero también de mercado. A nadie conviene que haya tantos pobres, porque luego quién compra. Por tanto, urge abatirla. Porque nos ata al pasado y nos impide mirar al futuro.

Se necesita estar ciego para no ver experiencias como las de Chile, Brasil y Perú en América. O las de Singapur, Corea y China, en Asia, e ignorar que hay soluciones a la miseria y la desesperanza. Claro, siempre y cuando se propongan alternativas imaginativas, audaces y radicales. Que en el inevitable escenario de la globalidad puedan conducirnos a modelos propios de desarrollo.

En México, esquemas viables para nuestros tres grandes pendientes: reforma del Estado; un nuevo modelo económico; y una gran revolución educativa.

No estoy seguro de que todas estas propuestas sean alcanzables en el corto plazo, pero junto con otras más que han circulado en los años recientes creo que pueden ser un punto de partida. De lo que sí estoy absolutamente cierto es de que ni éstas ni otras visiones de país se discuten al interior de los partidos de izquierda. Ellos están siempre en lo suyo: la rebatinga por las posiciones de poder y los dineros, en sus partidos, sus gobiernos y con sus "representantes populares". Las diferencias entre tribus no son ideológicas sino por posicionamientos políticos y económicos. En este sentido, los partidos de izquierda no se diferencian del resto. Todos convertidos en rentables empresas de colocación donde los cargos en los gobiernos y las legislaturas llegan incluso a subastarse al mejor postor o atendiendo a cuotas tribales o conveniencias familiares y personales.

Los arrogantes señores de la izquierda partidista han sido incapaces de anteponer los intereses del país a sus berrinches, bilis y obsesiones enfermizas.

Ricardo Rocha
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 12 de septiembre de 2012).


La democracia no tolera la rigidez doctrinaria, pues la realidad es siempra más sutil y compleja que las teorías que pretenden exhibirla, y las ideas que no son capaces de adaptarse a la realidad terminan siempre por conseguir resultados opuestos a los que persiguen.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 23 de septiembre de 2012).


Creo que el bien básico que deben producir los políticos es la administración de la discordia. Creo que el bien básico que debe producir el Estado es seguridad pública, en sus 3 dimensiones: seguridad física, seguridad patrimonial, seguridad jurídica.

El eje de la seguridad pública no es el uso de la fuerza, sino la aplicación de la ley. El eje de la aplicación de la ley no está en la policía o en los tribunales, sino en la disposición de los ciudadanos a respetarla.

Creo que la democracia sólo puede sostenerse en el marco del respeto colectivo de la ley. La democracia no produce bienestar económico o equidad social, sino libertades públicas. Las libertades públicas no siempre producen concordia ni fluidez en el gobierno. A menudo, lo contrario.

Creo que los gobiernos son un mal necesario: pueden estorbar mucho y resolver poco. Un gobierno que no cobra impuestos y no aplica la ley es un remedo de gobierno. Hay algo peor que un mal gobierno: la ausencia de gobierno.

Creo en la educación pública, pero no en la educación pública mexicana. Lo mismo puedo decir de la salud pública, el federalismo, los sindicatos, el Congreso, el Poder Judicial y la economía de mercado.

Creo que la economía debe ser de derecha y los gobiernos de izquierda, entendiendo por izquierda Felipe González y Ricardo Lagos, no Hugo Chávez ni Fidel Castro.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.4 del periódico Milenio Jalisco del 5 de octubre de 2012).


Diego Valadés, presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional, consideró que "la nuestra es la democracia en obra negra", y para su consolidación sufrimos una posposición sin término.

(V.pág.9-A del periódico El Informador del 8 de octubre de 2012).


Nuestra democracia es una ríspida pluralidad pendenciera.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 13 de octubre de 2012).


Uno de esos lugares comunes populares y vacuos es hoy el que proclama el descrédito de los políticos. Los políticos son torpes, venales, perniciosos y por tanto culpables de los padecimientos de la ciudadanía en crisis.

En un sistema democrático todos somos políticos en ejercicio, aunque la estructura institucional haga que unos cuantos sean elegidos para representar a sus votantes en determinados cargos, transitoriamente. Por decirlo contundentemente, los que mandan son nuestros mandados, aquellos a quienes nosotros les hemos mandado mandar. Si cumplen mal la función para la que fueron designados, tampoco quienes les hemos elegido nos hemos lucido como políticos. Tendremos que asumir nuestra parte de culpa, revocar su nombramiento optando por otros o incluso ofrecernos para sustituirlos, si creemos poder hacerlo mejor.

La protesta contra las decisiones del gobierno es un derecho indiscutible (mientras sea pacífico) y ampliamente ejercido ya en muchas ocasiones pero intentar derogar con una algarada las instituciones de las que depende el funcionamiento del Estado resulta perfectamente inadmisible.

Los políticos electos no son una casta aparte, ni mejor ni peor que los políticos electores. En democracia, cualquier crítica a los gobernantes es en realidad una autocrítica de los ciudadanos. Seguramente imprescindible, porque hay muchos mecanismos institucionales que deberían sufrir transformaciones en vista de su mal funcionamiento. Pero sin buscar chivos expiatorios en el parlamento ni la absolución demagógica del resto de la población.

Fernando Savater
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 28 de octubre de 2012).


El sistema monárquico es muy simple, más que hacerse o elegirse, los reyes nacen y heredan genéticamente su puesto. Es un trabajo de por vida, uno de los mejores pagados que haya jamás existido, con todos los privilegios imaginables, lo mismo en cuanto al poder que en cuanto al honor y al dinero. A lo mejor también en cuanto a la eficiencia en el gobierno.

Pero cuando un país erradica legalmente dicho sistema, todos aquellos que hubiesen gustado de ser reyes buscan rutas alternas, la más común ha sido la dictadura. Pero la dictadura más que una opción al alcance de cualquier mano, supone una capacidad que no todo mundo tiene. De cualquier forma dictadores siempre ha habido, pero se ha desprestigiado tanto ese sistema que no quedan sino 2 caminos alternos y simulados: la reelección a perpetuidad, o de manera alternada con algún colaborador leal, como lo vemos en Venezuela, para el primer caso, o en Rusia, para el segundo.

Armando González Escoto
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 28 de octubre de 2012).


El fortalecimiento de la ciudadanía es clave para romper la idea de la democracia como un asunto sólo de políticos y de élites del poder. Sin embargo, aunque con avances en los últimos años, en Jalisco la participación ciudadana y el asociacionismo son muy bajos. En la actualidad, 6 de cada 10 jaliscienses se sienten insatisfechos con la democracia, más de la mitad de la población en el estado no considera que la democracia haya dado los resultados esperados. Estos datos pueden ser consultados en el documento Así Vamos en Jalisco: reporte de indicadores 2012 que fue elaborado por el observatorio ciudadano Jalisco Cómo Vamos.

(V.primera plana del periódico El Informador del 29 de octubre de 2012).


¡A ver, bola de plebeyos! (así nos llamaban a los nacos de la antigüedad), aquí el Señor Representante del mismísimo Creador, dice que yo he sido elegido por Dios para ser su meritito mandamás. Así es que me van a rendir pleitesía, me van a dar la mitad de sus cosechas y me van a construir mi castillote de a gratis. Porque "Yo sigo siendo el Rey y mi palabra es la ley". Y si no lo hacen, se van derechito al Infierno.

¡Ah caray!, ¿de veras ustedes se creen el cuentito de que hay seres humanos superiores a otros porque Dios los ha escogido? ¿No será acaso un "arreglito" entre los famosos "representantes de Dios" y sus amigotes?

Esta farsa estuvo tan bien montada que durante miles de años fue la forma de gobierno mundial. Pero en pleno siglo 21, gracias a la comunicación mundial instantánea, ya está cañón que nos creamos una historia tan infantiloide. Hoy cualquier chavo con secundaria terminada tiene más información en su mente (o en su celular) que un sabio de la antigüedad.

Yo entiendo que en Bután, Suazilandia o Camboya tengan Rey, pero es increíble que esa mentirota se la traguen los ciudadanos de los países más desarrollados del mundo, como Inglaterra, Noruega, Mónaco, Suecia, Japón, España o Dinamarca.

Muchas monarquías se justifican con el pretexto de que no son absolutas, sino constitucionales o parlamentarias. Pero el concepto monarquía per se implica la existencia de seres humanos superiores.

Para que exista una monarquía se necesitan tres elementos: una Iglesia que "venda" coronas, como la Protestante, la Ortodoxa, la Católica o el Islam; una élite de gandallas que "compre" coronas, y un bola de tarugos que se traguen cualquier quimera.

En realidad, cada quien es libre de creer lo que quiera, pero las realezas le cuestan una fortuna a todos los países que siguen en la bruta. Según el diario español Público, los españoles se gastan anualmente 59 millones de Euros en mantener a sus reyecitos. (30/10/12) ¿Y los ingleses? 38 millones de libras esterlinas, según el sitio web de la monarquía inglesa.

Y todo esto viene al caso por las pifias de las familias reales. Por ejemplo, en España: el yerno real es un presunto gandalla que vende influencias; el nieto real es un puberto de 13 años, no muy brillante, que se mete un balazo en un pie, y el mero Rey, que tiene la desfachatez de pedirle a su pueblo que, debido a la crisis, sacrifique sus empleos y sus pensiones. Y se larga a Botswana, gastándose una lanota de dicho pueblo, para ¡matar elefantes! "Porque asesinar animales es la diversión favorita de Su Majestad".

Y luego en Inglaterra, que se suponen muy bien educados, su Reina nunca se dignó a darles la bienvenida a los visitantes a la Olimpiada, vaya, ni siquiera una sonrisita les regaló; además nunca le ha cedido el trono a su hijito por aburrido; y tiene unos nietos que son más reventados que "la Hilton" y se la pasan de orgía en orgía.

Que bueno que los mexicanos no nos creemos esa vacilada y que aquí los Condes o Duques nomás se dan en nombres de perro. Pero, por alguna razón psicosocial torcida, aceptamos la "realeza y el fuero de los políticos". O sea, somos igual de tarados que los primermundistas. Nomás que nosotros ungimos a ladrones abusivos, en vez de a vividores inútiles.

¿Hasta cuándo dejaremos de creerles a los que aseguran que chatean con Dios? ¿Hasta cuándo nos daremos cuenta de que no hay "seres designados divinamente"?

La realeza es una herencia maldita de la edad antigua y ha sido el instrumento del abuso del poder. Afortunadamente hoy, ya es sólo una cursilería.

Alberto Martínez Vara
(v.blog del 8 de noviembre de 2012).


¿Qué es lo que más puede erosionar a una democracia inicial? Tenemos respuestas sólidas, acreditadas, dignas de tomarse en cuenta. El PNUD ha insistido en que la pobreza y la desigualdad, el déficit en el Estado de derecho y en el ejercicio de la ciudadanía y el imperio de los poderes fácticos pueden corroer el edificio democrático y la estima que debe generar. La CEPAL, por su parte, ha subrayado que la débil cohesión social que existe en las sociedades latinoamericanas puede ser fuente de tensiones y conflictos. En efecto, una sociedad escindida, polarizada, fragmentada no es el mejor hábitat para la reproducción de un sistema de gobierno cuya premisa fundadora es la de la igualdad de los ciudadanos.

Pero también pueden erosionarla un cierto espíritu público, unas anteojeras para ver y evaluar las "cosas". Políticos e intelectuales, opinadores y periodistas pueden apuntalar las normas, las instituciones y las rutinas democráticas o pueden reblandecerlas. Ejemplos históricos sobran. El desprecio por la insípida democracia fue el preludio del desplome de la República de Weimar. Escribió Peter Gay "La República de Weimar fue breve, agitada y fascinante... murió asesinada el 30 de enero de 1933, cuando el Presidente Paul von Hindenburg... designó canciller a Adolfo Hitler... saboteada en la derecha por fuerzas antidemocráticas; y en la izquierda, por los comunistas al dictado de Moscú". (La cultura de Weimar. Paidós. España. 2011).

José Woldenberg
(v.pág.9 del periódico Mural del 15 de noviembre de 2012).


El jueves pasado, el presidente del IFE aseguró que "México está preparado para una segunda vuelta electoral" (SVE), e hizo un llamado al Congreso de la Unión para reformar la Constitución y hacerla realidad. Dijo que la SV: "Nos ayudaría no solamente a que la pluralidad se exprese, sino a que algunas de las complicaciones del postelectoral en nuestro país" no se presenten. Nada más falso:

  1. Para implantar la SVE no se requiere reformar la Constitución, sólo basta cambiar el concepto "mayoría relativa" por mayoría absoluta en el Artículo 9 del COFIPE para que la historia de nuestro país pueda dar un giro de 180 grados.
  2. La SVE no ayuda a que "la pluralidad se exprese", ya que ésta por definición no tiene efecto expansivo sino reductor en las opciones electorales. Tampoco garantiza que participe una mayor cantidad de ciudadanos en la SVE, tal como se demostró entre 1997 y 2005 en San Luis Potosí, única entidad mexicana que la ha aplicado y que la suprimió, principalmente por eso.
  3. De que se evitarían "complicaciones postelectorales", eso no es cierto: la experiencia demuestra que la SVE en ocasiones lo que provoca son resultados en los que la diferencia entre el primer y segundo lugar es de entre menos de 1 y 2%. De ser así, saldría peor el remedio que la enfermedad, y lo único que se lograría sería que AMLO no dijera que en la primera vuelta hubo "fraude", pero que lo pregonara con mayor enjundia en la segunda.

México es actualmente parte del reducido grupo de 5 países de América Latina en los que no existe la SVE. Y ojalá nunca se llegue a implantar, porque: a).- no resuelve el problema de la ausencia de mayoría del partido del presidente en el congreso, puesto que el legislativo se elige en la 1a. vuelta; b).-porque presidentes "populares" electos en SVE y sin apoyo en el congreso pueden terminar paralizados por la oposición; derrocados por un golpe de estado (como Allende en Chile en 1970); o disuelven el congreso con el ejército (como Fujimori en Perú en 1992); y c).- como en la SVE no se vota por quien quieres que te gobierne, sino por quien no quieres que te gobierne, existe una defraudación programático-partidaria en el electorado por las coaliciones electorales que deben darse con otras formaciones políticas.

Si lo que se quiere es darle un ficticio apoyo popular al presidente, implántese la SVE. Si lo que se busca es dotarlo de apoyo real y gobernabilidad, entonces que el congreso elija al presidente si ninguno de los candidatos obtiene 50% más uno de los votos; o bien, difiéranse las elecciones de diputados y senadores para un mes después de la elección presidencial -cuya realización costaría igual que una SV- para que así el electorado decida a conciencia si quiere o no darle mayoría en el congreso al presidente.

El IFE, en vez de tirar línea a los legisladores debería convocar foros para discutir ese tema.

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 17 de noviembre de 2012).


La democracia está en crisis en todo Occidente y debe demostrar su valor. Ya no vivimos en 'democracias industriales', sino en 'democracias de consumo' que han dado como resultado sistemas de partidos en muchos casos paralizantes.

Nicolas Berggruen, presidente del Instituto de Gobernanza que lleva su nombre y accionista de Grupo PRISA, que edita el diario El País, en España
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2012).


Se habla de la educación como un gasto, pero no lo es. La educación es una inversión fundamental. Actualizar ciudadanos capaces de una crítica racional es la principal producción de una democracia, no es un gasto. Las sociedades deben educar para defenderse del peligro de que crezca una masa de ignorantes y, por lo tanto, presa de la demagogia y que impida los cambios necesarios.

Los 2 enemigos fundamentales de las democracias en todas partes son la miseria y la ignorancia: La miseria tiene sus propias formas de ser combatida, pero la ignorancia es fundamenta porque contra la ignorancia no hay ciudadanía real, hay demagogia, populismo, la educación viene a combatir uno de esos males, la ignorancia.

Fernando Savater
(v.pág.7-B del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2012).


Algunos han dicho -yo, sin ir más lejos- que el populismo es la democracia de los ignorantes: añadamos, para ser justos, que es también la democracia de los decepcionados...

El populismo es el sueño de una democracia sin trabas ni remilgos, un sistema instantáneo en el que la voluntad generosa y solidaria del pueblo se realizase sin interferencias. Pero lo malo es que precisamente son las trabas (es decir, los procedimientos, garantías y contrapoderes) los que constituyen la democracia, mientras que la pretensión de que hay una sola voluntad popular (y que por tanto lo que piense cada ciudadano es irrelevante o nocivo salvo que coincida con ella) es la negación misma del sistema democrático. Actualmente las instituciones democráticas dejan insatisfechos a los ciudadanos en bastantes países europeos y por tanto el populismo gana terreno en ellos, como viene ocurriendo una y otra vez en América Latina. Está pasando desde luego en Grecia, con el auge de un grupo neonazi como Amanecer Dorado, y en Hungría, donde la extrema derecha pide publicar la lista de los judíos por ser peligrosos para el país, pero también en Francia con una derecha radicalizada y próxima a posturas xenófobas o en Italia, donde no es impensable ya ni siquiera el regreso político del aborrecible y recurrente Berlusconi. Incluso en Gran Bretaña cunde la desconfianza respecto a la BBC (lo que en ese país preludia el vértigo del abismo), aumenta el número de aislacionistas euroescépticos y Escocia pide la secesión para escapar de la quiebra del hasta ahora incombustible reino.

En España, el populismo también se reviste de gesticulación disgregadora. La apuesta separatista de Artur Mas en las pasadas elecciones opuso a la legalidad democrática de las instituciones la expresión vocinglera y sin trabas de un pueblo al que no podrían detener reglamentos constitucionales. Por suerte los votantes se han mostrado bastante más cautos que los representantes políticos y han demostrado que sigue habiendo más partidarios de la ciudadanía que del oleaje populista. Sin embargo se han producido serias fisuras en nuestro ordenamiento político que no van a ser fáciles de reparar a corto plazo. Mientras continúe el desasosiego laboral y los recortes en servicios públicos, la tentación populista seguirá activa, al acecho de otras oportunidades. Y los ciudadanos tendremos que acostumbrarnos a vivir en peores condiciones políticas de lo que creíamos ingenuamente ya consolidado por siempre jamás...

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 30 de diciembre de 2012).


En la política liberal hay desencanto con lo que llaman democracia y que se convierte en un sistema político en el que no se consulta a la población sobre los asuntos más importantes; hay desencanto e irritación con los partidos, con la clase política que miente y que encima se aprovecha de su cargo para enriquecerse a costa de la población. La gente está harta de pagar impuestos sin que el gobierno le retribuya a la comunidad.

Rubén Martín
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de enero de 2013).


Nuestra sociedad sigue siendo profundamente patriarcal, esto obedece al fracaso permanente que la democracia ha tenido en nuestro medio, la democracia entendida como una opción que hace la sociedad en su conjunto, previamente informada, formada y decidida a modificar conductas, formas de pensar, hablar y sentir que no van con una conciencia democrática, privilegiando en cambio los caminos que la avalan.

En la medida que esa conciencia democrática permanece ausente, la figura del líder sigue siendo la figura del padre, fuente de vida, de protección y futuro, dotado de un poder real, contundente, al cual debe someterse la voluntad sin titubeos, pues en el fondo subyace la impresión de que tal sujeción es condición de sobrevivencia, y lo es, cuando efectivamente el líder, dotado de ese poder que le dan sus subordinados, decide sobre vidas y haciendas con carácter indiscutible y efectivo.

Por lo mismo hablar en nuestro medio de elecciones democráticas, transparentes, apegadas a derecho y todo lo demás, sigue siendo un hermoso discurso, solamente incuestionable en su aspecto formal. Es decir: nadie es obligado a votar, nadie es comprado para que vote, nadie altera los resultados electorales, a menos claro, que haya otros "padres" involucrados y con todo el perfil de "padres". Por lo mismo, los votantes que deben elegir un alcalde, diputados, gobernador, presidente del país, o de un gremio, sindicato, o cámara, los votantes que deben elegir al rector de una universidad pública, al director de un consejo, o a la autoridad que sea y esté sujeta a voto, no son necesariamente manejados, conminados o chantajeados para que elijan a tal o cual persona, no hay necesidad de llegar a esos primitivos extremos, basta con que los electores sepan claramente cuál es el candidato del "padre" para que unívocamente lo elijan. Y el "padre" puede transitar en las instituciones y sociedades como líder moral, o líder fuerte, o francamente como cacique del grupo, gremio, sindicato, universidad, partido, o empresa, en el fondo hace el papel del padre que ha dado ya abundantes bienes, que tiene todos los controles en su mano, que puede por lo mismo construir o destruir, es el padre, y como tal, permanece incuestionable, porque la sociedad en su conjunto vive en esa específica dimensión de su desarrollo y no ha podido o no la han dejado superar esta cosmovisión patriarcal para instaurarse en un sociedad democrática que vive acorde al estado de derecho.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 24 de febrero de 2013).


Izquierda y derecha son los nombres actuales de tendencias humanas ancestrales. La derecha y la izquierda son además tendencias sociales promotoras de valores, por encima de intereses.

Pero ambas llevan consigo la tensión de los extremos, de la radicalidad y la dictadura como recurso para que el bien, la verdad y la justicia triunfen. Los extremos por naturaleza no se detienen ante los medios, por el contrario, éstos están justificados por la "altura" de sus miras, lo mismo da entonces la "razón de estado", la "seguridad nacional", "la salvaguarda de las instituciones", o la "dictadura del proletariado", revolución que destruye una "seguridad" para imponer otra. Bajo ese amplio abanico de gradualidades militan personas altruistas cuya acción se va limitando en la medida que se extreman las posturas.

En los radicalismos también suelen militar sujetos mancos, que buscan en las formas fuertes lo que no poseen en su propia personalidad. El poderío exhibido en un desfile nazi o soviético, la coreografía deslumbrante, el atractivo de los uniformes, de las apariencias demasiado cuidadas, del vestuario homogéneo, lo mismo si es el estilo Mao, o el de los altos alzacuellos, ajustados, rígidos. La norma debe ser entonces absoluta, radical, exigente, estos tipos se sujetan a ella y gozan luego de sujetar también a los demás.

Hasta el presente solamente la democracia ha podido, relativamente, conjurar las tendencias mencionadas con un éxito mayor al de las monarquías, reconociendo el derecho que tienen a existir pero limitando su inclinación a los extremos. Esto no ha impedido que los radicalismos usen la casa de la democracia como una puerta de acceso a sus fines, para luego incendiarla con todo y las instituciones.

A nivel mundial las tendencias de izquierda y derecha con sus respectivos extremos, siguen presentes en todas las organizaciones sociales y en sus instituciones, sean monárquicas, jerárquicas, o democráticas.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 10 de marzo de 2013).


Texas fue sólo el comienzo de la voracidad estadounidense que culminaría con la invasión y la venta obligada de California, Nuevo México y demás territorios que nos dejaron con la mitad el territorio. La invasión no fue sólo en territorios, sino en el sistema político: el federalismo en una país que, durante el Virreinato, había sido tremendamente centralista, como sigue siendo en muy buena medida en este 2013, en que todo se resuelve en el centro y luego se impone a cada uno de nuestros estados "libres y soberanos".

Si en castellano lo normal es que el adjetivo se coloque después del sustantivo, mesa blanca, libro azul, a diferencia del inglés en el qué el adjetivo precede al sustantivo, ¿Por qué decimos "la suprema corte" y no "la corte suprema"? Muy sencillo: el sistema político mexicano lo copiamos del gringo desde tiempos de Guadalupe Victoria: simplemente se tradujo todo del "gringo" al castellano. La gringuización de México, cada día más aplastante, se inició en el primer año de la presidencia de Guadalupe Victoria y del infeliz de Poinsett, ministro plenipotenciario y embajador de nuestros insaciables malos vecinos del norte.

Jesús Gómez Fregoso, historiador y catedrático de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.18 del periódico Público del 19 de abril de 2013).


La democracia ha sido fuente de inspiración para las mentes más cáusticas y las lenguas más mordaces que en el mundo han sido. Desde Churchill, que la definió como "el menos malo de los sistemas políticos", hasta Lenin, que dijo que "la democracia es una forma de gobierno en la que cada 4 años se cambia de tirano", pasando por Mencken, quien aseveró que "democracia es el arte de gobernar al circo desde la jaula de los simios".

Como quiera, si el modelo de la división de poderes se aplica en todo el mundo, desde hace siglos, con sus más y sus menos, es porque ha demostrado, una de dos: o su pertinencia... o que Churchill (ese viejo zorro) tenía razón.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.7-B del periódico El Informador del 29 de abril de 2013).


Es lamentable que no se entienda que congreso y parlamento no son sinónimos. El primero es el poder legislativo de un sistema presidencial de gobierno con poderes separados, que tiene una duración fija correspondiente al período de una legislatura y en el que no está permitida la doble pertenencia de sus miembros al legislativo y al ejecutivo. El segundo, en cambio, es el único órgano soberano electo por voto popular; no tiene un período fijo de duración como la legislatura, y sus miembros pueden también ser ministros del gobierno, y por eso justamente los pueden destituir, pues son sus pares. No entender esto es como confundir a un presidente con un rey o a un primer ministro con un secretario de gobernación o ministro del interior. Así de simple.

Ahora bien, no se trata tampoco de ser puristas, pero sí equilibrados y justos: si se propone la facultad de destitución por el congreso de los secretarios del ejecutivo, entonces también debe plantearse la facultad de éste para pronunciar la disolución de la legislatura: cuando le destituya 2 gabinetes (tal y como ocurre actualmente en Perú); si una destitución es pronunciada por menos de los 2 tercios de miembros del poder legislativo (Uruguay); o bien, por obstrucción al plan de desarrollo (Ecuador).

Javier Hurtado
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 4 de mayo de 2013).


Cualquiera que haya padecido una dictadura, incluso la más blanda, ha comprobado que el sostén más sólido de esos regímenes que anulan la libertad, la crítica, la información sin orejeras y hacen escarnio de los derechos humanos y la soberanía individual, son esos individuos sin cualidades, burócratas de oficio y de alma, que hacen mover las palancas de la corrupción y la violencia, de las torturas y los atropellos, de los robos y las desapariciones, mirando sin mirar, oyendo sin oír, actuando sin pensar, convertidos en autómatas vivientes que, de este modo, como le ocurrió a Adolf Eichmann, llegan a escalar las más altas posiciones. Invisibles, eficaces, desde esos escondites que son sus oficinas, esas mediocridades sin cara y sin nombre que pululan en todos los rodajes de una dictadura, son los responsables siempre de los peores sufrimientos y horrores que aquella produce, los agentes de ese mal que, a menudo, en vez de adornarse de la satánica munificencia de un Belcebú se oculta bajo la nimiedad de un oscuro funcionario.

Kafka ya lo identificó en esos invisibles personajes que juzgan y ejecutan a inocentes como K. por crímenes fantásticos e inexistentes.

Todo hombre común y corriente, en ciertas circunstancias (una dictadura hitleriana, por ejemplo), puede convertirse en un Eichmann.

Algo de esto había dicho años antes Georges Bataille, comentando el prontuario criminal del valeroso compañero de batalla de Juana de Arco al que se le descubrió más tarde que asesinaba niños en serie porque era un pervertido sexual: que, nos guste o no, en el fondo de todos nosotros, no sólo los "malos", también los "buenos", se esconde un pequeño Gilles de Rais.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 16 de junio de 2013).


En algunos países el día de las elecciones es un día de fiesta. En Costa Rica por ejemplo, la gente sale a las calles con banderas y pancartas de sus candidatos; y en vehículos o a pie, apoyan a sus favoritos con música y gran alharaca. Da gusto verlos.

En otros países, las administraciones públicas marchan tan bien, que en algunos electores hay apatía y en otros, verdadero ardor ideológico, y no se detiene la marcha de la nación ni los países se reinventan periodo tras periodo.

En otros más, la acción de votar es una pesada obligación que se cumple con desgano, se considera un mal necesario, pero necesario al fin. Y en México, votar o participar en procesos electorales es una carga para la sociedad en general y llega a ser una molestia. Es un derecho de la ciudadanía, pero los partidos políticos han desvirtuado de tal forma el asunto electoral, que la mayor parte de la población en México no quiere saber nada ni de políticos ni de partidos ni de nada que se les parezca.

La molestia, que cada vez más llega a la indignación y al coraje, se sustenta en los escasísimos resultados de la clase política, la que fue electa y la que forma parte de los equipos de quienes ganaron las elecciones, los que cobran bastante bien y religiosamente a nuestras costillas, pero que lejos de trabajar como servidores públicos, se sirven de la sociedad para sus fines e intereses, para enriquecerse, corromperse y corromper. Hay excepciones claro, pero son excepciones y por lo tanto, no pintan, no alcanzan a hacer ninguna diferencia y las más de las veces, si es que quieren permanecer, son absorbidos y transformados por el sistema.

Y luego están los miles de millones de pesos que se entregan a los partidos políticos vía prerrogativas; y los recursos públicos que se desvían para favorecer a los candidatos oficiales (todos los partidos lo hacen, que el PAN no se haga el sorprendido e indignado, por favor) y la saturación de spots, basura electoral en las calles, bardas pintadas, anuncios radiofónicos, llamadas telefónicas con una grabadora, presencia en redes sociales. Y la gente está harta y lo manifiesta de muchas formas, pero también de muchas maneras la clase política ignora lo que los ciudadanos quieren.

Y en México, además, desde hace varios años la violencia ha estado presente en diferentes procesos y la situación de inseguridad ha llevado a mucha gente a no salir a votar por miedo.

La alternancia y a través de ella, el haber probado las mieles del poder, ha hecho que cualquier proceso electoral sea peleado y se ha llegado a extremos como el asesinato de candidatos o de dirigentes de partidos (el asesinato de Colosio fue en otro contexto).

Se supone que la democracia tendría que ser una fiesta, una ocasión para celebrar, para festejar que somos capaces de construir y respetar un sistema civil, pacífico, imparcial, organizado y honesto, confiable, transparente y claro para la renovación de la clase política, pero no, cada vez es más pesado, costoso, doloroso y, lo que es peor, está cobrando vidas.

Laura Castro Golarte
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 29 de junio de 2013).


Hay quien dice que la democracia implica el grave riesgo de dejar las decisiones graves, en manos de la única parte del pueblo que nunca sabe lo que quiere.

Brasil, por ejemplo...

Pudiera pensarse que Dilma Rousseff, al anunciar plebiscitos al efecto de aplicar soluciones a la medida para todas y cada una de las demandas populares, está corriendo un grave riesgo: el de llevar el tema de la democracia más allá de los límites pertinentes: hasta el extremo de que los gobernantes ya no podrán hacer su trabajo (gobernar, que implica tomar decisiones en beneficio de la comunidad), sin tener que someter todas sus decisiones a la aprobación de un monstruo de millones de cabezas. Ese monstruo tiene varios defectos: uno, lo temperamental; otro, lo inconstante; uno más, lo manipulable; lo permeable a la saliva endulzada y a las dotes de seducción de los caudillos que luego surgen -como lo demuestra la historia, con innumerables ejemplos- como falsos profetas.

Habrá que ver en qué paran estas misas. Por lo pronto, será pertinente recordar -por si alguien quisiera seguir el ejemplo de los brasileños...- que son vanos los afanes de los gobernantes empeñados en quedar bien con todo mundo, y que del juicio definitivo de los gobiernos se encarga la historia.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 1o.de julio de 2013).


En todas las sociedades, desde el principio de los tiempos, ha habido núcleos de favoritos de la vida. La igualdad de los hombres podrá ser ante las leyes, y debe ser ante las leyes, pero siempre -a menos que con el ingenio genético se fabriquen de otra manera- habrá individuos con más inteligencia, con más audacia, con más arrojo, con más temeridad. Y esos individuos más localizados, tarde o temprano, se vuelven los motores de la sociedad... Ningún sistema político debe olvidar el determinismo de los genes.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 13 de julio de 2013).


En uno de sus lúcidos ensayos, el mediólogo francés Régis Debray (La República explicada a mi hija), habla de la importancia de permanecer dentro de los límites de la instrucción cívica que se ocupa de los objetivos esenciales. Califica de lamentable, incluso un poco animal, que una sociedad efectúe sus elecciones cívicas en función de su biología, donde las mujeres estarían convencidas de votar por las mujeres, los negros por los negros... Terminaríamos pidiendo que los obesos representen a los obesos en el poder legislativo. No, la naturaleza no es nuestro código. Los políticos mexicanos segregan a los niños, a los jóvenes, a las mujeres, a los ancianos y a la comunidad lésbico-gay, bisexual, travesti, transgénero e intersexual, en una lógica administrativista que va de la creación de leyes y reformas a códigos (civil y penal), a la creación de institutos, de presupuestos y hasta las cuotas de género. Políticas que han desembocado en la disputa zoológica por el poder. El Distrito Federal ejemplifica con mayor énfasis esta tendencia en la que confunde además la justicia social con la beneficencia pública.

Hay regímenes que sumergen a los seres humanos en sus diferencias naturales. En lo personal considero que debemos exaltar todo aquello por lo que pueden unirse conciencia y voluntad, pero no a partir, y sólo desde el establecimiento de regímenes especiales. La naturaleza no debe ser nuestro código.

Carlos Alberto Lara González
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de julio de 2013).


Los monarcas han pasado a ser figuras representativas, que juegan un papel simbólico y que resultan clave para enfrentar crisis nacionales, perdiendo el poder real y su liderazgo con las fuerzas armadas. Es un jefe de Estado, aunque no electo, pero que simboliza la historia, la lucha y la gloria del pasado. Una institución que perdura en el tiempo y que representa la longevidad nacional, así como los valores detrás de un determinado estado-nación. El trono es el modelo de los valores, el comportamiento y el desarrollo de una "familia ejemplar". En el mismo sentido, el mantenimiento de los ritos medievales, los actos políticos clásicos y los protocolos interminables en un contexto de globalización social y cultural que desaparece estas tradiciones.

Las monarquías a nivel mundial siguen siendo un gran negocio en materia de publicaciones y turismo. No son pocos los que viajan alrededor del mundo conociendo las entrañas de los lugares donde convive "la realeza" británica, española o belga. Sin embargo, el principal negocio en torno al círculo real ha sido editorial. Centenares de revistas, e incluso secciones inmensas de diarios (ahí tenemos a News of the World) subsisten gracias a los escándalos y eventos de la realeza. Que si el príncipe anda en malos pasos, o incluso si escogió una pareja que no satisface los deseos de la madre, o simplemente imaginar las entrañas que se desarrollan al interior de las paredes de los castillos. Las vidas de la realeza son novelas interminables atravesadas por roles personales, intrigas, enigmas y suspenso. No por nada, alguna vez, Gregorio Peces-Barba, un intelectual católico, conservador muy cercano a la realeza española, señaló que "su vida no le pertenece al Rey, sino a España". La vida de un(a) monarca tiene esas dificultades, el destino está íntimamente vinculado a la nación y, por lo tanto, la mayoría de sus decisiones no son enteramente libres.

La institución monárquica está lejos de su agotamiento. A pesar de que aquellos que comulgamos con el republicanismo y pensamos en la monarquía como una figura del pasado que no responde a la era democrática del siglo XXI, es importante señalar que en distintos países cumple funciones que no son menores. Por ejemplo, en Bélgica, Alberto II, quien dimitió hace unos días para que su hijo Felipe tomara el trono, es tal vez uno de los pocos símbolos que mantiene a los belgas juntos. En un país donde la polarización entre la región valona (francófona) y el Flandes (de habla neerlandesa), ha provocado parálisis gubernamental, donde no existen partidos verdaderamente nacionales y la convivencia está atravesada por tabúes y prejuicios, el rey ha sido un genuino interlocutor entre ambas bélgicas. En definitiva, ya sea por la defensa de los valores nacionales, la unidad territorial, el simbolismo de la historia, labores altruistas o simplemente por moderación política, las "familias reales" y la monarquía gozan de cabal salud en pleno siglo XXI.

Enrique Toussaint
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 28 de julio de 2013).


Woodrow Wilson, siendo un joven académico de la Universidad de Princenton publica en 1887 un trabajo pionero denominado "El Estudio de la Administración". En dicho artículo sienta las bases de la disciplina de la Administración Pública y sus posteriores desarrollos: política pública, gestión pública, gerencia pública, nueva gestión pública entre otras.

Wilson -que posteriormente sería presidente de los Estados Unidos durante un largo periodo (1913-1921)- habla sobre el movimiento de "reforma del servicio civil" como respuesta al "sistema botín" entonces prevaleciente en ese país. Dicho "sistema botín" implica que cuando un partido llega al poder se apodera del aparato administrativo, sustituye al personal por sus amigos, parientes y correligionarios, utiliza los recursos públicos, permisos, contratos, concesiones y licencias con fines partidistas y de enriquecimiento personal de los vencedores, tal cual solían hacer los piratas cuando se apoderaban de una nave en alta mar. El servicio civil se estableció en los EU en esa misma década. En Inglaterra ya operaba desde mediados del siglo XIX y tiene una historia mucho más larga en Alemania y Francia. En todos los casos ha limitado de manera notable el "sistema botín" y la corrupción asociada al mismo.

Este sistema sigue vigente en México y en Jalisco y en las últimas semanas hemos visto en nuestra entidad muestras fehacientes del mismo:

  1. El representante del "sistema botín" más célebre es sin duda Rodolfo Ocampo Velázquez, ex director del SIAPA quien se encuentra preso por el presunto desvío de 280 millones de pesos de un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo, destinados al programa "Todos con Agua", el cual prometía la cobertura total del servicio en los municipios de Guadalajara, Zapopan, Tonalá y Tlaquepaque. También se han señalado una serie de irregularidades adicionales en el manejo de los recursos del crédito de 1,200 millones de pesos.
  2. La empresa IPS Consulting, de Erick David Lobo Duarte, cobraría 943,000 pesos por "el desarrollo metodológico y gerenciamiento del Plan Estatal de Desarrollo (PED) Jalisco 2013-2033". Este hecho no sería extraordinario si Lobo Duarte no fuera colaborador y amigo del subsecretario de Planeación, David Gómez Álvarez Pérez precisamente el responsable de elaborar dicho plan. Aquí surgen varias preguntas ya que si el PED es el documento rector del gobierno estatal para los próximos años ¿no sería lo más congruente y conveniente que lo hiciera el responsable de vigilar su implementación, es decir el mismo Gómez Álvarez Pérez? Una 2a. pregunta es ¿por qué contratar externamente su elaboración? Si el subsecretario responsable del PED no lo elabora, ¿entonces qué hace dicha subsecretaría? El mencionado Gómez Álvarez Pérez argumenta que en la licitación no se viola la normatividad. Sin embargo hay que preguntarse si se cumple con la ética del servicio público. La respuesta es llanamente NO. Es simplemente la aplicación del "sistema botín".
  3. La contratación de la psicóloga Andrea Isabel Angulo Castellanos, ex conductora de televisión, como coordinadora comercial del SIAPA, con un sueldo mensual de 72,849 pesos. En los medios trascendió que dicha persona no tiene el perfil ni la capacitación adecuada para desempeñar tal actividad, además se criticó el hecho de que el puesto fuera creado ex profeso para ella. El "sistema botín" operando cabalmente.
  4. El último botón de muestra es el intento del Dr.Jaime Agustín González Álvarez de obligar a los trabajadores del Seguro Popular, principalmente médicos y enfermeras a firmar su contrato de trabajo bajo el esquema de outsourcing con la empresa Mafemar SA de CV., cuyo RFC corresponde a diciembre de 2012, bajo la amenaza de que perderían su trabajo. En este sentido Ricardo Villanueva Lomelí, secretario de Planeación, Administración y Finanzas declaró que ya existen 11 contrataciones por outsourcing, con el argumento de "generar ahorros" y de paso un negocio para alguien "bien conectado". De nuevo "el sistema botín".

Muchos de estos problemas se podrían solucionar con un servicio profesional de carrera en la administración pública estatal, la municipal y los organismos descentralizados. Por ejemplo los integrantes del Seguro Popular ingresarían después de una serie de exámenes y pruebas donde demostraran su capacidad, idoneidad, destreza y disponibilidad para el puesto y a cambio obtendrían seguridad en su empleo y oportunidad de ascender en la medida que crezcan como profesionales. Por otra parte no se tendrían que crear plazas con dedicatoria para ciertas personas por razones de amistad, compadrazgo u otras razones.

Debemos escuchar al estadista cuando señala que "es necesario organizar la democracia enviando hombres (y mujeres) definitivamente bien preparados a los exámenes de oposición para que presenten pruebas sobre su conocimiento técnico... a fin de formar una organización perfeccionada, con la jerarquía apropiada y la disciplina característica" (Wilson, 1887).

En México ya existen los estudios para la práctica de un servicio profesional de carrera a nivel federal y tenemos ejemplos exitosos como el IFE (no confundirlo con el Consejo General o los consejeros que se reparten por cuotas los partidos políticos) o el servicio exterior. También existen expertos en el tema. Simplemente falta voluntad política democrática y que nuestros funcionarios actúen como estadistas y no como bandoleros en pleno asalto del botín.

Rigoberto Soria Romo, profesor investigador de la UdeG, miembro del Colectivo de Reflexión Universitaria de la UdeG
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 4 de agosto de 2013).


En el atribulado mundo de nuestros días, se han ido acumulando peligrosamente dosis progresivas de rencor, resentimientos y animadversiones ante sistemas políticos y económicos que lejos están de llenar las expectativas y aspiraciones de muchas colectividades que viven y alientan en la insatisfacción. El panorama de reacciones violentas en muchas naciones, es una radiografía fiel de la sociedad actual hastiada de los excesos de empresarios y funcionarios que han concitado indignación y hartazgo en todos los estratos sociales, sobre todo en una juventud informada que muestra su puño amenazante frente a la indiferencia de autoridades que simulan escucharla. Pero todo tiene su límite, y las reacciones no se han hecho esperar, tal como lo hemos visto en África con la " primavera árabe "; el movimiento de los inconformes que se inició en España y que se ha extendido a muchos países, y ahora en Brasil con movimientos de protesta frente a las dilapidaciones del gobierno ante tanta miseria.

Flavio Romero de Velasco
(v.Razón y Acción del 17 de agosto de 2013).


El Documento 9 circula entre los más altos jerarcas del Partido Comunista Chino.

Desde el inicio del mandato de Xi Jinping... el tigre mayor de Asia... se encuentra en una involución y defensa de los principios y la ideología más conservadora del comunismo chino.

Se menciona que hay un claro enfrentamiento entre los defensores de los cambios económicos de estilo occidental, que promueven el estado de derecho occidental y una política más abierta y democrática... y los políticos tradicionalistas que prefieren el mayor control estatal de la política y la economía. Según este documento (Documento 9), los principales enemigos de China son: la democracia constitucional occidental... la promoción de los derechos humanos... la independencia de los medios de comunicación... las organizaciones civiles (ONGs)... el neoliberalismo (capitalismo brutal)... la independencia judicia... y los errores del partido comunista (occidentalizarse).

Y no es para menos... creo yo...

Tienen los antecedentes de Rusia, que al querer volverse democráticos, capitalistas y occidentales... casi desaparecen... con la "ayuda" de Reagan y Thatcher... hoy no es lo mismo con Vladimir Putin...

Hace unos meses vimos cómo la prensa y los políticos norteamericanos y occidentales, hacían grandes festejos al iniciarse la "Primavera Árabe", en la que la mayoría de los países del Norte de África, iniciaban una revolución "pacífica" en contra de sus gobiernos "antidemocráticos, anticapitalistas, dictatoriales", promovida por los jóvenes, a través de los medios digitales y electrónicos modernos... con la "ayuda" de Occidente... Varios de estos gobiernos dictatoriales cayeron -Egipto, Libia, Túnez- hoy son un desastre... golpes de estado, violencia, muertes, jóvenes masacrados, radicalismo religioso, terrorismo...

Realmente la imposición a través de la "fuerza" soterrada de los medios de comunicación, de los dueños del dinero, de los medios electrónicos... para que los países del Norte de África, del Medio Oriente asiático, la antigua Unión Soviética (Rusia) adopten el modelo "perfecto" de la democracia occidental, del capitalismo global, de la "universalización" de la ONGs, de la libertad occidental...¿es pregunta?... ¿ha traído beneficios para estas sociedades, para estos países, para estas regiones?... la respuesta está a los ojos del mundo... ¡una gran tragedia!... Hoy no hay culpables... Fueron buenas intenciones occidentales... lástima... no se pudo... no estaban preparados... no se dejaron... ingratos... mal agradecidos...

En pocos años estaríamos lamentando la desaparición de China... habría levantamientos, muertes, golpes de estado, pobreza... eso sí... en pos de la búsqueda de los hermosísimos principios "occidentales": democracia, libertad, capitalismo, derechos humanos, etc...

Creo que al igual que Rusia, China seguirá su propio camino... le guste o no a los norteamericanos y aliados que los acompañan.

Lucio G.Lastra Escudero
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 21 de agosto de 2013).


El socialismo parece estar totalmente destinado a la centralización de la producción urbana en masa de tipo fijo en todos sus aspectos. Además, veo en él demasiadas ocasiones para mandar; demasiadas oportunidades para que la gente mandona manifieste su mandonería, y para que los indolentes se dejen llevar y se conviertan en esclavos.

[...]

Mi opinión de la nobleza y de los ricos hacendados es muy baja; pero la que ellos tienen de sí mismos debe ser aún inferior a la mía. Ellos creen que la democracia los despojará del poder y privilegios, mientras que yo estoy seguro de que, incluso con el ejercicio de tan escasa prudencia y astucia, como la parsimoniosa naturaleza se ha servido de concederles, podrán sin dificultad mantenerse en la preeminencia de que actualmente gozan. Y, pues, es así, dejemos a la plebe que se divierta votando. Las elecciones no son otra cosa que la representación de títeres gratuita, ofrecida por los que gobiernan a los gobernados, con el fin de distraer su atención.

Aldous Huxley
(Viejo muere el cisne).


Lo que vemos en Egipto, Túnez o Libia propicia una reflexión sobre la democracia y los caminos nada obvios que llevan a ella. Desde luego no es un sistema político que pueda reducirse sencillamente a votaciones periódicas para elegir los gobernantes. Toni Judt escribió que la democracia exige en primer lugar garantías jurídicas y laborales, protección social, instituciones que regulen la actividad económica y garanticen las libertades básicas personales: las urnas vienen después, en último lugar, como culminación del proceso. Si se adelantan a todo lo demás pueden convertirse en un instrumento para acogotar el pluralismo y el libre juego político, en lugar de encauzarlo. Lo malo es que esta razonable exigencia plantea el viejo dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina. En el presente caso, cómo lograr que las condiciones sociopolíticas que hacen viables los gobiernos democráticos precedan a su elección por los ciudadanos, cuando la primera tarea de tales gobiernos habría de ser institucionalizar dichos condicionamientos indispensables.

Sin duda, uno de los obstáculos mayores en tales democracias incipientes es el islamismo radical de una parte importante de la población. No porque sea una religión (la mayoría de ellas, incluidas las formas más templadas de islamismo, conviven mal que bien con la democracia) sino porque es una religión con clara y avasalladora vocación política. No aconseja o predica comportamientos particulares, sino que quiere imponer determinadas leyes fundadas en su propia lectura del Corán. En todas las democracias hay unos principios morales compartidos, que hoy pertenecen más a la tradición humanista que a ningún credo en particular: y aún así se producen eventualmente enfrentamientos por cuestiones éticas. Pero ninguna democracia puede basar sus leyes en dogmas religiosos ni soporta calificativos eclesiales: no puede haber democracias "cristianas" ni "islámicas", lo mismo que tampoco podría haberlas "ateas". El laicismo es una salvaguardia del pluralismo en las democracias y el ciudadano -más allá de sus creencias personales- debe ser laico (es decir, capaz de argumentaciones no basadas en la fe) cuando participa en la gestión de lo común. Las creencias religiosas son un derecho de cada cual pero no pueden convertirse en deber de todos. Ya hay muchas personas en los países árabes o en Egipto que piensan así, pero mientras esta forma de sentido común democrático no se establezca en ellos como mayoritaria la democracia será siempre un proyecto inacabado y quizá una peligrosa trampa civil.

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 25 de agosto de 2013).


Hemos, como sociedad, creado y robustecido la cara expresiva de la democracia. Basta abrir cualquier periódico al azar para enterarse de reclamos distintos, movilizaciones de todo tipo, acusaciones, ocurrencias y proclamas, amenazas y propuestas. Cada individuo, grupo, asociación, se reafirma, se expresa, demanda, exige.

La otra cara del asunto es que la democracia presuntamente también es un orden. Un marco que protege el ejercicio de las libertades, entendiendo que las mismas tienen un límite cuando se topan con los derechos de los otros. Supone que las partes que conviven y compiten bajo su manto tienen el derecho de "afirmarse" pero a condición de que acepten que no se encuentran solas en el escenario y que los otros merecen no solo respeto sino consideración. El marco normativo, la estructura del Estado, las garantías de las personas se suponen diseñados para armonizar los derechos individuales y sociales con la reproducción de la compleja vida en sociedad. Pues bien, en esa dimensión nuestros déficits están a la vista.

Veo hacia el pasado y observo mucho orden y escasa libertad, lo que puso en acto un fuerte reclamo democratizador; oteo el futuro y espero que el péndulo no llegue al otro extremo, porque ya se escuchan voces que suspiran por regresar al orden "a como dé lugar". Si mal no entiendo, tenemos entonces como país (no sólo el Estado, no sólo la sociedad) un reto de esos que se dicen de época: establecer un equilibrio entre libertades y respeto a los derechos de terceros, y creo que a eso se le llama orden democrático.

José Woldenberg
(v.pág.9 del periódico Mural del 29 de agosto de 2013).


La persistencia de los calificativos izquierda y derecha contribuye no poco a falsificar más aún la realidad del presente -ya falsa de por sí-, porque se han exagerado las experiencias políticas a que responden, como lo demuestran el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 7 de septiembre de 2013).


La democracia y la demagogia están muy cerca, la frontera es muy delgada. Y a la mayoría de los políticos les gana la tentación de lograr simpatía generalizada, implementando medidas populistas.

César de Anda Molina
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 10 de septiembre de 2013).


El corporativismo es esa forma de relacionamiento del Estado no con los ciudadanos, sino con las corporaciones. En el régimen de partido único, donde Estado, partido y gobierno se funden hasta el punto de disolver sus líneas de separación, el corporativismo sirve como una plataforma que al mismo tiempo le imprime orden y estabilidad al régimen, así como una apariencia de pluralidad. El ciudadano no existe como tal, ya que los derechos se otorgan en la medida en que se encuentra adherido a una corporación, ya sea de corte sindical, empresarial o de clase. El individuo se desvanece para dar paso a la lógica colectiva de relación entre autoridades y ciudadanos.

Enrique Toussaint
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 22 de septiembre de 2013).


La economía y los políticos sólo eran un medio para que países y población lograran mejor calidad de vida. Sin embargo, por esos trucos del poder, los medios se han vuelto fines, los nuevos dioses de una cultura donde el ser humano ha sido empequeñecido hasta sentir el vapuleo de las fuerzas del "mercado" y los vaivenes, corrupción y desatino, de los políticos en turno. Todos a una: políticos y economía alterando la brújula humana para apuntar sólo al norte de las ganancias; ganancias de unos cuantos, de unos pocos, muy pocos, a costa de la vida de los más, todos los demás.

Porque en esta descarnada competencia creada por políticos y economistas, donde el "mercado" es tratado como un ser superior que, con voluntad y autonomía propias, rige al mundo, olvidando que el hombre sobrevivió en la selección natural gracias a la cooperación, al cuidado de unos a otros.

Porque si no hubiera sido por la solidaridad, el hombre no hubiera sido una espacie exitosa. No tenemos garras, no tenemos una fuerza enorme, lo que pondría al hombre en desventaja si no fuera por su sentido del cuidado de la comunidad.

Pero esos atributos, que hicieron al hombre estar en la posición más alta del reino animal, hoy son relegados por quienes, inventores y devotos del "mercado" como un dios, lo siguen ciegos.

Sin embargo, en muchos sitios, también en México, hay quienes negando la idolatría buscan recuperar el sentido humano. Así a pesar de los políticos y sus corruptelas desbocadas, a pesar de las inhumanas condiciones impuestas por la economía de mercado.

¿La conclusión? Sentir pena por el momento en que en México los medios, economía y políticos fueron erigidos dioses. ¿Lo que sigue? Saber que es en la recuperación de esas cualidades humanas, la confianza, la cooperación, la solidaridad, el cuidado del más vulnerable, que este país, como comunidad integradora, puede salir adelante. Lo demás: vestigios de la amígdala reptil que en la selección natural a muchos, políticos y economistas, les sigue creciendo.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 26 de octubre de 2013).


El estado es el sistema de organización que la sociedad establece para lograr sus fines primordiales de sobrevivencia, defensa, seguridad y progreso. Dicho estado se inscribe en un determinado sistema histórico de gestión; por lo común la sociedad ha oscilado entre sistemas monárquicos o democráticos de variado estilo, y que suponen una serie determinada de instituciones. Una vez elegido el sistema, la misma comunidad lo pone a cargo de un gobierno, cuyos integrantes pueden prestar su servicio de manera gratuita o a cambio de un pago fijado por la misma sociedad que los contrata.

Pero cuando el gobierno no logra satisfacer ni siquiera los fines primordiales para los cuales fue instituido, la sociedad debe plantearse con toda seriedad el análisis tanto del estado, como del sistema y del gobierno, para descubrir en qué nivel se ubican las causas de esta falta de resultados. Las causas pueden deberse a ineptitud, lo cual se arregla con capacitación de las personas, o su remplazo si la ineptitud es incorregible. También puede tratarse de obsolescencia o caducidad lo cual exigiría una reforma del estado o sustitución del sistema que ya no responde a las nuevas condiciones de la realidad. Otra causa posible podría ser la perversión sea del estado, que del sistema o del gobierno.

Por perversión habría que entender cuando las instituciones estatales no solamente impiden que se logren los fines para los cuales las instituciones han sido establecidas, sino que éstas se ponen al servicio justamente de los fines opuestos. A todo ello se le llama colusión, connivencia, corrupción, y se expande y multiplica en un estado de impunidad.

En múltiples aspectos, la comunidad mexicana ha permitido la instauración de una sociedad de connivencia, es decir, un estilo de país donde todos acaban siendo cómplices de sus propios males, y a la vez, relativamente beneficiarios del mal ajeno, ganancia que propicia la perpetuación de la connivencia; afianzada esta manera de ser como país, resulta lógico aunque lamentable que sea el propio gobierno su principal promotor, y por lo mismo el principal obstáculo para cambiar este estado de cosas, pues ya desde antes se ha operado una especie de alienación mutua entre sociedad y gobierno, el gobierno se cree distinto y superior a la comunidad, y ésta se siente y acepta como ajena por completo al gobierno.

Un principio de solución a esta dramática realidad es que la comunidad recupere la conciencia de su soberanía social y su autoridad sobre el estado, el sistema y el gobierno, lo cual exige romper con la connivencia; socializar esta recuperación tiene como posible camino la promoción y el fortalecimiento de las organizaciones sociales no gubernamentales, cuyo éxito dependerá de la no admisión, bajo ninguna condición, de personas vinculadas con partidos políticos o sindicatos, pues casi de manera invariable portan el virus de la corrupción que las organizaciones no gubernamentales tenderían a superar.

Armando González Escoto
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 27 de octubre de 2013).


No hay día que en el país se escuchen quejas contra la clase política profesional, los servidores públicos que viven una vida privilegiada a costa de los contribuyentes, de los gobiernos que no resuelven los problemas de la sociedad y de las prácticas antidemocráticas o corruptas como se ejerce el poder público en México.

La llamada desafección con la "democracia" (vale precisar: con el sistema político que se dice democrático) es una cosa cotidiana en el país. Pero a la vez es un fenómeno medible.

El apoyo a la democracia en México ha bajado 26 puntos porcentuales en la última década. En 2002 las personas que respondieron que preferían la democracia a otra forma de gobierno llegó a 63%; este año, la cifra apenas llegó a 37%.

Así consta en la encuesta anual que presenta la Corporación Latinobarómetro, con sede en Santiago de Chile. Gracias a los levantamientos que año con año vienen realizando en 18 países de América Latina, México incluido, Latinobarómetro tiene ya una serie histórica de encuestas sobre percepción de la democracia, problemas principales y respuestas de los gobiernos a sus poblaciones.

Uno de los datos clave de dicho estudio es el apoyo o desafección hacia la democracia. En el resultado de este año, México es el 2o. país de América Latina (apenas detrás de Costa Rica, que pasa de 74% de apoyo en 2009 a 53% en 2013) donde más ha disminuido el apoyo a la democracia entre 1995 y 2013.

En 12 países hubo más apoyo a la democracia este año respecto al promedio del periodo 1995-2013; este listado lo encabezan Venezuela, Ecuador y Chile. México se encuentra en el bloque de 7 países donde ha disminuido el apoyo a la democracia en este año comparado con el periodo ya referido.

Para los analistas de Latinobarómetro, una primera explicación es que los fenómenos de delincuencia y violencia han erosionado el respaldo al sistema político; pero también sostienen que es uno de los pocos ejemplos donde la alternancia de partido en el poder no ha sido exitosa.

Tras la derrota del PRI en el año 2000 y las altas expectativas de cambio político, la población mexicana dio la más alta calificación al respaldo de la democracia; sin embargo, ahora está en su peor nivel desde que Latinobarómetro lleva estos registros.

Algunas de las pistas para entender la inconformidad de la mayoría de los mexicanos con su sistema político pueden estar en estas cifras: la mayoría de la población no cree que el gobierno resuelva los problemas principales, apenas 19% cree que el país está progresando, a 52% de los mexicanos el sueldo no les alcanza, 55% de los encuestados dijo haberse quedado sin dinero para comprar comida, y 76% considera que la distribución de la riqueza es injusta.

Más allá de las cifras, los datos ofrecen una interpretación cualitativa de la crisis del sistema político mexicano, una crisis que difícilmente se remediará con otra reforma electoral. La crisis es de fondo.

Rubén Martín
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de noviembre de 2013).


En México, la transición a la democracia ha significado el paso de una presidencia imperial a un Estado sometido a los partidos. Ahora, como sistema de gobierno queremos transitar de un presidencialismo omnímodo a uno con matices parlamentarios, sin haber funcionado nunca como un presidencialismo democrático; en tanto que, como sistema de organización política, estamos involucionando de un federalismo de fachada a un centralismo absorbente.

Si lo anterior se vislumbraba como un futuro inercial o tendencia indeseable que podría tardar mucho en concretarse, con la reforma política aprobada por el Senado y la Cámara de Diputados la presente semana lo que parecía una amenaza se convirtió en realidad.

En materia electoral, con la creación del INE, se pasará de un sistema difuso de reparto por cuotas de los consejeros electorales locales, a uno concentrado, en el que los 11 consejeros del INE -designados por los partidos políticos en la Cámara de Diputados- nombrarán a las autoridades electorales de los estados. Éste, y otros procesos de centralización que se están dando en nuestro país, es un lujo que ni siquiera los países unitarios o centralistas pueden darse, ya que en ellos lo que opera son cursos de decisión con tendencia creciente a la descentralización.

Si en México existiera una mayor cultura federalista y conocimiento de la Constitución, la pretensión de que el Congreso de la Unión se agregue una más de las facultades que se ha venido otorgando, ahora para expedir "las leyes generales que distribuyan competencias entre la federación y las entidades federativas" en materia político-electoral, perfectamente puede ser impugnada mediante una controversia constitucional, por no ser la electoral un área competencial nueva, sino una atribución que para la elección de sus autoridades la propia Constitución concedió a los estados.

Con respecto a la reelección de diputados locales y munícipes, en abierta violación a la soberanía que deben tener los estados para definir su régimen interior, se ha pasado de prohibirles su reelección a ordenarles que lo hagan, cuando lo adecuado era eliminar la prohibición para que libremente se pronunciaran a ese respecto.

No nos engañemos: la reelección, tal como fue aprobada no es para generar un mayor vínculo entre ciudadanos y representantes, sino para acrecentar el control de los partidos políticos sobre los legisladores y munícipes.

La reelección en cargos de elección popular en tanto no venga precedida de la obligación de la selección democrática de candidatos, es un traje a la medida para las oligarquías partidarias. Además si tanta es el ansia por la reelección, ¿Por qué no autorizaron también la de Presidente de la República y gobernadores de los estados?, que por sí misma genera una cultura de mayor responsabilidad y rendición de cuentas en los gobernantes.

Centralización y reelección ingredientes fundamentales de la república de los partidos.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de diciembre de 2013).


Definición de democracia.

A mediados del siglo pasado Karl Loewenstein -ante el fracaso de la República de Weimar- llamaba la atención sobre la paradoja de que la democracia tuviera que tolerar a los que, abusando de las libertades y derechos que la misma asegura, no pudiera defenderse de aquellos (como Hitler) que por medios democráticos atentaran contra ella. Este pensador alemán construyo el concepto de "democracia militante" para señalar los medios que deben existir (como prohibir o cancelar el registro a los partidos anti democráticos) para que la democracia pueda defenderse de sus enemigos.

En materia constitucional se requiere de un concepto similar para establecer medios y procedimientos a través de los cuales la Constitución se defienda de los que a través de reformas constitucionales la deforman y la dañan.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 14 de diciembre de 2013).


La democracia es la forma de gobierno concebida e instituida para asegurar que la soberanía resida en el conjunto de ciudadanos en una sociedad. Esta soberanía, en una sociedad de masas, moderna y compleja, se ejerce a través de la representación política, democráticamente constituida por medio de elecciones periódicas. Las decisiones de gobierno las toman representantes electos, a nombre de la sociedad.

Ellos procesan sus decisiones atendiendo, en teoría, a la voluntad popular, es decir, la voluntad de quienes los eligieron. También, en teoría, actúan de conformidad con el interés de la gente, incluso cuando toman determinaciones contrarias a la opinión pública.

La clase política tiene distintos instrumentos para allegarse información acerca de la opinión ciudadana sobre distintos temas y asuntos de gobierno, amén del contacto directo que tienen con distintos actores sociales y la lectura que de las circunstancias construyen en la interacción con los demás miembros de la representación popular.

En razón del enorme número de opiniones individuales y la inmensa multiplicidad de intereses concomitantes, los representantes tienen también a la mano herramientas y estrategias para "reducir complejidad", las principales son los proyectos y programas de gobierno que enarbolan sus respectivos partidos políticos.

Si la cosa se le pone muy complicada a un representante popular, éste puede siempre sintonizar en directo la línea del partido y nada más ceñirse a ella, puede nada más nadar de muertito; si es muy avezado, puede trazar mejor una agenda propia para sacar el mayor provecho del cargo y de la ocasión, o bien puede hacer una combinación de todas estas opciones.

Para disminuir la inevitable distancia que existe entre los intereses, preocupaciones, anhelos, problemas u opiniones de la masa de ciudadanos y la agenda de acciones, tareas y propósitos de la representación política es que se han instituido las figuras de la democracia directa, utilizables a la hora de tomar decisiones de particular trascendencias en una sociedad.

La consulta popular se instituyó para poner en manos de los ciudadanos decisiones que no logran concitar acuerdos básicos en el seno de la representación política o cuando una decisión produce la oposición irreductible de una fuerza política en particular.

La participación ciudadana se convoca no como un fin en sí misma, sino para resolver un trabuco difícil en la agenda de gobierno.

Marco Antonio Cortés Guardado
(v.pág.13 del periódico Mural del 19 de diciembre de 2013).


El estado, por su naturaleza, siempre prefiere seguridad que libertad. Últimamente la tecnología ofrece algo que el Estado no puede resistir: la vigilancia masiva que dejaría sorprendido a Orwell.

Ian McEwan, escritor.


Ya no bastan las encuestas comparsas, estadísticas manipuladas y evaluaciones intencionadas.

La influencia de los medios de comunicación es antídoto a la demagogia y eficaz promotora de la democracia. Las expresiones conducentes a la anarquía y eventual violencia reclaman energía en la estricta aplicación de la ley, que niega enfáticamente la dictadura y promueve el beneficio de la mayoría población pacífica anhelante de tranquilidad.

La información analizada con el rigor de causa y consecuencia, trasciende y se convierte en conocimiento útil para la integración de opinión pública. Es parte del activo contemporáneo al penetrar en la conciencia nacional y dando forma al criterio calificador en el extranjero.

El fin no siempre justifica los medios, aunque hoy existen ojos y oídos electrónicos con la capacidad suficiente para descubrir verdades antes de lo deseado por los autores de algún engaño.

Carlos Cortés Vázquez
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 26 de enero de 2014).


Un filósofo y economista liberal de la llamada escuela austríaca, Ludwig von Mises, se oponía a que hubiera partidos políticos liberales, porque, a su juicio, el liberalismo debía ser una cultura que irrigara a un arco muy amplio de formaciones y movimientos que, aunque tuvieran importantes discrepancias, compartieran un denominador común sobre ciertos principios liberales básicos.

Algo de eso ocurre desde hace buen tiempo en las democracias más avanzadas, donde, con diferencias más de matiz que de esencia, entre democristianos y social demócratas y socialistas, liberales y conservadores, republicanos y demócratas, hay unos consensos que dan estabilidad a las instituciones y continuidad a las políticas sociales y económicas, un sistema que sólo se ve amenazado por sus extremos, el neo fascismo de Le Front National en Francia, por ejemplo, o La Liga Lombarda en Italia, y grupos y grupúsculos ultra comunistas y anarquistas.

En América Latina este proceso se da de manera más pausada y con más riesgo de retroceso que en otras partes del mundo, por lo débil que es todavía la cultura democrática, que sólo tiene tradición en países como Chile, Uruguay y Costa Rica, en tanto que en los demás es más bien precaria. Pero ha comenzado a suceder y la mejor prueba de ello es que las dictaduras militares prácticamente se han extinguido y de los movimientos armados revolucionarios sobrevive a duras penas las FARC colombianas, con un apoyo popular decreciente. Es verdad que hay gobiernos populistas y demagógicos, aparte del anacronismo que es Cuba, pero Venezuela, por ejemplo, que aspiraba a ser el gran fermento del socialismo revolucionario latinoamericano, vive una crisis económica, política y social tan profunda, con el desplome de su moneda, la carestía demencial -todo falta, la comida, el agua, hasta el papel higiénico- y las iniquidades de la delincuencia, que difícilmente podría ser ahora el modelo continental en que quería convertirla el comandante Chávez.

Hay ciertas ideas básicas que definen a un liberal. Que la libertad, valor supremo, es una e indivisible y que ella debe operar en todos los campos para garantizar el verdadero progreso. La libertad política, económica, social, cultural, son una sola y todas ellas hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos, las oportunidades y la coexistencia pacífica en una sociedad. Si en uno solo de esos campos la libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra amenazada. Los liberales creen que el Estado pequeño es más eficiente que el que crece demasiado, y que, cuando esto último ocurre, no sólo la economía se resiente, también el conjunto de las libertades públicas. Creen asimismo que la función del Estado no es producir riqueza, sino que esta función la lleva a cabo mejor la sociedad civil, en un régimen de mercado libre, en que se prohíben los privilegios y se respeta la propiedad privada. La seguridad, el orden público, la legalidad, la educación y la salud competen al Estado, desde luego, pero no de manera monopólica sino en estrecha colaboración con la sociedad civil.

Estas y otras convicciones generales de un liberal tienen, a la hora de su aplicación, fórmulas y matices muy diversos relacionados con el nivel de desarrollo de una sociedad, de su cultura y sus tradiciones. No hay fórmulas rígidas y recetas únicas para ponerlas en práctica. Forzar reformas liberales de manera abrupta, sin consenso, puede provocar frustración, desórdenes y crisis políticas que pongan en peligro el sistema democrático. Éste es tan esencial al pensamiento liberal como el de la libertad económica y el respeto a los derechos humanos. Por eso, la difícil tolerancia -para quienes, como nosotros, españoles y latinoamericanos, tenemos una tradición dogmática e intransigente tan fuerte- debería ser la virtud más apreciada entre los liberales. Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas.

Es natural, por eso, que haya entre los liberales discrepancias, y a veces muy serias, sobre temas como el aborto, los matrimonios gay, la descriminalización de las drogas y otros. Sobre ninguno de estos temas existe una verdad revelada liberal, porque para los liberales no hay verdades reveladas. La verdad es, como estableció Karl Popper, siempre provisional, sólo válida mientras no surja otra que la califique o refute. Los congresos y encuentros liberales suelen ser, a menudo, parecidos a los de los trotskistas (cuando el trotskismo existía): batallas intelectuales en defensa de ideas contrapuestas. Algunos ven en ello un rasgo de inoperancia e irrealismo. Yo creo que esas controversias entre lo que Isaías Berlin llamaba "las verdades contradictorias" han hecho que el liberalismo siga siendo la doctrina que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social, haciendo avanzar la libertad humana.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 26 de enero de 2014).


El pensador polaco Zygmunt Bauman se ha convertido en una de las voces más críticas contra "el capitalismo salvaje" y la situación de "desigualdad" que ha generado, y la 1a. víctima de esta situación, en opinión de este profesor y sociólogo, "es la democracia".

Así lo ha explicado y así lo refleja Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) en su reciente libro, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? (Paidós).

"El Estado democrático durante años se ajustó a su promesa y a su responsabilidad de proteger y dar bienestar a cualquier colectivo en contra de la desgracia individual. La gente tenía sentido de pertenencia y solidaridad -argumenta el autor-. Hoy todo eso ha cambiado y, cuando llegan los problemas comunales y compartidos, el estado dice: ‘Es asunto suyo; resuélvanlo ustedes’".

"De ahí que la confianza que se tenía en las instituciones esté decayendo. La gente sabe que del Estado no va a obtener nada y sabe que las instituciones democráticas y políticas no llevan a cabo sus promesas", subraya.

(V.pág.8-B del periódico El Informador del 5 de febrero de 2014).


Democracia son cuatro lobos y una oveja votando para decidir qué comer.

Leo Fung


En la encuesta Latinobarómetro 2013, México ocupa el 1er. lugar latinoamericano, ante la pregunta si podría haber una democracia sin congreso, con 38%, contra una media regional de 27%. Y el 19% de los mexicanos consideró su apoyo al autoritarismo mientras ahí sí se resuelvan problemas.

Jaime Preciado Coronado
(v.pág.19 del periódico Milenio Jalisco del 28 de febrero de 2014).


En los últimos 15 meses de manera profusa se han venido dando en México decisiones políticas con una clara tendencia centralizadora. La justificación ha sido la supuesta incompetencia, tendencia corrupta o antidemocrática de las autoridades locales y municipales. Ante ello, la única solución posible ha sido quitarles atribuciones y concentrarlas en nuevas autoridades u organismos "nacionales"; o en las autoridades federales; o, en su caso, expedir códigos nacionales o leyes generales que abrogan la legislación local.

Así, ante la colusión de las policías locales y municipales con el crimen organizado, créese un mando policial único o una gendarmería nacional; ante la supuesta captura de las autoridades electorales de los estados por los gobernadores, créese un Instituto Nacional Electoral y leyes generales correlativas; ante la impunidad delincuencial, un Código Nacional de Procedimientos Penales que abrogue los códigos penales de los estados; ante la ineficiencia de los registros públicos estatales y de los catastros municipales, publíquese una ley general sobre la materia; para hacer efectivo el derecho al agua para uso personal y doméstico, una Ley General de Aguas; etc., etc.

El caso es que con ese modelo de decisiones México elige una ruta que va en sentido inverso a la tendencia evolutiva de los sistemas de organización política en el mundo, caracterizada por procesos continuos y cada vez más profundos de descentralización, aun en estados centralistas o unitarios. Peor todavía: el modelo adoptado significa literalmente una involución o regresión con relación a los avances que en nuestro país se dieron en materia de descentralización política y administrativa, sobre todo en el período 1983- 2000.

Con el paso del tiempo, lo nacional en materia de organización administrativa ha adquirido un significado diferente: de ser suma articulada de diversas instituciones independientes de los 3 órdenes de gobierno, pasó a convertirse en un sistema único que desaparece o somete a sus similares, en el marco de una organización jerárquica. De ser un sistema descentralizado pasa a ser desconcentrado.

Expedir leyes generales sobre materias previamente atribuidas a los estados o a los municipios ha sido el recurso más utilizado en los últimos meses por el Congreso de la Unión para centralizar, como antes fue darse atribuciones para convertir en federal todo lo necesario (para comprobarlo véase el Artículo 73 Constitucional y en especial su fracción XXIX).

Las decisiones tomadas por el poder revisor de la Constitución en los últimos meses han modificado de fondo lo establecido en los artículos 40 y 124 constitucionales, sin haberlos reformado. Lo paradójico es que ha sido con el voto en favor de las legislaturas de los estados.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 8 de marzo de 2014).


El nacionalismo es la quemante realidad de nuestros días: conciencia de lo histórico, fervor regional, defensa de la tradición, la lengua y las costumbres propias, y máscara ideológica del chovinismo, la xenofobia, el racismo y los dogmatismos religiosos.

El nacionalismo será, que duda cabe, la gran fuerza política que resistirá en los próximos años a la internacionalización de la vida y la economía que ha traído consigo el desarrollo de la civilización industrial y de la cultura democrática.

¿Cómo y dónde nació esta ideología que rivaliza con la intolerancia religiosa y los extremismos revolucionarios en haber provocado las peores guerras y cataclismos de la historia?

Nada es más fácil que agitar el argumento nacionalista para conquistar y apoderarse de una multitud.

Nada como los grandes fuegos artificiales de los nacionalismos para distraer a un pueblo de sus verdaderos problemas.

No es casual que sea el nacionalismo la ideología más sólida y extendida en el llamado tercer mundo.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 29 de marzo de 2014).


Ha terminado la primicia de las grandes élites: las masas han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo en los valores cívicos y culturales. Este fenómeno se hizo evidente con la plena ascensión del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos y con los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo. Hombres y mujeres de distintas clases sociales se han igualado en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad, para adquirir la de la colectividad, para ser nada más que una parte de la tribu. Esta masa amorfa está conformada por individuos que se han desindividualizado, dejando de ser unidades humanas para disolverse en una colectividad que piensa y actúa por ellos, más por reflejos condicionados -emociones, instintos, pasiones- que por razones. Estas hordas humanas son las que se coagularon en torno de Benito Musolini, Hitler y Stalin. La masa es también una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez más a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida pública, un fenómeno en el que se ve un retorno del primitivismo y de ciertas formas de barbarie disimulados bajo el atuendo de la modernidad. Todavía -por lo que alcanzamos a advertir- la irrupción del hombre masa en todos los órdenes sociales será desgraciadamente una realidad avasalladora.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de abril de 2014).


La democracia es cosa buena, pero lleva en sí un germen malo: el de la demagogia.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.pág.7 del periódico Mural del 10 de abril de 2014).


En la actualidad 4 serían las principales deformaciones de la democracia y los valores democráticos en nuestro país:

  1. La creencia de que la ampliación de la esfera de las libertades individuales y de la seguridad del ciudadano sólo se puede dar a costa de la reducción de la esfera de las instituciones públicas y del Estado.
  2. La emergencia de un nuevo sujeto de la historia y la sustitución del concepto proletariado por el de “ciudadano”, que en el fondo ha producido un profundo proceso de desinstitucionalización que a últimas fechas ha venido a afectar los sustentos mismos de los principios de constitucionalidad.
  3. El paso del “federalismo aldeano” de gobernadores autócratas y corruptos, a un centralismo federalizado con autoridades omnímodas no sujetas a control y que tienen como misión histórica hacer efectiva la democracia y el Estado de derecho.
  4. Un sobredimensionamiento de la vertiente participativa en la cultura política mexicana, en donde el Estado y sus gobiernos ceden espacios a ciudadanos organizados, o a la desorganización ciudadana.

Frente a estos retos y estas realidades, vale la pena repensar los valores de la democracia y de la política republicana:

  1. Al Estado y a las instituciones públicas no hay que destruirlas ni debilitarlas. Lo que se debe hacer es controlarlas socialmente e idear mecanismos efectivos de control del poder por el poder mismo.
  2. La democracia es un procedimiento o método para la elección de gobernantes. El valor último de la democracia es que es contingente y terrenal, nunca un valor último o escatológico dotado de contenido sustantivo.
  3. Si queremos que la política produzca bienes públicos y un orden civilizatorio, la mejor política moderna es la institucional.
  4. El mejor ciudadano y la auténtica cultura cívica es la que busca el equilibrio entre poder y responsabilidad; entre el que es exigente, pero también deferente; el que exige a la autoridad, pero respeta a la autoridad; el que defiende el disenso, pero al mismo tiempo reivindica el valor del consenso; y el que tiene una orientación instrumental, pero también ética y afectiva hacia la política.
Javier Hurtado
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 19 de abril de 2014).

Uno de los principales y más graves problemas políticos del país ha sido el de la incapacidad de las élites políticas y de sus instrumentos, los partidos políticos, para lograr acuerdos sustanciales, consistentes y duraderos en asuntos trascendentes para la sociedad mexicana contemporánea. Hay miles de asignaturas que reclaman una cultura sólida (y acciones consecuentes), donde prevalezca la colaboración y construcción de acuerdos y consensos fructíferos, que deriven en medidas gubernamentales liberadas de la grilla barata y ceñida al corto plazo. La cuestión es que falta el componente institucional que mueva a las élites en el sentido conveniente para, primero, entender bien esta necesidad y en seguida caminar a la resolución de esos asuntos.

Es trágico que aquellos ingredientes de la cultura de rol de nuestra clase política se hayan venido arraigando junto con el afianzamiento del pluralismo político y la emergencia de opciones y fuerzas distintas y divergentes, gracias a la democratización. En otras palabras, está coincidiendo una suerte de entropía en el seno de la clase política -alentada por las reglas del juego- que se combina con un proceso que ha venido diluyendo el pegamento que podría convertir esa entropía en diversidad creativa.

Tenemos entonces una democracia ineficaz, porque se premia la confrontación y la falta de acuerdos (el esfuerzo se ha concentrado demasiado en la tarea de perfeccionar las condiciones de la competencia electoral), mientras que siguen haciendo falta los instrumentos que -más allá de la competencia- premien y hagan rentable la cooperación. Desde mediados de los 90 quedó claro que el problema es también de diseño institucional. Y la circunstancia precisa que se concluyan ya los pendientes del 1er. gran ciclo de reformas de índole electoral, para entrar de lleno al 2o. ciclo de cambios legislativos que no son de otra naturaleza que gubernativa.

Las elecciones son el instrumento democrático para formar gobiernos legítimos. Pero la legitimidad no es suficiente para garantizar un gobierno que funcione bien. Y el desencanto de los mexicanos con la democracia radica en la falta de eficacia gubernamental, y esta tiene que ver (aparte de los talentos para gobernar) con el hecho de que los últimos 3 gobiernos federales (falta ver que sucede con el actual), han sido gobiernos divididos, con presidentes sin el apoyo de mayorías legislativas.

Por ello ha sido atinada la reforma que abre la posibilidad de establecer un gobierno de coalición en México (para el 2018), aunque dejando esta facultad en el Presidente de la República.

Como el régimen presidencial es ya historia en México, pues no funciona, quizás lo mejor es ir en dirección de un régimen semi presidencial, donde la responsabilidad de gobernar la comparte el presidente, jefe de estado, con un jefe de gobierno (más o menos como en Francia).

Esa sería una fórmula que premia mejor una colaboración consistente, y evita que el jefe de estado, el último recurso, sea el que enfrenta cada situación de crisis en la coalición gubernamental. Además, se trata de compartir la responsabilidad del gobierno en un nivel más profundo, donde el costo por la falta de cooperación es mayor (la pérdida de una posición tan importante como la jefatura de gobierno).

Marco Antonio Cortés Guardado
(v.pág.9 del periódico Mural del 1o.de mayo de 2014).

Si el nuestro fuera un sistema democrático las elecciones serían un sistema de verificación, pero no lo somos y estamos muy lejos de serlo así que tendremos que buscar otro sistema.

Carlos Enrigue
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 4 de mayo de 2014).

Ya lo decía Dahl: debate sin participación es propio de oligarquías competitivas (posiblemente a lo que aspire Alfonso Cuarón); y participación o representación sin debate se da en hegemonías representativas (lo que fue México hasta fines del siglo pasado, pero ya no es).

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de mayo de 2014).

Las llamadas metacausas han desaparecido. Ya no existen comunistas vs. capitalistas, ni tampoco occidente vs. oriente. La 3a. ola democrática a nivel mundial ha traído consigo la multiplicación de agendas ocultas, antes calificadas como menores en el debate político. Ahora el intelectual o el artista no tienen que defender a Stalin para ser considerado de izquierdas o reivindicar el nacionalismo para criticar la reforma energética. Las identidades se han vuelto más difusas y las lealtades políticas se acotan. Ahora, medio ambiente, derechos de los animales, la pobreza en el tercer mundo o los alimentos transgénicos se convierten en agendas globales con relevancia. No es necesario ensuciarse las manos en las ríspidas y siempre movedizas arenas de la política para marcar agenda y tener visibilidad política.

Enrique Toussaint
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 11 de mayo de 2014).

La democracia tuvo un enorme auge en el siglo pasado al lograr el gobierno en muchos países creados por el colapso colonial que siguió a la 1a. guerra mundial, basada fundamentalmente en la lucha contra la corrupción y los gobiernos autoritarios buscado imperio de la ley. La democracia es sólida económicamente, no busca conflictos armados y combate la corrupción; permite la expresión libre de ideas y garantiza seguridad y confianza y países buscan lograrla aún a un alto costo. Como lo demuestra Ucrania y algunos países árabes, pero es difícil instaurarla una vez derrocados los dictadores o kleptogobernantes. A fines del siglo XX la democracia se instauró en Alemania y en Rusia y en antiguas colonias europeas así como en América latina, actualmente el 63% de los países son democracias.

Actualmente la democracia ha sufrido algunos reveses aun cuando el 40% de la población mundial viven bajo ese sistema, pero muchas democracias han caído en gobiernos autocráticos que guardan las apariencias. La democracia se instauró en países como Egipto o Ucrania, para verse superada por problemas de liderazgo y en Occidente funciona, pero complicada con problemas financieros y económicos, países que no cuentan con dicho sistema ponen en duda su eficacia. Algunos conocedores mencionan como causas de la desilusión las crisis financieras de 2007 y 2008 y el surgimiento de China, así como la voluntad de muchas democracias de apoyar a banqueros en crisis a costillas de la población. El modelo chino ha demostrado que es posible el resurgimiento económico dentro de un régimen no democrático, con sus fallas y deficiencias. Los dirigentes chinos arguyen que el control político rígido ayuda a superar muchos problemas de las democracias, fomentando la capacitación de sus élites gobernantes y financieras. Las decisiones tomadas en las altas esferas del poder, sin las diferencias y oposiciones fomentadas en las democracias, han permitido a China lograr avances serios en el sistema de pensiones y en el control del crecimiento de la maquinaria gubernamental, de forma que la mayoría de la población acepta el control político, si los resultados económicos son satisfactorios y fomentan la distribución de la riqueza. Estudiosos chinos alegan que la democracia en países débiles ha provocado caos y desorden, señalando que en Estados Unidos solo el 30% de sus habitantes se muestra conforme con el gobierno, mientras en China lo hace más del 80%. El gran fiasco de la democracia es Rusia, donde la democracia fue transformada en un régimen zarista, autocratico, dictatorial y expansionista a cargo de antiguos miembros de la KGB que han destruido la substancia de la democracia.

En realidad la construcción de las democracias es un proceso lento y que exige una práctica enraizada en la cultura nacional, donde primero se otorgó el voto y después se crearon las instituciones que ahora se sienten superadas, siendo un serio problema la falta de visión y entrega leal de los políticos, que resuelven los problemas a corto plazo para no perder sus canongías y puestos gubernamentales; pero como dijera Alexis de Tocqueville, las democracias parecen ser más débiles de lo que realmente son. Imperfecto como es, ha probado ser el sistema de gobierno menos malo calificado por Churchill como una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma.

(V.Razón y Acción del 17 de mayo de 2014).
¿Cuál es la diferencia?

(V.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de junio de 2014).


Un monárquico puede desdeñar fácilmente la acusación de que las casas reales son nidos de parásitos a cargo del erario recordándonos, a los no monárquicos, las multitudes de inútiles que mantiene una democracia ilusoria o farsante como la nuestra (partidos políticos, legisladores plurinominales, dinastías de funcionarios y líderes sindicales que medran y prosperan gracias al nepotismo imparable, etcétera). Por eso más nos vale buscar las razones para nuestra antipatía en otro lado. La imagen de Juan Carlos de Borbón al lado del elefante que mató puede ser detestable, pero no menos que la de la hija de Romero Deschamps paseando a su perro en un jet.

José Israel Carranza
(v.pág.5 de la sección "gente" del periódico Mural del 5 de junio de 2014).

Resulta útil tener presente que si bien en una democracia las repúblicas pueden ser presidenciales, parlamentarias o semi presidenciales, las monarquías constitucionales solo pueden existir en los sistemas parlamentarios. Establecido lo anterior, conviene preguntarse qué es lo que quieren los españoles que cuestionan la monarquía: ¿transformarse en república sin abandonar su sistema de gobierno parlamentario, o cambiar también este último por uno de carácter semi presidencial o presidencial? En un sistema democrático, cambiar de un parlamentarismo monárquico a una república parlamentaria es un cambio de forma, no de fondo; o, en todo caso, implicaría cambiar todo para que todo quede igual.

La única diferencia entre una monarquía con gobierno parlamentario y una república parlamentaria, es que en esta última el Jefe de Estado es electo indirectamente (ojo: no por votación popular) y no definido por un sistema dinástico de sucesión (como ocurre con los reyes). En cambio, la diferencia entre aquélla y una república presidencial (como México) o semi presidencial (como Francia), es que los electores eligen directamente al Presidente que es al mismo tiempo Jefe de Estado y de Gobierno, o que comparte la Jefatura de Gobierno con un Primer Ministro, según se trate de lo primero o de lo segundo.

Conviene recordar que las dos únicas repúblicas que han existido en España en conjunto han durado menos de 11 años y que ninguna tuvo la experiencia de la elección popular de su Jefe del Estado. Se ha dicho que en ellas se reprodujo lo peor de la República de Weimar y de la 3ª República Francesa por haber producido presidentes de la república paralizados por un parlamento fragmentado.

Si ahora lo que se quiere es aprender de la experiencia, conservar el sistema parlamentario, abolir la monarquía y elegir directamente al Presidente del Gobierno, entonces deben establecer un sistema parlamentario como el que existió en Israel entre 1996 y 2001 en el que un Presidente no electo popularmente coexistía con un Primer Ministro electo por sufragio universal. Empero, habría que preguntarles a los israelíes por qué lo mantuvieron solo cinco años. Lo que no debe perderse de vista es que en una monarquía parlamentaria los problemas que se presentan en un país no los causa el rey sino el gobierno.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de junio de 2014).

Siendo como es la función pública la tierra prometida que no sólo ofrece salarios exorbitantes, sino sobre todo un espacio de impunidad incomparable, se entiende que buena parte de la sociedad mexicana viva siempre en estado de pre campaña.

En parte esto obedece a las condiciones primitivas de nuestra democracia, cuyas reformas y actualizaciones jamás tocan la esencia del problema. Más que partidos políticos debiéramos tener instituciones calificadoras de cuanta persona pretende acceder a un puesto público. Pagadurías atentas y eficaces que paguen según desempeño, mes por mes. Evolucionar desde un mundo de ideologías partidistas que ya caducó, a un espacio de administración pública regulado por las normas laborales que competen a toda prestación de servicios.

Más que un congreso como los que hemos conocido, establecer una institución formada por expertos, donde estén representadas las diversas corrientes de pensamiento social, aplicadas a su oficio propio y originario, representar a la ciudadanía y defenderla contra los abusos del poder, dejando la elaboración, reforma o ajuste de las leyes a los que de veras sepan del asunto. Un congreso donde los representantes de los partidos, si todavía debemos conservarlos, sean sólo observadores honorarios, es decir, sin sueldo.

Como nada de eso ocurre todavía, debemos seguir al arbitrio de los partidos que, ya en el gobierno, no tienen otro objetivo que perpetuar a la facción que los promovió. Como consecuencia del alto costo de la nómina es natural que los recursos para cumplir con sus funciones propias no ajusten, se echa mano entonces al endeudamiento criminal que hipoteca el bienestar de la ciudadanía por varias generaciones sin que haya nadie que los frene, mucho menos el congreso que es cómplice, beneficiario y repetidor del esquema.

Falta de dinero y de personal capacitado producen servicios deficientes, abandono de los espacios públicos, inseguridad desbocada, ausencia de autoridad, y la consecuente anarquía social. Por supuesto que disponemos del poder judicial, donde todo trámite exige de estímulos efectivos, haciendo que el costo de este “servicio” se vaya hasta las nubes.

No es el mejor escenario en vísperas de las nuevas campañas electorales el próximo año. Se hace necesario entonces desatar los recursos mañosamente retenidos para lanzar una cascada de obras de relumbrón e inagotables inauguraciones de lo que sea, posponer decisiones que puedan lastimar el voto aun si son de beneficios para la comunidad, y, sazonarlo todo con escandalosas denuncias de los anteriores funcionarios y si se puede, hasta juicios y cárcel, no justo al concluir su gestión, sino en vísperas de las nuevas campañas, lo que delata que la justicia puede esperar hasta que ejercerla traiga dividendos partidistas.

Ninguna sorpresa, así se manejan los partidos decadentes que tenemos, y que sobreviven gracias a la alienación ciudadana.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 15 de junio de 2014).

La democracia en México vive tiempos de falta de credibilidad y poca legitimidad. Así, en palabras del consejero electoral local, Jorge Alatorre Flores, se debe en gran medida a las expectativas que se generaron en torno a la transición democrática.

“Esto puede deberse entre otras razones a que en realidad nunca habíamos experimentado en el país lo que genuinamente es una democracia, con sus virtudes y sus defectos. Debido a ello se abusó de la expectativa y se promocionó casi publicitariamente una tierra prometida democrática donde todo mundo vive en paz, la justicia prevalece y la economía prospera a niveles de primer mundo”.

Sin embargo, la democracia nacional no sólo atraviesa por un problema de expectativas, sino por problemas estructurales que deben corregirse. “Sostengo que la mexicana es una democracia de baja calidad, debido a la debilidad de sus instituciones, el papel preponderante del dinero en las decisiones políticas, pocos incentivos para la participación ciudadana, riesgos para la libertad de prensa como su independencia económica, así como una cultura política que no ha evolucionado de su pasado autoritario”.

De esta manera, es fundamental que las reformas también se hagan en otros espacios que corren en paralelo a las elecciones, entre ellos el poder judicial.

Una democracia sin justicia, habitada por un sistema y legislación judicial barroco, abigarrado, corrupto e incompetente, estimula la actividad criminal al pre-garantizarle la impunidad de sus actos. Aquí un punto interesante, si bien es cierto que la democracia no garantiza automáticamente la aplicación de justicia (lo vivimos) también es cierto que las opciones autoritarias o dictatoriales la cancelan. El siguiente reto estructural de nuestra clase política, medios y ciudadanía estriba en exigirle al sistema judicial que se transforme radicalmente”.

Dos retos son esenciales para modernizar el sistema electoral: la fiscalización en las campañas y la transformación de la cultura política de los mexicanos, sobre todo en temas relacionados con la pluralidad, la diversidad y la tolerancia.

(V.pág.3-A del periódico El Informador del 24 de junio de 2014).

Dicen los liberales que el Estado debe justificar las prohibiciones y no las libertades. Las dictaduras suelen creer en lo contrario: las libertades son una concesión del poder y del régimen. Al contrario, la idea democrática de la sociedad parte de la premisa de que en una comunidad, la libertad es un hecho fundacional. A diferencia de lo que creían los realistas como Hobbes o Maquiavelo, la democracia liberal cree que el hombre es libre y el Estado sólo debe intervenir en esos asuntos donde el interés general o de terceros se encuentra en entredicho. La libertad es una justificación en sí misma, la prohibición no lo es. El garante del pacto social el Estado puede prohibir, pero siempre que el resultado social obtenido justifique las libertades sacrificadas.

La democracia es un debate continuo. Un debate como cualquier otro: incluye acaloramientos, pasiones, impulsos, gritos y acuerdos. Es una discusión que fluye y que nos incluye a todos. Cómo somos, con nuestras virtudes y defectos. La democracia acarrea todos esos vicios que nosotros mismos tenemos cuando debatimos: insultamos, nos enojamos, hacemos aspavientos y nos frustramos. Sin embargo, a pesar de todo esto, el debate es la solución y no el problema. Debatimos porque somos plurales, distintos y tenemos posiciones encontradas en muchos temas. Una sociedad plural no acepta la uniformidad y sospecha de la unanimidad. Las dictaduras son tan eficaces en esconder problemas por eso mismo: clausuran el debate y recurren a la prohibición. Es como el padre con el hijo pequeño, ¡No discutas, obedece!

La forma democrática de modificar posturas políticas o de exhibir actitudes de discriminación, es a través del debate. Si la prohibición genera secrecía, conspiración e inmovilismo, la discusión provoca apertura, enfrentamiento de ideas y cambio de posturas. Los debates democráticos exhiben a los extremistas y desnudan su intolerancia. Esto ha pasado con los distintos partidos extremistas cuando salen a la luz pública. Mantenerlos en la prohibición les da oxígeno y les permite adueñarse de ideas que aunque no nos gusten, seducen a una parte del electorado. El debate exhibe y pone a cada quien en su lugar.

Por eso, la mejor forma de combatir la discriminación es a través del debate y la discusión constante. “Todos tenemos derecho a insultar en democracia”, como acertadamente lo ha apuntado Jesús Silva-Herzog Márquez. Sin embargo, también estamos expuestos a ser desnudados en nuestros odios, complejos y tabúes. Ante el discurso del odio, la democracia debe de bajar a las profundidades de sus “argumentos” y desmontarlos de fondo.

Enrique Toussaint
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 29 de junio de 2014).

La cultura política mexicana respira a través de muchas simulaciones. Como mexicanos lanzamos odas a conceptos que solamente constituyen caparazones desprovistos de sustancia en la práctica. Ahí tenemos a nuestra centenaria Constitución, incumplida y modificada hasta la médula (más de 500 veces), pero que sigue desatando largos discursos cada 5 de febrero. El municipalismo, es otro ejemplo. Si alguien se atreve a pedir una reforma al 115, se enfrenta al clamor de unos y otros: “eso atenta contra el municipio”. No importa que los municipios sean una institución rebasada y desprovista de herramientas para enfrentar los retos de hoy. Reformarlos es lo de menos, lo relevante es enaltecer como estatua en un museo a nuestro muy particular e inoperante municipalismo. Algo similar ocurre con nuestro federalismo, no hay mexicano que no lo reivindique, pero en la práctica es sólo una bonita intención constitucional.

El sistema se mantuvo parcialmente funcional hasta la transición. Los gobernadores nunca pusieron en duda el esquema de repartición de poder que residía en el Presidente de la República. El PRI se definía como un partido federalista, pero realmente ejercía el poder desde el Centro y veía a los estados más en una lógica clientelar que de división democrática de funciones.

La alternancia trastocó este arreglo político. La democratización del país trajo en paralelo un movimiento de descentralización hacia los estados. Las gruesas paredes del régimen comenzaron a ser vulneradas desde los municipios y desde los estados. Los estados comenzaron a recibir cada vez más y más recursos para gastar, se construyeron agendas y reformas locales, a reclamar competencias perdidas por el arreglo de poder previo y a insubordinarse al Centro. Ni siquiera el PRI pudo contener la “rebeldía de los gobernadores”, particularmente en el sexenio de Ernesto Zedillo. Sin embargo, la transición más que enterrar un modelo político, lo que provocó fue un realineamiento de fuerzas. Los gobernadores entendieron que el Presidente había perdido sus poderes metaconstitucionales y alterar los equilibrios entre el Centro y los estados, ya no era una locura.

Los datos están ahí: de 1990 a 2010, los recursos para los estados pasaron de 20 a 437,000 millones de pesos. Sin contar programas que ejerce la Federación en los estados. Sin embargo, aunque se dinamizaron las agendas a nivel local, la lógica caciquil imperó. En los estados, el gobernador se encargó de someter a través de billetes al congreso, a los órganos autónomos y al poder judicial. Un federalismo entendido en muchos casos como “islas de impunidad”, donde el gobernador se convierte en el centro del poder político a nivel estatal.

Enrique Peña Nieto es fruto de esa “rebelión de los gobernadores”. El Estado de México ejerce 25% de los recursos que se van a los estados y como demuestran estudios elaborados por el IMCO o por Transparencia Mexicana, con muy baja rendición de cuentas. Así, Peña Nieto entendía que tenía que reestablecer esa presidencia incontestable sobre la que gira el sistema político mexicano. Felipe Calderón se entrampó con los gobernadores y al final su principal apuesta de gobierno, el combate al crimen organizado, naufragó entre falta de cooperación y resistencias estatales.

El Presidente a través de sus reformas ha minado mucho de los cimientos del poder de los gobernadores. La creación del Instituto Nacional Electoral debilita su intervención en las elecciones; les quita la nómina educativa y la ejerce desde la Federación; congela las transferencias no programables a los estados; la reforma energética reduce al mínimo los recursos descentralizados y centraliza a través de un nuevo modelo de obra pública. Los números del Presupuesto de Egresos de la Federación no mienten: mientras el gasto federal total crece en cerca de 25%, las participaciones a estados y municipios (gasto programable y no programable) sólo aumenta 5.5%.

¿Y por qué los gobernadores no se quejan? ¿Sería admisible que Angela Merkel le quitara dinero a la Baviera sin que haya un conflicto político de envergadura? ¿Sería creíble que Mariano Rajoy le quite atribuciones al Lendhakari Urkullu en el País Vasco sin que fuera visto como una provocación? ¿O que Obama decidiera de pronto centralizar atribuciones de los estados en la Unión Americana sin que los gobernadores se pusieran en pie de guerra? Entonces, ¿por qué en México el retiro de competencias a los estados ni siquiera provoca reacciones en los propios estados?

Existen al menos 3 razones que explican esta pasividad de los gobernadores y de la opinión pública en los estados. En 1er. lugar, la estructura política está configurada nacionalmente. Más que un esquema donde las alianzas o la cooperación regional sea el caparazón del sistema político, el centralismo político en México provoca que los grandes temas se muevan con los ritmos nacionales. Quitando debates como los que han ocurrido en el DF sobre temas morales como el matrimonio igualitario o como la interrupción voluntaria del embarazo, en general los “temas de estado” se mueven en una lógica de partidos nacionales.

En 2do. lugar, los gobernadores no tienen otra más que adoptar las reglas y las decisiones del Centro. Como un niño que vive en casa de sus padres, el que tiene el dinero manda. “Mientras vivas bajo mi techo”, estas son mis reglas. Los estados recaudan menos de 5% de su presupuesto, ya que impuestos como el ISR o el IVA son federales. Si le sumamos la desaparición en muchos estados de la tenencia, las entidades federativas dependen enteramente de los recursos que manda la Federación. Es un pacto que se mantiene desde los orígenes del federalismo mexicano: dinero por lealtad. Más que una relación moderna y democrática, es un vínculo político del viejo autoritarismo. Los gobernadores saben que el costo político de cobrar impuestos es muy alto en sus estados, por lo que se quitan esa responsabilidad y a cambio ofrecen lealtad.

En 3er. lugar, los escándalos recurrentes de gobernadores atrapados en corrupción y dispendio, han confundido el “federalismo” con el “feuderalismo”. Los excesos de los gobernadores se encuentran más que documentados y a nivel local se ha arraigado la idea de que ceder más competencias y recursos económicos a los estados significa más opacidad y control político de los recursos. En gran medida, la cooptación de instituciones a nivel local obedece a que en muchos estados, los gobernadores pueden repartir recursos a granel y con objetivos políticos. A nivel federal, los contrapesos son mayores.

El federalismo es uno de esos conceptos exaltados continuamente, pero pisoteados desde su origen. En México, quitando algunos breves momentos en el siglo XIX, nunca hemos tenido un federalismo consolidado y auténtico. Le hemos llamado federalismo a un pacto político entre élites centrales y regionales, que en realidad dista mucho de ser el sistema de descentralización de poder que asegura la libertad cultural, política y social.

Y por otro lado, tampoco es tolerable un sistema de gobernadores con mucho dinero, baja rendición de cuentas y sin cobrar impuestos. No es un federalismo adulto, sino un sistema regionalista de prebendas, canonjías y pactos políticos [...] un sistema de impunidad que ningún mexicano está dispuesto a defender.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 6 de julio de 2014).

El sistema federal surge para resolver 2 problemas a los que se enfrentaron los estados de reciente cuño. Primero, en la tradición europea, el federalismo como la forma de construir entidades estatales cohesionadas, pero admitiendo la diversidad cultural, lingüística y política interna. Un escudo ante las resistencias regionales y la lógica homogeneizadora del centro. Alemania y su federalismo es un ejemplo. La tardía configuración del Estado alemán, hasta pleno siglo XIX, obedece a la dificultad para integrar a entidades culturales y políticas que no se identificaban unas con otras. El nacionalismo alemán es un fenómeno reciente, del siglo XX. Casos similares ocurrieron en España con la Segunda República o el posfranquismo y el sistema de autonomías tras la muerte del dictador. Francia es la gran excepción, símbolo del centralismo estatal.

Por otro lado, una segunda ola de repúblicas federales se constituyó en América. Estados Unidos es el prototipo de este federalismo que más que una solución a la diversidad cultural, nació como un contrapeso al poder central. Los padres del federalismo norteamericano, James Madison y Alexander Hamilton (que escribieron “El Federalista” en 1787), temían un poder central tan arbitrario y sin contrapesos, que pudiera amenazar la libertad religiosa y política de los ciudadanos. Esa visión de suspicacia en torno al “Leviatán” indomable y autoritario, pervive en la cultura política de Estados Unidos.

En México, la “victoria liberal” marcó el destino del sistema político-territorial. Al igual que Madison y Hamilton, los defensores del federalismo mexicano entendían que este modelo era el más adecuado para defender las libertades de los ciudadanos. No hubo nunca una apuesta por la protección de las comunidades indígenas o de otras minorías culturales (algo que a los liberales del siglo XIX importaba poco), sino simplemente la construcción de un esquema descentralizado de poder que evitara la concentración y las tentaciones autoritarias.

Así, tras las guerras entre conservadores y liberales del siglo XIX y la dictadura de Porfirio Díaz, el régimen emanado de la Revolución, utilizó la condena al pasado conservador como una de sus legitimaciones. Una interpretación de la historia que encajó perfectamente en un “federalismo” de caciques regionales. El federalismo mexicano nació como arma política para premiar y castigar a los aliados. La Constitución trazó un federalismo dinámico y atractivo, a través de constituciones propias y autonomía estatal, pero en la práctica fue un “pacto político” entre élites centrales y regionales en donde los primeros otorgaban recursos económicos y libertad política en las entidades a cambio de obediencia y gobernabilidad.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 6 de julio de 2014).

La reciente reforma electoral aprobada en el país, la 11a. desde 1977, ha dado paso a comentarios elogiosos sobre dichos cambios de parte de los políticos que la impulsaron, profesionales de las elecciones, comentaristas y periodistas.

Los discursos destacan avances en el proceso de "consolidación de la democracia", como la aprobación de la reelección de diputados y presidentes municipales o asambleístas y jefes de delegaciones en el caso del Distrito Federal. Destacan además los criterios de paridad de género para la postulación a puestos de elección popular y las candidaturas independientes.

Esta reforma fortalece la partidocracia y a los grupos de poder que controlan el acceso a los cargos de elección popular (¿a quién si no va a beneficiar la reelección?).

Esta reforma no mejora la democracia en este país porque sencillamente, la democracia no existe en México, al menos si calificamos como tal a un sistema político donde las mayorías participen en la deliberación y decisión de los asuntos fundamentales.

¿Se puede llamar democrático a un sistema político que sólo te toma en cuenta en el acto de votar y luego se niega a consultarte las decisiones más relevantes que se toman?

Las elecciones en México se celebran cada tres años; entre una elección y otra transcurren 1’576,800 minutos. El acto de votar, que es el único momento en donde el sistema y la clase política ofrece un mecanismo de participación aparentemente decisivo al ciudadano dura aproximadamente 30 minutos. ¿Qué son 30 minutos en un trienio? Representan 0.0019%.

Es decir, los sujetos que han instituido y diseñado este sistema político, conceden sólo 0.0019% del tiempo de un trienio al ciudadano para que participe; el 99.99% restante es tiempo de los políticos, es tiempo de los gobernantes.

Es tiempo que se manda al ciudadano a su casa y se le impide participar en las decisiones relevantes de su vida: cómo organizamos el reparto de la riqueza producida entre todos, cómo nos repartimos los excedentes de esa riqueza, cuánto nos pagamos por un trabajo digno, cómo garantizamos las necesidades esenciales a todos los integrantes de la sociedad, sin explotación, sin violencia, con dignidad. Son decisiones que la "democracia" del 0.0019% no nos permite plantear y resolver. Son pequeños grupos y camarillas de políticos y empresarios quienes toman las decisiones el 99.99% del tiempo, entre elección y elección. De modo que, ¿a quien demonios le importa un reforma política más que sigue sin cuestionar una “democracia” de 0.0019%?

Rubén Martín
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de julio de 2014).

La democracia representativa difícilmente podría vivir sin partidos políticos. Los sistemas políticos que han tendido hacia la desaparición de un conjunto de partidos políticos, casi siempre caen en la personalización de la política y en periodos de autoritarismo. Es decir, la política como espejo de un líder, sin debates ideológicos ni alternativas programáticas. Ahí tenemos el Perú de Fujimori o los periodos de dictaduras en Chile, Argentina o España. Los partidos políticos, como lo señaló en el siglo XIX Robert Michels, con su “Ley de Oligarquías de Hierro” tienden hacia la formación de cúpulas que se separan de los intereses sociales; es decir, a convertirse en espacios de definición política que sólo responden a sus intereses y no al del segmento social al que representan. Sin embargo, a pesar de esta tendencia que ha sido analizada durante siglo en la Ciencia Política, los partidos políticos son un mal necesario de cualquier democracia.

Los partidos políticos son opciones ideológicas que se sustentan en programas de gobierno. Todo partido político está diseñado para gobernar. Su razón de ser es precisamente convertirse en el partido más popular y a través de planteamientos ideológicos dar respuesta a los distintos temas que afectan a la sociedad. Digamos que podemos decir que los partidos políticos son maquinarias en busca del poder, pero, en teoría, siempre basados en una forma de entender la política, la economía, la moral y la sociedad. Si en términos generales podemos decir que existe un consenso en la política sobre los fines (mejores empleos, desarrollo económicos, educación de calidad, etc.), los partidos políticos se contrastan en los medios para obtener dichos fines. En un sistema electoral sano, los partidos políticos tendrían que ser un fiel reflejo de las diferencias ideológicas que perviven en la sociedad. Es cierto que podrían existir alternativas asamblearias, de plataforma o de movimiento que suplan a los partidos, pero no hay ninguna evidencia empírica que nos permita asegurarnos de que esas estructuras tienen los candados suficientes para evitar los males que aquejan a los partidos.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 13 de julio de 2014).

Las democracias que incorporan elementos participativos son las más apreciadas por sus ciudadanos. Detrás de la democracia participativa, de las consultas, referéndums o plebiscitos, se encuentra una forma de inclusión que ataca el corazón mismo del déficit de representación.

Unos datos serían ilustrativos. Suiza es la democracia en donde los políticos obtienen la mayor tasa de aprobación de toda Europa (82%). La Confederación Helvética es conocida por su tradición plebiscitaria, hasta 4 o 5 temas se consultan al año en materia política, constitucional o de políticas públicas. En el último año, los suizos han podido decidir en temas como: la construcción o no de más mezquitas; una ley para limitar los salarios más altos del país o poner mayores controles al paso de personas por sus fronteras. La herencia participativa de Suiza encuentra sus orígenes en la Edad Media y el derecho a decir se encuentra protegido en los distintos tratados constitucionales desde finales del siglo XIX. La actual constitución que data de 1999, amplía el abanico de temas consultables y sólo limita los relativos a los derechos fundamentales de las personas.

La crisis de la democracia representativa se encuentra diagnosticada desde hace por lo menos 3 décadas. La caída en la participación electoral y el déficit de representación, han hecho que prácticamente todos los países del mundo se planteen "democratizar la democracia" (Boaventura de Sousa, dixit) a través de instrumentos de democracia participativa. Por ejemplo, la Constitución de la V República Francesa obliga a que las modificaciones a la carta magna se diriman en una consulta popular (en 2008 también se aprobó una ley de referéndums populares). En Gran Bretaña existe una ley de consultas desde mediados de la década de los 70 y Canadá tiene mecanismos similares desde la posguerra. En América Latina estos instrumentos han proliferado desde inicios de siglo. Y es que la crisis de la democracia representativa, esa idea de que los diputados, senadores o gobiernos no representan los intereses populares sino a sus agendas personales o de partido, ha sido atacada a través de nuevas formas de inclusión desde el Estado. El centro de la crisis de representación es el llamado "Ciudadano Kleenex", ese ciudadano que se usa una vez y se tira a la basura. Es decir, que sólo sale a votar el día de las elecciones y nunca más vuelve a participar en decisiones de gobierno hasta el siguiente proceso electoral.

En México, a nivel local existen distintas experiencias participativas desde presupuestales hasta ratificaciones de mandato (incluso en Jalisco). Sin embargo, a nivel nacional, la Ley de Consultas Populares se aprobó hasta marzo de este año. Y aunque en general cumple con los 3 orígenes propios de una consulta (ciudadana, legislativa y ejecutiva), la Ley de Consultas Populares pone algunos candados que dificultan su realización. Por ejemplo, el artículo 11 menciona los temas que no podrían ser sujetos de consulta: los derechos humanos (en todos los tratados internacionales está prohibido); el carácter del Estado -representativo, federal y democrático-; los temas electorales, la seguridad nacional y los relativos a las fuerzas armadas. Y añade un 6o.: los que tienen que ver con los ingresos y gastos del gobierno. Un candado que da para muchas interpretaciones (casi todos los temas claves de la agenda nacional tienen una variante presupuestal).

Es cierto que las consultas tienen sus límites bien estudiados. Existe un abuso de la coyuntura, es decir se plantean en momentos donde el equilibrio de fuerzas favorece a uno u otro bando y no necesariamente es reflejo de una "opinión a largo plazo"; son reduccionistas al plantear temas complejos en una o dos preguntas simples; pueden implicar el sometimiento de la mayoría a la minoría sin matices ni moderación -la mayoría gana todo y la minoría pierde todo-; sirven para legitimar proyectos populistas sin respaldo técnico.

Estos riesgos son reales y han sido estudiados hasta el cansancio. Sin embargo, todos esos riegos son también equiparables a la participación electoral regular; es decir, son deformaciones de los modelos electorales. Por lo que no deben ser impedimentos para abrir la participación ciudadana a distintos mecanismos, sino para buscar blindar el ejercicio de estos vicios (en la medida de lo posible).

Un argumento muy socorrido en contra de la consulta: es un tema técnico, por lo tanto la definición debe quedar en ese campo. El argumento parte de la idea de que los mexicanos no somos capaces de digerir con responsabilidad y conocimiento asuntos complejos de la agenda pública. Es la apuesta por un modelo político donde las élites intelectuales le imponen un proyecto de desarrollo a la "masa ignorante" que ni siquiera sabe lo que le conviene. Un autoritarismo ilustrado que descalifica la opinión de los no especialistas.

Una democracia de calidad se erige con instituciones públicas de calidad, pero sobre todo con auténtica participación política.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 10 de agosto de 2014).

Si partimos de la base de que la pluralidad es un valor esencial de la democracia y que la representación en las cámaras debe incluir esos equilibrios ideológicos en la sociedad, la ruta más adecuada no es reducir los plurinominales, sino reformarlos. Un error común en el que caemos en México es que si algo no sirve, lo tiramos a la basura. Los plurinominales no son en esencia: corruptos, ausentes de rendición de cuentas, inelegibles o parte de las cúpulas de poder. El sistema es el que ha provocado que los plurinominales se deformen y se desvíen de su propósito original. Aquí algunas de las características positivas de los diputados de representación proporcional, desde la teoría.

En 1er. lugar, representan a las minorías. Los plurinominales tienen la función constitutiva de representar a través de una lista a todos aquellos que votan en un distrito, pero que no necesariamente obtienen representación. En esencia sería una función muy noble: "la voz de los derrotados". En 2o. lugar, apostar por perfiles valiosos, pero que no son elegibles. En una democracia no siempre el "rockstar" debe ser el representante y como en las campañas muchas veces la imagen pesa más que las ideas, las listas son una buena salida que han encontrado distintas democracias para darle entrada a los parlamentos a perfiles que no levantan una carretada de votos. La profesionalización y las ideas profundas pueden ser un buen efecto sistémico del sistema de representación proporcional. En tercer lugar, pueden ser los cuadros más ideológicos de los partidos, los que verdaderamente cargan con una agenda reformista ambiciosa. Las elecciones en democracias liberales, y sobre todo en un país tripartidista, pero que regionalmente la competencia siempre es entre 2, empuja las campañas hacia el centro político. Las ideas radicales suelen ser castigadas en el plano electoral. Para dotar de pluralidad a los congresos donde existan moderados y radicales, es fundamental el sistema de listas.

Sin embargo, para que los diputados de representación proporcional ejerzan esa función, debemos reformar el actual modelo. No estamos en el peor de los mundos, pero es clara su desviación. Dos reformas son esenciales al modelo plurinominal: listas abiertas y diferenciación del voto. La 1a., tomando el ejemplo del sistema electoral de Alemania, los partidos políticos presentan una lista de representación proporcional en orden de prelación que el ciudadano tiene posibilidad de modificar tanto en su composición como en su orden. Es decir, si el partido postula a un candidato "X" en el lugar 3 de la lista, el elector puede moverlo al lugar 10 o simplemente sacarlo de la lista y meter a un candidato que cree que cumple mejor el perfil. Con las listas abiertas, el ciudadano no sólo es el ratificador de las decisiones que toman los partidos políticos, sino que también son proponentes activos de los perfiles que deben ocupar las curules. Es un cambio de modelo: de un ciudadano-elector que ratifica pasivamente las decisiones tomadas por los partidos, a un ciudadano que tiene la posibilidad de enmendarle la plana a los partidos cuando proponen aspirantes impresentables en las listas.

Y como 2o. punto, es fundamental desvincular el voto del distrito del voto en la lista. Actualmente, el voto vale doble: uno va para el candidato uninominal y el otro va para la lista de representación proporcional. No puede haber una división del voto; es decir, elegir a un candidato porque es un buen prospecto automáticamente obliga a palomear la lista partidista. Desvincular ambos procesos puede provocar que la configuración legislativa sea aún más directa al caudal total de votos.

En la dicotomía eficiencia y pluralidad, en México la segunda debe ser más resguardada y protegida. La eficiencia de nuestro sistema político está más que probada: 500 reformas constitucionales en menos de un siglo de promulgada la constitución. Y el periodo más productivo en materia de reformas ha sido el de gobiernos divididos: 1997 a la fecha. Eficiencia no le falta al sistema político mexicano. Reducir 100 plurinominales no abona en nada a la construcción de un sistema político pluralista, sino más bien a un modelo bipartidista con una 3a. fuerza muy debilitada.

Enrique Toussaint
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 31 de agosto de 2014).

Democracia en México significa gobierno de las minorías, no gobierno de la mayoría. La época del partido hegemónico y lo que significó en los órganos legislativos, hizo que la existencia de un partido mayoritario a su interior se viera como indebido; antidemocrático; o, como algo propio de épocas idas, cuya existencia en tiempos de la pluralidad política resulta indeseable.

La presencia de los partidos minoritarios en las cámaras legislativas se favoreció con la representación proporcional (RP) creada en 1977. En 1986 se duplicó el número de diputados de RP pasando de 100 a 200, y permitiendo la participación en su reparto del partido mayoritario, mediante la cláusula de gobernabilidad (C de G) que convertía en mayoritario absoluto al partido más votado que hubiera obtenido al menos 35% de la votación.

En 1996, se elimina la famosa C de G y se establece el infausto principio de que ningún partido podrá contar con un número de diputados que exceda en 8 puntos su porcentaje de votación. Esto, en términos prácticos significó prohibir en la Constitución que un partido pueda tener más de 50% de los diputados, por la dificultad que desde ese entonces existe para que un partido pueda obtener 43% de la votación en una elección. El objetivo se ha cumplido: desde 1997 ningún partido ha podido tener mayoría absoluta en la Cámara de Diputados.

Una excepción a esta restricción fue el Distrito Federal, que mantuvo en el 122 Constitucional su C de G de 1993 a 2012, y que establecía que al partido que lograra al menos 30% de la votación se le otorgaría 51% de la representación en la Asamblea de Representantes. Obviamente, aquí la C de G sí era democrática porque favorecía al PRD y no al PRI. Así, en una evidente incongruencia quienes eliminaron la C de G para la Cámara de Diputados la mantuvieron vigente para el DF por 16 años más. Con la reforma del 8 de agosto de 2012 se establece ya para el Distrito Federal también el límite de 8% a la sobre representación. El problema es que con la reforma del 10 de febrero de 2014 al 116 Constitucional, ese mismo tope se establece para los 31 estados del país, y que se va a aplicar por 1a. vez en las elecciones de junio próximo.

Ese principio equivale a crear por decreto gobiernos divididos (que es cuando el partido del ejecutivo no tiene mayoría absoluta en los órganos legislativos). En la actualidad, existen 22 gobiernos divididos en los estados mexicanos.

Ahora, al aplicarse esta nueva disposición, algunos de los pocos gobiernos unificados que existen dejaran de serlo. El problema es provocar la existencia de gobiernos divididos y no hacer nada para crear salidas institucionales y constitucionales para evitar la parálisis gubernamental que tienden a provocar.

Hacer depender la democracia de la existencia de gobiernos de minoría entraña una visión ranchera de democracia que tiende a debilitarla al provocar que la ciudadanía la asocie a desorden e ineficacia.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de septiembre de 2014).

La diferencia entre las democracias y cualquier otro régimen de gobierno es que los mandatos que surgen de procesos democráticos obtienen su legitimidad del consentimiento de los gobernados. Esto les da mayor estabilidad intrínseca que la que tienen gobiernos cuya autoridad deriva de la imposición. Pero esta legitimidad puede ser efímera.

A veces, situaciones imprevistas pueden debilitar el consentimiento de los ciudadanos, restando legitimidad al mandato ciudadano conferido en las urnas. En estos casos, el gobierno en funciones debe interpretar la situación como una prueba fundamental de su derecho para seguir gobernando, aun cuando legalmente queden varios años a su periodo. Si el gobierno en cuestión sale bien librado de la prueba, recupera el consentimiento de los gobernados y con ello su legitimidad para seguir gobernando. Pero cuando el gobierno no tiene éxito, pierde legitimidad, y con ello, la capacidad para seguir liderando la vida política del país. El desenlace final de este tipo de situación nunca es bueno para el grupo político gobernante. En el mejor de los casos, pierde el apoyo requerido para ganar las siguientes elecciones; pero el desenlace puede ser peor y ocasionalmente trágico y desestabilizante.

Roberto Newell G., economista y vicepresidente del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C.
(v.pág.2 de la sección "Negocios" del periódico Mural del 23 de octubre de 2014).

Pretendo recordar algunos conceptos que el filósofo griego Platón analizó y propuso en su momento.

Su momento era la pervivencia en Atenas de una política en manos de los sofistas, es decir, aquellos que se preparaban para el ejercicio de la política no desde el campo de la correcta administración de la cosa pública, sino desde el arte de convencer, persuadir y aún seducir con el manejo del discurso. Denunciar que eso no era política ya le había causado a Sócrates sentencia de muerte.

Platón, luego de muchas vicisitudes, concluye que el ejercicio del mando debería estar siempre en manos de las personas más capacitadas, razón por la cual algunos intérpretes lo han considerado monarquista. El mejor hombre de que habla Platón no es necesariamente un rey, sucedido por su primogénito que no necesariamente heredaría las cualidades paternas.

De no lograrse este ideal, el gobierno puede pasar y ha pasado, en la experiencia de Platón, a las elites, las cuales para garantizar su posición trabajan a fin de que el estado se mantenga estable, lo cual no siempre garantiza el bienestar de toda la población. Existe otra opción, la democracia. Para Platón la democracia sería un sistema de 3a. clase, ya que con demasiada facilidad se corrompe produciendo situaciones de anarquía; en este sistema todo mundo opina, quiere tener la razón, y hacer valer su postura; los gobiernos pactan, negocian y se venden, produciéndose un caos devastador. Pero según Platón el problema no es tanto el caos que se genera sino la tentación de la sociedad productiva de acudir a un 5o. posible sistema, la tiranía, el peor de los sistemas de acuerdo a este antiguo pero no precisamente anticuado filósofo.

En efecto, cuando el gobierno pierde el control de la comunidad, se impone la impunidad, y se divulga en todos la sensación de inseguridad e incerteza como experiencia cotidiana, más de alguno puede ansiar la mano dura que imponga el orden al precio que sea, abola las instituciones levantadas por la democracia y establezca un sistema autócrata, supuestamente como medida de emergencia.

La república romana no fue ajena a estas realidades y contempló en su derecho las condiciones en que podría nombrar a un tirano, título que en ese tiempo todavía no era peyorativo, de hecho significa simplemente "amo o jefe único".

En Roma el tirano recibía el título de dictador, era un personaje electo por el senado cuando se producían situaciones de anarquía o se enfrentaba una amenaza que escapaba al control del gobierno establecido; al dictador se le nombraba sólo por un tiempo determinado y se le otorgaban todas las facultades.

En nuestro país es evidente que el sistema democrático tal y como lo hemos entendido y establecido ha logrado muchos éxitos pero ha tenido graves fallas, tal vez tan graves que ya no es reparable y se exige evolucionar hacia una nueva democracia, antes de que la anarquía nos lleve a la dictadura, ya que ésta ni sería griega ni romana.

Armando González Escoto
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 16 de noviembre de 2014).

Democracia es anhelo y burocracia realidad. La 1a. es ideología expresada en la voluntad con rastros y riesgos que cobraron vidas hace más de un siglo. En tanto que la 2a. ha quedado en el papel de leyes y normas dando paso a la política y politización al seno de los partidos.

Carlos Cortés Vázques
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 23 de noviembre de 2014).

Maurice Duverger, uno de los más grandes y lúcidos politólogos contemporáneos, murió el 17 del presente mes a la edad de 97 años.

Alguna vez en círculos académicos trascendió que en cierta ocasión el entonces Partido Comunista de la Unión Soviética contrató a Duverger para que viniera a estudiar el sistema político mexicano y les dijera cómo se le hacía en México para que un partido siempre ganara las elecciones sin necesidad de cancelar o prohibir otras formaciones políticas. Parece que Duverger les tomó la palabra y vino a nuestro país, ahí por la década de los 70s. Pocas semanas después claudicó y regresó con sus patrocinadores diciéndoles: "No entiendo a los mexicanos: las leyes dicen una cosa; ellos hacen otra y las cosas funcionan sin problema".

Seguramente su experiencia en México lo llevó años después a la conclusión de que el PRI más que estructura partidaria era una cultura. Así, en el Dictionnaire Constituctionnel de Duhamel y Mény (1992) en la voz régimen semipresidencial define el concepto sistema político como la conjunción de 4 subsistemas: el de gobierno, el de partidos, el electoral, y el cultural. Este último de la mayor importancia para comprender la forma como la población percibe la debilidad o fuerza de sus líderes y gobernantes; lo enlaza con sus tradiciones históricas, y con la evolución de su sistema de partidos. Si a esa definición agregamos el sistema de organización política tendremos una concepción integral del concepto sistema político.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2014).

Robert Dahl en uno de sus últimos libros, La igualdad política (2008), decía que el dinero desbocado constituía el reto más grande al que se enfrentaba la democracia.

Nos guste o no (a mí definitivamente no), pero el dinero gana elecciones en México. No siempre el que más gasta se lleva la victoria, pero hay que desfundar una buena cantidad de recursos para siquiera competir. Hace no mucho, tomando un café, un político que ha pasado por varias elecciones desde los 90s me decía: "si quieres competir en Guadalajara, tienes que reunir 100 millones de pesos. Sin eso, ni a la esquina". Es tremendo, estamos hablando de 300 pesos por cada votante para ganar la elección y 20 veces el tope permitido de gasto. 100 millones de pesos que significan favores que debe el candidato, en el mejor de los casos, y corrupción abierta a través de desvío de fondo o cobro de comisiones en obras públicas, en el peor de los casos. La cantidad es un insulto, pero lo más preocupante está detrás: desvío de recursos de administraciones; licitaciones a modo para favorecer a empresas que apoyaron una campaña; otorgamiento de plazas a personajes que buscan lucrar con la administración pública y la construcción de una "economía electoral" que pulula en torno a los políticos, olfateando el dinero público y los negocios. Detrás de nuestro modelo electoral, simuladamente público, pero que en la realidad se alimenta de dinero privado y desviación de recursos de administraciones locales (sobre todo), se encuentra la génesis de los problemas de conflicto de interés, corrupción e ineficiencia de los gobiernos electos. Lo que mal empieza, mal termina.

Así, en las campañas encontramos dinero lícito e ilícito, aunque según las cuentas que hacen organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil mexicanas, el peso del dinero ilícito, no registrado, que se entrega en efectivo, es mayor que los recursos que llegan a los partidos políticos a través de la vía legal. En la última elección a nivel federal, se gastaron, según los cálculos elaborados por México Evalúa para encontrar una cifra real que fuera más allá de los datos oficiales, la cantidad de 40,248 millones de pesos. Unos 63 dólares por elector si contamos sólo los que acudieron a las urnas. Muy por encima de los 40 centavos por elector que se gasta en Argentina o los 29 centavos que se gasta en Brasil. No es descabellado decir que si los políticos sólo gastaran el dinero que se les asigna cada año -que no es poco- el problema del dinero que compra elecciones no sería tan grave. Sin embargo, según cálculos que han hecho organismos como la Organización de Estados Americanos o investigaciones de organizaciones de la sociedad civil como Alianza Cívica: hasta 8 de cada 10 pesos que se gastan en las elecciones tendrían un origen ilícito.

Esto quiere decir que si convertimos en pesos y centavos esta premisa, podemos decir que a nivel nacional se llegaron a gastar en 2012 hasta 200,000 millones de pesos en las elecciones presidenciales. No es poco: casi 2 puntos porcentuales del Producto Interno Bruto. Así, con este caudal de recursos públicos y privados, se ha generado toda una economía sumergida en materia electoral que consta de brigadas, asesores, medios de comunicación, pinta bardas, operadores de redes sociales, distribuidores de prebendas, encargados distritales y todo lo que usted pueda imaginar. Una economía sumergida que se paga en efectivo, operados completamente en negro, que permite la compra votos y de las lealtades políticas.

Esta preponderancia del dinero en las elecciones tiene impacto en todos los órdenes. En 1er. lugar, reproduce una cultura de patrimonialismo burocrático que ha lastimado profundamente a nuestra democracia. Existe esta idea entre los candidatos, y aquellos que lo acompañan, que han pagado por un producto, de la misma forma que alguien compra un galón de leche o la llanta de un auto. Es decir, si alguien pagó por un puesto, ya en funciones toca el turno de recuperar la inversión y generar una ganancia. El cargo público visto como un patrimonio que le pertenece al funcionario en turno. Tan claro ni el agua, este patrimonialismo significa torcer de fondo la voluntad popular y la esencia misma de la representación.

En 2o. lugar, induce a gran escala el clientelismo tan característico de nuestro sistema democrático. Un candidato repleto de billetes difícilmente tendrá el incentivo de convencer y disuadir a los electores como ciudadanos de plenos derechos, sino que tendrá la tentación de buscar un arreglo económico con ellos. ¿Para qué molestarse en construir una plataforma programática sólida y confiable si el candidato puede repartir despensas y prebendas en colonias económicamente marginadas? ¿O para qué quebrarse la cabeza buscando soluciones a los problemas de la ciudad, el estado o el país si se pueden pagar largas y elegantes cenas en donde el proyecto sea lo último a tomar en cuenta? ¿O para qué buscar a especialistas y académicos reconocidos, si el candidato puede organizar conciertos masivos con centenares o miles de asistentes? El dinero en elecciones genera incentivos muy perversos que diluyen por completo el estatus de ciudadanía.

En 3er. lugar, entre más cuestan las elecciones, más compromisos y conflicto de interés aparecen en el horizonte de los candidatos. El conflicto de interés es un problema relativamente común a la labor del político. Permanentemente, el político se encuentra en cruces de caminos: la cúpula de su partido o su equipo de trabajo; su distrito o la ciudadanía en general; sus intereses electorales o el programa político del partido. Es decir, el conflicto de interés es casi un elemento inherente a la política. Sin embargo, el conflicto de interés más dañino para la democracia es el que ocurre cuando el representante se encuentra obligado a seguir intereses privados a costa de sacrificar el interés de todos. Licitaciones públicas amañadas para que gane uno de los concursantes, utilización de recursos públicos para proteger su futuro político, o complicidad con empresarios que atan las manos a los funcionarios.

En 4o. lugar, va erosionando el papel de las ideas y los proyectos en las elecciones. Hace no mucho, en una conversación que tuvo con estudiantes en Guadalajara, Rubén Aguilar -ex vocero de Los Pinos durante la presidencia de Vicente Fox- nos advirtió que eran mejor olvidarnos de esa visión romántica de las elecciones en donde se contrastan proyectos, se elaboran propuestas y se debate racionalmente entre distintas ideologías. A partir de ahora, las elecciones son una disputa entre despachos de imagen y asesores, en donde los grandes proyectos políticos se encuentran ausentes. Sigo viendo esa afirmación como algo exagerada, aunque es indudable que la imagen construida por despachos y asesores profesionales, ha tomado un papel central en la vida electoral mexicana. Y aunque la profesionalización de esta actividad no es negativa en sí misma, lo que sí podemos decir es que trivializa la política y la vuelve un juego de ver quién sonríe mejor, qué eslogan es más ingenioso o quién actúa mejor el papel de padre de familia responsable, que va a misa los domingos y es un excelente esposo. El exceso de dinero en la política provoca que los candidatos se acerquen a despachos caros que centran su asesoría en la imagen y dejan hasta el último en la lista de prioridades el proyecto de transformación que debe estar en la raíz de la política.

En 5o. lugar, reproduce la construcción de una clase política que se eterniza en los cargos y se colocan más barreras a la participación de los ciudadanos. ¿Es posible que un ciudadano ajeno a la lógica de los partidos políticos se postule seriamente como alcalde en unas elecciones si sabe que para mediamente competir necesita una carretada de billetes? No son las firmas ni tampoco los requisitos que deben cumplir, lo que provoca que los candidatos independientes tengan nula posibilidad de ganar una elección. Es el dinero la gran barrera para que los candidatos independientes sean competitivos. Mientras se necesiten más de 100 millones de pesos para ser alcalde de Guadalajara, sólo las maquinarias de los partidos y su articulación con distintos intereses públicos y privados, son capaces de llevarse una elección.

No tengo dudas que el dinero a raudales y sin controles es el cáncer de la democracia. El dinero privado en la política sin registro, ya sea que provenga del narcotráfico o de empresarios que buscan licitaciones a modo, provoca simplemente que se destruya el vínculo entre representante y representando, pervirtiendo la esencia misma de la democracia. No es exagerado decir que uno de nuestros grandes problemas nacionales se encuentra precisamente en la forma en que se ejerce el gasto público y el papel no admitido del gasto privado en las elecciones. Mientras no resolvamos este problema, mientras las reformas electorales volteen para otro lado sin atender este problema estructural, el malestar y la decepción con la democracia que sienten muchos ciudadanos seguirá creciendo.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 11 de enero de 2015).

El Estado se desarrolla a partir del monopolio de la violencia, es decir, en torno a la capacidad que tenga una clase gobernante de ejercer autoridad sobre un territorio determinado para proteger a quienes en éste habitan.

La seguridad es el 1er. derecho de los ciudadanos y la 1a. responsabilidad del Estado. El poder coercitivo del Estado es, por lo tanto, el principal poder del Estado porque la certeza de estar protegido en la vida, el patrimonio y los derechos humanos son precondiciones para todo lo demás.

Todo vacío de autoridad del Estado deriva en crecimiento del poder criminal. Este vacío facilita que pequeñas bandas se agrupen y jerarquicen hasta convertirse en grandes organizaciones criminales que terminan controlando territorio y cooptando a las instituciones.

Luis Rubio
(v.periódico Reforma del 22 de febrero de 2015).

La democracia tiene muchas definiciones, pero es innegable que es un sistema de elección que busca reflejar la pluralidad de la sociedad en las instituciones de gobierno. Es decir, la democracia es precisamente la forma de remediar este conflicto: todo pueblo tiene el gobierno que se merece porque vota por él. Punto final. Eso dice la teoría. A pesar de ello, sabemos que la democracia electoral pocas veces logra ese propósito. Ya sea por desinformación o por falta de participación, pero muchos ciudadanos no sienten que en la configuración final de un congreso su voz se encuentra debidamente representada. Por lo tanto, considero que es difícil sostener que tenemos el gobierno que nos merecemos por el simple hecho de votar por él.

La democracia sirve a base de contrapesos. No en vano dijo alguna vez James Madison, padre de la democracia en Estados Unidos, que "la ambición del hombre sólo se contiene con la ambición de otro hombre". En el caso de los gobiernos, la ambición sólo se contiene con la ambición de la oposición y de los contrapesos: sociedad civil, medios de comunicación, empresarios, sindicatos y hasta la iglesia. Sin embargo, estos contrapesos que podrían contener a un gobierno abusivo y corrupto, en la realidad se desvían de su labor democrática.

Enrique Tousaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 1o.de marzo de 2015).

Singapur es un caso incómodo. Para los pesimistas del desarrollo, porque ha demostrado que en unas cuantas décadas un país puede pasar de la pobreza a la riqueza. Para los deterministas climáticos, por haber logrado un alto desarrollo en un país tropical. Para los socialistas, por haber eliminado la pobreza y obtenido un alto nivel de igualdad en un régimen capitalista. Para los capitalistas, por haber utilizado empresas paraestatales y planificación económica para impulsar el desarrollo. Para los demócratas, por haber tenido virtualmente sólo a una familia en el poder desde su independencia pese a tener elecciones democráticas. Para los creyentes en la unidad étnica, por haber conseguido paz social pese a tener 3 grupos étnicos muy distintos. Para los teóricos del desarrollo, por haber gestado una nación próspera en un territorio sin recursos naturales. Para los nacionalistas, por haber prosperado con altos niveles de inversión extranjera. Para los liberales, por la reglamentación excesiva de la conducta personal ejemplificada en la prohibición de la goma de mascar o en la aplicación de exámenes de orina a quienquiera que por su apariencia parezca sospechoso de usar drogas.

Frente a quienes sostienen como Hegel o Marx que la historia se mueve sólo por grandes tendencias, y que la participación de los individuos tiene poco o ningún peso, Lee Kuan Yew resulta también un personaje incómodo porque muchos de los avances de Singapur parecen deberse directamente a las medidas tomadas por este 1er. gobernante del país fallecido el 22 de marzo.

El crecimiento económico de Singapur ha sido espectacular. En 1950 la entonces colonia inglesa tenía un producto interno bruto per cápita de 2,219 dólares, menos que los 2,365 de México y muy atrás de los 9,268 de Estados Unidos (Angus Maddison). Para 2013 el Fondo Monetario Internacional le calculaba un PIB per cápita nominal de 55,182 dólares, el 8o. del mundo, por arriba de Estados Unidos con 53,001 dólares y 5 veces más que México con 10,650 dólares. Si el PIB se ajusta por poder de compra, Singapur es el 3er. país más próspero del planeta, solamente detrás de Qatar (de riqueza petrolera) y Luxemburgo (de riqueza financiera). Singapur no cuenta con recursos naturales, tiene un territorio de 718 kilómetros cuadrados (considerando terreno ganado al mar) y cuenta con una población de sólo 5.4 millones de personas.

He escuchado mucho que el pequeño tamaño de Singapur explica su éxito. Si así fuera, El Salvador y Haití serían los países más prósperos de América. La falta de un mercado interno, es verdad, empujó a Singapur a una temprana globalización, pero no todos los países pequeños optan por esta expansión y ninguno ha logrado tanto éxito.

El rápido desarrollo de Singapur parece consecuencia directa del gobierno duro y de visión de largo plazo de Lee Kuan Yew, quien logró proyectar la imagen de un gobernante fuerte, pragmático y honesto. Lo curioso es que en el México de hoy se le habría acusado de conflicto de interés y nepotismo. Singapur es hoy gobernado por un hijo, Lee Hsien Loong, mientras que su otro hijo, Lee Hsien Yang, es presidente de la Autoridad de Aeronáutica Civil, y la hija, la doctora Lee Wei Ling, dirige el Instituto Nacional de Neurociencia.

La manera en que Lee convirtió a un territorio subdesarrollado en uno de los países más prósperos debe estudiarse. Lee puede ser criticado por sus prácticas autoritarias, pero la transformación que logró es muy clara. También es evidente que la mayoría de los singapurenses le profesa un aprecio y agradecimiento sinceros.

Sergio Sarmiento
(v.periódico El Siglo de Torreón en línea del 24 de marzo de 2015).

La palabra democracia ha perdido su verdadera acepción y se ha circunscrito en México al pluripartidismo y la representación cameral plurinominal; cuando en su más amplio sentido, democracia es un concepto filosófico, una actitud referida tanto a lo político como a lo económico y lo social. Etimológicamente sería un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Desde este punto de vista, no tenemos aún democracia en México, sólo tenemos sus altos costos: un congreso obeso, el Instituto Nacional Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y sus homólogos en cada entidad federativa y, el pluripartidismo subvencionado con nuestros impuestos.

Otra de las conquistas de la democracia es la libertad de expresión, que deriva en libertinaje, que habrá que regular y encauzar en forma positiva para obtener los beneficios sin caer en los excesos. Debemos utilizar esa libertad para hacer nuestras denuncias y plantear nuestras peticiones canalizadas dentro del marco de las leyes. Las manifestaciones violentas que atentan contra la tranquilidad de la ciudadanía; las marchas de protesta, los plantones que impiden el acceso a oficinas públicas; los cierres de carreteras, las tomas de casetas de cobro de peaje y obstrucciones a la vía pública deben suprimirse porque constituyen un exceso a la libertad. El derecho de los manifestantes termina en donde empieza el derecho de los demás ciudadanos. No debe perjudicarse a terceros en busca de justicia o beneficios grupales. El añejo problema de los maestros de la Sección 22 que mantienen en la ignorancia a los escolares de Oaxaca y Guerrero debe resolverse como un acto de gobierno prioritario.

-¿Se justifica el alto costo de la democracia? ¿Tenemos auténticos partidos políticos que representan distintas corrientes de opinión, y de ideología?

-Definitivamente no, sólo tenemos grupos de poder que se han apropiado de los partidos para beneficio de sus muy particulares intereses.

Algún día habrá de terminar esta farsa.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 2 de abril de 2015).

En México, el sistema de partidos gozó de buena salud durante décadas. Las mediciones de identificación partidista siempre arrojaron porcentajes de filiación política muy superiores a la media de América Latina. Y es que México es de los pocos países en donde no se ha derrumbado por completo el sistema de partidos. Los 2 partidos mayoritarios de este país tienen más de 70 años de vida y el principal partido de izquierda es previo a la caída del Muro de Berlín. Si bien los partidos no son vistos ni como hermanas de la caridad ni tampoco como organizaciones confiables, la mayoría de los mexicanos piensa de ellos como un "mal menor".

Sin embargo, las últimas encuestas ya muestran que comenzamos un declive de la identificación de los mexicanos con los partidos. De acuerdo con Parametría, el voto duro de los 3 principales partidos políticos ni siquiera alcanza el 40% del electorado y sólo 25% sostiene que su principal motivación para definir el voto es el partido político. Así, como sucede en otros países de América Latina, los partidos políticos son menos relevantes que antes para definir la identidad política de los ciudadanos que encuentran otros espacios de representación en sus colonias o con proyectos de candidatos individuales.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 5 de abril de 2015).

La evidencia abrumadora es que al muchísimo dinero oficial destinado a sostener a los partidos para que no tomen dinero ni compromisos privados (unos 500 millones de dólares este año) hay que añadir un robusto mercado de dinero ilegal, que nadie vigila, y sin el cual es prácticamente imposible ser competitivo en el escenario electoral.

Luis Carlos Ugalde, antiguo presidente del IFE, ha calculado ese mercado negro de dinero electoral en proporciones que pueden ser de hasta 10 veces más que el dinero público autorizado y entregado a los partidos. De modo que si el tope de financiamiento oficial para una campaña de diputado federal es de 1.2 millones de pesos, el costo promedio de esa campaña en zonas urbanas puede llegar a ser de 10 o 12 millones.

Acota José Antonio Aguilar Rivera: La competencia por los cargos públicos depende críticamente del dinero. Ningún sistema ha podido, en ningún lugar, eliminar por completo este mal. No es un defecto de nacimiento de la democracia, es un mal congénito que acompañará al paciente hasta la tumba. (La cruda democrática. Tribuna, MILENIO Diario, 3/04 15).

El mal congénito mexicano en la materia toma lo peor de todos lados. Por un lado, los partidos reciben carretadas de dinero público y de tiempos gratuitos en los medios (este año emitirán sin costo más de 13 millones de spots, con costo de 15,000 millones de pesos).

Por otro lado, tienen también las arcas abiertas a las carretadas de dinero ilegal que aportan gobiernos de su propio partido, empresarios que cobran con contratos, y el crimen organizado.

A la hora de las elecciones, los partidos violan sistemáticamente la ley que los regula: abusan del dinero legal y del ilegal. Más que una competencia nuestras elecciones parecen una subasta.

Nuestra democracia produce gobiernos federales inexpertos, gobiernos locales irresponsables y elecciones subastadas. No es este el juego que queríamos jugar, pero es el que estamos jugando.

Es hora de repensar la democracia mexicana.

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.3 del periódico Milenio Jalisco del 3 de abril de 2015).

Los militares para acceder al poder, siempre han portado disfraz de arcángel; su bandera es tan vieja como el pecado original. Prometen restablecer el orden y el progreso, devolver al ciudadano la tranquilidad y el decoro. Y en la historia milenaria sólo se percibe el sable del despotismo, la tortura, la cárcel, la cancelación de las libertades y los derechos, la vigencia del capricho personal y el atropello al ciudadano.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de abril de 2015).

El populismo, dice Roger Bartra, no es una ideología estructurada, es en realidad una cultura. Tiene ciertas constantes ideológicas, como el estatismo, el nacionalismo, el colectivismo, el capitalismo de estado. Ahora, desde Hugo Chávez, el reeleccionismo.

Tiene también un tono común de discurso: reivindicativo, pobrista, antioligárquico, anticapitalista, normalmente antinorteamericano. Y siempre antigubernamental.

El discurso populista es por excelencia el discurso del movimiento bueno contra el gobierno malo. Prospera en el descrédito de los sistemas políticos vigentes, normalmente sobrepasados por las demandas no satisfechas de la modernización, en alianza con los intereses afectados por esta.

Los movimientos populistas se nutren del descrédito de los partidos políticos y de la ineficacia de los gobiernos. Diría más: del descrédito de la política y de los políticos.

Su promesa esencial es una reivindicación de derechos escritos y no escritos: derecho a la igualdad y a la justicia, a los beneficios del desarrollo, a la representación política, a la política misma.

En su última expresión instrumental, el populismo es una puja de clientelas excluidas por espacios políticos y rentas del Estado.

Su instrumento por excelencia es la creación de clientelas de beneficiarios.

Lo característico de los movimientos populistas es introducir nuevas clientelas al erario. Por ello terminan con frecuencia en crisis fiscales que se llevan todo lo ganado.

Característico también es el discurso antiinstitucional y la encarnación del movimiento en un líder carismático que habla al pueblo por encima y a pesar de las instituciones.

El populismo es entonces la tentación política permanente de sociedades desintegradas, con desarrollos desiguales, con instituciones políticas desprestigiadas.

Es decir, es el resultado de una economía que deja fuera contingentes enormes. Y de una política que no es suficientemente incluyente. Como las nuestras, las de América Latina. Véanse solo las cifras de pobreza de las dos economías mayores del continente: México y Brasil.

Entonces, lo primero que hay que entender de la tentación histórica del populismo es que nace de la realidad misma, de la realidad insatisfecha.

El populismo es una respuesta, mala pero una respuesta a las modernizaciones incompletas que destruyen lo viejo sin incorporarlo.

Héctor Aguilar Camín
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 21 de abril de 2015).

El poder de los partidos políticos para imponernos a sus candidatos viene del falso concepto de que somos una democracia en la que el pueblo manda, esto es falso, hipócrita y mentiroso, en ningún país del mundo se da el fenómeno democrático de que el pueblo manda. Quienes realmente mandan son los grandes consorcios mundiales. El margen de maniobra que dejan varía de un país a otro. Así, decimos que los países más democráticos son: Suiza, Noruega, Suecia y Dinamarca. Esto es relativo.

¿Queríamos democracia? Si pero nunca pensamos a qué costo y cuantas atrocidades se cometerían en su nombre. Pero, en fin, mal que bien ya la tenemos; con todos sus errores, defectos e imperfecciones. Después de todo, nada ni nadie es perfecto, pero, ahora, ya es tiempo de rectificar, de corregir errores, de frenan abusos, de cambiar las reglas del juego.

Al efecto, es oportuno hacer algunas reflexiones sobre la democracia. ¿Qué entendemos por democracia? La palabra democracia ha perdido su verdadera acepción en México y se ha circunscrito al pluripartidismo y la representación cameral plurinominal; cuando, en realidad, democracia en su más amplio sentido es un concepto filosófico, una actitud referida tanto a lo político como a lo económico y lo social.

El diálogo entre distintas corrientes de opinión es necesario y lo ideal sería que ninguna corriente o grupo tuviera el poder suficiente para imponer su criterio a los demás. El deseo de la mayoría es aspirar a vivir en un plano de igualdad ante la ley. Sólo que para lograrlo se requiere tratar de igualar el nivel de educación cívica.

La democracia en México está manejada por la publicidad. La similitud entre publicidad comercial y publicidad política consiste en que, si al consumidor no le gusta determinado producto, no lo compra y si no le agrada tal o cual candidato, no vota por él. También está el factor humano, toda vez que un producto no cambia a menos que sea para mejorar, en tanto que un candidato puede modificar el sentido de la votación de un día para otro, dependiendo de lo que dice y lo que hace y cuan directos son los ataques sucios para desprestigiarlo.

Al respecto, una de las cosas que debieran cambiar es reglamentar el tipo de propaganda y publicidad que se hace. Las campañas deben ser propositivas, no destructivas ni ofensivas. A la población le interesa más el palmarés del candidato y su trayectoria -lo que ha hecho por la sociedad, su hoja de servicio, comportamiento público y privado, qué valores morales tiene- que las acusaciones de partidos opositores.

En cuanto al monto del presupuesto asignado a los partidos políticos, es exagerado. Resulta molesto ver el dispendio que se hace en los medios con el dinero de nuestros impuestos. Una verdadera democracia debe asignar presupuesto sólo para gastos administrativos de los partidos. La publicidad deben hacerla con las cuotas de sus agremiados. La democracia no es un botín electoral repartido entre muchos, sino un valor ético del ser humano como individuo con liberad política, con igualdad de oportunidades económicas para vivir mejor y con sus necesidades básicas cubiertas.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 14 de mayo de 2015).

La democracia tutelada se encuentra entre la democracia liberal y el autoritarismo. Teóricamente se explica como dominios reservados para fuerzas no democráticas que funcionan como centro de poder y veto. También son herramientas de gobernabilidad al facilitar la construcción de acuerdos. El presidente Peña Nieto necesita de este tipo de arreglos para consolidar las reformas y preparar su sucesión. Los jefes del PAN y el PRD los necesitan para impedir que las fuerzas internas que quieren arrebatarles el poder, lo consigan. Todo es un juego de espejos, donde el ciudadano es lo que menos cuenta, salvo, no hay que olvidar, que la fuerza que emita en las urnas sea tan poderosa que haga imposible que en las élites negocien su voto.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 4 de junio de 2015).

Algunos reacomodos partidarios y el triunfo de ciertos candidatos independientes se están celebrando como si se tratara de un gran cambio político en el país, cuando se trata, a lo más, de cambios tímidos y de matices en el sistema de democracia liberal que tenemos en el país.

Lo que desde arriba llaman democracia es sólo un procedimiento en el que los dueños del poder dan la "libertad" para que los ciudadanos escojan, una vez cada 3 años, quienes manejarán el gobierno, quienes gobernarán en su nombre y las más de las veces en su contra.

La gran victoria de este sistema es lograr que la gente se contente con votar cada 3 años y pensar que a eso se le puede llamar participación democrática. Como dice el antropólogo y activista anarquista estadounidense David Graeber, se "ha enseñado desde una edad muy temprana a tener unos horizontes políticos increíblemente limitados, una idea increíblemente limitada del potencial humano" y de las posibilidades de otras democracias.

Los dueños del poder ganan cuando nos expropian la capacidad de siquiera imaginar que hay otras formas de relaciones políticas que amplían enormemente las capacidades de participar en la toma de decisiones. Y no tenemos que remontarnos a la vieja Grecia, como gusta a los liberales, sino mirar aquí cerca, en Cherán, Michoacán.

Desde que se levantaron en febrero y abril de 2011 en contra de la narco-política que los gobernaba, secuestraba, asesinaba y despojaba, la comunidad indígena de Cherán ha empezado a autogobernarse, y lo hace sin elecciones y sin la participación de ningún partido. Lo hacen a través de formas propias de organización y que rompe por completo con el verticalismo que impera en el sistema de democracia liberal.

En éste, desde arriba se monopoliza la representación en los partidos, se imponen candidatos y luego se les permite "escoger" a los ciudadanos de entre las propuestas tomadas de antemano.

En Cherán el proceso de participación es totalmente inverso: de abajo hacia arriba. Ahora Cherán se gobierna como municipio autónomo, y en lugar de ayuntamiento, se elige a un Consejo de Mayores (Keris), integrado por 12 personas. Para llegar a ser integrante de este consejo o de los otros consejos de gobierno, se tiene que empezar de abajo: en la fogatas que es como se llama a las estructuras de organización vecinal o barrial que surgieron del levantamiento de 2011. Las fogatas sirvieron para cuidar cada cuadra e impedir la entrada del crimen organizado; se llegaron a formar más de 250 y ahora son las estructuras primarias de organización comunitaria. Las propuestas que surgen de las fogatas luego son presentadas ante asambleas de los 4 barrios que componen Cherán: Kétsikua, Karhákua, Parhikutini y Jurhúkutini, y finalmente presentarse en la Asamblea General.

Como se aprecia, se elige de abajo hacia arriba, en un sentido totalmente inverso al de la democracia liberal. Por fortuna, Cherán no es el único ejemplo de que existen otras democracias que nos permiten no conformarnos con lo que, desde arriba, se quiere vender como libertad de elegir.

Rubén Martín
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 20 de junio de 2015).

Si la juventud ve que el funcionamiento de las instituciones se manipula impunemente, ante la pasividad del conjunto de las naciones y de los líderes democráticos, abandonará su fe en las elecciones, para después retirarla a la política y finalmente a la democracia misma, como ha observado recientemente Enrique Krauze.

Fernando Savater
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 28 de junio de 2015).

No pocos han definido la transición a la democracia en México como un "pacto entre élites". Una transición negociada, tanto en sus alcances como en sus reformas. El sistema se reformó a sí mismo, desde las impulsadas por Jesús Reyes Heroles hasta las "concertacesiones" de los 90. Al igual que en Chile o en España, en donde el viejo régimen seguía concitando cierta popularidad, en México los actores del sistema se incorporaron en lugares privilegiados a la nueva distribución de poder. No hubo un "borrón del pasado", simplemente la transición fue un acuerdo de ver hacia adelante y subir al barco de la democracia a todos. Ni los sindicatos, ni los gobernadores, ni la Iglesia, ni tampoco los empresarios fueron visitos como agentes no democráticos; por el contrario, fueron incluidos en la gran alianza que marcó la transición y abrió las puertas a la alternancia política.

Así, el corporativismo, un elemento orgánico del viejo régimen, sobrevivió. Y diría que no sólo sobrevivió, sino que encontró mejores canales de interlocución. Como lo ha escrito Luis Carlos Ugalde, la dispersión de poder no significó en la práctica un sistema de pesos y contrapesos eficaces que evitara las inercias del viejo régimen. Al contrario, "se multiplicó" la corrupción, sobre todo a nivel local. De este modo, las viejas corporaciones del Estado mexicano encontraron un encaje satisfactorio en las nuevas condiciones democráticas. Algunos hicieron un cambio de imagen, un poco de maquillaje, y siguieron operando de la misma forma que en los años del priato absoluto. Otros de plano ni siquiera pasaron por un cambio cosmético, siguieron cosechando el cinismo de siempre. No es coincidencia que desde el 2000 se hayan multiplicado los escándalos de sindicalistas ricos y trabajadores pobres; dirigentes atesorando fortunas a costa de lo público.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 9 de agosto de 2015).

En vez de un mundo de sociedades abiertas, hoy en día asistimos a un deprimente espectáculo: la instalación, en nombre del "laissez faire" (dejar hacer, dejar pasar) de un capitalismo de ladrones. ¿Hasta cuándo sobrevivirá ese grotesco sistema de "libre competencia" en el que pandillas de gangsters se disputan los mercados de todos los productos? La corrupción es el aire que se respira, y el éxito sólo sonríe al más desalmado y al más bribón.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de agosto de 2015).

En todas las democracias del mundo, el Presidente debe ser el jefe político de su partido. En oposición, los líderes de partidos juegan un rol fundamental porque cohesionan la voz del partido sin los instrumentos de gobierno. ¿Alguien puede dudar que Barack Obama es hoy la voz más importante en el Partido Demócrata? ¿Es factible que Mariano Rajoy pueda gobernar si no se convierte en la voz de más peso en el Partido Popular? ¿Alguien concibe el poder omnipotente de Angela Merkel sin la sumisión de los demócrata-cristianos a su agenda? Los partidos nacieron para gobernar, por lo tanto la "sana distancia" es inútil e innatural.

Y aunque es impensable que un gobierno pueda funcionar sin el apoyo total y completo a su programa político por parte del partido que lo llevó al poder, la muy mexicana sospecha sobre la cercanía entre el Presidente y su partido, es más que fundada. Tras 7 décadas de autoritarismo en México, los ciudadanos le temen profundamente a la concentración de poder.

No es extraño que los mexicanos hayan decidido durante 18 años no darle mayoría en el Congreso a ningún partido político.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 23 de agosto de 2015).

El personalismo lleva a la errónea creencia de que las ideologías y los proyectos son cosas del pasado. Ahora es tiempo de los honestos, sin importar qué piensan. Los personalismos obvian que detrás de nuestros problemas como nación también hay genuinos enfrentamientos ideológicos: más mercado o más estado; qué tipo de programas sociales; educación pública o privada; sanidad universal o sanidad privada. El personalismo en la política, si no es acotado por un partido o una estructura ideológica, tiende a desviarse hacia la construcción de la persona como el único objetivo político, dejando de lado cualquier esbozo de proyecto.

El personalismo es también antipolítica en esencia. La antipolítica es la oposición a la política entendida como algo sucio y a los partidos por ser inherentemente corruptos y corruptores. La antipolítica juzga que los parlamentos no son necesarios y que los partidos políticos son estorbos democráticos que hay que enviar al basurero de la historia. La antipolítica si no es controlada adecuadamente conduce a un descrédito institucional que mina la democracia y dificulta acuerdos políticos estructurales. El personalismo sin contrapesos institucionales puede desembocar en rasgos antipolíticos y de desprecio a las instituciones.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 6 de septiembre de 2015).

El populismo, tal y como lo conocemos bien, tiende a centralizar poder y desarrollar una continua agitación social para generar movilizaciones de respaldo permanente, desgastando energía y recursos de forma estéril.

El camino al desarrollo en democracia implica el respeto a estas propuestas, pero supone también, entender que la ruta implica necesariamente mejorar la competitividad y la educación, fortalecer la productividad y crecer para desarrollar una clase media cada vez más sólida en lo económico y mejor preparada para competir globalmente.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 4 de octubre de 2015).

La corporación Latinobarómetro dio a conocer su Informe 2015, en el que resulta que México es el país de Latinoamérica en el que existe menor satisfacción con la democracia (solo un 19% lo está, cuando el promedio en la región es de 37% y Uruguay, el país más satisfecho tiene 70%); y en consecuencia el nuestro es también el país en donde menos apoyo (60%) tiene la frase "la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno".

Las reformas que nuestro país requería para modernizar su economía (perestroika mexicana), por décadas fueron pospuestas por razones de carácter político-ideológico, en tanto que las relativas a lograr una democracia eficaz con plena vigencia del Estado de Derecho (nuestra glásnost) no se aprueban porque ni siquiera se han planteado, ya que para nosotros lo importante han sido las reglas de acceso al poder, no las relativas al ejercicio, distribución y control del poder.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de octubre de 2015).

Podríamos decir que el derrumbe de las expectativas es inherente a la democracia. El sistema democrático dota de legitimidad a las decisiones, pero no necesariamente de eficiencia. No hay nada más eficiente que un dictador. La democracia modera las expectativas del cambio, entiende que la pluralidad implica largas negociaciones, y por lo tanto, la toma de decisiones exige tiempo y paciencia. El ciudadano no es tonto. Como señala José Woldenberg, nuestra depresión democrática, que nos lleva a ser el país más insatisfecho con el sistema que nació en 1997, está íntimamente relacionada con las expectativas. Colocamos tantas aspiraciones en la democracia, que ese mismo sueño tarde o temprano nos traicionó.

El gatopardismo es una explicación del desencanto con la democracia; para muchos, la democracia fue la entronización de las sombras del autoritarismo mexicano, pero ahora representado en 3 partidos políticos, como lo escribió en Nexos Jesús Silva Herzog-Márquez.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 11 de octubre de 2015).

México vive un momento de desencanto con la democracia. Hay quien dice que era natural el desencanto, al sobrecargar a la democracia de tantas tareas, la desilusión era inevitable. La democracia no iba a hacernos más guapos, ricos y talentosos, esa nunca fue su misión. Hay otros que dicen que la misma construcción de la transición encapsulaba su ulterior fracaso, una transición pactada en donde no se combaten a los fantasmas del autoritarismo, no tenía posibilidad de éxito. Y existen otros que incluso niegan la transición y asumen una continuidad sistémica, tanto en los gobiernos del PRI como en las 2 administraciones del PAN, parece que dicen: "No sean ingenuos la democracia nunca ha existido en México".

¿Es México una democracia? De acuerdo a la Quinta Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Democráticas (ENCUP), sólo 34% de los mexicanos considera que nuestro país es una democracia. La mexicana es una democracia naciente, pero que muy rápido parece haber perdido su capacidad de emocionar al común de los habitantes del país. En la pubertad ya parece nuestra democracia una viejita llena de achaques.

Los resultados del último Latinobarómetro prendieron los focos rojos. Sabíamos del difícil momento que vive la democracia, pero no entendíamos la profundidad del desencanto con el modelo democrático nacional. Yo diría que pasamos en los 90 del debate: democracia, ¿cómo? Al debate actual de: democracia, ¿para qué? No hay un consenso sobre si somos democráticos, pero tampoco hay un cierto acuerdo entre los mexicanos sobre la utilidad de la democracia.

Nos queda claro que para los mexicanos la democracia no es todavía un bien en sí mismo, sino simplemente un instrumento que funciona en la medida en que arroja resultados. A diferencia de otros países en donde la democracia ya se concibe, después de siglos de conflicto para instaurar un régimen mínimo de libertades, como un bien en sí mismo, como algo anhelable con independencia de sus resultados, en México la ciudadanía sigue pensando que la democracia es valiosa en la medida en que llena el refrigerador. Algunos datos ilustran esta tendencia. En México, 13% mira la economía con optimismo, lo que empata con ese 19% que se siente satisfecho con la democracia. Incluso, Latinobarómetro señala que en algunos países de América Latina, México es uno de ellos, la correlación entre crecimiento económico y satisfacción con la democracia es casi perfecta. No por nada, los que apoyan la posibilidad de un gobierno autoritario que brinde desarrollo económico, se han multiplicado en todos los índices desde 2010. La democracia apasiona si deja dinero, prosperidad y si elimina la corrupción.

Y es que la democracia ha desnudado lo peor de nosotros y parece habernos dado muy poco a cambio. Desde el 2000, vimos a un Presidente de un partido anti-corporativo, como el PAN, pactar con el sindicato hegemónico de los maestros en el país; a gobernadores llenando sus cuentas bancarias por los excedentes de recursos petroleros; vimos como el clientelismo sobrevivía al momento democrático, y como los diputados se hacían especialistas en el negocio de los "moches"; vimos como los órganos ciudadanizados como el INE o el IFAI, eran cooptados por los partidos políticos; vimos como los partidos políticos profundizaban su tendencia hacia la construcción de oligarquías corruptas que no le rinden cuentas a nadie. Todo falló, todo fracasó; vimos cómo los poderes económicos se seguían imponiendo a los políticos y privatizando las decisiones públicas, un sistema político secuestrado; vimos como los pobres se multiplicaron con o sin voto. La decepción nos ha llevado al nivel que pensamos que nada valió la pena, que la transición a la democracia fue sólo una ilusión. El corolario de un sueño roto.

Han crecido las opiniones de aquellos que dudan de la democracia, ya sea por la izquierda en la crítica abierta al liberalismo implícito en la democracia, o en la derecha los que no ven mal un retorno autoritario. Las voces que defienden la democracia hablan en un lenguaje que no llega al ciudadano de a pie, que no le habla de sus problemas. En México, ganó la idea de democracia como un simple procedimiento para elegir quien gobierna, cuando en realidad la democracia debe ser eso, pero no sólo eso. ¿Qué democracia aguanta más de 50 millones de pobres? ¿Qué democracia puede sobrevivir con 50% de la población que no participa ni en la urna? ¿Qué democracia tolera que la distancia entre los más ricos y los más pobres sea tan insultante como lo es en México? ¿Qué democracia tolera que buena parte de los mexicanos no pueda ni terminar la secundaria porque en México es un lujo estudiar? ¿Qué democracia aguanta que la atención sanitaria sea un bien al que solamente puede acceder, con calidad, una minoría?

Y es que a la crisis de eficiencia, una democracia que no produce resultados palpables en la vida cotidiana de los mexicanos, debemos añadir la crisis de representatividad. El latinobarómetro muestra que los mexicanos no se sienten representados por nadie. A nivel latinoamericano, estamos a la cola cuando nos referimos a la representatividad de las élites políticas. Solamente 17% de los mexicanos dice sentirse representado por su Congreso, muy lejos del país latinoamericano con la mejor tasa de representatividad (Uruguay con 45%). El problema de México es tan complejo porque no sólo estamos hablando de lo que le pedimos a la democracia, sino lo que está fallando es la sustancia misma de lo que debe ser sistema democrático: un espacio de representación de la ciudadanía.

El panorama es nebuloso. Hemos hecho tantas reformas electorales, algunas reformas políticas y modificaciones institucionales, que no sabemos por dónde empezar para cambiar las cosas. Para entender el camino a andar en el futuro, es fundamental preguntarnos, ¿Realmente estamos peor que antes de la transición? ¿No se ha avanzado nada en este país cuando hablamos de garantías democráticas?

¿No somos ahora una sociedad más exigente? ¿Una sociedad que no se come tan fácil las versiones oficiales? ¿No vivimos en un país con más libertad de expresión en donde los políticos le deben temer a algunos medios y algunos periodistas que se atreven a denunciar la corrupción en las más altas esferas? ¿No son las redes sociales vías de protestas que dificilmente son controladas por la autoridad? Veo la victoria de algunos candidatos independientes como Pedro Kumamoto, sin clientelismos ni derroche de recursos, y pienso: ¿No es capaz nuestra democracia de admitir nuevos inquilinos que realmente cuestionan el estatus quo? Veo el escándalo que provocó la Ley de Transparencia en Jalisco y que el gobernador no tuvo de otra que vetar la ley, y piensas, a pesar de los pesares: ¿No hay una ciudadanía más enterada y crítica que cuida sus libertades, exigiendo que los gobiernos rindan cuentas? No olvido la impunidad y la corrupción, tampoco olvido que nuestra democracia no ha sido capaz de controlar a los gobiernos en turno y pasarlos por la guillotina de las leyes, pero es innegable que en México hoy existen mayores condiciones democráticas que hace un par de décadas. No es el mismo país, sus ciudadanos son muy distintos a lo que fueron.

La democracia debe reinventar su relato, ya no desde lo que puede lograr, sino desde lo que es en sí misma. No desde el crecimiento económico o desde el combate a la corrupción, sino desde esa idea de que es el único sistema que permite que los ciudadanos decidamos sobre nuestro futuro político. La democracia como un bien en sí mismo, algo por lo que vale la pena luchar sin esperar nada a cambio. Para ello, la democracia debe seducir desde sus conceptos: la representación, la participación y la deliberación.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 25 de octubre de 2015).

La democracia representativa está en peligro de desaparecer como sistema auténtico de representatividad de los ciudadanos y habitantes de un país. Se observa con gran preocupación que los políticos tradicionales y aquellos que acceden a puestos de gobierno o de representación popular, no responden a los intereses legítimos de los electores, ni a sus preocupaciones fundamentales, sino que dadas las estructuras del sistema neoliberal que ahora prevalece en casi todos los países, se convierten en políticos profesionales que son coptados por los grupos de poder y los intereses económicos.

Razón y Acción(v.pág.14-A del periódico El Informador del 14 de noviembre de 2015).

Un tema que no debería ser menor, es el de la 2a. vuelta electoral para la elección presidencial, y quizás también de gobernadores. La 2a. vuelta era rechazada, creo que con razón, cuando se tenía sólo 2 o 3 fuerzas competitivas, y cualquier candidato podía acercarse, por sí solo, a contar con una mayoría. Ya no es así y con un sistema pulverizado entre por los menos 4 o 5 partidos competitivos, con otros 3 o 4 en condiciones de realizar alianzas, más la posibilidad de la emergencia de candidatos independientes, es muy probable que cualquiera pueda ganar la elección del 2018, teniendo un 25 o 28% de los votos.

Se deben establecer mecanismos para darle gobernabilidad a quien sea que gane y eso tendrá que surgir de una 2a. vuelta electoral, donde se puedan establecer acuerdos que posteriormente se reflejen en la vida legislativa. De otra forma, quien sea el próximo mandatario tendrá márgenes de gobernabilidad y representatividad terriblemente acotados.

Jorge Fernández Menéndez
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2015).

Tanto en Brasil, como en Venezuela, Argentina, Ecuador y hasta en Uruguay, la llegada de los gobiernos progresistas también significó la disputa por el concepto de democracia. Los gobiernos de izquierda se alejaron de la visión procedimental de la democracia, y buscaron abrazar una definición amplia de lo que significa la democracia. Para Chávez, Kirchner o "Lula", democracia era también tener una vida digna, el combate a la desigualdad y la reducción de pobreza. Buscaron pasar de la democracia mínima, la de las instituciones y el voto, a la democracia social, la de la inclusión. El Latinobarómetro 2015 lo que nos dice es que Uruguay, Ecuador y Argentina, 3 países gobernados por la izquierda, son los que tienen mayor satisfacción con la democracia. Venezuela, que solía aparecer con un buen apoyo de sus ciudadanos a la democracia durante los años de Chávez, hoy sólo 30% de sus ciudadanos están satisfechos con la democracia. México, gobernado por el PRI, es el país que presenta peor satisfacción con la democracia.

Y es que la mayoría de los gobiernos de la región, que tomaron una dirección de izquierda durante finales del siglo pasado, se enfrentaron a una realidad muy paradójica. Por un lado, todos los estudios dicen que los mecanismos de participación como la revocación de mandato, los plebiscitos o los constituyentes, en Ecuador, Bolivia, Venezuela o Argentina, permitieron que los ciudadanos de estos países se sintieran más incluidos en la toma de decisiones. Sin embargo, lo paradójico fue que esta ampliación de las libertades democráticas contrastó con regresiones muy claras en materia de división de poderes, respeto a la oposición, limpieza electoral y libertad de expresión. Tanto el chavismo, como el correísmo o incluso el kirchnerismo, no fueron capaces de acompañar su "2a. ola de reformas democráticas", con las garantías mínimas de una democracia liberal: la libertad de expresión, de manifestación, de prensa. Al impulsar su "democracia popular" se llevaron entre las patas garantías mínimas que permiten que una democracia funcione, desde la autonomía del poder judicial hasta la independencia de los órganos encargados de arbitrar las elecciones o incluso la posibilidad de que exista una prensa libre que fiscalice a los políticos. El extremo de esta regresión autoritaria en algunas naciones latinoamericanas lo vemos en Venezuela con el encarcelamiento del líder opositor Leopoldo López.

Sin embargo, los buenos tiempos se fueron. La crisis de 2008-2009, la caída de los precios de los commodities y la debilidad del mercado de consumo en los países centrales, vulneraron la capacidad económica de los estados latinoamericanos. Se acabaron los crecimiento del 7, 8 o incluso 9%, ahora quedar por encima del cero, ya era en sí una buena noticia. Los estados se quedaron sin liquidez, las recaudaciones cayeron y ya no era posible blindar por completo la política social. Se acabó un ciclo, y la izquierda en el poder se quedó sin respuestas ante los nuevos retos.

Alguna vez dijo Rafael Correa, que la izquierda llegaba a América Latina a terminar con "la larga noche neoliberal". En aquellos años, que se extendieron desde la década de los 90s hasta inicios de este siglo, muchos latinoamericanos veían que sus élites políticas eran corruptas, que sacrificaban los intereses de las mayorías y que le entregaban el país al mejor postor trasnacional. Una dosis de nacionalismo y reivindicación de la soberanía, así como una apuesta por una conducción más estatista de la economía, permitió que las nuevas izquierdas latinoamericanas alcanzaran el poder en todos los países de América Latina, menos Colombia y México.

Sin embargo, la longevidad en los cargos provocó que se repitieran fenómenos de corrupción y sospechas que minaron la credibilidad de distintos gobiernos latinoamericanos. En Brasil, José Dirceu, el primer presidente de la democracia brasileña, llegó hasta la cárcel por el escándalo del "menselao". En Venezuela, el régimen relajó sus anticuerpos para evitar la corrupción y, en paralelo con sus clientelas políticas, se malversaron recursos en todas las direcciones. Qué decimos de Ecuador y la opacidad de los proyectos energéticos, o las sospechas sobre el enriquecimiento de los Kirchner en Argentina. La corrupción, esa que tanto denunciaron los izquierdistas en la oposición, ahora les manchaba no las manos, sino todo el cuerpo. La regeneración duró un tiempo, pero la lógica de la política, y de ganar elecciones, llevó a que los gobiernos progresistas repitieran errores que juraron nunca cometer.

Enrique Toussaint
(v.pág.11-B del periódico El Informador del 6 de diciembre de 2015).

Paradójicamente, en México aún hay quienes apuestan por las opciones que representan tanto [Nicolás] Maduro, como Cristina [Fernández de Kichner] o Dilma [Roussef]. Apenas la semana pasada, en la Cámara de Senadores, legisladores del PRD y Morena salieron lastimosamente en defensa del régimen de Maduro cuando la senadora panista Luisa María Calderón subió a tribuna a pedir que el senado exigiera que hubiera elecciones limpias en Venezuela y se liberara a los presos políticos. La defensa del chavismo fue tan vergonzosa como la que hace, cada vez que debe, el PT del régimen de Corea del Norte. La razón es sencilla: de allí han llegado, en uno y otro caso, recursos, viajes y respaldos políticos. El problema es que ahora lo que viene para todos esos defensores de gobiernos dictatoriales es la orfandad. Y la demostración de que ese tipo de regímenes que, con el argumento de que para reducir las desigualdades económicas deben conculcar dramáticamente las libertades públicas, lo único que han logrado es polarizar la sociedad, reducir las libertades, en el caso de Venezuela, perseguir y detener a los líderes opositores, y en todos los casos dejar a sus países en medio de terribles crisis económicas que serán muy difíciles de superar para sus sucesores.

No nos engañemos. También aquí hemos vivido esas historias, pero como fueron a fines de los 70 y principios de los 80, en los 2 últimos gobiernos de la revolución, como ha dicho López Obrador, los de Echeverría y López Portillo, ahora no las recordamos porque las nuevas generaciones no las han vivido. Pero podemos atisbar ese futuro en el presente venezolano, argentino o brasileño. El populismo es un fracaso anunciado, pero iniciado ese camino, revertir sus costos puede tomar décadas.

Jorge Fernández Menéndez
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 8 de diciembre de 2015).

Hace unos días escuché a unos colegas de orientación liberal afirmar que no es necesario que la democracia resuelva las necesidades de la gente, pues se trata simplemente de un sistema procedimental para resolver las diferencias políticas de los actores que monopolizan la representación política.

Yo me pregunto para qué demonios debe servir un sistema político si no es justamente para resolver los problemas de la gente, especialmente los más esenciales, como es que todos coman, vistan, tengan donde vivir, salud, educación, cultura, esparcimiento y paz.

Rubén Martín
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 20 de diciembre de 2015).

Ciertamente, la democracia electoral apesta. Y eso por mencionar sólo los entrampamientos institucionales. Mucho más grave es la perversión de la noción original de un gobierno de ciudadanos. En las sociedades occidentales, la contienda electoral comienza a parecerse demasiado a una batalla de recaudación de fondos de campaña. Las agendas de los candidatos cada vez dependen más de las exigencias dictadas por el cabildeo de las grandes corporaciones, verdaderas patrocinadoras de los aspirantes al poder.

Y por otra parte, la clase política se ha convertido en un gremio mucho más interesado en protegerse a sí mismo que en canalizar los intereses de sus representados. Obstaculizan la rendición de cuentas, abogan por la opacidad, se reparten en cuotas partidistas las posiciones destinadas a la sociedad civil, se protegen entre ellos. En suma, salvo por la jornada electoral, la vida pública tiene muy poco de democrática en la gran mayoría de las sociedades occidentales, particularmente allá donde el tejido institucional no ha madurado lo suficiente como para contrarrestar la autonomía de la clase política.

Y sin embargo, es lo que hay. Los excesos de la dictadura, de la monarquía, de los estados religiosos o comunistas convierten en pecados veniales las fallas de los sistemas democráticos. Tiene algo mágico y fascinante el hecho de que una fracción de la élite abandone el poder porque los ciudadanos así lo determinan, como acaba de suceder en Argentina o pasó en México en 2000 y en 2012. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad fue un tema que solía resolverse con grandes dosis de sangre y fuego.

Y desde luego no es lo mismo el entrampamiento que padece España, justamente por una fragmentación del voto de los ciudadanos, que los fraudes electorales que no hemos podido desterrar en México, o el daño por el cabildeo millonario que ha prostituido las campañas en Estados Unidos. La democracia es un gran invento del mundo moderno, pero es un proyecto aún en proceso. Es frágil, imperfecta y tiene serios problemas de diseño. Pero no tenemos otra alternativa que perseverar en ella, asumir los costos del aprendizaje y profundizarla. Lo demás es el abismo.

Jorge Zepeda Patterson
(v.El País Internacional del 23 de diciembre de 2015).

Perdónenme esta metáfora zoológica, que sin duda cojea como todas las de su especie cuando se las toma muy en serio pero que debería servir para entendernos. En el panorama político actual compiten por el refrendo de los ciudadanos dos propuestas políticas que a veces pueden confundirse pero que en realidad son radicalmente opuestas: una es la democracia (las abejas) y otra el populismo (las avispas). La democracia está socialmente organizada (aunque no por la inexorable evolución, sino por la voluntad libremente expresada de los ciudadanos), produce abundantes bienes que se reparten entre sus miembros aunque nunca del modo equitativo que sería deseable y cuando emplea colectivamente la violencia es para defenderse de las agresiones externas. El populismo en cambio aspira a una unanimidad fraudulenta sin rangos ni méritos, consume y malbarata la riqueza social que se acumuló antes de su aparición en nombre de un igualitarismo exterminador y castiga letalmente a quienes se le oponen desde otras fórmulas de convivencia. Aquellos que cansados de los defectos indudables del panal de las abejas optan por la vida en enjambre de las avispas antes o después lamentan esta deriva ruinosa, que convierte a los ciudadanos en enemigos de sus propios semejantes.

Otra característica de los líderes populistas, probablemente no compartida por las pobres avispas a las que estoy calumniando por culpa de mi parábola, es que son muy malos perdedores y se resisten todo lo posible al tránsito pacífico a la democracia. Cuando deben someterse a las urnas y sus manipulaciones no logran impedir el triunfo de los ciudadanos que se les oponen, se resisten de todas las maneras ilegítimas posibles a la voluntad popular que los destituye a ellos, tan populares como pretenden ser. Lo estamos viendo ahora mismo en Venezuela y Argentina, donde las avispas que han mangoneado hasta ahora con tanta torpeza y virulencia esos países, pretenden obstaculizar el relevo pacífico que el descontento de los ciudadanos exige. Esperemos que fracasen también en esta última maniobra antidemocrática.

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2015).

Cierto; nuestra democracia es hipócrita, sucia, injusta y corrupta. Falso: no es un régimen fascista.

Durante la época de Franco, incluso en los incomparablemente más blandos últimos años que me tocó vivir (aunque recordemos que el régimen murió matando), uno no expresaba jamás en público su verdadera opinión. Y no digo ya en una mesa redonda o en un programa de televisión; digo simplemente hablando en una cafetería con los amigos. Te cuidabas muy mucho de decir según qué cosas, por si el de la mesa de al lado te oía. A veces, hasta en casa te reprimías, si tenías un vecino facha que pudiera escucharte. Una dictadura es una vida enrarecida y sin oxígeno, inimaginable desde la vida normal.

En el franquismo que yo viví los guardias podían multarte si te besabas en público (en la época de mi hermano, 5 años mayor, te multaban por sólo ir abrazados por la calle) y el régimen decidía, como si fueras un niño pequeño, qué podías leer, qué podías ver, qué podías saber: películas, libros y obras de teatro absolutamente normales estaban prohibidas. Hasta mayo de 1975, las mujeres casadas no podían abrir una cuenta en el banco, comprarse un coche, sacarse el pasaporte o trabajar sin el permiso del marido, que además podía cobrar el sueldo de su esposa; los homosexuales eran encarcelados por la Ley de Peligrosidad Social, y en las empresas te decían con toda tranquilidad que no te daban trabajo porque eras mujer. Y nada de todo esto salía en la prensa.

Pero lo peor, lo más pernicioso y persistente era la sensación de indefensión que un régimen así construye en los individuos, el miedo a la autoridad, la certidumbre de carecer de derechos. Tuvieron que pasar muchos años de democracia para que ese profundo temor se perdiera; para poder pasar junto a un policía sin sentirte culpable. Todos esos lectores que reclaman, que abominan de la democracia y que protestan son personas a las que el sistema democrático ha dado, por fortuna, una justa conciencia de su dignidad y de sus derechos. Qué maravilla.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2015).

Tras 21 años desde la alternancia del poder institucional en Jalisco, hoy la democracia les dice poco a los habitantes de nuestra entidad. La democracia parecería, en boca de muchos, un bonito concepto que utilizan los partidos políticos para monopolizar la representación. La democracia en Jalisco no tiene defensores, luce vieja a su corta edad, es demasiado cara para los beneficios que otorga y parece secuestrada por intereses que pululan y viven de la explotación de lo público. La democracia, como sistema de reparto de poder, se encuentra muy lejos de cumplir con aquellas promesas que nos hizo hace apenas algunos años. Hasta aquí llegó el modelo democrático que nos dejó la transición, es tiempo de un 2o. ciclo de reformas que dinamicen a nuestro adormilado sistema político.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2015).

El modelo liberal de hacer política (el liberalismo: llamado por Immanuel Wallerstein como la geopolítica del capitalismo), impone sus anteojeras en donde se clasifica como política solamente aquella que se hace dentro del sistema y en particular la política profesional, la que controlan los sujetos que tienen el monopolio de las acciones y de la representación política profesional.

Rubén Martín
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 29 de diciembre de 2015).

Teóricamente, el sistema de partidos tiene 2 funciones: representar y gobernar. Los equilibrios entre una y otra, dependen del modelo electoral del país -si favorece las mayorías o si tiende a la proporcionalidad-, de las barreras de entrada al sistema y de muchos elementos más. Sin embargo, no hay sistema que pueda vivir o de pura gobernabilidad o de pura representatividad. El 1o. caería rápidamente en la ilegitimidad, mientras que el 2o. caería aceleradamente en la fragmentación y el desgobierno. Por lo tanto, los sistemas de partidos, y electorales, se mueven en esta dicotomía entre ser los portavoces de la diversidad de opiniones de la ciudad, pero sin olvidar que para tomar decisiones, las mayorías son indispensables.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 3 de enero de 2016).

Se le atribuye a Winston Churchill haber dicho, desde su arrogancia intelectual y acaso desde la cicatriz que le dejó su definitiva derrota electoral de 1945, que "el mejor argumento contra la democracia es una conversación de 5 minutos con un votante medio".

Por supuesto que aquel enorme animal político hizo también, a su (amargosa) manera, la mejor defensa de la democracia, cuando la llamó "la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido ensayadas de vez en cuando".

Pero la desmitificación de la democracia en su cotejo con las realidades cotidianas no nos debería llevar a pasar por alto la parte de la ironía de Churchill que nos trae a las confirmaciones del 2016, en el sentido de que desvalorizar, desechar o desconocer las reglas democráticas, como en Venezuela, sólo puede empeorar la peor de las democracias.

José Carreño Carlón, director general del Fondo de Cultura Económica
(v.periódico El Diario de Coahuila en línea del 6 de enero de 2016).

La democracia está en crisis como sistema, pero hay diferentes niveles y grados del desencanto y de la insatisfacción. En México ganamos el 1er. lugar en insatisfacción.

Alberto Aziz Nassif
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 27 de enero de 2016).

Los gobiernos no cambian el status quo. Si son buenos, administran la hacienda con eficiencia para mejorar poco a poco el status quo, y aunque sean buenos, protegen su poder. Si son regulares, sólo protegen su poder. Si son malos, destruyen el status quo y protegen su poder. Cuando les pedimos cuentas, lo que queremos saber es cómo han incidido en el status quo: ¿lo mejoran o lo destruyen? Cuando lo mejoran se nota mucho tiempo después. Cuando lo destruyen es evidente. Nunca hay que menospreciar la capacidad de los gobernantes para hacer de la vida un infierno.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 3 de febrero de 2016).

Es indudable que existe un deterioro de la imagen del "tecnócrata", el político popular de los 90s e inicios de siglo. La tecnocracia, esa idea de que las pasiones políticas pueden ser domadas por la técnica, los datos y el pragmatismo, demuestra su agotamiento. Vivimos un tiempo de reactivación del debate ideológico y ya nadie se cree que hay funcionarios que pueden tomar decisiones como si fueran máquinas desprovistas de ideología. La misma idea de la tecnocracia ha sido un escudo para no entrar de fondo a temas como la desigualdad, la corrupción y la concentración económica. Por ello, desafiar al estatus quo, no sólo significa apoyar políticas públicas que se distancien de ese centro que muchos ciudadanos perciben como lejano a sus problemas, sino que también incluye apostar por políticos distintos, que se atreven a decir lo que otros callan y que se rehúsan a pactar con los intereses de siempre.

Se reviven viejos debates políticos, en los que el centro de la discusión no es quién administra mejor, en donde los partidos centristas y tecnocráticos se sienten cómodos, sino que los debates mundiales empujan hacia posiciones marcadamente ideológicas y que reviven dilemas de antaño. ¿Es el capitalismo un modelo compatible con la igualdad? ¿Es esta concentración de la riqueza sustentable? ¿Puede el medio ambiente resistir a la actividad económica del presente? ¿Es moralmente aceptable que 3,500 millones de personas acumulen lo mismo de riqueza que 62 personas? ¿Es posible una política de cambio, cuando los gobernantes son al mismo tiempo depositarios de la soberanía popular y asesores de los intereses económicos? ¿Es posible la democracia cuando los mercados le dictan la plana a la política? ¿Es deseable que las decisiones sobre un país las tomen los organismos internacionales y no los funcionarios electos por los ciudadanos? ¿Puede un país rico acoger todos los migrantes que se presentan a sus costas? ¿Cómo replantear la soberanía en un mundo globalizado? La ideología está de vuelta, a pesar del epitafio que muchos le escribieron.

Y por ello, a nivel mundial, la identidad política comienza a moverse hacia una dicotomía entre sistémicos y antisistémicos. No sería tan iluso como para cuestionar que los conceptos de izquierda y derecha han perdido vigencia, basta entrar a una discusión pública para saber que eso no es cierto, sin embargo la relación con el sistema comienza a tejer muchas de las preferencias políticas en el mundo. Así, una buena parte de la ciudadanía mundial comienza a creer que es difícil que el sistema se reforme por sí mismo, y que, por lo tanto, las opciones antisistema son fundamentales para propiciar cambios. Vivimos un tiempo de alta indignación, en donde el gradualismo y los matices, suelen ser vistos como pusilánimes. Ya no se quieren políticos que enfaticen lo "difícil de las reformas", "lo complejo del camino". Ahora, muchos ciudadanos buscan al político que diga las palabras mágicas y ni un pero incluido. El "Bronco" decía en su campaña: "Voy a meter a la cárcel a Rodrigo Medina", la gente aplaudía. Trump se compromete en campaña a eliminar el desempleo, y otras historias fantásticas, y el conservador piensa que sólo basta la voluntad. Iglesias dice que les dará un ingreso mínimo a todos los ciudadanos españoles, y gana votos. Vivimos una época populista, no necesariamente en la connotación peyorativa que se le suele achacar, sino otra vez la apelación al pueblo como sujeto político, en donde el carisma del líder vuelve a ser de vital importancia.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 7 de febrero de 2016).

Es buena la idea de facilitar los mecanismos para que los ciudadanos participen en la vida pública. Hacer más anchos los caminos, abrir las puertas, ordenar su participación con concursos, páginas web y aplicaciones. Pero estirar mucho la liga puede ser peligroso. El gobernador Aristóteles Sandoval presentó una iniciativa que facilita candidaturas independientes, permite la revocación del mandato y hace más fáciles el referéndum, la iniciativa popular y las consultas. Ahora, los diputados de Movimiento Ciudadano se comprometieron a colaborar con la iniciativa civil "Haz tu ley", una página web hecha por distintas asociaciones para que cualquier ciudadano mande sus propuestas legislativas.

La tendencia es, por todas partes, permitir que los individuos participen como tales, como individuos, sin necesidad de formar parte de un partido político, en las decisiones de gobierno. La tendencia es pulverizar los mecanismos para agregar intereses y permitir que la suma de votos individuales tiren gobiernos, rehagan leyes, cambien tarifas en reglamentos y opinen sobre el proyecto de un basurero.

Yo sé que suena bien. Pero hay que tener mucho cuidado con esto. Por un lado, porque la participación, per se, no es un valor. En un linchamiento participan los ciudadanos y lo hacen, ojo, con razones que les parecen válidas y legítimas. En un régimen populista también hay participación ciudadana canalizada, y los regímenes fascistas han hecho uso de las pasiones civiles para fortalecerse.

Nuestras instituciones políticas tienen muchos anacronismos, piden a gritos una sacudida, una buena limpiada. Pero con todo y lo sucias que están, son grandes inventos humanos. Los partidos, las elecciones, la representación legislativa, el voto periódico, la libertad de asociación, la libertad de prensa, los jueces, las leyes, no son inferiores a la suma de 10,000 ciudadanos organizados a través de una aplicación digital. No sólo no son inferiores, sino que son los canales y los espacios que pueden hacer eco de las inquietudes de esos 10,000 ciudadanos. Con todo y lo tortuosos, tramposos y políticamente convenencieros que son, al menos existen canales para juzgar a un político. No hay canales para juzgar a las masas.

La otra tendencia que parece noble es la de hacer leyes. Leyes y reglamentos para todo. Para poner topes. Para hacer una nueva constitución. Para castigar más cosas. Para regular más la vida. Para cobrar más. Para la escuela, la bicicleta, la vida privada, el matrimonio, la muerte, el cigarro, las papitas, la información. Francamente es aterrador: la verdadera vocación del individuo debería ser desregular, no regular. Regular es darle armas al Estado para intervenir, y hacerlo con la bandera de la participación ciudadana suena esquizofrénico, pero no sólo eso: hace caso omiso del orden constitucional vigente, que incluye una protección pro hominem tan completa con leyes locales, federales y tratados internacionales, que es ocioso escribir más pergaminos. Ni los ciudadanos ni los representantes que los ciudadanos eligieron como diputados, deberían hacer más leyes. Deberían deshacer leyes, derogar artículos y quitarle capas a las instituciones.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 10 de febrero de 2016).

El populismo es un adjetivo calificativo político, utilizado para designar corrientes de opinión caracterizadas por su espíritu controvertido de agresión a las oligarquías, su repudio a los partidos políticos establecidos tradicionales, su denuncia (discursiva) de la corrupción política; ataca a las clases privilegiadas y en supuesta apelación al "pueblo" como fuente de poder.

El populismo en México está asociado con el aprovechamiento de la credulidad de la gente a la que le hacen promesas materialmente imposibles de cumplir, como hacer que paguen los que se encubrieron indebidamente en el Fobaproa, cuya constitución estaba diseñada para apoyar crisis bancarias financieras y, aprovechándose de esta condición, los banqueros metieron créditos de empresas solventes. Esta corriente discursiva no tiene más que un propósito: llegar al poder, como ya está comprobado que lo hizo Chávez en Venezuela, y Kirchner en Argentina y lo está intentando el millonario libidinoso Donald Trump, cobijado por el partido más radical y retrógrado de los Estados Unidos: el Republicano. Otro populista famoso que trastrocó al mundo fue Adolfo Hitler, quien con singular verborrea arrastraba multitudes difundiendo mensajes que todos querían oír pero sin dejar entrever sus verdaderas intenciones, hasta que el mal causado ya no tuvo remedio. El populismo se escuda en una adulteración de la democracia.

El populista se personifica como un líder carismático, establece contacto con el pueblo, arrastra las masas, las convence, las hipnotiza, va en contra de las instituciones. "Al diablo con las instituciones", "al diablo los partidos políticos", son frases comunes que forman parte del discurso pero que no pasan de ahí. No podemos mandar al diablo ni a las instituciones ni a los partidos políticos, lo que si podemos hacer es moralizar y corregir las instituciones y los partidos políticos.

Para desenmascarar a un líder populista, basta con ver cómo se comporta, qué es lo que hace, y cómo vive; no qué es lo que dice, ni qué es lo que promete. Las promesas son parte esencial del populismo: terminar para siempre con los problemas del pueblo, ofrecer trabajo bien remunerado para todos, fortalecer nuestro peso, terminar con las devaluaciones, rebajar a 50% o más los sueldos de la burocracia, acabar con los aviadores que cobran sin trabajar, rebajar los impuestos.

No es lo mismo ser un "líder popular" a ser un líder populista. Lázaro Cárdenas, López Mateos, y Ruíz Cortines fueron presidentes populares sin acudir a la demagogia populista. Luis Echeverría y López Portillo actuaron como líderes populistas y desquiciaron la economía del país.

El líder populista es carismático, versátil, se mimetiza con el pueblo, es cambiante; puede modificar su discurso de acuerdo con las circunstancias; puede ser agresivo, mesiánico y hasta amoroso, según las circunstancias. No hay nada más peligroso para un país que caer en manos de una alimaña populista.

México no necesita de un líder populista para corregir las desigualdades sociales, requiere de un político honesto, capaz, recto, veraz y enérgico para meter en cintura a los revoltosos, a los delincuentes y a los rapaces que amenazan la paz pública y se enriquecen con el esfuerzo del pueblo.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.12-A del periódico El Informador del 18 de febrero de 2016).

En todo el mundo los jóvenes votan en una proporción mucho menor que los adultos, sobre todo los mayores. Será porque creen que la supuesta democracia cibernética es sustituto a la muy imperfecta pero real e inevitable del sistema electoral, y aunque tal vez un día lo sea ese momento no parece estar nada cerca. En efecto, firmar peticiones en línea es notoriamente menos eficaz que elegir un legislador preparado y comprometido.

Marco Provencio
(v.pág.4 del periódico Milenio Jalisco del 26 de febrero de 2016).

Hace 20 años, Michelangelo Bovero publicó en la revista Este País un erudito, juguetón y provocador artículo al que tituló "Kakistocracia: la pésima república" (abril de 1996). Recordaba que Polibio (más o menos 150 años antes de Cristo) había postulado que las formas políticas se transformaban en su contrario y que el ciclo parecía responder a una ley de hierro, inescapable. Escribía Bovero resumiendo a Polibio: "cuando la monarquía real, 1a. forma buena en la que ha evolucionado el originario poder natural del más fuerte, se corrompe y se transforma en tiranía, ésta es sustituida por la aristocracia, el gobierno de los mejores que liberaron la ciudad del tirano; a su vez corrompiéndose, la aristocracia cambia en oligarquía, el gobierno de pocos ricos, ávidos y acaparadores, contra lo cual el pueblo instituye la democracia, en su forma buena de gobierno de las leyes; pero ésta degenerando en la ilegalidad se transforma en oclocracia, el gobierno brutal de la plebe, de la muchedumbre, que al final 'reencuentra un amo y un monarca'". Tratando de diseñar un remedio a dicha espiral que a 1a. vista parecía insalvable, Polibio, apoyándose en Licurgo, buscó conjugar los valores -la cara virtuosa- de las 3 formas simples de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia) y dar paso a un régimen mixto que produjera paz, armonía, estabilidad.

Sin embargo, el ejercicio que hacía Bovero, preocupado por lo que veía en la Italia de Berlusconi, era el inverso. Pensar en que a lo mejor lo que se estaba viviendo era no la conjunción de las virtudes de las formas de gobierno sino la mixtura de la cara degenerada de las mismas: tiranía, oligarquía y oclocracia.

Tomaba a un personaje de Aristófanes de la comedia Los Caballeros llamado Agorácrito, para ilustrar el rostro siniestro de la democracia, el componente oclocrático. Se trataba de "un encantador plebeyo" llamado a ser "el salvador de la ciudad y de todos nosotros". Un hombre al que se le ha dicho que "para gobernar al pueblo no se requiere de alguien bien instruido, ni de buenas costumbres, ¡se requiere un ignorante, un desvergonzado!". Cuando éste duda y se pregunta "¿Cómo pudiera yo ser capaz de gobernar a mi pueblo?", su empleado le responde: "Es muy simple: lo que antes has hecho sigue haciéndolo. Alborota... revuelve todos los asuntos públicos. Cautiva siempre al pueblo: gánatelo con palabras bien cocinadas; tienes todo lo que se necesita para ser un demagogo: voz obscena, orígenes oscuros, vulgaridad. Posees lo que se pide para gobernar".

"Respecto a la figura del oligarca -escribía Bovero-, 2a. componente de nuestra rníxis perversa", rescataba el 8o. libro de La República de Platón, en el cual aparece "el rico que en cuanto tal adquirió poder político". "El argumento con el que se autolegitima el oligarca es muy simple: 'los que poseen las riquezas son también estupendos para gobernar' (Tucídides)". Y citando a Teofrasto (Caracteres) apuntaba: "el carácter oligárquico consiste en una avidez de dominio que se inclina siempre al poder y a la ganancia". "En Platón es la decadencia de los principios de la virtud y del honor lo que abre las puertas al régimen oligárquico y fabrica hombres que 'aspiran a las fortunas, ensalzan al rico, lo admiran y lo elevan a las magistraturas'". Y no es de extrañar que dado que los pobres y los ricos viven en el mismo lugar (juntos pero no revueltos), "el pueblo se vuelve coautor de la oligarquía" (Isócrates).

El 3er. elemento del retorcido coctel es el tirano. Y para ilustrarlo, Bovero acudió a la breve semblanza que Tácito efectúa de Elios Seiano en los Anales: "Soportaba las fatigas, era de ánimo audaz; hábil en esconder sus cosas, en cubrirse a sí mismo, en disimular; está presto para erigirse en acusador de los demás, conjuntaba la adulación (para con César) y la arrogancia... Dentro de sí mismo cobijaba un inmenso deseo de conquista".

Si el intento de Polibio era el de conjuntar elementos de 3 regímenes políticos distintos "para sustraer a la ciudad del destino natural de la degeneración y de la decadencia"; Bovero jugaba con la idea de que la figura del nuevo déspota se alimentaba de los "insumos" funestos de esas mismas formas de gobierno: "al mismo tiempo amo y señor, autoritario y carente de leyes y frenos" (tirano, oligarca y demagogo). La candidatura de Donald Trump, que empezó siendo o pareciendo un mal chiste, hoy es algo más que un síntoma preocupante, es una realidad en marcha y con apoyo sustantivo.

José Woldenberg
(v.periódico Reforma del 3 de marzo de 2016).

Pensar que los políticos demagogos y populistas son patrimonio de los pueblos subdesarrollados es un prejuicio carente de fundamento.

La sociedad humana arrastra consigo miedos y ansiedades ancestrales que no dependen del avance tecnológico sino de su misma precariedad, es decir, siempre estamos temiendo perder lo que hemos logrado o deseando alcanzar lo que todavía nos falta aunque no lo necesitemos.

Esta realidad se da lo mismo en los países más ricos que en los más pobres, y constituye la base sobre la cual pueden bregar ampliamente los políticos demagogos y populistas. Por populismo estoy entendiendo aquí el conjunto de problemas o condiciones más sensible para la mayoría de la gente, y la facilidad con la que se pasa enseguida a identificar las amenazas, los enemigos, los fautores que pueden quitarnos o impedirnos tener lo que ya poseemos o buscamos. La demagogia viene cuando un líder político, advirtiendo cuales son en el momento presente esas ansiedades sociales, las explota o aún cultiva y exacerba, ofreciéndose además como el único que puede dar una solución rápida y contundente; la respuesta de los sectores más proclives a generar estos miedos, odios, racismos o discriminaciones no se hace esperar, el demagogo ha encontrado a las personas y grupos de su nivel, son el uno para el otro.

Diversos literatos latinoamericanos nos habían llevado a pensar que este populismo demagógico era eminentemente latino, de ahí que las dictaduras de este corte hubiesen sido tan frecuentes entre nosotros hasta construir un estereotipo: poder absoluto y paternalismo sentimental, discursos vehementes y militarismo de base, linchamientos permanentes y ausencia de resultados en aquello en que justamente se los esperaba.

Hoy podemos constatar que aun en sociedades que se ostentaban como el mejor ejemplo de progreso democrático y elevado perfil de sus liderazgos políticos, el populismo y la demagogia tienen también derecho.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 6 de marzo de 2016).

Un aire recorre el mundo: el del repudio a la política tradicional.

Ya sea el PSOE, el Partido Republicano o ese trío de organizaciones que dominan el espectro político mexicano, la forma tradicional de hacer política sufre ante el hartazgo social hacia un gueto de personajes que tienen poca referencia y cercanía a los ciudadanos. La sociedad, harta de ellos, ha volteado a ver a una nueva clase de activismo donde el péndulo va desde el "inocente" -entrecomillado porque en política no existe tal cosa- hasta el colmilludo que encuentra en estas salidas la supervivencia o la oportunidad de rebasar a todos.

Gonzalo Oliveros
(v.pág.14 del periódico Milenio Jalisco del 11 de marzo de 2016).

Dos fueron los riesgos que trataron de evitar los Padres Fundadores de los Estados Unidos en la Convención de Filadelfia de 1787: la autocracia y la tiranía de la mayoría. Para salvar el primero introdujeron los frenos y contrapesos en su doctrina de la separación de poderes, así como la elección indirecta del Presidente de los Estados Unidos. Para eludir lo otro introdujeron una 2a. cámara; otorgaron poderes de veto a su presidente, y crearon un poder judicial fuerte e independiente que sometiera al imperio de la ley a los otros 2 poderes.

En la elección del presidente buscaron 2 objetivos: 1.- que fuera producto de un cuerpo de élite (el Colegio Electoral) que decidiera conforme a la razón y no a la pasión; y 2.- que el presidente, al ser electo de forma indirecta, no alimentara una democracia de tipo cesarista, interpelando directamente a un electorado popular que lo eligió directamente. Con el correr del tiempo, la política de partidos hizo que el Colegio Electoral no deliberara y solo validara una elección ya realizada, con todas las pasiones e irracionalidades de cualquier democracia directa.

En el año 2001 el politólogo norteamericano Roberth Dahl en su libro ¿Es democrática la Constitución de los Estados Unidos? llamaba la atención de que a los norteamericanos lo que les importó fue crear un país de leyes y una república aristocrática (lo que de ninguna manera es cualquier cosa), y no propiamente una república democrática: la palabra democracia no aparece ni una sola vez en su constitución.

Su invención del federalismo y de lo que con el correr del tiempo se conocería como régimen presidencial, resultó impecable. Sin embargo, su diseño de un sistema democrático -si es que lo hubiera llegado a haber-, fue defectuoso o estuvo ausente. Terminaron con una monarquía despótica y crearon una república. Sí, pero una república en la que sus Padres Fundadores poseían esclavos; las mujeres no tenían derechos políticos; los negros no gozaban de derechos humanos; y las minorías autóctonas eran perseguidas o exterminadas. Aberraciones que no terminaron de corregirse sino hasta bien entrado el siglo 20, a través de sucesivas enmiendas a su constitución.

Ahora, con Trump, ese es el pueblo norteamericano que ha renacido: el del viejo gringo que ideó y diseño una república elitista, esclavista y segregacionista. Un país en el que se apliquen leyes, aunque no necesariamente tenga un Estado de Derecho; en el que más que afianzarse como democracia degenere en una kakistocracia, en la que uno de sus líderes obtiene adhesiones prometiendo cancelar derechos y libertades.

Los Estados Unidos están demostrando tener una de las democracias más imperfectas e indefensas del mundo, al carecer de mecanismos -que sí tienen otros países como Alemania o España- para impedir que bajo sus procedimientos se conciten apoyos para aniquilar a la misma democracia. Una democracia que alimentando odios ha permitido que haya renacido el viejo gringo y Hitler.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 12 de marzo de 2016).

De nada sirve mandar a la clandestinidad las ideas que no nos gustan, por más abominables que sean. La democracia, como sistema que se cimienta en la libertad de expresión, es o debe ser lo suficientemente sólida como para disputar la arena pública y alertar de lo que significan mensajes como los de Gerardo Ortiz, los grupos de reggaetón o las películas que deifican a los criminales. Prohibir, o censurar, significa asumir que en la plaza pública esas narrativas son más atractivas y eficaces, que aquellas que se pueden construir desde la honestidad, el respeto, el Estado de Derecho, la igualdad y la justicia. Si no somos capaces de convencer, como sociedad, a esos millones y millones de simpatizantes de mensajes de odio como los de Gerardo Ortiz, entonces nuestro problema es aún más complejo. No hay un futuro que vender, no hay un horizonte con el cual seducir.

Es cierto, la libertad de expresión es un derecho con límites. Como sabemos, demarcar su espacio de acción es una labor casi titánica. Ninguna sociedad se pone cien por ciento de acuerdo en este asunto. ¿Es libertad de expresión que se emitan series en donde el narcotraficante es el símbolo del éxito a través de someter a los políticos y de corromper a toda la sociedad? ¿Es libertad de expresión que los cantantes de reggaetón hagan de la mujer un objeto que sólo sirve para encender las pasiones de los hombres? ¿Es libertad de expresión que el público del estadio entone un grito homofóbico cada que un portero va a despejar la pelota? Es muy difícil trazar la línea, es un asunto de grados y cada caso implica consecuencias totalmente distintas.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 3 de abril de 2016).

En los últimos años hemos observado una migración paulatina pero constante, de grupos de votantes hacia políticos no tradicionales, radicales o anti sistémicos. Son movimientos globales. Ejemplos abundan: España, Francia, Grecia, Venezuela, Guatemala, Brasil, y ahora Estados Unidos, entre otros. Los une un descontento generalizado derivado de las más diversas razones. Una de ellas es la frustración ocasionada por crisis económicas, que se vienen repitiendo desde hace una década. Estas han generado gran ansiedad y tensión entre sus habitantes con respecto a lo que nos depara el futuro.

En un mundo globalizado la información se expande en forma instantánea y esto exaspera aún más este descontento, incubando grupos radicales. Éstos quieren elegir personas que no necesariamente tienen experiencia política. Como dijo David Brooks en su columna del New York Times "The Governing Cancer of our time", quieren "políticos fuereños". A éstos los une una misma ideología. Están dispuestos a pisotear las reglas que dan legitimidad a la toma de decisiones legislativas, si eso les ayuda a conseguir el poder. Finalmente, no reconocen nada y a nadie. Quieren el triunfo para ellos mismos y para su doctrina. El resultado final es invariablemente una profunda polarización de la sociedad que conspira contra el crecimiento y el bienestar.

Algunas características de estos movimientos son: 1) retóricas de estilo golpeador que imposibilitan cualquier conversación. 2) decadencia de los partidos tradicionales y creación de nuevos, 3) búsqueda de salvadores mesiánicos que actúan como superhéroes. Lo atractivo de los fuereños son sus discursos de promesas desorbitadas que crean expectativas extremadamente altas. Recordemos que nada crece más rápido que las expectativas y cuando éstas no se cumplen, los votantes se desilusionan y se vuelven cínicos.

Esta tendencia tendrá y en algunos casos ya tiene, efectos negativos que lleva a las democracias a una espiral descendente. Cuando se eligen políticos sin habilidades, experiencia o con escasas competencias, suelen nacer gobiernos disfuncionales, lo que conduce a tener un mayor disgusto con el gobierno, que conlleva a querer más fuereños. La política tradicional se encuentra en retirada y el autoritarismo va al alza.

El problema grave es que estos movimientos anti "establishment" muestran las falencias de las democracias que son visibles para todos. Los ejemplos están a la vista. Recordemos lo que ocurrió después de la primavera árabe. Una consecuencia peligrosa de estos movimientos es que se basan en feroces críticas que no aceptan discusión porque se presumen como la última gran verdad. Este puñado de "verdades" termina, en algunos casos, por convertirse en dogmas. Y entonces el problema se vuelve todavía más complejo y peligroso porque por las ideas se discute, pero por los dogmas se mata.

Jacques Rogozinski
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 4 de abril de 2016).

Frente a la imparable progresión de eso que ha sido definido como una "guerra civil mundial", el estado de excepción tiende cada vez más a presentarse como el paradigma del gobierno dominante en la política contemporánea.

Giorgio Agamben
("Estado de excepción", Adriana Hidalgo editores, 2004).

El poder, ya sea económico o político, siempre tiene la tentación de esconder e invisibilizar los hechos que no le convienen.

La democracia no puede existir sin medios que fiscalicen no sólo a los políticos, sino también a los empresarios, dirigentes sociales y hasta a los deportistas. El periodismo cumple una función democrática de 1er. orden, recordando a Jefferson: "Prefiero periódicos sin Gobierno, que Gobierno sin periódicos".

Las revelaciones de los "Papeles de Panamá" demuestran las diferencias tan grandes que hay en materia de rendición de cuentas entre los distintos países. En Islandia, el 1er. ministro tuvo que renunciar, más por haber mentido que por su sociedad de ultramar.

En México, a lo máximo que llegó el SAT es a comprometerse con una investigación a los mexicanos que aparecen en las filtraciones. Al final, lo importante de revelaciones de esta magnitud es dimensionar lo que significan los paraísos fiscales y lo funcionales que resultan para que una élite mantenga sus privilegios y esconda la suciedad debajo del tapete. Las revelaciones seguirán apareciendo, aún faltan muchos nombres por aparecer. Esto parece ser sólo la punta del iceberg de una trama global de defraudación y blanqueo que desnuda de cuerpo entero a la élite mundial.

Enrique Toussaint
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 10 de abril de 2016).

El adanismo ha sido una de las grandes desgracias de América Latina. Cada gobierno quería empezar desde cero, haciendo tabla rasa de todo lo conseguido por su predecesor. Esta falta de continuidad nos ha hecho vivir en lo inestable y lo precario, porque los esfuerzos se frustraban cuando acababan de empezar.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 17 de abril de 2016).

Me parece una buena utopía el Consejo de los Ancianos, se remediarían todos nuestros males políticos; se eliminarían los partidos políticos, nos ahorraríamos 3,953 millones de pesos de subsidios para este año, más 2,826 millones de pesos del Tribunal Electoral que sólo sirve para dirimir discrepancias entre los partidos, más otros cientos de millones de pesos de los Consejos Electorales Estatales. El INE nos costará este año 15,473 millones de pesos. Ante el aumento de la población en edad avanzada habrá que pensar en otras formas de gobierno.

El Consejo Nacional de Ancianos podría tener 300 miembros y los Consejos Estatales 30. Los requisitos para formar parte de estos consejos serían: ser mayor de 65 años, gozar de buena salud, no haber sido acusado de delito alguno, tener medios económicos para subsistir porque el cargo sería honorífico y hasta los 90 años. Ser de reconocido prestigio en su medio por haberse distinguido por sus servicios a la comunidad y aprobar los exámenes de control de confianza. Tendría facultades para nombrar presidente, jueces y magistrados y para removerlos cuando fallan o se corrompen.

Como antecedentes tenemos múltiples ejemplos desde los consejos tribales de ancianos hasta el Consejo Francés, pasando por el Consejo Griego.

Los primeros consejos de ancianos de que se tiene noticia son el de los nómadas Aire, conocidos también como gerontocracia. Las tribus mesoamericanas daban un poder especial a los ancianos, se les consideraban como sabios, como la persona que conocía la verdad y la trasmitía a quienes estaban cerca de él. En ellos estaba el recuerdo, y la previsión del futuro. También tenían la facultad de otorgar el poder. En las sociedades antiguas era un privilegio llegar a una edad avanzada, dado el bajo índice del promedio de vida que era de 30 años, pensaban que sólo se podía llegar a una edad avanzada con la ayuda de los dioses y por eso se les veneraba.

En la cultura judeocristiana, en el libro de los Números encontramos la descripción de la creación del Consejo de Ancianos conformado por 70 varones ancianos del pueblo. En cada ciudad había un Consejo todopoderoso y sus decisiones religiosas y judiciales eran incontrarrestables. En Francia el Consejo de Ancianos era asamblea legislativa constituida en 1795, elegía a los miembros del directorio y compartía el poder legislativo cuyas leyes aprobaba o rechazaba, estaba formado por 250 miembros que deberían tener una edad mínima de 40 años y estar casado. Se renovaba una tercera parte cada año. Fue suprimido por Napoleón.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 5 de mayo de 2016).

En un medio en el que la política profesional se ha envilecido, no son pocos los ciudadanos que piensan que es deseable la prevalencia de los tecnócratas sobre los políticos. Ellos no pronuncian frases para los mármoles o para la historia; hablan poco; no agitan banderas partidistas ni se desgañitan en discursos ideológicos en mítines y marchas. No prometerían visiones políticas engañosas y soluciones milagreras a todos los problemas, sino al menos la modesta seguridad de una realidad más llevadera.

Flavio Romero de Velasco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 14 de mayo de 2016).

El respetado politólogo Francis Fukuyama dijo que la corrupción es el tema que definirá el Siglo XXI, y que aunque una mayoría de las naciones del mundo aceptan la legitimidad de la democracia y cuando menos pretenden tener elecciones competidas, lo que realmente distingue un sistema político de otro es el grado en que las élites gobernantes buscan usar su poder en servicio del interés público o simplemente para enriquecerse ellos mismos, sus familias o sus amigos. Éste es un problema que pudiera encontrar ejemplos en México.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 17 de mayo de 2016).

La idea de tirar al gobernante en turno, sin mecanismos institucionales compensatorios, es propia de una sociedad ingenua. Una sociedad que considera que un gobernante elegido en democracia, cuyas acciones pueden ser revisadas en tribunales, cuyo presupuesto puede ser limitado por un congreso, cuyas perversiones pueden ser acotadas por las leyes locales, federales y los tratados internacionales y cuyos anhelos electorales son acompañados o abandonados por un partido político, es un tirano que hay que quitar a como dé lugar cuando enloquezca y nombre ministro a su caballo.

En un sistema parlamentario, cada vez que el ministro pierde la confianza y se convoca a nuevas elecciones, se mantiene -más o menos- el ejercicio de gobierno a través del parlamento. En un sistema presidencial, el congreso no gobierna: legisla y fiscaliza. Quitar al ejecutivo pone en pausa al gobierno.

Quizá quieran quitar a un gobernante porque sale mal calificado en las encuestas. O porque hizo una fiesta con su hija. O porque hace ridiculeces en las redes sociales. O, como en la Ciudad de México, porque tiene bienes por 43 millones de pesos o porque no controla la contaminación. O digamos que es por algo de eficiencia: no puede contra el narco o no puede contra los ambulantes o no puede contra la inflación. O por ladrón: se está quedando con todo.

Por inepto, por corrupto, por repugnante, nos saltamos todas las instancias que lo juzgan, hacemos a un lado a los diputados locales, quitamos a la procuraduría, eliminamos de un plumazo la responsabilidad política, hacemos caso omiso de la planeación estratégica y lo quitamos de la silla.

Y luego... ¡ah sí! Convocamos a otras elecciones para nombrar a un nuevo gobernante que actuará con el mismo congreso y los mismos poderes fácticos y la misma debilidad de tribunales que el anterior. Está increíble, qué buena idea. No podemos juzgar a los gobernantes, no podemos impedir sus abusos y entonces mejor vamos al extremo de quitarlos. Una y otra y otra vez, porque seguiremos sin impedir los abusos. Ya cuando nos harten, los quitamos.

A ver, la indignación está plenamente justificada, pero la solución es francamente ridícula: no construye instituciones que puedan ser dirigidas por mejores personas, no abona a la responsabilidad política y no hace mejores gobiernos. ¿Quieren quitar a un gobernante o quieren tener un gobierno más delgado y delitos juzgados de verdad?

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 18 de mayo de 2016).

¿Una elección como la del Constituyente de CDMX con una participación de 28.36% puede ser válida?

Lo deseable sería que cuando la participación del cuerpo electoral sea inferior a 50%, se declare nula la elección al cargo de que se trata, y si en la 2a. convocatoria no vuelve a participar más de la mitad de los electores, se declare vacante la representación. Dado que esto no se aplica, se establece la 2a. ronda electoral para que en ella resulte electo quién obtenga la mayoría absoluta de los votos, al margen del porcentaje de participación electoral.

No obstante, la 2a. ronda electoral en una democracia presidencial también tiene sus desventajas.

1) Produce resultados sumamente cerrados, que pueden provocar un conflicto político de imprevisibles consecuencias sí en ese país entre los actores políticos no existe la cultura de la aceptabilidad de la derrota, aunque sea por [un] voto.

2) Genera presidentes o ejecutivos sin apoyo congresional -lo que se conoce como gobiernos divididos- por el hecho de que en la 1a. ronda se configura el congreso y en la 2a. sólo el ejecutivo.

3) En la 1a. vuelta se vota por quién quieres que te gobierne y en la 2a., por quién no quieres que te gobierne, con todas las implicaciones que ello puede tener para la defraudación de las expectativas del electorado.

Javier Hurtado
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 11 de junio de 2016).

La derecha preconiza que la libertad de mercado dará igualdad de oportunidades para todos, pero en la práctica vemos que sólo se han creado monopolios y oligopolios, mientras que otros pasan a engrosar las filas de la miseria. Entramos al siglo XXI con una economía formada por una derecha acaparadora de la riqueza y una izquierda que no pudo cumplir sus promesas de igualdad.

El pueblo se siente traicionado por sus líderes populistas: en Bolivia han habido protestas contra Evo Morales, se le acusa de traicionar a la población indígena; en Venezuela no hay alimentos, ni trabajo; en Ecuador hubo protestas contra la Ley de Herencias con la que se trató de compensar la falta de ingresos por la baja en el precio del petróleo; Nicaragua ha implementado un socialismo del siglo XXI con la ayuda de Venezuela que la dejó colgada; en Argentina el kischnerismo hizo mucho daño y acabó mal; en Brasil se degeneró en la corrupción del Partido del Trabajo. Toda la región latinoamericana se ha visto afectada por la crisis de Venezuela y la baja del precio del petróleo y por no recibir los apoyos del gobierno para combatir la pobreza.

Al momento de gobernar tanto los de la derecha como los de izquierda se comportan igual; al gobernar buscan sus beneficios y traicionan al pueblo; la derecha es muy conservadora en cuanto a los beneficios sociales, en tanto que la izquierda es muy reacia a la apertura del mercado. La igualdad de oportunidades se tergiversa a mediados del siglo XX, Perú con el aprismo, Cuba con el castrismo, Brasil con el muro de Sao Paulo, Venezuela con el bolivarismo, Argentina el kirschnerismo. Todos desembocaron en monopolios y oligopolios. Todos fueron llevados a esta doctrina del fracaso por los líderes populistas que se caracterizan por decirle al pueblo lo que quiere oír pero que en la práctica ha resultado imposible de cumplir.

Lo que es de extrañar es que la gente no entienda que esta escuela demagógica sólo puede llevar a la ruina y al fracaso. Ahora tenemos en puerta a 2 populistas que van a arrastrar a las masas poco pensantes: Donald Trump y Andrés López Obrador.

No toda esperanza está perdida, lo que es lamentable es que no se disponga del tiempo necesario para implementar una nueva corriente económica que nos salve del desastre. En varios países se están formando partidos liberales que aún no han tomado el poder, habría que ver una vez que lo consigan -ese día llegará por el hartazgo de la gente contra los actuales partidos-, si se comportarán con honestidad, transparencia y no traicionarán a sus votantes.

La 3a. solución se vislumbra en la doctrina del Libertarianismo que toma la libertad del socialismo de la izquierda y la ideología de libertad económica de la derecha. Brasil ya tomó la estafeta y fundó el Partido Novo. En otros países de América se están formando partidos liberalistas.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 16 de junio de 2016).

La política supone reconocer al otro como digno de existir. A diferencia de la naturaleza implícita en los actos terroristas, que quien no piensa como yo debe ser exterminado, la democracia parte de la legitimidad del otro, de asumir que mientras las posturas políticas respeten los derechos humanos y la dignidad de las personas, cualquier ideología es válida y defendible. Sin embargo, la narrativa política de la actualidad, incluso de partidos políticos que se asumen como democráticos, no parte de entender al otro como un adversario legítimo. El discurso de Trump en Estados Unidos, por ejemplo, está más cerca del fanatismo, de considerar a aquellos que no piensan como él como "enemigos de América", que de una narrativa democrática que dote de legitimidad al adversario. La política es política cuando hablamos de adversarios o rivales, no cuando hablamos de enemigos que suponen un antagonismo irresoluble.

"Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar", dice Amos Oz en este estupendo relato que se titula "contra el fanatismo". Es difícil discrepar con el escritor israelí. El fanatismo es obligar al cambio a quien piensa distinto, y siempre tener abierta la puerta de la violencia como una forma de expresión política. El fanatismo es la raíz del terrorismo, su explicación política. La única salida sustentable, aunque el horizonte sea al día de hoy demasiado lejano, es apostar por el fortalecimiento de la democracia, su profundización y ampliación. Existe un gran desencanto con la democracia, por el simple hecho de que muchos ciudadanos la ven como una forma que tienen las élites para imponerles decisiones a los ciudadanos. Recuperar la democracia o disputar la democracia, como lo escribiera Pablo Iglesias, es simplemente entender que un sistema político debe tener la capacidad de incluir y no excluir, respetar y no discriminar, consensuar y no imponer. Ser fanáticos de la democracia supondría construir un entramado de decisiones políticas que fuera un escudo eficaz ante los discursos del odio y la negación del otro. No hay más, ceder ante los chantajes de la "seguridad" y el sacrificio de las libertades, sólo abona a construir un mundo más desigual, desconectado, y permitir que los fanáticos y terroristas construyan ese estado de sitio en donde todos tememos. El sueño que nos vendieron los liberales no existe, el mundo de las ideologías sobrevivió y goza de cabal salud. El odio y la violencia, esos son los cánceres que se deben combatir desde la democracia.

Enrique Toussaint
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 19 de junio de 2016).

La democracia no dice que la mayoría tiene automáticamente la razón, sino que apuesta porque la razón alcance el apoyo de la mayoría. Una opinión no es respetable porque sea "mía" o "tuya" (nada más imbécil que proclamar igualmente "respetables" todas las opiniones), ni mucho menos porque sea oficialmente lo que dice la izquierda o la derecha, que bien pueden ser en ocasiones formas simétricas de equivocarse.

El que sólo pide que el contrario se convierta a su fe o amenaza con la frase que Voltaire convertía en santo y seña del fanatismo ("piensa como yo o muere") no está facultado para el debate democrático. Pero también los oyentes deben aportar su parte, es decir ser capaces de dejarse persuadir por las razones y también de distinguir entre éstas y los exabruptos o embelecos. Ante quien no está dispuesto a atender a razones es inútil y fatigoso razonar. Pero ni ser persuasivo ni ser persuadible son rasgos espontáneos del ser humano: son disposiciones que la educación democrática tiene que despertar y fomentar para el buen funcionamiento de la deliberación cívica.

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 26 de junio de 2016).

Desde la perspectiva mexicana, alimentada por una tradición de corrupción, autoritarismo y torpeza de la clase gobernante, parecería idílico que los asuntos más trascendentales para la sociedad se decidieran por consenso de los ciudadanos. "Vox populi, vox Dei" (la voz del pueblo es la voz de Dios), reza el adagio... aunque algunos pensadores han cuestionado la validez de dicha sentencia; Lamennais, por ejemplo, se planteaba "¿Cómo se concibe que por mayoría de votos se determine lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto?".

En un país bien gobernado, las más graves decisiones son tomadas por una minoría de ciudadanos a los que se supone conscientes, ilustrados, comprometidos con la sociedad y con la alta responsabilidad de ser -con todo lo que ello implica- auténticos, genuinos y legítimos representantes populares. Por eso, parafraseando a George Bernard Shaw, vale decir que "La democracia sustituye las decisiones que toma una minoría corrompida, por las que toma una mayoría incompetente".

Jaime García Elías
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 28 de junio de 2016).

Platón, después de la ejecución de Sócrates, consideraba a la democracia un régimen estructuralmente corrupto, pero no porque lo fueran los políticos, sino porque es un sistema basado en la retórica y el comercio de opiniones que carece de defensas contra la demagogia.

Alfredo C.Villeda
(v.pág.2 del periódico Milenio Jalisco del 1o.de julio de 2016).

Más allá de lo meramente económico o financiero, lo ocurrido [con el Brexit] involucra la teoría de la soberanía y de la democracia: si bien se fortalece el Estado-Nación, la concepción de un pueblo soberano y sabio no sujeto a limitaciones de ninguna especie en su toma de decisiones se ha visto severamente cuestionada. Al demostrarse que el pueblo podrá ser soberano, mas no sabio, se impactó también la teoría de la democracia, generando una auténtica revolución copernicana en el campo de la teoría política.

Lo ocurrido obligará una revisión de estos supuestos para vislumbrar lo que podría llamarse como una "soberanía compartida", aunque el concepto en sí mismo encierre una contradicción al paradigma clásico que la considera como única e indivisible. Seguramente habrá de revisarse cómo armonizar el ejercicio popular de la soberanía con la democracia representativa.

Otro resultado habría sido si para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea se hubiera establecido un esquema de decisión nacional más racional, que conciliara el voto popular con el voto de órganos representativos de esa misma nación como el Parlamento, la Cámara de los Lores, los representantes ingleses ante el Parlamento Europeo, e incluso la jefa del Estado que es la reina Isabel II. Y si estas instancias intervienen, podrían establecerse porcentajes diferenciados de valor para cada tomador de decisiones, como también para evitar que los que votaron por el "no", junto con los abstencionistas, que en realidad son la mayoría, se les imponga la decisión de una minoría más activa.

Se podrá decir que esto es elitista y antidemocrático. Falso: es más bien genuinamente democrático. Originalmente, a la democracia representativa se le concibió como el gobierno de los mejores, distinguiéndola de la oclocracia, que es el gobierno de una muchedumbre que se mueve por sentimientos, emociones irracionales y caudillos carismáticos (léase populismos); y se diferencia también de la kakistocracia que es el gobierno de los peores.

Desde los debates del Constituyente de Filadelfia de 1776, cuando se valoraba la elección directa o indirecta del presidente de los Estados Unidos, George Mason decía que "dejar en manos del pueblo la delicadísima responsabilidad de elegir al jefe del Estado es tanto como pretender hacerle a un ciego la prueba de colores".

Seguramente se habrá de revalorar el origen censitario de la democracia y el voto ponderado. Ya no será fácil que en el futuro en este tipo de consultas populares se le siga dando el mismo valor a un voto de un anciano que al de un joven, cuando lo que se compromete es el futuro de una nación; o bien, el de un paria, que al [del] que genera miles de fuentes de empleo.

En términos de los sistemas de gobierno, lo ocurrido también cuestiona la supuesta superioridad del parlamentarismo. Si el jefe del Estado es el garante de la unidad, perdurabilidad e indivisibilidad de una nación ¿Qué estaba haciendo entonces la reina Isabel II ante esta situación?; o bien, entonces para que existe en un sistema parlamentario un jefe de estado distinto al jefe de gobierno, o cuál es su función. ¿Cómo esas decisiones se dejan al juego del "toma y daca" de la política de los líderes partidarios sin que haya nadie que pueda estar por encima de esa disputa y llame al orden y la cordura? El silencio sepulcral de la Corona Inglesa la está siendo sometiendo a una dura prueba de su legitimidad.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 2 de julio de 2016).

La democracia, entendida sólo como el sufragio y el respeto a la opinión de la mayoría, no funciona. La democracia existe cuando todos, así sea una minoría de uno, están representados, son protegidos por la ley, y tienen los mismos derechos y obligaciones, sin privilegios ni discriminaciones. El matrimonio igualitario no le está siendo impuesto a nadie; usted va a seguir pensando igual, defendiendo lo mismo y odiando lo mismo que el día de ayer. A usted ningún derecho le está siendo negado ni restringido. Se le está reconociendo un derecho a otros. El matrimonio civil nunca debió llamarse matrimonio, es un contrato de convivencia conyugal. Los reformadores lo llamaron matrimonio para que fuera aceptado. Un contrato de convivencia conyugal da lo mismo si es entre heterosexuales que entre homosexuales. ¿Su opinión es que ninguna pareja homosexual puede criar un niño? Esa es una generalización tan peligrosa como asegurar que todas las parejas heterosexuales pueden hacerlo. La mayoría democrática no tiene en automático la razón; todos nuestros grandes avances como especie se lograron por personas que se opusieron a la opinión de la mayoría. La verdad es la verdad aunque sólo una persona pueda verla. La opinión mayoritaria necesita ser libre, consciente e informada. Los países más democráticos del mundo, atendiendo a lo anterior, son los escandinavos, que tienen de pocos a ningún problema con la comunidad LGBT.

Héctor Javier Viveros Reyes
(v.pág.17 del periódico Milenio Jalisco del 15 de julio de 2016).

La desconfianza en las élites gobernantes a menudo se justifica, pero la pérdida de confianza que ocurre en la actualidad es diferente. Las redes sociales, y la tendencia de internet que nos permite filtrar todo, menos las opiniones con las que ya estamos de acuerdo, convirtieron un debate robusto en un horrible tribalismo intolerante.

Los mismos políticos motivaron la desconfianza. Se puede ignorar a los expertos, dicen; hay sesgo en los hechos. Por lo tanto, el escepticismo se convierte en solipsismo, el temor de que nada es verdad. Y eso me asusta, sobre todo cuando se dirige a las instituciones que dependen de la confianza para su supervivencia.

John Authers
(v.pág.26 del periódico Milenio Jalisco del 29 de julio de 2016).

Las razones del porqué va a llegar son contundentes. Algunas las enumeró recientemente el cineasta Michael Moore, resumiendo que el hombre del gran copete y dotes histriónicas llegará porque representa exactamente lo opuesto al establishment político, del que el norteamericano medio, al igual que el inglés medio, el mexicano medio, la clase media del mundo en general está total y completamente fastidiada.

Ya no se soporta a los políticos, su ambición y sus simulaciones, y es un sentir mundial.

Trump representa la tradición, es hombre y es blanco, y significa cerrar la puerta a la creciente influencia de mujeres, hispanos, afroamericanos, asiáticos y musulmanes. Su contrincante, Hillary Clinton, representa exactamente el objeto de fastidio de la clase media: el establishment político que se ha dedicado a repartirse alternadamente el poder a espaldas de la ciudadanía. En este contexto, el mensaje de Trump contra la política tradicional es muy similar al que llevó a los británicos a votar por el Brexit, a pesar de la falta de proyecto para "el día después", y de que en el contexto del mundo globalizado fue casi un suicidio.

En Estados Unidos la gente de la cultura, de las ideas, del espectáculo, están en contra de Trump, pero lo cierto es que no figuran contra la gran clase media norteamericana que se volcará en las urnas el próximo noviembre y que está más que seducida por el empresario.

Pero cuando llegue Trump el panorama no va a ser tan terrible. Recordar que ya no existen esos sistemas absolutistas que permitieron que locos como Hitler o Mussolini ejercieran el poder total para gobernar. De entrada enfrentará a un Congreso de su país dividido, y a la hora de pretender sembrar el terror encontrará la oposición incluso de miembros de su partido, que entienden que gobernar es mucho más que salir a cazar musulmanes, y que hoy ven en su llegada a la Casa Blanca sólo algo útil para sacar de ahí a los demócratas.

Imagínese además a Trump pretendiendo poner un ultimátum a empresas norteamericanas para que dejen sus instalaciones en todo el mundo y regresen a Estados Unidos para pagar mayores impuestos y costos muy elevados. Antes preferirían cerrar.

A la hora de estar sentado en la oficina oval de la Casa Blanca, Trump tendrá sobre el escritorio temas que son verdaderas bombas de tiempo como el déficit del gobierno, que por mucho que gesticule, grite y haga aparecer a su esposa y sus hijas en televisión es un concepto incontrolable.

Pablo Latapí
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 4 de agosto de 2016).

Se ha dicho que el peculiar sistema de elección indirecta del presidente de los Estados Unidos, implantado desde 1787, tuvo como objetivo principal reducir la posibilidad de que los estados más poblados decidieran quién gobernara ese país. Así, al implantar un Colegio Electoral integrado por un número similar de sus representantes y senadores tan solo atenuaron dicha posibilidad, ya que estados muy poblados como California, Nueva York y Texas reúnen 122 de los 538 electores, superando los 100 que en forma paritaria se le otorgan a los 50 estados, a razón de 2 por cada uno de ellos, sin considerar su población, tal y como se elijen los senadores.

El criterio de fondo para decidir su sistema de elección por un Colegio Electoral no era cuantitativo, sino cualitativo: de lo que se trataba era evitar que una muchedumbre no capacitada eligiera al que debiera cumplir con la delicadísima función de jefe de estado; o bien, que una camarilla con conexiones en todo el país hiciera elegir a alguien, manipulando el voto del pueblo.

Elbridge Gerry y George Mason defendieron en la Convención de Filadelfia la elección indirecta del presidente. Gerry argumentaba que "el pueblo estaba desinformado y podía ser desorientado por algunos insidiosos", por lo que descalificaba el sistema de elección directa, por considerarlo "viciado". Para Mason, remitir al pueblo la elección de su presidente era "como pedirle a un ciego que hiciera la prueba de colores". Curiosamente, ni Gerry ni Mason eran contrarios a los derechos de los gobernados. Ambos se negaron (junto con Edmund Randolph) a firmar la Constitución por no contener una Declaración de Derechos, que gracias a ellos después se incorporó en las 10 primeras enmiendas.

Con el correr del tiempo, la política de partidos y el carácter de compromisarios que adquirieron los electores hicieron que la pretendida elección racional del presidente de los Estados Unidos por un Colegio Electoral libre y deliberante se transformara en una elección popular que hasta antidemocrática puede ser por permitir que el que gane en voto ciudadano no sea el que logre la mayoría absoluta de los compromisarios electorales, tal y como ya ocurrió en 1824, 1876, 1888 y en el año 2000.

¿Puede en 2016 repetirse por quinta ocasión lo ya ocurrido? Lo dudo. Lo más seguro es que ya sea Hillary Clinton o Donald Trump, logre reunir al menos los 270 compromisarios requeridos. El que los 2 reúnan 269 y se dé un empate -como ya ocurrió en 1800- siendo la Cámara de Representantes la que elija al presidente es improbable, aunque no imposible.

Si Trump llegara a triunfar, 229 años habrían tenido que pasar para que se demostrara que tanto Gerry como Mason tenían razón, con la agravante de que ahora no solamente el pueblo no está apto para ejercer esa delicada responsabilidad, sino que el mismo sujeto que puede resultar elegible tampoco es apto para ejercer el cargo, tal como lo reconociera recientemente el mismo presidente Barack Obama.

Cuando esta combinación se llega a dar, conviene entonces repensar en lo que hoy en día se ha convertido la democracia, tal y como hace más de 200 años Gerry y Mason cuestionaron las supuestas ventajas de la elección directa de los gobernantes.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 6 de agosto de 2016).

Aun con las imperfecciones que aún arrastra la mexicana, incipiente aún, es frecuente que en una democracia se pase de la ilusión que generan las campañas, al desencanto, pasadas las elecciones, de los resultados tangibles del ejercicio de gobierno. Y de ahí -la consabida "carambola hecha"- al voto de castigo.

Lo cual demuestra que la democracia, por sí misma, dista mucho de ser la panacea que cure todos los males de un país... y alivie los achaques de todos sus ciudadanos.

Jaime García Elías
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 16 de agosto de 2016).

El Estado del Bienestar quedó atrás en la mayor parte de las naciones, tras los procesos de desregulación, y lo que vino en consecuencia fue el Estado del Malestar. Estamos encabronados, en unos países más que en otros, y con mucha razón. Y este encabronamiento viene de un abandono del Estado del Bienestar, de las políticas dirigidas a garantizar la educación, la salud, los servicios básicos, de un deterioro de la calidad de vida y de la esperanza en el futuro. Vemos que en las naciones donde el malestar es menor es donde justamente el Estado del Bienestar aún sobrevive. Se trata de estados que tienen políticas fuertemente regulatorias, donde existe una mayor equidad, donde la educación es gratuita para todos, igual que la salud, y donde los servicios públicos se han mantenido en un nivel que brindan bienestar a los ciudadanos.

Se trata de naciones donde los impuestos son muy altos pero se garantiza la educación para todos, la salud para todos y el acceso a los servicios públicos para todos. En estos Estados se encuentra uno de los mayores grados de igualdad, es decir, de oportunidades y acceso, donde la cultura se comparte. Si la educación es de calidad no hay la necesidad de ganar más que los demás para pagar una escuela privada que garantice una buena educación; las diferencias salariales son mucho menores. En el caso de la educación, el maestro gana lo suficiente para llevar una vida digna y forma parte de un sector profesional bien reconocido.

En su campaña a la candidatura de los demócratas en Estados Unidos, Berny Sanders, ante quienes lo criticaban de ser comunista , preguntaba si países como Noruega o Suecia eran comunistas y comparaba el nivel de educación, salud y bienestar de los estadounidenses con los ciudadanos de esos países. Por supuesto, los estadounidenses estaban muy por debajo y vienen presentando una caída en su estado de bienestar.

El Estado del Bienestar, que a principios de los 80 todavía podía verse en gran parte de Europa, ahora se está disolviendo. Sobrevive en algunas naciones del norte de ese continente y en otros países de forma cada vez más aislada. Hay eventos, imágenes, que recordamos cuando mencionamos cada uno de estos aspectos. Una de ellas, para mí, es la cita que tuve con un maestro de Filosofía en Barcelona, mientras estudiaba en la universidad. Yo había llegado unos meses antes desde México trabajando en un barco de carga y con una pequeña beca del Instituto de Cooperación Iberoamericano. La cita fue en un bar y él se encontraba platicando con otro hombre sobre política, era un diálogo de iguales, entre el maestro del doctorado de Filosofía y el que después me enteré, era una de las personas que trabajaba en el servicio de limpieza del barrio. Todavía pueden encontrarse en España estas situaciones de igualdad cultural, de educación e información, entre ciertas generaciones. Pero esto irá desapareciendo en las nuevas generaciones al degradarse y privatizarse, cada vez más, los servicios públicos, como la educación y la salud.

La destrucción del Estado del Bienestar se ha provocado por un proceso de desregulación y privatización comandado desde las instancias financieras internacionales que flexibilizaron las políticas competitivas y antimonopólicas, permitiendo una mayor concentración de la riqueza y un mayor control de los mercados globales por un cada vez más reducido número de corporaciones. Las grandes corporaciones convirtieron su poder económico, en un mundo desregulado en poder político, contribuyendo a la muerte de una real democracia. Se fortaleció la ideología contra el Estado como garante del bienestar social y se asumió que el mercado era el mejor regulador. Esto implicó el debilitamiento del Estado y que los grandes poderes económicos se apropiaran de la política. Las regulaciones ambientales, las regulaciones de protección de la salud y la educación pública, junto con los derechos laborales, comenzaron a debilitarse poniéndose como máximo objetivo el aumento de la inversión. El proceso se ha agudizado en las naciones en vías de desarrollo: mayor destrucción ambiental y contaminación, caída de la protección y los servicios de salud y deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores.

Ese Estado del Malestar se agudiza en los países donde la corrupción ha sido reptante, como en México. Entre la inestabilidad de las grandes corporaciones y las bandas de rateros profesionales formados en la política y ocupando los cargos de dirección, la sociedad está secuestrada.

A escala planetaria, las consecuencias globales de esta política son catastróficas en términos ambientales, de salud y de deterioro de la calidad de vida. El sistema económico imperante, que ya ha moldeado los sistemas de gobierno, está provocando una crisis global de inestabilidad política en todo el orbe, se salvan esas naciones donde todavía existe un Estado del Bienestar. Alguien podrá pensar que ciertas dictaduras que sobreviven muestran cierta estabilidad pero sabemos que son sólo una fachada.

El deterioro de la calidad de vida que también ha llegado a la mayor parte de las naciones desarrolladas ha generado una reacción de apoyo a propuestas políticas de ultraderecha que dirigen el descontento hacia los migrantes y hacia las políticas del Estado de Bienestar, cuando es justamente la falta de estas políticas las que están causando la crisis social. El mejor ejemplo es el hecho de que un personaje infame como Donald Trump haya recibido el apoyo para volverse el candidato de los republicanos.

La democracia no existe sin un Estado del Bienestar, ese es el sentido nato de la democracia. La política debe estar libre de conflictos de interés; el poder ejecutivo, como el legislativo y el judicial deben servir al interés público. En muchos terrenos se libran batallas -a escala internacional, nacional y local- por poner nuevamente en el centro del hacer político el interés público.

El Estado del Bienestar requiere un ejercicio del poder enfocado exclusivamente en el bienestar público y para ello se requiere que los tomadores de decisión y las procesos para elaborar las políticas estén libres de conflicto de interés.

Alejandro Calvillo
(v.Sin Embargo del 16 de agosto de 2016).

De hecho, todos los sistemas políticos, incluso los más avanzados, tienen trastiendas ocultas, secretos de estado, cosas que no se dicen, mentiras tenaces; pero la diferencia de tergiversación de la realidad entre las democracias y los sistemas tiránicos y paratiránicos siguen siendo abismales.

Ya conocen la famosa frase de Abraham Lincoln: "Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo". Suena bien y resulta consolador pensar así, pero, a medida que he ido envejeciendo, he visto que la historia se obstina en demostrar lo contrario. Es decir, hay sociedades capaces de engañar a la inmensa mayoría de sus ciudadanos durante todo el tiempo de sus vidas, durante una generación o quizá 2. Sí, seguro que 100 años después habrá investigadores que demuestren la perversidad de sus mentiras, pero ¿de qué sirve eso para la generación que vivió y murió creyendo sin fisuras en el embuste? Y, sobre todo, ¿de qué le sirve eso a las víctimas? Además, y esto es lo peor: hay muchos que no quieren abrir los ojos. La realidad es ventosa, desagradable, contradictoria, muy poco heroica. Hay gente incapaz de vivir sin la edulcoración de las mentiras fanáticas.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 21 de agosto de 2016).

K.R.Popper [en su libro "La sociedad abierta y sus enemigos"] reconoce que el capitalismo se humanizó en Occidente en buena medida por la constitución de sindicatos y acciones obreras directa o indirectamente inspiradas en las ideas socialistas. Y, al mismo tiempo, muestra con argumentos irrefutables que la desaparición de la propiedad privada y del mercado libre conducen inevitablemente a un crecimiento monstruoso del Estado y a una proliferación burocrática que arrasan con las libertades públicas, instalan un control inquisitorial de la información y dan al caudillo o líder esos poderes supremos -entre ellos el de mentir y manipular fraudulentamente a las masas- que Platón reclamaba para los "guardianes" de su República perfecta.

El liberalismo de Popper está impregnado de humanidad y de espíritu justiciero, muy lejos de aquellos logaritmos vivientes que ven en el mercado la panacea para todos los males de la sociedad. El crecimiento económico está lejos de ser un fin, sólo aparece como un medio para acabar con la pobreza y garantizar unos niveles de vida decente a todos los ciudadanos. Muy explícitamente defiende aquella igualdad de oportunidades (equality of opportunity) que espanta a ciertos cavernarios de la derecha liberal. Y por eso cree que, junto a una enseñanza privada, debe haber una enseñanza pública y gratuita de alto nivel que compita con aquella, y un Estado que atenúe y corrija las desigualdades de patrimonio mediante seguros de desempleo, de accidentes de trabajo, asegure la jubilación y estimule la difusión de la propiedad. "La igualdad frente a la ley -afirma- no es un hecho sino una exigencia política basada en una decisión moral, y es independiente de la teoría, probablemente falsa, de que todos los hombres nacen iguales".

Mario Vargas Llosa
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 4 de septiembre de 2016).

Desde 1954 las mujeres podemos votar y ser votadas. En esa época, muchísimas personas estaban en desacuerdo con esa legislación ya que consideraban que la naturaleza de las mujeres era tener hijos y no elegir gobernantes. Afortunadamente, lo que opinó la mayoría fue intrascendente. Los derechos -como bien dice Ayn Rand- no están sujetos a lo que opinen las mayorías.

Las mayorías no suelen dar derechos a las minorías que consideran diferentes. Grandes pensadores como John Stuart Mill, Alexis de Tocqueville, Thomas Jefferson y James Madison se han preocupado por la "tiranía de las mayorías" y han buscado formas para limitarla y garantizar la protección a minorías. Por ello los derechos humanos son inherentes a la persona, por el simple hecho de serlo. No requieren de votos, ni de opiniones favorables. Somos iguales, no importa cuántos piensen que algunos deben ser más iguales que otros.

En una democracia la protección de los derechos de las minorías es fundamental, sin ella los derechos de las mayorías pierden sentido. En México el Artículo 1o. de nuestra Constitución establece que "queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas".

Existen grupos conservadores e iglesias que se oponen al matrimonio igualitario. Sus opiniones son muy respetables, pero intrascendentes. El derecho a no ser discriminado no está sujeto a opiniones, votaciones o referendos y san-se-acabó. El matrimonio igualitario es una realidad y un derecho. Las personas del mismo sexo pueden contraer nupcias, puesto que existe una jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que les concede la protección de la justicia y a través del recurso de amparo que les permite casarse por la vía civil. Ellos pueden formar su familia como decidan y ésta debe estar protegida por la ley, más allá de las creencias de la mayoría. La propuesta de reforma del presidente Enrique Peña Nieto sobre el matrimonio igualitario, que tanta ámpula ha levantado, lo único que hace es constitucionalizar una verdad jurídica.

Nadie puede ser discriminado por su orientación sexual. Podemos seguir discutiendo el tema del matrimonio igualitario, aunque es una discusión que no nos llevará a buen puerto. Por ello, como dice mi buen amigo y abogado Antonio Cárdenas, "las legislaturas estatales deben hacer caso omiso a las opiniones de las mayorías, marchas y presiones políticas para atender a la opinión de la SCJN, que señala que no se puede discriminar por 'categoría sospechosa', e integrar a sus legislaciones la interpretación que hace la Corte del Artículo 1o. Constitucional".

Para vivir en una sociedad justa necesitamos que los derechos de todos, en especial los de las minorías, estén protegidos, más allá de dogmas y creencias. ¿No es eso lo que queremos? ¿Para qué discutir o marchar por algo que nos aleja de la justicia y equidad?

Fernanda de la Torre
(v,periódico Milenio Jalisco en línea del 18 de septiembre de 2016).

A raíz del Brexit, muchos analistas han cargado la responsabilidad de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea a que los votantes son xenófobos, pobres, viejos e ignorantes. Analicemos un poco: la mayoría de las personas en el mundo no tiene elevada formación académica; además no son, precisamente ricas y el mundo se está volviendo cada vez más viejo, no más joven. Si se traslada lo sucedido en Gran Bretaña al resto del mundo, recemos: estamos diciendo que las personas sin formación, de edad y con cierto nivel de precariedad económica, pueden destruir este planeta más rápido que una guerra atómica.

El asunto es más complejo. No es que sólo los más pobres, viejos e ignorantes voten por desconocimiento. En realidad, la mayoría de las personas, tengan o no educación universitaria, no tienen mayor interés por los asuntos sociales. Según el especialista en economía de medios, Robert Picard, a la mayoría de los consumidores de medios les interesa, sobre todo y sin duda, su vida inmediata. Su familia, el equipo de fútbol o de béisbol, la serie de TV. Lo cotidiano. No participan mayormente en política, que dejan en mano de los líderes. No tienen mucha cercanía con los eventos sociales más allá de ir al club o la iglesia. La mayor parte de ellos se contenta con algo de información general sobre los eventos del momento, pero no profundiza demasiado.

Este no es un retrato de la sociedad inglesa, sino de las sociedades en general. La mayor parte de las personas suele votar sin un conocimiento completo de la complejidad de los asuntos, y eso alcanza incluso a quienes tienen formación universitaria u ocupan cargos importantes en la vida privada o pública.

Lo interesante del caso es que ese enorme grupo de la población ha descubierto que puede organizarse alrededor de temas complejos en muy poco tiempo, gracias a las nuevas tecnologías. Y han visto que pueden producir cambios inmediatos y significativos con ello.

Los hombres públicos, los partidos e instituciones, deben aprender de estos mensajes. Deben recuperar la relación con los públicos, una relación de corta distancia, no a kilómetros simbólicos desde las oficinas. Pero no solo ellos, sino también las élites intelectuales.

La ignorancia no es privativa de pobres, viejos y xenófobos. También existe entre ricos, académicos y expertos. Es comprensible. La realidad se ha vuelto un juego de 3as. y 4as. derivadas.

Tengamos cuidado con la ignorancia. Nadie está exento de cometer errores por ella.

Jacques Rogozinski
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 19 de septiembre de 2016).

Tiene razón el presidente Enrique Peña Nieto cuando dice que la desilusión de los ciudadanos lleva a la emergencia de demagogos y autócratas. En su discurso en la 71 Asamblea General de las Naciones Unidas, Peña Nieto admitió que muchas sociedades se encuentran insatisfechas con su condición actual, que aleja a la gente de sus autoridades, genera desconfianza en las instituciones y acentúa la incertidumbre sobre el futuro. Problema de México, problema del mundo. Sabe el presidente que los cuestionamientos a su gobierno no son los mismos que reciben otros líderes, y que en la crisis de autoridad, la promesa maniquea de llegar al paraíso, permea en las sociedades que buscan en la geometría extrema de la izquierda y la derecha, la utopía.

Peña Nieto se refirió a la última encuesta de Latinobarómetro, la ONG con sede en Chile que desde hace 21 años mide la percepciones que sobre la democracia tiene la región. México no está peor que Brasil y Chile, las 2 grandes naciones que más han sufrido regresiones (22% y 11% respectivamente en el conjunto de sus ciudadanos), pero está estancado: 52% apoya la democracia contra 48% que no la quiere. "La encuesta de Latinobarómetro refleja un claro deterioro en el respaldo ciudadano a la democracia", dijo Peña Nieto. "Esto es sumamente grave. Ante este desafío, el mundo no puede caer en la trampa de la demagogia, ni del autoritarismo".

La ONG registró por 1a. vez que la desilusión con la democracia combinó dos variables que no se habían empatado, las bajas perspectivas económicas de la región, con las altas demandas de los ciudadanos hacia los gobiernos. Sus datos muestran que la tendencia a la baja en la aceptación de la democracia -que es una forma de organización social con derechos y obligaciones de los ciudadanos- se dio tras la crisis financiera mundial en 2009. Desde 2010, la caída ha sido sistemática.

Este es el contexto al que se refería Peña Nieto. El discurso que apela a los pobres y a las clases medias inconformes y deprimidas económicamente, que escuchan el canto de la sirena de los demagogos. Lo vivieron en Europa Central tras el colapso de la Unión Soviética, donde los demagogos de extrema derecha arrasaron al comunismo. La decepción con esa nueva forma de gobierno y de vida produjo regresiones que tampoco dieron resultados positivos.

Hoy, la extrema derecha avanza en Europa, como en América del Sur. En Estados Unidos los extremos se juntaron en los reclamos expuestos por el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders. En el Reino Unido, la salida de la Unión Europea impulsada por la sociedad menos educada y conservadora, es el último ejemplo de cómo en las urnas se cambia el destino de una nación. Pero la economía no es lo único que ha modificado el pensamiento latinoamericano.

Latinobarómetro dijo que la evidencia en los 18 países latinoamericanos a los que estudia, "refleja que, tal como funcionan las democracias en esta región, no han producido demócratas, al menos en la proporción que se requeriría para que el indicador del apoyo a este régimen político mejore. Es decir, el recambio intergeneracional no aumenta el apoyo a la democracia". En otras palabras, las democracias latinoamericanas no producen demócratas. Esa conclusión se refleja en la pérdida de confianza en las instituciones y en la falta de credibilidad de los políticos, ante lo cual las tentaciones hacia un demagogo y autócrata -como en Europa Central- se vuelven muy apetitosas para los electorados.

Las nuevas tecnologías, registró Latinonarómetro y sugirió Peña Nieto, han modificado la comunicación política, hoy transversal, dinámica e intensa, y además de añadir presiones a los gobiernos y a sus líderes. La crítica es exponencial y la demanda es creciente. "No son los vaivenes ideológicos los que motivan más a los ciudadanos, sino más bien la alta demanda de mayores grados de igualdad y libertad traducida en garantías cívicas y políticas, así como garantías sociales", dice Latinobarómetro, que entre sus grandes observaciones está que entre más transparente sea una sociedad y mayor la lucha contra la corrupción, mayor el apoyo a la democracia. La fórmula es clara.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de septiembre de 2016).

La realidad es que no sólo es Peña Nieto quien tiene baja popularidad. ¿Ejemplos? Dilma Rousseff salió del Planalto brasileño con un 9% de aprobación; su reemplazante, Michel Temer, tiene apenas el 14% del favor social. Michelle Bachelet, que se fue de su 1er. gobierno con índices de popularidad astronómicos, rozó en la última encuesta del 2016, según El País el 15% de apoyo. ¿Hollande en Francia? 14%. Juan Manuel Santos, en medio de la firma de la paz con las FARC, momento cumbre de la historia colombiana: 21% de aprobación. Ollanta Humala, antes de dejar el gobierno de Perú: 18%. Stephen Harper, el primer ministro que precedió a Justin Trudeau en Canadá: 32%. Mariano Rajoy, en febrero, sin gobierno: 27%. Todos con los índices de popularidad más bajos en sus países. ¿Y Peña Nieto? Pues en la línea general: 22%. ¿Más ejemplos?

David Cameron enfrentó el Brexit (que perdió) con un 34% de popularidad. Tony Blair en el 2007, antes de su salida, traía alrededor del 25%. Y podría seguir con más ejemplos.

En el otro extremo, Vladimir Putin mantiene un increíble 80% de respaldo entre los rusos y Tayyip Erdogan, tras barrer con el golpe de estado en Turquía, subió del 50% al 65% de apoyo. Xi Jinping, empezó 2015 como el presidente más popular del mundo, seguido por Putin y muy por encima de Barack Obama, que era 7o.

¿Qué une estos estados? Putin, Erdogan y Jinping dirigen gobiernos autoritarios en culturas que poco tienen que ver con la manera en que los occidentales concebimos una democracia.

Si tienen razón los "expertos", votantes en democracias tradicionales, están eligiendo gobernantes torpes e ineptos. Cuidado con Trump.

Estemos preparados, pues esto no se detendrá. Un golpe de efecto puede destruir una reputación, con o sin razón, en mucho menos tiempo del empleado en construirla. ¿Cuántos puntos le habrán restado al presidente Peña las mentiras publicadas por The Guardian? repetidas cientos de veces por columnistas y redes sociales. ¿Qué pasará ahora que The Guardian se "disculpa"? Nada. El daño ya está hecho.

En sociedades con democracias "tradicionales", todo servidor público enfrenta el riesgo de ser demolido en minutos. Las democracias tienen un reto complejo: sus instituciones son del siglo XIX y deben lidiar con sociedades armadas de tecnologías ubicuas en el siglo XXI.

Jacques Rogozinski
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de septiembre de 2016).

Existen países que en materia política hacen aportaciones culturales de la mayor importancia. En el caso de los EU esas son sus elecciones primarias; en el Reino Unido el Gabinete Sombra; y en Alemania lo que el gran constitucionalista alemán Karl Loewenstein llamó como "democracia militante": la que se defiende de sus enemigos.

La nota negativa para el pueblo norteamericano es que su imperfecta democracia no tiene garantías de defensa contra aquéllos que aprovechando los cauces y libertades que ella misma permite, la utilicen para pregonar ideas contrarias a los principios y valores que le caracterizan. Cuando esos planteamientos logran concitar apoyo popular, puede dañarse; o incluso cancelarse la misma democracia.

Los alemanes, por la experiencia que tuvieron con Hitler establecieron en su ley fundamental la Sperklaussen -cláusula que establece que son inconstitucionales los partidos y sus miembros que "tiendan a desvirtuar o eliminar el régimen fundamental de libertad y democracia" (Art. 21. Fr. 2), o propongan políticas que vulneren o restrinjan la "dignidad humana" y el carácter "federal, democrático y social" del Estado Alemán.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 1o.de octubre de 2016).

Los estadounidenses no votan directamente para elegir su presidente. Este es electo por medio del llamado Colegio Electoral formado por 538 personas que son las que realmente emiten el voto para elegir al mandatario. Los ciudadanos realmente votan para que esos electores a su vez voten en el sentido de la mayoría. El número de electores se deriva de la suma de 435 representantes en la cámara baja más 100 senadores y 3 electores que corresponden al Distrito de Columbia. Así cada estado tiene un número distinto de electores en función de los distritos electorales.

California tiene 53 distritos más 2 senadores, con lo que cuenta con 55 votos electorales, mientras que Wyoming tiene un solo distrito y 2 senadores, con lo que cuenta con sólo 3 votos electorales. Gana la elección quien obtenga 270 votos electorales o más. Las personas que integran el Colegio Electoral son generalmente los dirigentes de los partidos o miembros del establecimiento político, ya que no pueden ser electores aquellos que desempeñen cargos públicos activos.

Estos electores son designados el día de la votación presidencial en cada estado. En la práctica hay candidatos a electores demócratas y republicanos. En cada estado el partido ganador toma todos los representantes excepto en Maine y Nebraska que dividen proporcionalmente entre ganador y perdedor. No hay una ley que imponga a estos electores emitir su voto en el sentido del resultado del voto popular, aunque en más de 95% de los casos así sucede.

En el caso de esta elección es claro que no están en juego los 50 estados y los 538 votos electorales, porque desde ahora es fácil predecir, por los parámetros de comportamiento político, que hay estados que están con ventaja tan sólida para cada partido que se consideran ya decididos, mientras otros tienen alta probabilidad de votar en un sentido predecible, mientras que en realidad hay sólo 14 estados con sus electores que son realmente el campo de batalla en donde se habrá de decidir la elección: Florida (29); Ohio (18); Pennsylvania (20); Carolina del Norte (15); Colorado (9); Nevada (6); Minnesota (10); Wisconsin (10); Michigan (16); Iowa (6); New Hampshire (4); Maine (2); Arizona (11); Georgia (16). En estos estados en donde la campaña electoral se centra y hacia cuyos electores se dirige el mensaje.

Con un sistema electoral indirecto, [existe] el antecedente de que el voto popular ya fue favorable a un candidato y ganó otro.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 2 de octubre de 2016).

Es más fácil convencer a una multitud apelando a sus prejuicios, que convencer a una sola persona apelando a la razón. Y eso es lo que hemos atestiguado de alguna forma recientemente: la desfachatez de quien ignora y miente sin rubor versus la experiencia que se menosprecia porque viene "de un político"; el alud de insultos y promesas versus la creencia de que al final del camino el votante es alguien racional, alguien que sabrá distinguir entre mito y realidad, entre locura y sensatez, entre un salto al vacío, o la farragosa construcción social del día a día.

El populista, cualquier populista, siempre cree que su victoria debe ser moralmente incuestionable, ya que él y solo él es quien representa al "pueblo bueno". La derrota solo se explica por el fraude, por la opresión de las instituciones a favor de los pocos y contra los muchos.

Queda claro que en este mundo cada vez se piensa menos, pero se opina más, se cree conocer más pero en realidad se sabe menos.

Marco Provencio
(v.pág.4 del periódico Milenio Jalisco del 21 de octubre de 2016).

Participar o no en el sistema, ése ha sido el dilema de movimientos revolucionarios a lo largo y ancho del mundo. Fue un debate para los sindicatos en el siglo XIX. Para los partidos socialistas y comunistas. Y para las fuerzas democráticas en contextos dictatoriales. Recordemos el profundo debate entre abstencionistas y participacionistas en el seno del Partido Acción Nacional en 1970-1976. En el fondo de esta discusión están las siguientes incógnitas: ¿es posible cambiar el sistema desde el sistema mismo? ¿Participar en las elecciones no significa legitimar al propio sistema?

Este debate que representó un auténtico cisma para la izquierda durante 50 años, hoy vuelve con fuerza a México tras el anuncio de que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional respaldará la candidatura de una mujer indígena a la Presidencia de la República en 2018. Tras 22 años de asumirse como un movimiento que actúa al margen de las instituciones, y que se busca posicionar más allá del Estado y el mercado -tomando prestadas sus palabras-, los zapatistas han entendido que era necesario comprometerse con la democracia, que siempre catalogaron como el sistema de los de arriba. No es una decisión menor, es la ruptura con un paradigma que entendía que el cambio político no se juega en las elecciones, sino en la construcción de autonomía política desde las comunidades mismas. Para el zapatismo no es sólo una decisión estratégica, es una toma de postura sobre el sistema que puede marcar su devenir histórico.

Se le atribuye a Salvador Allende la frase: ganamos el gobierno, pero no el poder. La alocución del socialista chileno es el reconocimiento de una verdad de Perogrullo: el poder trasciende al Estado y a los gobiernos. En paralelo al Estado, coexisten poderes de todo tipo, desde el económico hasta el cultural y el social. No todo el poder se juega en una elección; es más, muchas veces los que realmente mandan no se presentan a las elecciones.

En la mayoría de las democracias, los movimientos de insurgencia se transformaron en organizaciones políticas que se presentan a las elecciones y que en muchos contextos incluso devienen hegemónicas.

Quienes más se decepcionan con la decisión del zapatismo fue una corriente de opinión simpatizante del anarquismo que considera que apoyar una candidatura independiente es jugar con las reglas y los tiempos del poder.

Es cierto que muchos quedaron enamorados con el inspirador relato de José Saramago en "Ensayo sobre la lucidez", en donde todo un pueblo le da la espalda a las elecciones y con una abstención masiva hacen volar por los aires a todo el sistema. Una lectura maravillosa sobre cómo un pueblo puede rebelarse a través de métodos pacíficos. Sin embargo, la realidad nos indica otra cosa. En elecciones presidenciales en México votó en 2012 el 62.08% de los electores registrados. Y la marginación del sistema ni ha provocado la constitución de alternativas viables de organización política ni tampoco una ilegitimación global del sistema. De acuerdo a las encuestas, lo que crece en México ante la ineficacia y la corrupción de nuestra democracia es la atracción popular por la presunta eficiencia del autoritarismo. Crecen los mexicanos que creen que es preferible una dictadura que dé resultados económicos a una democracia infecaz. No es cierto que comience a ser mayoritaria esa idea de que marginarse del sistema puede resolver nuestros problemas cotidianos.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 23 de octubre de 2016).

Dijo el presidente Peña que la "segunda vuelta" sólo garantiza mayorías ficticias y que no es partidario de impulsar ese mecanismo cuando faltan apenas 2 años para las elecciones. Es verdad, la segunda vuelta por sí sola genera mayorías ficticias, pero eso no quita que sin ella sólo existan minorías reales. Por eso cuando se habla de segunda vuelta hay que sumarlo a lo de gobiernos de coalición. La segunda vuelta garantiza mayorías reales cuando va de la mano con un acuerdo de coalición. Como dijo el presidente Peña se pueden lograr acuerdos legislativos como los que permitieron el Pacto por México, pero el pacto, con todos sus beneficios, no alcanzó a transformarse en un programa o una coalición de gobierno. Eso es lo que garantiza mayorías reales.

Jorge Fernández Menéndez
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de octubre de 2016).

El régimen político mexicano se construyó sobre la base del protagonismo presidencial. La simulación de la división de poderes como máscara que escondía la cruda realidad: la política como la arena en donde se dirimen las responsabilidades jurídicas. Sus facultades metaconstitucionales le permitían al Presidente no sólo ser el moderador del sistema político, un árbitro sobre las partes, sino que tenía a su alcance todas las atribuciones para sancionar con todo el peso de la ley a sus rivales políticos y llenar de privilegios a los leales al régimen y a su mandato. La impunidad y la corrupción nacieron como engranajes políticos vitales del sistema presidencialista mexicano, elementos que explican también su larga vigencia. En México, la impunidad y la tolerancia hacia la corrupción del sector público son de naturaleza política.

Los casos de Javier Duarte y Guillermo Padrés son significativos de esta deriva institucional. Duarte y Padrés se convirtieron en 2 parias para sus respectivos partidos. No sólo están acusados de malversación de recursos públicos y desvíos incuantificables, sino que su corrupción institucionalizada los llevó a perder el poder en entidades fundamentales para el PRI, en el caso de Duarte, y el PAN, en el caso de Padrés. Las tremendas evidencias de corrupción en sus administraciones los convirtieron en apestados del sistema. Ambos tuvieron la complicidad de sus partidos durante años, pero las elecciones de 2016 los empujaron hacia la insignificancia política. Más allá de sus corruptelas, probadas y evidenciadas por doquier, Duarte y Padrés perdieron el verdadero escudo del sistema: el fuero político. Ese fuero que no se elimina con una reforma constitucional, sino que está en el centro de la construcción del régimen mexicano.

Y es que la pregunta que nos hacemos todos sobre Duarte o Padrés, es: ¿Por qué no lo agarraron antes? ¿Por qué si hay tantas pruebas en su contra, no se actuó contra ellos durante su mandato? ¿Por qué los expulsan del partido cuando ya son los apestados del sistema político y no lo hicieron cuando controlaban a billetazos sus respectivos estados? La realidad es que el sistema político mexicano se articula a través de una serie de complicidades que protegen al corrupto mientras sea útil. Es un manto protector que respalda al corrupto mientras aporte su dinerito al partido fruto de las desviaciones de los recursos públicos; mientras tenga en su estado o municipio, una maquinaria afinada, leal y comprometida con la victoria partidista; mientras tenga la confianza de los jefes políticos que mandan en este país; mientras sea dócil y se repliegue ante cualquier petición de las cúpulas partidistas, y mientras mantenga estable y en paz a sus respectivos ámbitos de gobierno. Recordar que durante el siglo XX esa fue la regla no escrita entre el Presidente de la República y los gobernadores: mientras mantengas tu estado en paz y tranquilidad, haz y deshaz a tu antojo.

Padrés y Duarte hicieron mucho ruido. Los datos, particularmente en Veracruz, confirman la descomposición del 3er. estado más poblado del país. Sin embargo, no nos podemos confundir, el PRI no expulsa a Duarte por su terrible gestión, símbolo de corrupción y autoritarismo, sino que lo castiga por haberse salido de la disciplina del partido, haber perdido Veracruz y por la imagen que tiene en el país. Si realmente el PRI estuviera comprometido con una sanción ejemplar contra los gobernadores corruptos, ¿Por qué no abre ninguna carpeta contra César Duarte? ¿Qué pasó con las investigaciones contra Roberto Borge? ¿Por qué no ha dicho nada sobre los Moreira y su corrupción institucionalizada? Las razones detrás de la persecución a Duarte son políticas y aunque puedan tener alguna consecuencia judicial, podemos estar seguros que Duarte pisa la cárcel si le conviene a su partido.

Es el precio que pagamos por la falta de autonomía de los órganos de justicia en México. La corrupción política se castiga en los partidos y en los gobiernos, no en los juzgados o en las salas de los supremos tribunales. Es la justicia selectiva elevada a la cúspide del poder político en el país.

Esta arquitectura de la impunidad que tienen en los partidos políticos a un agente central del sistema, se fortalece con el federalismo disfuncional que crea todas las condiciones para la corrupción generalizada. El sistema federal en México es la articulación de un poder federal dominante e impositivo, con una serie de gobernadores que controlan y cooptan todo el entramado institucional en sus entidades. Los virreyes estatales son producto de un sistema que crea feudos y hace del gobernador una especie de rey sol del sistema político local. Romper este entramado institucional que incentiva la corrupción supone remodelar por completo el federalismo mexicano que hoy no sirve para ninguna de sus tareas teóricas: evitar la concentración de poder en un gobierno central -el miedo de los liberales del siglo XIX y la protección de las identidades locales- la preocupación de los multiculturalistas. No es casualidad que los escándalos más graves de corrupción provengan precisamente de la casta de los gobernadores.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 30 de octubre de 2016).

El periodista alemán Dirk Kurbjuweit, de Der Spiegel, inventó hace algunos años la palabra Wutbürger, que quiere decir "ciudadano rabioso", y en The New York Times de esta mañana -25 de octubre- Jochen Bittner publica un interesante ensayo afirmando que la rabia que moviliza en ciertas circunstancias a amplios sectores de una sociedad es un fenómeno de 2 caras, una positiva y otra negativa. Según él, sin esos ciudadanos rabiosos no hubiera habido progreso, ni seguridad social, ni empleos pagados con justicia, y estaríamos todavía en el tiempo de las satrapías medievales y la esclavitud. Pero, al mismo tiempo, fue la epidemia de rabia social la que sembró de decapitados la Francia del Terror y la que, en nuestros días, ha llevado a la regresión brutal que significa el "Brexit" para el Reino Unido y a que exista en Alemania un partido xenófobo, ultranacionalista y antieuropeo -Alternativa por Alemania- que, según las encuestas, cuenta con nada menos que el apoyo del 18% del electorado. Añade que el mejor representante en Estados Unidos del Wutbürger es el impresentable Donald Trump y el sorprendente respaldo con que cuenta.

Me gustaría añadir algunos otros ejemplos de una "rabia positiva" en los últimos tiempos, empezando por el caso del Brasil sobre el que, a mi juicio, ha habido una interpretación interesada y falsa de la defenestración de Dilma Rousseff de la presidencia. Se ha presentado este hecho como una conspiración de la extrema derecha para acabar con un gobierno progresista y, sobre todo, impedir el regreso de Lula al poder. No es nada de eso. Lo que movilizó a muchos millones de brasileños y los sacó a la calle a protestar fue la corrupción, un fenómeno que había socavado a toda la clase política y de la que eran beneficiarios por igual dirigentes de la izquierda y la derecha. Y se ha visto en todos estos meses cómo la guadaña de la lucha contra la corrupción enviaba a la cárcel por igual a parlamentarios, empresarios, dirigentes sindicales y gremiales de todos los sectores políticos, un hecho del que sólo puede sobrevenir una regeneración profunda de una democracia a la que la deshonestidad y el espíritu de lucro habían infectado hasta el extremo de causar una bancarrota nacional.

Quizás sea un poco pronto para celebrar lo ocurrido pero mi impresión es que, hechas las sumas y las restas, la gran movilización popular en Brasil ha sido un movimiento más ético que político y enormemente positivo para el futuro de la democracia en el gigante latinoamericano. Es la 1a. vez que ocurre; hasta ahora, los estallidos populares tenían fines políticos -protestar contra los desafueros de un gobierno y a favor de un partido o un líder- o ideológicos -reemplazar el sistema capitalista por el socialismo-, pero, en este caso, la movilización tenía como fin no destruir el sistema legal existente sino purificarlo, erradicar la infección que lo estaba envenenando y podía acabar con él. Aunque ha tenido una deriva distinta, no es muy diferente con lo ocurrido en España: un movimiento de jóvenes espoleados por los escándalos de la clase dirigente que a muchos decepcionaron de la democracia y los ha llevado a elegir un remedio peor que la enfermedad, es decir, resucitar las viejas y fracasadas recetas del estatismo y el colectivismo.

Otro caso fascinante de "ciudadanos rabiosos" ha sido el que vive Venezuela. En 5 oportunidades, el pueblo venezolano pudo librarse, mediante elecciones libres, del comandante Chávez, un demagogo pintoresco que ofrecía "el socialismo del siglo XXI" como terapia para todos los males del país. Una mayoría de venezolanos, a los que la ineficacia y la corrupción de los gobiernos democráticos había desencantado de la legalidad y la libertad, le creyeron. Han pagado carísimo ese error. Por fortuna lo han comprendido, rectificado y hoy existe una mayoría aplastante de ciudadanos -como demuestran las últimas elecciones para el Congreso- que pretende rectificar aquella equivocación. Por desgracia, ya no es tan fácil. La camarilla gobernante, aliada con la nomenclatura militar muy comprometida por el narcotráfico y la asesoría cubana en cuestiones de seguridad, se ha enquistado en el poder y está dispuesta a defenderlo contra viento y marea. Mientras el país se hunde en la ruina, el hambre y la violencia, todos los esfuerzos pacíficos de la oposición por, valiéndose de la propia Constitución instaurada por el régimen, librarse de Maduro y compañía, se ven frustrados por un gobierno que desconoce las leyes y comete los peores abusos -incluido crímenes- para impedirlo. A la larga, esa mayoría de venezolanos se impondrá, por supuesto, como ha ocurrido con todas las dictaduras, pero el camino quedará sembrado de víctimas y será muy largo.

¿Hay que celebrar que haya no sólo ciudadanos rabiosos negativos sino también positivos, como afirma Jochen Bittner? Mi impresión es que es preferible erradicar la rabia de la vida de las naciones y procurar que ella transcurra dentro de la racionalidad y la paz, y las decisiones se tomen por consenso, a través de la persuasión o del voto. Porque la rabia cambia rápidamente de dirección y de bienintencionada y creativa puede volverse maligna y destructiva, si quienes asumen la dirección del movimiento popular son demagogos, sectarios e irresponsables. La historia latinoamericana está impregnada de rabia y aunque, en muchos casos, estaba justificada, casi siempre se desvió de sus objetivos iniciales y terminó causando peores males que los que quería remediar. Es un caso que tuvo una demostración flagrante con la dictadura militar del general Velasco, en el Perú de los años 60 y 70.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 30 de octubre de 2016).

Hay 2 aspectos de la democracia que suelen disgustar incluso a los más sinceros demócratas. Por una parte, los ciudadanos, a la hora de votar, son demasiado influenciables por los políticos menos recomendables y más demagógicos que los manipulan en la dirección menos sensata; por otra, los antedichos votantes se muestran inasequibles a los esfuerzos mejor orquestados y financiados de quienes tratan de encauzar sus elecciones por el buen camino. O sea los ciudadanos son a menudo maleables cuando menos convendría que lo fuesen y en cambio desconcertantemente rebeldes cuando sería aconsejable su docilidad a quienes más saben. Ello, claro está, dando por supuesto que nosotros los que así juzgamos sí que sabemos quiénes son indeseables demagogos y qué es lo que conviene al pueblo supuestamente soberano...

Suelen ser los referendos el tipo de comicio que más se presta a resultados que desafían la paciencia de los ciudadanos de mejor sentido común. Ya el Brexit avisó que pueden pasar más cosas en las urnas de las que nuestra filosofía conoce. Pero el resultado del referéndum sobre el acuerdo de paz en Colombia ha sido aún más sorprendente. Si de algo se puede acusar a la campaña a favor del sí es de un exceso de celo. Su propaganda se desplegó con apabullante derroche financiero en todos los medios de comunicación, siendo apoyada por las más destacadas personalidades colombianas y extranjeras, incluso reforzada a veces con promesas venales o intimidaciones poco disimuladas.

Y sin embargo la gente se abstuvo, incluso en mayor proporción de la ya muy grande que se temía. ¿Desconcierto, indecisión, o repugnancia ante un planteamiento en el que nada estaba suficientemente claro? ¿Miedo al triunfo de cualquiera de las partes? Todas las encuestas pronosticaban la victoria del sí, pero finalmente ganó el no por un estrecho margen. Sólo un sectarismo lunático puede creer que eso demuestra que la mayoría no quiere la paz: lo que piden es un acuerdo mejor.

Lo cierto es que, sea para mejor o para peor según criterio de cada cual, la democracia siempre alberga una gloriosa incertidumbre, como decimos los hípicos de las carreras de caballos.

Fernando Savater
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 30 de octubre de 2016).

Líderes de la oposición en Nicaragua, agrupados en el Frente Amplio Democrático, instaron a ejercer la "abstención activa" en las elecciones generales del domingo: "No votar es un acto político de rechazo a la farsa electoral y una rebelión ética contra la mentira y manipulación de nuestro derecho a decidir".

(V.pág.11-A del periódico El Informador del 4 de noviembre de 2016).

Los propugnadores de la Segunda Vuelta Electoral incurren en una confusión cuando hacen depender la legitimidad y gobernabilidad democráticas de un presidente de la SVE, ya que ésta no depende del número de veces que se le vote, sino de la pulcritud y apego a la legalidad en el proceso electoral; de la aceptabilidad de la derrota por los candidatos que contra él compitieron; y -ya en el ejercicio del poder- de la eficacia de su gobierno. Mientras esto último no ocurra, por más vueltas electorales que se le den a un presidente su legitimidad siempre estará en entredicho.

En nuestro país, la SVE se aplicó en San Luis Potosí entre 1997 y 2003 para elecciones municipales; y, en ellas quedó demostrado que en ocasiones participaban menos electores en la SVE que en la primera. En otros casos, el que resultaba electo en la SVE lo era con una menor cantidad de votos de los que obtuvo en la 1a. ronda electoral, y que fue declarada inválida. En los países en que se aplica, esto resulta ser una constante.

Para que un presidente electo en SVE sea elegido por la mayoría de los ciudadanos se requeriría que la participación electoral fuera de 100%; y en consecuencia, en México, deberían haber votado por el candidato triunfador más de 41'600,000 electores, que corresponden a 50% de los inscritos en la lista nominal, lo que es prácticamente imposible. Siendo realistas y optimistas en una hipotética SVE en nuestro país estarían votando 50 millones de electores que corresponden al 60% de la lista nominal; y el triunfador en esa contienda entre 2 obtendría unos 25 millones de votos, de un total de 80 millones de electores, en un país de 120 millones de habitantes. ¿Esa es la legitimidad popular que produce la SVE?

La otra falacia consiste en afirmar que de la SVE depende la gobernabilidad democrática, cuando esa más bien está en relación directa con el número de asientos que el partido del presidente tenga en el congreso, así como de las habilidades políticas y el liderazgo que tenga.

Por lo que toca a los gobiernos de coalición, sus principales errores son querer hacerlos obligación constitucional (cuando deben ser producto de una voluntad política) y depender exclusivamente del reparto de cargos en el gabinete, cuando pueden ser también en favor de una agenda legislativa o de objetivos gubernamentales determinados.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de noviembre de 2016).

Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos la decisión la tomaron los viejos (mayores de 45) y los de menores ingresos, que están hartos de perder su estabilidad a manos de un sistema neoliberal que es un auténtico depredador de la esperanza. Detrás del voto de Trump y del Brexit hay una especie de nostalgia por el futuro que ya no fue. Por el contrario, si vemos el mapa electoral del voto de los jóvenes de 18 a 25, esto es, si solo hubieran votado los de esta edad, Hillary habría sacado 504 votos electorales. Los jóvenes ingleses y los estadunidenses quieren políticas globales, no proteccionismos nacionalistas, pero fueron incapaces de hacer sentir su peso en las urnas. La mayoría de ellos sigue pensando que dar un like en Facebook o poner un post en Twitter es hacer política.

Algo se está rompiendo en el mundo; las claves de lectura de la política ya no pasan por los partidos, las encuestas, los datos históricos, la opinión pública tradicional. Tenemos que re-aprender a leernos.

Diego Petersen Farah
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 5 de noviembre de 2016).

Fue, a golpe de vista, una victoria de la democracia... y una derrota de la civilización.

Se suponía que durante las campañas y aun antes de las mismas -las expresiones ofensivas, despectivas y amenazantes de Trump con respecto a los mexicanos datan de año y medio-, pero especialmente a raíz de que los debates mostraron al desnudo, en buena medida, la personalidad de los 2 principales contendientes a la Casa Blanca, la balanza se había inclinado a favor de la sensatez, el oficio, la cordura y los buenos modos de la ex primera dama, y en contra de la majadería, la ordinariez, la prepotencia y la propensión a la xenofobia y a la demagogia de un ricote venido a más. No sólo la gran mayoría de los analistas, en lo particular, sino los medios, en cuanto tales -en ejercicio de la muy norteamericana práctica de declarar y justificar abiertamente su preferencia política de cara a cada elección- se pronunciaron abiertamente a favor de Clinton y en contra de Trump.

Fue evidente, el día de la elección, que en la conciencia de un porcentaje de los electores mayor de lo que se suponía, estaban vivos, más vivos que nunca, los mensajes que Trump desgranó de manera metódica, concienzuda y estridente: su fobia a los migrantes ("aunque no dudo que algunos sean honrados..."); su percepción de que cada musulmán aspirante a residir en Estados Unidos es un potencial terrorista; su convicción -empresario como es- de que los socios ganan en tanto los estadounidenses pierden en los tratados comerciales internacionales en que participan; su rencor hacia el "stablishment" -la actual clase gobernante-, señalado como el gran culpable de que los norteamericanos vean deteriorados el confort, la seguridad y la riqueza a que estaban acostumbrados.

Jaime García Elías
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 10 de noviembre de 2016).

En 1786, los Padres Fundadores de los EU introdujeron en su Constitución este peculiar sistema electoral a fin de mantener la unidad de la naciente federación norteamericana y evitar, por un lado, que un reducido número de estados muy poblados definiera al presidente de esa nación; y, por el otro, que a los ciudadanos se le pudiera manipular para tal fin. Establecieron entonces un colegio electoral integrado por compromisarios electos en cada estado en un número igual al de sus representantes y senadores.

El sistema, ha mantenido dentro de la federación norteamericana a estados con poca población y un gran territorio, donde ganó Trump -que corresponden a las amplias zonas rojas en los mapas del voto que se han publicado-, a costa de no traducir adecuadamente la voluntad popular de la mayoría de la población que vive en las grandes ciudades (reducidas zonas azules). Esta contradicción ha provocado protestas en las principales ciudades, y la amenaza de estados, como California, de abandonar la federación. En esto, los Padres Fundadores fallaron.

Elección 2016 USA.

El acendrado federalismo de los EU hace que en realidad la elección de su presidente sea por unidades territoriales, y no por ciudadanos: en el año 2000, tan solo 537 votos en favor de George Bush de los casi 6 millones depositados en Florida hicieron que todos los electores de ese estado -que en la actualidad son 29- se le adjudicaran a Bush y no a Al Gore, provocando que ganara el primero, no obstante que el segundo había obtenido 543,000 votos populares más en todo el país.

El sistema electoral indirecto de los EU podría ser casi simétrico entre voto popular y miembros del colegio electoral, si estos últimos fueran el mismo número que los integrantes de la Cámara de Representantes. La distorsión deriva de los 2 electores que se dan paritariamente a cada estado, al margen de su número de población. Así, Wyoming, con poco más de 584,000 habitantes tiene 3 electores y California con 38.8 millones alcanza 55. En el 1er. estado un elector representa 194,000 habitantes y en el segundo 705,000. Por eso ganó Trump; y por eso son las protestas en las grandes ciudades por su triunfo.

Hillary Clinton triunfando en los 24 estados más pequeños y más poblados le ganó a Trump por más de 400,000 votos populares, no obstante que éste triunfó en un mayor número de estados, más extensos territorialmente y menos poblados. Así entonces Trump representa a la mayoría de los 50 estados que forman los EU, pero no a la mayoría de sus ciudadanos. Será, en todo caso, el presidente de la mayoría de estados en la que vive la minoría de su población. Esa es la democracia norteamericana.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 12 de noviembre de 2016).

El planeta en pleno está tan harto de los políticos y sus modos, que prefiere jugársela bajo la hegemonía de un payaso.

Paty Blue
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 13 de noviembre de 2016).

Los gabachos conociendo los nefastos antecedentes del candidato y la brillante carrera de la candidata optaron por el primero, esto es que prefirieron a un impresentable que a un político, lo cual significa que en todo el mundo el infelizaje está harto de los segundos, lo que es sabido por todos con excepción, desde luego de los políticos que siempre se sienten exceptuados del señalamiento.

Carlos Enrigue
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 13 de noviembre de 2016).

Las experiencias del Brexit, el referéndum en Colombia, demuestran que los pueblos están apostando por aquellas opciones políticas que representan el desafío al sistema establecido. La incorrección política, marginal por décadas, hoy se convierte en una opción posible ante el descrédito de los políticos y los partidos tradicionales. Hace algunos días, en una entrevista televisiva, Naomi Klein, la autora de libros como "La doctrina del shock" o "No logo", que se venden como pan caliente en todo el mundo, decía: "Cada vez más se configura una mayoría antisistema en el mundo, cada vez es más es una opción mayoritaria".

La reacción ante una élite que es percibida como corrupta y parasitaria, tiene especial fuerza en la elección que acabamos de vivir en Estados Unidos. Los electores de la gran masa central de los Estados Unidos se rebelaron contra lo establecido -la inminente victoria de Hillary. No sólo de los electores de Montana o Mississippi, sino también de las entrañas del llamado "muro azul", estados que tradicionalmente votaban en masa por los demócratas, como Wisconsin o Pensilvania. Una curiosa articulación entre electores ricos, favorables a Trump, y trabajadores pobres rurales, le permitieron al magnate configurar su reacción al sistema. Trump emocionó a una parte de los "olvidados", trabajadores americanos que se sienten desprotegidos ante la globalización, excluidos de las oportunidades económicas y ninguneados administración tras administración. No niego el peso del voto racista, ahí está el apoyo del Ku Klux Klán y la fiesta que organizaron ante la victoria de Trump, pero quien hizo la diferencia fue ese trabajador rural que aborrece el libre comercio y que siente a sus élites como entreguistas de la soberanía de su país.

Trump ganó porque enfrente tenía a una candidata sin alternativas. No sé si Bernie Sanders, rival de Hillary en las primarias demócratas, hubiera tenido un mejor resultado. Posiblemente sí, también es un antisistema, pero por la izquierda. Comparten una parte del diagnóstico, Trump y Sanders, pero las soluciones a los problemas de Estados Unidos son diametralmente opuestas. No obstante, es ilustrativo que, ante la amenaza de los candidatos antisistema, el establishment en todo el mundo se va quedando con una sola arma: el miedo.

Ahí reside el gran fracaso de Hillary: no supo más que agitar el miedo. El relato de la demócrata nunca supuso una alternativa para el elector. En los debates, Hillary habló más de la incapacidad mental de Trump para llevar las riendas de Estados Unidos, que de los problemas reales de los americanos. Nunca fue vista como un remedio a la desigualdad, como una medicina ante el desencanto o como la candidata ideal para regenerar a un establishment visto como corrupto. Hillary decía vamos a cambiar tal cosa y lo que pensaban muchos votantes es: tú eres Wall Street, los bancos y la cara más simbólica del sistema. Cuando tu único argumento es agitar el miedo, algo serio pasa con tu proyecto político.

Tiene razón Klein, los antisistema se están volviendo mayoría y mientras no surjan opciones políticas tolerantes con la diversidad y comprometidas con un mundo en paz que también cuestionen el sistema, los Trump seguirán ganando elecciones. Y convirtiendo nuestro mundo en un espacio aún más peligroso.

Enrique Toussaint
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 13 de noviembre de 2016).

Singapur es uno de los países más prósperos, limpios, avanzados y seguros del mundo y el primero que, en un plazo relativamente corto, consiguió acabar con 2 de los peores flagelos de la humanidad: la pobreza y el desempleo. En los 6 días que acabo de pasar aquí, a todas las personas con las que estuve les pedí que me llevaran a ver el barrio más pobre de esta ciudad-estado. Y aquella maravilla, que he visto con mis propios ojos, es verdad: aquí no hay miseria, ni hacinamiento, ni chabolas, y sí, en cambio, un sistema de salud, una educación y oportunidades de trabajo al alcance de todo el mundo, así como una inmigración controlada que beneficia por igual al país y a los extranjeros que vienen a trabajar en él.

Singapur ha demostrado, contra todas las teorías de sociólogos y economistas, que razas, religiones, tradiciones y lenguas distintas en vez de dificultar la coexistencia social y ser un obstáculo para el desarrollo, pueden vivir perfectamente en paz, colaborando entre ellas, y disfrutando por igual del progreso sin renunciar a sus creencias y costumbres. Aunque la gran mayoría de la población es de origen chino (un 75%), los malayos y los indios (tamiles, sobre todo) así como los euroasiáticos cristianos conviven sin problemas con aquellos en un clima de tolerancia y comprensión recíprocas, lo que, sin duda, ha contribuido en gran parte a que este pequeño país haya ido quemando etapas desde su independencia en 1965 hasta convertirse en el gigante que es ahora.

Este extraordinario logro se debe en gran parte a Lee Kuan Yew, que fue primer ministro 31 años (de 1959 a 1990) y cuya muerte, el año pasado, convocó a buena parte de la isla en un homenaje multitudinario. Las ideas e iniciativas de este dirigente, educado en Inglaterra, en la Universidad de Cambridge, siguen orientando la vida del país -un hijo suyo es el actual primer ministro- e incluso sus más severos críticos reconocen que su energía y su inteligencia fueron decisivas para la notable modernización de esta sociedad. El sistema que creó era autoritario, aunque conservara la apariencia de una democracia, pero, a diferencia de otras dictaduras, ni el autócrata ni sus colaboradores aprovecharon el poder para enriquecerse, y el poder judicial parece haber funcionado todos estos años de manera independiente, penalizando severamente los casos -nada frecuentes- de corrupción que llegaban a sus manos. El partido de Lee Kuan Yew ganaba todas las elecciones sin necesidad de hacer trampas y siempre permitía que una pequeña y decorativa oposición figurase en el parlamento, costumbre que sigue vigente pues los parlamentarios de oposición en la actualidad son sólo 5. La prensa es a medias libre, lo que significa que puede hacer críticas a las políticas del régimen, pero no defender ideologías revolucionaras y hay leyes muy estrictas prohibiendo todo lo que sea ofensivo para las creencias, costumbres y tradiciones de las 4 culturas y religiones que conforman Singapur. Al igual que en Londres, hay un Speaker’s Corner en un parque adonde se pueden convocar mítines y pronunciar discursos contra el gobierno con la única condición de que quienes lo hagan sean ciudadanos del país.

El milagro singapurense no hubiera sido posible sin 2 medidas esenciales que Lee Kuan Yew -en sus primeros años de vida política se proclamaba socialista, aunque adversario de los comunistas- puso en práctica desde que asumió el poder: una educación pública de altísimo nivel, a la que durante muchos años se consagró la tercera parte del presupuesto nacional, y una política habitacional que permitió a la inmensa mayoría de la población ser propietaria de la casa donde vivía. Asimismo, aquel se empeñó en pagar elevados salarios a los funcionarios públicos de manera que, por una parte, se desalentara la corrupción en la administración pública y, de otra, se atrajera al servicio del Estado y a la vida política a los jóvenes más capaces y mejor preparados.

Es verdad que Singapur tuvo siempre un puerto abierto al resto del mundo que estimuló el comercio internacional, pero el gran desarrollo económico que ha alcanzado no se debió a su privilegiada posición geográfica, sino, principalmente, a la política de apertura económica y de incentivos a la inversión extranjera. Mientras, siguiendo las nefastas políticas de la CEPAL de entonces, los países del Tercer Mundo "defendían" sus economías de las transnacionales a las que mantenían a distancia y propiciaban un desarrollo para adentro, Singapur se abría al mundo y atraía a las grandes empresas ofreciéndoles una economía abierta de par en par, un sistema bancario y financiero eficiente y moderno, y una administración pública tecnificada y sin corruptelas. Eso ha convertido a la ciudad-estado en "el paraíso del capitalismo", un título del que sus ciudadanos no parecen avergonzarse para nada, sino todo lo contrario. La primera vez que vine aquí, en el año 1978, me quedé maravillado al ver que en este rinconcito del Asia había una avenida como Orchard Street con tantas tiendas elegantes como las de la Quinta Avenida de Nueva York, el Faubourg Saint-Honoré de París o el Mayfair de Londres.

No todo es envidiable en Singapur, desde luego, aunque sí lo son, por supuesto, su sistema de salud, al alcance de todo el mundo, y sus colegios y universidades modélicos a los que tienen acceso los singapurenses más humildes gracias a un sistema de becas y de préstamos muy extendido. Pero es lamentable que exista todavía la pena de muerte y la bárbara sentencia del cane (o latigazos) para los ladrones.

Probablemente por primera vez en la historia, en nuestra época la prosperidad o la pobreza de un país no están determinadas por la geografía, ni la fuerza, sino dependen exclusivamente de las políticas que sigan los gobiernos. Mientras tantos países del mundo subdesarrollado, enajenados por el populismo, elegían lo peor, esta pequeña islita del Asia optó por la opción contraria y hoy en ella nadie se muere de hambre, ni está en el paro forzoso, ni se ve impedido de recibir ayuda médica si la necesita, casi todos son dueños de la casa donde viven y, no importa a cuánto asciendan los ingresos de su familia, cualquiera que se esfuerce puede recibir una formación profesional y técnica del más alto nivel. Vale la pena que los países pobres y atrasados tengan en cuenta esta lección.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 13 de noviembre de 2016).

Decir que su sistema político-electoral [estadounidense] es arcaico, es una verdad de Perogrullo. El problema no es ése, sino su funcionalidad y si éste cumplió con el objetivo ideado por sus padres fundadores: evitar que los estados más poblados terminen decidiendo al presidente de una federación integrada por 50 unidades constitutivas. Empero, lo que sus creadores no previeron fue que pudiera llegarse al absurdo de que 30 estados poblacionalmente pequeños definieran un "ganador" que obtuvo más de 1'100,000 votos menos que su contrincante.

Sin embargo, derivar de lo anterior que el próximo 19 de diciembre los compromisarios van a atender los reclamos y modificarán su voto, es una vil quimera, ya que no existe una reunión de los 538 miembros del Colegio Electoral, sino que las reuniones son en cada estado para dar cuenta de lo que ocurrió ahí y no de lo que acontece a nivel "nacional", como se ha supuesto (la Historia registra escasos casos de deslealtad, pero nunca determinantes). Pensar que ahora 38 electores de Trump van a votar por Clinton, (para que sumados a 232 que ya tiene reúna los 270 necesarios) resulta ingenuo e irresponsable, pues ello equivaldría a incendiar el país.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2016).

La teoría no es compleja. Una democracia debe tener cuando menos 2 partidos. No existe democracia unipartidista, por obvias razones. La teoría dice que esos partidos deben tener propuestas diferentes para representar a una sociedad heterogénea y diversa. Partidos liberales, conservadores, de izquierda, de derecha, verdes y de lo que se nos ocurra. La idea es que entre ellos compitan por ver quién es capaz de suscitar más simpatías entre la gente. El partido que convence a más gente, gana las elecciones y gobierna por un periodo determinado de tiempo. Pero su labor no acaba ahí. Luego, de acuerdo a sus votos, los partidos ocupan asientos en las cámaras, en los gobiernos estatales y locales. Así, la función de los que pierden es supervisar al que gana. Fiscalizar a quien gobierna. Oponerse a lo que creen que hace mal y colaborar en aquello que juzgan correcto. Es decir, ser un contrapeso del partido que gobierna. Por eso hay muchos partidos; por eso pagamos muchísimo dinero para que existan partidos de todo tipo.

Sin embargo, a menudo la teoría no corresponde con la realidad. A menudo, el pluralismo inherente a la democracia, se vuelve de ficción. A menudo, la oposición se vuelve una extensión del gobierno. Los partidos votan reformas que no tienen nada que ver con sus propuestas en campaña y sus principios. Aprueban presupuestos públicos que vulneran las razones que llevaron a los electores a votar por ellos. Consienten nombramientos públicos que atentan contra la razón de ser de la división de poderes. Y, todavía peor, en abierta contradicción de lo que marca la teoría clásica de la democracia, en lugar de denunciar la corrupción del gobierno, ser un contrapeso ante los abusos, la oposición se convierte en una tapadera. El pluralismo como escudo ante los posibles abusos del poder se convierte en una gran alianza por la impunidad. Es como si el multipartidismo se transforma alquímicamente en unipartidismo. No solo no se denuncia, se protege; no sólo no se cuestiona, se es cómplice. O como diría María Amparo Casar, el "tapaos los unos a los otros".

Hace 2 décadas, los politólogos Richard Katz y Peter Mair acuñaron el término "el partido cartel". Así lo definen: "se puede definir un sistema cartelizado como aquel en el que los principales partidos, de gobierno y oposición, cooperan con alguna frecuencia para asegurar su posición dominante y su acceso privilegiado a recursos estatales decisivos para la supervivencia de todos y que minimizan los costos de derrotas electorales".

Lo vemos en México. Los principales partidos políticos se ponen de acuerdo para mantener sus privilegios; se ponen de acuerdo para evitar procesos reales de rendición de cuentas.

Enrique Toussaint
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2016).

En el 1er. artículo que publicó tras las elecciones, mi admirado John Carlin decía: "Los analfabetos políticos que votaron a Trump han caído en lo que la historia juzgará como un acto de criminal irresponsabilidad hacia su propio país". Muy cierto. Esos votantes son unos incultos y también los culpables directos del desastre. Han ganado los supremacistas blancos, los partidarios del rifle, los sexistas irredentos. Que nadie se llame a engaño: el machismo, ese prejuicio tan soterrado y poderoso, ha sido una de las causas por las que Clinton perdió.

Pero, además de esto, yo creo que hay gente con una responsabilidad aún mayor por lo que está sucediendo en el mundo. Llevamos un año de victorias de la irracionalidad, del retrogradismo, de la demagogia. Y los analistas políticos, ante cada derrota del sentido común, llámese Brexit o trumpismo, se limitan a decir: son unos ignorantes y se han equivocado.

Pues sí, son ignorantes y se equivocan, de la misma manera que se equivocó trágicamente el pueblo alemán en 1932 cuando votó a Hitler. Pero ¿por qué está sucediendo de repente todo esto? ¿Qué es lo que saben esos ignorantes para portarse así? Pues saben, o sienten, que no pintan nada. Que esta democracia supuestamente representativa no les representa en absoluto. Que hay una distancia sideral entre sus problemas y la clase política. Que la mayoría de los políticos no trabajan para el bien común, sino para su propio provecho. Y que el sistema es una maquinaria férrea, inmutable y ajena que les aplasta una y otra vez: la crisis mundial la están pagando los ciudadanos más desfavorecidos.

Los profesores Vitali, Glattfelder y Battiston estudiaron en 2011 más de 43,000 empresas multinacionales y descubrieron que el 80% de ellas estaba controlado por tan sólo 737 personas. Hay un millar de individuos que poseen el mundo, y los políticos deberían estar de nuestra parte, de parte de todos los demás ciudadanos, para intentar controlar a los potentados. Pero ¿acaso alguien siente que están de nuestro lado? Yo, desde luego, no. La democracia, que tiene a su favor la transparencia, nos muestra una y otra vez todos los fallos del sistema, su corrupción, su hipocresía. Y la gente ignorante, harta de no sentirse ni siquiera escuchada, se vuelve hacia los profetas antisistema, hacia los neonazis, los neoestalinistas o los tiranos teocráticos como el ISIS, creyéndolos puros y distintos. Un trágico error que vamos a pagar todos con sangre, porque fuera del sistema democrático sólo está el infierno. Pero, claro, para que la democracia siga funcionando hace falta devolverle la legitimidad y la credibilidad que ahora parece haber perdido.

De modo que sí, querido Carlin, esos analfabetos que votaron a Trump han cometido un acto de criminal irresponsabilid ad, pero a mí aún me parecen más culpables los políticos que se han olvidado de su condición de servidores de la sociedad y que se diría que sólo viven para sus propios intereses. Creo que muchos de los votantes de Estados Unidos no se sienten representados ni por los demócratas ni por los republicanos y, por otra parte, ¿qué ejemplo de veracidad dan todos esos sectarios como Susan Sarandon que prefieren seguir empecinados en las luchas partidistas en vez de pensar en los ciudadanos, en el bien común? El mismo ejemplo que dio la izquierda aquí [en España] tras las primeras elecciones, cuando, en vez de pactar, como les ordenaban las urnas, prefirieron convocar nuevos comicios porque creyeron que sacarían más tajada, más poder personal, sillones, cargos.

Cuando, días antes de las elecciones, Trump rompió con los republicanos, ya sospeché que ganaría. Porque eso le daba aún más credibilidad al energúmeno: "Ha roto con los políticos corruptos, él sí que va a ser capaz de hablar por nosotros", me imagino que pensaron los analfabetos de Carlin. Equivocadamente, desde luego. Y, aun así, algo saben. Algo fundamental que deberíamos ser capaces de escuchar.

Rosa Montero
(v.pág.10-B del periódico El Informador del 27 de noviembre de 2016).

La democracia es el equilibrio de poderes, es el autogobierno de las regiones, es el sistema institucionalizado y competitivo de los partidos, es la autonomía de las organizaciones sociales, es el gobierno de la ley a través de la ley, y es el ejercicio del poder público en público.

Jesús Silva Herzog Márquez
(v.pág.17 del periódico Milenio Jalisco del 2 de diciembre de 2016).

¿Por qué son anticonstitucionales los gobiernos de coalición?

1. Porque van en contra del Artículo 39 que establece: "Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste". No dice aquí que el poder público sea producto de pactos o acuerdos entre partidos para establecer gobiernos de coalición en beneficio de élites partidistas.

2. Contradicen el 41 que postula que los partidos políticos tienen como fin: hacer posible el acceso los ciudadanos al ejercicio del poder público "de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan". El que los gobiernos de coalición le impongan al ejecutivo un programa de gobierno por el cual el pueblo no votó, significa una defraudación al electorado por el engaño que supone haberle presentado una plataforma electoral como programa de gobierno, y que luego, el electo aplique otro impuesto por los partidos del gobierno de coalición.

3. La Constitución establece que el acceso al poder público es "mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo". El gobierno de coalición contradice esto, puesto que la integración del poder ejecutivo ya no sería por ese mecanismo, sino producto de un pacto o acuerdo entre partidos.

4. Contradicen el 49 Constitucional que postula que "El supremo poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial", y establece la separación de poderes. Los gobiernos de coalición atentan contra éste principio al intervenir el legislativo en el ámbito del eecutivo al designarle su gabinete, imponerle un programa de gobierno y menguarle su capacidad de iniciativa de ley.

5. Contravienen el 80 Constitucional que establece que el poder ejecutivo de la Unión se deposita "en un solo individuo, que se denominará Presidente de los Estados Unidos Mexicanos", por cuanto establece un ejecutivo colegiado propio de los sistemas parlamentarios.

Esto no se dice, porque no conviene a los coalicionistas que quieren repartirse el poder al margen de la voluntad popular, sacando "el petate del muerto" de la ingobernabilidad.

Javier Hurtado
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de diciembre de 2016).

Lo malo de la democracia es que todo el mundo pueda votar. Y no digo que yo esté capacitado, pero habría que pasar varios exámenes. La Historia nos tiene que servir para algo. Pero ¿cómo puede votar un tío que no sabe quién fue Napoleón? Esa gente que piensa nada más que en comer donuts y ponerse más gorda de lo que está, ¿va a votar?

Robe Iniesta (citado por Jorge Bustos)
(v.periódico El Mundo del 16 de diciembre de 2016).

La cara más reconocible de la ultraderecha francesa, Marine Le Pen, lideresa del Frente Nacional, sostiene que en el mundo "hay una revuelta contra el sistema que ya no sirve a los intereses de la gente, sino que se sirve a sí mismo".

Fronteras, muros, aislacionismo, se vuelven ejes vertebradores de los discursos políticos en los países más ricos del mundo. Se entiende a la élite política de estos países como el anti-pueblo, gobiernos entregados a intereses que nada tienen que ver con las reivindicaciones de la sociedad. Marionetas desprovistas de autonomía para tomar decisiones sin la intervención de los poderes trasnacionales.

El populismo parece ser el concepto de nuestro tiempo. Es innegable, el mundo atraviesa por un momento populista. Es decir, un periodo de tiempo determinado en que las sociedades se sienten decepcionadas y hasta traicionadas por sus élites. Sienten que "los de arriba" han secuestrado la democracia y la han puesto al servicio de intereses que no son los generales. El populismo es un discurso político y no una ideología. Un discurso que se cierne sobre la aspiración de recuperar las instituciones al servicio del "pueblo". De la derecha a la izquierda, el cuestionamiento al sistema está teniendo elementos populistas innegables.

La indignación alcanza tales cuotas, que el discurso del miedo parece poco efectivo para el granjero de Arkansas que vota por Trump; el anciano británico que no quiere perder su pensión, o el trabajador industrial del norte de Francia que ha visto como la empresa en la que trabajaba se fue al sudeste asiático. El miedo es poco efectivo cuando la indignación se vuelve el motor del voto. Venganza y resentimiento son también emociones que llevan a los ciudadanos a decantarse por candidatos que desafían al sistema.

Hay más pasado que futuro en las narrativas de los nuevos partidos políticos antisistema. Es la recuperación del Estado como escudo protector de los nacionales, de los que son de aquí.

Las utopías perdieron su atractivo. El socialismo, el comunismo hoy en día son sistemas que no concitan grandes pasiones. El internacionalismo y el globalismo, las doctrinas de la interconexión, tampoco despiertan simpatías desmedidas. Los sectores liberales y progresistas se han quedado sin imaginarios seductores para aquellos que se sienten y viven como perdedores de la globalización. La política dejó de emocionar, sumida en una especie de pacto de turnos entre partidos centristas que se pasaban la estafeta de gobierno cada determinado tiempo. O el reino gris y aburrido de la tecnocracia. No había quien se atreviera a desafiar lo establecido y el nacionalismo siempre es una opción ante semejantes vacíos.

La revolución de la ira demuestra el poder que tiene jugar con los instintos más primarios de la ciudadanía. En México, como el resto de América Latina, existe un giro conservador que busca revertir todos esos avances que ha habido en materia de libertades y derechos humanos.

La revolución de la ira es la modificación de la política como la conocemos. La indignación con las élites ha provocado que el gran centro liberal que se daba como hecho en Occidente, se encuentre cuestionado. Vamos hacia un horizonte político en donde los partidos son menos importantes y el personaje resulta clave. Las emociones se imponen al cálculo; las pasiones doblegan a lo razonable.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 18 de diciembre de 2016).

La elección del republicano Trump marca a hierro y fuego el contraste del sistema democrático, con una población nutrida de votantes cansados, hartos y extremadamente decepcionados y frustrados con los partidos políticos tradicionales, haciendo destacar el triunfo del empresario neoyorkino como pauta por haber conseguido llegar -aunque pocos lo creían en principio-, hasta donde llegó.

Francisco Baruqui
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de enero de 2017).

Recientemente un extranjero preguntaba: ¿cuál es la relación que existe en México entre Estado y sociedad? La respuesta es compleja.

A primera vista entre estado y sociedad lo que existe en México es una cada vez mayor alienación. Es decir, ni la sociedad se reconoce en el estado ni el estado se reconoce en la sociedad, simplemente se usan mutuamente para fines prácticos.

El origen de esta absurda separación ha nacido con el estado mismo desde el momento en que sus autores lo fueron construyendo sin la participación de la sociedad y frecuentemente en contra de la misma idiosincrasia social. Este grupo de ideólogos y políticos del siglo XIX idearon un estado mexicano que luego pretendieron imponer con el apoyo de las leyes que ellos mismos hacían. El resultado inevitable fue que desde el principio la sociedad no se reconoció en ese endriago. Sólo que desde el principio también el nuevo estado mexicano heredaba las atribuciones del antiguo, virreinal, y con ello la carga administrativa y el manejo amplio y libre de la riqueza nacional. El poder y el dinero lo tiene el estado, y con el poder y el dinero el estado se irá alejando cada vez más de la sociedad.

Este alejamiento apenas atenuado con el paternalismo porfirista y durante el breve periodo maderista, se vuelve a acentuar paulatinamente haciendo que, de un estado que otra vez intentaba representar a la sociedad, se pasara a un estado que la suplantó. El proceso de alienación estaba consumado, la sociedad mexicana no es su estado, ni el estado expresa, representa o sirve a la sociedad mexicana. Se siguen usando para fines prácticos.

Esta suplantación ha elevado los costos que en todos los aspectos debe pagar la sociedad, convirtiendo la separación en hostilidad, razón por la cual el estado ha debido buscar la forma de preservarse a sí mismo, pero no precisamente como un "estado", sino como un sistema sostenido por los partidos políticos dominantes que garantice seguir conservando la función pública como una forma de acceder al poder y al dinero de la nación. En cierto modo el estado mexicano ha colonizado al país, es decir, lo somete a explotación con la complicidad de aquellos mexicanos que se benefician del sistema: intelectuales orgánicos, miembros de instituciones educativas, determinados periodistas, e innumerables empresarios entre otros.

Ante estas reacciones lo que ha ocurrido es que el estado acabó secuestrando a la sociedad, toda vez que cualquier recurso, exigencia, demanda social orientada a generar un verdadero cambio del sistema político y del propio estado atraviesa por el escrutinio y decisión final de los legisladores, que son parte de la estructura colonizadora del estado mexicano. Y si se acude a la controversia constitucional ante la Suprema Corte, el resultado es idéntico, ya que los jueces son también parte del mismo esquema explotador que arruina al país. Por lo mismo alcaldes y gobernadores siempre hallarán subterfugios para seguir creciendo nóminas y sueldos o salir con que se rebajarán el 5 o el 10%, u otras simplezas similares. No es, como dicen muchos, que Peña Nieto ya no nos represente, es el estado mexicano el que ya no nos representa.

Finalmente, si volvemos a la pregunta inicial, la respuesta se sintetiza: el estado mexicano pretendió representar a la sociedad, al no poderlo hacer, la suplantó, cuando la sociedad reaccionó, la secuestró ¿Qué sigue ahora, la represión?

Armando González Escoto
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 22 de enero de 2017).

La nación es la idea política más potente de la historia. Más que el pueblo, la clase trabajadora o la ciudadanía. La nación como construcción política nos ha llevado a guerras, conflictos, sangre. Defender a la nación, es la obligación de todo compatriota. Desde que estamos pequeños en la escuela, nos introducen en el mundo de las banderas, los símbolos y los himnos. La nación tiene sus ritos y se reproducen durante el tiempo con asombrosa eficacia. Hace no mucho, los liberales clamaban la muerte de las naciones y, por ende, del nacionalismo. Presagio que ha demostrado su más rotundo fracaso.

El mundo de las naciones presenta estables signos vitales. No sólo avanzan los candidatos que enarbolan un discurso nacionalista o patriótico, sino que incluso el discurso político se mueve de las ideas internacionalistas al refugio nacionalista. Ante los males de la globalización, la nación siempre es un cálido hogar a dónde acudir. No considero que esta parcialidad nacional sea nociva en sí misma, creo más bien que, aunque las naciones no son naturales bajo ninguna lógica, el sentimiento de parcialidad y arraigo local sí lo son. El vínculo con la tierra. El nacionalismo, la identidad que coloca a la nación en el centro del discurso político, es nociva por sus consecuencias -exclusión, racismo, discriminación- y su radicalismo.

El nacionalismo clásico, aquél que se sustenta en la raza y en la superioridad, debe definir quién es la nación -para Trump son los trabajadores blancos empobrecidos por la globalización- y convencerlos que el otro abusa de ellos. No hay discurso nacionalista sin victimismo: México y China nos roban; el mundo abusa de nosotros. La vieja Europa vive de nuestras costillas.

En México, comienza a emerger un discurso nacionalista que, aunque no había desaparecido, había estado dormido por 3 décadas. La quiebra del modelo endógeno en los 80, dejó en el basurero de la historia las recetas del nacionalismo económico que rigieron a este país durante 5 décadas. El desequilibrio lópezportillista significó el preludio del México globalizado, liberal y abierto. En el discurso oficial desaparecieron las referencias históricas, los apelativos a la identidad nacional, y se adoptó la inevitabilidad del nuevo México inserto en la globalización. El PRI que, por buen tiempo sustentó sus principios en el llamado nacionalismo revolucionario, ahora se convertía al liberalismo salinista. La izquierda no dejó morir el nacionalismo, particularmente López Obrador, pero lo hizo a través de una denuncia a "la mafia del poder" y al establishment, rebajando a casi nada los signos identitarios.

Sin embargo, Trump levantó al nacionalista dormido. Como nunca antes, la mexicanidad se encuentra amenazada.

El llamado a la unidad no se puede sustentar sobre la base de la abolición del disenso y la persecución de los críticos. Lealtad nacional, sí. Pero la lealtad que se ejerce desde la libertad de expresión, la crítica y el disenso. La unidad sin disenso, es fascismo. Es un momento de sensibilidad social y angustia pública, coyuntura ideal para que los políticos lucren con las incertidumbres. Por ello, la unidad como discurso vacío, simplemente como forma de acallar a la opinión pública, es un cálculo político totalmente inaceptable en democracia.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 29 de enero de 2017).

El deseo de minimizar el riesgo está actuando con Donald Trump. Estoy harta de escuchar tranquilizadoras, esperanzadas frases del tipo de: "Nooooo, luego en el cargo se moderará, luego la política la harán sus asesores, esto es solo fachada, bravatas, apariencia, luego en realidad no cambiará casi nada". Siempre se dijo lo mismo de los monstruos; de Hitler, por ejemplo, que firmó un pacto con Rusia (estremecedor paralelismo) y a quien nos esforzábamos en ver inofensivo (al principio incluso hubo millonarios judíos que le dieron dinero para detener el auge del marxismo); o del ayatolá Jomeini, a quien todos creían una figura meramente simbólica y nada peligrosa. Y tampoco me sirve ese otro consuelo de quienes dicen: "Pero no, lo sacarán del cargo, lo destituirán como presidente, el sistema americano no le permitirá desbarrar", porque, aunque lo echen, habrá otro Trump que ocupe su puesto. El problema es la crisis de la credibilidad democrática, y en tanto en cuanto no solucionemos eso, nuestro barco irá a la deriva.

Rosa Montero
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 5 de febrero de 2017).

La única manera de luchar contra la deriva ultra de los Trump y los Brexit es la regeneración democrática. Acabar con la corrupción, con la injusticia y la hipocresía que han hecho que mucha gente ya no se sienta representada por nuestro sistema. Pero, por desgracia, no veo que nadie haga nada.

Rosa Montero
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 19 de febrero de 2017).

Nada desmoraliza tanto a una sociedad como advertir que los gobernantes que llegaron al poder con los votos de las personas comunes y corrientes aprovecharon ese mandato para enriquecerse, pisoteando las leyes y envileciendo la democracia. La corrupción es, hoy en día, la amenaza mayor para el sistema de libertades que va abriéndose paso en América Latina luego de los grandes fracasos de las dictaduras militares y de los sueños mesiánicos de los revolucionarios. Es una tragedia que, cuando la mayoría de los latinoamericanos parecen haberse convencido de que la democracia liberal es el único sistema que garantiza un desarrollo civilizado, en la convivencia y la legalidad, conspire contra esta tendencia positiva la rapiña frenética de los gobernantes corruptos.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 19 de febrero de 2017).

El comunismo ya no es el enemigo principal de la democracia liberal -de la libertad- sino el populismo. Aquel dejó de serlo cuando desapareció la URSS, por su incapacidad para resolver los problemas económicos y sociales más elementales, y cuando (por los mismos motivos) China Popular se transformó en un régimen capitalista autoritario. Los países comunistas que sobreviven -Cuba, Corea del Norte, Venezuela- se hallan en un estado tan calamitoso que difícilmente podrían ser un modelo, como pareció serlo la URSS en su momento, para sacar de la pobreza y el subdesarrollo a una sociedad. El comunismo es ahora una ideología residual y sus seguidores, grupos y grupúsculos, están en los márgenes de la vida política de las naciones.

Pero, a diferencia de lo que muchos creíamos, que la desaparición del comunismo reforzaría la democracia liberal y la extendería por el mundo, ha surgido la amenaza populista. No se trata de una ideología sino de una epidemia viral -en el sentido más tóxico de la palabra- que ataca por igual a países desarrollados y atrasados, adoptando para cada caso máscaras diversas, de izquierdismo en el tercer mundo y de derechismo en el primero. Ni siquiera los países de más arraigadas tradiciones democráticas, como Gran Bretaña, Francia, Holanda y Estados Unidos están vacunados contra esta enfermedad: lo prueban el triunfo del Brexit, la presidencia de Donald Trump, que el partido del Geert Wilders (el PVV o Partido por la Libertad) encabece todas las encuestas para las próximas elecciones holandesas y el Front National de Marine Le Pen las francesas.

¿Qué es el populismo? Ante todo, la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero. Por ejemplo, estatizando empresas y congelando los precios y aumentando los salarios, como hizo en el Perú el presidente Alan García durante su primer gobierno, lo que produjo una bonanza momentánea que disparó su popularidad. Después, sobrevendría una hiperinflación que estuvo a punto de destruir la estructura productiva de un país al que aquellas políticas empobrecieron de manera brutal. (Aprendida la lección a costa del pueblo peruano, Alan García hizo una política bastante sensata en su segundo gobierno).

Ingrediente central del populismo es el nacionalismo, la fuente, después de la religión, de las guerras más mortíferas que haya padecido la humanidad. Trump promete a sus electores que "América será grande de nuevo" y que "volverá a ganar guerras"; Estados Unidos ya no se dejará explotar por China, Europa, ni por los demás países del mundo, pues, ahora, sus intereses prevalecerán sobre los de todas las demás naciones. Los partidarios del Brexit -yo estaba en Londres y oí, estupefacto, la sarta de mentiras chauvinistas y xenófobas que propalaron gentes como Boris Johnson y Nigel Farage, el líder de UKIP en la televisión durante la campaña- ganaron el referéndum proclamando que, saliendo de la Unión Europea, el Reino Unido recuperaría su soberanía y su libertad, ahora sometidas a los burócratas de Bruselas.

Inseparable del nacionalismo es el racismo, y se manifiesta sobre todo buscando chivos expiatorios a los que se hace culpables de todo lo que anda mal en el país. Los inmigrantes de color y los musulmanes son por ahora las víctimas propiciatorias del populismo en Occidente. Por ejemplo, esos mexicanos a los que el presidente Trump ha acusado de ser violadores, ladrones y narcotraficantes, y los árabes y africanos a los que Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia, y no se diga Viktor Orbán en Hungría y Beata Szydlo en Polonia, acusan de quitar el trabajo a los nativos, de abusar de la seguridad social, de degradar la educación pública, etc.

En América Latina, gobiernos como los de Rafael Correa en el Ecuador, el comandante Daniel Ortega en Nicaragua y Evo Morales en Bolivia, se jactan de ser antiimperialistas y socialistas, pero, en verdad, son la encarnación misma del populismo. Los 3 se cuidan mucho de aplicar las recetas comunistas de nacionalizaciones masivas, colectivismo y estatismo económicos, pues, con mejor olfato que el iletrado Nicolás Maduro, saben el desastre a que conducen esas políticas. Apoyan de viva voz a Cuba y Venezuela, pero no las imitan. Practican, más bien, el mercantilismo de Putin (es decir, el capitalismo corrupto de los compinches), estableciendo alianzas mafiosas con empresarios serviles, a los que favorecen con privilegios y monopolios, siempre y cuando sean sumisos al poder y paguen las comisiones adecuadas. Todos ellos consideran, como el ultra conservador Trump, que la prensa libre es el peor enemigo del progreso y han establecido sistemas de control, directo o indirecto, para sojuzgarla. En esto, Rafael Correa fue más lejos que nadie: aprobó la ley de prensa más antidemocrática de la historia de América Latina. Trump no lo ha hecho todavía, porque la libertad de prensa es un derecho profundamente arraigado en los Estados Unidos y provocaría una reacción negativa enorme de las instituciones y del público. Pero no se puede descartar que, a la corta o a la larga, tome medidas que -como en la Nicaragua sandinista o la Bolivia de Evo Morales- restrinjan y desnaturalicen la libertad de expresión.

El populismo tiene una muy antigua tradición, aunque nunca alcanzó la magnitud actual. Una de las dificultades mayores para combatirlo, es que apela a los instintos más acendrados en los seres humanos, el espíritu tribal, la desconfianza y el miedo al otro, al que es de raza, lengua o religión distintas, la xenofobia, el patrioterismo, la ignorancia. Eso se advierte de manera dramática en los Estados Unidos de hoy. Jamás la división política en el país ha sido tan grande, y nunca ha estado tan clara la línea divisoria: de un lado, toda la América culta, cosmopolita, educada, moderna; del otro, la más primitiva, aislada, provinciana, que ve con desconfianza o miedo pánico la apertura de fronteras, la revolución de las comunicaciones, la globalización. El populismo frenético de Trump la ha convencido que es posible detener el tiempo, retroceder a ese mundo supuestamente feliz y previsible, sin riesgos para los blancos y cristianos, que fue el Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta. El despertar de esa ilusión será traumático y, por desgracia, no sólo para el país de Washington y Lincoln, sino también para el resto del mundo.

¿Se puede combatir al populismo? Desde luego que sí. Están dando un ejemplo de ello los brasileños con su formidable movilización contra la corrupción, los estadounidenses que resisten las políticas demenciales de Trump, los ecuatorianos que acaban de infligir una derrota a los planes de Correa imponiendo una segunda vuelta electoral que podría llevar al poder a Guillermo Lasso, un genuino demócrata, y los bolivianos que derrotaron a Evo Morales en el referéndum con el que pretendía hacerse reelegir por los siglos de los siglos. Y lo están dando los venezolanos que, pese al salvajismo de la represión desatada contra ellos por la dictadura narcopopulista de Nicolás Maduro, siguen combatiendo por la libertad. Sin embargo, la derrota definitiva del populismo, como fue la del comunismo, la dará la realidad, el fracaso traumático de unas políticas irresponsables que agravarán todos los problemas sociales y económicos de los países incautos que se rindieron a su hechizo.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 5 de marzo de 2017).

Nunca en el mundo ha habido tanta desigualdad ni tanto descontento para con la clase política. Todo a pesar que en 4 décadas se apostaron todas las cartas a fortalecer la globalización y la democracia. Sin embargo, las instituciones de desmoronan y pierden legitimidad, y hay un regreso del ultranacionalismo y la xenofobia en varios países, incluyendo a Estados Unidos.

"Queremos repensar este orden político-democrático que empieza a tener problemas. En sus últimos libros, críticos para con la democracia, el autor belga David van Reybrouck habla del síndrome de la fatiga democrática para decir que muchos sectores de la sociedad tienen dudas o escepticismo, no sólo sobre la capacidad directiva de los gobiernos democráticos, sino sobre su seriedad institucional y su lealtad a los principios y valores de la democracia y del Estado de derecho", subrayó el coordinador del Comité Técnico de la Red de Políticas Públicas de la UdeG, Luis F. Aguilar Villanueva.

El rector general de la Universidad de Guadalajara, Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla, agregó que existe un decaimiento en algunas instituciones y hay desconfianza de la gente hacia la clase política, "lo que ha permitido el resurgimiento de posturas ultranacionalistas y belicistas que se consideraban superadas".

La desconfianza que existe en las instituciones se puede entender en México, porque la mayoría de ellas parecen estar más interesadas en exprimir al ciudadano que en retribuirle beneficios. Esto, aunado a un fallido Estado de Derecho y factores como la incertidumbre de la población hacia el gobierno, provoca que haya un bajo desempeño social, reflexionó René Millán Valenzuela, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

"México aún tiene marcadamente un conjunto de instituciones extractivas, que se orientan a la extracción de ganancia por encima del bien que intercambian u ofrecen".

Millán Valenzuela afirmó que, si a las instituciones de gobierno se les ve como un bien necesario para la vida pública, en la práctica ese bien le está saliendo caro a la población.

Añadió que la existencia de estructuras monopólicas, como Pemex, permiten que haya una sobreganancia en el bien que intercambian, pues estructuran el precio de forma tal que no corresponde a lo que se paga. Esto y otros factores provocan un bajo desempeño social, concepto que mide la capacidad de respuesta que tiene la sociedad contemporánea mexicana para atender un conjunto de problemas.

Macario Schettino, director de Investigación y Programas Doctorales del Instituto Tecnológico de Monterrey y director de Negocios del periódico El Universal, dijo que creer que la globalización fue una tragedia es sólo un mito. Por lo tanto, no son motivos económicos los que han provocado el ascenso de personajes ligados a la ultraderecha, o de medidas proteccionistas como el Brexit, sino el temor de grupos conservadores a perder sus privilegios en Estados Unidos y Europa.

Contrastó la famosa "gráfica del elefante" -arma favorita de los detractores de la globalización, diseñada en 2008 por el ex economista del Banco Mundial Branko Milanovic- con otra gráfica de 2011 del mismo autor, mostrando que la clase media aumentó 20% sus ingresos, y que el 80% de la población, donde se incluye a la más pobre, duplicó ese incremento. Eso, dijo, demuestra que la globalización no ha sido tan catastrófica como la pintan, de lo cual se desprende que, más bien, son los grupos elitistas los que se defienden con las uñas.

"El estatus es lo que está en riesgo. Imaginen comunidades de Michigan, o Wiscosin, con 3,000 habitantes, donde varias generaciones han vivido ahí y que de repente las cosas comienzan a cambiar. Ahora la ferretería la lleva un mexicano y el restaurant lo tiene un musulmán, y el que vende los autos es un negro. Entonces el estatus que tenían empieza a desaparecer y quizá ven que es probable que en la próxima elección gane un mexicano la alcaldía. Por eso, lo que estamos viendo es un intento de defensa de todos aquellos que están siendo golpeados por un cambio profundísimo, que no es económico, aunque tiene impactos económicos, pero tiene que ver más con la manera en que funciona el ser humano", expuso.

Julio Ríos
(v.pág.4 de La gaceta de la Universidad de Guadalajara del 6 de marzo de 2017).

Los resentimientos ciudadanos contra los partidos políticos son grandes, profundos, muchos inmersos en un odio al gremio político que hace verlo con desprecio y con rechazo cuando el prestigio de sus personajes y componentes está, no se duda... por los suelos.

Pero, con todo y por todo, la democracia, en su esencia y fondo, hace a los partidos políticos necesarios por su estructura misma, aunque exista el repudio por sus malas conductas y las de su gente.

Francisco Baruqui
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 13 de marzo de 2017).

Reza el dicho que la democracia es certidumbre en las reglas, pero incertidumbre en los resultados. No es democrático un país en donde sabemos con toda seguridad quién va a ganar las próximas elecciones. Y en los tiempos en los que vivimos, las elecciones son cada vez menos previsibles. ¿Quién se imaginaba que Donald Trump sería presidente de Estados Unidos un año y medio antes de la contienda? ¿De dónde salió Emmanuel Macron, el liberal que hoy encabeza los sondeos en Francia y que podría llegar al Eliseo con su movimiento en marche?

La volatilidad y la fragmentación electorales provocan que el tablero del juego político se mueva más que en el pasado. Y más en México, en donde un candidato puede convertirse en Presidente de la República con alcanzar de 28 a 30% de las simpatías.

En un momento en donde los partidos políticos son vistos más como el problema que como la solución, un 4o. polo que reúna independientes y partidos políticos que asuman un papel secundario, podría tener un impacto de relevancia en 2018. La debilidad: este 4o. polo no tiene proyecto ni consistencia ideológica. Y, es más, se ha construido al revés: primero las personas y luego el programa político.

Es entendible que haya ciudadanos que no quieren escoger entre Zavala, López Obrador o el “delfín” que mande Peña Nieto. Sin embargo, hasta el momento, la cuarta vía supuestamente “ciudadana” es una recolección de personalidades, sin proyecto, ni lazos ideológicos que los una. Sin programa o proyecto político, una 4a. vía cae en los mismos vicios que denuncia. Pragmatismo puro.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 26 de marzo de 2017).

La demagogia política es un fenómeno descrito desde los clásicos griegos como una forma de satisfacer las ansiedades de la masa a costa de sacrificar el manejo responsable de la cosa pública. El populismo es hoy la forma más actual del ejercicio político encaminado al aplauso de hoy a costa del sacrificio de mañana.

Ese tipo de manejo comienza con la supuesta empatía entre la población y su líder. Poco a poco avanza luchando contra los límites del estado de derecho y trabaja para protegerse y perpetuarse mediante una maquinaria electoral permanente.

Los ejemplos de Venezuela y otras naciones son sintomáticos del costo del populismo. Pero ahora la demagogia ha pasado del discurso ideológico a un pragmatismo líquido o casi gaseoso. La oferta se centra en símbolos que traen consigo la idea de mejoras o progresos que no se pueden obtener en el corto plazo, como la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea, o la oferta de empleos y seguridad en los Estados Unidos. Ese neopopulismo se enfrenta a los contrapesos políticos naturales y enfrenta la realidad de la compleja red de intereses que deben armonizarse desde la autoridad para poner en práctica medidas radicales.

Pero quizá el rango más importante de este movimiento es la tentación constante de rebasar los límites legales en su actuación, poniendo en duda la neutralidad y corrección de los órganos del Estado, para instalar personas afines en los contrapesos constitucionales. Ante estos intentos cobra especial relevancia el control de los mecanismos legislativos y constitucionales que puedan impedir cambios estructurales inspirados en medidas populistas. Las normas que garantizan la igualdad y la libertad son las más propensas a ser afectadas, como también son apetecibles los servicios de inteligencia, que pueden permitir de hecho el control interior con intenciones políticas.

La ruta para generar cambios que expandan la acción del Estado en el ámbito de la libertad personal, so pretexto de obtener seguridad es uno de los mayores peligros del neopopulismo. El refuerzo del gasto en seguridad impulsado en Estados Unidos y el Reino Unido, como las disputas en torno a las instituciones de inteligencia son una muestra de ello.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 26 de marzo de 2017).

El político populista usualmente es un personaje carismático, que señala que el sistema político o económico daña al pueblo, y que sus críticos sólo buscan preservar el statu quo, por lo que son los enemigos del pueblo.

De acuerdo con Ricardo Hausmann, economista venezolano, es director del Centro para el Desarrollo Internacional en la Universidad de Harvard, las críticas a los populistas regularmente los fortalecen.

Lo que se requiere, señala, es reconocer que los populistas tienen un punto cuando señalan los problemas y deficiencias de los modelos económicos vigentes, como la persistencia de la pobreza y la desigualdad, y lo que tiene que hacerse es desarrollar propuestas que realmente resuelvan los problemas a los que apuntan las políticas populistas.

Enrique Quintana
(v.periódico El Financiero en línea del 27 de marzo de 2017).

Nadie duda que la corrupción es un tóxico que amenaza la vida democrática. Pero la libertad es el instrumento primordial para combatirla de manera eficaz y erradicarla. Una prensa libre que la denuncie, una justicia independiente y gallarda que no tema enjuiciar y sancionar a los poderosos que delinquen. Una opinión pública que no tolere las picardías y las coimas.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 2 de abril de 2017).

Crece el racismo en el mundo, desde luego; medra la xenofobia, el miedo al diferente. Pero también parece que empieza a cuajar cierta movilización en defensa de los derechos democráticos duramente obtenidos a lo largo de los siglos.

Rosa Montero
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 2 de abril de 2017).

Si otros actores políticos no presentan soluciones más atractivas a los problemas del capitalismo, el atractivo popular de la derecha resurgente continuará.

Sheri Berman
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 19 de abril de 2017).

Desde que Joseph Schumpeter desarrolló su obra sobre elecciones y democracia hace más de 70 años, la idea sobre la equidad de los procesos electorales ha dominado la discusión pública, particularmente en aquellas naciones con sistemas políticos débiles y resabios autoritarios. Esto es que la voluntad del individuo no es independiente en el campo de la política, y la forma como se decide en las urnas suele estar determinada por la propaganda y fabricada por quienes más recursos tienen para manipular el voto. Por décadas, la forma como el PRI utilizó dinero no contabilizado como un método para ganar votos, ha sido motivo de denuncias periodísticas, primero, y más adelante buscado acotarse -en su caso y el de otros partidos-, por los órganos electorales.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 24 de abril de 2017).

En el 2018 nadie tendrá mayoría absoluta en los comicios presidenciales. Es más, muy difícilmente tendremos, con 4, 5 o 6 candidatos competitivos, como ocurrió en Francia, alguno que supere el 30%. Puede ganar cualquiera pero casi ninguno podrá gobernar. Ya vivimos esa situación, con condiciones mucho menos graves que hoy, en las elecciones del 2006 y del 2012. Para gobernar se requieren acuerdos y coaliciones, no minorías que lleguen al poder, pero no puedan avanzar en el terreno legislativo o lo hagan a fuerza de golpes autoritarios (que es la gran tentación de cualquier minoría que llega al poder sin consensos y acuerdos con otras fuerzas).

La propuesta de Manlio Fabio Beltrones establece que quien no alcance un 42% de los votos, debe construir una mayoría parlamentaria con acuerdos explícitos con otras fuerzas, un gobierno de coalición, como si fuera una democracia parlamentaria. Si no lo logra en un mes, habrá 2a. vuelta entre los 2 principales competidores, que en ese mismo proceso tendrán que construir, de una u otra forma, esa coalición.

No es verdad que es una fórmula contra López Obrador. Lo mismo podría argumentar el PRI, ante el fuerte voto antipriista o Margarita Zavala, por el antipanismo o anticalderonismo. Es una fórmula que obliga a acuerdos, a respetarlos y que permite gobernar. Todos sabemos que casi no hay tiempo para sacar una reforma de estas características, pero luego del levantamiento zapatista, en 1994, en unos pocos días se pudo sacar una reforma que le dio gran certidumbre a la elección presidencial de ese año, y sentó las bases para la construcción del sistema electoral posterior.

No dejemos pasar la oportunidad. Si llegamos con el actual diseño político al 2018 correremos el serio riesgo de tener otro sexenio perdido.

Jorge Fernández Menéndez
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 25 de abril de 2017).

Ya sabemos que todas las dictaduras son históricamente nefastas, porque anulan la función esencial que convierte a los miembros de un grupo social en ciudadanos: la libertad política. Sólo les queda la opción entre vivir sumisos como reses de un rebaño o emprender la rebelión civil, con su séquito de violencia, represión y asesinato de inocentes. Pero antes o después las dictaduras acaban, porque no hay Reich que mil años dure. Y entonces se ve que no todas las dictaduras dejan al país que las ha padecido con las mismas posibilidades de recuperación. Aunque siempre detestables, las dictaduras digamos "de derechas" logran a veces ciertos avances materiales que permiten luego una reimplantación relativamente fluida de las instituciones democráticas: no han destruido el tejido de la sociedad civil, sólo la han sometido y han abusado de él; mientras las llamadas "de izquierdas" frecuentemente destruyen hasta su raíz las instituciones civiles, jurídicas, empresariales, educativas... en busca de un ilusorio "mundo nuevo" que deja un terreno empobrecido y yermo donde será muy difícil y largo que rebrote la democracia. Por su capacidad criminal muchas veces los dictadores derechistas son peores mientras mantienen su tiranía, pero para lo que viene después los de izquierdas son aun más temibles.

Fernando Savater
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 30 de abril de 2017).

En 2016, líderes gubernamentales de Norteamérica debatieron acerca de lo que implica el populismo: Enrique Peña Nieto se manifestó en contra del mismo, seguramente porque en México lo venimos padeciendo cada vez más, con "mesías" de izquierda, de derecha y de centro, ninguno de los cuales ha dado en la justa medida de lo que la sociedad requiere (valores, educación, salud, compromiso para con los demás).

Inmerso en un profundo bache y rechazo social -en buena medida por su incapacidad para comunicar de manera asertiva sus acciones, y en otra por garrafales errores en su patrimonio familiar-, Peña Nieto fue duramente criticado en México, lo menos que se dijo fue que Barack Obama le había dado una lección al pronunciarse a favor del populismo; no muchos entendimos que hablaban de 2 concepciones de populismo diferentes.

Obama -él hasta entonces presidente ejemplo mundial- enfocaba su decir en la necesidad del gobierno, de preocuparse por los que menos tienen con acciones y políticas públicas cada ves más contundentes... meses después, los demócratas estadounidenses, incluyendo a Obama y Hilary Clinton fueron derrotados por un populista de derecha que hoy, después de más de 100 días, no ha podido cumplir prácticamente ninguno de sus postulados de campaña.

En su argumento, Enrique Peña Nieto intentó hacer ver el peligro que significan los autonombrados "mesías" -sin importar los colores que representen-, quienes sin la preparación adecuada buscan convencer, y en no pocas veces lo logran, a las masas ávidas de encontrar a alguien que les resuelva sus problemas personales y familiares, de preferencia, sin que implique esfuerzo alguno -para eso son los desvalidos, faltaba más-.

En tanto, a Justin Trudeau un joven convertido en un fenómeno de la política en Canadá, anfitrión y participante del mismo debate, con un decir interesante, casi nadie le presto atención en nuestros medios de comunicación, tal pareciera que de lo que se trataba era hacer leña de EPN.

Después de los resultados electorales y gubernamentales en EU, no he leído, ni escuchado que alguien de crédito a lo dicho por Peña Nieto, no obstante que tenemos el peligro a la vuelta de la esquina.

Cuauhtémoc Cisneros
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 8 de mayo de 2017).

Algunos dirán que hay de populismo a populismo, y es cierto, sólo que en nuestro país casi todos los partidos le apuestan y le han apostado siempre al populismo. Esta afirmación nos lleva a preguntarnos, y entonces ¿Qué es el populismo? Más que una ideología el populismo es un tipo de mercadotecnia política que basa su triunfo en el apelo a las mayorías, mismas que siguen constituidas por las personas con menos posibilidades en todos los campos de la sociedad. En Europa son los desempleados, en Estados Unidos las minorías raciales y los desplazados, en México más de la mitad de la población. Pero igualmente el discurso populista busca siempre un enemigo a vencer, para los europeos son los migrantes, para el presidente Trump los mexicanos, para los líderes socialistas el capitalismo neoliberal, para los musulmanes las potencias occidentales, para Corea del Norte Corea del Sur y sus sustentadores, y así región por región.

Pero no es sólo el apelo a los grupos menos favorecidos para ilusionarlos con el cambio, o el señalamiento de los enemigos a vencer, sino sobre todo el arte de ofrecerles un futuro inminente de progreso y prosperidad con la magia de la palabra vociferante, de la denuncia, de la mimética y la gesticulación dramática; en escenarios como el nuestro, tan erosionados, acudir al recurso de las promesas notariadas que al final de nada sirven, es sólo un nuevo recurso "populista" para convencer a un público crónicamente decepcionado. Esta realidad ha llevado el discurso populista mexicano a nuevos horizontes: ahora la promesa de que todo cambiará incluye la cacería de los mandatarios bandidos, no necesariamente la recuperación de lo que se robaron.

En países como el nuestro hay además un populismo que ha sabido diversificar su mensaje según el sector al que se dirige, pues no es lo mismo prometer a los hombres del campo que a los habitantes de las zonas marginales urbanas, a las masas obreras que a las masas juveniles, a las clases medias o las menos medias. Hay incluso un mensaje populista para los hombres de empresa y para los intelectuales, pues a la hora del carecer, del pedir y del esperar todo mundo es "pueblo", pueblo que puede favorecer con su voto al detentor del mensaje más convincente.

Armando González Escoto
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 14 de mayo de 2017).

La democracia es el sistema político del ruido, el bullicio y el disenso. La democracia se construye sobre el habla y los gritos. La deliberación sin cortapisas. No hay pluralismo sin disputa y, por lo tanto, sin garantías de libre expresión. Al contrario, la dictadura es el sistema del silencio. O los silencios sistematizados. Consenso originario. Unanimidad y homogeneidad. Un régimen autoritario desaparece por decreto el ruido de una sociedad. No se puede criticar y hay que hablar con voz bajita. La dictadura es el régimen de la secrecía. Los regímenes liberticidas hacen del terror el arma más eficaz para perpetuar el silencio y la soledad. Así lo decía la filósofa Hannah Arendt: "la soledad, el terreno propio del terror".

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 21 de mayo de 2017).

El capitalismo y las fuerzas del mercado, luego de derrotar a su enemigo comunista, nos aseguran un futuro de prosperidad, consumo y paz. La democracia, el sistema que permite que los ciudadanos elijan y controlen a su gobierno, se esparcirá por todo el mundo. Nada puede salir mal.

Con la misma mirada, en México le confiamos a la democracia resolver todos nuestros problemas. Con la democracia liberal, seríamos más guapos, altos y atractivos. De un plumazo, y sin la más mínima duda, los mexicanos entraríamos en el 1er. mundo, como tripulantes entusiastas de la globalización y de un nuevo país fincado en las libertades y la prosperidad. Nuestro pasado quedaría enterrado. El clientelismo desaparecería ante la reforma inevitable del sistema político. El corporativismo convertido en un simple reducto del pasado. Los partidos políticos serían vehículos ideales para potenciar la participación de los ciudadanos y la corrupción sería derrotada por la trasparencia y la rendición de cuentas. La democracia como fin teleológico de un largo camino que comenzó con la reforma política de 1977.

Nadie se preguntó, parafraseando a Robert Dahl, Y después de la revolución, ¿qué? Y aplicado al caso mexicano: y cuando seamos una democracia, ¿qué? ¿Qué debemos hacer el día siguiente?

La incipiente democracia mexicana vive una involución innegable. Las deformaciones con las que nació y las espinillas que desarrolló en su pubertad, hoy son cicatrices. Los vicios que heredó del viejo régimen devinieron en prácticas normalizadas. Es como si lo que nos escandalizaba socialmente en el 2000, en la actualidad sea parte del paisaje común del sistema político mexicano. La democracia mexicana es un sistema que apesta a obsoleto y vetusto cuando apenas alcanza la mayoría de edad. El concepto mismo de democracia, que en el pasado desencadenaba pasiones, hoy luce vacío e insignificante. Fue la solución de todo durante la transición y hoy parece que es la solución de nada.

México dio pasos gigantescos para tener elecciones con un juez imparcial. Hoy, el INE está más desgastado que un árbitro de fútbol. ¿Y qué decir de la democracia interna de los partidos políticos? Hoy, los partidos eligen a sus candidatos con el "dedo divino" del cacique de turno y no vemos que nadie se escandalice. En México parecía que entendíamos que era condenable vender tu voluntad política por un billete de 200, y hoy ya nadie se ruboriza al ver la compra de voto por doquier. La calidad de nuestra democracia retrocede frente a la indiferencia popular.

Corremos un grave riesgo en este país: llamarle democracia a algo que no es. Llamarle democracia a la compra masiva de votos. Llamarle democracia a la elección de estado. Llamarle democracia a la infiltración de dinero ilícito en las elecciones. Llamarle democracia al reparto de tarjetas de débito como instrumento de compra de voto. Llamarle democracia a la intervención espuria de los sindicatos a favor de los intereses de su cúpula gremial. Llamarle democracia a la compra masiva de medios de comunicación. Llamarle democracia a un sistema atravesado por la violencia y el asesinato de periodistas. México necesita rescatar su democracia.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 28 de mayo de 2017).

Ahora en el mundo se les conoce como populistas a regímenes que ofrecen soluciones simplonas a problemas complejos, al margen de que movilicen grupos o propongan déficit fiscales. Como el gobierno de Trump, que atribuye la pérdida de empleo industrial a acuerdos como el TLCAN o a la migración de los mexicanos.

Por ejemplo, si el populismo tiene que ver con la propensión a gastar de más, creo que la amenaza va mucho más allá de AMLO.

Para casi todos los candidatos que entren a la contienda presidencial, va a existir una propensión natural a hacer ofertas que requieren más gasto público, sin que propongan un esquema de recaudación real que lo sustente.

O bien, ofreciendo soluciones simplonas, falaces y populares, como la reducción de los salarios de los funcionarios públicos como fuente de financiamiento de programas sociales.

Creo que el riesgo de la reaparición de un déficit público inmanejable, de la tentación de hacer propuestas populares, pero sin viabilidad, o de buscar esencialmente el aplauso del "respetable", sin nada sólido qué ofrecer, trasciende a AMLO.

El riesgo principal que enfrentamos es que el populismo a la mexicana, que incluye todos los atributos descritos, sea contagioso y que, para ganar, todos los candidatos tengan que incorporarlo sin que, por ejemplo, propongan una reforma fiscal real -de las que duelen- para sustentar financieramente sus políticas.

Enrique Quintana
(v.periódico El Financiero en línea del 1o.de junio de 2017).

Alguna vez escribí que de poco aprovechan las urnas si quien vota es un analfabeto sin criterio, presa fácil de populistas y sinvergüenzas. Pero también es cierto que a ese analfabeto llevamos varias generaciones fabricándolo con sumo esmero y entusiasmo suicida. Somos lo que nosotros mismos hemos hecho de nosotros.

Por eso no conviene olvidar que a esos parlamentarios y políticos los hemos llevado hasta allí ustedes y yo. Entre los españoles hay ciudadanos dignos y honorables, pero también gentuza. Y la gentuza tiene, naturalmente, derecho a votar a los suyos. Eso prueba que somos una democracia representativa, porque es imposible representarnos mejor. Nuestros diputados son el trasunto de millones de ciudadanos que los eligieron. Podemos protestar al verlos manifestar nuestras más turbias esencias, podemos asistir boquiabiertos al repugnante espectáculo que dan, podemos, incluso, ciscarnos en sus muertos más frescos. Pero no debemos mostrarnos sorprendidos. Un Parlamento sin gentuza, lleve corbata o lleve chanclas para rascarse a gusto las pelotillas de los pies, no sería representativo de lo que también somos. Así que ya saben. A disfrutarnos.

Arturo Pérez-Reverte
(v.XL Semanal del 4 de junio de 2017).

Desde que se instauró el Colegio Electoral en los Estados Unidos (12a. enmienda a la Constitución), comenzó la polémica. Diversos estudios han analizando si el sistema de voto indirecto es verdaderamente democrático. Los que argumentan a favor, aducen que los 538 votos del colegio electoral son representativos en proporción a la población y al número de congresistas que representa cada estado. Indican que está diseñado para impedir que los grandes estados acaben dominando la política del país. Es decir, busca el difícil equilibrio entre los intereses de los estados y las instituciones centrales. Los detractores razonan que no se puede hablar de un sistema verdaderamente democrático si el resultado no refleja la decisión de la mayoría.

La historia registra 5 ocasiones en que un candidato gana el voto popular, pero pierden por no alcanzar los votos suficientes en el Colegio Electoral. Estos 5 presidentes: John Quincy Adams, Rutherford B. Hayes, Benjamin Harrison , George W. Bush y Donald Trump , perdieron el voto popular y ganaron la elección. El número de votos electorales no cambia en el tiempo, siempre se requieren 270 para ganar. Sin embargo, el número de votantes es cada vez mayor.

El paradigma de democracia no parece estar acuñado en ningún país, sigue siendo un ideal inalcanzable que se presta para muchas discusiones. Otro dato insólito. En Estados Unidos se requiere presentar una identificación oficial para miles de transacciones: comprar medicamento, registrarse en un hotel, abrir una cuenta de banco, comprar bebidas alcohólicas o cigarros, aplicar para un trabajo, rentar una casa o un coche, adoptar una mascota, comprar un celular, visitar un casino y decenas más. Sin embargo, ¿adivinen para qué no se requiere presentar una identificación en 19 Estados? ¡Para votar! Esto es un tema mucho más relevante y menos polémico que una reforma constitucional que se requeriría para cambiar el Colegio Electoral.

Los 19 Estados que no requieren identificación para votar suman 231 votos del Colegio Electoral, es decir un 42%, incluyendo estados muy grandes como California, Nueva York, Illinois y Pennsylvania.

Jacques Rogozinski
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de junio de 2017).

El término populismo -convertido en la descripción preferida de una revuelta de las masas contemporáneas- no ofrece posibilidad alguna de comprensión significativa de ese fenómeno. El uso del término populista es tan solo una forma de cultivar la negación de que el fantasma del fascismo amenaza nuevamente a nuestras sociedades y de negar el hecho de que las democracias liberales se han convertido en su contrario: democracias de masas privadas de su espíritu democrático.

Rob Riemen
("Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo", Taurus).

La actual economía no pretende abatir la desigualdad ni el empobrecimiento, por el contrario, conscientemente las amplía. Y esto que pasa en México, también sucedió en Estados Unidos, por ello, el grupo "olvidado" del sistema económico votó por una figura mesiánica que le ofrecía esperanza. Y esta es la razón, según Rob Riemen, filósofo holandés, por la que: los movimientos fascistas, que eligen un "culpable", que le ofrecen a los "olvidados" lo incumplible, manipulándolos a través de frágiles mecanismos de la democracia para llegar al poder, están de vuelta con enorme fuerza.

Y la línea entre absurdas promesas y una verdadera reivindicación de las clases populares y medias, es muy delgada, por ello, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, también en México declaró: una democracia debe satisfacer las necesidades de la mayoría de los ciudadanos, y si no lo está haciendo, mal podrían llamar "populismo" a una crítica a la liberación de los mercados de capital, para mí, esa (denuncia) es una sana y necesaria política democrática.

En cambio, continuó Stiglitz: cuando Trump dice que llevará de regreso los empleos manufactureros a Estados Unidos sabemos que no va a ocurrir. Esto sí es la peor faceta del populismo, está diciéndole a un segmento de la sociedad estadounidense lo que quiere escuchar, mensaje dirigido a un muy amplio grupo olvidado por la economía y que no tiene el nivel de educación para darse cuenta si es verdad o siquiera posible...

En lo expresado por estos expertos hay 2 premisas: los populistas y la perversión de la democracia florecen debido a la pobreza creada en un amplio segmento poblacional con la falta de inclusión en el crecimiento económico; y la ignorancia, es decir, la falta de educación más allá de la básica, para las mayorías, lo que favorece el triunfo de personajes manipuladores de lo popular y de la democracia.

Entonces, la lógica simple destapa la economía de México, con un pequeño, muy pequeño porcentaje de la población beneficiada por el actual sistema, y amplias, muy amplias mayorías atizadas por la pobreza galopante: caldo de cultivo para la pérdida de la democracia y el arribo del mesianismo.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 1o.de julio de 2017).

El verdadero apocalipsis que estamos viviendo es el de un sistema político anquilosado que necesita renovarse por completo. Tenemos que refundar la democracia.

Rosa Montero
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 2 de julio de 2017).

México es el país con menor grado de satisfacción con la democracia (sólo 19%) y con alta propensión a renunciar a las libertades democráticas (46%) a cambio de tener gobiernos con capacidad de resolver problemas.

Ciro Murayama
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2017).

El gobierno existe por decisión de la sociedad, no es una entidad superior sino por el contrario, la institución puesta al servicio de la ciudadanía desde el momento en que es la ciudadanía la que le da el cargo y la que le paga por ejercerlo a cambio de que asuma responsable y honestamente las obligaciones inherentes a su oficio. La representación, la defensa y la regulación son algunos de los fines para los cuales el gobierno es establecido, pero también para múltiples asuntos relacionados con la gestión de la vida nacional.

Bajo el control del gobierno se ubican diversas funciones y servicios. El alumbrado público, el sistema de distribución de agua potable y el drenaje, la recolección de basura, la limpieza de las calles, el suministro de la energía eléctrica, la pavimentación y conservación de las vialidades urbanas y rurales, la semaforización, el cuidado del orden del tráfico, la regulación del comercio y de la producción, la protección de los recursos naturales, las relaciones con otras naciones, la administración de las finanzas, es decir, impuestos, intereses, pagos, contribuciones; incluso el gobierno se ha apropiado de la educación a la cual destina presupuestos extraordinarios sin que los resultados se dejen ver; desde luego y en lugar prioritario, es función del gobierno garantizar la seguridad de la vida y de los bienes de la población. Otros servicios han sido privatizados o fueron rebasados de la función pública, como sería hoy día la telefonía celular o el acceso a internet.

El costo que representa para el país este servicio de administración es por supuesto colosal, estratosférico, desmedido, descomunal, justamente porque está en manos del gobierno, y sus integrantes se lo cobran a manos llenas, por decir lo menos. Adicionalmente cada 3 y 6 años organizan unos procesos llamados electorales en los cuales todos los interesados se medio matan con tal de pasar a formar parte de las filas de la pesada burocracia porque saben que eso significa poder meter las manos en las arcas públicas además de obtener salarios que ya quisieran percibir las personas que realmente trabajan.

Si todos los servicios que la sociedad recibe actualmente de las autoridades, incluida la seguridad pública, se privatizaran ocurriría una serie de consecuencias: el gobierno y los partidos saldrían sobrando, el ahorro que solamente esto traería consigo sería extraordinario, la ciudadanía y las instancias que para ello requiriese, contratarían los prestadores de servicios adecuados, les pagarían a tenor de los resultados y dejarían de pagarles en caso de incumplir lo contratado, lo mismo sucedería con una seguridad pública cuyos integrantes sabrían perfectamente que su salario ahora depende de que cumplan con su responsabilidad. Claro que necesitaríamos de nuevos jueces y de un equipo de legisladores genuino, reducido a expertos, que de la misma manera ganarían según resultados y serían sancionados desde la legislación laboral correspondiente sin recursos demagógicos o fueros y cualesquier otra forma de impunidad.

Una reforma de ese tipo es lo que permitiría al país dejar de ser un enano cabezón, enano cazcorvo porque el peso desmesurado de su cabeza le dobla las piernas.

Armando González Escoto
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 9 de julio de 2017).

El 1er. error está en la percepción de los mecanismos de democracia directa, santificados de tal manera entre la opinión pública, que los diputados de Jalisco bajaron las barreras. Kumamoto fue el más feliz, pues esto es consistente con los planteamientos de Wikipolítica.

Derivado de este error, 49 vecinos pudieron arrancar la maquinaria de participación ciudadana y poner en entredicho una obra que impacta a toda la ciudad, no sólo a su calle. Pero eso no es culpa ni de ellos, ni del instituto electoral, ni de su visión sobre el espacio público, ni de su número. El problema es que la ley tiene imprecisiones y la autoridad electoral se vio obligada a nadar en mar de vaguedades. La ley dice, por ejemplo, que la consulta puede ser solicitada por el 0.1% de los ciudadanos de la zona. Ah caray, ¿la zona son las colonias afectadas? Pues ya qué. La ley manda. Y luego, la ley dice que votarán los habitantes. Ah caray, ¿en general, sin credencial, y hasta los alteños? Pues ya qué, la ley manda. Y la ley excluye temas de seguridad y fiscales pero permite consultas sobre obras. Pues la ley manda y nosotros no debemos decidir si el contenido es justo, loable, banal o no. Que se haga, dijeron los consejeros. E hicieron bien.

La consulta popular, el plebiscito, la revocación de mandato y otras linduras que se venden como soluciones ciudadanas frente al abuso de la clase política, son herramientas muy peligrosas porque son mecanismos de salvación. Son como el martillo para romper la ventana en un autobús: deben existir, pero no deben usarse a la menor provocación.

Por eso, los diputados deben revisar inmediatamente los agujeros que abrieron con la ley. Tal como está, y aunque no haya sucedido así, un grupo pequeño de ciudadanos afectados puede poner por encima de la colectividad sus intereses sectoriales (o su visión del mundo), pero lo más peligroso de esto es que, en un abrir y cerrar de ojos, no serán ciudadanos enojados, sino poderes fácticos o funcionarios hábiles con capacidad de movilización vecinal.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 12 de julio de 2017).

Democracia, un sistema que no libra a los países de pillos, pero permite que sus pillerías sean denunciadas y castigadas. La democracia no garantiza que se elija siempre a los mejores, y, a veces, los electores se equivocan eligiendo la peor opción. Pero, a diferencia de una dictadura, una democracia, sistema flexible y abierto, puede corregir sus erroresy perfeccionarse gracias a la libertad.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 16 de julio de 2017).

Está tan complicado el laberinto de la corrupción que hemos trazado en este país que más vale que empecemos a echarle imaginación. Eso de crear más burocracia con un sistema centralizado sin capacidad para entrarle a todo lo que inútilmente verifican las auditorías estatales, de una vez les aviso que no nos va a funcionar.

Cambiar la sangre del sistema tampoco es buena idea. Eso de que hay que sacar a los azules, amarillos o tricolores para que la honestidad valiente de los morenos o de los alfaristas transforme la lógica del poder, desde ahora les digo que será insuficiente.

Voltear hacia una democracia plebiscitaria y sustituir a los congresos, a los partidos políticos y a los funcionarios públicos con organizadores profesionales de consultas populares no es la fórmula mágica.

Poner candados, cambiar a la clase política, recurrir a la participación ciudadana y alternar entre privatización-estatización no está mal. Lo que es terrible es que haya un gran decisor final.

El filósofo David van Reybrouck está poniendo sobre la mesa del debate politológico una descabellada propuesta para salvar la democracia quitándonos de encima el retorcido sistema de partidos sin nuevos cuadros, autoridades electorales poco creíbles, fiscalizadores de elecciones, gobernantes que son eternos candidatos y desánimo con los resultados. Su propuesta es recuperar el mecanismo del sorteo, mezclado con herramientas deliberativas. Lo traigo a colación porque su propuesta bien puede ayudar a eliminar al gran decisor, que va desde el gabinete presidencial, pasando por todos los Duartes, hasta el alcalde de un pequeño municipio. Hay que quitarles la capacidad de decidir quién firma el contrato.

Démosle una oportunidad, al menos para debatirlo: si se establecen requisitos mínimos para, por ejemplo, encargarse de detectar a los infractores del reglamento de tránsito (garantías técnicas, de servicio, precio y personal), y los que cubren esos requisitos participan en un sorteo simple, nos olvidaríamos de licitaciones amañadas, favoritismo, sobreprecios y empresas fantasmas.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 19 de julio de 2017).

En la Grecia antigua, la palabra idiota se utilizaba para referirse a todo aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus propios intereses. La raíz "idio", significa "propio" y es la misma raíz de palabras como "idioma" o "idiosincracia".

Atendiendo al significado original, podríamos llamar idiotas a todas las personas apáticas, indiferentes o egoístas que les importa un bledo el bien común, y se interesan sólo en resolver su vida particular.

En el apogeo de la democracia ateniense, la máxima pena que se aplicaba a un ciudadano que no participaba en la vida social era el exilio. Se consideraba mal que alguien se mantuviera apartado de los asuntos públicos que tenían que ver con su vida, y se veía como tonto o ignorante al que renunciaba a ocuparse de las políticas que lo afectan.

Visto así, podemos decir que la idiotez en México tiene dimensión epidémica.

Somos idiotas (en el sentido de la antigua democracia ateniense) cuando nos desentendemos de las cosas comunes y dejamos que otros las resuelvan a sabiendas de los conflictos de intereses y beneficios personales inmiscuidos; somos idiotas porque toleramos que los políticos hagan leyes a modo para hacer impunemente lo que les venga en gana, con nuestros impuestos y con los bienes comunes; somos idiotas porque no hacemos nada, ni siquiera indignarnos cuando descaradamente se roban y dilapidan el dinero de todos; y somos más idiotas aun cuando a pesar de todos los disparates, dispendios y barrabasadas que los políticos hacen, les damos fuero, privilegios y exenciones, y encima de todo les hacemos caravanas.

Y como no reaccionamos, la indiferencia de los idiotas es aprovechada por los políticos para que todo permanezca a su favor.

El problema se agrava, además, porque los votos de los ciudadanos con idiotez democrática (ignorantes y apáticos) valen igual que los de los ciudadanos informados, porque el abstencionismo que siempre acompaña a la apatía influye en los resultados electorales, y aun si los idiotas decidieran ejercer su voto, su desconocimiento de los asuntos públicos los haría votar a favor del candidato que más promete o del demagogo que les dice exactamente lo que quieren oír.

La única manera de dejar de ser un idiota de la democracia es involucrándose en los asuntos públicos, opinando, votando y reclamando de manera informada cada vez que la situación lo amerite.

De otra manera confirmaremos no sólo nuestra idiotez crónica, sino lo que el General Porfirio Díaz sostenía sin rubor alguno: "Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo, divertirse sin cesar, casarse muy jóvenes y tener hijos a pasto, gastar más de lo que ganan y endrogarse con los usureros para hacer posadas y fiestas onomásticas (...) Los padres de familia que tienen muchos hijos son los más fieles servidores del gobierno, por miedo a su miseria; a eso es a lo que más le tienen miedo los mexicanos de las clases directivas, a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía; a la falta de pan, de casa y vestido, y la dura necesidad de no comer o sacrificar su pereza" (Gobernantes Mexicanos Tomo 1, de Will Fowler, Fondo de Cultura Económica).

Quienes prefieran seguir siendo idiotas democráticos, esperando que el otro, el vecino, el de enfrente, sea el que levante la voz y haga algo cuando las cosas públicas estén o nos parezcan mal, luego no se quejen de que gracias al desinterés e indiferencia por lo común, sus asuntos propios junto con los de todos se hayan ido al carajo.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(4 de agosto de 2017).

Algunos párrafos de Mario Vargas Llosa, sobre "Lo privado y lo público", en glosa a un texto de Alfonso Savater, planteados en su ensayo "La Civilización del Espectáculo" (Ed. Punto de Lectura, 2015).

Por ejemplo, su alusión a "el entronizado 'derecho de todos a saberlo todo'": un supuesto derecho que es "parte de la actual imbecilización social", puesto que "Ninguna democracia podría funcionar si desapareciera la confidencialidad entre funcionarios y autoridades"...

Jaime García Elías
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de agosto de 2017).

En nuestro medio es el sistema capitalista el que rige la economía, distinguiendo 2 corrientes: la neoliberal y la populista. En la neoliberal es en la que el estado tiene acción limitada para regular el mercado porque en teoría éste se regula solo y corrige sus propios errores; al respecto opino que en algunos casos debe intervenir el Estado. En tanto que la corriente populista se apoya en un Estado interventor que regula la actividad financiera y económica, limitando las libertades individuales, como por ejemplo Venezuela, con la bandera de que trata de acortar la brecha entre ricos y pobres.

Sea cualquiera de las 2 corrientes que gobierne, no debe perderse el objetivo básico del modelo escogido, que en todos los casos debe ser el del costo-beneficio; cuánto le cuesta al pueblo su gobierno y qué beneficios le reporta. Los costos y los beneficios no deben circunscribirse al aspecto monetario, que en última instancia resulta el menos importante de los demás factores que constituyen el bienestar de la sociedad, entre los que se encuentran: la libertad en todos sus sentidos: libertad de expresión, libertad de movilidad, libertad de escoger actividad cultural, y laboral; igualdad de derechos de género, libertad religiosa, libertad de elegir y destituir a los gobernantes. Otro de los valores que debe tomarse en cuenta para escoger un modelo de gobierno, es la paz social, cuya expresión máxima negativa son las manifestaciones, plantones y marchas. Una sociedad que tiene satisfechas sus necesidades, es una sociedad feliz que trabaja y produce, genera riqueza y aumenta el PIB y no tiene necesidad de acudir a expresiones públicas de inconformidad como sucede todos los días del año en la CDMX y ocasionalmente en otras ciudades del país. Otro de los valores que vale más que todos los anteriores, es la tranquilidad. La seguridad de que nuestra vida y nuestro patrimonio están seguros; que tenemos una autoridad vigilante y efectiva que cuida de nuestra existencia y nuestros bienes.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 24 de agosto de 2017).

La democracia es un sistema en donde las formas deben subordinar al fondo. Incluso, viendo más allá, la democracia debe ser ciega ante los fondos. No le interesa quién gana o quién pierde, sino si el ganador o el perdedor adquieren esa condición de forma justa. Por ello, aquella frase tan característica de la democracia: certidumbre en las reglas, incertidumbre en los resultados. Aunque suene frío, la democracia tiene que ser la tiranía de los procedimientos justos y las reglas consensuadas.

En democracia, el procedimiento es el corazón de la credibilidad. No hay democracia confiable, si las reglas y el árbitro lucen inaceptable para los competidores y para una parte de la ciudadanía.

Los mexicanos duramos décadas en lograr que la autoridad electoral se "emancipara" del ejecutivo. Que las elecciones no fueran organizadas por la Secretaría de Gobernación y que fuera un órgano constitucionalmente autónomo el que organizara los comicios. Hoy, estos organismos viven horas bajas en credibilidad y confianza, pero es innegable que la transición a la democracia no se puede entender sin la autoridad electoral.

La democracia es la tiranía de las formas, pero éstas no son nada sin la participación de la ciudadanía. Los vicios de un sistema colapsan frente a ciudadanos participativos y organizados. Y, por el contrario, no hay arreglo institucional, por más sólido que sea, que aguante la apatía generalizada y la baja participación.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 27 de agosto de 2017).

El dedazo mutó de la ilegitimidad del viejo régimen a la aceptabilidad en el nuevo sistema. Antes, el dedazo se cubría de simulación y de toda una construcción discursiva que lo justificaba. "Consultamos a las bases, as las organizaciones y a los sectores" decía el presidente del PRI. Detrás, sabíamos que la elección del sucesor presidencial constituía una decisión personalísima del Presidente. El dedazo le permitía al jefe del ejecutivo cohesionar a su partido y tripular activamente la sucesión, hasta el día de su inevitable sustitución.

Hoy, la tiranía del dedo se ha universalizado. PRI, PAN, PRD, MC, Morena, el Verde, quien usted me diga. Auxiliados en una encuesta, algunas veces pública y otras veces que se resguarda como misterio de fe, el líder político -sea presidente de la república, de partido, alcalde, gobernador o senador- señala a su sucesor sin la necesidad de que medie ningún tipo de proceso democrático. Se esconde el dedo con múltiples mecanismos. Los militantes de los partidos políticos se convierten en alegres alcahuetes de la decisión que toman sus cúpulas y lo único que exigen es un buen empleo cuando llegue la ansiada repartición del pastel posterior a la elección.

La tiranía del dedo para elegir candidatos supone múltiples vicios que impiden la construcción de una democracia con mayores niveles de calidad. En primer lugar, el dedazo provoca la personalización de la política. Al no depender de procesos democráticos internos, de la participación de los militantes o simpatizantes de un partido, la sucesión adopta los rasgos del decisor y la lealtad del candidato es interpersonal. No hay pegamento ideológico cuando el dedazo aparece; no hay compromiso con las ideas. La lealtad se negocia y eso pone en riesgo el compromiso del futuro gobernante con los ciudadanos. De la misma forma, el dedazo aumenta las posibilidades de una mala elección del candidato. Y no sólo eso, la decisión unilateral de un candidato, sin la participación de los militantes, elimina un contrapeso necesario para saber si un candidato tiene un presente o un pasado turbio.

El dedazo carcome la vida interna de los partidos políticos. Los institutos políticos en México se han vaciado de contenido. No hay discusiones, debates, procesos internos. Los que siguen apostando por esta vía, primarias o elección de delegados -el PAN-, han caído también en la corporativización de su militancia. Las enormes cantidades de recursos públicos que reciben los partidos y el monopolio que tuvieron por décadas sobre la representación, los llevó a construir un vínculo totalmente clientelar con sus bases. Más que ideas, programas o procesos internos, las militancias pedían prebendas, puestos y acceso a recursos públicos. Pasaron de ser agrupaciones de ideas e intereses, a ser vehículos de acceso al poder, única y exclusivamente. El pragmatismo aniquiló la incipiente vida democrática que observábamos en algunos partidos políticos.

De la misma forma, el dedazo contradice uno de los principios de la Constitución y que luego se expresa en la Ley General de los Partidos Políticos: los institutos políticos son entidades de interés público. Por eso reciben 6,700 millones de pesos a nivel nacional, más la asignación por cada una de las entidades federativas. En total, los partidos políticos recibirán casi 12,000 millones de pesos (los presupuestos de Guadalajara y Zapopan, juntos). Y, sin embargo, los partidos políticos se comportan como si no recibieran tremendo subsidio: toman las decisiones entre unos poquitos, los cargos públicos los reparten entre sus cuates y el dedazo se impone en casi todas las decisiones públicas. Como en Estados Unidos, las primarias o elecciones internas abiertas a simpatizantes deberían ser regla ineludible. Si vivimos en una democracia, los partidos deberían ser los principales promotores.

El autoritarismo que irradia a los partidos políticos no es sólo culpa de ellos o de la falta de una legislación adecuada que los obligue a abrirse. El autoritarismo, que tiene en el dedazo a uno de sus principales exponentes, se reproduce entre los partidos, también por la indiferencia social. Como sociedad hemos permitido que los partidos políticos seleccionen a sus candidatos como les dé la gana, hasta el punto de que los electores no premian a quienes se esfuerzan por medianamente llevar procesos internos con apertura. Para el cálculo de los partidos: democratizarse es riesgoso y el ciudadano común no le concede ningún tipo de virtud.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 3 de septiembre de 2017).

El sistema político mexicano tiene peculiaridades respecto al de otros países.

Una de sus características singulares es el "destape", como lo denominó desde hace muchos años la picaresca política.

Se trata del proceso en el que el líder en turno revela quién es su candidato. En el pasado iba más allá y se definía de facto quién habría de ser su sucesor.

Algunos piensan que se trata sólo de la cultura priista. En realidad, no se limita solamente al PRI. Por ejemplo, en Morena no es concebible que alguien sea candidato a un puesto de relevancia que no esté "palomeado" o de plano elegido por López Obrador.

Enrique Quintana
(v.periódico El Financiero en línea del 8 de septiembre de 2017).

Como quien ha adquirido alguna adicción, una gran franja de la izquierda mexicana no puede desengancharse de su dependencia ideológica hacia el estatismo económico y la verticalidad política.

Pascal Beltrán del Río
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 13 de septiembre de 2017).

Una sociedad democrática es más vulnerable al populismo si carece de un buen sistema de controles de la legalidad y equilibrios de los poderes en juego y los habitantes son más vulnerables al populismo, si percibe que las instituciones están más al servicio de las élites y no de los habitantes en general y si existen áreas sociales con pérdida de control, como la inmigración, la seguridad y la impunidad. Pero no hay duda que las democracias se sostienen y funcionan cuando respetan y están vigentes los derechos de los ciudadanos y los habitantes en general, privar de derechos a alguien es la excepción cuando se vulneran los derechos de los demás o se incurre en una conducta antagónica que lesiona la convivencia y la paz sociales.

Los habitantes de todo país democrático tienen derecho a que su derecho de ciudadanía sea transferido de generación en generación, dentro de la unidad de lo que entendemos por Estado y a que el propio Estado se comprometa a respetar sus derechos individuales, que ahora se denominan "humanos". La legalidad es precisamente la garantía de que el gobierno (que no hay que confundir con el Estado), se comprometa a velar, respetar y hacer valer los derechos de todos y cada uno de sus habitantes y cuando la misma se vulnera, como sucede actualmente en Venezuela, el gobierno, que no el Estado, pierde su legitimidad y su respetabilidad y debe ser aniquilado por las fuerzas democráticas y las del orden, para reinstalar la legalidad y la democracia.

Sergio López Rivera
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 14 de octubre de 2017).

La política tiene muy mala fama en estos días y no sólo en nuestro país. Hay un hartazgo generalizado que ha llevado a la elección de populistas en varios países. Los políticos profesionales son descartados de manera automática y en su lugar surgen personajes, como Donald Trump, cuya principal virtud es que se les considera libres del estigma de la política. Lo mismo ocurrió en la Venezuela de 1998 cuando los electores, cansados de los políticos tradicionales, recurrieron a Hugo Chávez.

Es lamentable este desprestigio porque debilita una actividad indispensable y beneficiosa. La política es el arte de lograr acuerdos. Permite dejar atrás las inevitables discrepancias entre individuos y grupos para llegar a las decisiones conjuntas que requiere una sociedad organizada.

Cuando la política se ejerce de manera responsable, y con el propósito de mejorar realmente la situación de una comunidad, los resultados pueden ser asombrosos. Ahí está el caso de la España de la transición. En las décadas de 1970 y 1980, una generación de políticos de ideologías muy diversas transformó al país en un breve periodo. El centrista Adolfo Suárez, el derechista Manuel Fraga, el socialista Felipe González, el comunista Santiago Carrillo y el nacionalista catalán Jordi Pujol, entre otros, llegaron a acuerdos bajo la dirección del rey Juan Carlos que, a pesar de haber heredado de Francisco Franco los poderes de un autócrata, decidió apoyar la construcción de una democracia moderna y próspera.

Cada uno cedió algo. La derecha aceptó la legalización de los partidos de izquierda, los comunistas y socialistas accedieron a vivir bajo un régimen monárquico; Pujol aceptó una Cataluña autónoma, pero dentro del reino español. Los acuerdos permitieron que España se convirtiera en una sólida democracia, que se integrara a la Europa comunitaria y que se convirtiera en poco tiempo en un país desarrollado.

Algo similar ocurrió en el Chile de la transición. El Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista formaron la Concertación que permitió, a pesar de sus diferencias, guiar al país de la dictadura a la democracia bajo una serie de políticas económicas sensatas que promovieron el mayor crecimiento de América Latina.

Hoy vivimos nuevos tiempos. La conciliación ya no es virtud. Negociar con quien piensa diferente es símbolo de debilidad. La descalificación y el insulto se han convertido en moneda de curso corriente en la política. Para Trump no existe Hillary Clinton, sino "la deshonesta Hillary"; los medios que lo cuestionan sólo divulgan fake news. El gobierno de Carles Puigdemont en Cataluña busca una independencia que viola la Constitución española que la propia Cataluña aprobó abrumadoramente en referéndum en 1978, mientras que el gobierno español de Mariano Rajoy manda a la guardia civil a impedir por la fuerza no la independencia sino un referéndum. En México la política es el reino de las descalificaciones. Todos los que no están de acuerdo con uno son corruptos. La negociación ha sido reemplazada por el insulto.

El deterioro de la política no es menor y sus consecuencias pueden ser graves. Algo similar vimos en Italia y Alemania en las décadas de 1920 y 1930. El resultado fue no solamente el surgimiento de las dictaduras fascistas sino el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial. Una sociedad que olvida el arte de la política, que prefiere insultar a conciliar, está condenada al autoritarismo.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 23 de octubre de 2017).

La democracia es votar, pero no se agota ahí. No hay sistema democrático posible sin un entramado de instituciones plurales que tengan como objetivo impedir la concentración del poder. La división de poderes, ésa que nos enseñan en la escuela, nace de esa idea: evitar que la centralización del poder ponga en riesgo la igualdad y la libertad de los ciudadanos. Sin autonomía entre los poderes, sin reconocimiento del valor de la pluralidad, no hay ni habrá democracia posible. Por ello, lo que hacen las dictaduras, como primer paso, es destrozar los contrapesos: cierran los congresos, someten a los jueces, prohíben que exista prensa crítica, impiden las manifestaciones en las calles, ilegalizan la pluralidad partidista. En pocas palabras, prohíben la disidencia.

Los últimos acontecimientos en México nos colocan en un peligroso escenario de involución democrática. Por la capacidad que tiene el sistema para fulminar a los pocos contrapesos sociales e institucionales que buscan proteger a la democracia. ¿Nos parece normal que en México exista un sistema avanzado de espionaje que infiltre los teléfonos de activistas? ¿Es entendible que en México estemos en una coyuntura en donde no haya ningún fiscal nombrado -ni el electoral, ni anticorrupción y menos el General del Estado?

Cuando comenzó el actual sexenio, un distinguido analista político me decía: ya llegó el PRI a restaurar el régimen previo a la transición. Lo escuché y pensé: está confundiendo deseos con realidad. Pensaba: en México hemos construido instituciones que impedirían esa vuelta al pasado. Existe pluralidad política, medios de comunicación libres, redes sociales. Y me sostengo, la involución democrática no nos ha llevado a escenarios previos a la transición. Me parece que en México todavía se puede disentir, opinar, manifestarse, discrepar del gobierno. Sin embargo, los costos de oponerse se han encarecido brutalmente en el último lustro.

Lo que sí ha significado el peñanietismo es un descrédito incalculable a las instituciones que deben garantizar la democracia. Recordemos aquel exabrupto de Andrés Manuel López Obrador: ¡Al diablo con sus instituciones! Un error que reforzó la imagen de un político que no admite las reglas y el marco institucional. Sin embargo, 11 años después de aquella frase, vemos que la irresponsabilidad de algunos ha llevado a que tengamos en México un grave deterioro de la confianza en las instituciones. El peñanietismo con su afán, consuetudinario, de intervenir en los órganos autónomos -hasta en el INEGI-, y en el resto de instituciones democráticas, le ha infringido un daño incalculable a su credibilidad. Incluso terminó de matar políticamente a instituciones como la Secretaría de la Función Pública con la supuesta investigación por el presunto conflicto de interés de la "casa blanca". La recomposición del poder presidencial también ha supuesto un retroceso para la autonomía de múltiples instituciones que medianamente funcionaron en el pasado.

Es autoritaria, por decir lo menos, la ofensiva de Los Pinos contra quien se atreva a disentir. La democracia es el sistema que protege el disenso, ya que nos asume como distintos y plurales.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 29 de octubre de 2017).

Latinobarómetro, la organización sin fines de lucro con sede en Chile, en cuyo último informe señala que en todo América Latina se acentuó el declive de la democracia durante 2017, con una baja sistemática en el apoyo y satisfacción de ese sistema. La mayor pérdida lo registró en México, que perdió 10 puntos porcentuales entre 2016 y 2017, donde sólo 3.8 de cada 10 mexicanos creen en la democracia, y 1.8 de cada 10 está satisfecho con ella. Los datos sobre los mexicanos se encuentran entre los de mayor pesimismo. El 90% piensa que México está gobernado por unos cuantos grupos que sólo ven por su beneficio.

¿Que nos están diciendo las mediciones y las reacciones? Que lo nuestro no es la democracia, que tuvo su repunte de apoyo en los tiempos que era moda. El estudio de Latinobarómetro lo prueba. En 2005, en pleno choque entre el gobierno de Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador, jefe de gobierno de la Ciudad de México, el 59% de los mexicanos respaldaba el sistema democrático. Para 2017, el respaldo sólo lo daba el 38%, con una dramática pérdida de 10 puntos en sólo un año. Junto con esa pérdida se encuentran también la caída en nuestros valores. Buenos los mexicanos de dientes para afuera, afirman que la corrupción es el 3er. problema más grande del país, pero cuando se les pregunta si sienten obligación de denunciar un caso de corrupción cuando son testigos, el 88% dice que no es su problema.

Somos autoritarios y no tenemos interés alguno de construir un nuevo sistema de organización social. Efecto colateral es nuestra intolerancia a quien piensa distinto a nosotros, cargada cada vez, del fenómeno de las redes sociales, de rencores y odios. La nuestra es una sociedad que puja por la anomia, sin darse cuenta que se está suicidando. Esto es lo más grave, la regresión por ignorancia, arrastrados por nuestra inteligencia emocional, que desplaza a la razón. En vísperas de un proceso electoral como el que viene en 2018, no habría de qué sorprenderse si, como perfilan ahora, los contendientes son 2 proyectos de nación encabezados por culturas autoritarias. Tendremos entonces, el gobierno que nos merecemos, aunque digamos lo contrario. Felicidades. Vamos firmes, pero para atrás.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 31 de octubre de 2017).

Este renacimiento del nacionalismo tiene su origen en la desconsolidación democrática, es decir, en la poca credibilidad que tienen nuestros gobiernos frente a la población que sienten que ya no dan resultados. Tan solo en México más del 60% prefiere un gobierno fuerte que implique el desconocimiento del régimen parlamentario y de las libertades básicas si eso implica una mejora en la calidad de vida, de acuerdo a investigadores internacionales.

Por más atractiva que resulte la idea de la imagen del líder fuerte, y carismático, poco vale si al final perdemos nuestra libertad de pensamientos, y el valor intrínseco que tenemos como personas.

Germán Cardona Müller
(v.pág.17 "Los correos del público" del periódico Milenio Jalisco del 10 de noviembre de 2017).

En los espacios de las élites se oye una extraña afirmación: "Ya está decidido", frase bastante generalizada y de reciente uso, pero que encierra todo un misterio. La afirmación se refiere a que ya alguien decidió quién será el próximo presidente o el próximo gobernador o el próximo alcalde meses antes de que la soberana ciudadanía emita su voto, es decir, vote del modo que la gente vote, fulanito va a ganar.

No es que estemos pensando que en México exista o funcione la democracia, todavía no es así pese a los notables avances logrados. Tampoco significa que se sigan manteniendo los usos y costumbres de nuestra pasada aunque cercana edad primitiva en que se robaban las urnas, se embarazaban, o incluso hasta los difuntos salían a votar por el mismo partido y hasta varias veces. También el fraude a la democracia ha evolucionado, se ha hecho más técnico, más sofisticado, como una batalla de posiciones que exige disponer de escuadrones adiestrados que deben movilizarse en el tiempo y lugar oportuno según haga falta.

En efecto, en México el voto libre y secreto existe pero es del todo irrelevante, lo que sigue definiendo los resultados electorales son los votos corporativos, esos que se agencian de antemano, que se subastan en la bolsa donde cotizan los poderes fácticos, los líderes inmarcesibles que mantienen el control de sus allegados lo mismo en un sindicato, que en una enorme empresa, o en una secta, espacios pantanosos que mantienen la vocación democrática del país sumergida en el estiércol de sus ambiciones. Junto a este recurso existe otro aún más vergonzoso: postular candidatos que su partido sabe perfectamente bien que no van a ganar, y hacerlo justamente para que gane el que "ya está decidido". Lo demás es tirar el dinero para fingir campañas y hacer perder el tiempo a los que buenamente acuden a las urnas, a menos que de pronto, a todo mundo, también a los votantes cautivos de los líderes caciquiles les dé por votar por quienes ellos quieren independientemente de las consignas que reciban o de la debilidad intencionada de los otros candidatos. Entonces ya podría comenzarse a hablar de una genuina democracia y no de la comedia burda que seguimos manteniendo.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2017).

La idea generalizada es que un régimen presidencial concentra demasiado poder en la figura de un hombre. Esa no es una característica del régimen presidencial, su característica más importante es la división tajante entre poderes y un periodo fijo de estancia tanto para el titular del ejecutivo como para los legisladores.

En un régimen parlamentario, la relación entre el congreso y las acciones ejecutivas es mucho más estrecha y la idea es que se amenacen constantemente con quitarse. El ejecutivo puede llamar a elecciones anticipadas para cambiar legisladores y estos pueden quitarle la mayoría y, por lo tanto, el gobierno. Nada de que llegaste en el 2012 y te vas en el 18 a menos que te interrumpan la vida.

Un régimen parlamentario, dirán algunos, refleja mucho mejor los intereses de los ciudadanos, pues las mayorías legislativas mandan y se ajustan a realidades cambiantes. No hay un régimen superior a otro; lo que hay son condiciones en las que un régimen permite navegar mejor a la clase política dominante.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 22 de noviembre de 2017).

La tecnocracia insiste que la técnica puede domar a la política. Sueña con un reino idílico en donde un grupo de especialistas gobiernen sin las pasiones de la política, la lucha por el poder y la demagógica participación. Los liberales, que suelen enamorarse de las tecnocracias, siempre han detestado la política y ven en el Estado a un mal que hay que aguantar para asegurar el imperio de la ley. La tecnocracia vendría a asegurarnos que un grupo de expertos se encarguen de los asuntos públicos sin caer en tentaciones ideológicas o seducciones de poder. Algo así como un grupo de hombres vestidos con sus batas de laboratorio que escudriñan, cuál científico en laboratorio, los laberintos de las decisiones públicas.

Como lo apunta el politólogo flamenco David Van Reybrouck, en un texto titulado "Contra las elecciones" que ha provocado mucha polémica en Europa, la tecnocracia no busca componer la democracia, sino que surge de una duda constante del liberalismo frente a las veleidades de la voluntad popular. Incluso, detrás de la tecnocracia hay una idea de tutela: "todo el poder al especialista para que él nos guíe sin distracciones terrenales. Sin embargo, los enamorados del gobierno de los técnicos suelen pasar por alto que su apuesta política es en sí misma una ideología".

Los italianos intentaron la ruta tecnócrata con Mario Monti, durante los peores momentos de la crisis. El fracaso de su gobierno lo llevó a apenas alcanzar los 10 puntos porcentuales en la siguiente elección y a profundizar una crisis de representatividad que derivó en el empoderamiento del Movimiento Cinco Estrellas. Lo mismo sucedió en América Latina durante los 90 y en el sur de Europa tras la gran recesión. La tecnocracia no fue la medicina; por el contrario, devino en más frustración y hartazgo con el sistema democrático.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 3 de diciembre de 2017).

Estamos en una situación en que una democracia, que, según la definición antigua, es gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, en esa democracia precisamente está ausente el pueblo.

El problema central hoy es la democracia, porque de su reinvención depende nuestro futuro como ciudadanos. Si no se reinventa la democracia, seguiremos en esta periódica farsa electoral.

José Saramago
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 7 de diciembre de 2017).

El comunismo ya no es el enemigo principal de la democracia liberal, sino el populismo (...) ¿Qué es el populismo? Ante todo la política irresponsable y demagógica de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por una presente efímero. En el 3er. mundo viene disfrazado de progresismo. Por ejemplo, estatizando empresas y congelando los precios y aumentando los salarios, como hizo en el Perú el presidente Alan García durante su 1er. gobierno, lo que produjo una bonanza momentánea que disparó su popularidad. Después sobrevendría una hiperinflación que estuvo a punto de destruir la estructura productiva de un país al que aquellas medidas empobrecieron de forma brutal. Con algunas variantes, lo ocurrido en Perú ha sido lo que hicieron en Argentina los esposos Kirchner, y en Brasil los gobiernos del Partido de los Trabajadores de Lula y Dilma Rousseff, cuya política económica, luego de un pasajero relumbrón de prosperidad, hundió a ambos países en una crisis sin precedentes, acompañada de una corrupción cancerosa que golpeó sin misericordia a los sectores más desvalidos.

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El ingrediente central del populismo es el nacionalismo, la fuente, después de la religión, de las guerras más mortíferas que haya padecido la humanidad. Los partidarios del brexit -yo estaba en Londres y oí, estupefacto, la sarta de mentiras chauvinistas y xenófobas que propalaron gentes como Boris Johnson y Nigel Farage, el líder de la UKIP, en la televisión durante la campaña-.

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En Filipinas, el populismo del presidente Duterte muestra un perfil sanguinario: pretende acabar con el narcotráfico asesinando a traficantes y drogadictos.

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En el 1er. mundo el populismo adopta sin escrúpulo alguno la máscara de la derecha nacionalista que supuestamente defiende la soberanía nacional de injerencias foráneas, sean económicas, religiosas o raciales. Donald Trump promete a sus electores que "América será grande de nuevo" blindando sus fronteras con medidas proteccionistas contra la competencia desleal y pretendiendo expulsar a 11 millones de inmigrantes ilegales que roban el trabajo a los estadunidenses y usurpan sus beneficios sociales y que armándose hasta los dientes volverá a ganar guerras de nuevo.

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Inseparable del nacionalismo es el racismo, y se manifiesta sobre todo buscando chivos expiatorios a los que se hace culpables de todo lo que anda mal en el país. Los inmigrantes de color y los musulmanes son por ahora víctimas propiciatorias del populismo racista de Occidente. Por ejemplo, esos mexicanos a los que Trump acusa de ser violadores, ladrones y narcotraficantes, antes de dictar un decreto que prohibía el ingreso a Estados Unidos a ciudadanos de 6 países musulmanes, medida que por fortuna ha sido momentáneamente atajada por la justicia norteamericana.

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El populismo tiene una muy antigua tradición, aunque nunca alcanzó la magnitud que ostenta hoy en el mundo. Una de las dificultades mayores para combatirlo es que apela a los instintos más acendrados en los seres humanos, el espíritu tribal, la desconfianza y el miedo al otro, al que es de raza, lengua o religión distintas, la xenofobia, el patrioterismo, la ignorancia. Por eso prende tan fácilmente en sociedades que experimentan cualquier crisis o situación imprevista.

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¿Se puede combatir el populismo? Desde luego que sí. Los argentinos lo demostraron en la última elección, derrotando al candidato de la señora Kirchner, y están dando un ejemplo de ello los brasileños con su formidable movilización contra la corrupción, los estadunidenses que resisten las políticas de Trump, los ecuatorianos que infligieron una derrota a los planes de Correa imponiendo una 2a. vuelta electoral (…) Sin embargo la derrota definitiva del populismo, como lo fue la del comunismo, la dará la realidad, el fracaso traumático de unas políticas irresponsables que agravaron todos los problemas sociales y económicos de los países incautos que se rindieron a su hechizo.

Mario Vargas Llosa
(en el prólogo del libro "El estallido del populismo" de varios autores coordinados por Álvaro Vargas Llosa, Editorial Planeta).

Sólo de manera fugaz y coyuntural es el nacionalismo una ideología progresista. Ocurre cuando prende en los países colonizados por una potencia imperial, que explota y discrimina a los nativos, y anima a éstos a defender su lengua, sus usos y costumbres, sus creencias, impregnándolos de una "conciencia nacional". Este tipo de nacionalismo ha ido decreciendo con la descolonización y convirtiéndose en la ideología ultrarreaccionaria con que sátrapas sanguinarios como Mobutu en el ex-Congo belga y el Mugabe de la excolonia británica Zimbabue se eternizaron en el poder, saquearon sus países y los bañaron de sangre y cadáveres.

Todas las dictaduras que ha padecido América Latina, de izquierda como las de Fidel Castro, Hugo Chávez y Velasco Alvarado, y de derecha como Pinochet, Aramburu y Fujimori han pretendido justificarse con argumentos nacionalistas. Y, lo más grave, han conseguido muchas veces enajenar con el patrioterismo cirquero y sentimental de la banderita, el himno y la proclama que derrochan a manos llenas, a sectores importantes de la población. Eso explica lo inexplicable: que tantos tiranuelos despreciables y cleptómanos sean "populares". El nacionalismo es una perversión ideológica muy extendida, porque apela a instintos profundamente arraigados en los seres humanos, como el temor a lo distinto y a lo nuevo, el miedo y el odio al otro, al que adora otros dioses, habla otra lengua y practica otras costumbres, instintos -demás está decirlo- absolutamente reñidos con la civilización. Por eso, el nacionalismo en nuestros días es ya sólo una ideología reaccionaria, antihistórica, racista, enemiga del progreso, la democracia y la libertad.

El nacionalismo es una ficción ideológica y como tal puede permitirse todas las tergiversaciones históricas que haga falta.

A los actos de fe, como el nacionalismo, hay que oponerles, además de razones, otro acto de fe. Si crees en la libertad, en la democracia, en la civilización, no puedes ser nacionalista. El nacionalismo está reñido con todas esas instituciones y categorías que nos han ido sacando de la tribu y el garrote y el salvajismo y nos han inculcado el respeto a los demás, enseñándonos a convivir con quienes son distintos y creen cosas diferentes a las que creemos nosotros, y hecho entender que vivir en la legalidad y la diversidad y la libertad es mejor que en la barbarie y la anarquía. Somos individuos con derechos y deberes, no partes de una tribu, porque el formar parte de una tribu, ser apenas un apéndice de ella, es incompatible con ser libres. Descubrirlo, es lo mejor que le ha ocurrido a la especie humana. Por eso debemos oponernos, sin complejos de inferioridad, con razones e ideas pero también con convicciones y creencias, a quienes quisieran regresarnos a esa tribu feliz que hemos inventado porque nunca existió.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 17 de diciembre de 2017).

En el mundo hay países democráticos y países totalitarios. En los unos básicamente se vota y el voto se cuenta bien y hay varios y verdaderos participantes. En los otros no hay sino solo un partido único y sin candidatos de partido ni nada. Por ejemplo en Cuba, solo existe un partido. Otro ejemplo de régimen totalitario, Corea de Norte.

A algunos regímenes para los cuales todavía no existe un término técnico, se les llama incorrectamente populistas.

Dichos regímenes parecen democráticos, con elecciones y partidos políticos. Pero todo es al final del día simulado. Sería un error colocarlos en el medio de entre los regímenes democráticos y los totalitarios. Porque en realidad son el refinamiento, la sofisticación y el maquiavelismo y la vanguardia más retorcida del totalitarismo. Son mucho más eficaces. Va el cuento. Llega al poder un político usando el populismo como estrategia. Ya saben. Yo soy bueno, los otros son malos y enemigos del pueblo. Yo soy el pueblo y como el pueblo es perfecto, yo también. Y al revés. Prometiendo cosas imposibles, y demás. Pero principalmente azuzando el odio para aprovecharlo en su beneficio.

A partir de ahí, el objetivo primordial es anular la separación de poderes, apropiándose por supuesto del ente organizador de las elecciones. Luego sigue garantizar su -en su persona, no en un partido como del antes PRI homogéneo- eternidad en el poder. Anular la libertad de expresión también es de rigor. Sigue asaltar todas las cuentas públicas. Asociarse con el crimen organizado, los robos disfrazados de expropiaciones justificadas por ser de "izquierdas" y la destrucción del aparato productivo (menos las empresas de los compas) y del país. El caso más claro: Venezuela. No son de izquierda, son ladrones organizados con un discurso de totalitarismo trasnochado pero útil y justificador de atracos. Son ultra capitalistas en un régimen de bandidos. Donde el crimen es el controlador directo territorial de todo el país. Salvaguardado por el gobierno. ¿Y como lo logran? Plata o plomo o cárcel.

Hay quien afirma el sistema democrático los puede contener. Aplicarles la ley cuando delincan antes de llegar al poder. O confiar en la fortaleza de la división de poderes y funciones y el federalismo.

Sergio Aguirre
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 22 de diciembre de 2017).

Con frecuencia se olvida que en una democracia lo que disponen las autoridades está avalado por el voto popular, y si no hay graves extravíos, es legítimo; las medidas adoptadas, sobre todo en asuntos corrientes, tienen el explícito mandato de las mayorías que, con el pacto democrático, conforma los gobiernos de todos.

Juan Palomar Verea
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 22 de diciembre de 2017).

La gran revolución del mundo es la democracia. Y, más que con golpes de estado o a través de las armas, los cambios en la humanidad comienzan con un ciudadano o ciudadana que acude a depositar un voto en una urna. Para algunos, este cambio será menor. No falta aquél que piense que con votos o sin votos, siempre gobiernan los mismos. Sin embargo, hasta hace algunos años, la democracia como sistema deseable era poco menos que vilipendiada por izquierda y derecha. Hoy, en cambio, sabemos que la democracia tiene muchas imperfecciones, pero que la libertad y la igualdad son mejor protegidas en democracias que en cualquier otro sistema.

Y una consecuencia de la democracia es la posibilidad de votar. Es cierto, la democracia no es únicamente votar. Va más allá: libertades, igualdad ante la ley, división de poderes, pluralismo. Sin embargo, no hay democracia sin voto. Elegir a nuestros gobernantes cada determinado periodo de tiempo es un ritual indispensable para que un país se defina como democrático.

Las elecciones son inciertas por naturaleza. Si no lo son, no hablamos de democracia. Los comicios siempre generan sorpresas y catapultan nombres propios que hasta hace poco estaban en el desconocimiento.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 31 de diciembre de 2017).

Durante años, siglos, la democracia liberal se basó en que la competencia por el poder se diera a través de partidos que representaban las diferentes opciones ideológicas, y por lo mismo los diferentes proyectos de país. En México los partidos sirvieron incluso para evitar la violencia como forma de acceso al poder; la Loppe de 1977 fue el vehículo para canalizar de manera institucional las diferencias ideológicas. Hoy no sólo es imposible distinguir ideológicamente a un partido de otro, sino que han perdido toda representación social. No es un fenómeno exclusivo de nuestro país, los partidos están dejando de ser el vehículo de participación social y diferenciación ideológica en todo el mundo. Lo vimos claramente en las elecciones recientes en España y Francia, e incluso en Estados Unidos, donde Trump fue un candidato por el partido Republicano, pero totalmente al margen del partido.

Si los partidos ya no nos representan, ¿tenemos que seguir manteniéndolos? Ese es un asunto que se plantea una y otra vez de diferentes maneras, pero el problema de fondo no es el dinero sino si existen otras formas de organizar la vida pública y la democracia sin partidos.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 18 de enero de 2018).

Venezuela fue por 40 años (1959-1999), un modelo de democracia que superó una obsoleta dictadura y luchó en el sur del continente contra las que aún prosperaban en esa región, pero lamentablemente los excesos de algunos gobernantes y la cortedad de miras de las elites del país, no supieron consolidar adecuadamente los valores democráticos y se aposentó la dictadura. Venezuela era uno de los países más ricos del planeta, hoy la pobreza extrema afecta a más de 80% de la población, su inflación supera 700% este año y solo no sufren carencia los integrantes de la pandilla que gobierna.

Sergio López Rivera
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 20 de enero de 2018).

Ha llegado el momento en que los partidos políticos pierden su identidad ideológica en aras de buscar sumar votos.

Si ya hace unas décadas veíamos venir la nueva etapa de la política, basada en las personas y no en el partido, ahora estamos frente a darle mayor importancia a ganar un electorado, sin que exista una postura clara y bien definidas de un ideario político.

Estamos en el nuevo territorio de que es más importante generar simpatías, caer bien o agradar al público que convencer a que las propuestas son las más adecuadas para resolver los problemas de la comunidad.

Estamos en el tema de unir fuerzas para ganar, a base de mezclar posturas y diversas "ideologías" con tal de sumar más adeptos.

Esta nueva perspectiva, nos hace reflexionar: ¿Entonces qué caso tiene que existan los partidos?

Finalmente lo que realmente buscan es llegar al banquete del poder, es un medio para conseguir un fin específico que sólo consiste en obtener los cargos de gobierno, y recibir todos los benéficos que este hecho significa.

La cercana muerte de las ideologías, también presagia la muerte de los partidos.

¿Qué vendrá después?

Quizá volvamos al precepto básico de grupos de poder o simples alianzas para ganarlo, en vez de demostraciones de una ideología política, que parece estar en extinción.

Guillermo Dellamary
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 26 de enero de 2018).

El adjetivo "liberal" tiene connotaciones positivas. Quizá por eso tantos políticos e intelectuales se lo pelean, incluso aquellos que se oponen en todo a los principios del liberalismo.

La discusión obliga a aclarar primero qué es el liberalismo y qué significa ser liberal. La Real Academia Española da en su diccionario 2 significados para el primer término: "1. m. Actitud que propugna la libertad y la tolerancia en la vida de una sociedad. 2. m. Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos".

López Obrador puede ser progresista, socialdemócrata o socialista, pero no liberal. Él mismo dice que quiere regresar al espíritu de la Constitución de 1917, una carta estatista e iliberal que sólo reconoce la propiedad privada como una graciosa concesión del gobierno a los individuos ya que otorga los derechos originales de propiedad de tierras y aguas "a la Nación", que en la práctica no es más que el gobierno. Las dudas de Andrés Manuel ante las libertades individuales, ya sean económicas o morales, lo señalan como un conservador. Sus propuestas de echar para atrás el libre comercio, de centralizar nuevamente la producción de energía en monopolios gubernamentales, de mantener el ejido o de aumentar los subsidios son todo menos liberales.

El liberalismo nunca ha sido una doctrina popular. A la gente le gusta tener un gobierno que le resuelva la vida, que la apoye cuando tiene problemas, que le otorgue subsidios, que establezca derechos diferentes para grupos distintos, que censure las expresiones o los comportamientos que considera inmorales. Lo entiendo, aunque no lo comparto. Lo que nunca podré entender es por qué políticos conservadores, progresistas, socialdemócratas, socialistas o fascistas insisten en presentarse ante la sociedad como liberales.

La discusión debería ser muy sencilla: liberal es quien defiende la libertad individual frente al gobierno. Vemos así que muchos que se presentan como liberales son los más enconados enemigos del liberalismo y de la libertad.

Sergio Sarmiento
(v.pág.6 del periódico Mural del 9 de febrero de 2018).

Democracia = decepción... si nos remitimos a la manera en la que se practica la democracia en México y en casi todo el mundo desde hace varios lustros a la fecha.

Ahora ¿es la práctica de la democracia? ¿Es la descomposición de la clase gobernante? ¿La falta de participación ciudadana? ¿La corrupción que se extiende como plaga por el globo terráqueo? ¿Es la falla del sistema? ¿El agotamiento del modelo? ¿Qué es?

Recientemente se presentaron las conclusiones de un estudio de opinión pública sobre diversas percepciones en América Latina, básicamente desarrollo democrático, economía y sociedad. Se conoce como Latinobarómetro y hasta ahora goza de prestigio por la seriedad de sus encuestas y por la manera en la que se procesan y difunden los datos, aunque todo estudio, sea de quien sea, debe leerse y analizarse escrupulosamente.

Resulta que la mayoría de las personas entrevistadas (más de 20,000 de 18 países de América Latina) está decepcionada de la democracia; los autores del estudio describen esto como "el declive de la democracia en toda la región". Y agregan: "La hemos llamado diabetes democrática, una enfermedad invisible, que no alarma (a) nadie pero carcome la vida lentamente". Habría que añadir: para la que no hay cura.

¿Por qué será? Hay quienes interpretan este indicador como una incomprensible añoranza del pasado autoritario y dictatorial en la región, y ya. Personalmente creo que esa puede ser una posible interpretación, pero no la única ni necesariamente la correcta. Definitivamente algo está fallando y son significativos los indicadores que arroja este trabajo entre los que, por ejemplo, se alza Venezuela como el único país en donde creció de manera notable la preferencia de la población por la democracia como el mejor sistema de gobierno posible en contraste con los demás conocidos.

¿El peor resultado para esta misma pregunta? México. Es el país en el que de un año a otro se registró la baja más significativa con 10 puntos porcentuales. El apoyo a la democracia en México cayó de 48 a 38% de 2016 a 2017 y es prácticamente el peor nivel alcanzado desde 1995 a la fecha, salvo por el resultado del año 2013 que se situó en 37% de apoyo a la democracia como sistema de gobierno.

¿Se puede decir que en el caso de México hay nostalgia por la dictadura? No lo creo. El indicador revela, en cambio, que los gobiernos pseudo democráticos en nuestro país, alternancia incluida y toda la cosa, no están respondiendo a las expectativas de la población, expectativas, por cierto, generadas por la misma clase política y el sistema de partidos; y anuladas por los mismos gobernantes dada su inoperancia como ejecutivos titulares de las administraciones públicas ya sean federal, estatales o municipales; por la falta de responsabilidad y de liderazgo; por los altísimos niveles de corrupción y por el desdén, sintomático ya, de la clase política con respecto a las demandas y necesidades sociales.

La decepción con respecto a los gobiernos "democráticos" en México es mayúscula; o de la democracia según se entiende y práctica en nuestro país. Como ciudadanos, este es el gran desafío: es preciso sobreponernos y pese a nuestra mala percepción de la democracia aquí, prepararnos para las elecciones que vienen.

Urgen cambios. Están a punto de terminar las precampañas, una farsa realmente; y en el periodo previo al inicio de las campañas, también habrá publicidad y propaganda electoral "neutra" según dicen y bueno, ya pronto veremos qué entienden por eso; es decir, no nos dejarán descansar de un espectáculo lamentable y deprimente.

Ya sabemos que la democracia no es perfecta y quizá nos falte comparar con otros países: España por ejemplo, en donde vivieron por más de 40 años bajo una dictadura que los lleva a apreciar la democracia casi como sea.

No se trata de conformarse con lo que sea, tampoco; es como si estuviéramos ya satisfechos porque experimentamos la "alternancia". No. Hay que exigir mejor cada vez, un desempeño casi perfecto, lo merecemos.

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 10 de febrero de 2018).

La democracia es el régimen del disenso. Una democracia sana protege al indignado, al quejoso, al contrariado. No es el sistema de los satisfechos. Se construyen instituciones pensando en garantizar que el ciudadano pueda oponerse y su voz ser escuchada. Hay quien enfatiza que la democracia supone acuerdos. Es cierto, la política reclama acuerdos; pero la democracia se finca en el desacuerdo. Si pensáramos igual, no habría que garantizarle el derecho ni a proteger a ningún disidente. Y la columna vertebral del disenso es la libertad de manifestación de las ideas, que comúnmente llamamos: libertad de expresión.

La libertad de expresión en México es un bien público infravalorado. O, mejor dicho, elogiado en el discurso, pero poco defendido en la práctica. El autoritarismo mexicano se fincó sobre la base de la antipolítica y la desmovilización de la ciudadanía. El disidente era enlodado con toda la maquinaria del partidazo. Si te manifestabas, eras un holgazán y un vago. No reclames tus derechos, no te metas en política: los y las mexicanas de buena reputación se dedican al hogar y a la vida privada. El viejo régimen privatizó la vida pública, la acaparó para unos cuantos, y sus consecuencias las percibimos hasta el día de hoy.

La mayor amenaza contra la libertad de expresión en México es el narcotráfico, pero después esa cantidad increíble de recursos públicos que se gastan algunos gobiernos para silenciar a la prensa.

No hay democracia sin libertad de expresión. La posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya o Enrique Peña Nieto sean líderes autoritarios no depende de la redacción de sus tuits o lo amables que se portan con los periodistas. La libertad de expresión depende del aprecio y la capacidad de la sociedad para proteger el disenso público como la columna vertebral de la democracia. La fortaleza de los contrapesos y los guardianes de la democracia son: las protestas, los medios de comunicación, la autonomía de las universidades, el tejido de organizaciones sociales y el rol de los empresarios. Los gobiernos, por naturaleza, siempre intentarán controlar la información. En realidad, la libertad de expresión depende más del compromiso de la ciudadanía con cuidarla, ensancharla y garantizarla, que con las actitudes públicas que pueda tomar un político. Proteger la libertad de expresión -y de conciencia y pensamiento- es ir borrando los espacios del silencio y la simulación.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 11 de febrero de 2018).

El populismo y el autoritarismo son medios que "justifican" un solo fin: el acaparamiento del poder a toda costa, inclusive por encima de marcos legales, contrapesos políticos o reclamos sociales.

Un artículo publicado en La Crónica en 2004 (año del "complot") decía que el entonces jefe de Gobierno del DF -ya sabes quién- es una persona autoritaria que acata las leyes solamente cuando le convienen; desprecia el orden jurídico y se ufana de incumplirlo con pretextos aparentemente sociales o políticos.

14 años después, AMLO no ha cambiado, aunque él mismo diga que no debemos tenerle miedo. Lo que el viejo artículo decía entonces sigue vigente.

El populismo -hacer obras vistosas aunque su utilidad pública sea discutible o decirle a cada quien lo que quiere oír, que es lo mismo que mentir- es un recurso utilizado para obtener y mantener consenso en algunos segmentos de la sociedad.

Ahora el populismo de AMLO incluye dar marcha atrás a los pocos avances que se han logrado en los últimos años, como la importante reforma educativa y la reforma energética. Y no porque revertir las reformas beneficie a la sociedad y al país, sino porque estas promesas son las que en su cálculo político-electoral le producirán más votos.

Lo malo, lo peligroso es que el populismo funciona. Las mayorías menos informadas apoyan a quienes les dicen lo que quieren oír, aunque sea falso, perjudicial o imposible de lograr, y se alinean en torno a caudillos que prometen defenderlos de enemigos reales o imaginarios, satanizados o creados especialmente para culpar a alguien de sus desgracias, y así lograr la cohesión y el apoyo político necesario para acceder al poder. Eso hizo Trump, eso hizo Hitler y Chávez, eso hace Maduro y eso hace ya sabes quién: AMLO.

Los "causantes" de todos los males en el caso de Trump son los inmigrantes, particularmente los mexicanos, y los medios de comunicación que lo critican; en el caso de Hitler fueron los judíos; en el caso de Chávez y Maduro, la oligarquía y el imperialismo yanqui; y en el caso de AMLO la mafia del poder, los medios de comunicación y la corrupción de todos excepto la suya y la de sus seguidores.

Durante la última campaña presidencial de los Estados Unidos, un periodista hizo una entrevista imaginaria a un seguidor de Trump, y que extrapolada al caso de AMLO muestra las similitudes.

Entrevistador: ¿Porqué apoya usted a un demagogo y autoritario que no respeta la democracia y las instituciones?

Votante: Lo que nos han traído los políticos democráticos e institucionales es un sistema político corrupto. Así que probemos algo nuevo. Al menos habla derecho y de frente.

Entrevistador: Pero está probado que miente y eso le hará perder la elección.

Votante: Al final probará que esta en lo correcto y las encuestas dicen que tiene serias probabilidades de ganar la Presidencia a pesar de que sus oponentes tratan de hacerlo pedazos.

Entrevistador: ¿Porqué apoya a un candidato tan odiado? Trump llama a los mexicanos violadores, discrimina a los musulmanes y veladamente apoya al Ku Klux Klan / AMLO quiere pactar de nuevo con los sindicatos corruptos y perdonar a los narcos asesinos. ¿No le preocupa tener un presidente racista / populista?

Votante: Todos estamos hartos de lo políticamente correcto. Yo no estoy de acuerdo con todo lo que dice, pero al menos no anda con rodeos. Y sus dichos no hay que tomarlos literales. Probablemente ni él mismo los crea. Trump los usará para negociar / AMLO para obtener votos.

Entrevistador: Las políticas demagógicas y proteccionistas deterioran la imagen del país y pueden detonar una crisis financiera internacional.

Votante: A mí no me importa lo que los extranjeros opinen, lo que me importa es que nos tengan miedo / Votante de AMLO: a mí sólo me importan los beneficios y apoyos directos que el gobierno me dé. Las crisis financieras y los tipos de cambio, solo afectan y preocupan a los ricos.

Entrevistador: Trump / AMLO y sus seguidores han dicho y hecho cosas indignantes.

Votante: Una vez que Trump / AMLO sea presidente, será mas moderado y "presidencial". Mejor acostúmbrese a oír la frase: "Presidente Trump" / "Presidente López".

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(16 de febrero de 2018).

Diversos actores se encuentran en la búsqueda de posiciones en la administración pública o el poder legislativo de los distintos niveles de gobierno.

Una proporción relevante de los actores utilizan discursos y realizan prácticas políticas con enfoque fundamentalmente pragmático, ya sea porque se acomodan a las preferencias y reclamos populares aunque en el fondo no estén convencidos de ello, porque pactan con fuerzas de signo ideológico contrario por fines electorales o porque entienden la búsqueda del poder como fin último y no como instrumento de servicio ordenado al bien común.

El pragmatismo ha sido la respuesta que los sistemas políticos han dado ante la crisis de las ideologías. Al fracaso de muchas ideologías durante el siglo pasado reaccionan con respuestas enfocadas a la búsqueda de resultados inmediatos.

El pragmatismo suele despreciar cualquier respuesta que no contribuya a la obtención de resultados. Normalmente es -y se declara a sí mismo- neutral frente a cualquier posición ética o antropológica.

Aunque en 1a. instancia el pragmatismo parecería ser la respuesta más inteligente para los problemas inmediatos y que tienen urgencia de ser resueltos, a largo plazo suele fracasar. Motivos, entre otros muchos, del fracaso del pragmatismo son su simplicidad para enfrentar problemas complejos y su falta de visión de largo plazo.

En efecto, el pragmatismo normalmente busca la solución más fácil que, inmediata para la solución de problemas, en ocasiones inclusive puede estar revestida de motivos razonables como el desarrollo económico, el combate a la pobreza y la solución de conflictos.

Sin embargo, el desarrollo económico ajeno al desarrollo humano y cultural suele concluir en la construcción de sociedades con una profunda falta de justicia distributiva, el combate a la pobreza con simples dádivas inhibe la capacidad productiva y la solución inmediata de conflictos sin revisar los motivos y razones de cada una de las partes concluye en soluciones injustas que llevan a estallamientos de mayor dimensión.

Por otra parte, es también motivo del fracaso del pragmatismo su falta de visión de largo plazo, ya que su perspectiva se reduce a la solución inmediata, pronta de problemas sin importar los motivos que los originan, los actores involucrados y los efectos futuros.

En este sentido el pragmatismo, que normalmente se desmarca de cualquier tipo de idea por la que haya que pagar determinados costos en el presente, pierde de vista metas por las que valga la pena luchar. Sin metas por las que valga la pena luchar normalmente el pragmatismo recorre senderos sin un rumbo claro.

Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno el pragmatismo conduce a la corrupción ya que olvida los referentes básicos de la naturaleza humana. Un par de muestras de ello han sido la crisis devenida de los escándalos corporativos de 2001 y la crisis de las denominadas "hipotecas basura" en 2008 en Estados Unidos.

A largo plazo el pragmatismo termina en el desencanto, en el darse cuenta de que las soluciones simples, ajenas a cualquier valor de carácter axiológico, conducen a la construcción de un mundo vacío, carente de significado y sin posibilidades de reinvención.

José Antonio Lozano Diez, rector de la Universidad Panamericana-IPADE
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 17 de febrero de 2018).

¿Dónde queda la opinión y participación de los ciudadanos en nuestra incipiente democracia? Si ya de por sí es muy limitada y reducida a tachar una boleta para elegir un candidato, y sólo un día de cada 3 o 6 años.

¿Se podrá llamar a esto una democracia?

La ironía de todo esto reside en que consideremos como democracia a una reducida participación del pueblo en las decisiones que realizan los diputados, los senadores, las autoridades del ejecutivo, y mucho menos existe influencia alguna en el poder judicial.

El ciudadano sólo vota y ya, y tiene que comerse después todo lo que le den le guste o no.

El conocimiento que tiene el ciudadano de sus candidatos y de lo que serían capaces realmente de hacer cuando tengan el poder, es una moneda en el aire. La incertidumbre flota sin capacidad de corregir sobre la marcha, si es que el elegido no actúa o se comporta conforme a la voluntad del pueblo y de la ley.

La auténtica democracia es darle más espacio a la participación del pueblo; es que para empezar los diputados cumplan con su papel de representar a las personas de su distrito y promuevan y voten las leyes que el pueblo quiere y no las que sólo convengan a los partidos.

Queremos -al menos- contar con el poder de quitarlos si no cumplen, y llevarlos a la justicia si son corruptos.

Guillermo Dellamary
(v.pág.13-A del periódico El Informador del 23 de febrero de 2018).

Andrés Manuel sigue empeñado en complicarse la vida, o quizá ha llegado a ese momento de sublimación del poder en el que el dulce encanto de la propia voz hace que los políticos dejen de escuchar a los otros para escucharse solo a sí mismos. Resucitar la idea, planteada hace 6 años de la "constitución moral", en la que se funda la república amorosa, no es un chiste malo, ni una idea de cantina en medio de la borrachera; es un riesgo verdadero, porque Andrés cree en ella.

Todos podemos coincidir que moralizar la vida pública es uno de los grandes retos de este país; que el combate a la corrupción pasa, entre otras cosas, por cambiar la forma en que los mexicanos entendemos el servicio público; que mientras sigamos pensando en términos de obtener un "hueso" o que siga vigente, entre broma y broma, la sentencia de "no pido que me den, sino que me pongan donde hay", difícilmente vamos a ganar la batalla contra la corrupción.

Pero brincar de la necesaria moralización del servicio público a normar la moral a través de normas fundamentales, eso es una Constitución, hay un brinco cuántico y un riesgo enorme. La tentación de todos los grupos moralistas, sean católicos, cristianos o evangélicos, es imponer reglas de comportamiento a la sociedad y normar la moral pública. No se trata de una inocente visión del bien, hay detrás de ello verdaderas amenazas al Estado laico. No es gratuito ni podemos pasar por alto que la propuesta la hace López Obrador ante el consejo político de su nuevo socio, el Partido Encuentro Social que es lo más cercano a un partido confesional, mucho más de lo que el PAN estuvo en su peor momento de mochería.

En Brasil, uno de los países donde la incursión política de grupos religiosos ha sido más dañina, las ideas moralizantes comenzaron por querer modificar la Constitución y terminaron aplicando reglamentos específicos en las escuelas para, por ejemplo, castigar la pornografía o la masturbación. En la práctica, apelar a la moralización no es otra cosa que meter al Estado en las decisiones de la vida privada. Uno de los elementos centrales del estado laico y de la educación laica es asegurar el derecho a la creencia y a la vida privada. Eso es lo que está en riesgo.

Las constituciones morales son importantísimas, para sistemas religiosos. La más conocida de ellas son las "tablas de la ley", mejor conocida como "los diez mandamientos de la ley de dios" dictados a Moisés en el monte Sinaí. Algunos de esos preceptos coinciden con las normas básicas de convivencia social, como no matar o no robar, pero nada tienen que ver con la vida republicana.

Las constituciones morales crean sistemas religiosos, no repúblicas y lo que estamos eligiendo es un jefe de estado, no al líder de una iglesia.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 23 de febrero de 2018).

Quiero compartir algunas reflexiones sobre "El camino a la servidumbre", un magnífico libro que no pierde actualidad, a pesar de haber sido escrito en 1944 por Friedrich A. Hayek, filósofo y economista austriaco.

Esta obra de Hayek inicia con un breve recuento histórico y plantea que hacia fines del siglo XVII, cuando las comunidades pasaron de ser organizaciones jerárquicas, sin movilidad social, a sistemas que permitieron a cada persona decidir libremente dónde desarrollarse mejor, se generó un impulso sin precedentes de la actividad económica y científica a nivel mundial.

Apoyado por la energía inagotable que representa la búsqueda del desarrollo personal, este sistema individualista tuvo un impacto notable en la prosperidad de todos los estratos sociales.

Sin embargo, pronto surgió el cuestionamiento de por qué algunos miembros de la sociedad generaban más riqueza que otros y llegaron las ideas colectivistas, que buscaron eliminar las diferencias de ingresos a través de decisiones arbitrarias en una economía centralmente planificada.

No es necesario hacer un recuento de los terribles resultados que trajo a la humanidad el colectivismo, pero vale enfatizar que en términos de producción y creación de riqueza el colapso fue inevitable.

En cambio, en los sistemas basados en la libertad económica, la sociedad -cada uno de sus miembros- decide qué, cómo y cuánto producir, con base en el mecanismo de información que brindan "en tiempo real" los precios de mercado. Este sistema asigna con rapidez los recursos a donde son más eficientes, en contraste con un sistema centralizado donde un burócrata puede tardar meses en decidir qué, cómo y cuánto producir y enviar a cada grupo de la población.

El planificador central también decide cuánto se debe pagar por los insumos, por los factores de la producción y por el bien final. Es ridículo pensar que una sola persona pueda tener acceso inmediato a la información y a los criterios tan complejos que se requieren para tomar estas decisiones. Todo esto, además de ineficiente, desmotiva el esfuerzo, la productividad y la iniciativa individual.

Resulta que además de ser económicamente ineficiente, la planeación central es incompatible con la democracia, porque para imponer las decisiones del burócrata se requiere suprimir, en gran medida, el Estado de Derecho, algo que también nos recuerda Milton Friedman, con distintos argumentos, en un brillante ensayo.

El autor es receptivo a la idea de que es necesaria la seguridad económica para gozar de una verdadera libertad, por lo que considera adecuado un sistema de seguridad social, así como garantizar una protección económica mínima para que las personas puedan enfrentar tiempos adversos.

En función de los graves problemas que resultan del colectivismo, Hayek se pregunta quiénes pueden dirigir un sistema con tantas imperfecciones y concluye que tendrían que ser los miembros de la sociedad más primitivos, violentos e ignorantes, ya que personas capaces y educadas tendrán puntos de vista diferenciados y no seguirán el criterio del dictador.

Puesto que el colectivismo requiere unanimidad porque toda la sociedad se debe alinear a las decisiones de un tirano, el régimen tenderá a ser intolerante y represivo -justo lo que se ha vivido en los países socialistas-. Buscará censurar y controlar los medios de comunicación para desechar cualquier información contraria al mensaje oficial, lo que invariablemente conduce a la parálisis del pensamiento.

Hoy son muchos los políticos irresponsables alrededor del mundo que ofrecen igualdad, "derechos sociales" y seguridades económicas que evaden la realidad e ignoran los verdaderos costos de sus programas de gobierno.

Estas políticas generan severas distorsiones en la economía, como desempleo a través de salarios mínimos -que no toman en cuenta la productividad del trabajo-, escasez con la aplicación de controles de precios, regulaciones que benefician a grupos afines a un líder, estatizaciones y cargas fiscales que paralizan la economía.

Con todo ello se destruye la cultura del esfuerzo y el espíritu emprendedor, lo que a la larga debilita la actividad productiva y genera una sociedad pasiva, apática, ávida de apoyos del gobierno y reprimida, lo que configura precisamente el camino a la servidumbre.

Ricardo Salinas Pliego, presidente y fundador de Grupo Salinas
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 24 de febrero de 2018).

La gran pregunta es por qué México no tiene un sistema electoral francés de doble vuelta. En un presidencialismo con partidos múltiples y fragmentación, la doble vuelta es la herramienta más efectiva.

Héctor E.Schamis
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de febrero de 2018).

El sistema político mexicano está en crisis. Y, la consecuencia más evidente es la bajísima credibilidad de los partidos. Lo que alguna vez fue la tripartidocracia -el modelo de reparto de poder en tres partidos políticos nacionales- se ha evaporado. Ahora, parados sobre ese punto que Bertolt Brecht llamaría la fase crítica en donde "lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer", nos enfrentamos a un nuevo régimen de partidos. Las cenizas del viejo no se extinguen por completo, pero hay pocas dudas de que, a partir de 2018, gane quien gane la elección presidencial, estaremos frente a un nuevo sistema de partidos e, incluso, ante un nuevo sistema político. El sistema de partidos mexicano fue longevo, si nos comparamos con el resto de América Latina que vio implosionar sus respectivos regímenes desde los 90: Venezuela, Argentina, Ecuador, Brasil, Bolivia.

La crisis política mexicana, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, se manifiesta como la marcada ilegitimidad de los partidos que tripularon eso que llamamos: la transición a la democracia. El pactismo panista, el legitimismo perredista y el hegemónico priista se derrumbaron. Hoy, ninguno juega dicho papel sistémico. Empero, esto no ha producido una crisis orgánica del sistema en su conjunto. Hay indignación y una rabia contra los partidos políticos, pero no las hay frente al sistema económico, el empresariado, la élite social o los poderes trasnacionales. A diferencia de lo que sucede en Italia, España, Francia o lo que pasó en América del Sur o incluso en Estados Unidos, la crisis del sistema político mexicano es marcadamente partidista. Incluso, el concepto lopezobradorista de la "mafia del poder", cada vez es más útil para explicar a los corruptos del gobierno, del sindicalismo, los gobernadores y el largo etcétera, que a esa articulación entre poderes políticos y económicos que simbolizó en 2006.

Así, el tipo de crisis política que vive México, nos ha llevado a que la corrupción de los gobiernos, de los partidos y la política, en general, se coloque en el centro del marco de discusión rumbo a los comicios del 1o. de julio. La agenda pública se ha llenado de desvíos, operaciones maestras de defraudación, saques públicos, negocios que lindan en el lavado de dinero y conflictos de interés.

Y como consecuencia, la campaña presidencial se convierte en una competencia de denuncias, sospechas y guerras de lodo. En donde los medios de comunicación o los tribunales son más importantes que la política o los proyectos. En una misma semana nos enteramos de los negocios poco éticos de Alfonso Romo -posible jefe de gabinete de López Obrador-, la presunta participación de Ricardo Anaya en un negocio con un lavador de dinero y que Meade es responsable de desviaciones en la Secretaría de Hacienda por más de 500 millones de pesos. Todo revuelto, los casos metidos en la licuadora, y como resultado el crecimiento paulatino de ese elector que tendrá que acudir a las urnas el próximo 1o. de julio a votar tapándose la nariz.

Sin embargo, hay varias consecuencias de este tipo de campañas y debates políticos que no debemos soslayar. 1o., la operación ventilador como técnica de defensa. Los casos de corrupción no provocan una discusión pública sobre sus causas ni una apuesta por reducir los altos niveles de impunidad. Por el contrario, la campaña funciona como una gran puesta en escena en donde los actores principales lanzan mierda frente a un ventilador, buscando manchar a todos -no importa si el propio ejecutor sale manchado durante el performance-. La técnica del ventilador es eficaz porque refuerza el hartazgo de la ciudadanía con los políticos y los gobiernos.

2o., y en la misma línea, la estrategia del "todos son iguales". La mezcla entre un debate público polarizado y un periodismo incapaz de diseccionar y discernir entre casos, provoca que cale hondo en la sociedad esta idea de que no importa por quién votes, al final todos son iguales. Dicha estrategia tiene como objetivo desincentivar el ánimo de cambio y eternizar el estatus quo. ¿Quién se beneficia? Los peores. Así, una sociedad que abraza el "todos son iguales" como lema, eterniza y blinda al gobierno de los peores. Buena parte de la propaganda de los malos gobiernos tiene como meta la erradicación de las diferencias. Empujar al ciudadano a que pase de la indignación a la resignación.

3o., convertir a la prensa en un amplificador de fango, renunciando a su naturaleza crítica. Lamentablemente, en cada campaña, en lugar de colocar los problemas más importantes del país a debate público, una parte de la prensa se presta a jugar un rol de voceros de aquello que ni los políticos se atreven a enunciar en público. Dicha utilización provoca que, tras los comicios, el ciudadano pueda percibir a una parte de los medios informativos como fieles escuderos de ciertos intereses políticos y no reflejo de sus preocupaciones. Una sociedad que pierde aprecio por su periodismo, es una sociedad expuesta a toda clase de abusos.

Esta utilización del periodismo como megáfono de los intereses de los partidos políticos nos deja en un estado de indefensión frente a la llamada "posverdad". Sabemos que la "posverdad" es una mentira aderezada de verosimilitud, pero que sólo el periodismo libre, así como la sociedad civil activa, pueden desenmarañar. ¿Quién tiene razón en el escándalo que afecta a Ricardo Anaya? ¿Qué participación tuvo Meade en las tramas que involucran a la Secretaría de Hacienda? ¿Es cierto que AMLO convertirá a México en Venezuela? La instrumentalización del periodismo en las campañas, como máquinas generadoras de lodo, invisibiliza su papel de "notario de la realidad".

4o., una errónea concepción de lo que significa la corrupción. La crisis de la partidocracia en México ha tenido, también como consecuencia, una interpretación muy acotada de la corrupción. La corrupción es síntoma de un ecosistema enfermo, en donde una parte es el gobierno y las instituciones, pero no todo el problema. El ecosistema se compone de una sociedad civil apática, medios de comunicación presionados, una iniciativa privada tímida y contenida, contrapesos inexistentes y poderes fácticos extremadamente influyentes. En México, existe una idea moralista de la corrupción: los buenos no se corrompen y los malos -que son los que gobiernan- son corruptos. Una aproximación voluntarista y moralista de un debate que es sistémico, social y político.

Y, 5o., el lamentable papel protagónico que han tomado las consultoras en la definición de lo qué se dice, lo qué se calla y lo qué se debate en una campaña. Es decir, ya no conocemos a los candidatos, sino a un actor que se mueve y baila al ritmo de lo que un consultor de cabecera opina que deben ser sus ataques, sus defensas y sus propuestas de campañas. La hegemonía de las consultoras sobre el proceso político banaliza el discurso y contribuye a que las campañas sean grandes productores de fango, lodo y suciedad, pero que quedan ahí. Son dardos de campaña, para desprestigiar al contrincante, sin ningún recorrido legal o jurídico. La expresión más acabada de un juego de simulaciones.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 4 de marzo de 2018).

En la incipiente democracia actual, no admitimos que hay mucha diferencia entre las personas y por lo tanto vale lo mismo el voto del ignorante que del culto, del que no paga impuestos del que sí, del que tiene ética y del delincuente ¿Por qué sucede esto?

Para votar sólo se necesitan 3 cosas, ser mexicano, tener 18 años y contar con la credencial actualizada. Nada más. Cualquier otra característica no importa ni se toma en cuenta a la hora de elegir a los representantes populares o a los gobernantes.

De aquí que muchos estudiosos de las ciencias políticas, argumentan que las decisiones, en un modelo así, las toman las masas amorfas e ignorantes.

El mismo Platón en La República argumentaba que sería un grave error ponerse en manos de cualquier persona cuando se está enfermo, o subirse a una nave conducida por un ignorante para cruzar el mar. ¿Cómo es que dejamos que una nación no sea gobernada por los más calificados y dejamos la decisión en el pueblo, que tampoco lo es?

El voto se ha reducido a la cantidad, la mayoría nos impone su poder. Lo que piensan los más cultos y preparados, es avasallado por la muchedumbre ignorante.

La lógica de la auténtica democracia debería de ser que sólo los más preparados y capaces podrían ser candidatos. Todo bajo un escrutinio muy similar al que se lleva a cabo para elegir a un candidato a dirigir una importante empresa. Se selecciona y contrata al que mejor pueda desempeñar el cargo, después de una serie de evaluaciones y entrevistas. En cambio en nuestra infantil democracia, el que levanta la mano y se cree capaz y convence con su demagogia a los demás, fácilmente llega a una candidatura.

No debería de valer lo mismo el voto del que paga impuestos, del que no lo hace; como tampoco debería de tener el mismo peso político el voto del universitario, que del que no ha puesto un pie en una aula de clases.

Al igual que no debería de ser igual el voto del que no tiene interés y ni siquiera estudia las diversas propuestas políticas, del que sí lo hace con particular empeño.

Yo no me subiría a una nave que fuera conducida por un hombre que diga que sabe hacerlo y que además fue elegido por una mayoría que voto por él, que tampoco sabe nada sobre la conducción de un barco.

La auténtica democracia no puede estar sólo en manos de la ignorancia, de las decisiones cuantitativas, de una reducción al mínimo de exigencias para poder votar.

Sugerimos, que así como el INE al elegir al azar a los participantes ejecutivos de una casilla electoral y los capacita, también sólo los votantes que han demostrado comprender y distinguir las diferentes propuestas políticas y tener una conciencia y el conocimiento de la política, demostrada en un examen, deberían de ser los únicos aptos para ejercer el voto.

Guillermo Dellamary
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 22 de marzo de 2018).

Más de 32 millones de spots de propaganda política nos amargarán la existencia durante 90 días en donde se disputarán alrededor de 3,400 puestos de elección popular, desde presidentes municipales hasta presidente de la república, para cumplir con nuestras imperfectas leyes electorales que no logran alcanzar el objetivo de escoger a los mejores hombres para que nos gobiernen.

No es posible gobernar con democracia en un país con tantas disparidades económicas como México, con tan variados grados de cultura y desarrollo. En las auténticas democracias son las mayorías las que imponen su criterio y en nuestro país, las mayorías las conforman los menos preparados culturalmente, los más pobres y los menos capaces para opinar. Constituyen una masa fácil de manejar con promesas populistas y utilizando los medios masivos de comunicación: radio y televisión, porque poco o nada leen.

La democracia tiene sus ventajas y desventajas; por la historia conocemos las grandes equivocaciones que se han cometido en su nombre. Hemos leído cómo se ha castigado a grandes hombres a morir envenenados con la mortífera cicuta o desterrados con la práctica del ostracismo en la antigua, civilizada y democrática Grecia. Supimos cómo los mismos que condenaron a los sabios, los reivindicaron y levantaron estatuas en su honor.

Con todos sus defectos, es lo mejor que conocemos hasta ahora, la democracia hace sentir al individuo como parte integrante de la sociedad, como ciudadanos, no como súbditos. El pluripartidismo es una buena estrategia que le da salida a casi todas las corrientes ideológicas y doctrinas económicas, aunque de momento se han corrompido. En vez de mantener un partido fuerte y hegemónico, las fuerzas de poder se equilibran, se diluyen en pequeños segmentos partidistas. Lo bueno de la democracia es la apertura que proporciona una válvula de escape a las presiones sociales.

La libertad de expresión, convertida en libertinaje, es de las conquistas de la democracia, que habrá que regular y encauzar en forma positiva para obtener los beneficios sin caer en los excesos. Debemos utilizarla para hacer nuestras denuncias y plantear nuestras peticiones canalizadas dentro del marco de las leyes y la reglamentación respectiva. Las manifestaciones violentas que atentan contra la tranquilidad de la ciudadanía, las marchas de protesta, los plantones que impiden el acceso a oficinas públicas, los cierres de carreteras y obstrucciones a la vía pública, los asaltos a supermercados, todos ellos deben eliminarse porque constituyen un exceso a la libertad. El derecho de los manifestantes termina en donde empieza el derecho de los demás ciudadanos al libre tránsito. El gobierno es el órgano encargado de hacer cumplir las leyes y en caso necesario debe usar la fuerza pública para hacerlas acatar.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 5 de abril de 2018).

El Informe 2017 de Latinobarómetro señala que en la percepción de los ciudadanos latinoamericanos, y particularmente mexicanos, la aprobación que tienen de su gobierno ha bajado considerablemente. Unido a esto, hay una pobre opinión sobre la democracia. En cambio, muestran una buena percepción sobre la mejora económica. Lo que revela una fractura entre el aprecio por la economía creciente, aparejado con un sentimiento de ausencia de los elementos que el gobierno ofrece para el ejercicio de la democracia, equidad incluida.

Y el informe abre un espacio de preocupación, porque México está en los niveles más bajos de aprobación de su gobierno, dejando a la población la percepción de que ha sido la democracia la que ha fallado. Grave por cuanto la ciudadanía no hace la diferencia entre el mal ejercicio gubernamental y la democracia como principio rector al que, en los últimos años, han agredido miembros del gobierno de esta administración.

La fotografía de Latinobarómetro expone que los países con más alta aprobación de su gobierno, son: Ecuador, Bolivia, Costa Rica. Y entre los de más baja aprobación, especialmente el pasado año están: El Salvador y México. Lo que dice que la actual administración del país es la 3a. peor calificada, con sólo el 20%, en contraste con un 66% en Ecuador.

Pero la actual administración sexenal en México se ha ganado esta negativa calificación, a pulso, a través de muchos y negativos elementos, el más importante: la percepción de corrupción en las instituciones, con temas como Oderbrecht.

El informe incluye la percepción ciudadana sobre el congreso el que en México tiene una estima del sólo 22%; y la confianza ciudadana en los partidos políticos está en 9%. Es decir, las próximas elecciones estarán en un terreno que el ciudadano sabe es de tierras movedizas... Credibilidad fracturada a la que no abona la maleabilidad del INE y las acciones de los partidos en la antesala de las votaciones.

Porque las instituciones garantes del voto no tienen la credibilidad necesaria, y la confianza en las instituciones está en mínimos. ¿Culpables? Funcionarios de esta administración que han echado el gato a retozar, todos a una... Funcionarios que han manipulado las instituciones. Legisladores que se regalan bonos y partidas discrecionales, con moches diría AMLO, sin darse cuenta que son ellos los responsables de que la ciudadanía haya perdido la confianza, no en el gobierno, sino en la democracia y esto a nadie conviene.

Porque con el enojo por las desigualdades galopantes, la corrupción imperante y la violencia arreciada, la ciudadanía ha perdido aprecio por lo que le genera la percepción de democracia. Pérdida que resulta una enorme responsabilidad de quienes de esta administración han hecho su botín.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 14 de abril de 2018).

Las elecciones no siempre las ganan "los mejores hombres" o los más y mejor preparados. Vaya, ni siquiera los que harían mejor gobierno. Todo indica que las ganan quienes interpretan mejor el sentimiento ciudadano, se apropian de él y lo refuerzan así sea sin escrúpulos de por medio, movilizando a sus adeptos a las urnas.

Marco Provencio
(v.pág.4 del periódico Milenio Jalisco del 20 de abril de 2018).

En sentido amplio, la 2a. vuelta consiste en que para acceder a un cargo público es necesario obtener más de la mitad de los votos.

Para lograr esto, si en una elección ninguno de los candidatos logra obtener más de la mitad de los votos (mayoría absoluta), se realiza una 2a. vuelta para decidir entre los 2 candidatos que más votos hayan recibido. Dirán algunos que este mecanismo obliga a organizar 2 costosas elecciones y a los ciudadanos a asistir 2 veces a las urnas, pero hay una variante a este método que lo evita. Se llama 2a. vuelta instantánea, también conocido como voto alternativo.

Se trata de un sistema electoral que sirve para elegir a un único ganador por mayoría absoluta cuando hay 3 o más posibles candidatos. En este sistema de votación, el ciudadano elector no se limita a marcar un solo candidato en la boleta, sino que puede escoger a varios en su orden de preferencias (1, 2, 3, 4...), del más preferido a menos preferido.

Al realizarse el conteo de votos, inicialmente se cuenta sólo la 1a. preferencia de los votantes. Si en ese 1er. conteo un candidato obtiene más de la mitad de los votos (es decir, mayoría absoluta), ese candidato es proclamado vencedor, pero si no fue así, se produce entonces la 2a. vuelta instantánea, eliminando al candidato que haya obtenido menos apoyos, pero asignándose ésta vez los votos a las 2as. preferencias marcadas en las boletas. Este proceso de conteo eliminatorio se repite hasta que un candidato obtenga la mayoría absoluta de los votos.

La 2a. vuelta instantánea se puede definir como "un sistema de voto único transferible en determinado orden preferencial", y es en mi opinión el más conveniente y justo de todos, pues impide que en una democracia terminemos gobernados por individuos repudiados por la mayoría.

Si algo podemos hacer para evitar que en futuras elecciones (en esta ya nos fregamos) candidatos con apoyos minoritarios nos gobiernen, es empujar una reforma legal para instalar la 2a. vuelta instantánea en el sistema electoral mexicano, y de esa manera asegurarnos, al menos, de que el gobierno quedará en manos de personas que la absoluta mayoría quiso.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(20 de abril de 2018).

En un país democrático como supuestamente lo es México, callar voces individuales o la opinión pública porque no nos gusta lo que se dice es violar un derecho fundamental: la libertad de expresión.

Esto viene a colación por el reciente comunicado en el que la casa productora La División, que se atribuyó la producción de la serie "Populismo en América Latina", denunció presiones para que no sea transmitida en México, acusando al candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador, de estar operando para evitar la difusión de la serie documental y que dedica uno de sus capítulos a él mismo.

Javier García, quien se identifica como productor ejecutivo y realizador del material, dijo que "están ejerciendo una presión ilegítima y antidemocrática para impedir que esta serie sea transmitida a las audiencias mexicanas".

Si AMLO todavía no accede al poder y ya hace lo posible por acallar voces, ocultar documentos y material histórico que lo muestran como el líder populista que es, es de esperarse que de llegar a la Presidencia, su intolerancia a la crítica y su capacidad para silenciarla aumenten considerablemente. Y eso sí es un verdadero peligro para México.

La verdad es que "el populismo es incompatible con el ejercicio pleno de la libertad de expresión", así lo dijo Vargas Llosa hace tiempo en un debate sobre poder y periodismo en América Latina: "El riesgo que el populismo entraña para la libertad de expresión está en que ve a la prensa y a los líderes de opinión como un escenario más de batalla ideológica y, como si de una guerra se tratase, intenta 'capturar' el espacio de los medios de comunicación".

Debido a que la popularidad de los demagogos se basa en la manipulación de la información a conveniencia, las personas y los medios de comunicación que no se "alinean" a sus intereses son como una piedra en el zapato que hay que quitar, pues en muchos casos exhiben las falsas explicaciones que dan a las cosas, y las soluciones simplistas o mediocres que ofrecen para resolver problemas profundos y complejos.

Para AMLO, los reporteros, las organizaciones civiles, las cadenas de televisión y los medios impresos que publican datos o información que no le es favorable son inmediatamente etiquetados como parte de la mafia del poder, o de "complots" en su contra. Así es AMLO, así seguirá siendo, y así han sido todos los líderes populistas de la historia, por ello su rechazo y censura a una serie de televisión que lo demuestra.

No es casualidad que los regímenes populistas apunten siempre sus baterías contra los medios independientes, a los que presentan como los verdaderos enemigos de la sociedad.

El más reciente ejemplo es el de Trump, otro populista más para la historia, quien ha dicho públicamente que "los hombres de la prensa están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra", porque según él "distribuyen noticias falsas".

No dudo que las noticias falsas existan y que haya periodistas que deshonran su profesión, pero el presidente de un país no puede hacer generalizaciones tan dañinas y que socavan la credibilidad de las noticias y el derecho que tenemos todos a contar con información veraz y oportuna.

Espero que las autoridades no se plieguen a los ilegítimos intentos de AMLO por detener la difusión de esta serie documental de contenido histórico que debe ser del conocimiento de todos, aunque la realidad que muestre no le favorezca.

Y espero también que podamos verla antes de las elecciones, pues se trata de un tema crucial que nos ayudará a comprender mejor la manera como operan los líderes populistas y los partidos políticos detrás de ellos, particularmente en estos momentos en los que estamos por decidir el rumbo del país.

Si algo podemos hacer la sociedad civil organizada (esa de la que AMLO desconfía y despectivamente llama "fifís") es impedir la censura de este documental, y si después de haberlo visto, alguien todavía quiere darle su voto a un populista, pues estará con el pleno derecho de hacerlo, de la misma manera que los demás tenemos derecho a conocer a tiempo para decidir el sentido de nuestro voto, lo que ha pasado en otros países una vez que los líderes populistas asumieron el poder.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(4 de mayo de 2018).

La debilidad evidente de nuestra democracia explica el cúmulo de leyes que buscan encausarla. Nada nuevo, desde la antigüedad se decía que una sociedad donde abundan las leyes es una sociedad donde abunda el delito. Tendríamos que pensar que en un país con mayor desarrollo cívico y democrático las legislaciones tendrían que ser menos complejas.

En México hemos tenido ciertamente avances significativos en materia político electoral, sería difícil hoy día pensar en robo abierto de urnas, o en votos emitidos por difuntos o seres inexistentes, en grupos de golpeadores amenazando a los votantes o presionándolos con violencia para emitir su voto en favor de determinado candidato. Las leyes han ido desde luego sancionando esas conductas y las autoridades en general se han preocupado por evitarlas, lo cual no impide que los delitos electorales se vuelvan más sutiles, hoy día diríamos, más cibernéticos.

Pero al margen de estas nuevas sutilezas delictivas hay conductas que saltan a la vista sin la menor discreción y que igualmente deberían tipificarse como delito electoral. En lo que va de la actual campaña los medios de comunicación clásicos y postmodernos han sido inundados de una increíble cantidad de basura. Quienes la mandan hacer, quienes la divulgan, quienes la avalan no se han preguntado al parecer sobre el tipo de imagen que están dando, justamente cuando los candidatos favorecidos por esta avalancha de chismes no hacen nada por deslindarse e incluso por invitar a sus simpatizantes a desarrollar un juego limpio, honesto.

Por basura electoral tengo las amenazas veladas, el recurso al miedo, la apuesta por el desprestigio, por la descalificación y todo tipo de propaganda que lejos de informar con objetividad y respeto se basa en el fomento de los odios, las divisiones, el enfrentamiento en lugar del confrontamiento, y desde luego ese afán por avivar los temores, implicando incluso a ciudadanos extranjeros que con angustiada voz nos previenen acerca de los mil males que nos cercan si este o aquel candidato gana la presidencia. No es entorpeciendo el pensamiento de la gente que se puede fincar una victoria, desde luego urge abundante información que oriente el voto, pero que sea información verídica, básicamente el desempeño de los contendientes en cargos anteriores, y por supuesto el tipo de principios y valores en los que se han movido.

La sociedad mexicana tiene todo el derecho de aspirar a un gobierno integrado por las personas más valiosas, por las más capaces y honestas, que ponga fin con inteligencia y osadía al sistema político corrupto que se ha ido consolidando de unos años a esta parte y que explica en buena medida el estancamiento de la nación y la escalada de violencia a que hemos sido sometidos todos.

Pero no se combate la corrupción orquestando campañas electorales corruptas, es decir, basadas en calumnias, difamación, intimidación. Este tipo de acciones y conductas deberían ser tipificadas también como delitos electorales, por la turbulencia que generan y por lo mucho que aportan a favorecer actitudes políticas anómalas en la sociedad, pues lejos de promover una verdadera ciudadanía, comprometida con la democracia y el bien de todos, lo que provocan es el escándalo, el desaliento, e incluso el abstencionismo a la hora de emitir el voto.

Armando González Escoto
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 6 de mayo de 2018).

Un electorado sin compromiso o fe diluye el estado democrático, aquellos que tengan ventajas tangibles serán los que participarán, mientras la mayoría de votos cederá con su silencio su derecho a elegir.

Creyendo en la verdadera raíz del capitalismo y la democracia, me parece conveniente resaltar los errores que se cometen aun en los supuestos países desarrollados. Pertinente es admitir que no lo tenemos solucionado, pero ocuparse para mejorar el sistema es mejor que romperlo con la esperanza de algo mejor.

Salvador Páramo
(v.pág.17-A del periódico El Informador del 7 de mayo de 2018).

En septiembre de 2011, miles de estudiantes, profesionistas y trabajadores, ocuparon el Parque Zuccotti en Nueva York. Bajo el lema "somos el 99%", los afectados por la Gran Recesión de 2008 pedían que la política defendiera a las mayorías y no fuera el instrumento de una pequeña oligarquía que, a través de sus recursos económicos, cooptaba al Estado y a sus instituciones. Los Ocupa, así como los Indignados españoles y otros movimientos antisistema, denunciaron la forma en que el poder económico secuestró al poder político. Señaló el poder invisible, pero real, de aquellos que deciden sin aparecer en ninguna boleta. El "establishment" esa articulación entre poder económico y político que sirve para favorecer a un puñado de magnates.

En México, dicho debate no caló tan hondo. En términos generales, las posturas antisistema han sido más críticas de los partidos políticos que del establishment. A nivel nacional, quienes han sido más señalados por la mala marcha de la economía, la inseguridad o la corrupción son los políticos y las cúpulas partidistas. Sin embargo, la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador gane la elección presidencial ha reabierto el debate: ¿hasta dónde se pueden meter los empresarios en una elección? ¿Qué tan responsables son los detentadores del poder económico de las decisiones que se toman en el país? ¿Quién manda en México, los multimillonarios o los gobernantes?

El sufragio de Slim tiene el mismo peso que el voto del más humilde de sus trabajadores. Empero, la desigualdad social provoca que un puñado de empresarios, políticos, funcionarios públicos, hombres de negocios, activistas sociales y personalidades sean más influyentes que el resto. Dicho efecto distorsionador de la igualdad democrática fue lo que quiso corregir la reforma electoral de 2007. Es decir, impedir que el dinero defina las elecciones, luego de la intervención de cúpulas empresariales en los comicios de 2006.

Lo dijo López Obrador en su entrevista en Televisa: "si Benito Juárez separó la Iglesia del Estado, ahora toca separar al poder político del económico". Y es cierto, y lo reproduce Oxfam en su estudio: el Estado mexicano ha sido instrumento de unos pocos por décadas. La política fiscal, social, la inversión pública y las legislaciones, han tendido a favorecer los intereses de una parte muy pequeña de la población. El Estado se recarga fiscalmente en las clases medias para no cobrar los impuestos que debiera a las grandes trasnacionales y a las grandes fortunas. Un Estado que concede privilegios a los que más tiene y es incapaz de construir un proyecto que incluye a millones y millones de mexicanos que viven en dolorosa pobreza. El empresariado debe tener todas las condiciones para generar riqueza y empleos, pero el Estado tiene que salvaguardar el interés general y velar por los más vulnerables. Sólo la separación entre el poder político y económico garantiza un gobierno para las mayorías.

Sin embargo, López Obrador se equivoca en el perfil autoritario que muestra frente a los empresarios nacionales y los inversionistas extranjeros. No se vale que el empresario compre lealtades con sus recursos y tampoco que quiera mandar sobre el interés general, pero un demócrata siempre debe reconocer el derecho de cualquiera a externar sus ideas políticas y participar activamente en la vida pública. Los empresarios no son un colectivo homogéneo y tampoco seres demoniacos sumidos en el egoísmo perpetuo. Tampoco son el anti-pueblo, como muchas veces se desprende de la narrativa lopezobradorista. Insistir en una narrativa que señala constantemente al empresariado, sin entender su heterogeneidad, sólo puede conducirnos a fracturas, división y polarización. Como pasa con los políticos, los arquitectos o los ingenieros, hay empresarios sátrapas que no dudan de cualquier estrategia con tal de beneficiarse y empresarios con sentido ético que entiende su papel social y honran su vocación.

Es positivo que en México debatamos las influencias de los poderes fácticos en las decisiones públicas. Es cierto, que muchos multimillonarios utilizan sus fortunas para influir en los gobiernos y utilizar a los políticos como títeres para impedir que aprueben legislaciones o políticas públicas que los perjudican. Es cierto que el Estado mexicano necesita recobrar autonomía para ofrecer un proyecto que responda a los marginados y a los millones y millones de mexicanos sin oportunidades. Sin embargo, eso no puede normalizar el discurso agresivo contra un segmento de la población que es heterogéneo y en donde, la amplia mayoría de empresarios, honran su profesión generando empleos y riqueza. La democracia nos incluye a todos y eso López Obrador no debe olvidarlo.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.periódico El Informador en línea del 13 de mayo de 2018).

En el sistema político de la democracia la única propiedad que tienen los ciudadanos comunes y corrientes es su voto. En otras palabras, la única mercancía (no se espante: los candidatos y sus partidos contratan desde hace años a mercadólogos y presuntos expertos en algo que le llaman marketing político para sus campañas) que pueden intercambiar o vender en el mercado electoral es su voto.

Claro, esto no puede decirse ni escribirse así. Está muy mal visto o, como se dice ahora, no es políticamente correcto. Es más, habrá quienes piensen, crean y digan que llamar mercancía al voto linda en la corrupción. Por eso hay que proclamar que el voto es un derecho (el trabajo, también) y una obligación ciudadana (el trabajo también, y dignifica -¿o ennoblece?- al hombre, decían). No se le vaya a ocurrir a usted siquiera intentar decir que va a vender su voto, porque será considerado un mercachifle político-electoral o algo mucho más grave.

Pero en la realidad ocurre lo contrario: los candidatos y sus partidos todos los días hacen ofertas directas e indirectas por los votos de los ciudadanos. Cualquier promesa electoral, de cualquier tipo, es eso, una oferta a participar en una transacción mercantil.

Antes, en México y en el mundo, eran, digamos, más discretos. Ofrecían ideologías, proyectos de nación o de país, políticas públicas o ya a lo muy jodido: empleo, educación, bajos precios, menos impuestos, seguridad, salud a cambio del voto del ciudadano. Es decir: yo te doy, tú me das; intercambio puro, como en cualquier mercado.

Hoy, en México, y quizás en el mundo también, los candidatos y sus partidos han perdido el decoro, el pudor, la discreción, la corrección, y abiertamente salen a la compra de votos: tarjetas de débito, de descuento y dinero en efectivo para jóvenes ninis, madres solteras, ancianos, desempleados, más lo que se acumule, renta mínima y -ya a lo muy jodido y descarado- despensas, tinacos, materiales para la construcción y tortas, refrescos y billetes para la asistencia a mítines. En otras palabras: yo te doy, tú me das; intercambio puro de mercancías.

Claro, todos los candidatos y sus partidos le dicen al ciudadano que el voto es libre y secreto y que denuncie a quienes les quieren comprar el sufragio... siempre y cuando sean sus contrarios.

Los candidatos a la Presidencia de la República, a lo largo de la campaña electoral, pocas diferencias o ninguna han mostrado. Prometen según el auditorio al que se dirigen; se dirigen al target de acuerdo con los consejos de sus mercadólogos. Si a ese target hay que decirle, por ejemplo, que no habrá más impuestos, pues así se ofrece; y al día siguiente ante otro target si se requiere decir que habrá más impuestos para los que más ganen, pues se dice, y los que no entiendan las 2 posturas contrarias ni modo, que se las arreglen como puedan.

El objetivo final de los 4 aspirantes es que usted y los demás votantes les entreguen, les den, les vendan sus votos. En otras palabras, le quieren comprar sus votos con sus promesas. Usted tiene el derecho (burgués, según algún purista) de preguntar: ¿a cambio de qué? ¿O no?

Se llama mercado político-electoral, como ocurre en el laboral donde los proletarios venden su única mercancía: su fuerza de trabajo. Entonces, si los candidatos y sus partidos quieren su voto, bien, pues que les cueste... lo más caro posible.

Recuerde: su única mercancía electoral es su voto. ¡Véndalo! Sí, no se espante ni se escandalice. Es su derecho en el sistema en el que vivimos. Entrégueselo a quien más le ofrezca, ya sea, usted decide, en lo ideológico, en lo político o, a lo muy jodido, en lo material. Sólo un consejo: no crea en las promesas de ninguno de ellos, no las van a cumplir y si ocurre piense en lo que se necesita para que eso ocurra. Las consecuencias usted las sufrirá o gozará. Haga un esfuerzo y pregúntese usted mismo de dónde sacarían el dinero para cumplirlas. Llegará a una irremediable conclusión: de usted mismo. Evite ese autogol. Busque una ganancia.

Gerardo Galarza
(v.periódico Excélsior en línea del 20 de mayo de 2018).

Las elecciones, en una democracia, parten de una premisa absolutamente pragmática: la que se condensa en la locución latina "do ut des". La frase significa, literalmente, "doy para que des", y debe interpretarse como un compromiso tácito de reciprocidad entre elector y candidato..., o, más ampliamente, entre la ciudadanía en pleno -considerando que las elecciones se ganan por mayoría de votos- y el gobierno entrante: te doy el voto, hoy, aunque la historia me reproche tamaña ingenuidad, porque creo que te esforzarás, mañana, por cumplir las promesas que repartiste generosamente -muchas veces con prodigalidad excesiva- durante las campañas.

En la versión mexicana del "do ut des", el convenio tácito de la fórmula se traduce ordinariamente en un trueque: el oro del voto, a cambio de los espejitos, lentejuelas, chaquiras y demás baratijas de la palabrería de las campañas...

Jaime García Elías
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 21 de mayo de 2018).

El 2o. debate anoche en Tijuana, fue el arranque de una 2a. vuelta electoral por la vía de los hechos, donde quienes no quieren que camine solo hacia Palacio Nacional Andrés Manuel López Obrador, se verán en la encrucijada de respaldar al 2o. lugar consolidado y sacrificar, quienes hayan optado por otra opción, a abandonarlo en el último tramo de la campaña. Si no se hace, el cuerpo se pudrirá y López Obrador será presidente el 1 de diciembre.

La 2a. vuelta es un diseño institucional que se utiliza en las democracias para evitar que la polarización, donde no existe ese instrumento, atomice el voto. La 2a. vuelta permite que si en la 1a. ningún candidato alcanzó más del 50% del voto, se realice una nueva votación entre los dos que alcanzaron el mayor número de sufragios. De esa forma se produce un realineamiento de los electores en torno a 2 candidaturas, sin distracciones de ninguna naturaleza que permiten un mayor consenso de quien triunfe y provee gobernabilidad después del proceso.

La posibilidad que el 2o. lugar ganara en la 2a. vuelta, llevó al PRI a oponerse siempre a legislarla. Durante más de una década se ha buscado incorporarla en el sistema electoral, pero 1o. fue el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, con su poderosa bancada en el congreso, y después como Presidente, quien bloqueó todas las posibilidades de legislarla. La racional era clara. No iban a abrir esa puerta porque en una 2a. vuelta el PRI perdería la elección

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 21 de mayo de 2018).

Todos los candidatos a la Presidencia de la Republica han estado haciendo llamados a que los electores voten en bloque por todos los candidatos de sus partidos políticos, situación de lo más peligroso que puede haber.

Decía Montesquieu "...es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder siente inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites... Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que, por disposición de las cosas, el poder frene al poder". Y esto sólo es posible formando un "gobierno moderado" para lo que es indispensable "combinar los poderes, regularlos, temperarlos (...); dar un contrapeso a cada uno de ellos para que pueda resistir al otro; se trata de una obra maestra de legislación que no sucede comúnmente y sólo inusualmente se le deja hacer a la prudencia". Carbonel señala que "De la separación de los poderes es posible desprender dos principios característicos del Estado constitucional: el principio de legalidad y el principio de imparcialidad. Ambos son indispensables para garantizar la libertad. El principio de legalidad consiste en la distinción y subordinación de las funciones ejecutiva y judicial a la función legislativa; el principio de imparcialidad consiste en la separación e independencia del órgano judicial tanto del órgano ejecutivo como del órgano legislativo".

Por ello si tú planeas dar tu voto a determinado candidato a la Presidencia, sea del partido político que sea, lo mejor que puedes hacer para conservar ese importante equilibrio democrático y republicano basado precisamente en esa importante división de poderes es votar para senadores y diputados federales por los candidatos de otros partidos políticos (igual en la elección local si votas por alguien para gobernador vota por los de otros partidos para diputados locales), esto con el fin de que el mismo sistema nos proteja de sí mismo. Recordemos que las peores épocas de nuestro país fue con aquellos presidentes populistas, tanto Echeverría como López Portillo, quienes además implementar gobiernos fallidos basados en ideas populistas no gozaban de contrapesos adecuados que les detuvieran de todas sus locuras, lo que les permitió, con la mano en la cintura, hasta modificar a su antojo la Constitución dándole al traste a nuestro país.

El populismo de lo primero que se encarga es de desmantelar las instituciones poco a poco, a reescribir "La Constitución" para poderla acomodar a los antojos de sus diferentes líderes corruptos, aunque ahora algunos se vistan de demócratas. La única pregunta que les hacemos a estos es muy sencilla y siempre se niegan a contestar: "Si vamos a dar derechos, ¿de dónde los vamos a sacar o con qué recursos se van a pagar?". El populismo es una simple postergación de la pobreza, de la ignorancia y de mantener a los pueblos bajo la ilusión de que sólo los bienes materiales y una venganza manipulada es lo que importa a la hora de votar.

Te invito a reflexionar tu voto, con las palabras de Mario Grondona: "El populismo ama tanto a los pobres que los multiplica".

Héctor Romero Fierro
(v.pág.17 del periódico Milenio Jalisco del 25 de mayo de 2018).

Todo candidato que apueste ciegamente por el capitalismo neoliberal, está evidentemente ciego. Que esta apuesta sea la de la mayor parte de los grandes empresarios mexicanos resulta lógico y hasta legítimo desde cierto punto de vista, pero no puede ser la elección de un gobernante, ya que al gobierno no le corresponde imponer un sistema económico, sino matizar el dominante a fin de que sus efectos positivos sean más equitativos y los nocivos menos contundentes. Justo eso que hoy hacen diversos gobiernos de naciones poderosas, como Estados Unidos, pero que el gobierno mexicano se niega a hacer debido a su ceguera tecnocrática.

El punto de vista relativo que legitima la opción empresarial podría ser la confianza en que la acumulación de la riqueza acaba beneficiando a la base social, pero detrás de esa confianza puede fácilmente ocultarse una total ausencia de compromiso con la clase trabajadora, una sed inagotable de riqueza, un temor a compartir si eso pone límites a su avidez, y desde luego una carencia alarmante de sentido común.

La confianza en que la acumulación trae beneficios sociales es hoy día demasiado utópica. Después de casi 50 años de economía neoliberal queda claro que esa idealista derrama sobre la base no solamente se ha hecho esperar, sino que es claro que nunca va a llegar.

Durante las épocas de crisis económica que ha vivido nuestro país, la clase trabajadora aceptó sacrificarse una y otra vez para salvar el empleo, pero la verdad es que en la mayoría de los casos el trabajador siguió siendo sacrificado aunque la crisis hubiese ya pasado. Hoy día el poder adquisitivo de los mexicanos se halla en uno de sus más bajos niveles, situación preocupante que no se resuelve con el solo recurso de aumentar el salario mínimo o volcarse hacia el asistencialismo, tampoco es sensato seguirle apostando al sistema económico tal y cual está.

Si México tuviera una clase empresarial de otra condición y nivel, serían los empresarios los primeros en cuestionar un sistema que aunque les esté reportando enormes riquezas, no logra elevar la condición de sus trabajadores. Por el contrario, el país pareciera seguir siendo el sueño dorado de cuanto explotador exista en el planeta. Así como para los cárteles delincuenciales de Sudamérica, venir a "trabajar" a México se hace altamente atractivo por las condiciones de corrupción e impunidad imperantes, también para los cárteles inversionistas resulta bastante seductor hacerlo dadas las facilidades que hay para producir riqueza sin que ésta deba limitarse en favor del compromiso social.

Que un candidato que declara obtener, junto con su esposa, 400,000 pesos mensuales, se sienta héroe ofreciendo elevar el salario mínimo a 100 pesos, es un insulto a la nación, por más que su declaración tranquilice el ánimo del empresariado. Adicionalmente confiesa que está al servicio del sistema y que no tiene intención de modificarlo, pues sobre tal asunto nada ha declarado.

También resulta pasmoso el que otro de los aspirantes a gobernar el país pretenda resolver este problema con soluciones zigzagueantes. De todo esto lo único cierto es que ni los partidos, ni la misma sociedad, han podido generar el perfil de candidato que México requiere con tanta urgencia.

Armando González Escoto
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 27 de mayo de 2018).

Una sociedad que no quiere perder libertades o derechos tiene que blindar los espacios de disenso. La dictadura es el sistema del silencio, la opresión y el pensamiento único. La democracia es el sistema de la expresión, el disenso y la pluralidad. Un país que quiere ser democrático tiene que blindar sus espacios de disenso: medios de comunicación libres; organizaciones sociales autónomas; juntas vecinales auténticas; tribunales imparciales; patronales que velen por el interés general; sindicatos que defiendan a los trabajadores; universidades críticas y de excelencia. Erradicar o incluso matizar el papel social de estos nichos de disenso nos conduce a un escenario de concentración de poder tóxico para la democracia y los derechos de todos. Lo dijo Lord Acton: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 3 de junio de 2018).

Todo está cambiando, y no necesariamente para bien. Es año de elecciones trascendentales en América Latina. Colombia, Brasil y México. Estamos en campaña y entre muchas de las cosas que tenemos en común desde el Río Grande hasta la Patagonia están una polarización entre candidatos que más que visiones de país y soluciones reales a los retos que enfrentamos, nos están llenando de paranoia y sumiéndonos en el enfrentamiento y la división.

Cada uno nos pinta 2 opciones, llenas de generalizaciones, ellos son la utopía y la esperanza y el contrincante el fin del mundo. A veces literalmente en esos términos tan "telenovelescos", exagerados como nuestra cultura. Lo más alarmante es que no dejan de tener algo de razón, sobre todo cuando uno se mira en el espejo de Venezuela. El infierno sí que es posible, y ese infierno en términos políticos tiene un nombre: populismo.

Para bien y como suele suceder, también para mal vivimos en una época en que cada quién es libre de creer lo que quiera. Hay gente que cree que lo correcto es quemar libros de Vargas Llosa porque critica un candidato presidencial. Hay gente que no cree en las vacunas. Hay gente que cree que si se quita el gluten va a vivir más tiempo. Hay gente que no cree en Dios. Hay gente que no cree en el cambio climático. Hay gente que cree en Trump. Hay gente que no cree en el populismo.

"Eso no puede pasar aquí". Esa negación es quizás la más humana de todas. Así nos protegemos, como cuando en la adolescencia tus padres te advierten de un peligro y tu mejor respuesta es "eso no me va a pasar a mí". Pero el problema con el populismo es que así no lo sepas, si has nacido y vivido en América Latina aunque te hayas dado cuenta has estado conviviendo con el populismo en alguna de sus versiones. Entonces, ¿qué es el populismo? Porque para ser algo tan discutido, tan mentado, tan hablado, que está en nuestras bocas, en la de candidatos y analistas, que creemos dominar por el simple hecho de vivirlo, ¿cómo se define? Es que como tantas cosas, desde la electricidad hasta el átomo, el populismo es algo que creemos saber qué es, pero realmente no podemos explicar.

Saber qué es no resulta nada fácil y todavía se está desarrollando la teoría, pero lo que sí podemos tener claro es que la fórmula populista para utilizar las vías democráticas y tomar el poder por asalto se ha usado varias veces en países con contextos muy distintos. Así que el populismo no es como el chupacabras. Es más como el sol, ahí está, de nada sirve tratar de taparlo con un dedo, si no te proteges de su radiación te vas a quemar.

Jan Werner-Müller, profesor de Princeton lo explica en 7 tesis muy específicas desarrolladas en su libro Qué es el populismo, editado por Grano de Sal. Con el permiso de este brillante profesor, aquí van, casi como un test de Cosmopolitan sobre si tu novio te quiere o está a punto de dejarte. Así se puede analizar el discurso de cualquier político y al menos pensar y razonar muy bien la decisión de darle el apoyo, el beneficio de la duda, o de plano decir, "gracias pero tu propuesta es a todas luces populista".

1. En 1er. lugar, que un político hable del pueblo en una oración sí o una no, en absoluto quiere decir que sea populista. Tampoco que haga promesas que no va a poder cumplir. Eso es la demagogia de la que lleva al despilfarro y no a una política de desarrollo. Eso no es populista. Cuando un populista habla del pueblo no lo nombra nada más, sino que se adjudica el título de su máximo y único (esto último es lo fundamental) representante. Es una legitimación autoimpuesta, como quien se corona a sí mismo antes de ser presidente o primer ministro como la única voz válida y autorizada para representar al pueblo. Es la política representativa. En otras palabras, es quien dice, "tú no puedes hablar, entonces yo lo hago por ti".

2. Esto nos lleva a la 2a. tesis. Es común pensar que los populistas son críticos de las élites y algo hay de eso, pero va un poco más allá. No se trata nada más de criticar las élites. De hecho en algunos casos hasta se sirven de ellas. Lo que buscan más bien los populistas es evitar el pluralismo. Esto quiere decir que van a descalificar de manera muy tajante a todo aquel que esté en contra de ellos. No van a admitir ninguna otra forma de pensamiento, ni de acción distinta a la de ellos mismos. Si una élite los apoya no irán en contra de ella, pero si los critica -sea la élite intelectual, económica o sindical- la descalificarán e irán en su contra.

3. ¿Han visto que generalmente los populistas le huyen al debate? Los populistas no están tan preocupados por crear un consenso entre la gente, por averiguar realmente qué piensa y qué quiere el ciudadano, negociar un compromiso de país e ir adelante con la ejecución de esas ideas. Ellos están más allá de cualquier debate y su representación de la gente es más bien simbólica. Precisamente es esa investidura simbólica la que utilizan como argumento frente a cualquier funcionario o ciudadano que los increpe con algo concreto. Esa mayoría o supuesta mayoría en cuyo nombre hablan es su escudo. De allí el peso enorme que le ponen a los procesos electorales. Les interesa legitimarse en urnas porque ese es parte de su argumento, sobre todo cuando van actuar fuera de la ley.

4. Este último punto nos lleva a un mecanismo muy común en su sistema: el referéndum. El referéndum populista no tiene en absoluto que ver con una toma de decisiones colectiva, ni realmente con permitir que el ciudadano participe. Lo que busca es legitimar es representatividad que reclama el líder populista. ¿Alguna vez ha escuchado a un populista hablar de referéndum? Seguramente fue uno para establecer o proponer reelección indefinida o bajo el chantaje de: lo hago para que digan si quieren que me vaya. Una constitución democrática establece periodos de alternancia y no necesita estos mecanismos. Generalmente el populista recurre a esto porque es un mecanismo de control, no de participación ni de traslado de mandato al pueblo como alegan.

5. Cuando Chávez llegó al poder en 1998 lo primero que hizo fue ignorar la constitución vigente y comenzar un proceso de redacción de otra constitución. Esa práctica es típica del populismo. Fundamentándose en que ellos son el único representante legítimo del pueblo tienen que desmontar el estado democrático, porque este siempre tenderá a tener representantes de otros sectores, en especial aquellos que representan las voces de la sociedad civil críticas del gobierno y a muchas minorías. El populista está por encima de la ley, de la Constitución, incluso si esta es redactada por ellos. Su único objetivo es perpetuarse en el poder sobre la base de la voluntad popular.

6. El verdadero problema del populismo es que pone en peligro de la democracia en general. Los problemas que surgen del populismo no tienen que ver con el contenido de sus políticas, no es un tema de derecha o izquierda. En algunos casos como el venezolano se presentan como tal, pero eso no quiere decir que puedan utilizar un discurso radicalmente opuesto, como el de Marine Le-Pen en Francia. Sin embargo, el populismo no es antiliberalismo o nacionalismo exclusivamente, es antidemocracia, es adjudicarse la prerrogativa moral de sustento del poder. El populismo no permite que el ciudadano se exprese porque siente que moralmente está por encima de cualquier opinión.

7. El populismo necesita de la división y de la exclusión. Su naturaleza implica que todo aquel que le es crítico es inmoral, y por lo tanto queda excluido de participar en la vida política y esto incluye derechos democráticos fundamentales. Por eso es que los populistas ofenden y descalifican tajantemente a todo el que lo opone, casi siempre sin hacer referencia a la pluralidad de opiniones que existe en la vida política e ideológica de un país. Básicamente hay 2 bandos: los que están a favor de ellos o en su contra.

La democracia a nivel mundial está en un momento de total incertidumbre. Hay un sentimiento generalizado de que no funciona, de descontento, de desilusión. De que es un sistema que le sirve a quienes no tienen escrúpulos y que a pesar de lo que dicen las leyes ante el estado hay una profunda desigualdad, que además se traduce en desigualdad económica.

Hay mucho de cierto, pero también es verdad que el trecho por recorrer para llegar a los sistemas que tenemos hoy en día ha sido largo, doloroso y sangriento. Las libertades que tenemos hoy en día a veces se ven limitadas, pero eso no quiere decir que no puedan estarlo más. El populismo lo sabe. Sabe que un pueblo desilusionado es vulnerable, que entrega el poder fácilmente a quien trae una propuesta que ofrezca alivio al resentimiento en vez de soluciones concretas y que de deja llevar por el desmontaje de lo que hay para la construcción de una utopía basada en generalizaciones. Eso es casi siempre lo que ofrecen los populistas, políticas de desmontaje, pero muy pocas acciones concretas de desarrollo. Dicen cómo van a destruir, pero no cómo van a construir más allá de generalizaciones y de que planes que se basan en su moral y buenas intenciones.

Es aquí donde entra en juego un aspecto vital de la democracia, es que como votantes somos casi un funcionario más. Tenemos el deber de actuar pensando en lo que es mejor y no en lo que nos simpatiza. Es una responsabilidad. Requiere real esfuerzo. Ese mimo que le pedimos a los políticos. Quizás el populista nos caiga bien, hasta tenga razón en algunos puntos, pero ya hay suficientes ejemplos que demuestran lo nocivo que son esos sistemas. Son errores que se pagan durante generaciones. No olvidemos aquella vieja frase que dice la democracia es lo peor que tenemos, pero es lo único que tenemos.

Clara Machado
(v.Huffington Post del 4 de junio de 2018).

Hace unos meses, en el foro Álamos Alliance, Deirdre McCloskey comentó que "la gente piensa que la economía es un juego de suma cero, si tú mejoras yo empeoro". El populismo incorpora esta forma de pensar. Los populistas, que no entienden cómo funciona la economía, toman medidas que siempre tienen resultados opuestos a lo que ofrecen.

No obstante, McCloskey considera que, "el liberalismo es lo opuesto al populismo. Llevó a la innovación y a una ampliación dramática de la economía y a la reducción de la pobreza. (...) En lugar de una política basada en la envidia, que es el instrumento básico del populismo, hemos empezado a admirar los avances. Éste es el resultado de las sociedades libres".

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, las naciones europeas entendieron la lección y en 1957 firmaron los Tratados de Roma, con los que se constituyó el precursor de lo que hoy es la Unión Europea y que propició una ola a favor del libre comercio.

Actualmente, los expertos consideran que los conflictos entre la India y Paquistán o entre China y Japón o China y Taiwán, se resolverán en la medida en que estas naciones aten su bienestar a través del libre comercio. En Europa es bastante claro que mantener la paz en Irlanda del Norte requiere un libre flujo de bienes y personas en su frontera con la República de Irlanda.

No obstante, en pleno Siglo XXI vemos que las lecciones de la Segunda Guerra Mundial fueron olvidadas por muchos políticos populistas, a la izquierda y derecha del espectro. Ellos impulsan alguna combinación de las tres políticas que llevaron al mundo a la guerra [(1) prohibir la importación de productos del extranjero, (2) restringir la inmigración o (3) expropiar, total o parcialmente, el capital de las comunidades provenientes del exterior]. Olvidan que el comercio es la paz.

Ricardo B.Salinas Pliego
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 7 de junio de 2018).

[La democracia] es además un laberinto, porque en su código genético porta un buen número de preocupaciones que desea atender: intenta que el poder no se concentre, que exista un equilibrio entre las instituciones estatales, que dichas instituciones no invadan la vida privada de las personas, que en caso de diferendos exista una vía jurisdiccional para resolverlos. Es decir, que como intenta conjugar valores diferentes y en ocasiones en tensión, suele ser un circuito plagado de contrapesos, vigilancias, normas, que hacen difícil y en ocasiones tortuoso el ejercicio de gobierno.

Acudiré a un autor francés, Pierre Rosanvallon, para intentar ser más claro. La democracia se edifica -dice él- a partir de 2 desconfianzas: una de carácter liberal y otra de carácter democrático.

La primera es sencilla de entender. Los hombres pueden ser avasallados por el Estado. Ejemplos sobran: regímenes que suprimen los derechos y las libertades porque el Estado lo es todo y los individuos son contemplados como simpes engranajes al servicio del primero. Por ello la democracia nace con un resorte bien aceitado: intenta crear un ámbito en el cual los ciudadanos no pueden ser molestados ni perturbados por las instituciones públicas. Y entonces se construyen una serie de derechos individuales -sin los cuales la democracia es imposible e impensable- que las instituciones del Estado deben respetar y tutelar. Ese límite connatural a los regímenes democráticos, consiste en poner una valla infranqueable a los poderes públicos, que por eso mismo no lo pueden todo.

La segunda es la que surge del propio ADN de la democracia. Establecidos los poderes públicos, estos deben y merecen ser vigilados. Hay que controlar a las instituciones, porque si no estas se pueden desbordar, desnaturalizar, convertir en su contrario. Y por ello, se diseñan distintos mecanismos de control: desde el acceso a la información pública, hasta las auditorías, desde el trabajo de investigación de la prensa hasta el poder constitucional que vigila al otro poder constitucional. Se trata de dispositivos de vigilancia, denuncia, control, que por sí mismos hacen necesariamente tortuosa la gestión de gobierno. Precisamente porque se parte de la convicción de que los gobiernos están obligadosa rendir cuentas, informar, procesar sus iniciativas, buscar legitimarlas y súmale tú.

En democracia se pretende que exista una vía judicial para resolver los conflictos que de manera "natural" surgen entre los poderes públicos o entre estos y los ciudadanos y entre los propios ciudadanos. Todo el aparataje judicial tiene esa función. No se trata de decretar la inexistencia de conflictos, sino lo contrario. Reconocer que los conflictos y tensiones son propios de la vida en sociedad. Pero que los mismos requieren de una vía institucional para resolverse. Y ello genera un contrapeso más a las acciones de gobierno. Entre nosotros, las controversias constitucionales empiezan a tomar carta de naturalización una vez que el poder arbitral del presidente desapareció. Ahora muchos de los diferendos entre un congreso y un gobernador, un ayuntamiento y el gobierno local, una cámara del Congreso y el presidente, llegan a la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que sea esta la que decida. De igual forma, las acciones de inconstitucionalidad, que deben ser resueltas por la Corte, surgen de las diferencias que pueden sucitar las reformas aprobadas por los congresos. Sobra decir una vez más que eso hace más difícil y complicado el trabajo de las instituciones estatales.

Todo palidece frente a 4 poderosas cataratas que alimentan de malestar a eso que llamamos sociedad.

Pobreza, desigualdad, frágil cohesión social. La falla histórica y estructural de México es la de su profunda desigualdad social. No somos un país sino muchos. Y eso tiene su impacto en todas las esferas de la vida (no sólo en la vida política). Como bien lo apunta la CEPAL -en referencia a la realidad que impera en América Latina-, en esas condiciones es muy difícil generar un "nosotros" inclusivo, un sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional. Las diferencias son tan abismales que generan una convivencia (algún término hay que usar) marcada por fuertes tensiones y resentimientos.

Ese caldero de desigualdades sí que produce desafecto o distancia crítica en relación con las nuevas rutinas, instituciones y normas que procesan la política pluralista.

El estancamiento económico y su secuela. La falta de crecimiento económico suficente en las últimas 3 décadas y media es quizá la fuente de desencanto más poderosa. Una economía que no genera los empleos formales suficientes, que no mejora los ingresos y las condiciones de vida material de la mayoría, que produce millones de jóvenes sin lugar en el marcado de trabajo o en los centros de educación superior, en un marco de desigualdades rancias, tiene que generar frustración, desaliento, malestar. Lo queramos o no, los regímenes políticos también son evaluados por la capacidad para atender las necesidades de su población, y por desgracia, el proceso de tránsito democratizador y los primeros años de la democracia han coincidido con un (cuasi) estancamiento económico.

Corrupción. La corrupción y la impunidad anudadas están erosionando de manera grave la confianza en las instituciones públicas. No sé siquiera si hoy existe más corrupción que en el pasado, pero lo que sí es claro es que hoy esos fenómenos tienen una mayor visibilidad pública (gracias al proceso democratizador) y una menor tolerancia social. Nada desgasta más el aprecio por partidos, congresos, políticos y gobiernos que episodios de corrupción reiterados que quedan impunes.

La violencia. Y si a lo anterior sumamos la espiral de violencia que en los últimos años ha sacudido al país, a lo mejor el cuadro puede completarse. Cientos de miles han sido víctimas directas o indirectas de la delincuencia. Pero incluso quienes no han sufrido de manera franca los estragos de la violencia, viven bajo la sombra del temor, la incertidumbre, la zozobra. El clima de violencia desatada y su secuela crean un ambiente de desconfianza mutua y producen un inmenso descrédito de las autoridades.

Las bandas delincuenciales han asolado poblaciones enteras, han traficado con drogas, armas y personas, han amenazado y secuestrado, han cobrado derecho de piso y han extorsionado a miles y miles de ciudadanos, han impuesto su "ley" en no pocas zonas y dejado una estela de muerte incalculable. Y el combate a las mismas emprendido por unas "fuerzas del orden", no suficientemente capacitadas para hacerles frente, ha multiplicado las violaciones a los derechos humanos, las ejecuciones extra judiciales, las personas desaparecidas. Total, una espiral que ha sembrado muerte, temor, incertidumbre y malestar.

México ha construido una germinal democracia. Vale la pena festejarlo. Pero falta todo lo demás. Ojalá no nos arrepintamos de estar dejando tan desprotegida a una democracia naciente, acechada por todos lo flancos.

Hay un argumento simple y contundente expresado por Karl Popper para enfatizar por qué la democracia es superior a culaquier otro régimen de gobierno: es el único que permite el cambio de gobernantes sin tener que acudir al costoso expediente de la sangre.

El optimismo es un talante, un tipo de ceguera. Una postura alentadora que quizá se nutre de la noción de progreso. Los optimistas creen que mañana estarán mejor que hoy, que el futuro será superior al pasado. Suelen ser, como diría Terry Eagleton, "moralistas ingenuos y animadores espirituales" (Esperanza sin optimismo, Taurus, España, 2015).

Yo creo que yo soy lo contrario. Si las "cosas" están bien hoy, mañana pueden estar mal, y si hoy están mal, pasado mañana pueden estar peor. Y eso en todos los planos.

La división de poderes es una buena novedad entre nosotros, sin embargo no hay ley de la historia que gartantice para siempre ese equilibrio.

No hay espacio para el optimismo bobo, para creer en un futuro luminoso fruto de la inercia ni para la fantasía de una sociedad reconciliada consigo misma, son conflictos ni tensiones.

Es por ello que cada reforma, cada programa, cada creación institucional, cada iniciativa -así sea parcial y limitada- que me parece que marcha en el sentido correcto (y por supuesto que lo que para uno es deseable puede no serlo para otro), suelo saludarla y acompañarla con gusto y algunas dosis de esperanza. Porque algo me dice que el asunto bien podría orientarse en la dirección contraria.

José Woldenberg
(Cartas a una Joven Desencantada con la Democracia, Editorial Sexto Piso).

Hemos visto en los últimos años cambios significativos en el statu quo político: los llamados "populistas" han ganado posiciones por todo el mundo. El análisis del por qué, se ha centrado en el tema del descontento coyuntural. Sin embargo, diversos analistas y estudios revelan que el descontento es de una escala más profunda y relevante. Sarah Lewis, autora de "Are democracy and capitalism incompatible?", junto con otros académicos han puesto en duda el lugar común de creer que la democracia viene de la mano con el capitalismo y la modernización en el contexto de un mundo globalizado.

Estos 3 conceptos son puestos en entredicho como parte del "orden natural de las cosas". Lewis argumenta que los principios filosóficos de la democracia y la acumulación de capital divergen en forma importante. En síntesis, concluye que la democracia y el capitalismo son incompatibles, teoría muy distante a la desarrollada por Schumpeter en el siglo pasado.

En esta misma dirección, Robert Kuttner argumenta en su libro "¿Puede la democracia sobrevivir al capitalismo global?" (2018), que el sistema capitalista en un mundo globalizado es lo que ha profundizado la inequidad, la concentración de capital y por ende el descontento generalizado de las personas con el sistema, al sentir que el contrato social que acordaron se ha roto, por esto demandan ahora la construcción de uno nuevo. En este contexto, según Kuttner, esto explica el surgimiento de líderes considerados antidemocráticos y sentimientos ultranacionalistas. En su opinión las llamadas izquierdas democráticas, no han sabido representar este descontento.

Lejos de lo que muchos piensan, esto no es exclusivo a países en desarrollo. Europa que por muchos años ha sido laureada como el oasis de los valores democráticos tradicionales, en las últimas 2 décadas, no se ha visto así. ¿Ejemplos? Inglaterra, Francia e Italia.

Por otro lado, hay lecciones que aprender de países como Suecia y Dinamarca que han adoptado medidas para generar flexibilidad en sus sistemas financieros y de mercado sin afectar la seguridad y estabilidad de los trabajadores y de esta manera compensar algunos de los efectos negativos de la globalización. Un consenso social permitió que el modelo sea atractivo para los trabajadores y dinámico para la sociedad a través de 5 características clave: un compromiso nacional con el pleno empleo; sindicatos fuertes reconocidos como interlocutores sociales; salarios equitativos entre los diferentes sectores (de modo que un cambio de un sector a otro no implique un recorte salarial); un piso de ingresos justo, y un conjunto de programas activos en el mercado de trabajo. Acuerdos como estos han mantenido a Suecia y Dinamarca alejados de ultranacionalismos y liderazgos extremos.

Hemos escuchado hasta el cansancio las estadísticas del 1% concentrando el 90% de la riqueza. A esto sumemos que mucha de esta concentración de capitales se debe a paraísos fiscales, corporativos que funcionan a una escala global y sistemas jurídicos que caen en letra muerta cuando a vista y paciencia de todos, sabemos que son aplicados únicamente a ciudadanos que no tienen el poder de "saltarse" el sistema a través del juego global.

Los candidatos que muchos consideran "populistas" o "absurdos" no son más que representantes de este descontento social y marcadas asimetrías, percibidos como los potenciales narradores y escribanos de este nuevo contrato social que parece estarse emplazando, con premura. ¿Les suena familiar?

Jacques Rogozinski
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 25 de junio de 2018).

La oclocracia es el efecto indeseable de la democracia, es la toma de poder por la muchedumbre, la masa incontrolable que influida por la propaganda política, aunado al cansancio provocado por malos gobiernos, decide darle su voto al enemigo de "la mafia del poder".

El próximo domingo estaremos a punto de que a México le pase una de las peores calamidades producto de una democracia incipiente, balbuceante que da sus primeros pasos llenos de tropiezos y cae una y otra vez en el mismo bache. La muchedumbre formada por la masa popular, por el gentío producido por la propaganda política, que cuando tome decisiones lo hará como producto de una voluntad manejada por políticos aviesos que no tienen una idea de lo que es gobernar un país con todas sus complejidades.

La oclocracia es la forma de gobierno viciada por la tiranía de la muchedumbre, por el tumulto corrompido convertido por el poder en autocracia. Nace de una democracia incipiente que se puede convertir en la autocracia y desembocar en la dictadura como ya tenemos muchos ejemplos en la historia, en Alemania con el nazismo, en Italia con el fascismo, en Cuba con el comunismo, Venezuela que va a medio camino y otros más.

El término oclocracia fue expuesto por el sabio griego Polibio, como un ciclo al que se llega por medio de una democracia que no respondió a las necesidades del pueblo. En tanto que la rebelión de las masas la expuso Ortega y Gasset en su opúsculo Prolegómenos a la Sociología.

La historia nos relata cómo las formas de gobierno son cíclicas y que cada etapa culmina cuando degenera en una versión de sí misma. En México fuimos conquistados y subyugados por la monarquía española, luego nos gobernó la aristocracia criolla que terminó en oligarquía, a la que aniquiló la democracia y al parecer, ahora estamos al borde de la oclocracia.

Aun cuando estamos viviendo la última etapa de la democracia que es el gobierno del pueblo por el pueblo, el pueblo no tiene la educación ni la capacidad para autogobernarse, carece de la experiencia para ejercer el autogobierno, aún no estamos preparados para decidir sobre cuestiones políticas internas y externas.

En la oclocracia la voluntad de un individuo se disfraza como la voluntad de todos. Para gobernarlo el líder utiliza al sector más ignorante de la población que ha sido manipulada por la propaganda de unos pocos, desgraciadamente no bien intencionados.

Por su parte, la masa de la población cree que está obrando de acuerdo con la democracia porque está ejerciendo su legítimo derecho de escoger a sus gobernantes, rebelados contra un gobierno que no les ha cumplido.

Basta ver a las personas que rodean al líder de la oclocracia para hacer una estimación de cuáles son sus verdaderas intenciones, cuyas iniciales son AMLO, que ha manipulado al pueblo durante 18 años que lleva de campaña a través de la propaganda o de los medios de comunicación cuyo costo no salió de su bolsillo.

Esperamos que el voto razonado nos evite caer en la oclocracia. Todavía no acaba de madurar la democracia, por lo menos démosle 2 o 3 sexenios más.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 28 de junio de 2018).

Hemos visto cómo son los tiranos, esos que cuando asumen el poder pueden destruir el reino o el país, sin que entendamos por qué lo han entronado, ni como por qué tiene a esos seguidores y, desesperados, nos preguntamos si hay alguna manera de detener la brutal caída antes de que sea demasiado tarde, y si habrá alguna medida efectiva para prevenir la catástrofe de los tiranos que han convertido a las instituciones más o menos sólidas en más bien frágiles.

Stephen Greenblatt acaba de publicar Tyrant, Shakespeare on Politics, donde nos ofrece varias respuestas a las preguntas que se hacía Shakespeare en su tiempo y que son vigentes, por ejemplo, los mecanismos psicológicos de sus seguidores.

Si recordamos a Ricardo III, el tirano por excelencia, que logró ocupar el trono a pesar de que su madre y aquellos que lo conocían sabían que era un autocomplaciente sin límites que disfrutaba de hacer el mal y que tenía deseos compulsivos para dominar al mundo siendo un narcisista patológico, arrogante, sin sentido del humor y sin sentido humano, quien demandó lealtad absoluta -si no están con él, estaban en su contra-, y era alguien que ignoraba los consejos y despreciaba las instituciones. ¿Nos recuerda a alguien conocido de nuestros tiempos?

Greenblatt encuentra las respuestas en las obras de Shakespeare, quien trató de hacernos ver cuál es el costo que implica haberse sometido al tirano, la corrupción moral, la caída de la economía, el atraco al tesoro de la nación y la posible pérdida de vidas, así como las desesperadas, dolorosas y heroicas medidas que se requieren para que un reino o un país, que ha caído en manos del tirano, para que vuelva a tener una modesta salud. Y pienso en Venezuela.

En la época de Shakespeare no había libertad de expresión ni en el escenario ni en ninguna parte y había espías por todos lados: la reina Isabel I estaba amenazada por Roma y sus socios, como la España de Felipe II con su Armada Invencible, y había declarado que no estaría en pecado quien la asesinara. Los espías en los teatros estaban listos para cobrar su recompensa si encontraban algo subversivo, como lo encontraron en La isla de los perros, de Ben Jonson, quien fue arrestado en 1597.

A pesar de vivir en este contexto, Shakespeare escribió varias obras sobre diferentes tipos de tiranos, claro, de otros tiempos y geografías para conocer cómo y por qué se coronaron esos individuos que no estaban preparados para gobernar y entender cómo era posible que estuvieran de acuerdo con alguien que era tan peligroso, impulsivo e indiferente a la realidad.

Nos explica Greenblatt, basado en las obras de Shakespeare, por qué permitimos que gobierne alguien que es deshonesto y cruel y su crueldad, más que una desventaja, es todo lo contrario: es la 'atracción fatal' de sus seguidores. ¿Cómo es posible que esos bien educados y respetables se sometan a un tirano y dejan que diga y haga lo que se le antoje con un auténtico desplante de cinismo?

Hubiera sido suicida si Shakespeare se refiere directamente a la reina Isabel I en sus obras, por eso, trata sobre los tiranos de otras épocas y geografías: Coriolano y Julio César en la Roma antigua; el rebelde Jack Cade de la 2a. parte de Enrique VI; la quintaescencia de los tiranos como Ricardo III y Macbeth, que son de la misma constelación donde se encuentra el emperador Saturnino en Tito Andrónico; Ángelo, el corrupto procurador en Medida por medida y el paranoico rey Leontes en Cuento de invierno.

Shakespeare tuvo éxito porque el público asociaba al tirano y sus seguidores del escenario con los que conocía en la vida real, tal como lo podemos hacer antes de disfrutar el día que los vemos gritando como Ricardo III en la batalla de Bosworth: ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!

Martín Casillas de Alba
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 30 de junio de 2018).

Comunismo

Cuando Federico Jiménez Losantos decidió escribir el libro Memoria del comunismo, lo hizo pensando en gente cercana a él que seguía creyendo en esa ideología como una opción política, sin tomar en cuenta que en la práctica había dejado más hechos negativos que positivos, así como millones de víctimas.

"Lo fundamental del comunismo", asegura el investigador español, "es recordar a sus víctimas, no olvidarnos de lo que está pasando en China, en Rusia, en Cuba, en Corea del Norte o en Venezuela. Yo no sé lo que va a pasar en México con López Obrador, pero todo lo que se acerca al comunismo al final no puede ser más que miseria y víctimas".

El comunismo a más de 100 años de la Revolución rusa aún cuenta con muchos seguidores en distintas partes del mundo.

"Me di cuenta que mis hijos nacieron cuando el muro de Berlín había caído, y no tienen ni idea de lo que ha sido el comunismo en la historia, ni siquiera en España. Por eso me pregunté qué estaba pasando en ese país para que, después de 100 años y 100 millones de muertos, el comunismo tuviera tanta fuerza".

El problema es que no hay información, ni siquiera de los que han conocido al comunismo, en su caso desde España.

"Por ello asumí que debía explicar los orígenes reales del comunismo: quiénes fueron Marx y Bakunin, cómo se construye esa ideología, a pesar de tener una marca tan mortífera, y cuál es también el atractivo que sigue teniendo, que básicamente se sustenta en la mentira y en el terror, y en un aparato de propaganda extraordinario, como no ha habido en la historia de la humanidad".

Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos (Esfera de Libros, 2018) busca explicar la naturaleza real de esa doctrina, sus raíces filosóficas y políticas, los errores habituales sobre su historia y el hecho más terrible, según Jiménez Losantos: que un siglo y 100 millones de muertos después siga siendo una ideología respetada.

"¿Cuál es la naturaleza del comunismo para despertar tanto interés, como una especie de religión laica? ¿Cómo se llegó a consolidar esa ideología? Esas son algunas de las preguntas que me he hecho, y me doy cuenta de que, básicamente, se debe a que se ha dedicado a arreglar problemas complejos de una manera muy simple: decía que si se acaba la propiedad se acaba con cualquier forma de sufrimiento humano, porque ello está en la propiedad privada".

Sin embargo, para el escritor y periodista español, lo que ha constatado la historia del comunismo es que no se puede acabar con la propiedad privada bajo el imperio de la ley sin liquidar la libertad: "Cuando se acaba con la propiedad es cuando empiezan realmente los problemas".

"Ninguna dictadura, ni las de derecha, ha sido tan mortíferas como las comunistas, sobre todo continúan ahí y tienen un prestigio entre una serie de personas, no de trabajadores. Es una ideología de profesores, de periodistas, de trabajadores sociales, nunca de gente que realmente trabaja para vivir con su propiedad, con sus ahorros", asegura el autor.

Desde su perspectiva, en la actualidad se vive un auge de neocomunismo bajo la capa del populismo, cuya figura más clara es la presencia de la imagen del Che Guevara en las camisetas de los jóvenes. Pero en el fondo se trata de otra careta que se pone el comunismo: "Lo único que se puede rescatar de allí es la memoria de las víctimas, la gente que lo ha padecido y ha dejado testimonios extraordinarios, como El archipiélago Gulag".

(V.periódico Milenio en línea del 13 de julio de 2018).

Una vez más, parece que la democracia tiene un competidor. Los hombres fuertes están surgiendo en parte porque los gobiernos electos están luchando para enfrentar los nuevos desafíos: la migración global, los avances tecnológicos, el terrorismo trasnacional y el malestar económico internacional. Más y más gente está dispuesta a tratar o tolerar otro enfoque.

Hoy, uno puede ser perdonado por creer que la era de la democracia ha terminado. Dos grandes naciones, Rusia y China, tienden hacia un régimen unipersonal. La lista de países inclinándose hacia las órbitas autocráticas está creciendo. En América Latina incluye a Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que han mostrado los síntomas de una frágil democracia. En el otro lado del Atlántico, Turquía, Hungría y Polonia, aunque todavía reconocidas como democracias, tienen un poder centralizado que controla la prensa, manipula los tribunales y aplasta las protestas.

James Stavridis, almirante retirado estadounidense y excomandante de la OTAN
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 17 de julio de 2018).

La historia no se repite, pero enseña.

El fascismo y el nazismo fueron respuestas a la globalización: a las desigualdades reales y percibidas que la globalización creó, y a la incapacidad de las democracias para mitigarlas.

La obediencia anticipatoria es una tragedia política. Mucho del poder del autoritarismo se le entrega voluntariamente.

El error es asumir que gobernantes llegados al poder a través de las instituciones no pueden cambiar y destruir esas instituciones.

Es difícil subvertir un estado de derecho sin abogados o montar un juicio falso sin jueces. El autoritarismo necesita servidores públicos obedientes.

Si los abogados hubieran seguido la norma de que no debe haber ejecuciones sin juicio, si los doctores hubieran respetado la regla de que no puede haber cirugía sin consentimiento, si los hombres de negocios hubieran apoyado la prohibición de la esclavitud, si los burócratas se hubieran rehusado a hacer el papeleo que llevaba a los campos de concentración, el régimen nazi habría tenido más dificultad para cometer las atrocidades por las que lo recordamos.

Los símbolos de hoy dibujan el futuro. Hay que mirar a los signos públicos de odio y registrarlos, no voltear a otro lado.

El lenguaje de Hitler rechazaba la oposición legítima: El pueblo siempre quería decir una parte del pueblo, no todo el pueblo; los encuentros eran siempre luchas, y todo intento de entender el mundo en una forma diferente a la del líder era difamar al líder.

Los fascistas despreciaban las pequeñas verdades de la vida diaria, amaban los eslóganes que resonaban como una nueva religión, preferían los mitos creativos a la historia o el periodismo.

La verdad muere de 4 maneras: Mediante la "hostilidad a la realidad verificable, que toma la forma de presentar invenciones y mentiras como si fueran hechos". Mediante la "repetición incantatoria, shamánica" de dichos que suplen la realidad. Mediante el "pensamiento mágico" que abole el sentido crítico. Mediante la "fe equivocadamente puesta en una causa".

Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar al poder porque no hay bases para hacerlo.

La posverdad es prefacismo.

Timothy Snyder
(On Tyranny).

Los únicos países extranjeros que López Obrador señaló como ejemplos en la campaña fueron "Suecia, Dinamarca, Noruega, Nueva Zelanda", los cuales "no tienen corrupción, no hay pobreza, no hay inseguridad, no hay violencia". Son 3 países nórdicos y uno oceánico que se cuentan entre los menos corruptos del mundo, según Transparencia Internacional, y también entre los más prósperos.

Mucho se ha dicho que los países escandinavos son un ejemplo de socialismo, pero ninguno tiene un sistema socialista, no si lo entendemos como uno en que los medios de producción son propiedad del gobierno o de los trabajadores. Todas las naciones nórdicas tienen sistemas capitalistas con una mayoría abrumadora de empresas privadas. Tienen también impuestos altos, aunque han bajado en los últimos años, que utilizan para proporcionar servicios sociales.

Nueva Zelanda es uno de los países más liberales del planeta. El Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation lo coloca en el 3er. puesto de libertad económica, solo después de Hong Kong y Singapur, por arriba de Suiza, Australia e Irlanda. La tasa máxima de Impuesto Sobre la Renta para personas físicas en Nueva Zelanda es de 33%, contra 35% en México, mientras que el de empresas es de 28%, cuando en México es de 30%, más 10% de reparto de utilidades, más 10% al retiro de dividendos.

Suecia tiene una tasa fiscal para personas físicas mucho más alta, de 61.85%, pero los gobiernos suecos han entendido que los impuestos excesivos, particularmente a las empresas, reducen la competitividad y la prosperidad del país. Por eso han disminuido el impuesto para las empresas de 60.1% en 1989 a 22% desde 2013. El resultado ha sido un aumento en el crecimiento económico.

Suecia tiene el lugar número 15 en el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation. Sus malas evaluaciones por el elevado gasto público y los impuestos a individuos se compensan por su equilibrio fiscal, respeto a los derechos de propiedad, integridad del gobierno, eficacia judicial, libertad para empresas, libertad laboral, autonomía monetaria, libre comercio, libertad de inversión y libertad financiera. En Suecia, por ejemplo, no hay salario mínimo.

Cuba, país por el que López Obrador también ha expresado admiración, tiene en cambio calificaciones reprobatorias en casi todos los rubros. Venezuela, a su vez, se encuentra casi al final de la lista, solo arriba de Corea del Norte.

Es positivo que López Obrador haya rechazado a Venezuela como modelo para la transformación que quiere hacer en México, aun cuando haya personas en su movimiento que siguen siendo admiradoras del régimen de Nicolás Maduro. Si los ejemplos son Suecia, Dinamarca, Noruega y Nueva Zelanda hay razones para el optimismo. Se trata de países con instituciones sólidas, con respeto a los derechos de propiedad y de mercado que definen el sistema de libre empresa.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 8 de agosto de 2018).

Dice Jesús Silva-Herzog Márquez en su ensayo "Entre la tecnocracia y el populismo" publicado en Nexos: "El populismo es la cara visible del antiliberalismo contemporáneo. La cara oculta es la tecnocracia. Son los gemelos enemigos de la democracia liberal. El 1o. se planta explícitamente como alternativa al proyecto liberal. El 2o. se anuncia como su vehículo exclusivo".

Lo que observamos en el mundo es de algún modo el movimiento pendular de uno a otro extremo: de la arrogancia tecnocrática a la fabulación populista, del reino de la razón fría al territorio del pueblo ardiente.

Escribe Silva-Herzog Márquez: "Los populistas hablan en nombre de un pueblo infalible. Los tecnócratas nos aleccionan en nombre de una razón incuestionable".

Lo común a ambos es que, por razones inversas, expulsan por igual de su discurso la pluralidad concreta, la diversidad real de la polis, que no se resume ni en las coordenadas de la razón ni en las emanaciones del pueblo.

El tecnócrata, como heraldo de la modernidad, niega y aun desprecia, los saberes distintos al suyo, en particular los saberes de la política tradicional.

El populista ve a la tecnocracia como la congregación antipopular por excelencia, y descree también de la sociedad civil cuando, a su entender, no expresa la voz genuina del pueblo.

Llevadas al extremo tecnocracia y populismo son caricaturas excluyentes, pero son caricaturas que han encarnado con literalidad en la historia y juegan hoy, ante nuestros ojos, una nueva ronda de turnos pendulares.

Silva-Herzog Márquez: "El populismo reivindica el monopolio moral de la representación (de la sociedad). Los enemigos del pueblo no están equivocados, están podridos. No tienen información distinta, defienden intereses repugnantes... La verdad científica no se discute, dirán, desde la trinchera opuesta los tecnócratas. Imaginan un monopolio: el del conocimiento".

Diálogo de sordos.

En cuanto al liberalismo, concluye Silva-Herzog Márquez, bien haría en volver a su espíritu crítico: "Está obligado a reconocer sus errores si quiere volver a ser guía de la sociedad. Debe advertir las raíces de la rabia, las razones de la inconformidad, la insuficiencia de sus argumentos. Para ser fiel a su proyecto de autonomía, debe distanciarse de sus dogmas, dialogar con sus críticos, reinventarse".

Héctor Aguilar Camín
(v.pág.3 del periódico Milenio Jalisco del 10 de agosto de 2018).

En todo el mundo, los partidos antiestablishment (PAE), han ganado terreno. No son antisistema, me aclara el especialista en el tema, Fernando Casal. No es lo mismo, son antiélites, no antisistema. Y no todos son populistas, pero eso sí, todos los populistas son antiestablishment.

El principal combustible de los PAE en el mundo (otra vez aludo a Casal, que estuvo en México para dar una conferencia al respecto en el Instituto de Investigaciones Jurídicas), no tiene que ver con el deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos. No está relacionado con la economía y no es causado, aunque pueda ser profundizado, por las grandes crisis económicas.

No, el combustible sale de un pozo provocado por el deterioro de los partidos, por su alejamiento de los votantes y por su inapetencia de militantes.

Y eso no es sano. En donde se opta por los partidos antiestablishment, aunque se les lleve al gobierno con las reglas formales de la democracia, se degradan las ideas del Estado liberal, de la democracia y de los contrapesos constitucionales. Se construye una falsa y perversa identificación entre el pueblo (inexistente como sujeto indivisible) y su manifestación: el gobernante.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 15 de agosto de 2018).

Hace 8 años ya escribí "La democracia contra sí misma". Lo acabo de volver a leer y me sorprende cómo es que las cosas prácticamente no han cambiado.

Escribí: "La democracia que se pondera en los discursos políticos no es tal, no es la que queremos, a la que aspiramos, no es la posible, mucho menos la ideal. A fuerza de corromper el concepto, la democracia de la que hablan los gobernantes en nuestro país se ha vuelto contra sí misma; es la mínima necesaria para mantener las cosas como están, para continuar con la simulación electoral y el dizque fortalecimiento de las instituciones responsables".

"Vidas y tiempo ha costado el proceso de democratización de la sociedad mexicana, de su sistema político, de su cultura; y ha generado desgaste, desazón, apatía, incertidumbre, desesperación y desesperanza; molestias e indignación, pero también en muchos, muchos más de los que nos imaginamos, ha despertado el sentido de urgencia y una decisión férrea por participar contra viento y marea a favor de una transformación real y trascendente".

Y casi al final: "No hay sistemas políticos nuevos a la mano. Desde el lado 'democrático' del orbe no se avizora una forma distinta de organizarnos para vivir bien, en paz y armonía. Y ante la insuficiencia de los estados democráticos para dar estas respuestas a las 'masas obedientes y apáticas' (Noam Chomsky, 1991) (agrego, ignorantes) es la democracia participativa un reclamo que cunde y que en algunos países es una realidad. Pero no es suficiente o ¿de qué sirve una iniciativa popular resultado del esfuerzo y la gestión ciudadana para que al llegar al poder legislativo sea desechada?".

En esta ocasión volví a él porque desde tiempos inmemoriales, en México y el mundo, desde Grecia por supuesto, al pueblo, a las masas, a la sociedad en su conjunto, a los que hemos sido súbditos y ciudadanos en distintos momentos de la historia, a los que pagamos impuestos y votamos, desde el poder se nos considera menores de edad; el pueblo no sabe lo que quiere (Hegel, 1770-1831) y no sabe cómo hacer lo que necesita; en la nación que se considera como el máximo ejemplo de democracia en el mundo, se dejaron sentadas las bases en la Constitución, para limitar la participación del pueblo, del vulgo, de las masas porque eso sólo conduciría al caos.

Laura Castro Golarte
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 18 de agosto de 2018).

No se pueden someter a votación popular decisiones que dependen de datos y conocimientos especializados, de la ciencia y la tecnología o de reglas de la naturaleza, como tampoco se pueden someter a votación los derechos humanos, las creencias y valores morales de la sociedad. Es equivocado pensar que si la mayoría quiere o decide algo es entonces lo correcto, lo que conviene o debe ser. Al contrario, y esta es una de las grandes deficiencias de la democracia, las mayorías tienden a ser ignorantes e incompetentes y en muchos casos nos llevan a cometer irracionalidades o estupideces masivas.

¿Qué pasaría si sometemos a votación por ejemplo, la obligación de pagar o no impuestos, o las tasas aplicables; qué religión debe permitirse y cuál prohibirse; si los que piensan y opinan distinto a nosotros pueden o no publicar sus ideas, ser nuestros vecinos...?

Sólo quienes han logrado dominar sus instintos animales y erradicar prejuicios saben que hay cosas que a la larga benefician a todos, incluyendo a las mismas mayorías que hoy se oponen a ellas.

No todo mundo entiende que para cierto tipo de decisiones la opinión personal no cuenta y que nos conviene funcionar en democracias versadas, cediendo nuestro voto a personas conocedoras, expertas y con la autoridad moral para opinar y decidir por nosotros (eso supuestamente deberían ser nuestros diputados y senadores).

Si sometiéramos todo a votación e hiciéramos caso a todo lo que las mayorías opinan, piden o quieren, la sociedad se desmoronaría y terminaríamos viviendo no bajo la lógica de las leyes y la razón, sino bajo la ley del más fuerte y la sinrazón.

Al final yo no creo en pueblos sabios, creo en individuos sabios y uno a uno en todos, y el riesgo de hacer caso a las mayorías en asuntos en los que los votantes somos ignorantes, es que podemos aprobar aberraciones como que 2 y 2 sean 3.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(24 de agosto de 2018).

Hay quien insiste en contraponer 2 modelos de democracia: la representativa y la directa. Esta disputa lo que busca es imponer una pureza democrática que no favorece ni al ciudadano ni a los gobiernos. Los modelos democráticos más exitosos -los escandinavos, Suiza- empujan sistemas en donde coexiste la representación con los mecanismos de participación. Digamos, una democracia mestiza, que se apalanca en la representación, pero que no ignora la relevancia de someter a consulta popular ciertas decisiones. En algunos países se hace a través de la ratificación de medidas tomadas por los parlamentos, casi siempre de corte constitucional, y en otros se hace a través de plebiscitos, pero las decisiones importantes se toman alternando representación y participación ciudadana. La democracia mexicana necesita una inyección de representatividad y los mecanismos de participación ciudadana son fórmulas idóneas para ello.

Detrás de la supuesta exclusividad de la democracia representativa está, también, la apuesta por la ciudadanía kleenex. Tal cual, como servilleta que se usa en una ocasión y luego se deshecha, existe la idea de que los derechos políticos deben reducirse al voto. Ciudadano: a votar y a la casa. Una concepción que no se cumple ni en Estados Unidos, ni en Reino Unido, ni en Francia, ni en América Latina. Las consultas son piedras angulares de la democracia.

Por último, detrás de muchos argumentos que niegan la posibilidad de consultar a la ciudadanía, pervive una visión paternalista del pueblo y la necesidad de que los especialistas sean los tutores de la ciudadanía para decidir sobre temas complejos. ¿Qué sabe el ciudadano del petróleo? ¿Qué puede opinar sobre los precios de la gasolina? ¿Cómo puede ser que se vaya a preguntar por la ubicación de un aeropuerto? ¿En qué cabeza cabe que la ciudadanía se exprese por el incremento del salario mínimo o por la idoneidad de determinadas obras? ¿Qué va a saber un ciudadano común y corriente de telecomunicaciones, educación o derechos humanos? Existe una cultura política en México que identifica al elector común como un ignorante, presa de pasiones y menor de edad que no entiende las consecuencias de sus decisiones. Esta visión elitista de la democracia presupone que las definiciones nacionales no las debe tomar el ciudadano, sino una aristocracia de iluminados que realmente entiende hacia dónde debe ir el país.

Más allá del análisis de cada caso concreto, es una tragedia que en México nada se pueda consultar. En 2015, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ilegalizó 3 consultas por considerarlas inconstitucionales. La posibilidad de incluir mecanismos de participación ciudadana ha venido de los municipios y los estados, frente a una cerrazón total de la federación. Los países más democráticos del mundo alternan representación con mecanismos de democracia directa y eso ha robustecido la pluralidad y la participación de los ciudadanos que supera el 70-80% de los padrones. No estigmaticemos las consultas, porque detrás se esconden razones y argumentos que son profundamente autoritarios.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 26 de agosto de 2018).

¿Realmente queremos ser una república federal y nosotros un estado independiente en una república federal? La pregunta no es retórica. El federalismo tiene muchas virtudes políticas y más aún para los políticos que quieren tomar decisiones propias, pero también implica una serie de condiciones y apuestas que la mayoría de ellos no están dispuestos a asumir. De entrada, hacerse cargo de sus finanzas, es decir, usar los atributos que les da el pacto federal para cobrar impuestos y administrarlos. Los gobiernos municipales, por ejemplo, podrían tener una política de predial mucho más equitativa y acorde con las necesidades de la ciudad, pero ello implica un gran desgaste con los ciudadanos y siempre resulta más atractivo y fácil ir a pedir dinero a la federación y al estado. Los gobernadores también podrían, por ejemplo, tener un IVA diferenciado o imponer un impuesto ambiental sustituto de la tenencia. Eso les daría una libertad financiera muy importante, con un riesgo político mucho mayor.

Los estados pueden tener políticas de seguridad propias, pero prefieren alinearse a la política federal, entre otras cosas para tener a quién echarle la culpa cuando todo falla. Los estados tienen universidades autónomas, pero dependen en gran medida del presupuesto de la federación. Hay un margen importante de toma de decisiones en materia educativa, pero ningún estado toma en sus manos el reto. Hoy tenemos un sistema federal que aun siendo estrecho le queda grande a los estados.

La apuesta por el federalismo es un buen discurso; llevarlo a la práctica implica tomar decisiones que no necesariamente serán aplaudidas por los electores. Jalisco puede ponerse el frente de esta batalla por el nuevo federalismo, no solo por su historia y su situación política actual, pero es una decisión que nos implica a todos, no solo a la clase política y menos aún a la bancada de un partido.

México requiere un nuevo pacto federal, sí, con estados más autónomos, pero sobre todo más responsables de sus finanzas, de sus habitantes y de su aporte al país.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 29 de agosto de 2018).

Sobre México, cuyos gobiernos hacia mitad del siglo XX fueron calificados como de izquierda o populistas, comentó el historiador argentino Federico Finchelstein: "Es una historia distinta a Latinoamérica. El populismo es una forma de democracia autoritaria: tengo serias dudas si lo que hubo en México en el siglo XX fue una democracia. Ni el cardenismo ni Ávila Camacho pueden ser populistas: las elecciones eran limitadas, había opciones pero dentro del partido. No había lógica de un régimen democrático".

En ese sentido de democracia, Venezuela dejó de ser populista (hay oposición encarcelada, elecciones poco libres): "Deja de ser populista para convertirse en dictadura". Es un fenómeno de excepción en los regímenes populistas: "Se da algo muy inusual, lo mismo que sucedió en Turquía, históricamente el populismo al perder las elecciones lo aceptó: las elecciones son importantes como legitimidad". Regularmente, los gobiernos populistas terminan con la derrota en las urnas o con golpes militares, como sucedió en Argentina.

"El populismo es también síntoma de una crisis de representación, gente que no se siente representada por los políticos en el poder, los partidos tradicionales. En muchos casos se relaciona en Europa, Argentina y en otros países, con la tecnocracia: el gobierno de los expertos. Los candidatos se votan, pero al llegar al poder ellos hacen lo que dicen los expertos, no hay representación, es lo que genera". El argumento del populista es: "El problema es que no los representan, yo sí lo haré. Pero no porque haga lo que le piden, sino porque 'sabe mejor lo que el pueblo quiere'. Lo que termina sucediendo es una menor representación: pasamos a un iluminado que sabe lo que queremos, sin consultarnos".

Sobre la actualidad del populismo, con representantes como Donald Trump o Le Pen en Francia, Federico destacó el tema del racismo: "Es una muy mala forma de hacer política. Para los primeros populistas era una mala palabra. El populismo de extrema derecha se parece cada vez más a lo que querían dejar detrás los primeros populistas. Es una historia rara, no hay una linealidad, pero tampoco es un círculo completo: quieren ganar elecciones, no son fascistas".

(V.pág.2-B del periódico El Informador del 9 de septiembre de 2018).

El mes pasado la presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hizo una declaración un tanto desafortunada: "La jornada electoral, en el momento en que un ciudadano emite su voto, es el único en que todos somos iguales". Esta sencilla frase nos recuerda el problema de nuestras democracias: que la igualdad, por lo menos ante los ojos de la ley, aún no se garantiza fuera de las urnas.

Leonardo da Jandra afirma que "libertad" y "democracia" son quizá las 2 palabras más ultrajadas por los "modelos civilizadores donde todos quieren dictar órdenes, pero nadie desea obedecer ni cumplir obligaciones y leyes".

Luis Eduardo Pineda Rosales
(v.pág.132 de la revista Selecciones Reader's Digest de septiembre de 2018).

La democracia mexicana tiene 2 heridas, muy comprobables en estudios de opinión. La 1a. es la crisis de eficacia. Es decir, el sistema político mexicano, que se consolidó después de 1997, no ha dado los resultados esperados. El desarrollo prometido no llegó y los males del ancien régime pervivieron. La democracia tiene también sus problemas y no es ninguna "tierra prometida". La carencia de resultados ha provocado que muchos mexicanos se pregunten si vale la pena tantos sacrificios por la democracia -y no falta quien siente nostalgia en recuerdo de los años dorados del partidazo.

La 2a. crisis es de representatividad. Los datos nos indican que estos problemas comenzaron a agudizarse a partir de 2008. El sistema de partidos en México, con sus problemas y complejidades, logró encauzar en 3 grandes formaciones las identidades políticas de los ciudadanos. Hasta 2008, 7 de cada 10 mexicanos decían simpatizar por alguno de los 3 grandes partidos políticos. El fracaso del calderonismo y la erosión del reformismo de Peña Nieto han simbolizado el derrumbe del viejo sistema de partidos (hoy menos de 4 de cada 10 votaron por algún destacado integrante del tripartidismo). En la actualidad, sólo 2 de cada 10 simpatiza por partidos y el momento populista mexicano, más que una velada denuncia al establishment, es una aversión a la partidocracia.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 16 de septiembre de 2018).

El populismo tiene su inicio formal después del gobierno fascista de Benito Mussolini en Italia. Por populismo entendemos un régimen de gobierno que intenta buscar apoyo en las masas populares y que pretende defenderlas. Es una corriente política que utiliza los derechos humanos y el poder de las multitudes para luchar contra la clase privilegiada. El populismo no es una doctrina social, el término se utilizó más bien en sentido peyorativo. No puede considerarse como una doctrina política, sino más bien como una estrategia que se aprovecha de la falta de cultura de las masas. La demagogia es la estrategia que mueve y complementa al populismo, es el motor que empuja a la masa para convencerlos en el sentido que le convenga al líder con supuestas promesas de igualdad social que pretende favorecer a los más débiles a base de planeamientos irracionales contra los racionales.

El populismo pretende ganar la simpatía del pueblo para utilizar su voto con el objeto de ganar el poder y de conservarlo, no obstante, no pretende atacar al capitalismo. Una vez conseguido el objetivo busca alianzas con todos los enemigos que se cruzaron en el camino de la lucha por el poder.

Técnicas populistas de movimiento de masas fueron utilizadas tanto por Trump como por López Obrador y les dieron buenos resultados. Ambos se postularon como un liderazgo alternativo ajeno a la clase política de la que ya estaba cansado el pueblo. Se promete atender las demandas insatisfechas, el resentimiento político contra una clase gobernante abusiva y lo hace articulando las demandas insatisfechas, el resentimiento político, y la marginación. Enfoca sus discursos en contra del enemigo común, ya sean los emigrantes en EU o la oligarquía y la plutocracia en nuestro país. Se aprovecha del momento en que el pluripartidismo debilitó a la democracia; del abuso del poder para saquear el presupuesto, repartiendo el dinero en programas de difícil veracidad, ayudándolo a sostener una cargada e inútil burocracia y partidocracia.

Mientras que la democracia, que tanto se pregona como lo mejor que tenemos para gobernarnos, deja en manos del pueblo la solución de gobernarlo; entendiendo por pueblo, los ejidatarios, comuneros, campesinos, obreros, pequeños empresarios, jóvenes estudiantes, maestros y baja burocracia, serían las fuerzas que ostentarían el poder por ser la mayoría. La democracia no es elitista, no escoge a los más calificados, es la mayoría y por lo general se equivoca.

Ante este panorama no nos queda más que voltear a ver a los países que han alcanzado niveles de prosperidad superiores y lo han hecho con gobernantes dictatoriales, como Augusto Pinochet en Chile, Vladimir Putin en Rusia y Porfirio Díaz en México en el siglo pasado y recientemente Lee Huan Yew en Singapur, que acabó con la corrupción con mano de hierro, aplicando una reforma judicial con penas muy severas. Creó empleos por medio de empresas estatales eficientes como Singapur Airlines que es ejemplo para las demás líneas aéreas; una reforma educativa que logró que los maestros se dedicaran a enseñar y los alumnos a aprender.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 20 de septiembre de 2018).

Populismos y nacionalismos de izquierda y derecha crecen y se difuminan por todo el mundo. La democracia liberal está en crisis. Cada día escucho más argumentos en contra del sistema democrático, como si la democracia fuera la culpable del voto contra sí misma. No es el voto lo que pone en jaque al sistema liberal sino los abusos del liberalismo lo que ha provocado que este implote y ponga en riesgo a la democracia.

El sociólogo español Manuel Castells, uno de los pensadores más brillantes de nuestra época, advirtió ayer en una carta abierta sobre el peligro que representa para el mundo el ascenso de Bolsonaro: "Brasil está en peligro. Y con Brasil el mundo. Porque después de la elección de Trump, de la toma del poder por un gobierno neo-fascista en Italia y por el ascenso del neonazismo en Europa, Brasil puede elegir presidente a un fascista...". Hay algo en común en todos estos procesos del retorno al populismo y al nacionalismo, y es el fracaso del sistema neoliberal para mejorar las condiciones de vida de los pueblos. Hace 10 años vimos derrumbarse al sistema financiero internacional por abusos en la especulación con bonos basura, pero los culpables no pagaron por ello, el costo lo llevamos todos. En estos 10 años el huevo de la serpiente se fue incubando al calor del odio, el rencor, la falta de oportunidades y la pérdida de certidumbre en el futuro. Desde sus propias entrañas el sistema neoliberal construyó su derrota.

El voto libre sigue siendo el único espacio de la vida pública en el que todos los ciudadanos somos iguales, donde todos valemos y pesamos lo mismo. Con sus enormes defectos y resultados horrorosos sigue siendo la mejor forma de hacer política y construir acuerdos. No culpemos a la democracia de los abusos de poder, de la corrupción y de la impunidad. La democracia recobrará su sentido cuando los ciudadanos dejemos de vernos como víctimas para asumirnos como constructores de un futuro común.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de octubre de 2018).

Hoy por hoy, no hay nada en la teoría democrática convencional que exija ir más allá de la concesión de derechos políticos para fundar la ciudadanía. No es extraño entonces, que la mayoría de los estudios sobre la democracia hagan caso omiso de las otras dimensiones de la ciudadanía.

Al concebir la democracia como mero ejercicio de representación política en el campo del Estado, se reproduce y se reafirma una separación entre la sociedad civil y la sociedad política que impide analizar las continuidades entre ellas y por tanto leer la democratización como un proceso que se origina y transforma en la sociedad misma.

Todo lo que se ha escrito en nuestro país sobre nuestra larga transición a la democracia, caracterizada por una serie muy prolongada y aún inacabada de reformas electorales, magnificó el protagonismo de los partidos políticos en el proceso y asumió que la democracia electoral era prácticamente la única democracia posible.

Al proceder así, se perdieron de vista los cambios culturales ocurridos, mientras que las escasas innovaciones en la forma de gobernar, sobre todo en lo que se refiere a las formas de relación entre ciudadanos y Estado, quedaron fuera del ámbito del análisis. Peor aún, el papel de la sociedad civil en el proceso fue considerado irrelevante. La construcción de ciudadanía se limitaba a garantizar el derecho al voto.

A más de 2 décadas de distancia, la visión de ciudadanía que sigue campeando en nuestro país, deviene de una concepción neoliberal que limita al ciudadano a un ejercicio pasivo de derechos, cuyo alcance depende del Estado, y en la que sólo el ejercicio del voto nos permite advertir la existencia periódica del ciudadano.

Jesús Alberto Cano Vélez, presidente de El Colegio Nacional de Economistas
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 16 de octubre de 2018).

Nos encontramos como sociedad, rezagados en la elaboración e implementación de estrategias que nos permitan alcanzar el objetivo superior de conducirnos sobre los principios de la democracia participativa. Hemos estado sujetos a la voluntad de los poderes económicos, políticos y partidistas que han impuesto su visión e interés, a través de la corrupción, la impunidad y la falta de rendición de cuentas.

Es tiempo de educarnos en la libertad bajo los límites de la responsabilidad. Comprometiéndonos en la lucha contra la ignorancia y la apatía para fomentar la cultura del debate político, sin menoscabo de la apertura a la tolerancia y el reconocimiento del valor del otro.

Si entendemos que la democracia, como sistema, es la organización social que atribuye o traslada la titularidad del poder a la ciudadanía en su conjunto; diríamos entonces, que en un sistema democrático las decisiones colectivas son determinadas por la sociedad que habrá de respetar y acatar tales determinaciones. Empero, debemos reconocer que existen diferentes formas y matices para llegar a la toma e implementación de estas decisiones.

Para el caso de México, podríamos hablar de una democracia representativa o indirecta donde, por ejemplo, los regidores son representantes populares en el ayuntamiento, los diputados y senadores en los congresos locales y federal, etc. Representantes ciudadanos que se han alejado de su causa eficiente de representación ciudadana para responder a intereses de grupo, ajenos del bienestar común. Sin embargo, y al mismo tiempo, existen las herramientas que permiten la participación ciudadana en la toma de decisiones de forma directa. Es el caso de las consultas populares, plebiscitos o referéndums que existen desde 1998 en la legislación de algunas entidades de nuestro país.

El fomento en la implementación de estas herramientas nos permitirá centrarnos en el camino de la auténtica gobernanza, convirtiéndonos eventualmente en una democracia madura; sostenida en los pilares de una ciudadanía crítica, participativa y con capacidad de incidencia en el modelo de país que deseamos construir entre todos.

Procívica
(v.pág.15 del periódico Milenio Jalisco del 1o.de noviembre de 2018).

Esta semana el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador anunció que cambiaría los planes del aeropuerto de Texcoco en preferencia para habilitar el de Santa Lucía y usarlo en conjunto con los demás existentes. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró que firmará una orden ejecutiva para que los hijos de inmigrantes indocumentados que nazcan en su país de ahora en adelante no tengan derecho a la ciudadanía ¿Qué tienen en común estas 2 acciones? Ambas son ilegales y características no solo de los presidentes de México y los Estados Unidos, sino de la oleada de política populista que ha surgido en todo el mundo.

AMLO aún no toma posesión de la presidencia. Mientras que no estoy de acuerdo con la decisión de modificar el proyecto ya encaminado y auditado por agencias internacionales independientes, también creo que, en la elección este verano, el electorado mexicano conscientemente eligió a alguien que sabíamos tomaría ésta y muchas otras decisiones autoritarias. Es una decisión democrática, aunque sea anticonstitucional.

El autoritarismo es el cáncer del poder, solo frenado por la democracia, pero, paradójicamente, en 2018 es la democracia la que le está dando el poder al autoritarismo. No quiero usar los nombres de dictadores para compararlos con los gobernantes que estamos eligiendo en el mundo porque el drama solo ensordece más al público, pero a la sumisión voluntaria del electorado a un régimen autoritario anticonstitucional, le llamamos socialismo nacionalista [¿Nacionalsocialismo? - pregunta el webmaster].

Nuestras constituciones fueron escritas hace más de 100 años. Si tratáramos de hacerlas hoy en día no se parecerían en nada a las vigentes. Ningún gobierno se expondría a garantizar derechos como la salud o la educación sin clausulas de excepción. Cada punto y coma generarían un debate a gritos en las cámaras y al final acabaríamos con un documento demasiado largo y complejo para que una persona común pudiera entenderlo. Las constituciones actuales nos han permitido un compromiso entre sus aspiraciones antiguas y lo que hemos venido a aceptar como prácticas cotidianas que las sostienen sin llegar a garantizarlas.

Es un orden frágil y delicado que los gobiernos de la próxima década amenazan con destruir. La democracia nació del constitucionalismo, son organismos simbióticos, el pueblo no tiene derechos sin la constitución y la constitución ha perdido su poder ahora que los pueblos han elegido gobernantes que no la respetan.

Juan María Naveja Diebold
(v.pág.23 del periódico Milenio Jalisco del 1o.de noviembre de 2018).

El federalismo es un contrapeso en sí mismo. El modelo federal nació en Estados Unidos como medicina ante la posibilidad de que un gobierno central, absoluto y omnipotente, se devorara la autonomía de las partes. El federalismo es la dispersión del poder para proteger la libertad. Madison y Hamilton, autores del federalista, temían que la acumulación de poder en el centro supusiera un riesgo para la ciudadanía. El federalismo nace como protección a la democracia y a las libertades; como un contrapeso necesarísimo. En Europa, por el contrario, los sistemas federales nacen como forma de proteger las identidades locales. Alemania, Italia o Rusia construyeron sus estados nacionales sobre los cimientos de una inimaginable pluralidad de lenguas, identidades y tradiciones. Así, el federalismo es la protección ante el absolutismo central y la mejor forma de proteger las identidades que se subsumen en un proyecto estatal.

En México, el federalismo siempre ha sido una farsa. Lo fue durante el viejo régimen y su simulación pervivió luego de la transición. Muchas cosas cambiaron en México a partir de 1997, pero el federalismo siguió siendo ese intercambio espurio entre el centro y los estados, en donde el primero ofrece impunidad y el segundo paga con lealtad política. De esta forma, los presidentes de la república permitían que los estados fueran un cochinero, y muchos de ellos se convirtieran en auténticos fortines autoritarios, mientras mantuvieran la "fiesta en paz" en casa y no se rebelaran frente al poder presidencial.

Los gobernadores se sintieron cómodos con el acuerdo. La transición, que supuso descentralización, les llenaba los bolsillos de dinero y no le tenían que rendir cuentas a nadie. Endeudaban a sus estados, robaban a manos llenas y el brazo largo de la justicia no los tocaría si se arrodillaban frente al Presidente y le juraban lealtad. Más que un federalismo democrático, el mexicano reprodujo casi un arreglo medieval. No sorprende que aparecieran los Moreira, los Duarte o los Borge. Impunidad garantizada desde Los Pinos.

Y el presidente aseguraba su predominio en el sistema político mexicano. Son contados los momentos en donde gobernadores alzaron la voz contra el Presidente. Tal vez Javier Corral frente a Peña. O Moreira frente a Calderón a 2 años de los comicios presidenciales. El Presidente se siente cómodo porque es dueño de la bolsa de recursos económicos y los reparte discrecionalmente. La lealtad se paga con dinero. Y los gobernadores están cómodos, también: reciben mucho dinero (el presupuesto de Jalisco creció 75% en términos reales desde 2006) y no tienen que cobrar ningún impuesto. A diferencia de otros países del mundo en donde los gobiernos locales se pelean por cobrar impuestos para tener más dinero, en México se pelean por estar más cerca del ejecutivo federal y no tener que cargar con el costo político de recaudar.

El federalismo necesita gobernadores responsables. Es difícil reivindicar la descentralización en el México del siglo XXI porque parece que es apoyar con más dinero y recursos a entidades federativas que han sido gobernadas por sátrapas. Es como pedir más lana para Duarte o Borge. De la misma forma, los gobernadores tienen que comprometerse a recaudar y no sólo estirar la mano para que papá Presidente pague. Un auténtico federalismo debe partir del fortalecimiento de las instituciones locales: auditorías confiables, contrapesos creíbles, congresos que fiscalicen al gobierno y una sociedad civil exigente. Si es así, no hay mejor modelo que el federalista. El federalismo no debe significar, nunca más, impunidad para hacer lo que se le dé la gana a un gobernante en un territorio específico.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 25 de noviembre de 2018).

Una democracia que no es pluralista es simplemente una dictadura de la mayoría. Y eso vale para todos. Vale para los fascistas cuando ganan elecciones, y vale también para las izquierdas, que aplican hasta hoy el falaz método heredado de las insurgencias de los 60 y 70 llamado "centralismo democrático". Ambos expurgan la disidencia y desaniman el debate. Hacer aliados circunstanciales para garantizar la "acumulación de fuerzas" no significa estimular el debate. Por otro lado, ni la acumulación de fuerzas ni la toma del Estado sin el trabajo afiligranado de transformación de la sociedad han llegado jamás a destino, en país alguno, en su propósito de reorientar la historia hacia un futuro de mejor vida para más gentes. Es en la sociedad que se cambia la vida, no en el Estado.

Rita Segato, antropóloga brasileña
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de noviembre de 2018).

Las imágenes con las que se explicó el protagonismo y la conducción unipersonal y vertical de López Obrador la sintetizó hace 4 días John Paul Rathbone, editor de asuntos latinoamericanos del diario Financial Times, quien vive en Nueva York, al plantear que López Obrador era una mayor amenaza a la democracia que Jair Bolsonaro, el ultraderechista quien en enero asume la Presidencia de Brasil. La analogía de Rathbone tenía un antecedente inmediato en México, donde un libro, How Democracies Die (Cómo Mueren las Democracias), escrito por los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, se comenzó a vender copiosamente en las librerías de la Ciudad de México, buscando en él pistas para entender la 4a. Transformación y a su líder.

Levistky y Ziblatt describieron el estilo de gobernar y los objetivos que busca el presidente Donald Trump, y plantearon que el laboratorio de la democracia definido por el ministro de la Suprema Corte de Justicia, Louis Brandeis, en el caso New State Ice Co. v. Liebmann en 1932, se está transformando en un laboratorio del autoritarismo, donde un personaje con escaso compromiso con los derechos constitucionales, está tratando de reescribir las reglas. El populismo ha capturado al mundo, cautivados por la retórica y las soluciones simplistas que plantea, o quienes quieren castigar al régimen en el que viven. El populismo, en la definición del politólogo Cas Mudde adoptada por The Guardian en el inicio de una serie de reportajes sobre el fenómeno la semana pasada, "es una ideología que observa en la sociedad una división fundamental entre 2 grupos homogéneos y antagónicos -los 'puros' y la élite corrupta-, y que postula que la política debe expresar la voluntad del pueblo".

Los populistas llegaron para quedarse, cuando menos por un tiempo. Es un fenómeno viejo que se ha convertido en una realidad política que está montada en la ola de su mejor momento histórico, al ir ganando el poder a través de lo que rechazan por definición sus ideas y sus acciones: la democracia. En la actualidad, argumentan Levitsky y Ziblatt, el retroceso democrático empieza en las urnas. Los políticos tratan a sus adversarios como sus enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar resultados electorales. También buscan debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los tribunales, para minar los contrapesos.

Si se observan los eventos más relevantes en la etapa de la transición, parecería que el traje de Trump le queda a López Obrador. The Guardian dice que Europa no experimenta sola el surgimiento del populismo. "Se han electo populistas en las presidencias de 5 de las 7 más grandes democracias: Brasil, Estados Unidos, Filipinas, India y México", apuntó. Para una buena parte del mundo, López Obrador es un líder populista cuyas políticas asustan y generan incertidumbre, como se vio con los fenómenos financieros y bursátiles de las últimas semanas.

Durante el periodo de la transición quedó encasillado en esa categoría.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.12-A del periódico El Informador del 30 de noviembre de 2018).

¿Estado de bienestar o clientelismo? Una diferencia entre la izquierda latinoamericana y la europea, es que la 1a. prefirió optar por el camino de la prebenda y los apoyos condicionados a lealtad partidista, mientras que la 2a. se empeñó en construir amplios estados de bienestar en donde la educación pública, la salud universal, los seguros de desempleo, los programas de combate a la pobreza son derechos de la ciudadanía y no prebendas del gobernante en turno. Lo 1o. supone mucho trabajo, reformas de todo tipo -gasto, fiscal- y no asegura el control político, y lo 2o. es siempre una tentación pensando en la siguiente elección.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.7-B del periódico El Informador del 2 de diciembre de 2018).

En pasadas elecciones, de forma contundente se rechazó el modelo liberal. Toca al liberalismo renovarse. Como nunca, su tarea central -poner diques al poder absoluto- está vigente.

Fernando García Ramírez
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 5 de diciembre de 2018).

Absurda creencia, tantas veces desmentida por la historia, de que un 'hombre fuerte' podía resolver todos los problemas sin los enredos burocráticos de la inepta democracia.

Lo único bueno de las dictaduras es que, aunque provocan desastres, siempre mueren. Con el paso del tiempo, su recuerdo se va empobreciendo y, a veces, los pueblos que las padecen llegan a olvidarse que las padecieron.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 9 de diciembre de 2018).

Muchos están dispuestos a sacrificar prácticas democráticas o tirar por la borda un incipiente régimen con equilibrio de poderes si eso permite disminuir la pobreza o mejorar el reparto de la riqueza. A otros eso les parece un crimen de lesa humanidad y una trampa populista.

Para quien queda atrapado 20 minutos en el Metro por 3a. vez en la semana entre sofocones insoportables o es asaltado una vez por mes en los peseros que trepan colinas sin servicio de agua potable, el equilibrio de poderes entre el ejecutivo y el legislativo es una exquisitez pequeñoburguesa aunque no lo exprese así. Para ellos es más grave que el aguacate haya desaparecido de su canasta porque su ingreso ha perdido poder adquisitivo. Por desgracia la democracia no se come.

La estadística del Latinbarómetro 2018 es incontrastable. México es uno de los países en los que la confianza en la democracia se ha desplomado más drásticamente. Hace 10 años la mayoría de la población consideraba que la democracia era mejor que cualquier otra forma de gobierno. Hoy apenas 38% de los mexicanos cree eso. Solo 4 superan a México en su escepticismo ciudadano: El Salvador, Guatemala, Honduras y Brasil caracterizados por igual o peor nivel de pobreza y desigualdad.

¿Qué hacer cuándo a más de la mitad de la población le tiene sin cuidado la democracia? ¿Respetamos a la mayoría? Después de todo de eso se trata la democracia, ¿no? Visto así, se convierte en una paradoja.

En realidad lo que tendríamos que preguntarnos es por qué razón la apertura política y la disminución del presidencialismo autoritario de antaño no redujo la desigualdad o la pobreza. Crecieron las libertades públicas pero no disminuyeron las penurias económicas. La ecuación es obvia: a mayor desigualdad social mayor descrédito inspiran las instituciones y el orden democrático. Lo contrario también debería ser obvio: a menor miseria más crecerá el respeto por la democracia.

Jorge Zepeda Patterson
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 10 de diciembre de 2018).

Como toda creación humana, las democracias pueden sucumbir. Preocupados por el triunfo de Donald Trump, 2 profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, se preguntan Cómo mueren las democracias (Ariel, 2018). Se trata de un libro plagado de ejemplos históricos, que pone en duda la confianza tradicional que los estadounidenses tienen en su sistema político, pero que sobre todo sirve para reflexionar en aquello que debilita los sistemas democráticos. Adelanto unas notas.

1) Las democracias en nuestros días no mueren como en el pasado. No son hombres armados los que irrumpen para cancelarlas o desmantelarlas. No suele suceder que los militares bombardeen la casa presidencial como sucedió en Chile en 1973. En Argentina, Brasil, República Dominicana, Ghana, Grecia, Guatemala, Nigeria, Pakistán, Perú, Tailandia, Turquía y Uruguay, dicen los autores, golpes de estado militares provocaron "el colapso de la democracia". Lo de hoy, que tiene antecedentes, parece ser un camino distinto: líderes electos en contextos democráticos que paulatinamente se vuelven contra la propia democracia. Levitsky y Ziblatt mencionan a Venezuela, Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú con Fujimori, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y Ucrania. Escriben: "el retroceso democrático empieza en las urnas" y lentamente se desmantelan o desvirtúan las instituciones que la hacen posible.

2) ¿Cómo distinguir, se preguntan, a un líder autoritario? Dado que su preocupación fundamental es el movimiento que llevó a Trump a la presidencia, y que, por cierto, afirman, no empezó con él, sino varias décadas antes, sugieren 4 campos: a) "Si rechaza o tiene una débil aceptación de las reglas democráticas del juego", b) "Si niega la legitimidad de sus oponentes", c) "Si tolera o alienta la violencia" y d) "Si tiene una predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación". Si cualquiera de esos resortes se encuentra activado deberían prenderse las alarmas (con Trump se encienden todas) y piensan que los partidos deben ser el principal filtro para evitar la irrupción de líderes autoritarios. Dicen: "Todas las democracias albergan a demagogos en potencia y, de vez en cuando, alguno de ellos hace vibrar al público", pero es labor de los partidos actuar como cedazos, dado que su principal labor es ser "guardianes de la democracia". Y en esa materia, dicen, hubo una "abdicación" del Partido Republicano.

3) La mecánica autoritaria, sin necesidad de seguir un plan preconcebido, suele tener varios elementos: "Captura de los árbitros" o de instituciones estatales que están diseñadas para actuar con independencia, no alineadas al ejecutivo; "compra o debilitamiento de los opositores", no solo de políticos de otras filiaciones sino también medios de comunicación u organizaciones sociales; "reescritura de las reglas del juego" para sacar ventaja, por ejemplo, en los Estados Unidos el trazo de los distritos electorales o las normas para habilitar o excluir votantes.

4) El respeto a la Constitución y las leyes es fundamental. Pero no basta. En el caso estadounidense, afirman, la ruptura de 2 normas no escritas es lo que precipitó la escalada de polarización: a) la tolerancia mutua, la aceptación de que los adversarios tienen derecho a existir, que son contrincantes legítimos y que la política es una contienda regulada, no una guerra, saltó por los aires; y b) la autocontención, el freno autoimpuesto bajo la convicción de que es menester preservar la posibilidad de que el "juego" democrático continúe, también fue debilitada. Esas "tradiciones" se están desmantelando y con ello los líderes antidemocráticos tienen mejores condiciones para prosperar.

Digo yo: cuando hay un déficit de comprensión y valoración de la democracia, cuando los problemas sociales no son atajados o resueltos, cuando el lenguaje antipolítico se apodera del espacio público, las probabilidades de que la democracia expire suelen crecer.

José Woldenberg
(v.periódico El Universal en línea del 11 de diciembre de 2018).

La división de poderes es la vía republicana para evitar el autoritarismo. Luego del absolutismo monárquico, la república tenía que desmontar el poder unipersonal del rey. Así nació lo que hoy conocemos como Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La democracia está vinculada directamente a evitar la concentración del poder y la división es el medicamento hasta ahora más eficaz para lograrlo.

Lo normal es que los poderes discrepen uno de otro. Si vemos otras democracias, las más avanzadas, nos daremos cuenta de que el conflicto es permanente. Un diputado se mete con el ejecutivo. El presidente crítica las decisiones de los tribunales, y las togas le enmiendan la plana a los legisladores. La división de poderes es procesar el conflicto a través de las vías constitucionales. Lo anormal es la unanimidad; lo natural es la divergencia entre poderes. Por lo tanto, el conflicto no socava los pesos y contrapesos inherentes a la democracia.

La desobediencia sí supone una afrenta a la división de poderes y al orden constitucional. Imaginemos por un instante que López Obrador no acata las resoluciones de la Corte. Que, frente a la suspensión, emitida por la Corte en torno a la Ley de Remuneraciones, el presidente responde: no le voy a hacer caso a la suspensión porque es injusta. Ahí sí estaríamos a las puertas de una crisis constitucional. Por lo tanto, el conflicto, dentro del marco constitucional, es sinónimo de normalidad democrática.

¿Por qué pensamos que el conflicto automáticamente supone caos? ¿No es la competencia, sana, entre poderes la que puede desembocar en mejores resultados para toda la sociedad? ¿No es ésta la base del pensamiento liberal? ¿En algún momento se socavó, en cualquier forma, el equilibrio entre poderes o cada uno cumplió su función?

El conflicto y el debate público es fundamental porque obliga a los jugadores del tablero a colocar sus argumentos sobre la mesa. Cuando se privilegia la negociación discrecional, los acuerdos por debajo de la mesa y la presión escondida, pierde la democracia en una de sus dimensiones más importantes: la deliberativa. La sociedad tiene la posibilidad de valorar los argumentos de unos y otros, contrastar la evidencia, y hacerse una mejor idea de lo que suponen ciertas decisiones para el país. Asimilar conflicto con caos o crisis, es infantilizar a los ciudadanos, como cuando los padres le tienen que mentir a sus hijos sobre sus problemas. El conflicto es inherente a la política y fortalece la democracia. Exhibe las diferencias y crea mejores marcos para lidiar con ellas.

México vive un momento político muy particular. Sabemos que estamos frente a una crisis de régimen por una sencilla razón: todo está a debate. Los supues tos "consensos" de la transición implosionaron. Defendamos el equilibrio de poderes, pero siempre desde la inevitabilidad -e incluso deseabilidad- del conflicto y la disputa política. La ausencia de conflicto no supone una mejor democracia; por el contrario, casi siempre es sinónimo de simulación.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 16 de diciembre de 2018).

En el libro "Por qué las democracias mueren", Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan que uno de los indicadores de erosión de la democracia es precisamente la ilegitimación del otro. Es decir, las democracias que van agonizando son aquellas en las que los actores políticos -sean partidos, organizaciones, empresarios o quien sea que hace política- comienzan a percibir como intolerables las ideas de su rival político. El extremo de ese pensamiento, de erradicación del distinto, es lo que hemos conocido como "fascismo".

Es decir, la política democrática se mueve inevitablemente en el conflicto, pero sin caer en la tentación de cancelar la legitimidad del adversario. Juzgar de espuria la postura política opuesta abre la puerta a represión, violencia y autoritarismo. Para que exista una democracia, aquellos que luchan por el poder -y se mueven en el marco constitucional- deben coexistir en pluralismo, reconocido y protegido. En México vivimos una época de alta tensión política en donde, a veces, la línea se torna difusa. Vuelan los calificativos de bando a bando: neofascistas, asesinos, y cientos de acusaciones.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 30 de diciembre de 2018).

La recuperación de las libertades fundamentales de las personas, como la libertad de expresión o de tránsito, serán clave para tener una democracia funcional en México, consideró Luis Muñoz Oliveira, filósofo y escritor mexicano que escribió uno de los 3 ensayos que conforman el libro "Desconfianza. El naufragio de la democracia en México".

"Si el Estado no defiende las libertades, no se puede decir que sea democrático, y creo que en México está claro que las libertades están bastante acotadas desde hace tiempo y siguen estándolo. Tenemos que darnos cuenta que, cuando tenemos miedo de salir a la calle por la inseguridad, hemos perdido la libertad de salir a la calle, y el papel del Estado tiene que ser proteger las libertades de las personas", recordó Muñoz.

"Desconfianza" es un libro escrito a 3 manos. Muñoz Oliveira, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, aporta el ensayo "La democracia en la oscuridad"; el filósofo Leonardo Da Jandra redactó "Parásitos de la libertad", un repaso sobre el mal uso que los actuales políticos han hecho de la libertad; y el escritor Guillermo Fadanelli presentó "Otro lugar", una propuesta de empoderamiento democrático de la ciudadanía desde lo pequeño (la familia, la comunidad).

"No escribimos un panfleto para convencer a nadie de votar por alguien, y por eso fue un libro que salió después de las elecciones", recordó Muñoz Oliveira. "Queremos convencer a las personas de que votar y elegir un gobierno distinto es parte de la democracia, pero no toda la democracia, y no es suficiente".

En su ensayo, Muñoz Oliveira defiende un doble proceso para devolver la confianza en el sistema democrático mexicano: la construcción de instituciones más sólidas, y la formación de ciudadanos educados que ejerzan sus derechos y libertades en los espacios públicos y en la familia.

"La democracia es un proceso abierto donde se van siempre mostrando que hacen falta el reconocimiento de ciertos derechos, que va fortaleciendo las libertades de las personas, y en México nos falta arrancar ese proceso", afirmó.

El académico añadió que la desconfianza de los ciudadanos en la democracia mexicana se agravó con el gobierno saliente de Enrique Peña Nieto. "Fueron 6 años absolutamente fallidos, no creció la economía, aumentó la corrupción, y se robaron el dinero hasta extremos inimaginables". Respecto a la nueva administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador, Muñoz consideró que hay temas que no ayudan a mejorar la confianza ciudadana en la democracia, como el caso de las consultas.

"Son necesarias, pero no así. Si gastamos tanto dinero en una institución que contara los votos y la creamos para evitar una historia de fraudes electorales, a mí me preocupa que se hagan este tipo de consultas donde no hay control de nada y son una farsa que termina con la discusión pública", aseveró.

(V.pág.4-B del periódico El Informador del 2 de enero de 2019).

La palabra democracia ha perdido su verdadera acepción y se ha circunscrito en México al pluripartidismo y la representación cameral plurinominal; cuando en su más amplio sentido, democracia es un concepto filosófico, una actitud referida tanto a lo político como a lo económico y lo social. Etimológicamente sería un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Desde este punto de vista, tenemos un gobierno electo democráticamente.

Ahora vamos a ver si se comporta y ejerce el gobierno en forma democrática. En este 1er. mes de gobierno tenemos casos de democracia como los ajustes al presupuesto de 2019 en partidas para universidades y consulados y tenemos casos de autocracia como el aeropuerto de Texcoco y los super delegados.

Recordemos a John Womack (Zapata y la Revolución Mexicana. Siglo XXI/1969): "la democracia no produce por sí sola una forma decente de vivir. Son las formas decentes de vivir las que producen la democracia" y aquí no las tenemos entre tanta desigualdad y tanto privilegio de que gozan gobernantes y empresarios allegados.

Es indispensable que se ejerza la democracia sin trucos ni consultas amañadas, urge desincentivar la proliferación de partiditos y la mejor manera sería: aumentar el porcentaje de representatividad nacional al 5% de la votación; reducir los sueldos a los diputados y senadores y eliminar a los candidatos plurinominales.

Así podríamos entender la democracia no como el botín electoral repartido entre muchos, sino como un valor ético del ser humano, como individuo con libertad política de actuar, con igualdad de oportunidades económicas para vivir mejor y con sus necesidades básicas cubiertas: educación, alimentación, vivienda, trabajo y vestido.

Para fortalecer la democracia podría establecerse la posibilidad de revocación del mandato a los presidentes municipales cada 2 años (extendiendo su período a 6 años para ganar tiempo y dinero en campañas electorales) y al Presidente de la República y gobernadores cada 3 años.

¿Queríamos democracia? Sí, pero nunca pensamos a qué costo y cuantas atrocidades se cometerían en su nombre. Pero en fin, mal que bien ya la tenemos, con todos sus errores, defectos e imperfecciones. Después de todo, nada ni nadie es perfecto, pero, ahora, ya es tiempo de rectificar; de corregir errores, de frenar abusos, de cambiar las reglas del juego.

Debe modificarse nuestro sistema democrático para alcanzar las metas de una auténtica reactivación económica con equilibrio entre las fuerzas de producción y del capital.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 3 de enero de 2019).

El fenómeno del populismo (o democracia iliberal) creciente tiene causas que no hemos podido establecer con certeza. Sin pretender una respuesta contundente, todo indica que el elemento relevante detrás de las transformaciones políticas es un sentimiento: el miedo. Miedo que, dice Nussbaum, puede aparecer en forma de ira, asco o envidia. Miedo que reduce nuestra capacidad analítica y potencia la dependencia del mito. Miedo que, por lo mismo, anula la confianza en los otros (base de la democracia) y la concentra en el salvador (sustento del populismo).

Tampoco puedo asegurarle de dónde proviene el miedo, pero todo indica que es resultado de la ruptura de lo que creíamos que funcionaba. Es esa disonancia cognitiva que en otras ocasiones hemos comentado: nuestra explicación del mundo se vino abajo. Sin esa referencia, no podemos entender lo que ocurre. Y nos da miedo. Terror.

No es la 1a. vez que ocurre, claro, pero en cada ocasión en que nuestros esquemas han caído, hemos tardado mucho en volver a construirlos. Y en ese tiempo, nuestros miedos, iras, ascos y envidias nos han llevado a cometer todo tipo de injusticias y crímenes.

Nos pasó hace poco más de 100 años, cuando el mundo de la Bella Época dejó de tener sentido, y el miedo se transformó en la búsqueda de soluciones totalitarias, fuesen comunismo, nacionalismo o fascismo. Nos ocurrió antes, siglo y medio antes, y acabamos entregados al terror. Y hace 500 años, cuando el mundo cristiano se vino abajo, el miedo se convirtió en una fe abrasiva, destructora, que llevó a la mayor mortandad jamás registrada.

Aunque la mayoría de los estudiosos de la sociedad siguen pensando que es la economía, la forma de producción, lo que determina a los grupos humanos, lo que hoy vivimos es muestra fehaciente de que hay algo todavía más importante que eso: el tramado de cuentos que le da sentido a la vida. Cuando estos cuentos se vienen abajo, sobreviene el terror, el pánico, la angustia de vivir en un mundo que no tiene explicación.

La Gran Recesión de 2008 fue el fin de nuestras explicaciones más recientes. Lo que creíamos dejó de ser funcional. Por eso revivieron ideas marxistas, que no duraron mucho, y han crecido las explicaciones posmodernistas, mucho más exitosas. Unas y otras no permiten construir una narrativa incluyente (a pesar de sus promesas), de forma que el miedo no se atenúa, sino al contrario. Por eso mismo buscamos la salvación a través de los hombres fuertes. Por eso abrazamos creencias (cuasi)religiosas. Eso es lo que está detrás de Narendra Modi (hinduismo), Recep Tayipp Erdogan (islam), Donald Trump y Jair Bolsonaro (evangélicos), y en versiones menos trascendentales: Vladimir Putin, Xi Jinping, Andrés Manuel.

Bajo la influencia del miedo, no se quiere pensar. Por eso el 40% que sostiene a Trump no cambia de opinión, a pesar de toda la evidencia que indica que éste no es sólo incompetente, sino un rufián.

Lo mismo ocurre con todos los líderes mencionados, en mayor o menor medida. Los grupos que los llevaron al poder no cambiarán de forma de pensar, sin importar la evidencia y la discusión racional. Es su miedo y son sus creencias.

En las ocasiones anteriores en que el mundo ha vivido bajo el miedo, han transcurrido generaciones enteras para cambiar. Millones de muertos han pavimentado el regreso a la racionalidad: Guerra de los Treinta Años, de los Siete Años, revoluciones, guerras mundiales, de liberación nacional.

Dice George Friedman que ahora podemos esperar que esto ocurra sin derramamiento de sangre. Ojalá tenga razón. Pero de que tardaremos una generación, no tengo duda.

Macario Schettino
(v.periódico El Financiero en línea del 3 de enero de 2019).

El populismo no es una ideología. Tampoco es "decir todo lo que el pueblo quiere escuchar", como sostiene más de algún simplón. El populismo es un discurso. Una narrativa política que asume que la sociedad está dividida en 2 bloques: una minoría -oligarquía- corrupta, que ha secuestrado las instituciones, y una mayoría perjudicada que es el pueblo. Para el populista, la sociedad no está dividida en izquierdas y derechas, liberales y conservadores, demócratas y autoritarios. No, está fracturada en: élite (mafia del poder) y el pueblo.

El populismo está demonizado en el debate público. Aparece la palabra y la condena se vuelve casi unánime. Nuestra historia nos alerta de los riesgos del populismo, luego de los gobiernos de Echeverría y López Portillo que concluyeron con la dramática crisis de 1982. Sin embargo, si bien el populismo tiene esos peligros innegables, no podemos obviar que también es un discurso que busca recuperar la democracia cuando ésta se ha vuelto un juego que sólo interpela a las élites. Cuando la democracia pierde su base popular y se convierte en un intercambio de fichitas que sólo funciona para pocos, obsesionada en los procedimientos y muy poco preocupada por su credibilidad social. El populismo tiene esas 2 caras.

Sí hay algo que el líder populista necesita como "agua de mayo": la política dicotómica. Es decir, entender la política como un espacio de conflicto. No violento necesariamente, pero en donde la discrepancia está presente permanentemente. La narrativa busca cohesionar a los simpatizantes, a quien se siente parte de ese pueblo enunciado desde el discurso político, y señalar firmemente a los adversarios.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 6 de enero de 2019).

En democracia, la palabra de un gobernante no es suficiente: hay medios de comunicación que pueden contrastar datos en libertad, hay partidos políticos con acceso a información oficial, oposición en espacios legislativos, participación ciudadana y control judicial, entre otras cosas. Pero a veces, los partidos son cómplices, los congresos tienen mayorías apabullantes, los tribunales están cooptados, la participación ciudadana está dirigida y los medios de comunicación luchan por acomodarse en contextos económicos adversos.

En esos momentos, lo que puede funcionar es la mentalidad científica. Esa que hace preguntas todo el tiempo, formula hipótesis, contrasta y pide demostración de esas hipótesis. Bien, el malo es un enemigo del proletariado que incendió la fábrica. ¿Cómo lo hizo? ¿En dónde estaba? ¿Con qué objetivos? ¿Hay pruebas para corroborar su participación? ¿Se puede formular un escenario alternativo en donde el incendio fuese provocado por un corto circuito? ¿Se puede desechar con certeza ese escenario alternativo?

Pongo como ejemplo el incendio porque es un caso verídico utilizado por Stalin para culpar a Trotski y otros ex camaradas, no sólo sin pruebas, sino contra toda lógica. Y pongo a Stalin como ejemplo porque queda ya demasiado lejos en el tiempo como para pensar que tengo un interés ideológico en contra de un régimen.

Y concluyo. Lo único que puede combatir las afirmaciones del poder (encontramos a los malos, ya tenemos un enemigo, sabemos en dónde están los que se hicieron ricos, hay fuerzas que buscan la aniquilación de los anhelos del pueblo) es el escepticismo. El sano, es decir, el científico. No el que descree por método y hace a un lado las evidencias porque ni le importa averiguar, sino el que hace preguntas para que las afirmaciones se documenten y la verdad se fortalezca.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de enero de 2019).

El demonio interior está en los ciudadanos, pero lo siembra el poder y pierden las instituciones democráticas. Me explico.

Los grandes tiranos de la historia inventaron grandes enemigos para justificar acciones que en momentos de normalidad habrían sido condenadas. Los dictadores contemporáneos han hecho lo mismo, pero los enemigos ya no son cartagineses o romanos o vikingos, sino crisis que requieren medidas extraordinarias: la amenaza del comunismo, del terrorismo, del imperialismo, del conservadurismo.

Fujimori pudo recibir apoyo popular a su golpe de estado porque el Perú vivía una crisis de seguridad producida por el terrorismo y el narcotráfico; Pearl Harbor fue la excusa perfecta para que Roosevelt internara a todos los estadounidenses japoneses; Ferdinand Marcos se agarró de una temible amenaza comunista y Bush pudo empujar la Ley USA PATRIOT después del atentado del 11 de septiembre. Todas esas medidas violaron derechos humanos, atentaron contra libertades y concentraron poder.

Es normal, porque es verdad que en situaciones extraordinarias se requieren medidas extremas y por eso la mayoría de las constituciones liberales contemplan poderes de emergencia para el gobernante en turno. Lamentablemente, los gobernantes aprovechan esas crisis (reales o inventadas) para sembrar primero y medrar después, con el juego del demonio interior. Se trata de una amenazante característica que de pronto se ve en el ciudadano de enfrente. El otro. De pronto, el vecino que no está de acuerdo con el golpe de estado de Fujimori puede ser un terrorista. El colega que defiende a los estadounidenses japoneses es un enemigo de guerra. El que no quiere la Guardia Nacional es sospechoso de muchas cosas. El que pregunta sobre la responsabilidad del Estado en estrategias fallidas podría ser (véanle los ojos, a ver, a ver) un peligroso huachicolero.

Votar por un partido o programa de gobierno deja de ser un asunto de adscripción política o partidista y se convierte en un serio elemento de identidad, de definición personal. Cada bando (defensores y críticos) ve en el otro a un ser infernal, poseído por el demonio. No vale la pena escucharlo porque no tiene autoridad moral para decir nada. Y ahí, justo ahí, es en donde se desmorona la democracia, porque esta implica una dinámica de cambio (o posibilidades de este) que requiere tolerancia, cortesía y aceptación de que una vez gana uno y otra vez puede ganar otro, pero nunca se elimina al adversario.

Cuando el juego del demonio interior se desata, el juego se bloquea y se convierte en guerra. El otro no debe llegar nunca, jamás. Es una amenaza temible, no un contrincante político.

Obviamente, nadie gana, pero mucho menos los ciudadanos de a pie.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 23 de enero de 2019).

Eficiencia y legitimidad son 2 conceptos que se mueven siempre en el juego de suma cero. Es decir, yéndonos a los extremos, no hay nada más eficiente, pero menos legítimo que una dictadura, y nada más legitimo pero cero eficiente que el asambleísmo y la democracia directa. Los equilibrios entre ambos conceptos son los que marcan una democracia, de calidad, pero también la capacidad de un sistema político para responder a las demandas de la ciudadanía.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 3 de febrero de 2019).

El nacionalismo sirve muchas veces a los políticos para justificar medidas que violan los derechos individuales y dañan a los propios nacionales. Donald Trump lo ha hecho en Estados Unidos con su filosofía "America first". Andrés Manuel López Obrador declaró también este 3 de febrero en Córdoba: "Primero México y luego el extranjero". Ninguno acepta que la búsqueda de la autosuficiencia perjudica a todos, pero especialmente a los pobres.

"La filosofía del proteccionismo es una filosofía de guerra", escribió el economista austriaco Ludwig von Mises. Si yo pretendo hacer más próspero a mi país restringiendo las importaciones de otros, los demás tomarán represalias; el comercio total caerá y todos seremos más pobres.

Von Mises lanzó su advertencia en los tiempos en que el nacionalsocialismo de Adolf Hitler y el fascismo de Benito Mussolini llevaron esta filosofía a su extremo lógico. En aras de promover el bienestar de los alemanes o de los italianos, estos gobiernos limitaron los derechos individuales y optaron incluso por eliminar minorías étnicas, como los judíos o los gitanos, que las mayorías no consideraban realmente como nacionales. El antídoto filosófico y práctico para el nacionalismo es el liberalismo: la defensa del libre comercio y de la igualdad de todos ante la ley. Poco después del triunfo de Trump en las elecciones presidenciales de 2016, el todavía presidente estadounidense Barack Obama advertía: "Vamos a tener que cuidarnos del alza de una forma cruda de nacionalismo o identidad étnica o tribalismo que se construye en torno de un 'nosotros' y de un 'ellos'".

Solo con la apertura al libre comercio y la aceptación de que todos los individuos debemos tener los mismos derechos lograremos contrarrestar la discriminación y el autoritarismo del nacionalismo. En vez de pensar que algunos productores deben tener el derecho de impedir la venta de productos de sus competidores porque viven en otros países, debemos defender el derecho de los consumidores a adquirir los productos que deseen.

La supuesta autosuficiencia que pregonan los conservadores, como Trump o López Obrador, no solo viola los derechos individuales de los consumidores, que somos todos, sino empobrece a la sociedad. La economía más autosuficiente del mundo, la que menos vende y compra del exterior, es Corea del norte, un país sumido en la pobreza por el aislamiento. Los países con economías más abiertas, los que más importan y exportan, son Suiza y Singapur, que se encuentran entre las naciones más prósperas del mundo. Los dos son también, curiosamente, multiétnicos, multilingües y multiculturales.

Es muy preocupante que el presidente López Obrador asuma la facultad de decidir si es correcto que los productores exporten azúcar o si la industria de alimentos puede importar edulcorantes (que él llama "adulcerantes"). La función del gobierno no es decidir qué deben producir los productores o qué adquirir los consumidores, sino dar seguridad a todos para que puedan tomar sus decisiones en libertad. Los pobres, a propósito, son los que más se benefician de que haya endulzantes más baratos.

"Hoy la línea divisoria no está entre izquierda y derecha, sino entre globalistas y patriotas", afirma Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa. Quizá la línea se encuentre más bien entre defensores de la libertad y promotores del Estado autoritario. La defensa del patriotismo, el "America first" o el "México primero", suele ser una simple excusa para violar los derechos individuales.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 5 de febrero de 2019).

Puede estar entre nosotros. Puede haber conseguido ya parte de su objetivo, convenciendo y seduciendo con su carisma y sus promesas de soluciones completas, enormes, históricas.

El traidor es, hasta que le conviene, un demócrata. Pelea con las reglas de las democracias, se instala en el juego de los partidos políticos, de las instituciones electorales, de las reglas para ganar y perder. Si pierde, actúa como una víctima del sistema diseñado para impedir su triunfo. Si triunfa... ay, si triunfa. Si triunfa empieza a demoler muy poco a poco, agujerito por agujerito, el sistema de reglas que le dio vida y posibilidad de participar en la política.

Como lo hace tan lentamente y no con un fusil amenazante, no suenan las alarmas que avisan que ha llegado un tirano. Porque no es un maldito asesino, sino un traidor carismático que comienza a apoderarse o a destruir a los árbitros más importantes: los jueces. Legalmente, claro está. Nada de irrupciones violentas en la oficina de nadie. Poco a poco, con la fuerza de la legitimidad ganada y el empuje del poder que ya ejerce el traidor, los árbitros se debilitan.

Después, el traidor va por los adversarios. Pero no, no los avienta de un avión como un vil dictador del siglo pasado en algún lugar del Sur. No. Los cerca, les quita credibilidad, los corteja o les cierra puertas. Los ahoga aislándolos o con la bonita herramienta fiscal, que siempre ha sido útil al garrote y más eficiente que este.

Por último, ya con los adversarios disminuidos, las voces calladas o convertidas en emisoras de una mentira y los árbitros alineados, el traidor cambia las reglas. Juego nuevo para un presente distinto. Nuevas formas de cambiar a las autoridades, nuevas normas para usar los recursos, nuevas reglas para la ahora amorosa relación entre la sociedad y el poder.

¿Les suena conocido? ¿Están pensando en un gobernador estatal, en un presidente, en un gobernante extranjero?

No les falta razón y hay que prender las alarmas. Hay muchos de estos traidores, además de aquellos que ya llegan a la mente de cada uno de nosotros. Y no son nuevos, se les ha visto destruir sistemas democráticos desde adentro desde el 1er. cuarto del siglo pasado. No sólo son latinos, los hay noruegos y finlandeses; y no sólo son de un lado del espectro: los hay de izquierda y derecha, bienintencionados y canallas. La mayoría trae rostro de traidor desde que comienza su ascenso en la vida pública, pero algunos ven la oportunidad ya elegidos y abrazan la traición cuando la oportunidad se los permite o la sobrevivencia se los exige.

Sobre ello escriben, con una inusual narrativa histórica, los norteamericanos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en el delicioso ensayo Cómo mueren las democracias. Ellos están pensando en Trump cuando hacen el largo recorrido por distintas latitudes y diferentes épocas para construir su modelo analítico. Pero allá ellos. Nosotros podemos pensar en otros personajes.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 6 de febrero de 2019).

Vale recordar que nuestro federalismo es diferente al tradicional representado por los norteamericanos. Allá los gobiernos locales ya existían previo a su unión. Aquí mutamos de ser una sola unidad, la Nueva España o el Reino de México, a una división basada o buscando el equilibrio de los regionalismos y el centro. Es decir, en nuestro caso es la unión la que "ha soltado y suelta" facultades y no al revés. La lucha por un federalismo y municipios más robustos, está en la Constitucional federal.

Sergio Aguirre
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 8 de febrero de 2019).

Una constitución es un pacto entre ciudadanos para definir los principios y valores que compartimos como parte de una comunidad. Es la columna vertebral de nuestra convivencia. Ahí, en un texto, definimos nuestro espacio común: límites, libertades, derechos. Hasta dónde llega el gobierno y en donde no se debe meter. Nos asumimos distintos, tanto en ideología como en proyectos personales, pero le decimos al Estado que le otorgamos una parte de nuestra libertad a cambio de orden, estabilidad y la protección de un proyecto común. Por lo tanto, una Constitución es el acto político más importante de una sociedad. No debemos tomar ningún intento constituyente a la ligera. Y los promoventes tampoco.

Nadie puede garantizar que una nueva Constitución suponga volver a coser nuestro dañado tejido social. Nadie puede garantizar que una nueva constitución convierta la impunidad en cumplimiento del Estado de Derecho; las instituciones cooptadas en democráticas; el congreso en la "casa del pueblo", los tribunales en árbitros imparciales; la corrupción en honestidad en el servicio público, y a los partidos políticos en vehículos auténticos de la participación ciudadana. Tampoco, nadie nos puede garantizar que los empresarios corruptos ahora sí se conducirán con ética y apego al marco legal y menos que la violencia se convertirá en paz.

Sin embargo, si garantiza 2 cosas. La 1a., la posibilidad de discutirlo todo (o casi todo). Quitando los constreñimientos que nos marca el pacto federal y los tratados internacionales, el resto son valores y principios que están abiertos a debate. Derechos, libertades, régimen político, poderes, organización territorial.

Y la 2a., una amplia deliberación pública sí podría llevarnos a un texto constitucional que tenga un mayor valor simbólico.

La conformación del Constituyente es la clave: si el poder legislativo prioriza la integración partidista y cupular, estaremos frente a un proceso de simulación más parecido a un pacto entre élites y no a un auténtico acuerdo social. Para que tenga credibilidad la nueva Constitución y, por lo tanto, tenga un alto valor simbólico que interpele a su cumplimiento, el Constituyente debe ser un espejo de lo que somos. En un cuerpo de 80, 100 o 120 legisladores debe estar representada la heterogeneidad social.

No debe ser otra más de esas "alianzas" que confunden sociedad con corporaciones, sean empresarios, universidades, asociaciones civiles con notoriedad o intelectuales. El Constituyente tiene que bajar a los barrios, a las escuelas, a las calles, a las empresas. Politizar a amplias capas de la sociedad; y politizar entendido como la capacidad que tiene la política de resolver los problemas que nos aquejan en la cotidianeidad: seguridad, malos salarios, impunidad, violencia, discriminación, pobreza. El problema es que en un momento de señalamiento al establishment, en donde una buena parte de la ciudadanía opina que las reglas están hechas para proteger a los intereses de los poderosos, un Constituyente que solo integre a la élite parirá una constitución con un pecado original. Saldría el tiro por la culata.

Aprendamos de los errores del proceso en la Ciudad de México, en donde privilegiaron el acuerdo entre partidos y no la amplia deliberación social. Recordemos que un constituyente tiene como objetivo la constitución de nuevas instituciones que surjan del acuerdo social, pero también tiene una segunda función que es "destituyente"; porque al optar por una nueva constitución también entierra los consensos de la anterior.

El éxito de la empresa -tener en algunos años una constitución apreciada y respetada- depende de la capacidad de convocar e involucrar a amplios segmentos de la sociedad. Los problemas de la democracia deben ser enfrentados con más democracia.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 10 de febrero de 2019).

Para mantener una democracia y el Estado de Derecho, sobre todo en tiempos de cambios y movimientos políticos y sociales como los actuales, es necesario comprender a cabalidad lo que significa vivir en un país demócrata y apegado a la ley.

Lo digo porque hoy cada partido, cada funcionario, gobernante y ciudadano ve la democracia e interpreta las leyes a su manera.

Pocos valoran la importancia de las instituciones autónomas y la independencia de poderes; cada quien aplica o pretende que le apliquen la ley a conveniencia; la justicia se exige cuando somos víctimas y hacemos lo posible para evadirla cuando somos los victimarios. Vaya, hasta el actual Presidente de la República tiene su propia visión e interpretación de la democracia y las leyes, las cuales aplica o ignora discrecionalmente. Y lo peor es que frente a ello los ciudadanos y nuestros representantes... callamos.

El pensador, jurista, político e historiador Alexis de Tocqueville dijo al respecto: "Cada generación es un nuevo pueblo que debe adquirir el conocimiento, aprender las habilidades y desarrollar las disposiciones y particularidades del carácter, tanto privado como público que constituyen el tejido de una democracia constitucional".

"Esas disposiciones deben ser nutridas por medio de la palabra y del estudio, y por el poder del ejemplo. La democracia no es una maquinaria que se mantiene viva por sí sola, sino debe ser conscientemente reproducida y mantenida generación tras generación. Lo que más confusión provoca en el espíritu es el uso que se hace de palabras como: democracia, instituciones democráticas, gobierno democrático. Mientras no las definamos y entendamos claramente y no se llegue a un entendimiento sobre su importancia y significado, se vivirá en una intrincada confusión de ideas, con gran ventaja para los demagogos y los déspotas" (El Antiguo Régimen y la Revolución II, pág. 100).

Para unos la democracia debe ser indirecta o representativa, es decir, cuando las decisiones se adoptan por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes (ej. diputados y senadores electos); otros prefieren la democracia participativa, que es cuando los ciudadanos se organizan y asocian para ejercer una influencia directa en las decisiones públicas; para otros la democracia que vale es la directa, es decir cuando las decisiones son adoptadas directamente por los miembros del pueblo, mediante plebiscitos y referéndums vinculantes o la votación popular de leyes; y para otros como nuestro presidente, la democracia es una combinación convenenciera de todas las variantes, ignorando y hasta denostando cuando así conviene, a los representantes elegidos por el pueblo o a las organizaciones ciudadanas que representan intereses legítimos de la sociedad, basado en criterios personales de moral y justicia o en consultas y opiniones populares manipuladas, elaboradas fuera de marcos legales y sin ningún rigor técnico.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(28 de febrero de 2019).

El neoliberalismo, en sus orígenes, fue una filosofía económica diseñada en Europa en la década de 1930, como vía intermedia entre el liberalismo clásico y la planificación económica socialista. Sus fundamentos primarios -aplicados en Chile, concretamente, tras el golpe de estado de Augusto Pinochet contra Salvador Allende- consisten, explican los entendidos, en "eliminar los controles de precios, desregular los mercados de capital, promover la participación de la iniciativa privada en todas las áreas de la actividad económica y reducir tanto las barreras comerciales como la ingerencia del Estado en la economía, especialmente mediante la privatización y la austeridad fiscal".

Eso, en la teoría. En la práctica, el modelo aplicado en México -no precisamente desde el sexenio salinista sino "desde endenantes"- ha tenido otras peculiaridades: el tráfico de influencias, el contubernio entre empresarios y gobernantes -las mexicanísimas "mochadas"-, las licitaciones amañadas, la regulación engorrosa, la tramitología excesiva, la aplicación retorcida de la ley, la institucionalización de la "mordida", el imperio de los monopolios, y un largo etcétera.

Si -retomando al clásico- "lo que el presidente quiso decir" es que desaparecerá la corrupción implícita en todas esas prácticas, habrá que verlo para creerlo...

Jaime García Elías
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 19 de marzo de 2019).

Hay un proceso de destrucción de la credibilidad democrática desde hace ya tiempo, y cada vez la gente se siente menos representada por los sistemas democráticos. La transparencia de este sistema demuestra los fallos de su sistema: la corrupción, la hipocresía, la falta de igualdad y justicia... Hay mucha gente que se deja de sentir representada y trágicamente e ignorantemente se entrega a la falsa pureza de los dogmas, de los demagogos, de los extremistas y de los fanáticos de todo tipo, laicos o religiosos, de extrema izquierda o de extrema derecha. Es un momento muy peligroso porque si no refundamos la democracia y si no defendemos los valores que ésta ha traído, corremos el riesgo de perder grandes logros que se han conseguido con sangre, sudor y lágrimas en los últimos 200 o 300 años.

Rosa Montero
(v.pág.1-B del periódico El Informador del 7 de abril de 2019).

Hay quien cree que la democracia es el consenso. Nada más erróneo que eso. Se confunde política y comunicación, con democracia. El sistema democrático nace para proteger el disenso. Su idea fundacional es que somos diferentes, distintos, heterogéneos y debemos resolver civilizadamente nuestras discrepancias. Por ello, la democracia se finca en la división de poderes, la libertad de expresión, el multipartidismo, los derechos humanos. La democracia protege al disidente y, si bien, las decisiones se toman por mayoría, dichas decisiones no pueden contravenir los derechos fundamentales y las garantías colectivas de las minorías. Es la maravilla de la democracia: no nos impone ningún principio y ninguna convicción. Sólo el respeto al pacto social, a los derechos políticos de todos y al cambio pacífico de poderes.

El disenso no proviene únicamente de la oposición partidista. Esa es la visión tradicional. Medir la fortaleza del disenso por el músculo que los partidos opositores tienen en las cámaras es limitado. En realidad, la fuerza del disenso en una democracia depende de múltiples factores y no sólo el partidista: la independencia de los medios de comunicación y los periodistas, el tejido empresarial, el asociacionismo social, la autonomía de las universidades, la fortaleza del Estado de Derecho y un larguísimo etcétera. Solemos prestar mucha atención a la salud de los contrapesos institucionales, pero muy poca a la protección social y el empuje del disenso.

Las alternancias no dieron un respiro a este cuestionamiento del papel del disenso.

La principal protección del disenso tiene una raigambre social. ¿Qué tanto aprecio tenemos por aquellos espacios que sirven para disentir de las verdades oficiales? ¿Qué tanto apoyamos periódicos críticos a través de las suscripciones? ¿Qué tanto apoyamos organizaciones sociales con nuestro tiempo o apoyo económico? ¿Qué tanto el empresariado se involucra en acciones sociales que trascienden el estado financiero de las empresas? ¿Qué tanto podemos decir que tenemos universidades que se arriesgan a poner su materia gris al servicio de los ciudadanos? ¿Podemos decir que comprendemos la importancia de la protesta en una democracia? ¿Qué tanto nos politizamos desde la familia para asumir retos colectivos?

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 7 de abril de 2019).

¿No es verdaderamente escandaloso, una vergüenza sin excusas, que los últimos 5 presidentes del Perú estén investigados por supuestos robos, coimas y negociados, cometidos durante el ejercicio de su mandato? Esta tradición viene de lejos y es uno de los mayores obstáculos para que la democracia funcione en América Latina y los latinoamericanos crean que las instituciones están allí para servirlos y no para que los altos funcionarios se llenen los bolsillos saqueándolas.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 21 de abril de 2019).

Sin duda, el neoliberalismo y la globalización están en crisis. En todo el orbe, las fuerzas políticas que claman por mantener intocado el modelo económico hegemónico están perdiendo terreno. Hacia la derecha o hacia la izquierda, pero el antagonismo político al estatus quo viene envuelto en forma de nacionalismo. Revisemos el mapa y veremos como Reino Unido, Estados Unidos, Italia, Rusia, Brasil, son gobernados por fuerzas políticas nacionalistas. La crisis política del neoliberalismo, que comenzó a fermentarse en 2008-2009 con la gran depresión, derivó en un incremento de hasta 5 veces en la intención de voto -en occidente- a partidos nacionalistas. En cambio, las fuerzas liberales globalistas perdieron la mitad de su apoyo desde la Gran Recesión. México no es la excepción.

La nación es el concepto político más poderoso de la historia. Nada moldea la identidad política tan profundamente como la pertenencia nacional (incluso más que la idea del pueblo y su soberanía). Durante siglos, la nación estuvo atada a la raza. Las tragedias más abominables del siglo XX se produjeron con esta simbiosis: el nazismo y los regímenes fascistas. La supuesta supremacía de una raza sobre otra se tradujo en campos de exterminio, segregación y humillación. México tuvo su particular construcción racial: el Estado Mestizo, que también desgrana Joshua Lund y que nos remite a Vasconcelos -la construcción del México posrevolucionario-.

Tendríamos que sumergirnos en Octavio Paz para rastrear las coordenadas identitarias de México.

No todo es malo en el nacionalismo. Es innegable la connotación peyorativa que tiene el término. Y bien ganada. El nacionalismo ha sido la coraza ideológica de tragedias que nos siguen hiriendo como humanidad. El genocidio Armenio, el Holocausto, la Guerra Civil Española, enfrentamientos bélicos. Sin embargo, la identidad nacional es un sentimiento natural. De la misma forma en que tenemos mayor empatía con nuestros familiares o conocidos, es normal que sintamos más apego hacia nuestra parcialidad nacional. Ese cosmopolitismo que busca eliminar las banderas, los territorios y casi la diversidad lingüística, nunca ha entendido lo importante que es la identidad nacional en una persona. El nacionalismo, o el sentimiento de pertenencia nacional es natural, siempre y cuando no derive en violencia, segregación, discriminación.

El nacionalismo, sin supremacismo, puede servir para la protección de los derechos laborales; la solidaridad; el involucramiento en la comunidad; la protección de los más desfavorecidos; reivindicar la memoria; políticas de igualdad (quiero para quien habita en mi comunidad lo mismo que para mí). Sin embargo, también acarrea un riesgo. Y no es menor. El nacionalismo trastoca el sentido de las cosas y le concede a la construcción de la pertenencia nacional, la más alta de las prioridades públicas. Un nacionalista entiende a la nación como el máximo valor político, por lo tanto impulsará todo lo que esté en su alcance para entronizar esa idea.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 21 de abril de 2019).

La democracia se funda sobre el control del aparato del poder por los controlados y así reduce la esclavitud (que determina un poder que no sufre la autorregulación de aquellos que somete); en este sentido la democracia es más que un régimen político... Los ciudadanos producen la democracia que produce los ciudadanos.

Edgar Morin
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 25 de abril de 2019).
Reductio ad Hitlerum.

Paco Calderón
(12 de mayo de 2019).


El socialismo es un engaño, un sistema insidioso que ha fracasado en todas sus versiones: promueve una forma de organizar la economía y los asuntos públicos, fallida, autoritaria y que para funcionar atenta directamente en contra del sistema de libertades, especialmente la de expresión y la de comercio.

No obstante, a través de los últimos 100 años, este sistema a todas luces fracasado, se ha logrado vender en muy distintas presentaciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Norte y, por supuesto, bajo la marca chavista en Venezuela -donde el colapso del socialismo supera el que han padecido muchos otros países: una señal de ineptitud y dolo extremos.

Ricardo B.Salina P., presidente y fundador de Grupo Salinas
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 13 de mayo de 2019).

Todos los partidos políticos actuales descienden tanto de los liberales y conservadores del siglo XIX, como del PRI del siglo XX. El PRI oficialmente es de izquierda, pero en realidad, sus gobiernos han sido de izquierda o derecha según lo dictara el Presidente en turno. Si bien en realidad siempre se ha tendido más a la izquierda. Si no, véanse todos los índices sobre libertad económica y nada más no podemos dejar la media tabla.

Sobre la derecha vale la pena saber quiénes son. Para comenzar, no se trata de un bloque homogéneo donde todos valoran o persiguen lo mismo. Está dividida en 3. La derecha liberal, la derecha demócrata cristiana vinculada a la Doctrina Social de la Iglesia (DSI); y por último, la denominada ultraderecha, que comparte y radicaliza los aspectos centrales de las 2 anteriores (Mónica Uribe, La Ultraderecha en México). Por citar algunos: el Yunque, los sinarquistas, y fundamentalismos cristianos, pseudocristianos, y de todo tipo. ¿Cuáles de ellos 3 son realmente conservadores en su oposición a la innovación? ¿Cuáles de ellos aprecian a la democracia y cuáles no? Vale recordar, la democracia se opone a la autarquía o gobierno de un solo hombre, porque desde ésta perspectiva, además de representar un gobierno de opinión materializado en el sufragio, es una poliarquía selectiva o un gobierno de pocos sobre el resto, pero así seleccionados.

La derecha con respecto al derecho de igualdad, además de igualdad ante la ley donde todos los liberales están de acuerdo -sean de izquierda o derecha-, no se incomoda ante la acusación de desigualitarios, pero defiende la dignidad de la persona. A la izquierda no le molesta que se le diga niveladora, pero defiende en 1er. lugar la justicia social.

La derecha liberal es por naturaleza demócrata. El liberalismo exige división de poderes y elecciones libres, secretas y no manipuladas. También la Doctrina Social de la Iglesia ya es abiertamente demócrata y les da su lugar a las instituciones. Vamos, es otra Iglesia. Ha evolucionado, se ha modernizado. A los demócratas cristianos no se les puede acusar de forma atinada de conservadores.

Por su parte, el fundamentalismo no puede ser ni demócrata, ni liberal. Su objetivo es tan "alto", tan superior, que no puede tener miramientos en pequeñeces como procedimientos democráticos, la institucionalidad, el equilibrio de poderes, el acatamiento de la ley y la Constitución con sus derechos, etc. Se vale cualquier camino con tal de llegar al objetivo, normalmente traducido en una felicidad real: traer a la Tierra el Reino de los Cielos. Lo cual es un absurdo. La felicidad de un Estado se puede pretender, pero jamás llegar a ella. Es un ideal. Pero como siempre, los extremismos confunden al ideal con la realidad.

Sergio Aguirre
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 31 de mayo de 2019).

Para tener una idea global del concepto "gobernanza" vale la pena recurrir a la definición de la ONU. No es breve y citaré sólo algunos enunciados, pero dejo aquí la liga por si hay interés en consultarla íntegra (www.un.org/es/globalissues/governance/): "En la comunidad de naciones, la gobernanza se considera buena y democrática en la medida en que las instituciones y procesos de cada país sean transparentes". Con esto inicia y, como es de esperar, en sentido contrario enumera las acciones y conductas que atentan contra ella como corrupción, violencia y pobreza. Y agrega: "[...] los países gobernados adecuadamente tienen menos posibilidades de sufrir a causa de la violencia y la pobreza. Cuando se les permite hablar a los alienados y se protegen sus derechos como seres humanos, será menos probable que recurran a la violencia como solución. Cuando a las personas pobres se les da voz, es más fácil que sus gobiernos inviertan en políticas nacionales que reduzcan la pobreza. Con todo ello, la gobernanza es el escenario idóneo para la distribución equitativa de los beneficios del crecimiento".

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 8 de junio de 2019).

México es una democracia, de baja calidad, pero lo es. ¿Qué significa esto? Tenemos elecciones con distintas opciones políticas, una división de poder que más o menos funciona, unos medios de comunicación que pueden ejercer la libertad de expresión, posibilidad de manifestarse y disentir del oficialismo, y cambio pacífico de poderes. Esto no quiere decir que la democracia mexicana haya derrotado a la corrupción, la pobreza, la desigualdad y otros males sociales. Empero, desde un punto de vista formal, vivimos en una democracia.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador ha desencadenado muchos debates acerca de la capacidad de la democracia para impedir la acumulación de poder en una sola persona. Nos hemos llenado de debates sobre contrapesos y oposiciones.

Considero que es natural que un gobernante quiera acumular poder. La vida de un político es la búsqueda del poder -por buenas o por malas razones-. Sin embargo, los que nos consideramos demócratas creemos que la acumulación del poder lleva a abusos. Poder sin límite, siempre acaba en tragedia. La disolución de los contrapesos provoca que se pongan en riesgo las libertades y los derechos. Por ello, la democracia es esa compleja arquitectura que busca hacer compatible la gobernabilidad -la capacidad que tiene un gobierno de tomar decisiones y empujar sus proyectos con la representatividad y la legitimidad- el apego al Estado de Derecho, el pluralismo, la división de poderes y el respeto a las minorías.

¿Qué estamos viendo en estos momentos en México? ¿Existe algún elemento amenazador que se desprenda de las decisiones de López Obrador? Comencemos con los cimientos de la democracia. Desde mi óptica, la división de poderes funciona como debe funcionar. El ejecutivo hace su parte, el legislativo la suya y el judicial también. Por ejemplo, en esta misma semana, los tribunales detuvieron la Ley de Remuneraciones o la destrucción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco. 2 agendas clave del presidente que chocaron con la postura firme de los tribunales. ¿Qué pasó con la Guardia Nacional? ¿O la reforma educativa? La oposición en el Senado detuvo la 1a. propuesta del presidente, se subsanaron los desacuerdos y hubo un acuerdo final que satisfizo a las partes. Quitémonos de la cabeza que el conflicto es síntoma de amenaza democrática. Por el contrario, la ausencia del conflicto, la extraña unanimidad, sí podría ser símbolo de simulación, acuerdos inconfesables y disfuncionalidad de la división de poderes.

¿Está en riesgo la libertad de expresión y manifestación? Claro que existen elementos que la amenazan: la violencia, el control político, el presupuesto. Lo que veo en la actualidad es un debate público vivo, dinámico y sin cortapisas. Leo columnistas que todos los días critican al presidente sin mordaza; investigaciones que se publican en los medios más importantes y que contravienen las principales tesis del presidente; protestas, sean de la CNTE o de clases medias, que no acaban en represión.

Algunos confunden democracia con la defensa de un determinado modelo económico. Como si la democracia y el neoliberalismo fueran consustanciales. La democracia es un sistema de distribución de poder, protección de derechos y libertades, y que garantiza la pluralidad. Es un sistema político. Actualmente, la democracia convive con sistemas económicos híper-neoliberales, más o menos estatistas, socialdemócratas, etc. La democracia se ve amenazada si se impide disentir, votar, contrapesar, equilibrar, dividir el poder. Nada de eso lo vemos en el panorama político mexicano.

Otra cosa es que la democracia siempre, y en donde sea, se ve amenazada. No importa si gobierna el PRI, PAN o Morena. La defensa de las libertades y los derechos tiene que ver con una sociedad que se niega a dar pasos hacia atrás. Sin embargo, lo que pone en riesgo a la democracia no son los discursos de confrontación, sino la polarización económica (que el 10% de la población tenga la mitad de la riqueza del país); que más de 53 millones de mexicanos estén en pobreza; la violencia que mata y extermina comunidades enteras; los desaparecidos y la ruptura del tejido social; el narcotráfico infiltrándose por doquier. Eso atenta contra cualquier cosa que ose llamarse democracia.

Lo cierto es que la democracia está perdiendo adeptos en el mundo porque está siendo percibida como un sistema que protege a los de arriba y desprotege a los de abajo. Que está más pendiente de los intereses de los multimillonarios, las trasnacionales y los poderes económicos, que de la señora que no puede atenderse en hospitales públicos, el joven que es cooptado por el narco por unos cuantos pesos, la mujer que no puede ascender en política por misoginia, la persona de la 3a. edad que tiene que trabajar de "cerillo" para llegar a fin de mes o el trabajador que "se parte la madre" 40 horas y que no alcanza a pagar la renta de su departamento. Lo peor que le puede pasar a una democracia es que parezca secuestrada por unos cuantos.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 16 de junio de 2019).

Ha sido brutalmente difícil la tarea de pensar mecanismos para resguardar la libertad. Permítanme contar una historia muy simplificada para recordar el camino recorrido entre el poder absoluto y el estado democrático liberal.

Digamos que un grupo de personas necesita que una sola marque el rumbo y proteja a todos de sí mismos y de los otros. ¿Quién puede ser esa persona? Una que haya sido mandada por Dios, claro. O bueno, una que pertenezca a una familia respetada. O bueno, una que haya vencido con las armas, porque ni modo de oponerse.

Bien. Ahora el problema es que esa persona hace lo que le da gana. Manda a la guerra por ambición, mata a los que no le obedecen y a veces a algunos por desprecio. No sabe cómo acrecentar la producción de trigo ni entiende de comercio. Lleva a la ruina a los que dirige.

¿Y entonces? Pues a matarlo, porque si no, no se va. Y si vuelve a salir malo, matarlo o morir al intentarlo. Y si sale bueno, matarlo para quedarse con su lugar y esperar a que alguien quite otra vez al malo. Y así hasta que a alguien se le ocurre poner límites al sujeto del poder. 1o., los límites que marquen los dioses o sus iglesias. O mejor aún: algunas normas que estén por encima de él. Y un grupo con poder que vigile que no las transgreda. O mejor aún: un grupo que ponga y cambie normas para que el monarca no pueda hacer lo que le dé la gana.

Sí, que se divida el poder. Y luego que este poder dividido rinda cuentas y que no se quede para siempre. Que vaya cambiando. Y que cualquiera pueda llegar al poder, no nada más los elegidos por Dios o las viejas familias o las armas. Y que tanto él como los demás sepan que su poder es temporal, para que nadie lo mate por ocupar su lugar. Y que no pueda hacer lo que le dé la gana. ¡Listo! Ya tenemos división de poderes, Estado de Derecho y elecciones. Afinándolo tenemos un estado democrático liberal.

Ese engranaje no es perfecto y está muy abollado, pero de vez en cuando, su existencia se ve seriamente amenazada por un sentimiento noble pero perverso: la devoción. De vez en cuando llega un personaje que no parece malo, que promete paz. Y no lo pongamos en duda. Digamos que sí, que es bien intencionado y trae paz. Ese personaje consigue el amor del grupo que lo eligió y con ese amor como respaldo, cuestiona las normas que lo atan y las instituciones que lo limitan. Si el estado democrático liberal resiste, este personaje puede ser recordado como un buen gobernante. Pero si la devoción lo catapulta, regresamos al origen de esta historia. Ojo, la más peligrosa amenaza para la libertad a veces no proviene directamente del poder, sino de la devoción que lo alimenta.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2019).

El neoliberalismo es una teoría económica que considera que el Estado debe ser chiquito e influir lo mínimo en la vida de la gente. Pocos impuestos. Desmantelar lo público y apostar por lo privado. Cada quien se rasca con sus uñas y es dueño de su destino. Privatizar todo lo que se pueda privatizar. Quitar regulaciones, eso estorba. El neoliberalismo descansa su fe en el individuo y su racionalidad de mercado. "Siempre el dinero estará mejor en tus manos que en las del gobierno", dirían los neoliberales. Y como escribe Ricardo Becerra, en el prólogo del libro "Así empezó todo" de Fernando Escalante: "ningún otro país como México ha asimilado y llevado tan lejos y tan duramente el programa de sociedad de mercado". Es decir, el neoliberalismo se planteó otro tipo de sociedad: una de mercado, en donde más que ciudadanos, mexicanos, feministas, abogados o lo que sea, somos consumidores.

El neoliberalismo pregona la estabilidad de las finanzas públicas. No importa que la gente muera en los hospitales públicos, nunca hay que gastar más que lo que recaudamos. Es más importante controlar el equilibrio de las finanzas públicas, cuidar el déficit, que universalizar la seguridad social o ampliar la educación pública. Qué importa si hay 53 millones de pobres, la economía está estable si el gobierno es responsable, no se endeuda y reduce al mínimo su participación en la economía. En eso tiene razón López Obrador, México es el buque insignia del neoliberalismo. Pocas naciones han aplicado los lineamientos del Consenso de Washington tan a rajatabla como nuestro país luego de las crisis de 1982 y 1994.

El asunto es que no hay una ruptura entre López Obrador y el neoliberalismo. Antes describimos parte del ideario neoliberal, pero en México dichos principios tuvieron sus particularidades. En México, la época neoliberal es también la del capitalismo de cuates. ¿Cómo se hicieron de sus fortunas los grandes multimillonarios del país? Fácil: privatizaciones (Slim, Larrea, Salinas Pliego).

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 14 de julio de 2019).

La unanimidad en el pensamiento es muy confortable, desde luego; pero se da la circunstancia de que cuanto más unánime es, menos reflexión permite.

Esto viene a cuento de la cansina cantinela de las izquierdas y las derechas, que ahora, por la crispación que estamos viviendo, se ha convertido en un arma arrojadiza. La verdad, yo hace ya mucho tiempo que no sé muy bien qué entiende la gente por derechas e izquierdas, y más en este país [España], en donde enseguida te colocan en una trinchera. Por ejemplo, si criticas un comentario político que consideras reaccionario, enseguida sale alguien diciendo: "¡Pero los progres bien que apoyáis a Maduro!". Verán, si a mí me preocupa el ascenso en Europa de los neofascistas es porque me parecen machistas, retrógrados, intolerantes, demagógicos, promotores del odio y poco respetuosos con los derechos civiles. En cuanto a Maduro, le considero un tipejo machista, retrógrado, intolerante, demagógico, promotor del odio y poco respetuoso con los derechos civiles. ¿Que a unos los etiquetan de derechas y al otro de izquierdas? Pues yo creo que se parecen muchísimo, como también fueron sistemas similares los totalitarismos de Hitler y de Stalin.

Escribo esto y, aunque para mí y para mucha otra gente es una obviedad, sé que también hay personas arrugando el ceño porque, en efecto, algunos siguen dividiendo el mundo entre unas izquierdas y unas derechas petrificadas. Unos son siempre malos y otros son siempre buenos, dependiendo del color que se les adjudica, como si se tratara de equipos de fútbol. Es el problema, como antes decíamos, del pensamiento grupal: que siempre elige fomentar el grupo antes que el pensamiento. La famosa frase "puede que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta", que algunos atribuyen a Roosevelt y otros a su secretario de Estado Hull, describe esa mentalidad lineal de los forofos (pido perdón a las prostitutas: es una frase sumamente machista). ¿Pero por qué vamos a tener que adoptar y exculpar a un miserable?

Yo también creo que la humanidad se puede dividir básicamente en 2 tipos de personas: las que son empáticas, se interesan por los demás e intentan construir sociedades progresivamente más tolerantes, menos violentas, más igualitarias en el reparto del poder; y aquellas que sobre todo intentan mantener su propio poder y el de su clan. Y creo que esa lucha ha existido desde siempre: ya en las cavernas debía de haber trogloditas cuya estrategia de supervivencia se basaba en la colaboración, en cuidar a los enfermos y repartir la comida, y otros individuos que para sobrevivir escogían la depredación y le aplastaban la cabeza al más débil para arrebatarle su trozo de mamut.

Lo que acabo de decir es, por supuesto, una tremenda simplificación. En la realidad, todos los partidos aseguran aspirar a una sociedad más justa, aunque empleen vías divergentes. Pero en el fondo, muy en el fondo de todo, en el centro del corazón de cada persona, creo que subyace esa nuez esencial de nuestra postura ante la vida: que tu estrategia de supervivencia pase por el respeto al otro o que tu absoluta prioridad sea acrecentar tu propio poder. Por cierto: ampararte ciegamente en un grupo es también una manera de elegir el poder, aunque la ideología que dices sostener pretenda salvar a la humanidad. Y aquí estoy pensando de nuevo en Maduro, o en Castro, o en Ortega, y en sus ínfulas de bienhechores de los pobres. En cambio, la conservadora Merkel, que ha defendido a los refugiados y ha sido la única líder demócrata que ha condenado sin paliativos a Arabia Saudí por el caso Khashoggi, me parece una persona de lo más decente, aunque no comparta todas sus ideas políticas. ¿Izquierdas o derechas? Yo prefiero ser librepensadora y aprender de mis admirados Montaigne y Voltaire.

Rosa Montero
(v.pág.1-B del periódico El Informador del 7 de abril de 2019).

En una entrevista con el Financial Times, publicada el 27 de junio, el presidente ruso Vladimir Putin declaró obsoleto el liberalismo. No es el único gobernante actual que cuestiona la doctrina de la libertad. Donald Trump en Estados Unidos, Victor Orbán en Hungría, Matteo Salvini en Italia, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Nicolás Maduro en Venezuela y muchos más han criticado el liberalismo. En algunos temas también lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador, aunque en otros mantiene posiciones liberales.

Cada uno tiene su versión de liberalismo. Para Putin la "idea liberal" es la defensa de la migración, las fronteras abiertas y el multiculturalismo. Lo mismo sostienen Orbán y Salvini. Erdogan suma la falta de respeto a las tradiciones del Islam. Trump cuestiona la migración y el libre comercio. Ninguno lo dice, pero todos se oponen también a los procesos democráticos y a los contrapesos a su poder. Todos se quejan, además, de los medios críticos.

El presidente mexicano es liberal en algunos puntos. No solo no se ha opuesto a la migración, sino que ha apoyado a los centroamericanos (no a los venezolanos) que han ingresado al país. Si bien muchos en su movimiento se oponen al libre comercio, él respaldó el nuevo tratado con Estados Unidos y Canadá, el T-MEC, sobre el que dijo: "Estamos apostando, estamos decidiendo por el libre comercio; no tenemos ninguna duda". También son liberales su insistencia de recortar el gasto público, de no subir impuestos y de combatir la corrupción y los privilegios de los funcionarios.

En otros asuntos, sin embargo, López Obrador es conservador o iliberal. Lo es su propuesta de construir un país autosuficiente que produzca, hasta donde sea posible, todo lo que consume, la cual es inquietantemente similar a la de Trump. También contrarias al liberalismo son sus decisiones de prohibir unilateralmente inversiones mineras, desconocer contratos firmados con constructoras de gasoductos o concentrar las inversiones de petróleo y electricidad en dos monopolios gubernamentales. Es el mismo caso con sus posiciones moralistas sustentadas en el evangelismo cristiano.

Putin tiene razón cuando dice que el liberalismo es rechazado por las mayorías en muchos países. En parte esto es consecuencia de que la gente es por naturaleza conservadora. Las libertades generan desconfianza y mucha gente busca prohibir las conductas o ideas que incomodan... de los demás. Los gobernantes, por otra parte, han aprendido que una forma de ganar votos es apelar a los instintos conservadores y discriminatorios de la gente.

El liberalismo, sin embargo, ha sido la doctrina filosófica, política y económica que mayores beneficios ha aportado a la humanidad. Los primeros vislumbres del liberalismo surgieron en el Renacimiento, cuando el comercio y la banca empezaron a florecer en Europa tras un Medievo de restricciones, y empezó a tener un franco auge en la Inglaterra del siglo XIX. Los niveles de vida de la humanidad tuvieron un aumento espectacular a partir de ese momento. El libre comercio fue crucial, pero también la innovación tecnológica que solo viene acompañada de la libertad de pensamiento.

Muchos políticos se han sentido siempre incómodos ante el liberalismo. La respuesta debe ser contundente. El liberalismo no solo no es obsoleto, sino que es más relevante que nunca. Por eso hay que defenderlo con ahínco ante autoritarios y conservadores.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 16 de julio de 2019).

En el clima político actual cualquier pensamiento crítico sobre el liberalismo y la democracia podría acabar secuestrado por autócratas y diversos movimientos iliberales, cuyo único interés es desacreditar a la democracia liberal en lugar de dedicarse a un debate abierto acerca del futuro de la humanidad. Si bien están más que dispuestos a debatir los problemas de la democracia liberal, casi no tienen tolerancia frente a cualquier crítica que se les dirija.

Una característica de los regímenes iliberales es que dificultan más la libertad de expresión incluso fuera de sus fronteras. Debido a la expansión de tales regímenes, está resultando cada vez más peligroso pensar con actitud crítica en el futuro de nuestra especie.

[...]

Después de la votación sobre el Brexit, el eminente biólogo Richard Dawkins protestó diciendo que nunca se le hubiera debido pedir a la inmensa mayoría de la opinión pública británica (él incluido) que votara en referéndum, porque carecían de los conocimientos suficientes de economía y ciencia política. "Por la misma razón podría convocarse un plebiscito nacional para decidir si Einstein hizo correctamente sus cálculos algebraicos, o dejar que los pasajeros de un avión votaran en qué pista debería aterrizar el piloto".

Sin embargo, para lo bueno y para lo malo, las elecciones y los referéndums no tratan de lo que pensamos. Tratan de lo que sentimos. Y cuando la cosa va de sentimientos, Einstein y Dawkins no son mejores que cualquier hijo de vecino. La democracia da por sentado que los sentimientos humanos reflejan un "libre albedrío" misterioso y profundo, que este "libre albedrío" es el origen último de la autoridad, y que mientras que algunas personas son más inteligentes que otras, todos los humanos son igualmente libres. Como Einstein y Dawkins, una sirvienta analfabeta también tiene libre albedrío, de modo que el día de las elecciones sus sentimientos (representados por su voto) cuentan tanto como los de cualquier otra persona.

[...]

Esta confianza en el corazón puede ser el talón de Aquiles de la democracia liberal.

[...]

Los demócratas liberales comunes y corrientes han sido más leales a la búsqueda laica de la verdad y la compasión, pero incluso ellos la abandonan a veces en favor de dogmas reconfortantes. Así, cuando enfrentan al desorden de las dictaduras brutales y los estados fallidos, los liberales suelen poner su fe indiscutible en el ritual estupendo de las elecciones generales. Luchan en guerras y gastan miles de millones en lugares como Irak, Afganistán y el Congo con el firme convencimiento de que celebrar elecciones generales transformará por arte de magia esos sitios en versiones más soleadas de Dinamarca. Y eso a pesar de los repetidos fracasos, y a pesar del hecho de que incluso en lugares con una tradición establecida de elecciones generales tales rituales llevan ocasionalmente al poder a populistas autoritarios, y dan lugar a algo tan nefasto como dictaduras de la mayoría. Si intentamos cuestionar la supuesta sabiduría de las elecciones generales, no se nos enviará al gulag, pero es probable que recibamos una ducha muy fría de insultos dogmáticos.

[...]

Las democracias modernas están llenas de muchedumbres que gritan al unísono: "¡Sí, el votante es quien mejor lo sabe! ¡Sí, el cliente siempre tiene la razón!"

Yuval Noah Harari
("21 lecciones para el siglo XXI", Penguin Random House Grupo Editorial, México, 2018).

Se soñó con elecciones libres, se diseñaron instituciones electorales sólidas, se peleó por la equidad para las fuerzas en competencia, y luego nadie se puso a ejercer la democracia. Los gobiernos que fueron democráticamente elegidos no cumplieron con las expectativas de responsabilidad pública, los electores que adquirieron derechos no llenaron los zapatos de ciudadanos modernos y los partidos que ganaron competitividad no cumplieron con su papel de oposición ni de diseño de alternativas.

No estoy refiriéndome al actual gobierno, por lo menos no exclusivamente. Al menos los últimos 3 gobiernos federales y muchos gobiernos estatales desde los años 90 caben en esta descripción. Los gobiernos, los electores y los partidos.

Hay que reconocerlo para enmendarlo, primero. Y hay que decirlo en voz alta hoy más que nunca, cuando el gobierno y sus voceros dicen a los 4 vientos que por fin llegó la democracia al país.

Nadie puede poner en duda que el Presidente de la República o que el gobernador de Jalisco o que el próximo mandatario de Baja California fueron elegidos en procesos democráticos. Con un sistema de partidos competitivos, con un ecosistema complejo de medios de comunicación (unos más libres que otros), con autoridades electorales confiables y con votos que cuentan. Sí, por ahí hay lunares, pero básicamente el entramado funciona.

De ahí, a decir que esta es la 1a. vez que en México hay democracia hay un largo, sinuoso y equivocadísimo camino. Cuando Beatriz Gutiérrez Müller dice en la Cámara de Diputados que esta es la 1a. vez que se cuenta con un congreso democrático no sólo hay que reírse, sino que es preciso señalar que ahora es cuando está en riesgo. La elección no es suficiente: las conductas democráticas y los demócratas en acción son los que construirán un país que aún no vemos.

Destruir los organismos autónomos, fortalecer una red política federal paralela a los gobiernos estatales, decidir discrecionalmente sobre los recursos federales, cuestionar la validez y autoridad de la sociedad civil, menospreciar a los medios de comunicación y usar memoranda ejecutiva para librar obstáculos legislativos no son acciones propias de un demócrata. Son actitudes de restauración presidencial.

No hablaré del riesgo futuro de eso: hablaré de las consecuencias que ya tuvo. La Ciudad de México fue uno de los bastiones de la construcción de la democracia mexicana. No sólo por la alternancia (de hecho, en ello le ganaron otras entidades, entre ellas Jalisco), sino por la fortaleza de su ciudadanía. Los chilangos ganaron a pulso el espacio público fortaleciendo partidos alternativos, debates sobre derechos, manifestaciones libres y masivas en la calle. ¿Qué fue de todo eso? Eso que comenzó en el ya lejano 68, que se delineó en los 80 y se consolidó en un cambio de gobierno hacia la izquierda en el 97 y el 2000?

Les diré: los bandos sustituyeron al legislativo, las clientelas a los ciudadanos, los caciques a la sociedad civil, la lealtad a los combativos militantes de izquierda. Los fideicomisos sustituyeron a la rendición de cuentas y los partidos se volvieron testimoniales. Nos hicieron falta demócratas al dejar atrás al PRI. Igual que hoy.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 31 de julio de 2019).

Como casi cualquier otro concepto político, el interés público es una construcción ideológica. Un día, el interés público son las reformas estructurales y, unas horas después, es erradicar la corrupción en México. No digo que sea un concepto plenamente arbitrario, siempre expuesto a los avatares de la lucha política, pero lo que sí es -el interés general- es un campo en permanente disputa. Sin embargo, más allá de eso, su usurpación, para la defensa de determinados objetivos, pone en riesgo la democracia y los derechos humanos.

Convenimos como sociedad que la democracia es el sistema que mejor garantiza la defensa de la voluntad de las mayorías con la protección de los derechos humanos y las garantías constitucionales de las minorías. Convenimos que las mayorías no pueden pisar ciertas líneas rojas ni violar derechos adquiridos. No se puede que una mayoría le quite el derecho al voto a una comunidad. No se puede que una mayoría decida confiscarle los bienes a un tercero, nomás porque sí; o que nuestras libertades estén al libre arbitrio de lo que piensa la mayoría. El interés público tiene límites y por eso hay tratados de derechos humanos, garantías constitucionales y sentencias de la Corte. La tiranía de la mayoría es propio de sistemas políticos no democráticos.

La larga travesía del PRI hegemónico nos dejó el secuestro, por parte de unos pocos, del concepto del interés público. Revisemos los discursos de Gustavo Díaz Ordaz previo a los Juegos Olímpicos de 1968 y tras la masacre de estudiantes en Tlatelolco el 2 de octubre de aquél año. La brutal represión se justificaba bajo un argumento: la defensa del interés público. La defensa de México. Evitar que el comunismo nos arrebatara el país. Obviando, claro está, que el interés general que no es capaz de garantizar la libertad de manifestación, los derechos humanos, resistencia, disidencia y oposición, comienza a coquetear con el fascismo.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 18 de agosto de 2019).

Una democracia es tan fuerte como su oposición. Donde no hay oposición no puede haber democracia. Esto lo han reconocido los mayores estadistas del mundo. Por eso preocupa que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya declarado el 1o. de septiembre que "la oposición está moralmente derrotada". También que los dirigentes de Morena estén cambiando la Ley Orgánica del Congreso para quitar espacios a la oposición.

Los líderes de la 4a. Transformación no tienen por qué preocuparse de la fortaleza de la oposición sino de su debilidad. El principal partido de oposición, el PAN, tiene solo 78 diputados, 15.6% del total. Tratar de debilitarlo más quitándole espacios políticos que por ley le corresponden es un error de estrategia.

Benjamin Disraeli, el notable estadista británico conservador del siglo XIX, lo entendió muy bien cuando señaló: "Ningún partido puede estar seguro mucho tiempo sin una fuerte oposición". Su legado democrático es en buena medida producto de la rivalidad que tuvo con el líder liberal William Gladstone. La alternancia de ambos en el poder ayudó a mejorar las instituciones políticas y económicas del Reino Unido. El ex presidente del gobierno español Felipe González ha señalado que uno de los factores que le permitieron tomar las medidas que transformaron la economía española fue contar con una oposición fuerte y responsable.

En México vivimos demasiado tiempo bajo un régimen de partido hegemónico. Las reformas electorales de 1989, 1993, 1994 y 1996 permitieron dejar atrás ese régimen para que surgiera una democracia cabal, pero una parte significativa del esfuerzo fue el acuerdo entre partidos de 1997, "en el cual participó, entre muchos, Muñoz Ledo", según ha recordado el vicecoordinador de los diputados de Morena, Pablo Gómez. Quizá por eso Gómez ha señalado que "Morena debe hacer un esfuerzo para no caer en métodos que sus dirigentes e integrantes combatieron siempre".

El acuerdo de 1997 establecía la rotación de partidos en la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, dejando de lado el control permanente que había tenido el PRI por décadas. El acuerdo dejó en claro que el presidente de la mesa no es representante de un partido sino de todos los diputados de todas las corrientes.

Independientemente de su descalificación de la oposición como moralmente derrotada, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha defendido la preservación de este sistema de equilibrios que fueron tan importantes para construir la democracia mexicana. Lo aplaudo con entusiasmo. No solo mandó a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, a decir a los diputados de Morena que los cambios a la Ley Orgánica del Congreso "nos están impactando mucho negativamente", sino que calificó como "una vergüenza" en su mañanera esas modificaciones a la ley.

Los diputados de Morena deberían escuchar no solo estas palabras sino la ética política detrás de ellas. La 4a. Transformación, ha señalado Pablo Gómez, "trae grabado el sello de la lucha contra el autoritarismo, la negación de derechos, la represión y la segregación política de críticos y opositores". Por eso no puede simplemente adoptar "la cultura del agandalle". Hay que recordar el espíritu de los acuerdos que se firmaron en 1997. Según Pablo Gómez, "Respetar lo acordado forma parte de la moral del poder".

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 6 de septiembre de 2019).

Es común pensar que las decisiones gubernamentales ocurren en un proceso jerárquico de arriba hacia abajo. Matt Ridley, en su libro más reciente "The evolution of everything", refuta esta percepción al hacer referencia a un estudio que describe cómo se auto-organiza el gobierno en las prisiones en Estados Unidos, de manera espontánea.

El estudio expone la existencia de un código de conducta no escrito entre los prisioneros que busca maximizar su capacidad de acción, con el mínimo uso de la violencia y de la fuerza. Este código funciona cuando la población en una cárcel es relativamente pequeña y homogénea. No obstante, cuando el número de internos rebasa los 200 o 300 individuos, eventualmente surge un grupo o una persona que impone su ley y establece una forma de gobierno sobre la población. Si el gobierno fracasa y no logra un mínimo bienestar, eventualmente será derrocado -en las prisiones- a través de la violencia.

A través de la historia se han dado procesos similares. Cuando una aldea contaba con unos pocos miembros, bastaba con un simple "código de conducta", pero cuando la población excedía algunos cientos de personas eventualmente surgía un líder, un señor feudal o un rey local que establecía un gobierno. Si este gobierno fracasaba, era cambiado -en tiempos pasados, de manera violenta y hoy a través de las urnas-. Después de leer esta obra, me queda claro que el proceso democrático seguirá evolucionando. ¿Qué forma tendrá en 100 años?

Ricardo Salinas Pliego, fundador de Grupo Salinas
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 9 de septiembre de 2019).

La democracia no se construye con la unanimidad ni el pensamiento único; al contrario, éste es su antítesis. El pensamiento libre, la vocación del habla, la expresión abierta de aquello que se piensa genuinamente y que se presenta con valentía como opción viable para los demás, es lo que convierte a una democracia en el lugar común de realización de la civilidad política.

Decía Kant que la libertad se practica de manera auténtica cuando se ejerce el derecho de hacer uso público de la razón.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de septiembre de 2019).

Todos los que vivimos en una democracia, y aun si no es así, debemos tomar consciencia de su fragilidad, del costo de haberla alcanzado y lo fácil que será perderla si no la cuidamos con hechos ante embates de demagogos, populistas, falsarios que mienten impunemente, aprovechando que la democracia se basa en la tolerancia.

Razón y Acción
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 14 de septiembre de 2019).

La historia del África es tan triste como lo ha sido -y lo sigue siendo en buena parte- la de América Latina. Nunca aprendimos que la democracia no sólo consiste en que haya independencia de poderes y diversidad política, sino en tener políticos honrados, que respeten las leyes y que no se aprovechen del poder para enriquecerse y liquidar al adversario. Los Mandelas que llegamos a tener -hubo varios, aunque ninguno tuviera la repercusión mundial que tuvo el sudafricano- fueron aves de paso y no llegaron a crear escuela. Lo peor no es que existan esas basuras humanas como un Robert Mugabe, sino que haya pueblos que voten por ellos y los elijan y reelijan y, como ha hecho Mnangagwa con aquél, los conviertan en "héroes nacionales". Con muy pocas excepciones, ni africanos ni latinoamericanos tenemos remedio, por lo visto.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 15 de septiembre de 2019).

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del anticapitalismo. Incluso aquellos que deberían defender el sistema de libre empresa no quieren hacerlo. 30 años después de la caída del Muro de Berlín, el capitalismo es hoy el sistema cuestionado.

Publicaciones económicas como el Financial Times y The Economist, que tradicionalmente han celebrado el libre mercado, hoy expresan dudas y matices. La Business Roundtable, que incluye a los mayores corporativos de Estados Unidos, ha cambiado su definición del papel que debe desempeñar una corporación: ya no es el beneficio de sus accionistas sino el de toda la sociedad. Es un rechazo abierto a la posición de Milton Friedman, que sostenía que "la responsabilidad social de la empresa es aumentar sus utilidades".

Uno de los argumentos es que la crisis del 2008 demostró los problemas fundamentales del sistema de libre empresa. El 5 de septiembre Gillian Tett escribió en "Does Capitalism Need Saving from Itself?" en el Financial Times: "La crisis financiera de 2008 [socavó] la fe en los mercados libres sin restricciones". El diagnóstico, sin embargo, está equivocado: la crisis fue producto de errores gubernamentales y no de excesiva libertad de los mercados.

La Reserva Federal de Estados Unidos inyectó durante años un exceso de circulante en la economía y provocó burbujas, primero en empresas de tecnología y después en el mercado inmobiliario. El gobierno, a su vez, impulsó una oferta artificial de hipotecas a familias sin recursos a través de garantías de bancos gubernamentales (Fannie Mae y Freddie Mac), subsidios y disposiciones regulatorias financieras. En un mercado libre, los bancos nunca habrían otorgado esas hipotecas.

Muchos empresarios se han dado cuenta que aparentar generosidad puede ser rentable ya que los consumidores prefieren comprar productos de firmas percibidas como generosas. Por eso han creado tantos programas sociales y fundaciones. Esto no significa, empero, que la responsabilidad fundamental de la empresa haya dejado de ser garantizar el máximo rendimiento posible a sus accionistas. Las firmas que lo olvidan suelen pagar un precio muy alto. En 2017, Jason Pérez, un sargento de policía de Corona, California, demandó a su fondo de pensiones, Calpers, porque al tomar decisiones "socialmente responsables", y vender por ejemplo sus inversiones en empresas tabacaleras, provocó un rendimiento menor que terminó por afectar a los futuros pensionados (The Economist, 22.8.19).

Nadie puede cuestionar la generosidad individual de los empresarios que quieren regalar su dinero. En 2010 Bill Gates y Warren Buffett, dos de los hombres más acaudalados del mundo, firmaron un compromiso para donar la mayor parte de sus fortunas a programas filantrópicos. Posteriormente se han unido al compromiso más de 200 multimillonarios y han ofrecido más de 500,000 millones de dólares. Quizá esto les haga sentir mejor, pero sería mucho más beneficioso para la sociedad que reinvirtieran el dinero para generar mayor actividad económica y un mayor número de empleos.

El Estado o los individuos pueden tener responsabilidades sociales, pero es un error imponerlas a las empresas. La mejor labor que estas pueden hacer es lograr utilidades. Si lo hacen, generarán prosperidad, cosa que ni los gobiernos ni la caridad pueden hacer.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 17 de septiembre de 2019).

La Constitución es el instrumento jurídico que rige la vida de una sociedad, es el resultado de un pacto social, expresa el acuerdo de la comunidad, es un compromiso de ajustar las conductas a ese determinado marco legal, por lo mismo la sociedad no nace de la Constitución, sino al revés, es la sociedad la fuente de la cual dimana la Constitución, si nos estamos moviendo en un sistema democrático.

En la historia de México las cosas no siempre han sido así, por el contrario, los constituyentes rara vez han representado la voluntad popular, han sido más bien los emisarios de las facciones políticas que negocian entre ellos para establecer tal o cual cúmulo de leyes que luego promulgan obligando a la gente a someterse a ellas aun cuando jamás las hayan conocido ni mucho menos se les haya pedido su opinión a la hora de elaborarlas.

El punto de partida de estas acciones autoritarias ha sido el prejuicio según el cual solamente la clase política sabe lo que le conviene a la sociedad, solamente ellos tienen la capacidad para entender la realidad y solamente ellos tienen la inspiración para hacer las leyes justas y correctas en favor del estado o de la nación.

Parte de este prejuicio es la abusiva interpretación de la representación que los gobiernos ostentan pues la consideran un cheque en blanco que la comunidad firma con su voto, con lo cual consideran los políticos que ya pueden hacer lo que sea, dado que son los representantes legales del pueblo. Una representación así entendida resulta usurpadora, y se mueve siempre a un paso de la dictadura. La experiencia de tantísimos años nos prueba hasta qué punto ese tema de la "representación" ha sido un verdadero grillete para la democracia, pues si bien la gente ha confiado en sus "representantes", muy comúnmente los "representantes" han sido fraudulentos en el ejercicio de su encargo.

Hacer una constitución desde la consulta a determinadas elites no abona a la justa democracia, en todo caso sigue apostando a una aristocracia disimulada, donde solamente algunos son dignos de expresar su opinión, sea por su poder económico o por su nivel intelectual, o por ostentar un poder fáctico.

Esto nos revela que la comunidad como tal, se le llame sociedad o pueblo, sigue siendo marginada de las decisiones del gobierno al más puro estilo de la era virreinal o de la dictadura porfirista, donde al pueblo le correspondía exclusivamente obedecer y callar, en este caso, cumplir las leyes que a sus espaldas se fabricaran.

La iniciativa de hacer una nueva Constitución podría ser magnífica, pero no necesariamente democrática, para obtener ese nivel se requeriría que en 1er. lugar y por lo menos la mayoría de los jaliscienses hubiese expresado un voto favorable, lo cual requeriría una clara exposición de motivos ampliamente socializada, una información sobre los costos, un proceso para la elección de los constituyentes o para certificar a los que por derecho ya lo son, además de organizar el escrutinio permanente de la sociedad sobre el proceso.

Armando González Escoto
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 22 de septiembre de 2019).

Si atendemos a la anatomía de la democracia, el populismo no es su alternativa, sino el espacio en el que este tipo de regímenes crecen y se reproducen. Es la bacteria que enferma al cuerpo. Y, claro está, si el cuerpo muere, la bacteria también.

Lourdes Mendoza
(v.pág.39 del periódico El Financiero del 23 de septiembre de 2019).
Cómo desmantelar una democracia en 4 pasos.

Facebook
(28 de septiembre de 2019).


El presidente Andrés Manuel López Obrador y la jefa de Gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, han afirmado -no sé si en serio- que los vándalos que han hecho destrozos en las manifestaciones recientes en la Ciudad de México son conservadores. Ellos, sin embargo, se autodenominan anarquistas; su objetivo último, el cual piensan justifica cualquier medio, incluso la violencia, es destruir el Estado.

El pensador francés de mediados del siglo XIX Pierre-Joseph Proudhon ha sido considerado tradicionalmente "el padre del anarquismo". El ruso Mijaíl Bakunin encabezó después un movimiento que fue conocido como anarcosindicalismo, el cual descartaba la idea de Karl Marx de que para abolir el Estado había que pasar primero por una dictadura del proletariado. Peter Kropotkin impulsó el anarcocomunismo, mientras que Emma Goldman y Errico Malatesta defendieron el uso de la violencia para lograr la desaparición del Estado.

Los anarquistas han recurrido con frecuencia a la violencia. 2 bombas lanzadas por anarquistas mataron a 20 y dejaron decenas de lesionados en el Liceu de Barcelona en 1893. La emperatriz Isabel de Austria, el rey Humberto I de Italia y el presidente William McKinley fueron asesinados por anarquistas en 1898, 1900 y 1901, respectivamente. En 1920 un grupo anarquista detonó una bomba en Wall Street y mató a 38.

El presidente López Obrador ha deslindado a los actuales anarquistas mexicanos de los actos de violencia en manifestaciones con el peculiar argumento de que Ricardo Flores Magón era anarquista y "un hombre con ideales y principios [que] casi se quedó ciego de tanto leer". Pero aunque Flores Magón tuvo contacto en Los Ángeles con grupos anarcosindicalistas, su Partido Liberal Mexicano no impulsaba la desaparición del Estado, sino más bien la adopción de políticas públicas, como el salario mínimo, la educación primaria obligatoria y la limitación de la jornada laboral, que requieren de un Estado fuerte e interventor.

Se acerca más a un verdadero anarquismo la filosofía del estadounidense Murray Rothbard, discípulo del economista austriaco Ludwig von Mises, quien sostenía en la 2a. mitad del siglo XX que las personas y las empresas privadas pueden proporcionar todos los servicios que la sociedad necesita, incluso la educación y la salud. Rothbard consideraba que "los impuestos son un robo, simple y llanamente", y que la sociedad puede organizarse sin gobierno. Este anarcocapitalismo, sin embargo, nunca ha promovido medios violentos para acabar con el Estado.

Los anarquistas que están realizando actos vandálicos son más afines al anarcosindicalismo de Bakunin que al anarcocapitalismo de Rothbard. Quieren eliminar el gobierno, pero rechazan también la economía de mercado. Para ellos no hay mucha diferencia entre un gobierno de Peña Nieto o uno de López Obrador.

A estos grupos no se les puede amedrentar acusándolos con sus madres, padres o abuelos. Su actitud es, de hecho, reflejo de una rebelión contra la autoridad paterna o materna. Poco les importa, por otra parte, que el presidente los amenace con un zape. Para ellos la violencia es un vehículo natural para construir una sociedad mejor.

Hemos corrido con suerte hasta el momento porque estos actos vandálicos no han provocado muertes. La historia nos dice, sin embargo, que quien cree que la violencia es la partera de una utopía religiosa o política, tarde o temprano recurrirá al homicidio o al terrorismo.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 4 de octubre de 2019).

En cuanto al capitalismo, sus errores e injusticias son todos remediables mediante justos impuestos.

[...]

Son una necesidad biológica los reyes. ¿Será que reflejan la constitución misma de la psique? Hemos hecho una transacción tan admirable con el asunto de su origen divino que me repugnaría verlos reemplazados por un dictador o por un consejo de obreros y un piquete de fusilamiento.

Lawrence Durrell
("Mountolive", EDHASA, Barcelona, 1970).


Hace unos días leí un interesante artículo titulado "Open Future" escrito por el afamado profesor de historia de la Universidad Hebrea de Jerusalem, Yuval Noah Harari (autor de los bestsellers Sapiens, Homo Deus y 21 Lessons for the 21st Century) que plantea la necesidad de crear un nuevo orden mundial "post-liberal" que combine las valiosas identidades nacionales con un ethos global.

Hoy que un nuevo nacionalismo mexicano ha comenzado a surgir, me pareció de suma importancia entender lo que Harari dice.

Recomendando leer el artículo completo, a continuación traduzco y comento algunos extractos:

Por muchas generaciones, el mundo ha sido gobernado por lo que hoy llamamos "orden liberal global". Detrás de ello está la idea de que todos los humanos compartimos experiencias fundamentales, valores e intereses y que ningún grupo humano es intrínsecamente superior a otro, por lo que la cooperación es más apreciada que el conflicto.

A pesar de que el orden liberal tiene muchas fallas y problemas, ha probado ser superior frente a las demás alternativas. Hoy el mundo (en conjunto) es más próspero, saludable y pacífico que nunca.

No obstante, muchas personas le han perdido la fe al orden liberal. Están de moda ópticas nacionalistas y religiosas que privilegian determinados grupos humanos por encima de otros. Cada vez más gobiernos restringen el flujo de las ideas, de los bienes y de las personas. Surgen muros por todas partes, inclusive en el ciberespacio.

La pregunta que hace Harari es: ¿Si el orden liberal mundial está colapsando, qué clase de nuevo orden puede sustituirlo?

Hasta ahora todos los que retan el orden liberal lo hacen sólo a nivel nacional. Tienen muchas ideas de cómo mejorar los intereses de sus propios países, pero no tienen una visión viable de cómo el mundo, como un todo, debe funcionar.

Los nacionalistas presentan la globalización, el multiculturalismo y la inmigración como el enemigo imaginario (el "coco") que amenaza venir a destruir las tradiciones y las identidades de todas las naciones. ("Ai' viene el coco" es lo que nuestro presidente infiere cuando increpa la época neoliberal).

Ven un mundo dividido en estados nacionalistas, como un sistema de fortalezas amigables, pero amuralladas, cada una con sus propias y sagradas identidades y tradiciones. Imaginan un mundo sin inmigración, sin valores universales, sin multiculturalismo, pero con relaciones internacionales pacíficas y cierto intercambio comercial.

Muchas personas pensarían que ésta es una visión razonable. Sin embargo, todos los intentos que ha habido para dividir el mundo en naciones perfectamente delimitadas han terminado en guerras y genocidios. El problema es que cada fortaleza querrá siempre garantizar su seguridad y prosperidad a costa de las fortalezas vecinas, y sin la ayuda de los valores universales y las organizaciones globales no es posible acordar reglas comunes.

Los nacionalistas más extremos niegan la necesidad de organizaciones internacionales. Ellos dicen: nuestra fortaleza debe subir sus puentes y el resto del mundo se puede ir "al carajo", cuando la verdad es que sin un sistema de intercambio global, todas las economías nacionales existentes colapsarían.

Repito lo que una y otra vez he dicho en este espacio: ningún país es una isla, dependemos y nos necesitamos los unos a los otros. El aislacionismo es un mito.

La única manera en que podremos sobrevivir y florecer en el siglo XXI es como Harari plantea: con una cooperación global efectiva.

Enfrentamos problemas mundiales que ni siquiera las grandes naciones pueden resolver solas, por lo que hace sentido ir más allá de simples acuerdos comerciales y sentirnos leales a la humanidad toda y al planeta Tierra, y no sólo a una nación compuesta por millones de desconocidos que viven en localidades que nunca hemos visitado.

Y mientras las grandes fortalezas se ponen de acuerdo, en la incipiente fortaleza llamada México, amurallada por la ignorancia y el miedo al "coco" que siempre la acompaña, el desafío es hacer que nuestras lealtades y el orgullo nacional que sentimos se anclen más en el saber, en la ética y las leyes que nos rigen, y menos en el folclor, la mediocridad y la charlatanería.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(11 de octubre de 2019).

En México, la democracia se teatraliza y se simula constantemente. Los gobernantes fingen que no se meten en las elecciones. Los diputados fingen que ellos toman las decisiones sobre qué legislar y qué no. Los dirigentes partidistas mantienen su "sana distancia" con el poder. Nuestra cultura política nacional parte de la idea de que la democracia es consenso y cada quien debe jugar su rol o interpretarlo adecuadamente. Admitimos simulaciones permanentes. Nos molesta el conflicto, lo vemos como rijoso, antidemocrático y, por ello, hay que someterlo y empujarlo a la más absoluta clandestinidad.

Así razonamos cuando hablamos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Cuando uno revisa ciertos análisis que se hacen sobre el máximo tribunal pareciera que son un grupo de 11 ministras y ministros con sus batas blancas, esperando a utilizar todo su bagaje científico para resolver nuestros problemas legales, sociales y políticos. Casi unos científicos de laboratorio que deben ser escrupulosamente independientes de todo: el contexto político del país, las ideologías sociales, las instituciones de gobierno, las presiones de los poderes fácticos, la cobertura de los medios de comunicación, sus creencias personales, su trayectoria. Ser juristas de hierro despojados de cualquier atisbo de subjetividad.

La imparcialidad de la Corte es un mito. Lo es igual que cuando hablamos de cualquier institución formada por mujeres y hombres. La imparcialidad es imposible porque los ministros tienen sus ideologías, creencias, afinidades políticas, interpretaciones, contextos familiares. Son parciales. No son científicos analizando la sociedad en un microscopio. Por lo tanto, a los ministros les debemos pedir autonomía, honestidad y prestigio. Poner en duda cualquiera de estos 3 elementos sí afecta la credibilidad de su función como integrantes del máximo tribunal.

La mejor protección a un ministro es su trayectoria. Dice López Obrador que debe haber ministros "más cercanos al pueblo". Discrepo, los ministros tienen que ser personas con amplio prestigio y calidad moral. Su legitimidad emana de la Constitución no de un concurso de popularidad o del voto. Estamos hablando de la Corte, el árbitro que resuelve asuntos tan importantes como nuestros derechos, libertades, límites al poder, diferendos entre instituciones. La Corte no puede jugar un rol definitivo si no está integrada por ministros que son percibidos como intachables y con una trayectoria profesional prestigiosa. En todo el mundo, los gobiernos en turno proponen perfiles afines a su proyecto político. Los partidos liberales proponen ministros liberales y los partidos conservadores proponen ministros conservadores. La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿Tal o cual propuesta de ministro tiene la trayectoria y el prestigio necesario para no subordinarse al poder ejecutivo? ¿Tiene el prestigio y la honestidad probada como para no arrodillarse ante poderes fácticos o partidistas?

De todo este debate nacional sobre la SCJN, me surgen 2 reflexiones adicionales. 1, el ministro Zaldívar, presidente, entiende que la Corte debe jugar también un papel en la opinión pública. Los ex presidentes preferían el silencio frente a las discusiones políticas. Al contrario, Zaldívar se hace presente en redes sociales, defiende sus tesis y debate. Hay quien dice que está colindado con la sobreexposición. Yo difiero. La Corte necesita legitimidad pública y, para ello, debe hacerse presente y defender su independencia frente a los distintos poderes. Callar frente a graves acusaciones es permitir que la credibilidad de la Corte se siga erosionando.

Y, 2o., existe la solidez institucional en la Corte como para resistir los embates del poder presidencial. Sea quien sea el presidente. Al final, la longevidad de los nombramientos, los salarios, el fuero, han permitido que tengamos una Corte razonablemente independiente del poder político. No imparcial, pero sí con autonomía para que cada ministro defienda sin temor a represalias sus posturas.

Y, desde mi punto de vista, la Corte ha hecho su trabajo razonablemente bien en la última década.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 13 de octubre de 2019).

La convulsión social es un síntoma de la crisis de un curso de desarrollo que no atina a garantizar una adecuada gobernanza de una globalización que, posicionada desde la década de los 80 como tendencia dominante, hoy le ha abierto la puerta a los peores discursos y tentaciones de poder. Por ello, lo que debe comprenderse es que modificar el modelo de desarrollo requiere de más democracia e instituciones, y el reto se encuentra en cómo construirlas, porque de otro modo lo que seguirán proliferando la violencia y los discursos de odio.

El caso norteamericano nos enseña que la historia no es lineal y que las regresiones son posibles. El hecho de que el presidente Donald Trump haya sido acusado formalmente, y que su destitución se haya convertido en una probabilidad palpable, es muestra del debate planetario sobre qué tipo de capitalismo y qué clase de democracia se impondrán como dominantes: el que apela al nacionalismo y a los discursos patrioteros, a la xenofobia, el racismo y la exclusión de los más pobres; o aquel que apuesta por un mercado planetario, que no ha logrado ofrecer no solo libre circulación de mercancías, sino sobre todo, bienestar generalizado para la población mundial, garantizando la viabilidad ecológica.

La migración, la violencia en todas sus formas, la pobreza, el hambre, la obesidad como el mal del siglo a nivel planetario, la extinción masiva de especies provocadas por la actividad humana, las nuevas epidemias y los brotes de enfermedades casi extintas, son los signos que habrán de determinar a nuestros días y que habrán de marcar el juicio que habrá de hacerse sobre nuestras generaciones.

La convulsión planetaria es un estruendoso llamado a la conciencia política y moral de las clases privilegiadas; de las y los dirigentes políticos nacionales y globales; de las universidades como instituciones de saber y pensamiento crítico, y de todos aquellos que pueden contribuir a un diálogo público y a la exigencia de un cambio radical en torno a las lógicas de acumulación y despojo que se han impuesto en todas partes. Y todo ello, porque la convulsión y la crisis no pueden convertirse ni en normalidad ni destino para nadie.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 28 de octubre de 2019).

El Estado asume como tarea principal asegurar que se cumplan las expectativas establecidas en la ley fundamental. Ésa es la piedra angular de la democracia constitucional que ahora parece amenazada por una ola de populismos en el mundo que, de manera abierta o encubierta, pretenden someter los principios constitucionales a la voluntad política mediante toda clase de artilugios legales, políticos o de comunicación.

Una de las cuestiones clave es la solidez de las instituciones que permiten la acción de los contrapesos.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 3 de noviembre de 2019).

El sistema político que ustedes han creado se basa en la competencia. Engañan cuando pueden porque lo único que les importa es ganar. Obtener poder. Eso tiene que terminar. Tenemos que dejar de competir unos contra otros. Tenemos que empezar a cooperar y compartir de forma justa los recursos que quedan en este planeta. Tenemos que empezar a vivir dentro de los límites de la Tierra, centrarnos en la equidad y retroceder unos cuantos pasos por el bien de todas las especies vivas. Tenemos que proteger la biosfera, el aire, los océanos, los bosques, la Tierra.

Greta Thunberg, activista sueca contra el cambio climático
(v.pág.56 de la revista Selecciones Reader's Digest de noviembre de 2019).

El diseño de la transición le dio estabilidad económica, política y social al país. Basta con voltear a ver al vecindario latinoamericano para apreciar las virtudes de nuestro modelo transicional. Más de 25 años de democracia electoral, poco más de 20 años de gobiernos divididos, centenares de alternancias federales y locales, sin sobresaltos violentos o rupturas a la continuidad institucional. Es cierto, sin embargo, que nuestra democracia capitalista -como muchas otras consolidadas o en desarrollo- no ha se ha hecho cargo de corregir las nuevas realidades que surgen del cambio social ni las externalidades que el propio modelo genera. El pluralismo competitivo a través del cual se articula el acceso al poder ha gestado la metástasis de la corrupción: la competencia por los votos induce el financiamiento extralegal y, de ahí, el círculo vicioso de la transacción de favores. El terreno que el Estado le ha cedido al mercado bajo el imperativo de la eficiencia, ha agudizado la desigualdad, la exclusión y la depredación irracional del medio ambiente. La contracción del Estado de bienestar ha roto la cohesión social de nuestras sociedades. La arrogancia tecnocrática ha disuelto el sentido de lo público.

Pero, a pesar de sus dolencias, la democracia capitalista (liberal en su acepción más común) es el único modelo de organización política y económica que procura intencionalmente la armonía entre la maximización de las libertades y el desarrollo sostenible y sustentable. Las distintas versiones de las democracias iliberales o de capitalismo autoritario producen la apariencia de bienestar, pero a costa de los derechos y las libertades públicas. Las alternativas nacionalistas o proteccionistas son la ruta probada de regreso a economías empobrecidas y dependientes. Ninguno de los experimentos populistas ha cumplido la promesa de restaurar la grandeza extraviada en la travesía de la globalización. El único legado consistente de estas aventuras ha sido la creciente polarización social y el envilecimiento de la convivencia colectiva.

Roberto Gil Zuarth
(v.pág.38 del periódico El Financiero del 11 de noviembre de 2019).

Mucho hemos dicho que el gran problema de la democracia mexicana es la falta de demócratas, esto es que la aceptamos todos como principio, pero son pocos los políticos que realmente creen en ella. Nadie puede ir por la vida en el siglo XXI hablando en contra de la democracia y tener éxito, el problema es que todos quieren atender sólo la parte de la democracia que les acomoda. Para unos, la democracia se reduce solo a lo electoral e ignoran lo que implica en términos de igualdad de derechos; para otros, lo relevante es la justicia social y eso justifica actitudes antidemocráticas. Lo cierto es que, por unas o por otras, la democracia ha venido perdiendo adeptos o si se prefiere esos que nuca fueron demócratas de verdad han ido saliendo del closet y se desnudan en las redes sociales con comentarios verdaderamente preocupantes por lo que dicen y por quien los dice.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de noviembre de 2019).

La democracia procedimental y representativa entró en franca crisis. Nadie niega que el voto es consustancial a la democracia. No existe democracia sin votar. Sin embargo, votar no es suficiente. En México, votamos durante décadas y, a pesar de ello, no vivíamos en un sistema democrático. En distintos países, la democracia comienza a relacionarse con un mínimo de condiciones de equidad y con una impugnación de lo que supone la prevalencia del dinero sobre los intereses políticos. Incluso, candidatas como Elizabeth Warren, que era casi una extremista hasta una década, hoy tiene posibilidades de convertirse en la presidenta del país más poderoso del mundo. Vamos hacia sociedades que exigen, cada vez más, convergencias entre la política y la economía. No hay democracia sin un mínimo de justicia social. Como en Chile, clases medias que se cansan de su precariedad.

Una recuperación de conceptos tan inherentes a la democracia como la desobediencia civil. No cumplir una norma por un desacuerdo político, es la definición básica de la desobediencia civil. Lo que vemos en las múltiples manifestaciones en el mundo es, precisamente, el traspaso de esas líneas que marcaban la diferencia entre las protestas simbólicas y la apuesta, actual, por el caos y el desorden. Hubo una pancarta expuesta en las manifestaciones en Cataluña que me llamó mucho la atención: "nos mostraron que ser pacíficos no nos lleva a nada". Entramos a una era en donde la desobediencia, el colapso del estatus quo y la desestabilización son ingredientes que empujan a los gobiernos a abrir los candados de su cerrazón.

De la caída del Muro de Berlín a la Gran Recesión de 2008-2009 vivimos en un mundo predecible. El poder político se repartía entre moderados, unos poquito más a la izquierda y otros poquito más a la derecha. Sin embargo, había grandes consensos sobre el modelo económico casi como única alternativa. Las protestas en América Latina, Hong Kong y Cataluña, nos demuestran el agotamiento de dicho consenso. Entramos a una fase de desobediencia e inestabilidad.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.10-B del periódico El Informador del 24 de noviembre de 2019).

Yeidckol Polevnsky, presidenta de Morena, emitió un mensaje en Twitter este 24 de noviembre: "Un día como hoy en 1919, se fundó el Partido Comunista de México. Al cumplirse 100 años, conmemoramos y rendimos un justo y sentido homenaje a las mujeres y los hombres que desde sus filas lucharon por un mundo mejor".

No parece haber hecho Polevnsky mucha investigación. No le atinó siquiera al nombre correcto del Partido Comunista Mexicano. Tampoco se enteró de que el comunismo dejó unos 100 millones de muertos, principalmente por hambrunas provocadas por las confiscaciones de granjas privadas, asesinatos políticos y genocidio. La mayoría de las muertes se registraron en la Unión Soviética y China, pero hubo muchas también en otros países. No recordó tampoco la pérdida de las libertades individuales. A 30 años de la caída del Muro de Berlín, no entendió nunca la tragedia del comunismo.

La cabeza del actual partido de gobierno ha expresado públicamente también su admiración por Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Fidel Castro. Ha considerado como un ejemplo el régimen de Cuba, país en el que no se permite la postulación de candidatos a cargos de elección popular a menos de que sean miembros del Partido Comunista o aprobados por este.

Polevsnky es, por supuesto, una comunista rica. Ella misma ha declarado: "Yo soy voluntaria, no tengo sueldo en Morena. Yo vengo de ser empresaria. Yo vendí las empresas para meter el dinero en el banco y vivir de la renta". En 2013 se benefició de una condonación de impuestos de 16.4 millones de pesos, que ella atribuyó a un error de su contador.

No es ella la única representante de la 4a. Transformación en mostrar entusiasmo con el comunismo. Héctor Díaz Polanco, presidente de la Comisión de Honor y Justicia de Morena, ha expresado su admiración por el régimen venezolano. El Partido del Trabajo y su presidente, Alberto Anaya, son entusiastas acólitos del brutal Kim Jong Un de Corea del Norte. Luciano Concheiro, subsecretario de Educación Superior de la SEP, ha declarado: "Festejar el comunismo desde nuestro país nos parece esencial en este momento, si lo que pretendemos es transformar nuestra lacerante realidad, porque hay que ir más allá de la lucha contra el modelo neoliberal y más allá de una transformación democrática del régimen político".

El 22 de noviembre la Secretaría de Gobernación declaró "personas ilustres" a Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo, 2 fallecidos dirigentes del Partido Comunista. Ayer los restos de Campa fueron exhumados e inhumados en la Rotonda de las Personas Ilustres. ¡Macabro homenaje! A Martínez Verdugo lo conocí y lo aprecié, pero me preocupa el mensaje de alabar al comunismo. Es como si el gobierno estuviera rindiendo homenaje a quienes formaron parte del nacionalsocialismo.

El comunismo y el nazismo se fundamentan en la idea de que el Estado es más importante que el individuo. Por eso mataron sistemáticamente a millones. Muchos afirman que los pecados del comunismo fueron consecuencia de malos dirigentes, como Stalin y Mao; pero el comunismo se fundamenta en la prohibición de la propiedad privada y de los actos de comercio, y para aplicar estas prohibiciones contra natura se requiere el uso de la fuerza.

Es importante mantener viva la memoria del comunismo y del nazismo, pero no para celebrarlos, sino para recordar su violencia y para evitar caer en ellos otra vez.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 26 de noviembre de 2019).

Hace unos años tuve el honor de escuchar al doctor Ulrich Wacker, director en Jerusalén de la fundación liberal Friedrich Naumann, quien detalló con gran meticulosidad las 7 tesis concretas de la libertad. Por su enorme relevancia para nuestra realidad actual, me gustaría compartir algunas de estas ideas de manera resumida.

La 1a. es: la libertad es el derecho fundamental del hombre y tiene sus límites en la libertad del prójimo.

La 2a. nos dice que la libertad respeta siempre las pertenencias del hombre. Una persona debe ser libre para decidir sobre aquello que adquirió con su propio esfuerzo.

La 3a. habla de que la libertad requiere de derecho. El derecho es la condición para que ningún hombre abuse de su libertad con el fin de dañar la libertad de otros.

En la 4a. destaca que la libertad promueve la formación de los hombres. Los individuos únicamente pueden desarrollarse en libertad. Sólo de esta manera, pueden acercarse al ideal del ciudadano independiente y consciente de sí mismo.

La libertad hace posible una mejor sociedad, nos dice en la 5a. tesis. Representa un mandamiento moral que plantea el respeto al prójimo como persona única. Al mismo tiempo construye las bases para una sociedad próspera y pacífica.

En la 6a. apunta que la libertad es la base del bienestar de una sociedad. Sólo donde las personas actúan entre sí libremente y sin abusar de su posición, llegarán al equilibrio de sus intereses.

Concluye con la idea de que la libertad une al mundo, permite la convivencia y la cooperación fructífera entre personas muy diferentes. El ideal mayor de la libertad es convertirnos a todos en ciudadanos del mundo.

Agregaría que la libertad nos hace humanos. Tenemos el don de cambiar y decidir nuestras acciones. Esa es nuestra naturaleza y por ello las violaciones a las libertades individuales nos duelen: quienes las cometen destruyen nuestra esencia.

Es muy fácil saber cuando un gobierno viola descaradamente nuestra libertad y nos esclaviza. Pero es mucho más complejo percibir el robo gradual de la libertad. Por eso, quizá, hay gobiernos alrededor del mundo que han optado por erosionarla poco a poco. Esos gobiernos tienen la esperanza de que, como una rana en una olla de agua sobre el fuego que calienta gradualmente, nos quedemos dormidos y no hagamos nada por defender nuestra libertad, hasta que sea demasiado tarde.

Ricardo B. Salinas Pliego, presidente y fundador de Grupo Salinas
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 2 de diciembre de 2019).

La ideología es el campo de batalla de la política. Eso sostuvo Antonio Gramsci. Y es cierto. No existe acción política desprovista de ideología. Si entendemos ideología como un sistema de creencias que nos permite entender la vida, la sociedad, la economía y el poder. La batalla política supone la búsqueda permanente por la preminencia ideológica. ¿Quién dota a la realidad de la explicación que mejor embona con el sentido común de la gente? ¿Quién construye hegemonía, en palabras del italiano?

Durante décadas, nos dijeron que la ideología había muerto. La historia estuvo atada en el siglo XX a la disputa ideológica y, tras la caída del Muro de Berlín o la disolución de la Unión Soviética, no había otra alternativa más que redactarle su epitafio. Incluso antes, Daniel Bell escribió "el fin de la ideología" en 1960. Luego Francis Fukuyama escribió el "fin de la historia". La reflexión detrás de ambos textos era una: la victoria del liberalismo suponía la inutilidad de la ideología. El mundo avanzaba, con pies de plomo, hacia una era de racionalismo y pragmatismo. Lo ideológico era casi tribal. El nuevo hombre, para el pensamiento liberal, tenía que ser ciudadano, consumidor y nada más.

Sin embargo, la ideología eppur si muove. Nunca dejó de existir. El neoliberalismo y su pasión tecnocrática quiso asumirse como la racionalidad pública y privada hegemónica. Renegaban de la ideología y se veían así mismos como a-ideológicos. Es decir, los guardianes de la técnica sin condicionamientos de ningún tipo. No obstante, lejos estaban de ese pensamiento aséptico. El duro cuestionamiento del neoliberalismo, y su afán tecnocrático, ha devuelto el debate ideológico al centro de la política mundial.

En Estados Unidos, ese país en donde nos decían que cada elección sólo significaba escoger entre la Coca-Cola y la Pepsi-Cola porque los demócratas y los republicanos eran básicamente lo mismo, gobierna Donald Trump, un nacionalista de extrema derecha. ¿Y quién es su adversaria? Pues, todo parece indicar, que será Elizabeth Warren, una mujer que hace algunos años hubiera sido descartada de antemano por "socialista". Elegir entre Warren o Trump supone optar por modelos de país radicalmente distintos. Brasil es gobernado por un fascista como Jahir Bolsonaro y la alternativa es el excarcelado Luiz Inácio "Lula" Da Silva. Y si vemos el resto de América Latina, notaremos que "el centro" está borrado. La disolución del extremo centro, siguiendo el razonamiento de Tariq Ali.

¿Qué pa­sa en Eu­ro­pa? Ale­ma­nia se de­ba­te en­tre el as­cen­so de la ex­tre­ma de­re­cha y los Ver­des, que sus­ti­tu­yen a la so­cial­de­mo­cra­cia. En Fran­cia, Emanuel Ma­cron ha per­di­do 40 pun­tos de acep­ta­ción en 2 años de man­da­to. En Reino Uni­do, los con­ser­va­do­res se han mo­vi­do a la de­re­cha y hoy son un par­ti­do hi­per-na­cio­na­lis­ta. Los la­bo­ris­tas de Je­remy Corbyn es­tán em­pe­zan­do a re­mon­tar, pe­ro pa­re­ce tar­de. In­clu­so, en las elec­cio­nes del pró­xi­mo miér­co­les 12 de di­ciem­bre, el Par­ti­do Na­cio­na­lis­ta Es­co­cés pue­de ga­nar todos los es­ca­ños de Es­co­cia. Al­go nun­ca an­tes vis­to. En Es­pa­ña, Vox, la ex­tre­ma de­re­cha, ga­na fuer­za a cos­ta de Ciu­da­da­nos. Y el in­de­pen­den­tis­mo en Ca­ta­lun­ya ro­za cuo­tas de po­der his­tó­ri­cas. Se rom­pió el ex­tre­mo cen­tro y Mé­xi­co no es­tá exen­to de ello.

Có­mo ex­pli­car es­ta ten­den­cia po­lí­ti­ca al ex­tre­mis­mo. Qué ra­zo­nes se en­cuen­tran de­trás de es­ta de­ri­va. En 1er. lugar: las nue­vas dinámicas de in­for­ma­ción. Las re­des so­cia­les eran una gran opor­tu­ni­dad pa­ra la cons­truc­ción de es­pa­cios plu­ra­les de de­ba­te, sin cen­su­ra y en li­ber­tad. Hay quien cre­yó que eran las ágo­ras grie­gas con­tem­po­rá­neas. No obs­tan­te, hoy las re­des so­cia­les son me­ca­nis­mos de au­to­afir­ma­ción y fa­na­tis­mo. Los al­go­rit­mos que de­fi­nen las re­des so­cia­les pro­vo­can un efec­to con­tra­rio al plu­ra­lis­mo: per­mi­ten la re­pro­duc­ción de co­mu­ni­da­des ce­rra­das que se re­fuer­zan sus pro­pias ideas. Es de­cir, You­tu­be, Twit­ter, Fa­ce­book no son es­pa­cios que fa­ci­li­ten la he­te­ro­ge­nei­dad de opi­nio­nes, sino que iden­ti­fi­can en ti un pa­trón de opi­nio­nes y pro­pi­cian acer­car­te con quien pien­sa igual que tú o in­clu­so quien pue­de ra­di­ca­li­zar­te más. Es­ta ope­ra­ción pro­vo­ca que ha­ya per­so­nas que va­yan re­afir­man­do ca­da vez más sus opi­nio­nes y sean in­ca­pa­ces de en­ten­der las opi­nio­nes de los de­más. Hay que de­cir­lo claro: las re­des so­cia­les, en su mez­cla de au­to­afir­ma­ción, pro­pa­gan­da y ano­ni­ma­to, es­tán ra­di­ca­li­zan­do a los pú­bli­cos.

Otro ele­men­to im­por­tan­te a to­mar en cuen­ta es la irrup­ción de dis­tin­tos mo­vi­mien­tos po­lí­ti­cos de trans­for­ma­ción que es­tán ge­ne­ran­do una, in­dis­cu­ti­ble, reac­ción au­to­ri­ta­ria. A to­da ac­ción po­lí­ti­ca le equi­va­le una reac­ción. Co­mo las le­yes de la fí­si­ca. El as­cen­so del fe­mi­nis­mo, el eco­lo­gis­mo, el et­ni­cis­mo, el so­be­ra­nis­mo, ha pro­vo­ca­do que apa­rez­can bro­tes de mi­so­gi­nia des­in­hi­bi­da, ne­ga­cio­nis­mo del cam­bio cli­má­ti­co o na­cio­na­lis­mo agre­si­vo.

Y, otra vez, en­tra la in­for­ma­ción en es­te de­ba­te di­co­tó­mi­co. La red per­mi­te que nos ha­ga­mos de in­for­ma­ción de cual­quier ma­ne­ra. Uno pue­de en­con­trar la in­for­ma­ción que quie­ra en in­ter­net. Exis­ten ar­tícu­los, vi­deos, no­tas, co­lum­nas, lo que sea pa­ra pro­bar cual­quier pun­to. Si hay un lo­co que quie­re pro­bar que la tie­rra es pla­na, exis­ten pá­gi­nas de in­ter­net que se su­man a su es­pí­ri­tu te­rra­pla­nis­ta. Si hay otro lo­co que quie­re pro­bar que hay ra­zas que tie­nen me­nos ca­pa­ci­dad in­te­lec­tual, tam­bién hay teo­rías desa­rro­lla­das en in­ter­net. La pro­fu­sión de in­for­ma­ción per­mi­te que las ideo­lo­gías más abo­mi­na­bles pue­dan en­con­trar un su­pues­to res­pal­do in­for­ma­ti­vo.

Y, por úl­ti­mo, el fa­na­tis­mo es pro­duc­to de una so­cie­dad de mer­ca­do que sa­be que fa­na­ti­zar es el me­jor ca­mi­no­ ­pa­ra ex­plo­tar el con­su­mo. Su­ce­de no só­lo en la po­lí­ti­ca, sino tam­bién en los de­por­tes, en las se­ries o en otros as­pec­tos de la vi­da. Fa­na­ti­zar su­po­ne te­ner con­su­mi­do­res cau­ti­vos de cier­tas ideas, sím­bo­los o fe­ti­ches que ga­ran­ti­zar una semi es­cla­vi­tud men­tal.

Vi­vi­mos en so­cie­da­des fa­na­ti­za­das, en par­te tam­bién por­que los dis­cur­sos cen­tris­tas y mo­de­ra­dos mos­tra­ron su in­ca­pa­ci­dad pa­ra trans­for­mar la reali­dad que di­je­ron que que­rían cam­biar. Sin em­bar­go, es­tas ten­den­cias nos pue­den lle­var a la cons­truc­ción de co­mu­ni­da­des que es­tán atadas al pen­sa­mien­to úni­co. Co­mu­ni­da­des en red que se au­to re­fuer­zan y li­mi­tan la po­si­bi­li­dad de diá­lo­go en una so­cie­dad plu­ral. Más aho­ra que nun­ca es im­por­tan­te edu­car en la di­ver­si­dad de pen­sa­mien­to, ha­cer pe­da­go­gía de lo va­lio­sa que es la di­fe­ren­cia. Y en­ten­der que en so­cie­da­des he­te­ro­gé­neas lo que de­be­mos ha­cer es cons­truir puen­tes pa­ra evi­tar que los ra­di­ca­lis­mos in­fun­dan el odio y la des­truc­ción co­mo los úni­cos ca­mi­nos po­si­bles. La po­lí­ti­ca es el ar­te de li­diar ci­vi­li­za­da­men­te con la di­fe­ren­cia. El re­torno de la ideología sig­ni­fi­ca tam­bién la ne­ce­si­dad de la po­lí­ti­ca. La fa­na­ti­za­ción im­pli­ca la ne­ga­ción per­ma­nen­te del otro y sus ideas. Es­ta­mos en un mun­do (y en un Mé­xi­co) en don­de los de­mó­cra­tas son ca­da vez más im­pres­cin­di­bles.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 8 de diciembre de 2019).

A partir de las manifestaciones de los "chalecos amarillos" en París, se han sucedido tanto en ciudades europeas como de Asia y América Latina una serie de levantamientos populares cuyo común denominador ha sido la violencia desatada, ¿cómo explicarlo?

A nivel socioeconómico, los regímenes de derecha prometieron una sociedad de bienestar, tema común en Europa, pero que en América Latina derivó a sistemas neoliberales que apostaron al enriquecimiento de unos pocos siguiendo la teoría del "tinaco", es decir, una vez que la riqueza se acumula en algunos, se derrama sobre todos los demás automáticamente, teoría desmentida por el Premio Nobel de Economía J.Stiglitz desde hace ya casi 2 décadas.

Los gobiernos se uncieron a este sistema a cambio de reconocimiento diplomático y nuevos préstamos, que se obtuvieron sujetando la administración del bien social a las normas que recibían de las entidades financieras mundiales, entre las cuales se incluye el drástico recorte a todos los programas sociales.

Entre tanto la mercadotecnia del capitalismo neoliberal no ha cesado de mostrar a ricos y pobres la infinitud de espacios, cosas, lugares y condiciones que puede lograr si tienen dinero. Pero la misma gente ha podido constatar que esas superiores formas de vida no son para los pobres, sino para quienes tienen el control del "tinaco". El resultado ha sido un profundo resentimiento social y una gran frustración, ni la izquierda ni la derecha han podido hacer realidad esos sueños, además desproporcionados, que les fueron prometidos.

Los gobiernos de izquierda prometían lo mismo, pero a un costo más alto que ha pasado por toda clase de dictaduras y al final todo quedó en un reparto populista de recursos a las masas sociales, lo cual les ha permitido más o menos sobrevivir, tanto a la gente como a los gobiernos, toda vez que éstos, al apoyarse en los pobres, se apoyan en las mayorías; sin embargo, tampoco ha bastado, como se puede deducir de las protestas e inconformidades sociales en Nicaragua y en Bolivia.

Esta violencia social sudamericana no ha llegado a México, en parte porque el actual gobierno está dando respuestas a las masas sociales, cosa que no advierten quienes ciegamente critican y sabotean dichas acciones; y sin embargo, tampoco esta política es una solución a largo plazo, en cierto modo estaríamos repitiendo esquemas que ya fueron ensayados en otros países con poco éxito o ninguno, acciones que calman los ánimos sólo por un tiempo, pero si ese "tiempo" no se aprovecha para construir soluciones integrales y de mayores horizontes, sólo estamos posponiendo la violencia que vemos en otras partes.

Nuestra actual violencia mexicana es delincuencial, por un lado, y anárquica, aunque bien pagada, por otro; en todo caso, el hartazgo de la sociedad no va contra el sistema económico y político en ensayo, sino contra la corrupción y la impunidad que se afanan en proseguir.

Armando González Escoto
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 8 de diciembre de 2019).

El modelo político de elecciones periódicas que representa la democracia se está degradando paulatinamente, lo que pone en peligro la convivencia pacífica y la libertad individual de todos nosotros. Debemos tomar conciencia de su fragilidad y del enorme sacrificio que representa el haberla conquistado, por lo que todos debemos cuidarla con hechos y defenderla contra demagogos que se aprovechan de su fundamento en la tolerancia y la manipulan en beneficio de sus intereses personales o políticos espurios.

Las crisis económicas recurrentes y el auge de la tecnología han frenado la prosperidad identificada con la democracia, por lo que los viegos demonios del fascismo, comunismo y nacionalismo extremos, agazapados en lo profundo de la condición humana, el miedo, el sectarismo, el fanatismo, el racismo y el nacionalismo excluyente y discriminatorio están reapareciendo.

Sergio López Rivera
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 21 de diciembre de 2019).

El liberalismo político es en realidad un sistema de ideas que propone la defensa de la libertad y el espacio de la tolerancia. Sostiene la idea de la dignidad de la persona y defiende los derechos humanos y la libertad económica levantando una barrera contra el conservadurismo y la concentración absolutista de poder. Para hacer realidad estos principios sostiene la necesidad de imponer el Estado de Derecho como mecanismo esencial para establecer la vigencia de la libertad y los principios de igualdad.

Sobre estas ideas se ha construido el estado democrático y luego el llamado estado de bienestar, que según algunos ha agotado su ciclo. Por otra parte, el llamado neoliberalismo es una corriente que dentro de los principios liberales defiende la libertad económica ante la intervención del Estado y pondera el valor del mercado como instrumento de generación de valor para la sociedad.

En México se han levantado las banderas político-electorales para calificar al neoliberalismo como una propuesta conservadora e impulsar cambios en los mecanismos de distribución de los ingresos. Sin embrago, como sucede también en otras partes del mundo, subyace un cuestionamiento en conjunto hacia todos los principios liberales, que abre espacio a tentaciones, esas sí, profundamente conservadoras que proponen una concentración de poder tal que permita la imposición de modelos políticos.

El filósofo norteamericano John Rawls es quizá el más influyente pensador con respecto al liberalismo en el siglo XX, quien se propuso dar sustento teórico a una idea de la justicia en la sociedad de nuestro tiempo. Su propuesta liberal parte de la vigencia de libertades y derechos que permiten establecer parámetros de igualdad equivalente entre los individuos. Ahora mismo se ha desatado en Estados Unidos y Europa un intenso debate sobre la vigencia del liberalismo, sobre el impacto de las políticas de apertura comercial en el mundo, y respecto al respeto de la dignidad personal.

Uno de los motores de la inconformidad que se ha levantado en Hong Kong, en Irán, o en Chile, no sólo tiene que ver con los temas de la coyuntura local, sino con la rabia contenida por muchos años provocada por la tensión de llegar al fin de mes sin que alcance el ingreso, o sin alcanzar las metas establecidas por las empresas, o sin lograr los objetivos de la pareja o simplemente por la frustración ante las expectativas personales.

Esta presión creciente es identificada como una falta de respeto a la dignidad personal, como una violación de derechos que exige respuesta. No se trata de una cuestión ideológica, sino de la necesidad de expandir los derechos protegidos por la ley a nuevas realidades sociales y económicas. Ante esto, algunas autoridades tienen la tentación de imponer por la fuerza soluciones como en el caso de China, mientras otras buscan entender y pactar como en Chile.

El espacio que se abre para un populismo, que con el pretexto de defender cuestiones de coyuntura carga con los principios del liberalismo, es profundamente peligroso. El caso de Donald Trump resulta aleccionador cuando muestra su desprecio a la ley e impone decisiones en el límite del respeto a la dignidad como en el caso de la política migratoria. La defensa de la libertad, el imperio de la ley, la democracia y los mecanismos de compensación social son parte esencial del liberalismo.

La satanización del neoliberalismo visto como ideología, no debe ser pretexto para atentar contra los principios que rigen a los estados democráticos de derecho con vocación de igualdad social. Los cambios impuestos sin respeto a la libertad resultan aventuras infructuosas, por eso en el caso del Reino Unido con el Brexit, o en las negociaciones de Estados Unidos con China, se cuida con extremo cuidado el respeto a la democracia y la libertad.

Los cuestionamientos al liberalismo parten de la necesidad de expandir los derechos no de restringirlos. La rabia social se fermenta en la polarización y el autoritarismo surge cuando el desorden impera. La respuesta debe venir del Estado de Derecho y del ejercicio de la participación de una sociedad cada vez más inmersa en la presión, la ilusión y el desencanto.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 22 de diciembre de 2019).

Los gobernantes se encuentran perplejos ante hechos que, con una apariencia de agitación político ideológica, se expresan como revueltas trasversales que carecen de liderazgos claros. El hartazgo de llegar al fin de mes con la cartera vacía, con cuentas interminables y con expectativas de vivir experiencias como una forma de acumular una riqueza intangible, provoca un contagio virulento que pasa por los dispositivos digitales.

En el fondo, estas olas de inconformidad son un cuestionamiento profundo respecto al modelo del buen vivir. Los movimientos que ponderan la felicidad como experiencia, que cuestionan la acumulación como método o la expansión religiosa en muchas partes del mundo han encontrado un caldo de cultivo en la desesperanza de muchas personas a pesar del progreso. La tentación de responder con la fuerza y el autoritarismo ante estos movimientos parece una trampa del destino, porque la inconformidad no va a parar a palos, sino que, por el contrario, puede hacerla crecer. Estas manifestaciones son posibles gracias a la vigencia de las libertades y en ese sentido son hijas del liberalismo, y al mismo tiempo ponen en riesgo la vigencia y expansión de estas mismas libertades. Por eso parece urgente atenderles y dialogar para encausar localmente el descontento.

La defensa de la libertad implica que las autoridades no pueden imponer a las personas una concepción determinada del buen vivir, o justificar las decisiones políticas prefiriendo una visión de lo que se considera excelencia humana a la sociedad, sino que cada uno tenga la capacidad y el espacio para decidir su modelo de vida, con respeto al de los demás.

La indignación detrás de estos movimientos habla de que en los hechos las autoridades imponen un modelo de vida que lesiona la libertad y la dignidad de las personas, haciendo pasar de la inconformidad a la indignación.

La conciencia del derecho a decidir el modelo de buen vivir ha llevado a escalar el debate sobre la igualdad, que es otra de las grandes causas de la inconformidad. Nunca, como hoy, la conciencia del derecho ha sido tan profunda y extensa a la vez. Por eso estas revueltas son luchas por la libertad que reclaman espacio a mecanismos igualitarios específicos en cada nación o comunidad.

El espectro se pasea por todas partes y habrá que atender a las causas del enojo defendiendo las libertades y los derechos, sin ellos la igualdad se vuelve una ilusión.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 29 de diciembre de 2019).

De momento parece claro que los líderes de países como la Gran Bretaña, Estados Unidos y México se han manifestado públicamente en contra del sistema económico neoliberal, aunque desde muy distintas posiciones y con muy diversos horizontes, bastaría con observar que esa postura, en Estados Unidos, va directamente en contra de la Unión Europea.

No obstante este combate al neoliberalismo, las imposiciones de instancias financieras mundiales avaladas por Estados Unidos siguen siendo de corte neoliberal, lo que provocó el año pasado serios disturbios en Chile, Ecuador y Colombia; en esos países la sociedad fue la que se manifestó en contra del sistema neoliberal, en tanto que sus gobiernos, se mantenían alineados con dicho sistema y por recomendación venida del norte intentaban disminuir los apoyos sociales que se otorgaban a la población más vulnerable vía subsidios.

La cuestión es ¿qué sistema sí?, ¿se trata de volver al capitalismo salvaje de corte nacionalista, como lo expresa el presidente norteamericano, donde lo único importante es volver a hacer grande a Estados Unidos? Esa forma de entender la economía restablece una relación desigual entre los países, donde los poderosos dominan y someten a las economías débiles y las hacen dependientes hasta el servilismo, sin permitirles nunca un desarrollo económico soberano.

Actualmente, en nuestro país el sistema económico no está definido, lo único expuesto por el presidente es el abandono, relativo, del sistema neoliberal, lo cual le permite ignorar cualquier recomendación en materia de limitar apoyos sociales, que desde luego ha prodigado como nunca antes, beneficiando en el aquí y el ahora a numerosas personas realmente necesitadas; pero la redistribución de la riqueza, por sí misma, no constituye un sistema económico, en todo caso sería un recurso remedial al sistema vigente, entonces ¿la idea implícita del presidente Andrés Manuel sería regresar al capitalismo social de los años 50-60 del siglo pasado? El problema es que no sabemos en realidad qué es lo que realmente se pretende.

A nivel internacional el combate abierto que Estados Unidos hace a la Unión Europea no nos favorece, pues debilita un bloque político y comercial que puede y debe actuar como punto de equilibrio para el hemisferio occidental, en cierto modo, la debilidad europea nos pone en manos solamente de un actor, mientras que la sumisión a Norteamérica, si bien genera beneficios a diversos sectores de México, no nos permite la soberanía necesaria para alcanzar el crecimiento y el desarrollo que garanticen nuestra soberanía.

A diferencia de las políticas exteriores de la Unión Europea y de China, la política permanente de Estados Unidos es de sometimiento, de fomentar la sumisión, nunca la autonomía, de mantenernos siempre en condiciones de dependencia, de tal modo que cualquier decisión que en México se tome, en muchas materias, debe luego revocarse si a los vecinos del norte les incomoda, veamos lo que ha sido el tema migratorio centroamericano, lo ocurrido con el sonado refugio dado a Evo Morales y luego hábilmente negado, la cancelación de inversiones chinas, los mil manejos del T.MEC, no cabe duda que la "fraternidad universal" que ha hermanado siempre al sistema político mexicano con Norteamérica sigue teniendo un costo muy alto para el destino de México.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 12 de enero de 2020).

El CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, en un editorial titulado "Unless we change capitalism, we might lose it forever", afirma: "El capitalismo debe modificarse para hacer un mejor trabajo creando sociedades más sanas, más incluyenete y que genere más oportunidades para un mayor número de personas. Eso significa hacer cambios profundos en nuestro sistema de educación, proveer capacitación contiua, salud pública ascequible, incrementar la inversión en infraestructura, una reforma migratoria sensible y políticas que atiendan el cambio climiático. Y eso es solo para empezar".

Dimon hace un llamado por una mayor y más eficaz colaboración entre gobierno y el sector privado para lograr estos objetivos, reconociendo que las empresas deben ser un actor más activo en la búsqueda de soluciones con acciones concretas en beneficio de la sociedad.

Han Zheng, viceprimer ministro de China, quien fue alcalde de Shanghai de 2003 a 2012, hizo un llamado a la colaboración entre los países. "Ningún país podrá conseguir un crecimiento económico notable fuera de la división global del trabajo. Los países necesitan trabajar juntos, desarrollar nuevos mecanismos de colaboración global y contribuir para asegurar que todo el mundo pueda beneficiarse".

En otras palabras, el CEO de uno de los bancos más emblemáticos de Wall Street y un alto político de la nomenclatura de la China comunista, argumentan que el mundo requiere de un sistema capitalista distinto, pero al mismo tiempo, abierto e interconectado. Los 2 rechazando las salidas fáciles e irresponsables de producción, así como de proteccionismo y nacionalismos.

Julio Madrazo
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 23 de enero de 2020).

Que un gobierno haga caso omiso de los ciudadanos es casi esperable. Que se conduzca con mecanismos autoritarios es atribuible a su naturaleza y a la razón del poder. Que se incline a operar con lógicas represivas y pragmáticas es la norma. Que no escuche, que busque su sobrevivencia electoral, que procure aniquilar a sus adversarios (metafóricamente o no metafóricamente), que intente la inmortalidad política y que ansíe ocultar la verdad de sus errores o trapacerías es no sólo normal, sino que es casi su tarea porque su naturaleza se lo exige. Tiene que usar el poder y ampliarlo, so pena de que se lo quiten. Esto es así en Jalisco, en Canadá, en la India, en Venezuela o en Suecia y ha sido así hoy, ayer, mañana y el siglo pasado. Es la lógica agandalladora del poder.

Pero entonces, ¿todos los gobiernos son iguales? No, claro está que no. Hay gobiernos mejores y peores. ¿Cuál es la diferencia? Los empaques en la tubería. La forma en la que se les aprieta, limita y conduce. Los límites. Unos gobiernos están más limitados que otros y eso, que suena a impedimento, es la garantía de libertad.

El gobierno de Francia no es bueno, pero tiene límites, mínimos y máximos, mucho más estrictos que el de Venezuela. Eso no guarda relación ni con la ideología de los gobernantes ni con la rectitud o gandallería de los ciudadanos. Los límites están relacionados con los mecanismos institucionales, legales y políticos para poner frenos. Los mecanismos de solución de conflictos, de legislación y de vigilancia no están sujetos al humor, la honestidad o el carisma del gobernante en turno. Esos mecanismos son los empaques.

Por eso es tan preocupante la desaparición de la CNDH en México. Su muerte se anunció con el torcido nombramiento de Rosario Piedra al frente de la institución, pero es ahora cuando caemos en la cuenta de que ya no está, como ese familiar al que comenzamos a entender muerto varios meses después de haber acudido a su funeral. Un día, cuando volteamos a su lugar en la mesa, ahora sí, comprendemos que de verdad ya no está.

Me sucede lo mismo con la CNDH. Volteo a su lugar en la mesa de la frontera y ya no está. Apenas comprendo que ya no está para garantizar protocolos, no está para recoger quejas, no está para observar el trato a periodistas en las estaciones de migración ni para registrar el maltrato a los migrantes. Ya no está. El gobierno tiene una fuga en los empaques democráticos y nosotros tenemos un muerto más.

Ivabelle Arroyo
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 29 de enero de 2020).

El hecho básico: el sistema económico que vivimos sigue fundado en una profunda desigualdad no sólo al interno de las sociedades sino en el concierto de las naciones, desigualdad en las reglas, en las oportunidades, en el reparto de los beneficios, en el disfrute de las nuevas posibilidades científicas y tecnológicas, en los logros educativos, en la participación democrática. Adicionalmente, los gobiernos de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo han sido permanentemente cómplices de esta desigualdad internacional a cambio de beneficios personales o políticos, es decir, enriquecimiento de la clase gobernante y su perpetuación en el poder. Este hecho, no sólo perpetúa el sistema político sino su conocida ineptitud, pareciera que la norma es poner al frente de la administración a las personas menos capaces a fin de que su nulidad favorezca la precariedad social y sistémica. El resultado, la inevitable migración, no les puede ir peor de como ya les está yendo.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 2 de febrero de 2020).

Las ideas del bien, de caridad, de razón, todo eso puede triunfar. Pero en efecto el mundo busca demostrar lo contrario: la bestialidad, la corrupción, los crímenes. Quiero señalar eso. En muchos países está. Veamos a Trump, hay varios países que ahora son dirigidos por los más estúpidos. Tienen una inteligencia a corto plazo, egoísta.

Philippe Claudel
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 9 de febrero de 2020).

El paradigma de la democracia liberal se está derrumbando frente a nuestros ojos. Ni el sistema económico, ni las instituciones políticas, están a la altura de los principios para los cuales fueron creadas: libertades, Estado de Derecho y bien común. Ante el desmoronamiento vemos surgir autoritarismos, que equivocadamente se tachan de populismo. Gozando del apoyo de la mayoría ciudadana, Trump, Bolsonaro y Johnson, reafirman su poder y fascinación por el control absoluto de sus países con la legitimidad de las instituciones, para imponer su visión del mundo. No es nada alentador ante los inmensos retos y metas que el sistema político-económico mundial se había planteado para esta década.

Julio Madrazo
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 13 de febrero de 2020).

La libertad de expresión es un valor democrático; el derecho a estar de acuerdo o a disentir; el derecho de réplica, la rendición de cuentas... son valores democráticos. No está escrito así que yo sepa, pero escuchar, considerar las opiniones de los demás, sobre todo si son críticas, rectificar si hace falta, ser humilde, son conductas que dejan en evidencia un comportamiento democrático.

Incluir antes de excluir; ser consecuente con el cargo de poder del que se es responsable gracias al mandato popular, corregir cuando sea necesario, respetar a las instituciones creadas por el Estado y la sociedad y reconocer diferencias sin descalificar, son valores y conductas democráticas. Entre muchas más enfocadas en considerar a los que se debe el honor y el privilegio de servir, a la gente, electores o no, al pueblo que es su razón de ser; madurar.

Lo contrario a esto que describo es autoritario y practicarlo así con las tergiversaciones pertinentes y oportunas, se ha convertido en un arma política y de manipulación de masas, no exactamente a través de los medios de comunicación a los que se ataca de manera persistente y sistemática, sino de las redes sociales que se han convertido en los medios de comunicación directa entre gobernantes y gobernados.

No soy yo quien va a decir que el uso de redes sociales para comunicar de parte de los funcionarios sea un error, no está mal; el problema es que se desdeña y/o descalifica cualquier otro medio, cualquier otra forma de comunicación cuando es adversa o distinta al discurso oficial y esta postura, que lamentablemente cunde en Jalisco, México y el mundo, es todo menos democrática.

Además, ignorantes del ejercicio periodístico, de la ética periodística, de las características de los mensajes, del ciclo de la comunicación, de toda la formación, práctica y experiencia de la profesión, simplemente hablan o escriben, sin considerar a los diversos públicos y sin que les importe demasiado si se apegan a la verdad o no, que es la esencia del periodismo; y lo que están generando es división, sí, esos, a los que les correspondería unir y convocar a todos sin distinciones de ningún tipo en un pleno ejercicio democrático del poder.

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 15 de febrero de 2020).

En diciembre de ese 1981, la víspera del día de la Constitución, me despertó el ruido de transportes pesados. Yo vivía relativamente cerca de la División Acorazada Brunete e inmediatamente pensé que eran los tanques que se dirigían a tomar Madrid (seguíamos temiendo que dieran otro golpe). Medio dormida, horrorizada, me vestí a toda prisa, me metí en mi coche 2 caballos, le destrocé una aleta al desaparcar de los puros nervios, y conduje escopetada hasta el puente cercano, sobre el que vi pasar, con civil y pacífica parsimonia, a las 4 de la madrugada, en la ciudad dormida, varios camiones transportando enormes vigas. Qué feliz me sentí con mi chapa rota. ¿Y a dónde quiero llegar con todo esto? A intentar transmitir lo intransmisible. A señalar lo mucho que nos ha costado tener lo que tenemos. Y a resaltar lo valioso que es, pese a todos los peros. Cuidemos de nuestra democracia, de nuestra convivencia. Porque lo que no se defiende puede perderse.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 15 de marzo de 2020).

El populismo está convertido en un cáncer casi incurable en la mayoría de las sociedades, tanto occidentales como en Asia. Bajo el pretexto de las consultas populares y a las bases de partidos políticos y estamentos sociales, los mitos populistas y la pulverización de las opiniones se convierten en instrumentos inmanejables para los responsables y dificultan grandemente la capacidad de decidir y de implementar políticas sensatas y viables.

En general, los partidos de las democracias más avanzadas han instrumentalizado las elecciones primarias, para la elección de sus líderes y sus posibles candidatos a cargos públicos, como un medio más democratizado, pero no deja de ser una afiliación de quienes participan en ellas como votantes que posiblemente sea circunstancial y no por identificación ideológica con los postulados de los partidos De ahí el riesgo, como sucedió en EU ahora con Trump, que un arribista y escalador social y político se apoderó de la estructura del Partido Republicano, convirtiendo a sus representantes en vergonzantes y cínicos apoyadores, y ahora lo manipula como un instrumento de su propiedad exclusiva y para sus personales intereses y ambiciones.

Ello ha conllevado un deterioro de la legitimación e identidad de los partidos y ahí se aprovecha el populismo demagógico para manipular el desencanto de los tradicionales miembros de los partidos políticos, llevando agua a su molino y destruyendo la necesaria estructuración de la función política electoral y la selección de funcionarios capaces y realistas, como ha sucedido en España desde 2011, donde esos movimientos cuestionaron frontalmente el papel de los partidos tradicionales como canales de representación de los intereses de la ciudadanía. Éste es el gran riesgo de las democracias en esta nueva era del despertar de los espíritus olvidados de la política tradicional.

Sergio López Rivera
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 21 de marzo de 2020).

La crisis sanitaria mundial producida por un virus que escapa a nuestra mirada provoca, al mismo tiempo, incertidumbre, temor y angustia. Las drásticas medidas de distanciamiento social y cuarentena decretadas como necesarias para enfrentar la pandemia, trastocan la vida cotidiana tal como la conocíamos y muchos quisieran regresar cuanto antes a la normalidad perdida.

Pero es necesario preguntarnos si realmente queremos regresar a esa "normalidad". Debemos preguntarnos, porque justo esa normalidad es la que nos ha traído a esta situación extrema de una pandemia que ha provocado medidas radicales de estado de excepción y crisis económica que serán más dañinas que la misma enfermedad para los más pobres y con menos medios.

Si queremos aspirar a un mundo mejor después de la pandemia por coronavirus, no debemos buscar la "normalidad" del capitalismo de desastre que teníamos. Como dice el filósofo alemán Markus Gabriel: "El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal".

Nos angustia y debe preocupar una pandemia que en pocos días superará el millón de infectados y los muertos se contarán por decenas de miles. Pero debería angustiarnos que antes de la pandemia cada día mueren 8,500 niños y adolescentes por desnutrición, lo que suma 6.3 millones de muertes prevenibles al año.

Con dolor y tragedia se superará la pandemia. Pero desde ahora que nos decretan distanciamiento social y cuarentena, es necesario repensar a qué "normalidad" queremos volver.

Quizá es pronto para tener las respuestas, porque apenas entramos en el oscuro túnel de la emergencia, pero no es tarde para empezar a imaginarnos qué normalidad desearíamos.

No debería ser la normalidad de un sistema que se reproduce a costa de la vida. Debe ser cuestionado el modelo de capitalismo rapaz que propicia la aparición de emergencias como las que vivimos ahora. Con su expansión depredadora para ampliar la agricultura industrializada o para la extracción de recursos valiosos, el capitalismo despoja y engulle ecosistemas cuyas especies afectadas se ven obligadas a entrar en contacto con otros seres vivos y en esas interacciones se producen virus y enfermedades que enferman a las sociedades despojadas, mutando a veces en epidemias o pandemias. Como ahora.

No debe ser normal una sanidad como negocio y sistemas públicos de baja calidad. Debemos preguntarnos si queremos volver a sistemas de salud debilitados por la austeridad neoliberal, o a sistemas de salud universales gratuitos y de calidad para todos. Ahora, frente a la emergencia, los gobiernos sacan a relucir los recursos que en los años de políticas de libre mercado se negaron para la salud.

Cuando pase la pandemia, los más ricos y los más poderosos querrán regresar a sus privilegios y pasar el costo de esta emergencia a toda la sociedad, a los más pobres, como siempre han hecho. Debemos pensar y reflexionar cómo evitamos que eso ocurra. También pensar cómo contener las tentaciones autoritarias que se heredarán de los estados de excepción que se han impuesto con el pretexto de la pandemia. Debemos impedir volver a la normalidad letal que el capitalismo impone como forma de vida cotidiana.

Debemos pensar cómo salir de la cuarentena a la que se confinó a la protesta social, las resistencias contra el despojo, el movimiento feminista y todas las luchas por la autogestión para continuar pensando-creando un mundo con relaciones sociales distintas al capitalismo destructivo que ha provocado esta crisis civilizatoria.

Rubén Martín
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 28 de marzo de 2020).

Las pandemias no respetan fronteras y no existe un ente por encima de los estados. Aun así, el papel de la Organización Mundial de la Salud ha sido crucial para que existan estrategias de combate al coronavirus relativamente homogéneas.

Esto no significa, necesariamente, que estemos frente a la derrota del nacionalismo, el populismo y el autoritarismo. El futuro de estas 3 tendencias políticas, que son hoy por hoy hegemónicas en el mundo, dependerá de la profundidad de los daños que provoque el COVID-19. Lo que sí comienza a cambiar es el imaginario de la nación como "refugio" en el mundo globalizado. Si el nacionalismo fracasa, veremos un giro copernicano en las preferencias políticas.

El populismo comenzó, desde la crisis misma de 2008, una guerra contra la tecnocracia y la ciencia. Los técnicos y los avances científicos fueron vilipendiados por los líderes populistas al identificarlos con la élite. Esos tipos de batas blancas no son pueblos, sino integrantes de una casta que lo único que hacen es defender sus privilegios. Un elemento común a los distintos gobiernos populistas, se denominen de izquierda o de derecha, es el recorte a las partidas presupuestales dedicadas a la ciencia. Todo comenzó con el populismo libertario del Tea Party en Estados Unidos que renegaban hasta de la evolución. El populismo alimenta las pulsiones conspiratorias que le dice a la gente que los de arriba les mienten hasta con la ciencia.

No sabemos a ciencia cierta, cuál será el terremoto político que desencadenará la pandemia. Lo que sí sabemos es que todas las crisis, sanitarias, bélicas o económicas, han sacudido los cimientos políticos del mundo. En el siglo XX, la Segunda Guerra Mundial finalizó el globalismo de mercado e inauguró una época de predominio de los estados del bienestar y el crecimiento del mercado interno. Una expansión sin precedentes de lo público. El shock petrolero de los 70 abrió la puerta al neoliberalismo. La Gran Recesión pavimentó el camino para el predominio del populismo y el nacionalismo.

En gran medida, las consecuencias políticas están atadas a la respuesta puntual a la pandemia. El coronavirus está aniquilando la ideología del "sálvese quien pueda", el individualismo que considera que la búsqueda egoísta del bienestar es el mejor camino a la felicidad. A esto hay que unir la politización de una parte de las nuevas generaciones que han ido rompiendo con los hitos del individualismo: la estabilidad laboral, la idea del éxito, la familia tradicional o la movilidad (los autos). Veremos si en unos años me equivoco, pero considero que vamos hacia un mundo más consciente de nuestra fragilidad civilizatoria. Más consciente de la insostenibilidad del modelo económico y la destrucción del medio ambiente. Más consciente de la interdependencia tan palpable en fenómenos sanitarios como el coronavirus. Considero que se abre una nueva concepción de la globalización, una más fincada en solidaridad y menos en el egoísmo global. Procesos globales que durarán muchos años en constituirse. Tal vez son puras buenas intenciones.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.13-A del periódico El Informador del 5 de abril de 2020).

Los mexicanos -la verdad sea dicha- no nos acostumbramos aún a la presencia entre nosotros de esa señora que se llama doña Democracia. Yo mismo batallo para distinguirla en una reunión: a veces la confundo con doña Demagogia, y otras con doña Publicidad y Propaganda. Y es que durante muchos años no la conocimos, y luego nos la presentaron en simulacro manejado por el prigobierno en asociación con los partidos políticos. Tenemos que hacer ahora que la auténtica doña Democracia viva en nuestra casa todos los días, no nada más los de elección. Para lograr eso hemos de interesarnos en la vida nacional y hacer cotidianamente el examen crítico de la realidad de México. Igualmente, los partidos políticos deben también invitar a doña Democracia a vivir con ellos. Acostumbrémonos todos a la democracia, incluso los que por ella están en donde ahora están.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico Mural en línea del 13 de abril de 2020).

Hace décadas que los principales estudiosos del capitalismo habían advertido de la crisis terminal de este sistema socio-histórico, como lo hizo Immanuel Wallerstein desde hace al menos 3 décadas. De hecho en un ensayo de 1994, al delinear las distintas crisis que se acumulan en la fase terminal del capitalismo, anticipó incluso la posibilidad de atravesar por pandemias como la actual: "Hay un último factor de caos que no deberíamos subestimar, el de una nueva peste negra" (Wallerstein, "Paz, estabilidad y legitimación, 1990-2025 / 2050"). Y henos aquí, atravesando la "nueva peste negra".

En este contexto de crisis que, insisto, no fue creada por la pandemia sino desnudada, debemos replantear las prioridades que tenemos como sociedad y como especie. En medio de esta crisis ahora ha quedado revelada con claridad la equivocada política de privatizaciones y recortes de servicios públicos que propició el neoliberalismo. La crisis es tan obvia que ahora se revela como totalmente insuficiente la política de salud privatizada que se concretó en la compra de seguros médicos privados para millones de personas que desconfiaban de los sistemas públicos de salud.

En el centro de la pandemia, este tipo de soluciones para el conjunto de la sociedad, se revelan como totalmente insuficientes. Por eso debe plantearse como una prioridad social el derecho a la salud y a una vida digna.

Rubén Martín
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 15 de abril de 2020).

Más allá de diferencias entre la forma que han abordado la pandemia los distintos países, es un hecho que en casi todo el mundo los gobiernos han tenido que tomar decisiones como restringir la circulación de los ciudadanos e imponer el aislamiento social obligatorio. Cerrar fronteras, cancelar vuelos y paralizar la actividad económica. En muchas ocasiones, las decisiones de los gobiernos se mueven en los grises entre la democracia y el autoritarismo. Una delgada línea que aceptamos los ciudadanos porque consideramos que es la única forma de cuidar nuestra salud. Intercambiamos libertad por seguridad (sanitaria, en este caso); un viejo debate de la gobernabilidad.

Y, en el mismo sentido, la pandemia ha puesto en 1a. línea a toda esa estructura de vigilancia hacia los ciudadanos, en manos del gobierno y de los gigantes virtuales. La tecnología puede ser una gran aliada en el combate a pandemias del tamaño del coronavirus, sin embargo es un acervo de información muy inquietante en manos de funcionarios o empresas que pudieran no hacer el mejor uso de ella. Imaginemos, si hoy en día, a través de nuestra huella digital, Amazon, Google, Spotify o cualquier gigante tecnológico, conoce más de nosotros que nosotros mismos, preguntémonos que pasa si, en adición a ello, nuestra salud está en juego. En nombre de la pandemia, los gobiernos encuentran plena justificación de monitorear nuestros movimientos y hasta usar la tecnología para garantizar el cumplimiento de la distancia social.

La urgencia por atender la pandemia, y evitar muertos, parece darles licencia a los gobiernos para que sean opacos. Se suspende la transparencia por motivos de la seguridad nacional. La combinación entre información privada y discrecionalidad puede llevarnos a escenarios indeseables para la democracia.

La propia pandemia normaliza discursos bélicos y de estado de sitio permanente. Confiamos en que las autoridades nos dicen la verdad. Confiamos en que defienden el interés público. Sin embargo, como diría el académico Mario López, "quien controla los datos, controla la realidad". El uso político de los datos sobre la pandemia es un tesoro para la supresión de libertades y pedir obediencia ciega a los gobiernos. El control de los datos es un instrumento ideal para pedir que entreguemos nuestra privacidad en "bandeja de plata". Entendamos que si la tecnología ya nos estaba condicionando nuestra libertad -aunque pensemos lo contrario-, ahora, si no somos críticos, podríamos caer en un mundo orwelliano en donde cada uno de nuestros pasos sea monitoreado y controlado por gobiernos y gigantes globales.

Uno de los consensos que nos deja el combate a la pandemia es el retorno del Estado. Se murió el relato del mercado como salvador de la humanidad. La realidad es que nuestra fe en que el capitalismo, sin intervención del Estado, lo arregla todo, nos va a dejar la peor crisis económica y financiera en un siglo. Bueno, en realidad el capitalismo parece "dis-funcionar" con base en crisis cíclicas. Sin embargo, el retorno del Estado tiene que ser la vuelta del Estado democrático, sujeto a contrapesos, Estado de Derecho y libertades civiles. Debemos defender nuestra privacidad y hacerla compatible con la protección de la salud. El mundo post-COVID-19 puede ser uno autoritario, sin privacidad, desigual, discriminación, segregación. E imaginemos lo que puede ser en países sin instituciones confiables, alta corrupción y democracia frágil como la mexicana. A los autócratas les gustan las crisis porque pueden suspender derechos sin dar muchas explicaciones. Cuidemos que la pandemia no infecte y devore a la democracia.

Enrique Toussaint Orndáin
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 26 de abril de 2020).

En su último libro, Acemoglu y Robinson, titulado "The narrow corridor", los académicos hacen un fantástico recorrido histórico del desarrollo de las instituciones políticas de muy diversas sociedades en nuestra evolución. Analizan los términos del "contrato social" que han existido a lo largo de la historia y sus distintas manifestaciones, categorizando estos arreglos en cuatro imágenes del Leviatán: "Ausente", "Despótico", "Papel" y "Encadenado".

El contrato social ideal es aquel en que el Leviatán (el Estado) está "encadenado", ya que en estos casos se genera un corredor estrecho de desarrollo económico y social, con libertades y bienestar para la mayoría de los ciudadanos.

La clave para mantener al Estado "encadenado" recae en 2 fuerzas muchas veces opuestas: el poder de la sociedad civil y el poder de la clase gobernante. Cuando el Estado es todopoderoso se cae en un gobierno despótico y autoritario; en cambio, en un país con una sociedad donde los poderes fácticos dominan las instituciones políticas el Leviatán es de "Papel".

Esta brevísima síntesis de un texto de 500 páginas es útil para ilustrar la importancia de la resolución de la Suprema Corte de Justicia este lunes declarando anticonstitucional la "Ley Bonilla" en Baja California.

La ley era un atropello por todos lados, violentaba el derecho al voto y el principio de certeza jurídica; violaba la prohibición de realizar reformas electorales dentro de los 90 días previos al periodo electoral; violaba el principio de irretroactividad de la ley; y violaba el proceso legislativo. Un absurdo abuso de poder de Bonilla y Morena de BC.

La SCJN estuvo a la altura para frenar un acto despótico de una institución estatal; pero también la sociedad civil de Baja California empujó con fuerza para hacer evidente los atropellos del gobernador y que su reforma no prosperara. En un país con instituciones responsables, más una sociedad civil vigorosa, se dan las condiciones para un corredor de desarrollo. ¡Baja no se dejó!

Julio Madrazo
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 13 de mayo de 2020).
Ineptocracia

¿Ya sabes quién dijo que la humanidad ha caído en manos de una élite delincuente, compuesta por banqueros, industriales y políticos profesionales que usan los recursos del planeta y los frutos de nuestro trabajo para sí, y que monopolizan los beneficios de la energía, la tecnología, la ciencia, de los alimentos, de la educación y de la salud, dejando a las mayorías en la miseria y el desamparo?

¿Ya sabes quién dijo que los precios son mediciones subjetivas que hoy en día no tienen mucho que ver con el valor (hay otros índices de medición); que los precios no son nada más que los mecanismos legales de expropiación de la riqueza social y del enriquecimiento de la élite económica?

¿Ya sabes quién dijo que la democracia actual es una perversión de la soberanía del pueblo porque dentro del parlamento rigen en ella los brazos derechos de la élite económica y la corrupción ideológica y material, y afuera rige el manejo de la percepción, la fabricación del consenso y la idiotización sistemática por los oligopolios transnacionales, la adoctrinación masiva (medios de comunicación) y el opio del consumismo?

¿Ya sabes quién dijo que con una nueva "economía de equivalentes" desaparecerán todas las injusticias al hacer que los ingresos del trabajador sean directamente proporcionales al tiempo de trabajo invertido, independientemente de su esfuerzo físico, educación, habilidad, dedicación, dificultad, riesgo, etcétera, y que eventuales casos de conflicto serían decididos por "Tribunales de Valor" compuestos por jurados ciudadanos?

¿Ya sabes quién dijo que en la medida en que la "economía equivalente" venza a la economía de mercado, desaparecerá la ganancia, y la propiedad privada de los medios de producción perderá su base y se eliminará por sí sola?

¿Ya sabes quién dijo que el subsistema económico de una sociedad termina su ciclo de vida cuando deja de satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos y, por lo tanto, se vuelve disfuncional para la manutención del sistema en su conjunto?

¿Ya sabes quién dijo que el cambio de Estado (régimen) es una "legalidad del universo", que se acabó la explotación de los hombres por sus prójimos, es decir, la apropiación de los productos del trabajo de otros, por encima del valor del trabajo propio?

Temo decirles que cualquier similitud con el discurso e ideas de AMLO y la 4T es "mera coincidencia". Quien dijo lo anterior fue Heinz Dieterich Steffan, en su libro El Socialismo del Siglo XXI.

Pero, ¿quién es Heinz Dieterich?: es un sociólogo alemán nacido en 1943 que vive en México desde hace décadas; profesor emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Un hombre de izquierda, anticapitalista. Un teórico frecuentado, autor de más de 30 libros en su especialidad, entre los que se encuentran La teoría del Poder y el Poder de la Teoría, Fin del capitalismo global, Neoliberalismo, reforma y revolución en América Latina, etc.

El semanario alemán Die Zeit lo identifica como "el ideólogo jefe de los movimientos sudamericanos de izquierda".

Leer a Dieterich es leer a AMLO. Es entender las motivaciones y argumentos que soportan sus políticas públicas y cómo un "fin superior" y cuestionablemente "noble" le permite tener la conciencia tranquila mientras arruina la economía nacional y la de millones de pequeños y medianos empresarios.

Si queremos ver hacia dónde apunta la 4T, el cambio de régimen y la historia que AMLO quiere escribir, la hoja de ruta se encuentra en el -en muchos sentidos equivocado- libro de Dieterich (El Socialismo del Siglo XXI) y que parece ser la "Biblia" socio-económica-moral de AMLO.

En la última parte de ese libro el autor invita a los ciudadanos del mundo a integrarse al llamado Nuevo Proyecto Histórico (NPH) y cuyos objetivos encajan perfectamente en las políticas públicas y discursos mesiánicos del Presidente: "El NPH es un proyecto para sustituir la sociedad capitalista por la democracia participativa. (...) Sólo si logramos movilizar las reservas intelectuales, morales y materiales de la sociedad a favor de la civilización postcapitalista, podremos vencer a las élites que han secuestrado a la democracia real y la economía solidaria para beneficiar sus intereses egoístas".

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(31 de mayo de 2020).

No hay frase más antidemocrática que la de "estás conmigo o estás contra mí". Quien se comunica en estos términos sólo muestra intransigencia y nula disposición al diálogo; desdeña la pluralidad de ideas y creencias, y apuesta a favor de la exclusión, la discriminación, la división y la polarización.

Expresiones extremas como "tómalo o déjalo", "aquí no hay medias tintas", "conmigo o contra mí" marcan el fin de cualquier negociación o diálogo.

Y lo malo no es que alguien decida libremente tomar partido o alinearse a uno de los extremos planteados, sino que cuando las cosas se ponen de esa manera, los no alineados se convierten en enemigos, aunque luego se trate de suavizar posturas utilizando el eufemismo de "adversarios".

La democracia se fundamenta en la pluralidad y en la aceptación de las ideas de otros dentro del marco de la ley. En ese sentido, la pluralidad democrática es sinónimo de libertad.

Si ser liberal significa ser partidario de la libertad, ser inclusivo, tolerante y respetuoso de las opiniones y costumbres de los demás, no entiendo por qué el presidente López Obrador, que se define a sí mismo como un demócrata liberal, califica de conservadores a todos los que pensamos diferente o expresamos opiniones contrarias a las suyas.

Tal vez el error de juicio que estamos cometiendo es pensar que tenemos a un presidente democrático, cuando lo que tenemos es a un dictador oculto que llegó al poder por la vía democrática.

Eso explicaría por qué todos los ciudadanos que respetuosamente y con fundamentos criticamos muchas de sus decisiones y políticas públicas, lejos de ser respetados y valorados, somos despreciados, insultados y sometidos a burlas y escarnios.

Somos, de acuerdo al principio de lógica de Aristóteles, los "terceros excluidos". Según este principio, también conocido como tertium non datur (una tercera cosa no se da), si existe una proposición que afirma algo (ej. es blanco) y otra que lo contradice (ej. es negro) solo una de las dos debe ser verdadera, y por lo tanto una tercera opción no es posible (no puede haber grises).

En la lógica presidencial estamos excluidos los ciudadanos honestos que queremos reducir la pobreza de millones de mexicanos y acabar con la corrupción, pero criticamos los métodos y políticas públicas de la 4T con las que se pretenden lograr esos objetivos.

Lo que quiere AMLO no es propio de una democracia participativa. Pretende que lo apoyemos sin cuestionar nada de lo que dice y hace. Como si sus caprichos y deseos fuesen dogma de fe. Ya lo dijo, o estamos con él o estamos en su contra. No hay lugar para medias tintas. Los colores y matices no tienen cabida en la 4T.

Con este tipo de planteamientos, el presidente pone a los ciudadanos que pensamos diferente y tenemos opinión propia en una posición imposible: si criticamos somos unos corruptos conservadores que lo único que queremos es mantener privilegios, y si callamos somos pendejos.

No está bien que al presidente de un país democrático le moleste la crítica y ataque a los opositores. La democracia es precisamente el sistema liberal que protege la libertad de expresión, de pensamiento y de creencias, y permite tener aspiraciones mayores a las de una vida austera o de simple supervivencia alimentaria, y sin por eso ser tachado como enemigo del pueblo, y perseguido por ello. En la absurda lógica de la 4T, no es posible ser al mismo tiempo liberal, opositor, exitoso y honesto. Sin embargo, y muy a pesar del presidente, este tipo de mexicanos existimos y merecemos respeto y consideración.

Un conservador coarta libertades, un liberal las conserva.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(12 de junio de 2020).

El presidente López Obrador quiere instaurar en el calendario de efemérides nacionales el 1o. de julio, día en que se celebró la elección en la que él ganó, como la fecha de instauración de la democracia, como si lo de atrás no hubiera existido. Celebrar la fecha de su triunfo y de su partido como si fuera el principio de todo raya en el egocentrismo: antes de él, la nada.

La verdadera fecha de unas primeras elecciones libres es el 6 de julio. No el de 1988, cuando el gran demócrata, hoy parte del gobierno de la transformación, Manuel Bartlett Díaz, siendo secretario de Gobernación tumbó el sistema de información porque el PRI iba perdiendo la elección. Sospechamos, con muchos elementos, que esa elección la ganó Cuauhtémoc Cárdenas, pero nunca lo sabremos a ciencia cierta. Es curioso que López Obrador nunca hable de ese fraude y sólo se refiera a aquellos en los que [según] él se ha visto afectado, quizá porque en ese momento él todavía era parte del PRI. Pero el 6 de julio de 1997 tuvimos la 1a. elección con consejos electorales ciudadanizados, donde los partidos tienen voz, pero no voto, donde el secretario de Gobernación no mete las manos, con ciudadanos contando los votos en las casillas y cuidando las actas.

No nos equivoquemos: la democracia no nació con el triunfo de López Obrador, él no es el paladín de la democracia en México, sino un beneficiario más. Podemos discutir si en la elección de 2006 hubo acuerdo por debajo de la mesa y si se organizaron los poderes fácticos para descarrilar a un candidato. Lo que no es discutible es que los votos que contaron los ciudadanos y el IFE fueron los que fueron.

La democracia no existe o deja de existir por la voluntad del presidente, sino por la fortaleza de las instituciones; la democracia no nació con López Obrador, nació con el IFE. Por eso aquel 6 de julio de 1997 no se olvida (y el de 1988, tampoco).

Diego Petersen Farah
(v.pág·3-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2020).

La ciudadanía está haciendo evidente su descontento con el estado de cosas que guardan los asuntos públicos. Desde hace tiempo, se ha venido incubando un creciente malestar en la sociedad: trátese lo mismo de los jóvenes rechazados por la universidad pública y obligados a ingresar a una institución privada, imposible para miles, o de aquellos "afortunados", quienes después de cursar una carrera profesional, no logran conseguir una plaza de trabajo, por cierto, insuficientemente remunerada para acabar contratándose de "lo que sea". Y ¿qué decir de la enorme cantidad de in-empleables sin calificación para ganarse la vida decentemente, producto del sistema educativo? Las condiciones de las personas vulnerables y de la 3a. edad tampoco son las mejores: sigue habiendo discriminación laboral. Las cosas no están bien.

Desde épocas remotas se han ido construyendo sistemas de organización política: hemos transitado del absolutismo a la democracia representativa; del gobierno de un hombre, al gobierno de los ciudadanos; del derecho de la Iglesia a legitimar a los gobernantes, a la voluntad del pueblo expresada en el sufragio. Mientras la sucesión de un monarca está determinada por la sangre, la renovación de los gobiernos es consecuencia de un proceso electoral. Finalmente, es el pueblo el que decide, en los términos de la Constitución y a través del voto, quién debe gobernarlo y durante cuánto tiempo, aunque debemos estar atentos para evitar que la democracia no sea la puerta falsa de la tiranía, los ejemplos de Putin en Rusia, Chávez y Maduro en Venezuela, Kim Jong-un en Corea y los hermanos Castro en Cuba, no deben repetirse.

Ahora bien, debido al principio de igualdad política, todos los ciudadanos son elegibles para un puesto público cumpliendo un mínimo de requisitos, por tanto, al consolidarse el Estado moderno, se definió que los partidos políticos serían la única vía de acceso a cualquier cargo de representación popular. Así, los partidos son asociaciones de ciudadanos ideológicamente afines con una oferta política explícita, cuyo objetivo es alcanzar el poder para lograr, a través de la administración pública, el desarrollo y bienestar de la sociedad.

El problema es que los partidos políticos, concebidos para propiciar la competencia electoral y fortalecer la democracia, no solo fueron pervertidos por grupos o camarillas que se benefician con sus privilegios, sino también se distanciaron de su ideología, se volvieron pragmáticos, abandonaron a sus militantes, se olvidaron de sus lealtades y, hay que decirlo, permitieron e incluso indujeron, sin tapujo alguno, el cambio de camiseta: lo "importante" es ganar elecciones, aunque para eso deban aliarse con sus antípodas ideológicos. En gran parte, el desprestigio de la política obedece a la conducta de algunos políticos quienes solo se representan a sí mismos o a intereses inconfesables.

¿La ética?... ¿Qué es eso?

Necesitamos nuevas formas de organización política. Seguramente a los jóvenes les tocará crear o renovar a las instituciones públicas que hagan renacer la confianza en la democracia como la vía para alcanzar la justicia social y el bien común.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 6 de julio de 2020).

Las doctrinas económicas y sociales que nos afectan en nuestros hábitos y formas de vivir son: el comunismo, el socialismo y el populismo.

El comunismo es una forma de organización social, económica y política cuya filosofía se basa en la colectivización de la producción de bienes y servicios, distribuyéndolos según las necesidades de cada individuo y suprimiendo las clases sociales, que cada quien trabaje según su capacidad y gane según su necesidad, lo cual no se ha logrado en los países que lo han implantado pues siempre se dividen en 2 clases : gobernantes y gobernados, en donde la clase dominante se rodea de todas las comodidades y la dominada carece de lo básico o recibe lo mínimo para subsistir, contando con habitación, vestido, alimentos, medicinas, trabajo y educación, todo en forma elemental y precaria, al grado de que la habitación se tiene que compartir, si es un departamento con 2 recámaras, cocina, sala y baño tiene que compartirla 2 familias de 2 a 3 personas máximo que disponen de su recámara y comparten el resto de la vivienda.

En el comunismo todos tienen trabajo, pero son improductivos porque no hay suficientes fuentes de trabajo; así es como en el sistema capitalista la labor que hace un obrero, lo hacen 5 o más en el régimen comunista. Por la insuficiencia de alimentos, cuando se abastece un expendio se forman largas filas para obtener míseras e insuficientes raciones que se controlan a base de cupones que distribuye el Partido Comunista, que es el único que se permite. La propiedad privada no existe, el Estado es el dueño de todos los bienes y presta todos los servicios.

El socialismo es el tránsito hacia una sociedad comunista, sus bases ideológicas preconizan la colectivización de la propiedad, es la posición contraria al capitalismo, su meta es construir una sociedad basada en la igualdad, la equidad económica. La iniciativa personal de cooperación moral del individuo, elimina la compensación por el esfuerzo, es la aniquilación de la creatividad y esfuerzo de superación. Ejemplos de organismos basados en el socialismo son el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Infonavit, y los Bancos del Bienestar. El socialismo pretende suprimir la división de clases y la propiedad privada.

Hay muchas variantes del socialismo; el original de Carlos Marx, bajo las premisas de sus doctrinas han surgido el socialismo de derecha, el nacionalsocialismo, el corporativo, el militar y el de guerra.

En tanto que el populismo es la tendencia política que pretende defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Sus características son el liderazgo carismático de un personaje salido del pueblo cuyos discursos se caracterizan por el uso constante de las voces del pueblo, ensalzando las virtudes de ser pobre, bueno y sabio. Las palabras "pueblo", "nación", "patria", "héroes de la patria" utilizados como una base discursiva.

El populismo se ha generalizado en América Latina en las últimas décadas, el término es utilizado generalmente en sentido peyorativo atribuyéndole características negativas porque va de la mano con la demagogia y sus partidarios son las clases necesitadas que ven una tabla de salvación, y buena parte de las clases media y medio ignorante.

Al parecer, el capitalismo con todos sus defectos democráticos, sigue siendo la mejor opción para convivir en una sociedad como la nuestra.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 9 de julio de 2020).

La libertad, nos dice míster Google, es la "facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad", agrega, "es un derecho humano básico", y añade, "es la facultad de obrar según su voluntad, respetando la ley y el derecho ajeno".

De lo escrito se deduce que la libertad es un derecho universal e inalienable y se nos debe garantizar por el Estado sin más límite que el respeto de los demás. Hay, ciertamente, distintas manifestaciones de este derecho: las libertades de pensamiento, expresión, creencias religiosas, tránsito, trabajo, y de elegir a nuestros gobernantes, entre otras. Es decir, existen una serie de prerrogativas que tienen los habitantes de un país por el solo hecho de serlo; prerrogativas que deben ser preservadas por los gobiernos, especialmente por aquellos electos en un proceso democrático. Debe quedar claro: la libertad no es un valor abstracto, es una forma de vida de quienes integramos la sociedad, por ello, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos lo consagra en su apartado de las garantías individuales.

En gran medida, el problema parte de pensar en la libertad como algo propio, algo que se nos dio de una vez y para siempre, sin racionalizar su ejercicio ni sus límites. ¡Cuidado!, cuando dejamos de cultivar el huerto, se llena de hierbas, plagas, insectos, maleza, alimañas: el espacio se torna agresivo, inhabitable y poco propicio para que la semilla germine.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 20 de julio de 2020).

Baruch Spinoza, gran pensador del siglo XVII, analizó los riesgos que surgen de la falta de racionalidad del ser humano, si la emoción prevalece en la elección de nuestros dirigentes. En ese sentido Spinoza es el padre de nuestra política actual.

Puesto que él ya planteaba los principios de Pacto Social, Democracia, Laicidad, igualdad de todos ante la ley; un siglo antes que Kant y Voltaire ya planteaba la separación de poderes políticos y religiosos y formulaba los principios de las democracias liberales actuales, pero llegó aún más lejos al intuir los límites de las democracias la falta de racionalidad de los individuos, que al continuar siendo esclavos de sus pasiones, seguirían más a la ley por el miedo al castigo que por una convicción democrática profunda.

Lo fundamental es que supo ubicar el peligro que se cierne sobre las democracias, cuando las decisiones mayoritarias no obedecen a la racionalidad, sino al impulso manipulado por el populismo o la demagogia, que apela más a temores y falsas esperanzas, que a principios de orden y de auténtico progreso o superación.

Sergio López Rivera
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 26 de julio de 2020).

Un pequeño e insignificante virus acabó con la soberbia y el deseo de tener todo controlado por parte de los aproximadamente 1,500 millones de personas que, teóricamente, dominamos e impulsamos el planeta. Además, esto coincide con lo que es la mayor crisis democrática que el mundo ha tenido en los últimos 250 años. Esta es la peor crisis desde que Thomas Jefferson y Montesquieu decidieron que era posible que los hombres fuéramos iguales, libres y con la capacidad de elegir casi de manera directa a nuestros gobernantes.

En Estados Unidos un mentiroso profesional ha puesto al sistema en entredicho. Con qué derecho moral Estados Unidos puede tener a alguien en la cárcel por el delito de perjurio mientras el 1er. despacho ejecutivo de la nación es ocupado por un maestro de la mentira. Conscientes del suicidio colectivo del que estamos siendo parte como países y como civilización, el cambio de los tiempos nos ha llevado a que todo lo que está pasando lo justifiquemos bajo el simple hecho de que las cosas cambian porque sí. El problema es que las cosas pueden cambiar para mal o para bien. Desafortunadamente pertenezco a una generación en la que los cambios políticos y sociales que han sucedido, en su mayoría, lo han hecho para mal.

Estados Unidos ajustará las cuentas consigo mismo y su historia el próximo 4 de noviembre, cuando esté decidido quién ocupará el Despacho Oval por los siguientes 4 años. Además, se tendrá que ver cuáles serán las consecuencias morales de tener a hombres que en otros momentos tuvieron una gran trayectoria, pero que, por el poder contaminante de las presidencias, acaban estando rodeados por el fango de la inconsistencia, de la mentira y de la traición institucional.

Antonio Navalón
(v.periódico El Financiero en línea del 27 de julio de 2020).

La democracia es costosa, es ruidosa y es latosa, pero no se ha encontrado todavía un mejor sistema de gobierno. Ciertamente las dictaduras suelen ser más eficaces -algunas hay, claro, que no lo son-, pero los yerros de la democracia se pueden corregir con más democracia, en tanto que los dictadores suelen empecinarse en sus errores, y repetirlos. Su terquedad es la de la acémila; no escuchan consejos ni opiniones. Tienen por lema aquel refrán antiguo que decía: "El que manda, manda, y si se equivoca vuelve a mandar". Otro dicho popular había para expresar sorpresa ante la llegada de alguien: "¡Mira lo que trajo el agua!". Las aguas de la democracia traen a veces cosas inquietantes. Sucede en ocasiones que lo que se esperaba era mayor que lo que se recibió. Hay que confiar entonces en que la democracia borrará lo que escribió antes. No hay que dar cabida al pesimismo o la desesperación. En caso de que esa señora, doña Democracia, cometa algún error, esperaremos a que lo enmiende ella misma. Tarde o temprano lo hará. Lo hizo, por ejemplo, cuando después de más de 7 décadas de dominación priista instauró en México la alternancia, que es una de las más visibles formas del ejercicio democrático. En nuestros tiempos la democracia no tardará tanto si se presenta de nuevo la ocasión de echar democráticamente borrón y cuenta nueva.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico Mural en línea del 31 de julio de 2020).

Una sociedad de buenos lectores es, por eso, más difícil de manipular y engañar por los poderes de este mundo. Eso no está claro en las democracias, porque la libertad parece disminuir o anular el poder subversivo de las novelas; pero, cuando la libertad desaparece, las novelas se convierten en un arma de combate, una fuerza clandestina que va en contra del statu quo, socavándolo, de manera discreta y múltiple, pese a los sistemas de censura, muy estrictos, que tratan de impedirlo.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 2 de agosto de 2020).

De ninguna manera es casualidad que los 3 países con más personas muertas por la epidemia tengan presidentes populistas: Estados Unidos, Brasil y México.

El fracaso en el combate a la pandemia en estos 3 países tiene el mismo origen: entusiasmar a la población con soluciones fáciles a problemas complejos.

Las consecuencias, como hemos visto, son catastróficas. Eso es el populismo.

Trump, Bolsonaro y AMLO comparten el mismo desdén por la ciencia y el conocimiento. Los tres han sido agresivos contra las eminencias médicas de sus países.

Han recortado presupuestos a las áreas epidemiológicas de sus respectivos sistemas de salud, porque lo consideraron gasto inútil.

Gobernar "no tiene mayor ciencia". Sólo basta la voluntad del macho cabrío que guía al rebaño.

La ciudadanía juzgará en las urnas, con el voto, el desempeño de estos 3 gobiernos. Y está por verse cómo reaccionarán los populistas ante la posibilidad de perder el poder.

En Estados Unidos el presidente Trump ha sugerido posponer las elecciones porque se prepara un "fraude" en su contra.

Aquí en México, ¿alguien se imagina a López Obrador entregando la banda presidencial a un panista?

Jair Bolsonaro, con estrella decadente luego de un arranque llamativo, primero intentaría un golpe de estado antes que devolver la presidencia a sus adversarios políticos.

Los populistas no aceptan perder, y los 3 pueden ser derrotados en las urnas.

Trump es quien tiene elecciones más próximas y va abajo en todas las encuestas. De continuar la tendencia, sus reacciones son imprevisibles. Ya dio suficientes avisos de que le van a hacer "fraude" y por tanto no aceptaría un resultado adverso.

Aquí en México habrá elecciones legislativas el próximo año y no se ve por dónde Morena pueda ganar la mayoría absoluta. Va a perder. No cuenta con nada que ofrecer más que circo, pero eso tiene un límite.

El límite es cuando se pierde el empleo y no hay suficiente comida para llevar a la mesa familiar.

Ahí el circo deja de ser eficaz. Podrán meter a la cárcel a cientos de adversarios políticos -algunos, ciertamente, vulgares delincuentes-, pero la falta de ingresos y de seguridad se pagan.

La muerte de un familiar, de un amigo o un vecino por coronavirus, se cobra en las urnas.

Imposible que Morena salga indemne después del desastre económico y sanitario que su ignorancia y su soberbia han provocado.

Iban a ser, en el peor de los escenarios, 6,000 muertos por coronavirus. Pero vamos en casi 48,000 (oficialmente), llegaremos a 70,000 o 100,000, más los que Salud no cuenta porque mueren en sus casas.

¿El populismo aceptaría entregar el poder si lo pierde, en Estados Unidos?

¿Lo podría compartir, como tal vez lo mande el electorado en México?

Estamos cerca de saberlo.

Pablo Hiriart
(v.periódico El Financiero en línea del 3 de agosto de 2020).

Nuestra Constitución Política establece en su Artículo 40 que México es una república representativa, demócrata y federal, integrada por estados libres y soberanos agrupados en una federación.

Para alcanzar los fines que ordena nuestra carta magna, hemos pasado por varias etapas políticas: desde la independencia del reino español hasta la de un gobierno mediocre, cruzamos por el centralismo, el imperialismo y la dictadura y llegamos al fin a un gobierno elegido por la mayoría del pueblo que lo apoyó, que no fue la mayoría de los ciudadanos en edad de votar, sino sólo de aquellos que lo manifestaron con su voto, esto es, vivimos en una democracia participativa, aunque no es representativa porque no se manifestó por la mayoría de los ciudadanos. Nuestro sistema de gobierno no cuenta con las técnicas necesarias para garantizar una mayor participación del electorado en la vida política. Nuestro país más que una democracia, es una partidocracia, porque basta con recordar que el PRI se llegó a considerar como el partido oficial que gobernó durante 70 años.

Por partidocracia debemos entender que estamos gobernados por poderes fácticos que no buscan el bien común, sino que lo hacen para beneficio propio y, si no, que lo diga forma en que se reparte el presupuesto que asignó a los partidos políticos una bolsa de 7,226 millones de pesos, casi mil millones más que el año pasado.

De esa cantidad, 5,250 millones se destinaron para la operación normal de los partidos y sólo 1,575 MDP para gastos de campaña, lo que demuestra que con nuestros impuestos estamos manteniendo a los partidos políticos que se benefician con la asignación de cargos públicos para sus directivos y allegados.

La forma en que los partidos políticos se repartirán el botín se determinará una vez que se venza el plazo para que se registren las nuevas organizaciones que se convertirán en nuevos partidos. Por lo que ante lo jugoso del panal acudirán más moscas a libar la miel. A cada partido nuevo se le asignan 31'505,000 pesos, en tanto que para los candidatos independientes sólo se otorga una bolsa por esta última cantidad para repartir entre todos los candidatos independientes que logren alcanzar su registro.

El costo de la democracia incluye el presupuesto asignado para el INE que es de un gasto superior a 19,000 millones de pesos, sujeto a aumento cuando presente su presupuesto definitivo para 2021. El presupuesto del INE para 2020 fue de 12,493 MDP. Ahora piden un aumento de 7,000 millones de pesos más porque habrá elecciones en casi toda la república para gobernadores, diputados y alcaldes.

El costo social de subsidiar a los partidos políticos es que estos recursos podrían destinarse a fines productivos que fomenten la economía, como el apoyo a pymes, salubridad, educación e infraestructura. El pluripartidismo beneficia al partido en el poder porque pulveriza la votación de la oposición. En todo caso es mejor que sean menos partidos políticos con una oposición más fuerte que lograría un equilibrio en el poder en beneficio del pueblo en vez de un gobierno prepotente y abusador.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 13 de agosto de 2020).

Todas las doctrinas económicas y sociales han procurado el bienestar de la población y todas han fracasado, lo único que han conseguido es que la riqueza se concentre en pocas manos. En este breve espacio comentaré las principales características del populismo, el socialismo y la socialdemocracia.

El populismo es la tendencia política que asume la bandera de defender los derechos, los intereses y las aspiraciones del pueblo. Como doctrina política, su filosofía es fácilmente asimilable por las clases más necesitadas que son las más vulnerables. La afición a lo popular está en todos los ámbitos de la vida, en el deporte, el arte, la música, la política, etc. El populismo es difícil de definir, en la política se suele hacer en la denuncia constante de los males que provocan las clases privilegiadas hecha por un líder carismático que ejerce un fuerte liderazgo que se basa en propuestas que resultan atractivas para el pueblo en una forma manipuladora y demagógica con ideas convincentes que esconden intereses ocultos. En la historia tenemos muchos ejemplos: Mussolini, en Italia; Hitler, en Alemania; Hugo Chávez, en Venezuela; y Fidel Castro, en Cuba, entre otros.

El populismo suelde desembocar en el socialismo que tiene las desventajas de acabar con la propiedad privada y los medios de producción que absorbe el gobierno con muy malos resultados. En busca de la igualdad acaba con las clases sociales. Las mentalidades empresariales emigran ante la falta de estímulo porque están en manos del Estado los factores de la economía, la producción, circulación y distribución de bienes y servicios; que crea un grupo de privilegiados que se concentra en las clases gobernantes y el partido político que es único. Se acaba la democracia. No hay productividad porque se carece de estímulo, cada quien trabaja según su capacidad y a cambio tiene cubiertas en forma mediocre sus necesidades básicas de alimentación, salud, vestido, educación y habitación.

Los gobiernos socialistas con el tiempo se endurecen y se convierten en dictaduras que limitan las libertades individuales, los brotes de inconformidad se castigan severamente, inclusive con la muerte. Se crea un Estado policiaco déspota y represor.

Al parecer, hay una salida que evita los problemas del populismo y el socialismo, que es la doctrina socialdemócrata que abre expectativas positivas.

La corriente política de la socialdemocracia preconiza la transformación de la sociedad desde una democracia parlamentaria que limita el poder absoluto del presidente de la república.

La socialdemocracia está dando buenos resultados en Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega e Islandia, entre otros países que están en proceso de instalación.

En México debemos luchar para evitar que el populismo desemboque en el socialismo, no hay duda de que nuestro presidente AMLO nos está llevando por ese camino, cuidar sus pasos y estar al pendiente de cada una de sus acciones para evitar llevarnos una desagradable sorpresa.

Sería interesante oír que contesta si en una de sus conferencias mañaneras se le pregunta si tiene intenciones de llevar a México hacia el socialismo bolivariano.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 20 de agosto de 2020).

En 2018, 2 politólogos de Harvard, Levitsky y Ziblatt, escribieron el libro "Cómo mueren las democracias". Es relevante para los tiempos actuales porque la noción de que la democracia es la mejor forma de gobierno no está muy en boga en el mundo hoy. Esta es una crisis que el mundo no tenía desde los años 1930, cuando florecieron muchos regímenes de corte nacionalista y autoritario, cuyos fines de expansión territorial y hegemónica terminaron en la guerra más cruenta que haya sufrido la humanidad.

Levitsky y Ziblatt detectan una serie de puntos comunes para las democracias enfermas o agonizantes. La polarización en posiciones políticas, al grado en que no hay ninguna posibilidad de acuerdos mínimos entre las partes en disputa; la dificultad que han tenido los regímenes democráticos para producir economías estables y prósperas; la confianza disminuida en los procesos electorales, por las reclamaciones de fraude electoral, con frecuencia sin evidencia; la obsesión por eliminar al rival para allanar el camino al poder; y la erosión de la tolerancia cuando la polarización de los políticos se transmite a toda la sociedad, y las posiciones ideológicas distantes entre ciudadanos reducen el diálogo e incitan a la violencia y el caos.

Desde 2006, la firma de consultoría británica Economist Intelligence Unit publica un índice sobre la democracia en el mundo. La más reciente edición, de 2019, dice que solamente 22 países tienen una democracia plena, 54 tienen democracias defectuosas, 37 tienen regímenes híbridos entre la democracia y el autoritarismo, mientras que 54 son regímenes autoritarios. El caso de México es dramático: La democracia mexicana recibía una calificación de 6.67 en 2006, y en 2019 fue de 6.09, un deterioro de casi 10%. Las calificaciones de los 3 países más democráticos de la región fueron: Uruguay, 9.71; Costa Rica, 9.41; y Chile, 9.12. Estos 3 son los únicos países que pueden presumir una democracia plena. Colombia, a pesar de su elevado puntaje (8.53) es una democracia defectuosa. México, en la región, es la democracia defectuosa con el puntaje más bajo, igual puntaje al de Honduras, que no fue calificada como una democracia sino como un régimen autoritario.

Los Estados Unidos también aparecieron como una democracia defectuosa. De hecho, su puntaje de 7.96 es inferior al de Colombia y al de las democracias plenas de la región latinoamericana. El índice global se redujo desde 5.48 puntos en 2018 hasta 5.44 en 2019, principalmente por retrocesos en el África Subsahariana y claro, en América Latina.

Los consensos básicos de las naciones del hemisferio americano, plasmados en las constituciones, se han deteriorado. Las ideas de libertad, de individuos capaces de resolver su propio destino y con poderes legales para enfrentar los abusos del Estado, se diluyó en conjuntos de normas obtusas diseñadas para perpetuar en el poder a grupos de interés. Una historia que era muy latinoamericana, pero que también es hoy la narrativa de países avanzados como los Estados Unidos.

A finales de enero de este año, la revista New Yorker publicó una serie de ensayos sobre el futuro de la democracia. Destaca el texto de Jill Lepore, historiadora, docente e investigadora en Harvard. Menciona que Mussolini decía que Italia y Alemania eran las mejores democracias de su tiempo, y que Hitler igualmente presumía haber construido una "hermosa democracia". La periodista estadounidense Dorothy Thompson, contemporánea de ambos dictadores, escribió: "Si los fascistas se van a llamar democracias, entonces tenemos que buscar un nombre distinto para lo que tenemos". La era de la post-verdad que vivimos hoy se parece enormemente a esas épocas de oscuridad. El control que Trump y López Obrador quieren tener sobre todas las fuerzas de la sociedad se parece mucho más al fascismo de Mussolini y al corporativismo de Cárdenas, que a la democracia de Atenas, o a la de México en el año 2000.

Si estamos decepcionados, animémonos. Como población, tenemos que retomar el control de las instituciones del Estado. Nuestra democracia era imperfecta, pero ya casi podríamos dejar de decirle democracia. Solamente esperemos que su muerte signifique el nacimiento de otra democracia, mucho más robusta y menos efímera.

Manuel J.Molano
(v.periódico El Financiero en línea del 2 de septiembre de 2020).

De una veintena de ilustres pensadores socialdemócratas, los más conocidos son: Henri Bernstein, Carlos Fermont, León Blum, John Maynard Keynes, John Kenneth Galbraith, Olof Palme, Nehkrú y Joseph Stiglitz. De éstos, escogí los 2 primeros para comentar su ideología.

Carlos Fermont - "Hubo en México una sociedad civil mucho más vibrante durante la 1a. mitad y el último tercio del siglo XIX".

En México hay 8,500 organizaciones civiles (no es lo mismo que las no lucrativas). En encuestas de 2001, 2003 y 2005 sobre la cultura política, en México 82% de los encuestados confesó no haber trabajado nunca formal o informalmente en conjunto con otros para beneficio de su comunidad.

Se habla de la socialdemocracia como una ideología política que trata de promover la justicia social, mediante la intervención directa del Estado en la economía capitalista para reducir la brecha entre el enriquecimiento exagerado y la pobreza extrema. Se define como una democracia representativa, muy cercana a nuestra forma de gobierno en México, a la que habría que afinar para suprimir sus defectos de tal manera que se obtenga una zona de confort que alcance a las clases más necesitadas; que todos tengan alimentación suficiente, vestido, habitación, educación y salud, desempeñándose laboralmente de acuerdo con su capacidad física y mental y ganando lo suficiente para cubrir sus necesidades. El objetivo básico de la social democracia es reducir los niveles de desigualdad no a base de subsidios, sino en el crecimiento de las oportunidades, no frenando el desarrollo de las empresas, sino apoyándolas para que aumenten su capacidad de aportación para redistribuir la renta de una manera más social y en beneficio del interés general.

Henri Bernstein analizaba la posibilidad de transformación del capitalismo al socialismo democrático mediante un proceso de reformas políticas y económicas que debían figurar como objetivos prioritarios del movimiento de la sociedad civil, por lo que la presencia del partido social demócrata en las elecciones de gobernantes se traduciría en presencia parlamentaria para hacer posible el cambio de las leyes que opriman al pueblo. La transformación del capitalismo a la socialdemocracia se lograría mediante un proceso de reformas políticas y económicas.

Bernstein define la democracia como el gobierno de clases. La transición a una sociedad socialista puede lograse mejor mediante una evolución dentro de la democracia representativa que preconiza una ideología de economía mixta, seguridad social ampliada, regulación de la macro empresa privada, para protección del trabajador, del consumidor y de la competencia de mercado. Protección del medio ambiente, impuesto progresivo, proporcional y progresional; política social laica, políticas de emigración, inmigración y multiculturalismo; el libre comercio; respeto a la propiedad privada; formación de la justicia social; derechos humanos, derechos sociales y libertades civiles. Entre las que se encuentra en 1er. lugar la crítica periodística y en las redes digitales para que recupere su verdadero espíritu: el de buscar porquerías y sacarlas a la luz. Son tantas las basuras morales que se acumulan a nuestro alrededor, especialmente en el terreno de las prestaciones sociales. El mal que supura nuestra sociedad tiene que ser puesto en evidencia.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 3 de septiembre de 2020).

El politólogo Francis Fukuyama escribió su libro "El Fin de la Historia", que lo hizo famoso y despertó una serie de expectativas y controversias. En el mismo anunciaba que con la caída de la dictadura soviética y comunista, permitiría la creación de un estado democrático y liberal fundamentado en la economía de mercado, y esa tesis fundamentó a estados [...] ha prevalecido durante los últimos 40 años. Actualmente la teoría de que la desregulación de los mercados era la vía para lograr la máxima prosperidad y la mayor equidad en los ingresos de todos los habitantes, está totalmente desprestigiada y su fracaso ha sido rotundo. De hecho el neoliberalismo ha minado constantemente a las instituciones democráticas en muchos países y la acumulación de los capitales y el control especulativo de los grandes inversores, en todo el mundo ha debilitado a las democracias, permitiendo que los dueños de la riqueza impongan condiciones y valores no afines a cada país, pero sí convenientes para su enriquecimiento.

Las ganancias fueron a parar a las arcas de los grandes inversores, de forma que la riqueza fluyó pero hacia arriba, y abajo la gente se pauperizó.

Razón y Acción
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 11 de octubre de 2020).

Preocupación permanente de las sociedades contemporáneas es evitar que los gobernantes abusen del poder. En el siglo XVIII, Louis Charles de Secondat, barón de Montesquieu, planteó, para evitar la concentración de poder en unas manos y, por tanto, el riesgo del despotismo, la división del poder público en 3: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, cada uno ejercido separadamente y ajustándose en su desempeño a las facultades expresamente conferidas en la Constitución, de tal suerte que, a manera de pesos y contrapesos se limiten entre sí. Bajo esta lógica, el encargo del poder legislativo es formular las leyes; el del ejecutivo, hacerlas cumplir y la función del judicial, el control de la constitucionalidad de los actos de los anteriores siendo, además, garante de los valores fundamentales de la sociedad: la libertad y la justicia.

Hace unas semanas, hablábamos en esta columna sobre la importancia de las instituciones, esas construcciones jurídicas que permiten el funcionamiento del Estado y dan certidumbre a la vida de quienes integramos la sociedad. Vuelvo al tema porque, días atrás, el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la más importante de las instituciones públicas, la encargada de vigilar que la actuación de los poderes legislativo y ejecutivo se ajuste al marco constitucional, resolvió la procedencia de la consulta planteada por el presidente de la república cuyo objetivo implica "la posibilidad de investigar y, en su caso, sancionar a los ex presidentes, desde Carlos Salinas hasta Enrique Peña Nieto, por la comisión de posibles delitos antes, durante y después de sus gestiones".

¿Por qué a Echeverría, el héroe del 68, no? La resolución del pleno de la Corte no solo obsequia la voluntad del titular del ejecutivo, sino también, en un hecho sin precedente, le enmienda la plana y reformula la pregunta, substituyendo los términos en los que fue originalmente redactada, supliendo de facto, sin ser sus facultades, las deficiencias y omisiones contenidas en el documento inicial. Ese hecho es gravísimo porque la Corte, yendo más allá de sus atribuciones, deja de ser un tribunal jurisdiccional para convertirse en un tribunal político supeditado al poder ejecutivo.

Días atrás, se rindió homenaje a la ministra de la Corte Suprema de los EUA, Ruth Bader Ginsburg, recientemente fallecida y notable por sostener, incluso frente al poder del presidente, posiciones no solo críticas sino enfrentamientos en defensa de los valores de la sociedad norteamericana. En reconocimiento a su honestidad y a sus aportaciones, recibió en el Capitolio el mayor de los homenajes y ha sido objeto de innumerables muestras de admiración aun por quienes no compartieron sus ideas: lo que enaltecen es el valor de su congruencia. Bien harían los señores ministros que votaron a favor en entender que su responsabilidad no es condescender con los despropósitos del inquilino de Palacio Nacional. Su compromiso es con México; que una lealtad mal entendida haya nublado su inteligencia es grave, muy grave.

"No existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia". Montesquieu.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 12 de octubre de 2020).

En "Sin un proyecto para todos" [en la encíclica Fratelli tutti] el Papa Francisco afirma que la desesperanza y la desconfianza que se siembran constantemente en la sociedad son la mejor manera de dominar y avanzar sin límites y sin transición, agrega: "Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y por ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte". Lo que sigue me resulta especialmente pertinente para reflexionar en torno al contexto político mexicano: "La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación".

Cualquier parecido con la realidad... Las reflexiones nos alcanzan a todos, ojalá lleguen a todos y encuentren oídos atentos y conciencias dispuestas a comprender, a rectificar, de un lado y del otro. No vamos por buen camino. Las divisiones profundizan y empeoran la situación. Las mezquindades cotidianas, la ceguera producto del odio, todo eso hace mucho daño.

Laura Castro Golarte
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 17 de octubre de 2020).

Nuestro país ha transitado en su régimen político por varias etapas, desde la conquista hasta la incipiente e imperfecta democracia de nuestros días.

De la cultura griega heredamos la democracia que es el gobierno del pueblo; el gobierno de las mayorías que no está exento de cometer graves errores. A Sócrates lo castigaron con el destierro y después lo reivindicaron levantándole una estatua.

Uno de los más grandes defectos de la democracia es la facilidad para manipular a las masas; la facilidad con que un líder carismático puede influir en la mente amorfa del pueblo para inculcarle ideas que le favorezcan a sus intereses.

El pueblo bueno y sabio es una falsa conseja popular, una falacia. El pueblo ni es bueno, ni es sabio, el pueblo se deja arrastrar fácilmente hacia cualquier extremo, se contagia rápidamente por actitudes y conductas de la masa humana, por ejemplo, cuando se trata de castigar a un supuesto delincuente, se une al linchamiento sin formarse un juicio previo, o cuando un grupo de revoltosos hace destrozos durante una manifestación que se inicia pacíficamente, surge el instinto salvaje y brota el animal que llevamos dentro. La conducta contagia a la masa humana.

Igualmente, en el buen sentido un sentimiento colectivo se difunde cuando el orador sabe trasmitir el mensaje, la masa humana lo acepta sin juicio previo, por lo que no puede decirse que el pueblo es bueno ante reacciones negativas colectivas, ni que es sabio porque no razona ni evalúa los mensajes que se le transmiten.

Ahora la democracia nos ha colocado en un grave peligro, llevando al poder a una persona que amenaza con indoctrinarnos para que aceptemos el socialismo, que es una doctrina económica y social fallida. Lo único que puede salvarnos es la movilización de la mayoría de los ciudadanos pensantes para que salgan a votar y elijan cuidadosamente a los mejores candidatos que por lo menos, tengan honestidad y cordura.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 22 de octubre de 2020).

El "Financial Times" publicó hace un mes un artículo magnífico de la economista Noreena Hertz que es un resumen de su libro "The Lonely Century" (El siglo solitario). Hertz sostiene que la soledad social fomenta el populismo. Y no sólo el populismo: también la agresividad, el odio al diferente, el apoyo a los líderes más extremistas. Los ratones mantenidos aislados en una jaula muerden a los nuevos ratones que les meten. Cuantas más semanas hayan estado solos, más violento y feroz es el ataque al recién llegado, explica Noreena. Y añade que diversos estudios han encontrado una relación entre el sentimiento de soledad y el apoyo a la extrema derecha o al populismo, como un trabajo de 1992 sobre los votantes de Le Pen en Francia, y otro de 2016 que demostraba que los votantes de Trump tenían significativamente menos amigos y menos conocidos que los votantes de Hillary Clinton. La propia Hertz ha hecho entrevistas a partidarios del populismo y de la extrema derecha que dicen valorar sobre todo la hermandad y las reuniones que su militancia les ha proporcionado. Y el problema es que la soledad, con sus secuelas de falta de autoestima y sensación de no pertenencia, se está convirtiendo en una plaga mundial. 1 de cada 8 británicos reconoció en 2019 que no contaba ni siquiera con un amigo en el que confiar y, en Estados Unidos, 3 de cada 5 adultos se sienten solos (son más datos que aporta Noreena).

Esos confinamientos, esa soledad redoblada que nos vuelve locos y agresivos, que nos hace creer en teorías políticas absurdas y aviva la radicalización y el odio. Ratas que muerden. Melancolía: no me reconozco en esta sociedad violenta y enfrentada.

Rosa Montero
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 25 de octubre de 2020).

Desafortunadamente en este país tenemos en letra muy bonita la separación de los 3 poderes que integran el Estado mexicano, pero en la realidad no existe.

Tenemos un presidencialismo que se impone ante los otros 2 poderes y eso se replica en los estados, es muy difícil para un reportero ganar una denuncia de este tipo [por difamación o calumnia] ¿Qué es lo que hacemos entonces? Nos protegemos con nuestros lectores y con estas organizaciones de protección de periodistas nacionales e internacionales que son solidarias con nuestra condición.

Adela Navarro, directora del Semanario Zeta
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 25 de octubre de 2020).
Obediencia ciega.

Paco Calderón
(25 de octubre de 2020).


No basta que haya elecciones libres y genuinas en un país; además, es preciso que los votantes voten bien. Porque a veces se equivocan. Los electores estadounidenses se equivocaron garrafalmente hace 4 años votando por Donald Trump. Esto no lo dice un "furioso socialista", que es de lo que acusa generalmente el presidente de Estados Unidos a todos sus adversarios, sino alguien que se siente más cerca de los republicanos que de los demócratas, sobre todo en política económica, y tiene a Ronald Reagan por uno de los mejores mandatarios en la historia norteamericana.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 1o.de noviembre de 2020).

Ciertamente, la democracia estadounidense es imperfecta y cuestionable. Pero aun así, es la más robusta en el mundo, por la solidez de sus instituciones, por los contrapesos y los equilibrios que existen dentro de la sociedad, perfectamente claros en su concepto de ciudadanía, pero que ante los embates de Trump, hay 2 países con enfoques antagónicos de ella. Esto es lo que está en riesgo hoy. Como apuntó Tom Gerald Daly, subdirector de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Melbourne, la elección no solamente definirá la democracia estadounidense por una generación, sino su resultado podría disminuir la idea de la democracia en sí misma, como una norma global.

"Lo que hemos visto es el desmantelamiento de agencias de gobierno por completo, subordinación del Departamento de Justicia, de un poder presidencial sin freno, del uso sin precedente de militares contra la protesta, y una pandemia tan mal administrada en Estados Unidos, pese a toda a su capacidad tecnológica y científica, que ha producido más de 190,000 muertes", agregó Daly. En síntesis, una regresión democrática acelerada e imitada.

Trump ha intentado quebrar las bases del contrato social, inspirando a muchos otros en el mundo.

Daly recuerda la centralización del poder en Hungría, la India o Polonia, junto con el asalto a instituciones democráticas, para sepultar a las democracias liberales. No menciona a México, pero el fenómeno que se vive aquí es similar. Líderes populistas como Trump, Víktor Orban, Narendra Mori, Andrzej Duda o Jair Bolsonaro, se asemejan al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien como ellos, buscan restablecer los viejos regímenes autoritarios.

La preocupación en las democracias liberales en el mundo sobre estos pasos gigantes hacia atrás, es profunda. "Trump ha expuesto la vulnerabilidad de la Presidencia al exceso de autoridad y la debilidad de la rendición de cuentas", comentó recientemente Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama, y actualmente presidenta de la Universidad de California. Esto esconde, como se repite en el mundo, la incompetencia para gobernar de Trump, vocero y líder de los nuevos déspotas, que tiene millones de seguidores, como otros de sus pares los tienen en sus naciones.

No existe en la memoria, de quienes han vivido elecciones presidenciales en Estados Unidos, el sentimiento del miedo que existe hoy. Personas educadas e informadas que se sitúan en diferentes trincheras, temen que estalle la violencia, y 2 de ellas fueron más allá, "la guerra civil". Parece exagerado pero así se sienten. 2 instituciones de análisis, la Brookins Institution y el Crisis Group, han hecho eco de este escenario, derivado de la polarización, la proliferación del discurso de odio, la disgregación de la información, la desconfianza en las instituciones, y un competidor, Trump, que tiene preocupaciones personales y legales en caso de perder la elección, que ha ido construyendo las condiciones para reclamar fraude y desconocer la victoria, si fuera así, de Biden.

La democracia estadounidense está trastocada y todos lo saben. Por eso se preparan. En Washington hay barricadas en torno a la Casa Blanca, el Capitolio y el Trump Hotel, donde el presidente promete una fiesta "de la victoria" este martes. Policías en varios estados se preparan para la violencia en las urnas y en las calles. Las compras de armas se han incrementado en casi un 10% de marzo a la fecha, y el 40% de esas adquisiciones fueron hechas por quienes nunca habían comprado un arma.

Las condiciones están creadas para que estalle la violencia ante la creciente ansiedad y el temor. En una reciente entrevista de la cadena de televisión ABC News, el 50% de los simpatizantes de Trump dijeron que la elección no será justa, que fue lo mismo que declaró el 37% de quienes respaldan a Biden, lo que sugiere que el resultado va a ser cuestionado por cualquiera de los 2 bandos.

"Sería un error pensar que las cosas saldrán tersamente el 2 de noviembre y el día siguiente", enfatizó el reporte del Crisis Group. "Los riesgos son demasiado significativos, los escenarios negativos demasiado realidad y el potencial que daña la confianza en las instituciones democráticas, demasiado grande". Esperemos, pues, y que Casandra se equivoque para el bien de todos.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 3 de noviembre de 2020).

La antidemocracia se manifiesta de distintas maneras. Tiene que ver por un lado, con un elitismo que sostiene que un pequeño grupo puede dirigir mejor un país o cualquier tipo de organización social, y satisfacer los intereses comunes mejor que la mayoría, y por otro, con la idea de que la mayoría no debe tener el poder de reglamentar la vida privada, lo cual da pie a la aparición del populismo y la "oclocracia", una forma de degeneración de la democracia que se refiere no al gobierno de las mayorías, sino al peligroso gobierno de la muchedumbre, al "poder de la turba", y que es algo de lo que está comenzando a surgir en diferentes partes del mundo, incluido Estados Unidos e incluido México.

Para el historiador griego Polibio, la oclocracia es el fruto de la demagogia, y basta revisar las consecuencias negativas que tienen los discursos divisorios o incendiarios de personajes populistas de los últimos tiempos, como Trump, Chávez, Maduro, Evo Morales, Erdogan, López Obrador, Bolsonaro, etc,, para darse cuenta que todos se autonombran representantes y defensores del "pueblo", el original, el auténtico, el patriota, el bueno, y todos sin excepción tienen a quién culpar por los males que les aquejan y en el discurso prometen resolver.

En el caso de Trump los males de aquel país se deben a gobiernos demócratas anteriores, especialmente el de Obama y a los inmigrantes ilegales mexicanos, cuyo infortunio utiliza para exaltar los más bajos instintos de sus seguidores; en el caso de López Obrador los culpables son además de los gobiernos anteriores, especialmente el de Calderón, la clase empresarial, media y alta del país, a quienes insulta y generaliza como corruptos-fifís que se niegan a perder privilegios.

Lo peligroso de los demagogos y populistas es que para justificar y mantener viva la necesidad de su existencia política toleran y en algunos casos hasta fomentan alteraciones al orden público (saqueos, daño a propiedad ajena, bloqueo de vías de comunicación, etc.), sometiendo a consulta o aplicando la ley discrecionalmente, y así, en una indivisión de poderes que desaparece contrapesos e impide llamar a cuentas a nadie, la victoria es de la violencia y la única forma de hacerse escuchar es el motín.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(6 de noviembre de 2020).

Con cierta frecuencia los grandes candidatos son malos presidentes, sobre todo cuando seducen a las multitudes con propuestas simplistas pero atractivas; con personalidades fuertes y con su magnetismo personal. Es el populismo.

La pregunta que hoy nos hacemos es si el triunfo de Biden será el signo de que los electores también en otras partes han decidido rectificar y ahora van a elegir a las personas más sensatas y no a las que despierten las más intensas emociones.

Tendríamos un mundo mejor si la gente votara por los mejores y no por los encantadores de serpientes.

Enrique Quintana
(v.periódico El Financiero en línea del 9 de noviembre de 2020).

Con la decisión del Reino Unido de salirse de la Unión Europea (#Brexit) y el triunfo de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, se consolidó una nueva era de populismo a nivel global, que ya se venía 'cocinando' desde algunos años atrás. Considero que el incremento de la desigualdad socioeconómica a nivel global -a partir de la crisis económica y financiera global de 2008-2009 y las políticas que se instrumentaron-, así como de la disponibilidad de información -no siempre cierta, desafortunadamente- en los teléfonos celulares, particularmente vía redes sociales, propició la aceptación de discursos populistas, llenos de verdades sobre la problemática, pero llenos de mentiras en cuanto a la solución de dichos problemas. Así, los Estados Unidos se convirtieron en una fuente de inestabilidad geopolítica. Hace poco menos de 4 años escribí en este mismo espacio: "...el hecho de que sin esconder sus intenciones y basado en tantos antivalores, le haya permitido (a Trump) ganar una elección es lo que más preocupa y entristece. Una vez más, vuelve a quedar claro que si bien Estados Unidos ha sido pilar de estabilidad macroeconómica y geopolítica por décadas, hoy se ha convertido en una fuente de inestabilidad" ('La presidencia de Trump es un retroceso para la humanidad; no hagamos lo mismo', 24 de enero, 2017).

Sebastián Edwards -profesor de Economía de UCLA- y el desaparecido Rudy Dornbusch definieron el populismo como: "una serie de políticas públicas que enfatizan en el crecimiento y la redistribución del ingreso, desestimando riesgos inflacionarios, deterioro de las finanzas públicas, restricciones externas y la reacción de los agentes económicos a políticas agresivas que no son de mercado" ('La macroeconomía del populismo en Latinoamérica', The University of Chicago Press, 1989). Considero que hoy en día, la autonomía de muchos bancos centrales hace que no se desestimen los riesgos inflacionarios. Sin embargo, desafortunadamente las demás consecuencias siguen siendo una realidad, incluyendo el deterioro de las finanzas públicas, a pesar de que se adopten políticas de austeridad y la falta de confianza de los empresarios para invertir, que es una reacción de los agentes económicos ante la simple intención de instrumentar políticas antimercado.

En este sentido, al inicio del gobierno de Trump comenté que tanto sus discursos como sus decretos observaban 3 características: (1) Desean dar cumplimiento a las promesas de campaña "de la noche a la mañana"; (2) se encuentran cerca de la frontera de sus facultades; y (3) la realidad es la que se está imponiendo ("Trump, ¿'hasta la vista, baby' o 'I'll be back'?", 31 de enero 2017). No obstante lo anterior, lo que más me preocupaba es que esto podría permear a países emergentes: "Estas no son buenas noticias para el mundo, porque en ausencia de algún error que lo lleve a juicio político, Trump podría extender su estadía como presidente hasta 4 años más y permear el populismo hacia países emergentes..." ('Populismo en Latinoamérica', 14 de febrero, 2017).

En mi opinión, el pasado sábado que se anunció el triunfo de Joe Biden -candidato del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos-, en Pensilvania -otorgándole más de los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para ser presidente-, se dio inició al fin de esta nueva era de populismo en el mundo. Se le dio un adiós al insulto, a la división, al populismo, al racismo, a la ignorancia, al mercantilismo nacionalista y al mismo tiempo, la bienvenida a la civilidad, la unidad, la institucionalidad y el respeto e impulso a la ciencia. Ganó la sensatez, la prudencia y lo más importante, la búsqueda de mejores decisiones para todos.

En el tema económico, sin embargo, no veo mucha diferencia entre Trump y Biden en el corto plazo: (1) Considero que las tensiones con China continuarán -ahora sin aranceles y sin insultos, pero continuará-, y esto beneficiará a México; (2) el TMEC continuará firme; y (3) Biden no podrá aumentar los impuestos. En el corto plazo, debido a la pandemia y en el mediano plazo porque parece que el Senado estará en manos republicanas. Adicionalmente, si los llegara a subir, considero que el impacto económico negativo de corto plazo podría compensarse con mayor inversión en México al equiparar la estructura impositiva. Ahora, en el mediano plazo, considero que es muy factible que observemos tensiones por el tema ecológico. Una tensión totalmente bienvenida para que corrijamos el rumbo energético en México.

Sin embargo, lo más relevante es que en el mediano y largo plazos, Estados Unidos, el mundo y México ganan con Biden al regresar al proceso de globalización, a exaltar los valores universales, la ciencia e ir mitigando el populismo, que tanto daño hace y que no arregla ningún problema realmente. Ahora considero que se podrá regresar a la lucha verdadera por lograr la igualdad social, racial y socioeconómica.

Gabriel Casillas, director general adjunto de Análisis Económico y Relación con Inversionistas de Grupo Financiero Banorte y presidente del Comité Nacional del Estudios Económicos del IMEF
(v.periódico El Financiero en línea del 10 de noviembre de 2020).

La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Ése es el problema. Sucede que raras veces el pueblo está preparado para elegir bien. Dígalo si no el episodio de Jesús y Barrabás. Dígalo también el hecho de que Hitler fue elegido democráticamente, o en nuestro tiempo Trump. En ejercicio de la democracia el pueblo, puesto a elegir entre uno que le garantiza un buen gobierno y otro que le ofrece mil 200 pesos al mes, votará por el que le ofrece los mil 200 pesos al mes. En una sociedad ideal la democracia sería el gobierno de los pocos mucho en beneficio de los muchos poco. Con eso quiero significar el gobierno de los pocos que son mucho, saben mucho y tienen mucho, y que gobiernan para buscar el bien de los muchos que son poco, saben poco y tienen casi nada. A eso algunos le llamarían gobierno aristocrático. No se equivocarían, pues aristocracia es, etimológicamente, el gobierno de los mejores. Sé bien que lo que estoy diciendo no es políticamente correcto, pero es cierto. Lo malo de este tipo de gobierno, el aristocrático, es que por causa de la flaqueza humana, del egoísmo y la ceguera, los pocos que gobiernan acaban siempre haciéndolo en su propio beneficio y no en el del pueblo. De ahí surgen las grandes revoluciones, lo mismo la francesa que la rusa y la de México. En el fondo, la elección de López Obrador fue una revolución contra un gobierno aristocrático, el de aquellos que pudiendo ser los mejores se volvieron los peores por obra de la corrupción. En este caso la democracia sirvió para enmendar una grave equivocación cometida en el ejercicio de la democracia. Ahora el nuevo régimen está cometiendo sus propios yerros. Esperemos que en el futuro la democracia sirva para enmendar estos errores.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico Mural en línea del 12 de noviembre de 2020).

Con lo que he visto y leído en los años que llevo encima -el próximo marzo serán 85- he llegado a convencerme de que el mayor desafío a la democracia, el comunismo, está muerto y enterrado, y sobrevive solo en países fallidos, como Corea del Norte, Cuba y Venezuela. Ahora, los mayores enemigos de la libertad son el populismo y la infinita corrupción. Y, por 1a. vez en la historia, los países pueden elegir ser pobres o prósperos, no importa de qué tamaño sean o si tienen recursos o no. Pero elegir ser prósperos no es nada fácil. Hay una transición dificilísima y traumática hacia un capitalismo limpio, como el de ciertos países asiáticos; en Chile, en el que cifré tantas esperanzas, todo parece haberse ido al diablo. Tampoco es la fórmula el capitalismo putrefacto de Rusia o China, de empresarios que se hacen ricos tragando callados lo que ordena el poder. Pero Corea del Sur, Taiwán, Singapur, muestran que la prosperidad acerca la democracia en vez de alejarla. Mi gran decepción de estos años ha sido Israel, al que yo tenía como un ejemplo para el mundo subdesarrollado. Los israelíes, es verdad que con ayudas internacionales, han convertido en un país moderno y libre lo que era, antes, un páramo. Pero ahora es un país dominante y abusivo, que asfixia cada día más a los palestinos, y con un gobernante, Netanyahu, un verdadero delincuente que se aferra al poder sólo para no ir a la cárcel. Siempre dije que el único país en el mundo donde me sentía todavía de izquierda era Israel; ahora, tampoco allí.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.13-A del periódico El Informador del 15 de noviembre de 2020).

La democracia que, si bien, permite el acceso al poder a personas no aptas profesional, psicológica o moralmente para conducir los destinos de una nación, también es el camino para enmendar las decisiones erráticas o equivocadas.

El éxito de Biden y Kamala es el triunfo de la política; frente a la insolencia y las actitudes prepotentes, la buena educación y la humildad; frente a la descalificación, los argumentos y el proyecto de país; de cara a la ignorancia y el desprecio por la realidad, la ciencia y el conocimiento; en lugar de la intolerancia, la prudencia; frente a la confrontación, la aceptación de nuestras diferencias, la integración. Debemos ser optimistas: La democracia ha superado, una vez más, a la demagogia.

El día 5 de noviembre es una fecha inolvidable para la libertad: en EUA, los medios de comunicación profesionales dijeron NO al engaño, se negaron a difundir mensajes de violencia y odio.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 16 de noviembre de 2020).

¿En qué momento de la historia los votantes deciden apostar por tipos ridículos como Hitler, como Mussolini, como Trump? Pues en épocas muy semejantes; en sociedades profundamente heridas por 2 tremendas crisis económicas, la Gran Depresión de 1929 y la Gran Recesión de 2008. Cuando supuestamente se supera una crisis a costa de dejar un cuarto de la población empobrecida, y cuando los ricos causantes de esa crisis no sólo no han pagado por ello, sino que se han enriquecido aún más, una buena parte de la ciudadanía está siendo apaleada. Vivimos dentro de un sistema de valores tan perverso que el hecho de perder el trabajo te hace sentir culpable y avergonzado. Ser pobre es una humillación en nuestro mundo; pero, si además te has empobrecido recientemente, la quemadura es aún más insoportable. No veo fácil que esas personas dañadas, que creen que no son tenidas en cuenta, que se sienten despreciadas y ridículas, voten a patricios triunfadores como Hillary Clinton (ya digo que estas elecciones no las ha ganado Biden, sino perdido Trump). En cambio, cuando aparece un personaje tan obviamente penoso y estrambótico que sería despreciado en cualquier reunión de poderosos, pueden identificarse fácilmente con él. Me temo que hay mucho dolor real tras el triunfo de los ridículos.

Rosa Montero
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 22 de noviembre de 2020).

Después de 100 años, una cosa es clara: el socialismo en todas sus presentaciones y formas siempre ha fracasado y no podría ser de otra manera puesto que este modelo lleva el colapso en su diseño.

No obstante, un socialista de estos tiempos -un neocomunista- tratará de convencernos de que "ahora sí la cosa será distinta", porque, lo que ha vivido la humanidad no es "el verdadero socialismo". Agregarán que el "socialismo es humanitario" -se ha hablado incluso de un "socialismo con rostro humano" o un "socialismo del Siglo XXI", modelos que también han fracasado rotundamente.

Recientemente tuve la oportunidad de leer Socialism: The Failed Idea That Never Dies, un libro escrito por Kristian Niemietz, que con ejemplos concretos busca responder a la pregunta: ¿por qué perdura el socialismo, una idea a todas luces fracasada?

La respuesta extensa implica un profundo análisis que se explica a lo largo del texto; sin embargo, la respuesta más corta es: porque los neocomunistas siempre logran apartarse, a los ojos del público, de cada uno de los experimentos fallidos de construir un estado socialista.

Ejemplos sobran. En el transcurso del siglo XX fueron varios los intentos de establecer gobiernos socialistas en el mundo: la Unión Soviética, Camboya, Cuba y Corea del Norte, por mencionar algunos. El régimen genocida que padeció la URSS y el totalitarismo impuesto en sus satélites fueron algunas de las mayores amenazas a la libertad, a la dignidad y a la vida humana en la historia moderna.

En los años posteriores a la caída del Muro de Berlín -señal inconfundible del fracaso del sistema socialista- innumerables políticos han buscado seducir a la población ofreciendo una supuesta "igualdad" que tiene enormes costos ocultos: el colapso económico y la esclavitud.

Sin embargo, no aprendimos la lección: los atentados en contra de las libertades individuales continúan alrededor del planeta. En las últimas dos décadas hemos visto cómo, en diversas regiones, resurgen los gobiernos autoritarios que amenazan nuestras libertades bajo el rostro de un "socialismo amable", realmente un neocomunismo, que pervierte la democracia.

Los resultados siempre han sido terribles. Entonces ¿qué hacen los neocomunistas para apartarse de estos ejemplos? Es un proceso por etapas. Veamos.

Existen 3 fases en los experimentos socialistas:
1- La luna de miel: es cuando el experimento socialista parece tener éxito internamente y es aplaudido por los intelectuales de occidente, que ven al nuevo gobierno como una promesa de cambio y la prueba de que el socialismo sí funciona -finalmente.
2- Las excusas y charlatanería: este periodo marca el fin de la luna de miel, ya que comienzan a revelarse fracturas y fallas en el gobierno socialista -escasez, censura, amenazas, represión, etc.- y se deteriora gradualmente la imagen del régimen a nivel internacional. Sin embargo, los intelectuales occidentales que todavía apoyan el experimento adquieren una postura defensiva en donde culpan a los saboteadores, "al bloqueo" y utilizan excusas cada vez más creativas para justificar las fallas del sistema.
3- "No es el verdadero socialismo": esta etapa se presenta cuando el experimento es completamente desacreditado y hasta los más entusiastas seguidores se apartan del mismo. En esta fase los intelectuales afines justifican que en realidad esa experiencia "no representa el verdadero socialismo, porque el verdadero socialismo es humanitario".

No obstante, una y otra vez, el socialismo conduce a los mismos resultados: censura, autoritarismo, represión, descontento generalizado, escasez, miseria y emigración masiva -la gente literalmente "vota con sus pies".

El neocomunista tratará de apartarse de los fracasos anteriores del modelo que promueve.

Un claro ejemplo es la declaración de la Internacional Socialista, que afirma: "China y Cuba, así como la antigua Unión Soviética y sus satélites, no tienen nada que ver con el socialismo". El neocomunista piensa que desconocer los ensayos anteriores le dará una nueva oportunidad para probar cómo debe ser el verdadero socialismo.

La mala noticia es que una economía "democratizada" bajo este concepto nunca ha existido ni existirá porque el socialismo representa exactamente lo contrario de los valores democráticos.

Claramente, es mucho más democrático el sistema de mercado porque representa la confluencia de la voluntad de millones de personas, todas de manera espontanea y libre, buscando intercambiar los frutos de su trabajo.

Las economías planificadas, por definición, se rigen por una tecnocracia elitista y requieren una concentración extrema de poder en manos del gobierno que debe decidir, qué, cuánto y cómo se produce en cada momento, así como quién está OBLIGADO a trabajar en lo que se le ordena.

El socialismo no empodera a los trabajadores, por el contrario, les quita toda su dignidad al concentrar el poder en una élite burocrática que nadie eligió. Conlleva una gran restricción de libertades -especialmente de movimiento- ya que no se puede planear una economía cuando los factores de producción tienen la capacidad de moverse a voluntad. Por razones como ésta, la Unión Soviética y China introdujeron un sistema interno de pasaportes.

La mayor prueba del éxito de un sistema es si la gente quiere vivir en él o no: entre la fundación de la Alemania del Este y la construcción del muro de Berlín, más de 2.7 millones de personas emigraron, arriesgando sus vidas, hacia Alemania Occidental, sin mencionar el éxodo continuo de cubanos desde la llegada de Fidel Castro. Sólo en los primeros 3 años después de la Revolución de 1959, más de 300,000 cubanos abandonaron la isla, una quinta parte de la población. Hoy se estima que, en promedio, alrededor de 5,000 personas escapan de Venezuela cada día.

Algunos estados socialistas llegaron al genocidio para preservar el sistema: en China, bajo el gobierno de Mao Tse-Tung, millones de personas fueron ejecutadas al ser consideradas saboteadores y, bajo el régimen comunista de Camboya, Pol Pot mandó asesinar a cerca de una quinta parte de la población.

Pero ¿qué impulsa al neocomunismo?

Principalmente, un ideal distorsionado de "hermandad caritativa" y lo que yo llamo "pobrismo cristiano", es decir, la triste exaltación de la pobreza como un ideal del tipo que impulsa hoy el Papa Francisco en su reciente encíclica "Fratelli Tutti" -como si la pobreza fuera el único vínculo válido entre los seres humanos y la riqueza representara alguna forma de perversión; seamos claros, lo realmente perverso es la miseria y la falta de oportunidades.

Bajo esta visión tergiversada, la humanidad es como una familia muy grande y todos debemos ocuparnos de los demás. Entonces, para que no haya fricciones y envidias, lo más conveniente es que todos seamos pobres porque así no habrá razones para pelear o discutir.

El inconveniente de esta idea es que nunca ha sido viable, ni lo será, por la sencilla razón de que ¡el ser humano no es así! Lo que funciona en una familia pequeña y patriarcal, de intensa solidaridad entre sus miembros debido a una comunidad de vivencias, nunca funcionará en una sociedad grande, diversa y en continuo movimiento y evolución.

Resulta también, que a pesar de la promesa de abundancia que ofrece la economía de mercado, en mucha gente permea la mentalidad anticapitalista y se cae incluso en lo que yo llamo el maniqueísmo de la riqueza.

No obstante, los resultados del sistema "liberal y de mercado" hablan por sí mismos. Durante siglos, el desarrollo estuvo estancado y casi la totalidad de la población vivía en pobreza. Hoy en día, en un planeta con más de 7,000 millones de personas, la gente que vive por debajo de la línea de pobreza es inferior al 10% de la población.

Hoy es indudable que necesitamos libertad de acción para poder emprender, innovar y generar riqueza. Para acceder a una verdadera Prosperidad Incluyente, cada individuo debe ser capaz de generar riqueza a través de su propio esfuerzo, conocimiento y dedicación. Los socialistas, al buscar "compartir la riqueza" sólo han logrado una lucha de clases para repartir la miseria.

La riqueza es producto de la innovación y la innovación es hija de la libertad, por lo tanto, sin libertad no hay riqueza que repartir. Bajo un sistema socialista gradualmente se va erosionando la libertad, por lo que el único resultado posible es la pobreza y el descontento generalizado.

En cualquiera de sus presentaciones, el ideal socialista suele seducir a muchos, pero llevado a la práctica, nos lleva al colapso económico y a la pérdida de libertades; una verdadera pesadilla que se vive actualmente en países como Venezuela, Corea del Norte y Cuba.

Aún con sus enormes imperfecciones, los fundamentos de nuestro sistema legal, político, económico y social son esencialmente liberales. A lo largo de los últimos años, destacan los esfuerzos por consolidar a México en la senda del desarrollo. Hemos evolucionado y hoy tenemos grandes posibilidades de mejorar el nivel de vida de millones de personas.

El neocomunismo acecha al mundo. Por ello, nunca podemos bajar la guardia ante el resurgimiento de viejas quimeras que, con un nuevo rostro, promueven falsas ilusiones que sólo buscan esclavizarnos.

Ricardo B. Salinas Pliego, presidente y fundador de Grupo Salinas
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 29 de noviembre de 2020).

Fueron de todos los colores. Desde el vecino del norte, Canadá, cuyo primer ministro, Justin Trudeau, señaló que los canadienses estaban impactados y tristes por el ataque a la democracia de Estados Unidos.

Pero también de la derecha. Quien se identificó frecuentemente con Trump, Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, señaló que Estados Unidos representa la democracia de todo el mundo y que es vital que haya un traspaso de poder ordenado y pacífico.

También los señalamientos vinieron de la izquierda latinoamericana. El presidente Alberto Fernández, de Argentina, repudió los acontecimientos ocurridos en el Capitolio y confió en que se respete la voluntad popular que eligió presidente a Joe Biden.

El gobierno mexicano no condenó el asalto al Capitolio. [¿Será por su sospechada vocación golpista? - pregunta el webmaster.]

Enrique Quintana
(v.periódico El Financiero en línea del 7 de enero de 2021).

La intentona de lo que muchos han llamado un 'golpe de estado', generado por el propio presidente para retener el poder al no reconocer los resultados de la elección del 3 de noviembre, nos hace recordar la toma de Reforma. Naturalmente no es lo mismo: tomar la avenida más emblemática de un país, así sea por varios meses como ocurrió en el periodo poselectoral en 2006 en la Ciudad de México, es muy distinto al asalto del Congreso de un país tan potente y con una larga tradición democrática por una turba armada de seguidores de Trump.

No es lo mismo, pero nos muestra hasta dónde están dispuestos a llegar gobernantes populistas que creen que tienen el apoyo del 'pueblo' y que lo encarnan. Que muestran o pretenden mostrar una realidad alterna, con datos falsos, con mentiras todos los días, con acusaciones sin sustento a la prensa, a los científicos, a las organizaciones civiles y a quienes no piensan como ellos.

Como hemos podido ver, un gobernante de la calaña de Trump es capaz de poner en riesgo una democracia de más de 240 años, un país de instituciones y de un enorme poderío económico y militar. Un gobernante como él está dispuesto a justificar los actos de insurrección de sus seguidores basados en un resultado electoral desfavorable, a pesar de haber sido reconocido por las autoridades electorales de los 50 estados de la Unión Americana. Afortunadamente para Estados Unidos, sus instituciones democráticas, sus contrapesos constitucionales, la sensatez de políticos del mismo partido del presidente, el papel de las fuerzas armadas como eje del Estado que no está al servicio de intereses electorales sino de la Constitución, han permitido que la locura de un hombre, del mismo presidente, se tope con un bloque democrático basado en leyes e instituciones, y no pueda llevar a cabo la destrucción de su democracia.

¿Qué sucedería en México si los resultados electorales de 2021 o de 2024 no le permitieran al presidente López Obrador retener el poder? Ya sabemos que no acepta los resultados electorales adversos fácilmente, que hace consultas a modo, que reinterpreta las mismas encuestas de Morena a su conveniencia. Si experiencias del pasado pueden dar idea de la reacción que podría tener el presidente ante una eventualidad negativa para él, es posible imaginar que intentaría retener el poder a costa de las leyes e instituciones mexicanas. Y lamentablemente para nosotros, el resultado posible es que tuviera éxito. A diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos, donde el mismo vicepresidente Mike Pence retiró su apoyo a Trump ayer en la tarde, es difícil que algo así ocurra en México. Lo más seguro es que todo el gabinete, los líderes y legisladores de Morena en la Cámara de Diputados y en el Senado, y seguramente varios miembros de la Suprema Corte de Justicia, no moverían un dedo para detenerlo en sus pretensiones.

Pero lo más grave sería que, de darse una intentona como la ocurrida hoy en Washington, el presidente López Obrador probablemente contaría con el apoyo de las fuerzas armadas. En ese caso, aun si los líderes civiles pudieran ofrecerle resistencia, contar con el respaldo del Ejército y la Marina sería definitorio. No habría manera de evitar que permaneciera en el poder. ¿Será por eso que les ha dado tanto dinero, atribuciones y poder a las fuerzas armadas?

Al escribir estas líneas me repito a mí mismo: "no puede ser, eso no va a ocurrir, estás loco..." Desgraciadamente, lo mismo decíamos en las últimas semanas cuando se hablaba de algún tipo de intento de golpe de estado en Estados Unidos. Y ayer ocurrió. No fue exitoso debido a la sensatez de líderes del propio Partido Republicano y de que las fuerzas armadas son absolutamente institucionales. Desafortunadamente ese podría no ser el caso en nuestro país. ¡Cuidado! Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.

Enrique Cárdenas
(v.periódico El Financiero en línea del 7 de enero de 2021).

Trump es una caricatura, pero en su posición, es altamente peligroso. Todavía ayer, tras incitar a la rebelión armada en el epicentro de Washington, que es donde está el Capitolio, tras aliados y opositores que lo urgieron a dar la cara y pedir a sus turbas que se retiraran del Capitolio, insistió en un video que difundió en su cuenta de Twitter, en la falacia que les habían robado la elección presidencial. Eso no fue el llamado a la paz que le exigían, sino a mantener la rebelión contra las instituciones, en particular contra el Capitolio, corazón de la democracia estadounidense, que no había sido tomado por nadie desde 1814, cuando lo quemaron los invasores ingleses.

También es el legado de Trump, un hombre rabioso y rencoroso que fracasó como destructor de la democracia y demoledor de instituciones. No fue por su falta de fuerza, empeño y obsesión, sino porque las instituciones mostraron ser más fuertes que él, y porque sus propios correligionarios en el Capitolio y en los gobiernos estatales, actuaron con responsabilidad y lo apoyaron hasta que hacerlo habría sido un crimen. Son importantes las instituciones, pero más las personas que las habitan. Sin ellas, son colonizadas. Con ellas, se evitan los excesos, los abusos y las arbitrariedades. Es una gran lección para otras naciones, sobre lo que significan los contrapesos y la independencia ética y responsable en las instituciones.

Deja tras de sí un país confrontado y polarizado, con un segmento de la sociedad que creyó sus mentiras de fraude electoral, que no sanará ni se reconciliará. Biden habló de unidad en los momentos aciagos de ayer, pero como sabemos en México, esa división será irreversible.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 7 de enero de 2021).

No hay otra forma de describir lo sucedido ayer en Washington: un intento de golpe de estado por una turba incitada por el propio presidente, Donald Trump, quien después, con esa incompetencia tan característica de su mandato, trató torpemente de detener.

Miles de manifestantes se reunieron en la capital de Estados Unidos este día de Reyes a petición de Trump, quien los alentó por la mañana al decirles: "No queremos ver que los envalentonados izquierdistas demócratas se roben nuestra victoria electoral". Los manifestantes rodearon el Capitolio, la sede del Congreso, y violentamente lo penetraron en un intento por impedir el voto de certificación del Congreso de los resultados de la elección presidencial.

En la tarde, un Trump al parecer asustado por su propio acto de sedición difundió por Twitter, sin recurrir a las cadenas de televisión que cubren la Casa Blanca, un mensaje grabado de un minuto en el que reiteró sus falsas acusaciones de fraude electoral, afirmando que ganó por "una avalancha", pero en el que pidió a sus seguidores "ir a casa en paz", "no queremos que nadie salga lastimado".

Siempre fue claro el talante antidemocrático, autoritario de Trump. Lo demostró desde que lanzó su candidatura. Por eso lo rechazó el establishment republicano a principios de 2016. Sin embargo, con el sistema de elecciones primarias que ahora es común en los partidos hegemónicos de Estados Unidos, la posibilidad de que un populista pueda ser postulado y ganar una elección, algo inviable cuando los candidatos eran seleccionados por los líderes del partido en "habitaciones llenas de humo", se ha hecho realidad.

En los últimos tiempos dominados por redes sociales hemos visto el surgimiento de numerosos movimientos autoritarios que muchas veces lindan con el fascismo, pero que llegan al poder por la vía electoral. Ha sido el caso de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Víctor Orbán en Hungría, Recep Erdogan en Turquía y otros más. Donald Trump ha sido el más importante de todos, porque llegó a la Presidencia no solo de la mayor potencia económica y militar del mundo, sino de la democracia que más tiempo ha permanecido viva en la historia.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad Harvard, han señalado en su libro de 2018 How Democracies Die que, si bien estamos acostumbrados a las imágenes de golpes militares, desde hace décadas las democracias han muerto más bien con dictadores que asumen el poder por la fuerza del voto: "La caída de la democracia hoy empieza por las urnas... Los autócratas electos mantienen un barniz de democracia mientras evisceran su sustancia... La erosión de la democracia es, para muchos, casi imperceptible".

Trump llegó a la Casa Blanca por medios democráticos. Ni Hillary Clinton, quien contendió contra él en 2016, ni Barack Obama, quien ocupaba la Presidencia, hicieron intento alguno por cuestionar la legalidad de su elección. Poco importaban sus posiciones extremistas o sus declaraciones de que solo reconocería el resultado si ganaba.

Lo que vimos ayer en Washington nos demuestra que siempre habrá extremistas que busquen el poder por la vía electoral solo para desmantelar la democracia. Anne Applebaum apunta en Twilight of Democracy, uno de los libros políticos más importantes de 2020: "Dadas las condiciones adecuadas, cualquier sociedad se puede volver en contra de la democracia. En efecto, si la historia nos dice algo, es que todas las sociedades lo harán tarde o temprano". Es triste, pero cierto.

"Nuestra nación, que siempre fue vista como una luz de democracia, está en una época oscura", afirmó ayer el presidente electo Joe Biden. Y añadió: "Este es un recordatorio de que la democracia es frágil".

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 7 de enero de 2021).

Sorprende, y a la vez preocupa, que en la república que se ha ostentado siempre como adalid de la democracia acontezca algo tan aberrantemente antidemocrático. Eso ha de ser motivo de reflexión para nosotros, mexicanos. El populismo suele llevar tarde o temprano a extremos tales como los que en Washington se vieron, y que en un país como el nuestro se multiplicarían peligrosamente. Muchos riesgos surgen cuando los personalismos absolutistas ocupan el sitio que la razón y la ley deben ocupar. Una lección valiosa ofrece lo sucedido en la capital norteamericana: la democracia está permanentemente en riesgo, y no se debe dar nunca por asegurada. Trabajosamente se consigue, y se pierde con facilidad. Sólo el equilibrio de poderes y el respeto irrestricto a la legalidad pueden ser garantía de ejercicio democrático, y por lo tanto de paz y orden social. En México, por desgracia, hoy por hoy no tenemos ni una cosa ni la otra. La sociedad civil, por tanto, ha de estar alerta. Algún día, como se vio en Estados Unidos, puede aparecer alguna intentona antidemocrática.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico Mural en línea del 8 de enero de 2021).

Los políticos serios y los analistas, así como todos aquéllos que creen en la democracia, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, no dejan de ver con preocupación el sainete orquestado por Trump y su camarilla de incondicionales, para descalificar las recientes elecciones en que Biden obtuvo la presidencia con una votación que fue récord histórico. Por supuesto que el intento es inútil y muy tendencioso, dado el atavismo de Trump hacia el fascismo, inspirado en su admiración enfermiza por Hitler y su misma condición patológica que le impide ver y admitir la realidad de su derrota estruendosa en los recientes comicios.

El riesgo es, como algunos analistas lo señalan, que un grupúsculo de republicanos, más interesados en su chambismo político y temerosos de que Trump los ataque al no apoyarlo, están provocando una seria situación de riesgo en contra del sistema democrático en su país, que todos reconocemos y admiramos como el menos defectuoso en el mundo, apoyados por medios de comunicación mediocres algunos y otros mal intencionados como Fox News, todos ellos admiradores e instrumentalizados hacia una dictadura de extrema derecha y siguiendo al pie de la letra las tácticas de Hitler, consistentes en mentir y seguir mintiendo confiados en que la gente menos pensante terminará por aceptar como verdad absoluta esas mentiras reiteradas hasta el cansancio, sistema óptimo para adoctrinar y lavar el cerebro de gentes como poco criterio y dispuestas a seguir indiscriminadamente a los manipuladores que son esos extremistas ultraderechistas, interesados únicamente en conservar sus prebendas y beneficios que les proporciona el poder político que detentan, sin importarles la preservación del propio sistema democrático norteamericano, que sin duda alguna, atraviesa en estos momentos por su más dramática prueba. El mundo está presenciando azorado, este ataque a la institución más respetada y admirada, como lo es la democracia norteamericana. Confiemos en que podrá resistir y superar ese ataque, perpetrado no por enemigos externos, sino por una camarilla de ambiciosos políticos sin escrúpulos y carentes de todo sentido de patriotismo y responsabilidad histórica.

Razón y Acción
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 10 de enero de 2021).

Luego que una turba azuzada tomara las instalaciones del Congreso de Estados Unidos y obligara a suspender la certificación del triunfo de Joe Biden en la elección presidencial, el país vecino enfrenta una crisis política de enormes consecuencias internas y externas. La conducta de Donald Trump ha demostrado cómo su voluntad ha despreciado la legalidad y ha llegado a extremos que lo colocan al borde de enfrentar cargos criminales.

Es muy probable que se acuse al presidente de insurrección y otros cargos en el congreso mediante un procedimiento de difícil desahogo, pero de enorme valor simbólico que lo pude orillar a renunciar, tal y como se lo han exigido ya decenas de senadores y representantes. Al parecer las intenciones de Trump han pasado las líneas rojas del deber de respetar y defender la constitución y eso puede significar el 1er. paso de una serie de desventuras que pueden llevarle a terminar con sus aspiraciones de continuar en la vida política como aspirante a presidente.

Para los demócratas, resulta estratégico que Trump salga de la Casa Blanca de forma anticipada y así mandar el mensaje a su país y al mundo que Estados Unidos no tolerara experimentos populistas. Pero al mismo tiempo, el procesamiento de Trump puede significar una profundización de la división interna y dificultar una necesaria reconciliación política. Los grandes medios de comunicación como el WSJ y el WP han expresado que lo mejor para la nación es que Trump renuncie, y las empresas privadas que controlan las redes sociales han cancelado sus cuentas dado el peligro que puede representar el actuar del presidente estos días.

Las encuestas muestran que la mayoría de la opinión pública está de acuerdo con que Trump se vaya anticipadamente. Mientras decenas de altos funcionarios de la administración han renunciado a sus cargos y un puñado de republicanos, incluyendo una senadora, han exigido su salida, con lo que se incrementa la presión sobre el aún presidente.

El mandatario violento que ofendió a tantos, incluyendo a los mexicanos, que pretendió someter a las instituciones a su servicio ha llegado a un punto de no retorno que abre también la oportunidad para rectificar muchas de las medidas que se impusieron durante su gestión.

Las instituciones de Estados Unidos han resistido el intento de desbordarlas mediante acciones populistas sustentadas en teorías conspiracionistas y mentiras repetidas como verdades que han puesto de manifiesto la fragilidad democrática en el mundo y han encendido las luces de alerta ante los grupos que Joe Biden denominó como terroristas locales. La radicalización de quienes justifican el rompimiento de la legalidad es una tendencia muy peligrosa que se manifiesta en movimientos incitados desde la profundidad de internet.

La era Trump termina con un legado de ignominia y la enseñanza del cuidado que debemos tener siempre para colocar al derecho como la referencia substancial del ejercicio de la autoridad. Las consecuencias globales de estos episodios son aún desconocidas.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 10 de enero de 2021).

Haciendo eco de los discursos de los senadores norteamericanos, el 6 de enero de 2021 pasará a la historia de ese país como un día aciago.

El autor intelectual del atentado contra las instituciones democráticas de la nación no era un dictador bananero o petrolero, tampoco un grupo terrorista islámico, sino el propio presidente del país todavía en funciones o en disfunciones.

Humillación penosa toda vez que Estados Unidos se ha proclamado desde sus orígenes el paladín de la democracia y de la civilidad, por lo menos hacia dentro, y seguramente en su propio ámbito lo ha sido y con un notable éxito, hasta la llegada de ese profundo malestar interno de las sociedades postmodernas, insatisfechas, temerosas de perder lo alcanzado, estancadas en una medianía económica que les parece insufrible, en franco retroceso hacia un ostracismo individualista y violento que les lleva a la xenofobia militante, al tribalismo primitivo, a buscar chivos expiatorios en los que son diferentes, en especial los inmigrantes, a plegarse bajo las banderas del extremismo sea de derecha que de izquierda. ¿No fue así que llegaron al poder todos los grandes dictadores del siglo XX en Europa?

Desde su 1a. campaña, Donald Trump supo canalizar esas energías reprimidas, seguramente compartiendo en buena medida las ideologías de fondo, como lo ha mostrado su discurso permanente, avalado por una forma de ser que se identifica muy bien con esa nueva anarquía social de los países otrora civilizados, con esa búsqueda del líder prepotente y despótico con el cual se identifica muy bien los extremistas; pero de igual manera utilizó a sus seguidores para que confirmaran sus acciones, pues la reelección avalaría la gestión desarrollada, y alimentaria de sus ego desbordado.

Quizá en delante, todo aspirante a puestos de elección popular deberá someterse a un minucioso examen psicológico que prevenga a la sociedad de líderes con psicopatías incompatibles con la función pública.

Armando González Escoto
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 10 de enero de 2021).

Las ideologías son aquellas construcciones de la inteligencia que definen una forma de pensar y, por tanto, el comportamiento de los ciudadanos en sus relaciones políticas; son parte de su identidad y están constituidas por las creencias que cada persona tiene respecto del estado, la sociedad, la economía y la cultura en general. Cuando un grupo social coincide respecto de determinadas ideas se organiza en partidos y es, a través de ellos, que interviene en los procesos de elección de los funcionarios públicos que lo han de representar en los órganos del poder público para garantizar el cumplimiento de sus propuestas. Es un tema de afinidad y confianza.

Para distinguir las ideologías, desde la Revolución Francesa se acudió a una referencia espacial, así hablamos de derecha, centro o izquierda. Cada una de estas configuraciones tiene una serie de características más o menos aceptadas por todos. A la derecha, corresponde un pensamiento que acentúa las virtudes del individualismo, la empresa, el libre mercado, la propiedad privada, etc. A la izquierda, pertenece una visión socialista, se tiene una concepción estatista del poder, se cree en la economía dirigida (desde el gobierno), en la propiedad colectiva y en una política de bienestar social con base en los subsidios públicos. En el centro, se ubican aquellos que creen en las garantías individuales y sociales del individuo, en la propiedad privada y ejidal, el sistema de economía mixto, etc.

Los ciudadanos deberemos ejercer nuestro derecho de cómo y por quién queremos ser gobernados. Los partidos políticos y sus candidatos habrán de proponer su oferta y compromisos para que nosotros decidamos nuestro voto. El problema es ¿en quién creer? y ¿por quién votar? El pragmatismo substituyó a las ideologías y los que ayer fueron rojos, hoy son amarillos, los amarillos son azules, los azules son rojos, los verdes son multicolores y en ese circo de malabaristas que aspiran a representarnos ya no sabemos dónde quedó la bolita.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de enero de 2021).

En la retórica populista, la palabra neoliberalismo es a menudo sinónimo de capitalismo contemporáneo, causante de la desigualdad y prácticamente de todo lo que es malo en el mundo. Se dice que gracias al neoliberalismo se abandonan las políticas que promueven el estado de bienestar y se prioriza la competitividad.

El neoliberalismo se caracteriza por una serie de principios que incluyen, pero no se limitan a: (a) los mercados como el medio más eficiente para asignar recursos escasos; (b) el libre comercio internacional es deseable; (c) la intervención estatal no es deseable; y (d) la flexibilidad del mercado laboral es necesaria. Tradicionalmente el neoliberalismo se ha asociado también con políticas de austeridad y de reducción de los déficits presupuestarios.

La aplicación de estas políticas depende del contexto y la cultura específica de cada país. No todos los países considerados neoliberales lo adaptan igual. Por ejemplo, en Inglaterra el sector salud está socializado y en los Estados Unidos está privatizado. Ambos países son considerados como la cuna del neoliberalismo y están en la vanguardia de la aplicación de las políticas de esta ideología. Quiere decir, que el neoliberalismo no es un sistema hegemónico, sino que es mejor pensarlo en términos de variaciones. Esto es similar a lo que sucede con las religiones. Por ejemplo, no es lo mismo ser católico que ser evangélico o protestante, aun cuando todos son cristianos.

Pues bien, por más criticas que hay sobre el neoliberalismo, hay una realidad que no se podrá negar y es que salvará a millones de personas de la muerte gracias a la vacuna contra el COVID-19. Nunca en la historia se ha logrado desarrollar, producir y distribuir una vacuna con la rapidez con la que se logró ésta en países de corte neoliberal. Esto es un hecho indiscutible. Veamos las farmacéuticas más avanzadas con la vacuna: (a) Oxford-AstraZeneca, inglesa en colaboración con la Universidad de Oxford; (b) Pfizer, norteamericana en colaboración con BioNtech, una farmacéutica alemana; (c) Moderna, norteamericana; y (d) Novavax, norteamericana (en fase 3).

Por otro lado, considerando las vacunas de Rusia y China, ambos países han abrazado los principales preceptos del neoliberalismo. David Harvey sostiene que "el neoliberalismo con características chinas" describe mejor el "tipo particular de economía de mercado de China que incorpora cada vez más elementos neoliberales interdigitados con un control centralizado autoritario".

En todos estos países se ha avanzado principalmente gracias al liderazgo del sector privado en investigación y desarrollo, creando lo que hoy se denomina como "economía del conocimiento". El vínculo entre la economía del conocimiento y el neoliberalismo se ha vuelto cada vez más evidente, la 1a. se ve como una fuerza impulsora detrás de la competitividad global lo que a su vez retroalimenta las reformas que hacen más eficiente la economía.

La globalización y el neoliberalismo tienen puntos negativos, han generado, por ejemplo, mayor desigualdad. Sin embargo, debemos matizar esta idea como si fuera blanco y negro, pues también ha disminuido la pobreza en el mundo y este año salvará a millones de personas.

El reto ahora es que sin lugar a duda la pandemia hará que en los países "neoliberales" donde se desarrollaron las vacunas se acelere la economía del conocimiento y esto generará mayor desigualdad al interior de los países y a su vez en relación con otros países. Como consecuencia se incrementarán las tensiones sobre migración y seguridad. ¿México, dónde queda? Vienen tiempos complejos.

Jacques Rogozinski
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 12 de enero de 2021).

El fascismo es el racismo, la demagogia, el espíritu guerrero, el nacionalismo frenético, y los Estados Unidos, aunque sobrevivan prejuicios raciales en la comunidad blanca, por la variedad de razas, religiones y culturas que lo habitan y que han forjado la grandeza americana, no puede ser fascista en contra de todas sus leyes y costumbres. Lo que no impide, por supuesto, que haya gente allá estúpida, pero, acaso, debido a aquella legalidad de que estaba tan orgullosa mi madre y que la inmensa mayoría de los norteamericanos respeta, más que en otras partes, haya menos que entre los que han vivido siempre rodeados de la brutalidad política. Por lo menos 170 de los asaltantes al Capitolio han sido detenidos y 70 de ellos ya están enjuiciados. Esto no quita que la demagogia desalada que Trump vertió desde la Casa Blanca en todos estos años haya elevado el resentimiento y la división social y racial a unos extremos que Estados Unidos desconocía. Y no será fácil que se restauren las buenas relaciones del país con sus aliados tradicionales, algo que Trump destrozó desde el poder, declarando, nada más asumir la presidencia, entre otras barbaridades, que la figura que más admiraba como estadista en el mundo de hoy era Vladimir Putin, es decir, otro demagogo y mentiroso como él mismo.

He estado muchas veces en los Estados Unidos y admiro mucho ese país, por las razones que lo admiraba mi madre. Creo que allí la democracia siempre ha funcionado, y que ella ha ido perfeccionándose con el paso de los años y perfeccionando a la sociedad gracias a las constantes reformas, y que se trata de un país verdaderamente libre, uno de los más libres del mundo, como lo descubren y empiezan a vivir en consonancia, en el respeto a sus leyes, esos millones de inmigrantes que lo han construido y a los que en buena parte debe sus altos niveles de vida y su poderío militar.

Esas cosas, como el amor a la libertad, no se destruyen de la noche a la mañana con la demagogia de ese triste personaje que ha ocupado la presidencia del país en estos años. Por eso es tan importante que triunfe el proceso de impeachment (destitución) que han iniciado los demócratas en la cámara baja, que dominan por 35 votos, y los 10 republicanos que se han sumado a ellos. Lo que impediría a Trump ser candidato en las próximas elecciones, pues, incluso sólo como candidato, volvería a hacer daño, repartiendo, a manos llenas, como lo ha hecho esta vez, el resentimiento y las mentiras que mucha gente ingenua y poco preparada se tragó.

Una última reflexión sobre la democracia. Como ha demostrado Donald Trump, todas -sí, todas, hasta las que creíamos las más antiguas y sólidas- son precarias. ¿El triunfo de Boris Johnson en Inglaterra no lo ha demostrado acaso? Que haya un voto libre no significa que los ciudadanos siempre voten bien. Muy a menudo votan mal y eligen no lo mejor sino lo peor. Quizás esa sea la mejor enseñanza que nos ha dejado Trump. Los norteamericanos eligieron mal -votaron más contra la señora Clinton que a favor de Trump- y eso ha sido una tragedia para Estados Unidos.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 17 de enero de 2021).

Si algo hay que aprender de la era Trump es que la democracia genera sus propios virus. Ante la incapacidad de dar los resultados en las promesas básicas de igualdad de oportunidades y el fin de los privilegios (las grandes promesas de la Revolución Francesa), sea por distorsiones, corrupción, burocracia, deterioro institucional, etc., surgen liderazgos mesiánicos y sociedades polarizadas. Si algo hemos de aprender del triunfo de Biden es que la única vía para restituir los valores de la convivencia pacífica y la igualdad es la misma democracia. Una enfermedad como el trumpismo no es inocua, deja secuelas difíciles de erradicar, pero igualmente hoy sabemos que la única vía para generar los anticuerpos necesarios es la democracia.

Sí, la democracia genera virus, pero también sus anticuerpos. Ante un bicho tan nocivo como el del pelo naranja era necesario regresar a los más básicos valores democráticos. Escuchar hablar de unidad, verdad, respeto, decencia como los soportes del ejercicio del poder, regresa la confianza en la política como vía para resolver nuestras diferencias. No es la 1a. vez que la democracia estadounidense opta por este tipo de remansos en medio de la crisis. La personalidad y el tono de Biden recuerdan mucho a Jimmy Carter, el demócrata que fue electo en 1976 tras los escándalos de Watergate y la crisis moral del gobierno encabezado por los republicanos que terminó con la renuncia de Richard Nixon (para evitar su destitución) y un desatinado vicepresidente Gerald Ford terminando el cuatrienio en medio de conflictos internos e internacionales. Carter duró sólo un periodo, lo derrotó estrepitosamente en su intento de reelección Ronald Reagan, pero regresó la decencia a la Casa Blanca.

Todo apunta a que Biden será, al igual que Carter, presidente de un sólo periodo. Cuando termine su mandato en 2025 tendrá 82 años, 81 al día de la elección, por lo que es muy poco probable que busque la reelección. La gran pregunta es si para entonces los anticuerpos de la democracia habrán logrado hacer efecto y destruir el trumpismo, esta cepa estadunidense del virus populista que está amenazando muchas democracias alrededor del mundo.

Diego Petersen Farah
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 21 de enero de 2021).

¿Qué tanto poder tiene en el momento actual un presidente? En lo que mira al poder interno, la pregunta puede tener diversas respuestas. Desde el punto de vista de los gobiernos democráticos, donde los haya, el poder de un presidente o primer ministro estará siempre acotado por el parlamento. Aún así, los mandatarios tienen siempre un amplio margen de maniobra, como pudimos ver durante el gobierno de Trump. En los países democráticamente subdesarrollados, como Rusia o las naciones latinoamericanas y africanas, el poder interno tiende a ser total, como en las antiguas monarquías absolutas, y con sus excepciones.

En lo relativo al poder externo solamente quienes presiden grandes potencias pueden tener una verdadera influencia, incluso determinante en muchos aspectos. Es el caso de los presidentes norteamericanos.

No obstante, hoy día son muchas las voces expertas que niegan incluso a estos presidentes un poder verdadero, toda vez que el mundo se mueve en términos de "política débil" y economía fuerte, es decir, si lo importante es el dinero, serán los dueños del capital quienes no sólo determinen al gobierno, sino que incluso decidan quién deba gobernar, lo cual incluye el tipo de parlamentarios que se proponen y se votan, gobiernos pues constituidos por administradores de alto perfil burocrático y convencida docilidad a las leyes del mercado. Trump no escapó a esta definición, pues él mismo venía siendo uno de los grandes capitalistas norteamericanos, con la sola diferencia de las malas maneras y una codicia que no admitía mengua, si bien la presentaba bajo el lema de "volver a hacer grande" a Estados Unidos. De cualquier modo, hace ya muchos años que la presidencia norteamericana ha recaído no sobre políticos que quieren hacerse ricos, sino sobre millonarios que quieren ser políticos, o a través del senado le han apostado a serlo, con lo cual la democracia estadounidense más bien podría ser considerada una plutocracia con compromiso democrático. Algo semejante sucede con las potencias europeas.

El nuevo gobierno de Biden ha iniciado con 3 condiciones paralizantes: la epidemia, la crisis económica y la herencia de Trump. La herencia de Trump significa 74 millones de norteamericanos que buscaron su reelección y que por lo mismo se ajustan más o menos al perfil de esta persona e incluso la rebasan como se pudo ver en el asalto al Capitolio, si la democracia de Estados Unidos continua en descenso, estos millones de votantes mantendrán su beligerancia.

Económicamente el vecino del norte conserva todavía una gran fuerza, parte de la cual la obtiene por la usura mundial que ejerce, pero también por su gran desarrollo en todos los campos de la ciencia, por su dominio en las carreteras de la informática, profesionalismo, organización laboral, producción alimentaria, farmacéutica y armamentista, sin olvidar sus recursos naturales.

La pandemia no es todavía de fácil pronóstico, en este punto la incerteza seguirá presente por buen tiempo.

En favor de Biden opera la renovada esperanza del cambio, una esperanza que es mundial y que han convertido en declaraciones públicas los líderes de la Unión Europea, entre otros muchos que se alarmaron justamente ante las reiteradas acciones demoledoras de Trump.

Armando González Escoto
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 24 de enero de 2021).

El populismo se mundializa y estamos comprobando que es un populismo de extrema derecha que ha vencido al populismo de la izquierda, disminuida casu hasta su extinción. Lo cual constituye la respuesta al nuevo despertar del desencanto globalizado frente a la impotencia de las democracias, que no han sido capaces de encauzar sus formas de protesta más generalizadas. El hecho es que las democracias pierden poco a poco el terreno frente al fascismo; y el desencanto se ha extendido a América Latina, África, donde impera la desigualdad, la fragilidad institucional y el rol de los militares y caudillos.

Sergio López Rivera
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 30 de enero de 2021).

A los gobiernos populistas "de izquierda" no les gustan los modelos económicos liberales porque como premian el esfuerzo, la diferenciación y la mejor asignación de los recursos, obligan a los actores económicos a hacer uso continuo de sus capacidades que, al ser desiguales, generan importantes diferencias económicas y sociales, pero además, cuando los entes económicos saben que han dado todo de sí, se vuelven exigentes y no aceptan que quienes los gobiernan sean ineficientes, lentos e incompetentes.

De acuerdo con lo anterior, en el liberalismo no hay espacio para los populistas que pretenden controlar a las masas sin dejarlas reflexionar, es por eso que quienes quieren hacerse del control político de ese tipo de sociedades se ganan su simpatía ofreciendo el oro y el moro en combate a la corrupción, justicia social, salud pública y bienestar para todos, pero más temprano que tarde la realidad se impone y demuestra que no alcanzan los recursos para lograrlo.

Como resultado del control político mencionado, poco a poco se va ideologizando a las masas, se caen los estándares educativos y se llenan sus contenidos de conceptos que dividen a la sociedad y la acaban polarizando.

Todo esto que llena las páginas de los libros de texto de países con regímenes dictatoriales y socialistas no es nuevo, pero en México se está incrustando a pasos agigantados y lo empezamos a ver normal.

El país del esfuerzo en que creímos se nos fue de las manos. Lo que viene es todavía peor, apenas vamos empezando.

Razón y Acción
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 7 de febrero de 2021).

La democracia ha cambiado muy poco en los últimos 2000 años, anteriormente la distancia en conocimientos entre los miembros de una misma población era menor. Actualmente hay mucha mayor especialización. ¿Quien está más preparado, un miembro de la Generación Z o una persona adulta con derechos de voto que nunca ha salido de su municipio? Las democracias también han sido lentas. El voto "democrático" es hasta los 18 años, pero jóvenes de 15 años votan con sus dedos para mover economías en espacios virtuales. En muchos casos están más informados y entienden mejor el mundo que personas que tienen más de 70 años. Y qué decir con la representación en los congresos o las burocracias gubernamentales, basta ver su edad. Estos son los representantes que, a menudo, sin entender el mundo digital legislan o aplican las leyes.

¿Qué puede implicar este nuevo contexto para muchos países? Si tomamos el ejemplo de México, la complejidad es tal que los reguladores difícilmente podrían responder en tiempo y forma. Con el desprestigio mundial de la administración pública, las nuevas generaciones que buscan experiencias más que posiciones jerárquicas y títulos, están poniendo en aprietos a los reguladores y hacedores de política para atraer talento que comprenda estos cambios y los valores de estas redes.

Jacques Rogozinski
(v.pág.13-A del periódico El Informador del 8 de febrero de 2021).

La filosofía de la 4a. Transformación es muy sencilla: hay que centralizar el poder, hay que fortalecer el Estado. Lo señaló la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, el 3 de febrero al defender la iniciativa de reforma de la Ley de la Industria Eléctrica: "Desde que llegó el señor presidente López Obrador al gobierno se ha retomado la rectoría del Estado, que en algunos, en muchos años, se olvidó". La electricidad debe ser controlada por el gobierno, dijo, porque "Es una rectoría que debe estar en el Estado".

Lo ha ratificado el líder de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, al explicar en varias entrevistas su propuesta para censurar las redes sociales: "No defiendo a Trump, pero me hubiera gustado que quien suspendiera su cuenta fuera un órgano constitucional y no el dueño de Twitter o Facebook... Si las redes llaman a actos ilegales o comisiones de delitos, es el Estado quien soluciona. Las redes sociales se quedan en el llamado, pero al final es el Estado quien resuelve y debe recuperar" (El País). En otras palabras, el senador no se opone a la censura, sino a que esta la ejerzan empresas privadas y no el Estado.

No es nueva la idea de que el Estado debe prevalecer sobre los individuos: de hecho, ha sido el fundamento de todos los regímenes autoritarios de la historia. El gobernante sabe más que el gobernado y, por lo tanto, debe tomar las decisiones importantes. "Deben saber los súbditos del gran monarca", rezaba el bando de 1767 del marqués de Croix en representación de Carlos III, "que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno". Ahí están las raíces de la insistencia de la 4T de centralizar el poder.

Con la experiencia de los gobiernos fascistas-comunistas de mediados del siglo XX, George Orwell describió en su novela 1984, publicada en 1949, los elementos de ese Estado omnipotente que algunos políticos siguen admirando: "La posibilidad de imponer no solo completa obediencia a la voluntad del Estado, sino completa uniformidad de opinión en todos los sujetos, existía ahora por 1a. vez". En la novela, ese Estado se llamaba el Gran Hermano.

El término "rectoría del Estado" se utiliza principalmente en México (Diccionario panhispánico del español jurídico de la Real Academia Española). El concepto, sin embargo, no estaba incluido en la Constitución liberal de 1857, ni tampoco en la de 1917. Se introdujo en 1983, al comenzar la presidencia de Miguel de la Madrid, cuando se enmendó el artículo 25 para decir: "Corresponde al Estado la rectoría del desarrollo nacional... El Estado planeará, conducirá, coordinará y orientará la actividad económica nacional". El artículo 26, por otra parte, determinó que "El Estado organizará un sistema de planeación democrática del desarrollo nacional...".

La rectoría del Estado es, en principio, una filosofía de violación de las libertades individuales. Deben ser los ciudadanos, y no el gobierno, los que definan con libertad sus decisiones, siempre y cuando no afecten los derechos de terceros. Pese a las declaraciones de Sánchez Cordero, un monopolio gubernamental no garantiza que, por ejemplo, la electricidad se otorgue con "continuidad, confiabilidad y estabilidad". Los países con mercados con reglas claras han tenido un mejor servicio de electricidad.

El senador Monreal, por otra parte, tiene razón en preocuparse por la censura en las redes. La perversión radica en pensar que la censura es aceptable, siempre y cuando la ejerza el Estado.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 8 de febrero de 2021).

Dos grandes enemigos tiene la democracia: la pobreza y la ignorancia. Esos males van juntos casi siempre, y hacen que quienes los padecen no estén en aptitud de ejercer plenamente su libre voluntad. Son entonces fácil presa de caudillos, de gobiernos que basan su política en las dádivas, de políticos demagógicos. Un pueblo educado es por naturaleza un pueblo libre. La educación y la libertad conducen necesariamente a la democracia. Donde esos bienes faltan es difícil que los ciudadanos puedan alcanzar su cabal realización. Nuestro país tiene un problema grave de pobreza, lo cual hace difícil que los frutos derivados de la educación puedan llegar a la inmensa mayoría de los mexicanos. Y sin educación no florecen los valores en que se finca la sana existencia de una comunidad: libertad, justicia y democracia. Cuidado con los gobiernos que en la pobreza del pueblo, y en su ignorancia, fincan su poder.

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico Mural en línea del 11 de febrero de 2021).

Ya lo sabíamos, pero es bueno que también lo sepan quienes todavía sueñan con imitar a Marx, Lenin y Fidel Castro: las empresas estatales hunden y empobrecen a un país; así lo entendieron la URSS y China Popular, que ahora ejercen un capitalismo de amiguetes y sin libertad, una fórmula mejor que la anterior pero insuficiente para un genuino desarrollo democrático.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 21 de febrero de 2021).

¡Viva la ley, abajo la autoridad!

La división de poderes no es más que la institucionalización de la desconfianza en el poder y quienes lo ejercen.

A veces me pregunto por qué desconfío tanto de los políticos. De los políticos como políticos, claro está, no como personas (aunque casi nunca es fácil distinguir entre ambos). No tengo un solo amigo político, jamás he frecuentado ambientes políticos y me cuesta casi tanto trabajo admirar a los políticos como le costaba a Borges, quien le confesó a Vargas Llosa en una entrevista recogida en Medio siglo con Borges: "Yo no sé si uno puede admirar a políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares". No obstante, como los políticos se ocupan de administrar lo que es de todos, empezando por mis impuestos, siempre acepto hablar con los que me lo piden (la única invitación que rechacé fue una de José María Aznar a La Moncloa, y no lo hice porque fuera Aznar, sino porque me olió a encerrona; así que busqué una excusa y me largué con mi maestro Sergio Beser a un congreso sobre el maquis). Insisto: ¿por qué tanta desconfianza?

La respuesta, me parece, es que la democracia se basa en desconfiar de los políticos; es decir, en desconfiar del poder. Entiendo que esto suene mal, pero es por 2 razones: 1o., porque la verdad con frecuencia suena mal (de ahí que las mentiras gocen de tanto crédito); y, 2o., porque muchos políticos y aspirantes a políticos llevan años dándonos la lata con la pamema de que sin confiar en los políticos no puede haber democracia, y confundiendo, deliberadamente o no, la desconfianza en los políticos con el famoso "todos los políticos son iguales", que en realidad significa "todos los políticos son unos chorizos" y que ha sido el trampolín perfecto para los políticos más chorizos de la historia, tipo Francisco Franco, que acuñó una frase inmarcesible: "Haga como yo y no se meta en política". Pero no: la verdad es exactamente la opuesta, y es que no hace falta haber leído a Montesquieu para entender que la desconfianza de los políticos (y del poder) representa la principal garantía de una democracia. Esto se explica por la naturaleza misma del poder, que es, por definición, como el dinero, insaciable: igual que el dinero quiere siempre más dinero, el poder aspira siempre a acumular más poder. De ahí que cualquier poder, sea del signo que sea, tienda a ser absoluto, y que cualquier político contenga en germen un tirano, o al menos un tiranuelo. La democracia es el mejor sistema inventado de momento para frenar esa doble, innata y letal propensión, y se fundamenta precisamente en la división de poderes; ésta no es más que la institucionalización de la desconfianza en el poder y quienes lo ejercen: cada uno de los 3 poderes democráticos -ejecutivo, legislativo y judicial- controla a los otros 2 porque desconfía de ellos, o sea, porque teme con razón que, dejados a su arbitrio, acabarían engulléndolo todo y convirtiéndose en absolutos; dicho de otro modo: la democracia se basa en que todos los poderes piensan mal de todos, y todos tienen razón. Ese equilibrio de fuerzas contrapuestas nos protege de la voracidad del poder y quienes lo ejercen, pero es por completo insuficiente si a la desconfianza institucional no se añade la individual: si no entendemos que, en una democracia, no son los ciudadanos los que están al servicio del poder sino el poder el que está al servicio de los ciudadanos, si no mantenemos una vigilancia inflexible frente a su avidez inagotable y no conseguimos que las leyes -que nos igualan a todos y constituyen por lo tanto nuestra única protección frente a los dueños del poder y el dinero- estén a nuestro servicio, y no al de quienes cada 4 años elegimos para elaborarlas.

Hacia 1873, un revolucionario impenitente llamado Mark Twain escribió en La edad dorada: "Ningún país puede ser bien gobernado a menos que sus ciudadanos como colectivo crean firmemente en la idea de que ellos son los guardianes de la ley, y de que los oficiales de policía son tan sólo la maquinaria para su ejecución, y nada más". Estas palabras bien podrían traducirse en el lema de una próxima revolución; si quieren saber cuál es, vuelvan al título.

Javier Cercas
(21 de febrero de 2021).

Es muy extenso el catálogo de las frases de pensadores ilustres que han puesto en tela de duda las virtudes de la democracia. Thomas Fuller, historiador y teólogo inglés del Siglo XVII, por ejemplo, dijo que "Las muchedumbres tienen muchas cabezas, pero poco cerebro"; Robert de Lammenais, sacerdote francés que vivió entre los siglos XVIII y XIX, preguntaba "¿Cómo se concibe que por mayoría de votos se determine lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto?"; Juan Jacobo Rousseau, escritor y filósofo francés del siglo XVIII, escribió que "Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres"; George Bernard Shaw, escritor irlandés que vivió entre los siglos XIX y XX, en fin, dijo que "La democracia sustituye las designaciones que efectúa una minoría corrompida, por las elecciones que efectúa una mayoría incompetente".

Jaime García Elías
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 12 de marzo de 2021).

Tal parece que la democracia, aceptando sin discusión que es el mejor sistema político para gobernarnos, ha tenido, desde su origen, severos contratiempos para lograr su consolidación, entre ellos, la proclividad de los seres humanos al abuso del poder. La ciudadanía requiere, para el mejor desempeño de sus obligaciones cívicas, de una base ética y cultural uniforme, un mínimo de información política actualizada, madurez emocional, sentido de responsabilidad, compromiso social y amor por la patria. ¡Diógenes! ¿Dónde andas? Por otra parte, es imprescindible que las instituciones encargadas de conducir los procesos electorales y los tribunales de la materia impongan la ley por encima de los arreglos políticos y, un elemento sustantivo, la modernización de los partidos, cuyas dirigencias -formales e informales- acabaron por convertirse en el principal obstáculo para su democratización interna. El tema es relevante de cara a las próximas elecciones que se anticipan sumamente complicadas, pues en ellas se resolverá el destino de México mínimamente para los próximos 20 años.

Para favorecer la participación de la ciudadanía, las autoridades electorales otorgaron registro a nuevos partidos en los escenarios nacional y local, era alentador: finalmente, a pesar del desprestigio que arrastran las organizaciones políticas, la esperanza de que hubiera una renovación de cuadros e ideas resultaba prometedora, más aún, cuando las crisis por las que estamos atravesando debieron estimular nuestras conciencias. Pensaríamos, por lo tanto, que la solución de nuestros problemas exigía propuestas críticas, imaginativas, audaces, absurdas -si se quiere-, pero no caer en lo mismo. Era de suponer que, al ampliarse el abanico de participación, existiría una actualización de los principios ideológicos y una oferta de mejoría social a través de programas de desarrollo realistas junto a candidatas y candidatos con la cara y el trasero limpios. No fue así. Fueron incapaces de imaginar y proponer alternativas novedosas frente a una problemática agravada por las circunstancias.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 15 de marzo de 2021).

¿Quién nos conviene que nos gobierne, neoliberales o socialistas?

En México, la mayoría de los políticos solo llegan al poder para ver que se pueden robar, descarada e impunemente.

Sí, de todas maneras los valerosos mexicanos no vamos a mover un dedo para castigarlos... entonces veamos quién nos perjudica menos:

La forma de robar de los neoliberales es en base a "comisiones o moches" de cada obra pública que construyen, como carreteras, hospitales, puertos, guarderías, alumbrado, redes hidráulicas o escuelas. Y también se roban los impuestos recaudados, que para eso se necesita tener más ventas en el comercio, más empleos mejor remunerados, más empresas nacionales e internacionales y obviamente... menos pobres.

Por otro lado, como los socialistas no recaudan impuestos porque nadie produce nada, para poder robar tienen que darles contratos ficticios a sus cuates y parientes, otorgar monopolios y tener muchos burócratas.

Conclusión:

El robo neoliberal tiene que ser productivo.

El robo socialista es totalmente improductivo.

Nomás comparen cómo vive la gente en los países neoliberales y en los países comunistas.

¿Cuál nos conviene más?

Alberto Martínez Vara
(v.blog del 16 de marzo de 2021).

El sistema político mexicano tiene una regla no escrita que explica, en gran parte, la transmisión pacífica del poder: el sucesor siempre se emancipa de su antecesor. Sucedió durante el largo siglo XX del híper-presidencialismo mexicano y ha sucedido también durante la alternancia. En Jalisco, el PAN revalidó en 3 ocasiones la gubernatura y ningún gobernador tomó decisiones como marioneta de un poder en las sombras.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 21 de marzo de 2021).

El otro día me llegó un manifiesto de un grupo de ciudadanos que se autodenominan Radicalmente Moderados (tienen también una web con el mismo nombre). El texto denunciaba el escenario de constante división y enfrentamiento en que vivimos, la degradación de la política y la incapacidad de los partidos mayoritarios de alcanzar acuerdos esenciales, y mostraba su preocupación por el desgaste del sistema democrático y por el crecimiento del populismo. Me pareció sensato y lo firmé, y además colgué la declaración en mis redes, creyendo, ilusa de mí, que esa llamada a la razón y al civismo resultaría atractiva para muchos. Pero no. Al contrario: apenas un escaso goteo de firmantes se fue uniendo con lentitud de estalactita al manifiesto. Mucho más abundantes fueron, en cambio, los comentarios de un montón de personas que sostenían, con irritado partidismo, que los absolutos culpables de todo eso eran siempre los otros, los contrarios. Es decir, las redes escenificaron a la perfección lo que denunciaba el manifiesto, con el consabido fuego cruzado del "tú más, y tú mucho más, pues anda que tú". No hacemos más que mirarnos en el ombligo de nuestra propia horda.

Algo va muy mal en nuestra sociedad si mencionar la palabra tolerancia viene a ser como mentar a tu madre. El 15 de mayo, fiesta del patrón de Madrid, entregaron la Medalla de Honor de la ciudad a las antiguas alcaldesas Ana Botella y Manuela Carmena, y esta última hizo un breve y hermoso discurso en el que le pedía al santo "un milagro civil, el milagro de que fuéramos capaces de tener un debate distinto, un debate político en el que reine la obligación esencial que rige la democracia: escuchar al otro, porque quizá el otro tenga algo muy importante que decir". Escuchar al otro, en efecto; y debatir; y oponerse con razones, si hay que oponerse; y aceptar lo bueno, porque digo yo que habrá alguna vez en que los otros atinen; y ser, eso sí, intolerante con los intolerantes, es decir, con aquellos que quieren imponerte sus ideas por la fuerza; y procurar no comportarse así.

Pero no vamos por ese camino, ni muchísimo menos. Al contrario, prospera un sectarismo rampante que nos va vaciando la cabeza de ideas y las va llenando de ideología almidonada y hueca. Ya lo decía Rafael Sánchez Ferlosio: "Tener ideología es no tener ideas. Estas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías, en cambio, son como paquetes de ideas establecidos (...) en una tipología personal socialmente congelada". Y esos paquetes de tópicos mentales se van haciendo cada vez más simples, menos articulados, más emocionales y gritones, avivados por el tumulto incendiario de las redes y por el juego mareador de un montón de mentiras que se van repitiendo una y otra vez hasta convertir toda realidad en sospechosa. Hoy en día lo más sano que uno puede hacer cuando le llega cualquier información es ponerla preventivamente en duda.

Todo esto lo empeora el efecto Dunning-Kruger. En 1999, los psicólogos sociales Justin Kruger y David Dunning descubrieron por medio de experimentos un sesgo cognitivo: los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimarse. Es decir: cuanto más tonto eres, más estupendo te encuentras, más seguro de ti mismo, más orgulloso de las bobadas que sueltas; mientras que la gente más inteligente y preparada suele ser dubitativa e insegura. Echen una ojeada a las redes (y a los medios) con este sesgo en mente y ya verán que, por lo general, los más mostrencos son los que más chillan.

El sectarismo, en fin, es una desgracia mental, una mala ortopedia, unas muletas a las que los pobres humanos recurrimos, sobre todo, cuando estamos perdidos o asustados o doloridos. Nos protegemos con palabras vacías y con la adhesión cerril a un grupo, pero en realidad por debajo de esa ideología de cartón está la vida.

Rosa Montero
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 30 de mayo de 2021).

En el mundo actual, los países gobernados democráticamente están enfrentado un problema serio ante el embate populista que pretende destruir ese sistema de gobierno, el cual intencionalmente está mezclando los principios espirituales de algunas religiones, desvirtuándolos y convirtiéndolos en un mecanismo de propaganda, al exacerbar su lado fundamentalista y aplicarlo a las políticas electorales o de gobierno de partidos que se prestan a confundir así a los electores, al presentarles como antirreligiosos y perversos los postulados de los otros partidos políticos, de forma tal que el grueso de quienes simpatizan con ese partido, optan por esos postulados, que ya en el gobierno, se transformarán en formas de gobernar que confundirán totalmente la espiritualidad y los principios religiosos auténticos, así como la esencia misma de la democracia.

Esto es lo que estamos presenciando en Estados Unidos, donde los republicanos, apoyados por la parte más fundamentalista de la Iglesia Cristiana Bautista, están malintencionadamente confundiendo los postulados de la democracia, con ciertos principios cristianos manipulados de tal forma, que de prevalecer, conducirán al país a un gobierno fundamentalista y autocrático, apoyado por los habitantes que simpatizan con dichas ideologías.

En otros países, como Alemania, también algunas iglesias fundamentalistas están aplicando el mismo sistema populista de mezclar principios y valores religiosos, con argumentos de política y gobierno, que nada tienen que ver. Es imperativo que los gobiernos democráticos pongan atención a esta nueva tendencia que amenaza con destruir el principio democrático de libertad de creencias, laicismo y separación de la iglesia y del gobierno y respeto para todas las formas de pensar en lo religioso y espiritual, respetando siempre los principios de igualdad ante la ley y el gobierno. Los gobiernos fundamentalistas terminarán siempre en dictaduras feroces y arbitrarias, intolerantes y persecutorias de quienes piensen de forma diferente.

Sergio López Rivera
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 30 de mayo de 2021).

Desde hace 2 años, es decir, antes de que la pandemia agravara las condiciones sociales y económicas en que la gente vive, una 1a. oleada de violencia social sacudió a varios países, que tal vez no tenían el desfogue de la violencia cotidiana que se vive en México. Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua y Bolivia eran los adalides de insurrecciones en principio provocadas por contiendas políticas, reformas constitucionales o como protesta ante tales o cuales circunstancias o medidas de los gobiernos, incluyendo, por ejemplo, el alza en el precio del transporte público.

Es verdad que, desde hace 200 años, en América Latina la violencia social ha sido endémica, apenas superada por estados o partidos dictatoriales, posteriormente fracturados por nuevas conflagraciones, sólo en México la transición de la dictadura de partido a la dictadura de sistema ha sido pacífica hasta ahora, como lo fue por un breve período de tiempo la transición chilena hacia el socialismo.

Centroamérica es muy tropical, ahí hasta las dictaduras se pudren antes de madurar, mientras que el sistema de explotación se mantiene boyante bajo cualquier partido o gobierno, sobrellevado por una población que ha solido pasar de la hamaca a la guerrilla y viceversa. Los líderes, al igual que muchos de los del 68 en México, han usado la ideología, cualquier ideología, no como un credo personal, sino como un trampolín para desbancar a los que están, y ponerse en su lugar, resultando peor el remedio que la enfermedad.

La noticia de la semana es el resurgimiento peruano de "Sendero Luminoso" y el riesgo colombiano de regresar tan pronto a la era de las FARC, mientras Nicaragua ansía y teme la caída de una dictadura que habiendo nacido de izquierda se volvió de derecha, con los defectos de una y otra línea.

Brasil sueña de nuevo con Lula y su socialismo de centro, ante los descalabros y desvaríos de Bolsonaro, pero también es un brasero ardiente, dispuesto a mayores confrontaciones vividas y expresadas en portugués.

Consolidar un sistema político y económico que garantice la genuina prosperidad y su corolario, la seguridad y la paz social, sigue siendo el gran pendiente latinoamericano, y la causa esencial de la emigración hacia Estados Unidos y Canadá, países donde ese sistema sí existe, y por lo mismo, la gente está muy dispuesta a dejar la hamaca por el trabajo tenaz, sabe que allá sí dará resultados. Pero un semejante sistema exige de una transformación social, de un hacerse cargo responsablemente de la política, tensión de infinitos altibajos en un continente con climas tan diversos y mapas genéticos tan complejos.

Nosotros, a falta de soluciones prácticas, seguimos inventando partidos políticos, que amplían el número de los que buscan vivir del presupuesto; con esa misma lógica, los partidos en el gobierno siguen aumentando la nómina burocrática, en tanto la sociedad permanece asolada por la pobreza y la delincuencia, son esos los vientos que mantienen vivas las brasas y en cualquier momento las pueden prender a lo largo y ancho de América Latina.

Armando González Escoto
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 30 de mayo de 2021).

Una cosa es ser abstencionista, como postura ideológica. Y otra formar parte de los que no tienen consciencia e interés en cumplir con su aportación a la construcción de la democracia. Uno de los grandes riesgos que tenemos es la posibilidad de que los intereses oscuros y corruptos se dediquen a comprar el voto de las personas con regalos, obsequios y promesas incumplibles.

Queremos dejar muy en claro, que el voto es una mínima aportación a la democracia, que sólo se limita a elegir a unos cuantos funcionarios y legisladores, y que aún no intervenimos en la designación de jueces y magistrados, como tampoco en la de los secretarios de estado y dirigentes de los organismos descentralizados.

Guillermo Dellmary
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 30 de mayo de 2021).

Lo mejor de las campañas electorales es que llegan a su fin, lo peor es que hacen creer a quienes votan que con ese acto están participando en una democracia plena, cuando no es así.

Las campañas se centran en la descalificación de los oponentes, pero pocas veces se discuten temas centrales. Por ejemplo, ¿qué tan democrático es nuestro sistema político? ¿Qué significa votar? ¿Qué tanto se participa en las decisiones esenciales de este país al cruzar una papeleta y depositarla en una caja de cartón?

Desde mi punto de vista, es cuestionable afirmar que vivimos en un sistema político democrático, si por este entendemos que la mayoría de la sociedad toma las decisiones y ejerce el gobierno. No es así en México.

¿Qué implica votar? La ideología liberal que se internaliza a los miembros de la república desde la educación escolar, pasando por la religiosa y la familiar, sobrestima el acto de votar. Se le considera como el acto por excelencia de la democracia. Pero si lo analizamos detenidamente nos damos cuenta de que este acto es una estafa y usaré un dato que ya he publicado desde hace varios años.

El actual sistema político pretende llamarse democracia sólo porque una vez cada 3 años permite al ciudadano formarse ante una mesa de votación, obtener una boleta, cruzarla con un crayón y depositarla en una urna. ¿Cuánto tiempo lleva hacer esto? ¿Unos 30 minutos? Un trienio (el periodo entre elección y elección) tiene 1’576,800 minutos y quienes diseñan y controlan el sistema político dejan que el ciudadano apenas participe media hora cada elección. El resto del tiempo, las decisiones son tomadas por los representantes que se apoderan de los poderes públicos.

El porcentaje de intervención o participación de los ciudadanos en esta democracia liberal es ridículo: apenas 0.000019% del tiempo de un trienio; entre tanto, el 99.9999% de las decisiones las toma una élite, que son las camarillas que controlan la partidocracia, los grupos que deciden cotidianamente las políticas y modelos económicos que afectan a toda la nación.

Obviamente lo que tenemos en México no es una democracia plena si por esto se entiende una "forma de Gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos" (definición básica de la Real Academia de la Lengua). Lo que se tiene es apenas un mínimo porcentaje de democracia que consiste en votar una vez cada 3 años.

Lo que desde arriba llaman democracia es sólo un procedimiento en el que los dueños del poder conceden la "libertad" para que los ciudadanos escojan, una vez cada 3 años, quienes manejarán el gobierno, quienes gobernarán en su nombre y las más de las veces en su contra.

En realidad la democracia liberal representativa es el sistema e ideología que legitima el capitalismo, como han sostenido autores como Immanuel Wallerstein; y el capitalismo es, esencialmente, un sistema de múltiples dominaciones, como ha analizado el antropólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel.

Si queremos una democracia plena, horizontal, plebeya, cotidiana, completa, debemos empezar por cuestionar el miserable porcentaje de democracia que las clases dominantes conceden a la sociedad mexicana con votar una vez cada tres años mientras el resto del tiempo una minoría tomas las decisiones a nombre todos.

Rubén Martín
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 2 de junio de 2021).

Ineptocracia


Hannah Arendt, la notable filósofa estremeció a los lectores cuando en 1951 publicó su obra Los orígenes del totalitarismo. Un grito intelectual contra la experiencia nazi. Luego completaría con solidez su propuesta de pensamiento con La condición humana, en 1958, en la que explica las categorías fundamentales de la vita activa, trabajo, acción; y complementa con su última obra, que quedó inconclusa: La vida de la mente que examina las 3 facultades fundamentales de la vita contemplativa: el pensar, el querer y el juzgar.

Viene al caso recordar el llamado de esa mujer extraordinaria al ver como ahora vuelve al mundo la tentación de decretar la verdad por parte de líderes, gobiernos, medios tecnológicos e intereses políticos y económicos. Se levantan las voces que repiten incesantemente "Yo, el Estado, soy la verdad" o "Yo, el mercado, soy la verdad" o "Yo, la sociedad, soy la verdad". Y ante ello se levantan otras oponiéndonos la pretensión de la verdad única, al monopolio, al dominio interesado, partiendo del valor de la pluralidad que sostiene a las democracias.

La tentación totalitaria está presente en el mundo mediante acciones de control tecnológico, militar y político. Hoy vemos cómo se ha hecho realidad la amenaza de lo que ella denominó "un mal radical" que consiste en la negación de las condiciones necesarias de "pensar" y "hacer".

Se nos llama a no pensar sino a plegarnos a una corriente, a un movimiento, a una afición deportiva, al consumo de un producto determinado, a usar una ropa uniforme que nos identifique. Los llamados a ser irreflexivos son constantes, se dan en un frágil ámbito de libertad que se restringe.

Son tentaciones que viajan en mar de la mercadotecnia entre corrientes que nos llevan a ser capturados por redes que nos hacen sentirnos conformes al formar parte de un grupo con el que nos identificamos, no por la reflexión sino por la emoción. Y al mismo tiempo, surge el llamado a contener nuestras acciones para ser aceptados, para comportarnos de forma políticamente correcta, limitando nuestras acciones y opiniones.

Al final, parece que en la discusión de los temas comunes lo esencial no es decir lo que se piensa; lo relevante es decir lo que, los demás esperan que digamos, con lo que estamos propiciando el empobrecimiento del debate.

Ante eso, vale la pena recordar la inteligencia y la pasión de la mujer que vio que la amenaza real no era el ser monstruoso sino el ciudadano irreflexivo que obedecía, víctima de la banalidad del mal, un instrumento de la burocracia de un sistema totalitario capaz de convertir a las personas en seres incapaces de razonar.

La vida y el pensamiento de Hannah son inspiradores para defender la libertad mediante la razón, y advertir la amenaza totalitaria que danza en el mundo con disfraces festivos promoviendo el monopolio de la verdad.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 27 de junio de 2021).

Recientemente, con motivo de la invasión del Congreso, David Altam, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Chile, dijo "estoy seguro de que la democracia estadounidense no es lo que los estadounidenses creen que es. Existe una disonancia cognitiva entre lo que los ciudadanos creen que son sus instituciones y lo que realmente son". Por su parte, Staffan Lindberg del Instituto de Variedades de la Democracia en Suecia, hablando del tema, establece que "lo que realmente preocupa es lo similar que se ve lo que está sucediendo en Estados Unidos a una serie de países del mundo donde la democracia realmente ha cobrado un gran precio, y en muchos casos, ha muerto". Y sostiene que los gobiernos populistas han ido minando las estructuras de las democracias de una manera preocupante.

En México, a pesar de que la pasada jornada electoral fue un éxito en desarrollo y ejecución, el presidente López Obrador anunció hace unos días la intención de llevar al congreso una medida que provoque cambios innecesarios en el Instituto Nacional Electoral (INE), lo que es preocupante por la intención que en el fondo pueda llevar y poniendo atención a los que los estudiosos de las democracias opinan sobre el particular.

Daniel Rodríguez
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2021).

Estados Unidos, desde hace 200 años, ha mantenido una permanente política intervencionista que puede ser muy bien considerada la principal causa externa del estancamiento y deterioro de innumerables naciones latinoamericanas, particularmente en Centroamérica, pero igual, en todo el continente.

Durante el reinado de la Unión Soviética, Latinoamérica tuvo una alternativa para jugar con su adhesión a cambio de determinados beneficios, y con diversos resultados, esa posibilidad dejó de existir desde 1991. A partir de entonces la "amenaza comunista" se tropicalizó, y el sistema se volvió autónomo no por elección sino por el imperio de la realidad. En adelante la apuesta por un comunismo marxista o maoísta no tendrá otro apoyo que el de países latinoamericanos semejantes, donde dicho sistema a fin de cuentas ha sido siempre una caricatura violenta y frustrada en el logro de los grandes ideales del paraíso proletario.

En contraparte, las elites beneficiarias del capitalismo salvaje han seguido operando con la colaboración de los gobiernos liberales o conservadores, pero también de las dictaduras seudosocialistas, como sucede en Nicaragua; Brasil es hoy día un pésimo ejemplo de lo que puede lograr la alianza entre el capital y el evangelismo, cuyos resultados los está pagando la Amazonia y todos sus habitantes, sin hablar del destino de las clases sociales menos favorecidos del Brasil costero.

Lo cierto es que un capitalismo neoliberal como el que se ha impuesto en América latina desde hace 30 años ha fracasado tanto como el comunismo, en lo que se refiere a elevar las condiciones de vida de la gente pobre y de las mismas clases medias, unas estancadas y otras en retroceso, lo que no impide el que la sociedad a la hora de votar, desconcertada y desesperada, siga oscilando entre unos y otros. Lo vemos ahora en Perú dividido entre un candidato comunista como Pedro Castillo, y la candidata filocapitalista Fujimori, mientras que Daniel Ortega, dictador de facto, sigue encarcelando opositores en Nicaragua.

Es evidente que el sistema político latinoamericano tiene vicios de origen que lejos de superar hemos ahondado y hasta consolidado, de tal forma, que al margen de quien gobierne, sea de derecha, centro o izquierda, el sistema se mantiene y mantiene a la sociedad bajo el yugo de la parálisis democrática, con una lista interminable de oportunistas que llegan al poder con el compromiso básico de mantener el sistema político establecido sea bailando con la izquierda o con la derecha, y muy seguros, es parte del sistema, de que la gente seguirá pagando los gastos, de que los grandes capitalistas seguirán beneficiándose lo mismo en la Nicaragua socialista que con mayor razón en los países liberales, mientras las condiciones de vida se extreman entre la miseria y el lujo, la devastación ecológica y la devastación humana, entre la polarización ideológica y los connatos recurrentes de revueltas sociales, entre marchas, manifestaciones, y represiones de todo tipo, aunque no hayamos todavía llegado a los escenarios de Birmania.

Armando González Escoto
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 4 de julio de 2021).

En el Reino Unido se creó una Alianza Progresista frente a los conservadores. En los Estados Unidos Bernie Sanders encabeza el ala progresista de los demócratas y en América Latina avanza la idea de unir fuerzas que parecían lejanas en torno a propuestas de valor transversal.

Progredior es una palabra latina que significa avanzar y retrogredior significa andar hacia atrás. La ilustración colocó esta dicotomía entre avance y retroceso en el plano de la sociedad generando la idea del progreso, convirtiéndola en propósito de la acción social. Los liberales del siglo XIX apoyaron la idea del progreso contra la visión del antiguo régimen monárquico.

El liberalismo como modelo de organización política construido sobre la idea de los derechos universales, asumió la explosión de la ciencia como verdad universal destronando las supersticiones con pretextos religiosos.

Luego la filosofía de la existencia, con Kierkeggard y Nietzche a la cabeza, advirtió del peligro que significaba la idolatría del progreso que borraba el aquí y ahora del individuo, único y valioso por sí mismo.

Más adelante, la cosmovisión productivista de Karl Marx y Friedrich Engels, y casi toda la tradición intelectual marxista de las primeras décadas del siglo XX puso de manifiesto las contradicciones sociales irresolubles de la acción del mercado, atrayendo la idea de la igualdad. En el siglo XX el leguaje comenzó a designar como progresistas a quienes ante la dicotomía presentada por Rosa Luxemburgo entre 'reforma o revolución', optan por la primera. Al llegar el siglo XXI en Europa y en Estados Unidos el progresismo toma para sí algunos de los valores defendidos por los ecologistas y se enfoca a la igualdad. Así el sentido del progreso cambia desde la perspectiva material del eficientísmo mecánico hacia el avance en la calidad de vida, la igualdad sustantiva en razón del género y la protección a las minorías oprimidas. Ahora el progreso no implica crecer desenfrenadamente sino hacerlo de manera sustentable, cuidando el planeta, de forma inteligente con mayor intervención del Estado. Pero además, en la actualidad los progresistas consideran como un valor esencial de la existencia el tiempo. Por tanto se trata de expandir el tiempo que las personas dedican a cultivarse, recrearse y generar valor social lo que lleva a reducir la jornada laboral generando instituciones de fomento a la creatividad, la movilidad y el sano esparcimiento como tareas sociales esenciales del Estado.

Pero quizá el punto central del significado está en el atributo de aceptar que no hay una verdad única que pueda o deba imponerse a todos, lo que implica la tolerancia, el cuidado de la libertad y el respeto al otro como valor esencial de la convivencia. La justicia en la sociedad pasa no solamente por una distribución más equitativa de los recursos materiales sino por una reforma a las estructuras sociales que suponga la intervención pública para regular el mercado, proteger el planeta, y crear un ambiente de equidad y respeto en la sociedad.

En el mundo industrializado esta forma de pensamiento político se enfrenta al pragmatismo de quienes creen que la sola fuerza libre de los mercados generará bienestar y que la acción pública debe reducirse al estado mínimo, en la visión libertaria de Nozick. Frecuentemente estas posiciones defienden el establecimiento y generan resistencia a los cambios planteados por los progresistas. En el Viejo Continente el movimiento progresista ha prevalecido en muchas de las directivas de la Comunidad Europea, mientras que en los Estados Unidos ahora mismo se registra el ascenso de estas ideas con la administración de Biden. En México ha llegado la hora de plantear el debate respecto al progresismo.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de julio de 2021).

"El ocaso de la democracia", el último libro de Anne Applebaum, que acaba de salir, es más bien pesimista, pues augura tanto a Europa como al resto del mundo un aumento del autoritarismo, que, a la manera de Polonia y Hungría, países que conoce bien pues está casada con un político polaco, irán pasando de un deterioro de la democracia a un sistema de control de la información y manipulación de las masas que vaya estableciendo poco a poco un régimen que se parece como una gota de agua a las dictaduras, aunque gane las elecciones y tenga mayoría en los parlamentos.

El libro se abre y se cierra con 2 fiestas, una celebrada en Hungría y otra en Polonia, esta última más positiva que la anterior, en las que la propia Anne Applebaum y su marido advierten que las viejas amistades ya no son tan sólidas como antaño creían, están más subordinadas a las diferencias políticas, y, sobre todo, a favor de los gobiernos de turno, que exigen de sus adeptos una adhesión rectilínea, semejante a la de las dictaduras. Este es un tema que conocemos bastante bien en América Latina, donde las divisiones políticas suelen prevalecer sobre las amistades incluso en el seno de las familias.

Con mucha razón, Anne Applebaum hace una minuciosa descripción del Brexit, la separación de Inglaterra del mercado común -dicho sea de paso, fue una idea nacida en la propia Inglaterra-, debido a las vueltas y revueltas demagógicas de esa caricatura de Churchill que es Boris Johnson, uno de los dirigentes que con toda razón queda muy mal parado en los sólidos análisis de la autora. Otro de los dirigentes que, según este libro, ha contribuido a deteriorar la sólida adhesión de su país a la democracia ha sido Trump, durante su presidencia, que arrastró al Partido Republicano de los Estados Unidos en una deriva frenética hacia el autoritarismo, introduciendo la mentira por doquier, y sobre todo en el dominio de la prensa, algo que, con mucha razón, aunque yo tengo mis reservas al respecto, advierte Anne Applebaum podría significar un gravísimo deterioro de las reservas democráticas en el mundo de hoy. Aunque creo que su análisis del personaje de Trump es muy justo, tengo la sospecha de que el deterioro de la democracia norteamericana que cree Anne Applebaum es mucho menos profundo de lo que ella señala. En la actualidad los Estados Unidos van recobrando, bajo la presidencia de Biden y los demócratas, el liderazgo de los países libres del mundo, como muestran sus disputas con China Popular y la empobrecida Rusia de Vladimir Putin.

Veo en este libro un cierto estado de ánimo desmoralizado, aunque, como en todos los suyos, el rigor de los análisis sea muy eficiente y las fuentes inobjetables. Pero, hasta ahora, y creo que los he leído casi todos, los ensayos y artículos de Anne Applebaum tenían siempre la facultad de levantarnos la moral, sobre todo a los que participamos de sus creencias -la democracia y su motor, el liberalismo- en tanto que "El ocaso de la democracia" con sus muy discutibles pronósticos sobre el debilitamiento de las defensas democráticas tanto en Europa Occidental como en los Estados Unidos parecen cerrarnos las puertas del futuro a quienes creemos en la libertad.

En los últimos años, sobre todo con el crecimiento económico de China y las derrotas que ha experimentado el sistema democrático en América Latina, a los casos dramáticos de Chile y Bolivia se ha sumado en estos días el Perú, donde la presidencia de Castillo parece consumarse pese el fraude perpetrado por Perú Libre que acompañó dichos comicios, por obra de un Jurado Nacional de Elecciones que resiste impávido todas las demostraciones en contrario. Y una movilización de una izquierda extrema jaleada por Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que, aprovechando los estragos de la pandemia del coronavirus, parece haber ganado un país más para su causa. De todos modos, yo creo que en estas semanas se ha visto, en las movilizaciones gigantescas con que los peruanos están defendiendo sus libertades, sin dejarse amedrentar por los sectarios, lo precarios que son los nuevos regímenes, que, inevitablemente, como ha ocurrido en Venezuela, traerán hambre y desocupación a sus países, y una corrupción ilimitada en el manejo del aparato del Estado. Esos regímenes están condenados a perecer más tarde o más temprano, aunque sólo fuera por su incapacidad para manejar los elefantiásicos Estados que crean (pero no saben administrar), como ha ocurrido en todos -sí, en todos- los regímenes donde ha desaparecido la libertad de mercado por un Estado voraz y monopolizador.

Estas conquistas de la extrema izquierda no deben ser olvidadas, desde luego. Pero tarde o temprano ellas caerán, como en la Unión Soviética y China, donde los relativos éxitos se deben sobre todo al cambio de una economía estatizada a otra, más libre, aunque sólo a medias, supeditada a las exigencias y anomalías de gobiernos despóticos e intolerantes. Un país puede progresar con la libertad mediatizada o prohibida, como China, pero sólo hasta cierto punto, más allá del cual la libertad de investigación y la competencia son indispensables para avanzar en el dominio de la técnica y la ciencia. Mi confianza en los Estados Unidos tiene que ver con ese dominio, que, justamente, el gobierno catastrófico de Trump dejó intacto, y funcionando incluso en ciertos campos con más libertad que antes. Todos los hechos señalados por Anne Applebaum en su último libro son sin duda exactos, la multiplicación de los grupos que se consideran liberados de las leyes, la proliferación de las armas, los extremismos de diversa índole que amenazan el sistema, incluido el racismo, pero, en mi modesta versión, nada de esto puede interrumpir ni poner trabas a la razón de ser de la libertad económica, la economía de mercado, que garantiza la libre competencia, en última instancia la mejor defensa contra las amenazas a la libertad. Mi confianza en este sistema que, hasta ahora, ha defendido, no sin tropiezos, aquella libertad, de la que nacen todas las otras, no ha sido mellada sino mínimamente por los años de Trump en la Casa Blanca. Y la nueva política va haciendo tabla rasa de ese mal recuerdo.

Hay un momento en que todos, incluso los mejores que saben capear los temporales, se fatigan y dejan caer los brazos. Son los períodos en que, entre los periodistas, prevalece aquella "retórica de la desesperación" a que todos somos propensos, hasta ensayistas del alto calibre de Anne Applebaum. Mi impresión es que este libro refleja ese estado de ánimo, aunque algunas de sus denuncias, como las referidas a Polonia y a Hungría sobre todo, resulten aterradoras, porque, en apariencia, ambos regímenes parecen respetar las resortes de la democracia, aunque casi todo en ellas está viciado, empezando por el voto popular, las mentiras de la prensa, la radio y la televisión, como ocurría en aquellos regímenes que se alzaban contra la libertad. A diferencia de ellos, en éstos, se la elogia, mientras se la destruye poco a poco.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 11 de julio de 2021).

Pequeñas minorías todavía ven en el comunismo la salvación del Occidente de las desigualdades y corrupciones que lo corroen, y que -lo peor es que muchos lo creen- vendrá del socialismo radical que propugnan, sin asumir que sólo ha habido fracaso tras fracaso en ese modelo que confía todavía en una economía estatizada, o, como ocurre en la actualidad en China y Rusia, en practicar un capitalismo de amiguetes, que deja a unos empresarios discretos hacerse ricos con empresas privilegiadas, en un régimen supuestamente de libre competencia. Este sistema también fracasará -ha fracasado ya en Rusia, sin duda, y mañana será en China si lo adopta- pues, sin la verdadera libre competencia y la posibilidad de actuar sin la camisa de fuerza del Estado, difícilmente puede prevalecer la visión creadora del sistema de la libre empresa.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 25 de julio de 2021).

Yo no soy un entusiasta de la llamada "democracia participativa". Una buena democracia representativa da posiciones de gobierno y de legislación a personas que representan a los ciudadanos y que pueden contratar el apoyo de asesores especializados para tomar decisiones. No es un sistema perfecto, en buena medida porque los políticos no son siempre los más preparados u honestos, pero es mejor que pedirle a la gente que defina decisiones complejas con preguntas binarias, de Sí o No, sin tener conocimiento sobre los temas y sí muchos prejuicios.

Algunos países y entidades subnacionales tienen sistemas de consulta o referendos para algunas decisiones. Suiza se presenta usualmente como el ejemplo más positivo a nivel mundial, pero ni siquiera en ese caso me parece bueno el resultado. Suiza fue el último país de Europa en aceptar el voto de las mujeres por el rechazo de la propuesta en los plebiscitos. En el de 1959, 2 terceras partes de los participantes, todos hombres, rechazaron el voto femenino. Al final, el sufragio de las mujeres fue promulgado, pero solo en 1971. Más tarde, la Corte Federal Suprema de Suiza tuvo que intervenir para obligar al condado de Appenzell Rodas Exteriores a aceptar el voto femenino porque las consultas populares locales lo seguían rechazando.

Otros ejercicios de decisión de políticas públicas por consulta popular han sido usualmente negativos. Los votantes británicos, por ejemplo, sufragaron a favor del Brexit en 2016 sin entender cabalmente las consecuencias negativas que la medida tendría para su país. Unos cuantos meses después, con mayor información, las encuestas de opinión señalaban ya que la mayoría de los británicos se oponían a que se llevara a cabo la separación. En Venezuela, las consultas populares se han utilizado en varias ocasiones para ratificar decisiones políticas que han resultado muy negativas para el país, mientras que la Asamblea Nacional de oposición impulsó, por su parte, una consulta popular en 2020 para buscar la destitución del presidente Nicolás Maduro.

Si vamos a tener consultas, estas deben ser claras, tratar temas de fondo y no violar la ley. No es el caso con la consulta popular de este próximo 1o. de agosto, la cual es confusa, constituye un linchamiento de aquellos a los que el gobierno ve como sus rivales, y viola la ley... y, si no lo hace, se vuelve simplemente irrelevante.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 30 de julio de 2021).

Hoy muchos políticos mexicanos coquetean con el comunismo y deciden cerrar los ojos ante las graves crisis humanitarias que sigue acarreando donde se aplica. Las secuelas sicológicas brutales en niños y adultos, en familias y comunidades. No es que el capitalismo sea la panacea. Nada más lejano a ello. Pero obviar que el comunismo dejó saldos infames en términos personales, económicos, políticos, de libertades, de desarrollo de las naciones que lo adoptaron, es de una demagogia que merece ser exhibida.

Hace 3 años, en una entrevista televisiva, el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador ensalzaba la figura de Fidel Castro. Le planteé que en un régimen como el cubano, un líder opositor como él sencillamente no existiría: estaría encarcelado o muerto. Ya de presidente, López Obrador se ha vuelto un apapachador de dictadores.

Carlos Loret de Mola A.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de agosto de 2021).

Polibio, historiador griego (220-118 AC), llamó oclocracia al fruto de la acción demagógica cuando se mancha la democracia de ilegalidad y violencia y se impone la voluntad de las masas para dirigir a los gobernantes.

El gobierno de la muchedumbre constituido por las masas que forman el pueblo bueno y sabio que a su decir nunca se equivoca; cuando las decisiones las toma el pueblo; la muchedumbre es cuando la democracia deviene en oclocracia, entonces el pueblo es manipulado y decide sin información suficiente y competente.

Es el peor de los sistemas políticos, el último estado de la degradación de poder, cuando la democracia degenera en oclocracia. José Ortega y Gasset, filósofo español, en su opúsculo "La Rebelión de las Masas" explica ampliamente los efectos que causa en las naciones la oclocracia. Descubre cómo el pueblo sigue los intereses de un individuo o de un grupo minoritario.

Como ejemplos históricos tenemos a Hitler, Mussolini, Stalin, que lograron controlar a las mayorías que se presume son incultas e ignorantes por lo que pueden ser engañadas fácilmente y compradas con dádivas tomadas del presupuesto.

Las palabras asociadas a la oclocracia son: masas, muchedumbre, tumulto, multitud, tropel; son lo opuesto a las élites, en México fifís y chairos, siendo mayoría estos últimos los utilizan como fichas de presión política y poder aliado de todos quienes suelen devenir en dictadores como en Cuba, Venezuela y Nicaragua, entre otros.

Los objetivos de la oclocracia son mantener la influencia de intereses como un peligro permanente para la democracia y ejercer el poder en forma corrupta utilizando la ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, el que manipula con esfuerzos propagandísticos y delinea usando la oratoria y la retórica como la promoción de discriminaciones, fanatismos y sentimientos nacionalistas exacerbados, y el fomento de los miedos reales e imaginarios.

Lo que sigue es la apropiación de los medios de comunicación y educación a lo que debemos estar muy atentos porque, de ese paso a la dictadura no hay más que un pequeño lapso.

En conclusión, la oclocracia es una forma de gobierno que da poder sin límite a una persona o partido político que se constituye como representante de los intereses del pueblo.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 12 de agosto de 2021).

En su extraordinario libro El ocaso de la democracia, Anne Applebaum describe el proceso que transita un país de la democracia al autoritarismo.

Parecería describir a México.

Su análisis subraya que el mundo ha vivido muchos procesos idénticos. Dice Applebaum que en Roma César hacía que se esculpieran diferentes versiones de su imagen para hacerlo aceptable para el pueblo.

Ahora, "ningún autoritario contemporáneo puede tener éxito sin el equivalente moderno: escritores, intelectuales, panfleteros, blogueros, spin doctors, productores de televisión y creadores de memes que vendan su imagen al público... un autoritario necesita gente que pueda usar lenguaje legal sofisticado y convenza de que violar la Constitución y torcer la ley es lo correcto... gente que canalice la ira y el miedo... necesita de intelectuales y de la élite educada que le ayuden a declararles la guerra a otros intelectuales y a otra élite educada".

Para Applebaum, el plan de juego del autoritario es siempre el mismo: "genera duda sobre el proceso electoral, si yo no gané, el resultado es falso, genera duda sobre los medios de información, debilita todo contrapeso, y así tendrás la legitimidad para hacer incluso aquello que es ilegal". ¿Quién dijo que "la justicia está por encima de la ley"? De ser así, ¿quién define qué es "justo"? ¿Justo para quién?

Cuando ese ejercicio va acompañado de sembrar odio y discordia, queda aún más claro que todo se vale para salvar al país -y al mundo- del "neoliberal", del "conservador". Aunque quienes lo apoyan no tengan claro qué hace que alguien o algo merezca ese calificativo, seguro tiene objetivos perversos quien lo sea.

Cuando un bando axiomáticamente se considera "moralmente superior" al otro, cualquier acción, por abusiva que sea, se justifica, incluso la represión violenta, incluso desconocer el resultado de una elección.

Es por ello tan significativo que López Obrador decidiera festejar nuestra Independencia codo a codo con un dictador; que haya gritado "viva la democracia" para después celebrar con alguien que nunca en su vida ha votado, ni tiene intención de algún día permitir una elección libre.

Si alguno de sus partidarios lee esta columna, lo cual es improbable, debe estar agitando la cabeza ante tal calificativo.

Para ellos Díaz-Canel no es un dictador porque su lucha contra "el imperialismo" justifica coartar libertades individuales, reprimir opositores y censurar disidentes. ¿Qué va a ser diferente en México si Morena pierde la próxima elección presidencial contra un "neoliberal"? ¿Qué será justificable hacer para evitar tal maldición?

Dime con quién andas y te diré quién eres.

AMLO recibió a Maduro y Díaz-Canel con honores que estos nefastos dictadores no merecen.

Al hacerlo, condona su sistemática violación de derechos humanos, al hacerlo se pone del lado equivocado de la historia latinoamericana. Opuesto al lado en el cual se pararon, con dignidad, Luis Lacalle, presidente de Uruguay, y Mario Abdo, de Paraguay.

Éstos condenaron sin ambages la tiranía que sufren Cuba, Venezuela y Nicaragua, regímenes dispuestos a encarcelar a sus opositores, al igual que hoy parece estarlo López Obrador.

Viene el mayor ataque a nuestra incipiente democracia. Está en las manos de quien nunca ha reconocido una de sus muchas derrotas electorales.

Tendremos que pelear con toda el alma por preservar nuestras frágiles instituciones y lo que queda de contrapesos que están siendo devastados.

Las televisoras y los medios de comunicación que dependen de la generosidad del Estado serán cómplices de esta atrocidad.

No contaremos con jueces o legisladores, aterrados por lo que les haría un tirano vengativo que doblega la ley a su antojo.

Y si logramos volver a un régimen que trate de unirnos, que busque fortalecer instituciones, que quiera forjar un Estado de Derecho, lo cual hoy parece una realidad distante, quizá nos tome una generación que la gente vuelva a confiar en el proceso electoral y en lo que motiva a quien piensa diferente. Ése es el escenario más optimista. Cualquier bestia destruye, reconstruir cuesta.

Jorge Suárez-Vélez
(v.periódico Reforma en línea del 25 de septiembre de 2021).

China es el país con más billonarios del mundo, pero no ha renunciado al comunismo, aunque sea en su versión ultracapitalista. En 2021, son 1,058 ciudadanos chinos los que tienen fortunas mayores a los mil millones de dólares, comparado con 696 estadounidenses. Para los que gusten tomar nota de los símbolos, la fuente es la revista china Hurun, no las neoyorquinas Forbes ni Bloomberg.

A Pekín le preocupa que proliferen grandes empresas sin responsabilidad en lo social ni control en lo político. Xi Jinping aspira a un capitalismo con un nivel de disciplina que no existe en Occidente. Su meta es que China sea la 1a. potencia del mundo, no la cuna de 10,000 billonarios. ¿Qué importa que se pongan nerviosos los mercados?

Luis Miguel González
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 2 de octubre de 2021).

Votar "bien" es votar por la democracia; votar "mal" es votar contra ella. ¿Siempre resulta tan claro y evidente? No, por supuesto. A veces, saberlo no es fácil al principio; sólo con el paso del tiempo resulta claro si se vota bien o mal. Por ejemplo, los ingleses -un pueblo que rara vez se equivoca en este asunto- ahora van descubriendo que votar a favor del Brexit, en contra de la Unión Europea, fue un error y que la democracia más antigua del mundo acaso pagará caro por ello. El caso de Venezuela. Todavía estaba vivo el comandante Chávez. Yo iba con frecuencia a Caracas, donde tenía muchos amigos. Me quedé asombrado de que hubiera tantos -entre ellos, varios empresarios- que, entusiasmados, se preparaban a votar por él. Éste los sobornaba con sus promesas de no tocar nada del sistema imperante en el país y más bien mejorar las relaciones del Estado con los empresarios. Estos parecían creerle. "Había mucha corrupción con Carlos Andrés Pérez", les oí decir. "Pero con el comandante Chávez habrá 10 veces más corrupción, la prensa estará censurada y nadie podrá decirlo. Además, sólo habrá elecciones amañadas". "Ya se verá". Y se vio, pues fue esta la última vez que los venezolanos tuvieron elecciones libres.

Votar "mal" es cerrar las puertas a la democracia, como se ha hecho en el Perú en las últimas elecciones, si es que, en verdad, éstas fueron limpias, lo que muchos ponemos en duda. Entre tanto, el dólar sube y la gente que puede sacar sus ahorros o inversiones y se los lleva al extranjero; las arcas fiscales se ven cada día más huérfanas de recursos. ¿No hubiera sido mejor que los alemanes no se entregaran en cuerpo y alma a Hitler, ganando las elecciones en 1932, con los millones de muertos de la 2a. guerra mundial que derivó del convencimiento que tenía el líder nazi de derrotar a la URSS, dominar Europa y firmar un tratado de paz con Inglaterra? Los italianos que lo hacían por Mussolini, y los españoles por Franco en España, ¿votaban "bien"?

El resultado de unas elecciones puede ser trágico para un país si los ciudadanos que votan no prevén las consecuencias que podría tener el resultado electoral. Esto no descalifica las elecciones ni el voto popular, que suelen ser, sobre todo en los países occidentales, responsables y democráticos, pero no lo es en el mundo subdesarrollado donde cada día vemos casos como el de Nicaragua, donde el comandante Ortega y su esposa Rosario Murillo meten en la cárcel a todos los candidatos que podrían hacer sombra a sus intenciones reeleccionistas ¿Qué valor se puede prestar a semejantes elecciones donde la victoria de los actuales gobernantes está garantizada de antemano y con porcentajes precisos?

En Cuba, en China, en la URSS y en los antiguos países satélites se celebraban elecciones puntuales, en las que nadie creía, pues sólo servían a los gobernantes para enterarse secretamente del estado de cosas en el propio país. Las elecciones tienen sentido sólo en las democracias, mientras el largo abanico de los partidos de centro y de derecha -que van desde los socialistas hasta los conservadores, pasando por los demócratas cristianos y los verdes- expresan sus cercanías y sus diferencias, para establecer alianzas más o menos sólidas que les permiten formar un gobierno. Esas elecciones son útiles, por supuesto, y nadie querría suprimirlas. ¿Pero las elecciones en países donde acaba de ocurrir un golpe de Estado, como ahora en Guinea, donde la arrolladora mayoría que está detrás de los golpistas se apresura a celebrarlo manifestándole su adhesión, tienen un sentido democrático? Tengo dudas al respecto y me parece, luego de lo sucedido en el Perú en las últimas elecciones, que habría que tomar semejante entusiasmo con aprensión. Se me alegará que las Naciones Unidas, OEA y sus organismos representativos están obligados a vigilar el desarrollo de aquellas elecciones antes de legitimarlas. Creo que lo ocurrido en el Perú y en otros países de América Latina arroja demasiadas dudas sobre la validez de aquellas misiones de vigilancia electoral, que, a menudo, sólo sirven para echar una capa de supuesta validez a unas elecciones de naturaleza sospechosa.

Nada de esto significa que las elecciones sean inútiles. Aquí sí tiene sentido hablar de votar "bien" o "mal", me parece: no tiene que ver con los candidatos sino con los votantes; porque son estos últimos los que legitiman unas elecciones o las convierten en un circo, si votan, como hacían los votantes del PRI en México por cerca de 80 años, en una farsa que servía a los gobernantes beneficiados con los resultados electorales para acceder al poder y aprovecharse de él.

La única manera de asumir una responsabilidad electoral digna de ese nombre es creando una sociedad democrática. La solución parece cosa de locos y acaso lo sea. ¿Cómo puede haber una sociedad democrática si las elecciones no son verdaderamente representativas y no nos dicen nada sobre la seriedad y conciencia de los votantes?

El voto útil presupone sociedades bien constituidas y convencidas de que la democracia, con sus riesgos y peligros, es la mejor de todas las asociaciones posibles, de la que resultarán el progreso y la justicia para la inmensa mayoría de la población. Y ni siquiera el voto en estas circunstancias es siempre válido y legítimo. En otras sociedades, donde esta opción no está decidida, o lo está sólo a medias, el voto puede ser extremadamente precario, una manera de poner en cuestión e incluso atentar contra las bases de la sociedad, a la que se pretende cambiar radicalmente de sistema. Esto es lo que suele ocurrir cuando se vota "mal", para destruir las bases democráticas sobre las que se sostiene una misma sociedad, trastornándola y subvirtiéndola, a fin de que cambie o se modifique esencialmente. Votar "mal" o votar "bien" no es casual; es una manera de decidir si se ha optado por una forma de sociedad -la democrática- o no está claro o , más bien, como ocurre todavía en América Latina o en África -ya no en el Asia, por ejemplo, donde todavía todo parecía en veremos hasta hace poco tiempo-. El voto bienintencionado o malintencionado no es anterior a la elección; es, más bien, una confirmación de los pasos previos a la asunción de la validez segura o escasa de la razón electoral. Los países que no están convencidos de la razón de ser "democrática" de su sociedad suelen votar "mal". Sólo los que están convencidos y a favor de la democracia votan "bien". Pero no en todos los casos y siempre quedarán flotando dudas al respecto. Qué sólo se resolverán cuando sea demasiado tarde y ya no haya nada que hacer.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 17 de octubre de 2021).

La proximidad de unas elecciones que podrían sacar a Daniel Ortega y su mujer del poder hicieron que ese binomio de sátrapas lanzara una represión descomunal. Amparados en leyes de chichinabo impuestas a toda prisa en una asamblea controlada por ellos, persiguen, detienen, mantienen en la cárcel en condiciones inhumanas a presos políticos y difaman a los opositores con acusaciones delirantes. Todo esto es el abecé de los déspotas, un comportamiento por desgracia demasiado habitual. Como también es habitual que haya aún gente en el mundo que prefiere vivir con anteojeras, antes que prescindir de un dogma consolador. Me refiero a todos esos descerebrados que se obstinan en apoyar regímenes tremendos. Ahí está la larguísima agonía de Cuba, el horror de Venezuela. Que haya individuos que consideren que eso es deseable y progresista me deja patidifusa. Cuánto hay que empeñarse en cerrar los ojos y en no ver para seguir sosteniendo algo semejante.

Rosa Montero
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 31 de octubre de 2021).

La democracia edifica Constituciones para que el pueblo le diga a los gobernantes lo que se debe de hacer, pero nunca al revés, el mandato está en el colectivo, no en las minorías.

La verdadera salud de un pueblo se fundamenta en el respeto a la libertad del otro, ejerciendo la plena libertad de uno mismo.

Dejar que las minorías caprichosas y prepotentes, dominen nuestra decisiones y acaben imponiendo su voluntad, por encima de la nuestra, es un atropello a la dignidad y al sentido elemental del respeto.

Guillermo Dellamary
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 21 de noviembre de 2021).

Definirse políticamente como de centro pasó de moda. En su arenga del miércoles el presidente no solo denostó a quienes "recomiendan correrse el centro", sino que recomendó anclarse en la izquierda, no claudicar. Podríamos seguir discutiendo si el populismo lópezobradorista puede definirse o no como de izquierda, pues tiene elementos sumamente conservadores, pero el tema a discutir es qué ha pasado con eso que llamamos "el centro" y por qué hoy vuelve a tener sentido.

El centro político está siempre en relación con los extremos, por lo tanto, se mueve. Tras el fin de la guerra fría, en la última década del siglo XX y primeros años del XXI, "correrse el centro" fue la forma de salir de la trampa que había impuesto la polarización de la postguerra. Sin embargo, la moderación perdió atractivo político en la medida en que el sistema democrático fue incapaz de dar respuestas y cumplir sus promesas básicas: igualdad de derechos, igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley y acceso a la justica.

La polarización, hermana menor de la teoría del complot, funciona porque a los ciudadanos nos evita pensar, pero sobre todo porque nos hace sentir que no somos responsables de lo sucedido: todos los males se explican con una sola variable, no hay matices, el mundo se expresa en blanco y negro y siempre hay otro que es culpable de nuestros males individuales, sociales y nacionales. El centro es todo lo contrario. Ser de centro -sea centroizquierda o centroderecha- implica escuchar, y estar dispuesto a entender que el otro no solo existe, sino que puede tener razón. Los extremos tienen certezas, se anclan en ellas, para usar palabras del presidente, mientras que en el centro lo que prevalece es la duda. Mientras en los extremos se ofrecen soluciones mágicas y expeditas, el centro exige enfrentarse a la compleja realidad que implica la construcción de acuerdos.

Venimos huyendo de un sistema político y económico donde lo que prevaleció fue la exclusión. La radicalidad sirve y es necesaria para visibilizar los problemas. El gran triunfo del obradorismo como movimiento ha sido poner sobre la mesa y en el debate público la injusticia y la insultante desigualdad de este país. Sin embargo, el llamado del presidente a la polarización no va a heredar un mejor país. Puede, en el mejor de los casos, asegurar la continuidad del grupo en el poder, generar las condiciones para una elección favorable para Morena, pero no el diálogo urgente y necesario.

La principal razón para huir de la radicalidad es que en los extremos siempre sobra el otro; en el centro cabemos todos. No es, pues, desde los extremos como vamos a construir un mejor país. La salida de México pasa por volver a fortalecer el centro político y la moderación, aunque hoy no esté de moda y parezca una utopía.

Diego Petersen Farah
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de diciembre de 2021).

El sábado, sobre el populismo, el Papa Francisco en su visita a Atenas, Grecia, hizo una advertencia: "las promesas fáciles del populismo y autoritarismo arriesgan la democracia". Se refería a Europa, pero el concepto, la idea y el mensaje puede aplicarse en todo el mundo. "No se puede dejar de constatar con preocupación como y, no solo en el contingente europeo, se registra un retroceso de la democracia".

Y el Papa Francisco fue tajante al señalar que "el remedio a esto no está en la búsqueda obsesiva de popularidad, en la sed de visibilidad, en la proclamación de promesas imposibles, sino que está en la buena política". Y estableció claramente que el autoritarismo pudiera ser "expeditivo y las promesas fáciles propuestas por los populistas se muestran atrayentes".

Daniel Rodríguez
(v.periódico El Informador en línea del 6 de diciembre de 2021).

No necesitamos gastar 3,830 millones de pesos, ni conformarnos con un "remedo de consulta", para tener una verdadera consulta de revocación de mandato. De hecho, ya la tuvimos... en las elecciones intermedias de este 2021, que ganaron ampliamente el presidente López Obrador y sus partidos, los cuales consiguieron una mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y 12 de los 15 gobiernos estatales en disputa.

Al contrario de los sistemas parlamentarios, en los que se puede revocar un mandato en cualquier momento, las consultas democráticas en un régimen presidencial se realizan con elecciones en tiempos determinados. No es un mal sistema, porque garantiza una mayor estabilidad política. En México los electores votamos por un mandatario para un periodo de 6 años, pero podemos expresar nuestro rechazo sufragando en contra de los partidos de gobierno en los comicios intermedios.

No necesitamos una consulta de revocación en marzo de 2022. No hay un rechazo popular al presidente. Al contrario, este goza de una aprobación muy alta. Quizá una razón para organizar una consulta es que a AMLO le gusta que le digan que es muy buen presidente, el mejor de la historia, pero el ego de un político no deber ser razón para tener una votación tan cara como esta.

Mucho nos dicen que la consulta de revocación es un avance democrático. No lo es. Democracia es el sistema que permite a los ciudadanos elegir a sus gobernantes. Esto ya lo tenemos, después de una larga lucha. Durante décadas, en los tiempos del viejo PRI, sufrimos un sistema político que hacía elecciones constantes, pero en las que siempre ganaba el mismo partido... como en los países más autoritarios. La "dictadura perfecta", lo llamó Mario Vargas Llosa.

En 1988 tuvimos unas elecciones históricas, en las que el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, era juez y parte. Sus resultados fueron cuestionados por propios y extraños. Las críticas llevaron a la realización de 4 reformas electorales en los años 90, que crearon un árbitro autónomo, el Instituto Federal Electoral, y dieron equidad al financiamiento de los partidos. El resultado fue una alternancia de partidos en el poder a partir de 1997, cuando el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. 3 años después, en 2000, se registró el 1er. triunfo con reconocimiento oficial de un candidato de oposición a la Presidencia, el de Vicente Fox. Desde entonces la alternancia se ha convertido en regla en nuestro país. No es poca cosa. La alternancia es la prueba de fuego de una democracia.

Me preocupa que la consulta de revocación de mandato, además de servir para nutrir el ego del presidente, se esté utilizando como arma para debilitar al Instituto Nacional Electoral, el heredero del IFE. Tanto Mario Delgado, presidente nacional de Morena, como Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Cámara de Diputados, han sugerido promover juicios políticos contra los consejeros electorales que votaron por postergar algunas de las tareas de la consulta por falta de recursos.

Ayer el presidente López Obrador dijo que, si el INE no puede hacer la consulta, habría que encargársela a los "ciudadanos". También, supongo, que se la podría pedir a Manuel Bartlett, quien ya tiene experiencia en este campo. Así regresaríamos a los tiempos gloriosos en que no había organismos autónomos y el gobierno tenía el monopolio no solo de la electricidad sino de las elecciones.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 22 de diciembre de 2021).

¿Qué tiene que en común Boric en Chile y Ortega en Nicaragua, o López Obrador en México y Maduro en Venezuela, Díaz-Canel en Cuba y Fernández en Argentina? La verdad muy poco, cada izquierda tiene una historia distinta que contar y a algunas les decimos izquierdas porque así se autodenominan, pero cuesta trabajo reconocerlas en sus políticas públicas. Lo que hay en común en todos estos países es el fracaso del sistema económico -capitalista, neoliberal, colonial, como queramos llamarle- para generar un piso mínimo de bienestar que asegure el acceso de todos los ciudadanos a derechos básicos como alimentación, salud, vivienda y educación.

La de Daniel Ortega es una dictadura esotérica que se apropió de una revolución popular; Díaz-Canel es el heredero de un sistema comunista antidemocrático y dictatorial de más de 60 años; Maduro es una caricatura del Chavismo que a su vez fue un populismo nacionalista; Luis Arce en Bolivia es producto de un movimiento indígena que comenzó Evo Morales; Fernández representa a una izquierda democrática asociada al peronismo, el más rancio de los populismos latinoamericanos; López Obrador es un priista moralmente conservador. Aunque todos se dicen democráticos, los primeros 4 tienen en común la construcción de grupos de choque que, como escribió el investigador de la UNAM, Hugo José Suárez, a propósito del caso boliviano, son parte de una estrategia poco o nada democrática. Cito: "La promoción de estos grupos paralelos que actúan fuera de las leyes y hacen lo que su conciencia les manda, amparados en una deslucida retórica socialista que a nadie convence, es parte de una estrategia de creación de un Estado paralelo que no se rige por leyes sino por intereses de los gobernantes". Esto, hay que decirlo, no ha sucedido en Argentina ni en México, lo cual tampoco quiere decir que no pueda suceder.

La historia y el pensamiento del chileno Gabriel Boric poco o nada tiene que ver con esta visión de la izquierda que gobierna actualmente en Latinoamérica. Si algo caracteriza a esta izquierda es la juventud y en ella sí están presentes temas que no están en los viejos liderazgos socialistas latinoamericanos como los derechos de género y los derechos medioambientales. Muy pronto las diferencias comenzarán a aflorar más que las coincidencias. Mientras que el resto de las izquierdas latinoamericanas siguen ancladas en una visión, formas y deseos del siglo XX, en Chile ganó, por 1a. vez, una izquierda del siglo XXI; ganaron los jóvenes.

Diego Petersen Farah
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 23 de diciembre de 2021).

El futuro presidente chileno tendrá la oportunidad de diferenciarse de otros gobiernos de izquierda en América Latina que han estado lejos de las agendas de ampliación de libertades y más cerca de posturas conservadoras y autoritarias que prometieron combatir como sucede en Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Perú, Argentina y el gobierno de la 4T en México. Veremos.

Jaime Barrera
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 23 de diciembre de 2021).

Las sociedades civilizadas no pueden subsistir en un estado de tensión y amenaza constante, provocado por esos grupos de intolerantes, irracionales, fanáticos y generalmente ignorantes miembros de la sociedad, que son perversamente adoctrinados por líderes sin escrúpulos y que únicamente buscan adueñarse del poder político y físico en los países, sin más programa que ejercer maquiavélica y arbitrariamente el poder público, para sus intereses personales, siempre egoístas y corrompidos hasta su médula. Ejemplos sobran, lamentablemente.

Sergió López Rivera
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 2 de enero de 2022).

Yo creo, y es una de las convicciones a la que he sido fiel en mi vida política, que todos los dictadores, sean de derechas o de izquierdas, son malísimos, autores de todos los atropellos y robos, y que los países que han alcanzado la civilización política no eligen a ningún dictador, sino permiten que el pueblo elija a sus presidentes en elecciones libres y auténticas.

Desde luego que los pueblos pueden equivocarse, como ha ocurrido en Venezuela o en Cuba, y elegir mal, errores que suelen traer nefastas consecuencias a sus pueblos y que demoran muchos años en corregirlas.

Los regímenes democráticos se pueden equivocar, y el ejemplo que acaban de dar los peruanos es más que suficiente. Los peruanos han elegido, y con mis propios votos, a muchos ladrones, creyéndoles honrados. Pero esos errores pueden corregirse a tiempo y se han corregido o se van a corregir en tanto que una dictadura es mucho más difícil de rectificar pues cuenta con esos convencidos de que la justicia social pasa por un régimen autoritario, aunque nunca se haya conseguido semejante demostración.

Por eso prefiero los regímenes democráticos a las dictaduras, de derechas o de izquierdas, que se confunden y confunden a sus víctimas. Las mediocres democracias son preferibles, aunque ellas acusen muchas deficiencias, entre las que prevalecen, en el mundo subdesarrollado sobretodo, las manos largas de los gobernantes elegidos o por elegir. Hay más ocasiones de mandarlos a la cárcel en esos regímenes débiles que en los solemnes y secretos que guardan sus vergüenzas para ciertas ocasiones. Y, como los ejemplos son innumerables, para cuando los dictadores ya estén muertos o enterrados.

La más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura, estén a la cabeza de ella Pinochet o Fidel Castro. Esta es mi divisa y por eso defiendo a las imperfectas democracias frente a todas las dictaduras sin excepción. Esta es una elección muy simple y quienes me juzgan políticamente deben tenerlo en cuenta sin equivocación.

Puedo equivocarme, pero, en todo caso, mis errores responden a una idea que, me parece, es profundamente democrática: los pueblos tienen derecho a equivocarse. En una democracia, estos errores pueden ser rectificados y enmendados.

Mario Vargas Llosa
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 2 de enero de 2022).

El 6 de enero de 2021 se planteó un desafío a la democracia, no solamente en los Estados Unidos, sino en todo el hemisferio occidental. Visto a un año de distancia es claro que Donald Trump durante los últimos meses de la carrera presidencial de 2020, llevó a cabo sistemáticamente una campaña de desinformación que convenció a muchos de sus partidarios de que las elecciones serían robadas por los demócratas.

Después de perder, redobló esas afirmaciones falsas y presionó repetidamente a los funcionarios electorales estatales, a los fiscales del Departamento de Justicia, a los jueces federales y estatales, a los miembros del Congreso y al vicepresidente para que anularan los resultados.

Después de que esos esfuerzos fracasaron, apareció en un mitin en Washington, D.C., donde instó a miles de sus partidarios a impedir que el Congreso certifica su derrota. Durante horas, mientras asaltaban el Capitolio, no actuó. Esta conducta parecería ser constitutiva de un delito, según algunos líderes políticos que investigan el caso, sin embargo, basándose en las pruebas hechas públicas hasta ahora, la naturaleza sin precedentes de las acciones de Trump serán analizadas en medio de la vaguedad de las leyes relativas a la certificación de las elecciones presidenciales y muchas lagunas legales que podrían permitir que el ex presidente se libre de ser acusado penalmente.

Sin embargo, las recientes declaraciones del presidente de la comisión parlamentaria que investiga Bennie Thompson, y de la vicepresidenta Liz Cheney, han generado expectativas de que el panel pueda remitir a Trump al Departamento de Justicia para que lo procese penalmente. Esa medida aumentaría la presión política sobre el fiscal general Merrick Garland para que procese a Trump.

Los fiscales federales de Washington han acusado a decenas de alborotadores que irrumpieron en el Capitolio de delitos graves de obstrucción de un procedimiento oficial del Congreso, que conllevan una posible condena de hasta 20 años.

Pero los expertos legales dijeron que condenar a Trump por tal cargo podría ser difícil. Pero el daño está hecho, los efectos han socavado la confianza hacia las instituciones políticas en la nación que propugnaba la democracia como valor universal. La democracia estadounidense acentúa su disfuncionalidad poniendo en evidencia una enorme fractura interna que traspasa la ideología, para llegar al ámbito de la identidad social y la confianza en el futuro.

La sociedad en la nación vecina enfrenta dilemas políticos y morales de gran calado relacionados con la igualdad racial, la inequidad social, la inclusión y la tolerancia que ponen a prueba sus instituciones. En el ámbito externo, el plan de poner "de vuelta" a la nación como líder en el mundo, enfrenta la desconfianza en Europa y la aversión de naciones como China y Rusia.

Un año después, muchos líderes en el mundo que tomaron nota de la experiencia en el Capitolio de Washington, usan algunas de las tácticas para socavar la confianza en la democracia para sus propósitos políticos, creando una especie de ola expansiva de tentaciones antidemocráticas.

Un claro ejemplo de esto es como se ha planteado una retórica verdaderamente incendiaria que ha detonado crisis políticas como las que se vieron en Israel cuando Netanyahu sembró la duda sobre la existencia de irregularidades electorales, o en Perú, cuando Keiko Fujimori, la hija del líder autocrático Alberto Fujimori atribuyó su derrota a un supuesto fraude, y cómo se gestiona en Brasil la narrativa del presidente Bolsonaro que comunica veladamente su intención de no reconocer una posible derrota ante Luiz Inácio Lula da Silva quién adelanta en las encuesta de cara a la elección que se celebrará este mismo año.

Aunque Donald Trump no ha sido el 1er. presidente en intentar subvertir el resultado de unas elecciones alegando un fraude, y en México tenemos algunas experiencias anteriores, si ha envalentonado a otros líderes que al ver que si desde la democracia hegemónica es posible actuar de esa forma, la operación se vuelve "regular".

El mal ejemplo ha cundido y es necesario actuar al respecto mediante el fortalecimiento de los procesos democráticos.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 9 de enero de 2022).

Tenemos que muchos países en la actualidad definen a sus gobiernos como democráticos, pero en realidad no lo son.

Lamentablemente en varios países han sido elegidos sus dirigentes mediante el sistema de votación popular, pero una vez en el poder, los gobernantes modifican las estructuras, los equilibrios y balances del poder en su favor y destruyen en su esencia el espíritu del gobierno por y para el pueblo.

En nuestro país claramente estamos viviendo un proceso de desmantelamiento institucional, siniestra y arteramente instrumentado por AMLO, para gobernar conforme a su capricho y sin hacer caso de los pesos y contrapesos proporcionados por la división de poderes, un elemento esencial y fundamental en toda democracia, para impedir precisamente el empoderamiento de un grupo o de una persona.

Sergio López Rivera
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 16 de enero de 2022).

La libertad de un país solo puede calibrarse según el respeto que tiene por los derechos de los ciudadanos, y estoy convencido de que esos derechos son en realidad limitaciones del poder estatal que definen exactamente dónde y cuándo un gobierno no debe invadir el terreno de libertades personales o individuales, que durante la revolución estadounidense se denominó "libertad" y en la revolución de internet se llama "privacidad".

[...]

Fui testigo de un declive por parte de los llamados "Gobiernos avanzados" de todo el mundo en su compromiso de proteger dicha privacidad, que considero -al igual que las Naciones Unidas- un derecho humano fundamental. En el transcurso de estos años, sin embargo, ese declive no ha hecho más que continuar, mientras las democracias han retrocedido hacia un populismo autoritario. En ningún punto se ha hecho tan evidente como en la relación de los gobiernos con la prensa.

Los intentos de funcionarios electos por deslegitimar el periodismo han contado con la ayuda y la complicidad de un asalto frontal contra el pricipio de la verdad.

[...]

Las repetidas evocaciones del terrorismo a cargo de la clase política no eran una respuesta a ninguna amenaza o preocupación concretas, sino un intento cínico por convertir el terrorismo en un peligro permanente que requiriese la aplicación de una vigilancia permanente por parte de una autoridad incuestionable.

[...]

En un estado autoritario, los derechos emanan del estado y se conceden al pueblo. En un estado libre, los derechos emanan del pueblo y se conceden al estado. En el primero, al pueblo se le considera súbdito, y solo tiene permitido ostentar propiedades, procurarse una educación, trabajar, rezar y hablar porue su gobierno se lo autoriza. En el segundo, al pueblo se lo considera ciudadanía, que acepta estar gobernada de acuerdo con un pacto de consentimiento que debe renovarse periódicamente y es constitucionalmente revocable. Considero que esta lucha entre el autoritarismo y la democracia liberal es el mayor conflicto ideológico de mis tiempos, y no esa noción orquestada y prejuiciosa sobre una división Este-Oeste, o sobre una cruzada resucitada contra el cristianismo o el islam.

Los estados autoritarios no son por lo general gobiernos de leyes, sino gobiernos de líderes, que exigen lealtad a sus súbditos y son hostiles a la disidencia.

[...]

Sigo pensando que [la democracia] es la única forma de gobernanza que permite más plenamente a personas de procedencias distintas convivir en igualdad ante la ley.

Dicha igualdad consiste no solo en derechos, sino también en libertades.A decir verdad, muchos de los derechos más apreciados por los ciudadanos de una democracia ni siquiera están contemplados por la ley, salvo de forma implícita. Se trata de derechos presentes en ese vacío indefinido que se crea restringiendo el poder del gobierno. Por ejemplo, los estadounidenses solo tienen "derecho" a la libertad de expresión porque al gobierno se le prohibe redactar una ley que restrinja esa libertad, y "derecho" a la libertad de prensa porque al gobierno se le prohibe redactar una ley que la reduzca.

[...]

El sistema constitucional solo funciona como un todo si sus 3 ramas trabajan como se espera de ellas. Cuando las 3 no solo fallan, sino que lo hacen deliberadamente y de forma coordinada, el resultado es una cultura de la impunidad.

Edward Snowden
(v."Vigilancia permanente", Editorial Planeta, España 2019).

Lo primero que habría que hacer es salirnos de la lógica de izquierda y derecha. Lo que une a unos y otros son los nuevos nacionalismos de corte populista. No nos confundamos, el tema va mucho más allá del populismo entendido como expresión política. Estos nuevos líderes llegaron o buscan el poder desde la izquierda o la derecha, pero todos comparten 3 elementos: un cuestionamiento a la economía globalizada, la desconfianza en las instituciones de la democracia liberal y un exaltamiento de los sentimientos nacionalistas. Si esta especie de renovado nacional-populismo está creciendo en todo el mundo se debe fundamentalmente al fracaso del liberalismo para cumplir con sus promesas básicas de igualdad y bienestar, de generar una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos y particularmente a los efectos devastadores que ha tenido la globalización en la concentración de la riqueza y la destrucción de territorios.

El modelo dominante durante todo el siglo XX y los primeros años del XXI, que tienen en Estados Unidos y Europa a sus principales representantes y beneficiarios, está en crisis. Las respuestas de los países occidentales a los grandes retos sociales y políticos suenan hoy huecas y anacrónicas. El discurso libertario se hizo viejo; sus líderes y pensadores también.

La gran batalla que tiene que librar el mundo occidental no es militar, sino ideológica. Nadie tiene duda que los países que conforman la OTAN tienen más capacidad de fuego que cualquier otra nación o región. El problema es más profundo y viene de más atrás. El enemigo del liberalismo, de eso que conocemos como pensamiento occidental, está en casa, en las sociedades de esta región del mundo que han dejado de creer en los valores de la modernidad porque los estados que debían de protegerlos y promoverlos dejaron de hacerlo. La libertad como valor fundamental, bandera y buque insignia dejó de tener fuerza en la medida que se desligó de los otros 2 grandes valores emergidos de la revolución francesa; la igualdad y la fraternidad, la obligación que tenemos como sociedad de velar los unos por los otros.

Diego Petersen Farah
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 25 de febrero de 2022).

A la política en su acepción profunda le suceden 2 cosas: pierde sentido y se vuelve mero instrumento de codiciosos y egoístas: así como la economía de pronto parece fin último, vital, la política se usa como explicación, justificación para detentar el poder público patrimonialmente y para dar la vuelta a la lista de deudas que los gobiernos, que el Estado tienen con la gente, que está entretenida en discernir de cuál gris ungirse, y hasta de cuál negro, para acoplarse, para sobrevivir en las condiciones que impone el medio político, del que pende el Estado de Derecho atravesado por las decisiones arbitrarias de unos cuantos y por la reacciones de coyuntura de estos mismos.

Tal vez por esto la oferta de una transformación resultó atractiva para muchas, para muchos. Sólo que a estas alturas los mecanismos para conseguirla lucen tan arbitrarios y patrimonialistas como aquellos que nos dejaron, como sociedad, en la situación actual. Pero algo ya está claro: el régimen actual de la república se regodea complacido, como los previos, matizando el bien y el mal. Ni transformación ni recomienzo, ni ética ni política: historia, presente y futuro en la anomia de la ficción presidencial.

Augusto Chacón
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 27 de febrero de 2022).

La democracia sirve para asegurarnos que los malos gobiernos se irán de manera pacífica. Esa es su labor central.

En México, tuvimos -me incluyo y autoflagelo- una ilusión: la democracia traería grandes resultados. Pero para eso no sirve la democracia. Puede haber escrutinio, sanciones, límites. Pero no puede garantizar buenos gobiernos.

Por eso la decisión ciudadana de votar implica una alta responsabilidad. La elección del 2018 fue de castigo. Ganó el enojo. La gente quería sacar al PRI, y lo hizo.

El problema es que, en política, no importa tanto a quien sacas, sino a quien metes a gobernar.

Eso lo aprendieron ya millones en México.

La densidad de la oposición contra Morena, equivalente a 2 de cada 3 mexicanos, no deja lugar a dudas: López Obrador se irá. Hay 2 noticias. La buena: se irá en 3 años. La mala: se irá hasta dentro de 3 años.

Pero la pregunta sigue siendo: lo importante no es quien sale. Es quien entra.

Y, diría, para qué.

La comentocracia se divierte buscando nombres en la oposición. Pero el tema no es sólo de hombres, también de programa.

Y aquí es en donde las oposiciones deberían volcar su creatividad. Más allá del liderazgo, que importa; de la organización electoral, que debe fortalecerse, la gran ausencia es la de un proyecto.

¿Qué le ofrecen las oposiciones nuevo, diferente, a millones de mexicanos desempleados, víctimas, enfermos, lastimados?

No hay un proyecto claro. Padecemos la peor de las dictaduras: la de la ausencia de alternativas.

México requiere con urgencia una causa: la justicia.

Justicia en su más amplio sentido: dar alimentación, educación y ley a todas y todos.

A partir de ahí debemos dar a la política un sentido humano. Incluir a las personas en la economía -que hoy es también el conocimiento- y ponerles una apuesta: apostamos por la caridad o apostamos por el empleo.

Por la grandeza o la resignación.

Por ser libres o seguir entregados a la yunta doble del derecho de piso y la limosna gubernamental.

Así es y no hay más.

Siendo esa la causa, hay que encontrar el método. A mi juicio, no puede ser otro que la reconciliación. Estos años han sido de sembrado de odio, resentimiento, rencor. México debe recuperar su hermandad.

Un nuevo proyecto de nación debe ser, ante todo, un gran ejercicio de imaginación. No de invención. Debe provenir de abajo y de afuera.

Las voces de la gente deben ser escuchadas. Calibrar su dolor, pero también poner atención a las soluciones que ofrecen y, por supuesto, a sus anhelos.

Las oposiciones deben evitar la tentación de que un grupo de sabios en la Ciudad de México diseñe un nuevo programa de nación: una receta médica fría, rica en datos, pero sin corazón.

Como su nombre lo indica, urge que la nación se exprese para hallar las alternativas a este desastre nacional.

Sólo incluyendo la voz de los ciudadanos que viven en las diversas regiones tendremos la densidad y, mejor, la conexión emocional con los millones de desencantados.

Hay que hacer un gran ejercicio de escucha: de abajo hacia arriba y de la periferia al centro.

La gente sabe. Entiende. Es inteligente. Volver a caer en la tentación de armar una causa parida por illuminati es regalarle otros 6 años a Morena. Y ojo, sin querer ser bacalao, otros 6 se convertirán en 6 décadas.

Hay mucha creatividad, sensibilidad y conocimiento en los estados, en los barrios, en los ejidos.

Ahí hay un gran tesoro, quizá más rico que el que se encuentra en los cubículos.

Como diría Reyes Heroles: primero el programa. Luego la persona.

Fernando Vázquez Rigada
(27 de febrero de 2022).

Dentro de las opciones por votar, siempre debe de estar presente la abstinencia, es decir la elección de no participar por el motivo que sea. La obligación moral o legal para forzar el voto, tiene como fin el incrementar el cuórum de asistentes. Pues las verdaderas democracias exigen un mínimo de participantes, para respaldar la veracidad colectiva de las decisiones. Si participan muchos, hay una muestra clara del interés y la responsabilidad que tienen los ciudadanos de respaldar un régimen. En cambio, la ausencia demuestran lo poco que están interesados y comprometidos para respaldar la elección. Y eso mismo tiene sus implicaciones en el comportamiento social.

Respetar la apatía, el desinterés y la no participación, es también parte del ejercicio de la libertad, aunque resulte poco conveniente, para muchos teóricos de la democracia.

De aquí que buena parte de la tarea de la demagogia y del ejercicio del poder, es alentar la participación ciudadana en las elecciones, con el simple y fundamental propósito de aumentar el cuórum de participantes. Lo que avala que el resultado tenga más vigor y peso en el resultado final. Es decir en la aprobación del vencedor.

Guillermo Dellamary
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 3 de abril de 2022).

En los años que corren se ha hablado en demasía de políticos y gobiernos "populistas" en todo el planeta, como si de pronto, como hordas salvajes, llegaran a todos los países fascinándolos con sus discursos.

Antes de formar parte de los que señalan a tales agentes deberíamos plantearnos un estudio más profundo sobre el fenómeno del populismo en sí mismo, como de hecho lo han realizado no pocos analistas contemporáneos.

Es la sociedad populista la que hace a los políticos populistas; en cierto modo y no en todos los casos, el político es como un camaleón, dispuesto siempre a asumir el color dominante en su entorno y en su provecho. Si lo que domina es la agenda de los derechos humanos, pues la asume, si lo que domina es una agenda de género, la hace suya aunque ni la entienda ni la comparta, si lo que domina es el discurso de odio racial o xenófobo, lo sigue, como se sigue el discurso sobre la pobreza, la explotación o lo que más urja en el imaginario colectivo.

De acuerdo a lo observado por autores de éste y del viejo continente, el populismo es un fenómeno que nace en sectores sociales amplios y relegados de las grandes decisiones del poder, sean de tipo gubernamental o de tipo económico. En un determinado momento estas masas sociales que son productoras se advierten poco beneficiarias del esfuerzo realizado e incluso amenazadas en su existencia y desarrollo. En los populismos ruso y norteamericano de fines del siglo XIX, estos elementos son coincidentes y definitorios, pese a las diferencias notables entre ambos países, y en Estados Unidos permanecen y afloran adecuados a las nuevas condiciones de la realidad pero con similares características, como lo mostró el movimiento del 6 de enero de 2020 en Washington, que no fue otra cosa que el eco de una insatisfacción masiva creciente en aquel país.

Por lo mismo, son las estructuras de un determinado país las que producen condiciones propicias para el reclamo "populista", y aquí el "pueblo" pueden ser las clases medias de los obreros de las grandes armadoras de autos, y los agricultores propietarios del medio oeste norteamericano, que las colectividades mexicanas cada vez más excluidas del progreso, y cada vez más confinadas a su estatus.

Este tipo de escenarios llama pronto la atención de los políticos, sean sinceros u oportunistas, para sumir esos reclamos y convertirlos en nuevas propuestas, en objetivos a alcanzar si el voto los favorece.

De esta observación se deriva que el problema del populismo no son ni los reclamos, de por sí legítimos, ni los líderes que los asumen sino, sobre todo, la incapacidad, acaso volunaria, de la sociedad dominante para modificar las condiciones estructurales que lo favorecen.

De cualquier modo es igualmente cierto que hasta el momento actual no hay una sola definición del populismo, y que bajo su nombre se cobijan y se han cobijado, históricamente, diversos movimientos. Lo que me parece inobjetable es que la sociedad populista, o el pensamiento populista, son producto de estructuras concretas que en un dado momento se anquilosan, se desvían, o se absolutizan provocando desigualdades que al colectivizarse se vuelven explosivas.

Armando González Escoto
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 22 de mayo de 2022).

Muchos mexicanos parecen haber dejado de creer en algo esencial para sostener a la democracia: el pluralismo político y las libertades de mercado. Se derrumba la idea de que con las actuales instituciones y las reglas del juego político y económico se puede forjar una sociedad mínimamente igualitaria y justa (...) En suma, en México hay condiciones para la radicalización ideológica y la manipulación de las conciencias.

Héctor Raúl Solís Gadea
(v.La encrucijada: populismo, neoliberalismo o democracia, editorial Pollo Blanco/Solivagus, 2021).

Es un fenómeno de los últimos años, amplios sectores de América Latina se han permitido la vuelta a la izquierda. Las lógicas prevenciones ante este viraje han sido sofocadas por los alarmismos derechistas y por los oponentes a ultranza que ni siquiera advierten que esta "izquierda" no es una simple reedición de la izquierda clásica.

La nueva izquierda viene "remasterizada" incorporando el futurismo de Gramsci que hoy es ya un presente evidente, y ampliándolo en una agenda inclusiva donde el término proletariado incorpora las nuevas enajenaciones del tiempo actual que deben ser abolidas.

Esta expansión de la izquierda que ya va de México a Chile por el Pacífico, con algunas excepciones centroamericanas puede ser leída como el fracaso experimentado, no teórico, del modelo económico neoliberal, que, efectivamente ha producido una mayor concentración de capital en un menor número de manos, pero que no ha logrado, luego de más de 40 años, derramarse sobre el resto de una población cada vez más empobrecida, como afirmaban los teóricos del sistema.

La profundización de la pobreza de los pobres, y el deterioro de las condiciones de la clase media en sus diversos niveles, ha hecho de estos sectores la mano que gira el timón, con el impulso de las minorías activas y bien organizadas, frente a los sectores de derecha que defienden el estatus en la medida que les ha favorecido.

Es posible que Estados Unidos "permita" estos giros como desfogues sociales esperanzadores, de la misma forma que en el pasado se asoció a todo tipo de dictadores latinoamericanos, los alentó, les vendió armas y los sostuvo mientras le convino. Nuestro continente no ha sido sólo el patio trasero de Norteamérica, ha sido también su patio de maniobras ideológicas, políticas, militares y económicas, un campo de experimentación donde los fracasos los paga siempre la población y los éxitos abonan sólo a ellos y a sus asociados, léase presidentes, gobernantes y más de algún destacado empresario.

De momento es la hora del recreo para la izquierda, mientras sufre la derecha, víctima de sus propios fantasmas y de su fracaso a la hora de favorecer una mayor nivelación social. Pero más batallan los ganadores ante la perspectiva de no poder cumplir sus promesas de campaña, de no tener todos los recursos requeridos, de ver cómo se inflan hasta reventar sus propias filas con la llegada de los aviadores, siempre buscando la sombra protectora del triunfador, sea cualquiera su bandera, y decididos a seguir haciendo lo que hacían desde la derecha, pero ahora desde la izquierda, en eso radica su enorme capacidad para ser versátiles.

¿Un nuevo éxito del populismo?, desde luego, del populismo social, que como agua en batea anda de derecha a izquierda, porque ni una ni otra logra estar a la altura de las expectativas de la gente.

Armando González Escoto
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 3 de julio de 2022).

En México, desde los tiempos del PRI (y sigue en la actualidad), muchos asumen que es posible que el presidente de Estados Unidos, con su dedito, haga y deshaga en el país, aprobando o cancelando proyectos, cambios en política migratoria, política exterior, salud, etc. Tengo la pena de comunicarles, que ni siquiera los liderazgos más radicales como Trump, lograron esto. Aunque muchos no lo crean, sigue existiendo un sistema de pesos y contrapesos que, a lo largo de la historia, se cree es el motivo de su estabilidad económica y democrática.

No solo el presidente no tiene "híper poderes" como vemos en otros países de América Latina, ya no digamos países como Cuba, Nicaragua, Venezuela, sino que además los diputados no responden al presidente. En EU, existe una división de poderes a nivel de estado y, un sistema de rendición de cuentas entre los congresistas y la población del distrito al que pertenecen y que votaron por ellos. Esto significa que sus votaciones, en gran medida, estarán influenciadas por los intereses de la población a la que representan. Nada que ver con México en donde no existe la rendición de cuentas.

Con estos antecedentes ¿cómo se explica que en la agenda del presidente López Obrador no haya una sola reunión con congresistas?. El discurso político y los golpes de mesa sacarán muchas portadas en los periódicos y tweets viralizados, pero en términos prácticos no llevarán a ninguna parte. Como lo he dicho en muchas ocasiones, México desde hace mucho tiempo ha perdido la oportunidad de construir sistemas de cabildeo y de dialogo con los congresistas. En los últimos años se ha alejado todavía más. Siguen sin entender cómo funciona la política interna de Estados Unidos.

Jacques Rogozinski
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 12 de julio de 2022).

¿Alguna vez has pensado qué tanto cambiaría tu manera de ser si te nombraran rey? ¿Seguirías siendo amable? ¿Aceptarías los consejos de otras personas? ¿Permitirías que alguno de los miembros de la corte te llevara la contra, o lo mandarías decapitar?

Creo que ya no serías igual de amable que antes... tú eres el rey, todos los hombres te respetan, las mujeres te desean, eres hermoso, infalible y dueño de la verdad absoluta. Todos están de acuerdo con tus sabias decisiones.

Peeero... imagínate que de repente, los millones que te eligieron rey, te gritan groserías, te acusan de tirano y los reyes de otros países te desprecian y te hacen groserías, se burlan de ti y te echan en cara que tu estilo de gobierno es un reverendo fracaso.

En ese momento te darías cuenta de que todo por lo que luchaste durante tu larga vida está equivocado. Y que todos tus fans te detestan.

Déjame decirte algo para aliviar tu enorme pesar: Eso mismo le pasa a todos los reyes...

Cualquier ser humano que detenta el poder absoluto, pierde el piso, pierde el concepto de la realidad y se cree que es dueño de la verdad absoluta... y muere lleno de amargura.

Eso les pasa a casi todos los presidentes del mundo. Por esa razón, ese concepto de gobierno, el presidencial, ha probado su ineficacia. Cualquier presidente se convierte en un reyecito.

Definitivamente no podemos seguir creando reyecitos en la época de la comunicación mundial instantánea.

Todavía no hay un sistema de gobierno perfecto, pero si vemos cuáles son los gobiernos menos malos, nos daremos cuenta de que son los gobiernos parlamentarios.

Peeeero no es perfecto, el primer ministro también se convierte en reyecito.

Todavía puede haber un mejor sistema... el parlamentario sin primer ministro.

O sea, el gobierno parlamentario-corporativo.

Donde las decisiones se toman por el consenso equilibrado de las 3 tendencias políticas existentes: la derecha, la izquierda y la central.

Y aplica a todos los niveles del sistema gubernamental.

Cada parlamento-corporativo estaría formado por el mismo número de parlamentarios de cada tendencia, divididos por la cantidad de partidos que tenga cada facción.

Eso equilibra las decisiones, se toma un camino equilibrado y se evita la compra de votos.

Imaginen los poderes ejecutivo. legislativo y judicial formado, cada uno, por un parlamento que tome todas las decisiones que hoy toma solo un hombre.

Y lo mismo pasaría en la suprema corte de justicia, en las empresas del gobierno, en las secretarías de estado, en los estados y en los municipios. Todo estaría comandado por gobiernos corporativos-parlamentarios.

Obviamente no es el sistema perfecto, pero es un primer paso hacia el modernismo y la verdadera democracia.

¡Y, además, ya no gastaríamos miles de millones en absurdas campañas políticas, ni tendríamos ¡reyecitos que se vuelven locos!

Alberto Martínez Vara
(v.blog del 15 de julio de 2022).

El derecho a opinar libremente está cortado en las dictaduras ideológicas y militares y eso es lo que disminuye la adhesión a esos gobiernos. En efecto, es muy difícil dialogar o criticar algo cuando se tiene clausurada la boca y la cabeza o se reciben por esa crítica largas penas de prisión. Las adhesiones que mediante este sistema se consiguen son ficticias, superficiales.

El sistema democrático no es siempre ejemplar -suele haber en él disparidades de ingresos gigantescas y no siempre en función de los que los más beneficiados aportan al sistema, además de jueces injustos o cínicos, que aprovechan su posición para enriquecerse, o autoridades que igualmente se benefician de los cargos que ocupan, y mil cosas más. Pero en este campo, no hay la menor duda: la democracia es mil veces preferible al régimen sin libertad de expresión, donde todos los atropellos pueden ser simulados y convertidos en "los beneficiados serían los traidores del sistema".

Mario Vargas Llosa
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 17 de julio de 2022).

Al abordar el fascismo como tema, Salman Rushdie fue claro al decir que es "cauteloso con la palabra, porque creo que se ha sobreutilizado; en Estados Unidos, creo, no se ha llegado a un nivel como el de la Italia de Mussolini, no creo sea el caso, pero sé que hay condiciones previas para que exista. Una de estas condiciones es la destrucción de la creencia en la verdad, persuadir a la gente para que piense que le mienten siempre, de ahí el siguiente paso es declararse como quien posee la verdad, y así se instaura un dictador".

Pero, explica el narrador, a pesar de todo "no estamos en esa situación. Trump me parece demasiado estúpido para ser un dictador, pero podría llegar al poder una versión semejante y menos estúpida. Son tiempos peligrosos para Estados Unidos, en muchos sentidos: son peligrosos para los negros, las mujeres, los gays o quienes molesten a alguien armado (ahora hay más armas que personas). Es un riesgo real si ganan los republicanos, pero apenas estamos al filo".

(V.pág.9-A del periódico El Informador del 31 de julio de 2022).

El sistema liberal de representación política que concede orden legal y legitima el moderno sistema de dominación capitalista está en crisis en México, como en todo el mundo. Las llamadas democracias representativas, en todas sus modalidades, crujen ante las diversas manifestaciones de sus crisis.

La manifestación más patente de estas crisis es el hartazgo de las sociedades ante los actores y los procedimientos mediante los que se reproduce este sistema. Hay un claro hartazgo de la sociedad hacia la figura del político profesional, a quien se mira como un sujeto que no trabaja por el bien común sino en beneficio de sus propios intereses, la mayoría de las veces cínicos y corruptos cuando no criminales, como bien lo pinta el personaje de Francis Underwood de la serie House of Cards.

Hay una insatisfacción también hacia los partidos políticos tradicionales que no son organizaciones de interés público, sino corporaciones organizadas que necesitan del control de los poderes públicos para satisfacer los intereses de grupos de poder, y el acceso a privilegios a la abultada clase política.

Existe también una marcada y creciente insatisfacción acerca del procedimiento esencial de reproducción de este sistema como las elecciones, que son notoriamente costosas y muchas veces fraudulentas o sesgadas por los grupos de interés, el control de masas de votantes o de la manipulación de los mismos mediante viejas y nuevas prácticas de manipulación de conciencias, como se evidenció en el Brexit con el uso de fake news y mensajes sesgados en redes sociales con modernas tecnologías de inteligencia artificial.

Y un elemento adicional de la marcada crisis del sistema político de representación liberal es la insatisfacción, hartazgo y decepción que las sociedades tienen ante el ejercicio de gobierno, en contextos recientes de polarización y exacerbación de la opinión pública.

Una encuesta del Pew Research Center entre los países de la OCDE, México incluido, encontró en 2020 que 52% de la población de estos países manifestaba insatisfacción con la "democracia", el sistema político dominante en el actual orden capitalista.

Hasta ahora estas crisis yuxtapuestas del moderno sistema político liberal capitalista se han intentando atajar mediante reformas electorales y del mismo sistema político, pero resultan siempre insuficientes, siempre insatisfactorias, como ha ocurrido en México en los pasados 40 años.

Rubén Martín
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 20 de agosto de 2022).

La democracia está bajo amenaza. Pero no solamente por las disputas geopolíticas de potencias autocráticas sino porque algunas sociedades democráticas han optado por respaldar abierta y mayoritariamente opciones totalitarias.

En Europa los cuestionamientos al costo de la libertad democrática y el ascenso de grupos radicales de derecha han encendido las alarmas, y en Estados Unidos el fenómeno protagonizado por Trump el 6 de enero ha traído el tema a la discusión pública. En México, donde gozamos de una muy joven democracia, continuamente se habla de la tentación de regresar al régimen autoritario.

Es aleccionador repasar la breve existencia de la República de Weimar -que abarcó desde los años posteriores a la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial hasta 1933, cuando Hitler llegó al poder- como ejemplo paradigmático del colapso de la democracia que resulta oportuno recordar como una advertencia.

La República de Weimar surgió en Alemania luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Se estableció entonces un enorme mecanismo de comunicación encaminado a construir teorías de la conspiración para explicar el desastre militar sufrido por los alemanes, y se impuso lo que se llamó la Gran Mentira, que consistió en negar que el ejército alemán hubiera sido derrotado en el campo de batalla en 1918, para imponer el mito de que una cábala de "criminales de noviembre" -judíos, marxistas, demócratas e internacionalistas- había traicionado al país, subvertido el esfuerzo de guerra, expulsado al Kaiser, firmado el vergonzoso Tratado de Versalles e impuesto una democracia no alemana. Hitler promovió este mensaje junto a toda la derecha germana sabiendo que la eficacia de la teoría de la conspiración de la traición se basaba en una simple apelación a las emociones, no a la razón. Hizo de la teoría de la conspiración el argumento para justificar una acción violenta, pasando rápidamente de la mera denigración de la democracia de Weimar a la puesta en marcha de una insurrección. En noviembre de 1923 instigó el Putsch de la Cervecería, un intento de golpe de estado local en la capital bávara de Múnich. Hitler esperaba que esto desencadenara una reacción en cadena que provocara la implosión de la República de Weimar y que un gobierno autoritario tomara el poder. El golpe fracasó y Hitler fue arrestado y juzgado por traición. Su estrategia de defensa consistió en utilizar el juicio como plataforma para amplificar la Gran Mentira, en un ejemplo espectacular de inversión de la narrativa histórica, que afirmó que los fundadores de la democracia de Weimar, y no él, eran los verdaderos traidores, aquellos criminales de noviembre. El sistema judicial conservador de Baviera fue comprensivo; Hitler sólo estuvo 9 meses en prisión, donde enfrentó un juicio y convirtió su reclusión en promoción de su campaña. Los jueces decidieron apoyarle para su regreso como opción política. Hitler aprendió entonces que debía continuar su lucha a través de "la política de la legalidad" en lugar de asaltar mediante golpes. Fue entonces cuando los nazis decidieron usar el proceso electoral de la democracia para destruirla. Como dijo Joseph Goebbels, los nazis llegarían al parlamento, como los lobos al corral de las ovejas. Luego de diversas maniobras efectivamente tomaron el poder por la vía democrática y conocemos el resto de la historia.

Las lecciones son claras para lo que vimos ahora: hay que evitar creer y difundir las Grandes Mentiras basadas en conspiraciones imaginarias; (ahora mismo se difunden profusamente en Europa, Estados Unidos y México) y prevenir que la debilidad de los grupos políticos y del establecimiento económico, les hagan caer en manos de encantadores de serpientes, quienes sólo buscan el poder. Es evitar que las democracias se transformen en autocracias desde dentro.

El tema se debate porque vivimos una ola de populismo autoritario nacionalista en muchas naciones que ha sido calificado como una "democracia iliberal" por el primer ministro húngaro Viktor Orbán, en donde se conservan las elecciones como mecanismo de legitimación para una democracia dirigida sin el control de un poder judicial independiente y sin los inconvenientes de la responsabilidad democrática real. Esa especie de democracia simulada nos es familiar a los mexicanos que vivimos aún una transición democrática inacabada.

Hay ahora una gran mentira en marcha en Estados Unidos sobre las elecciones robadas, otra sobre la conspiración de la conformación de Europa como mecanismo de eliminación de las tradiciones nacionales; en México también llegan a ser populares las teorías sobre una conspiración para terminar con la familia o para establecer costumbres ajenas, o incluso que hablan de que las pandemias son inducidas por el poder de grupos extraños a la nación.

Dar fuerza política a los grupos que se apalancan en las Grandes Mentiras es ahora el mayor riesgo interno a la democracia, y eso lo saben los rusos, los chinos y los árabes radicales, por eso quizá han buscado inmiscuirse en los procesos electorales de las naciones de Occidente. Vale la pena analizar el riesgo de la implosión democrática desde dentro.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.3 del periódico El Informador del 9 de octubre de 2022).

Hoy, entre muchos que paradójicamente se benefician de la libertad de comercio, está de moda hablar del "capitalismo salvaje". Cuando leemos las biografías de los grandes capitanes de la industria comprendemos que el capitalismo no tiene nada de salvaje: es un compromiso con la excelencia y la mejora constante, es tomar riesgos e invertir recursos en la búsqueda incansable de valor para nuestros clientes. Lejos de ser salvaje, es la representación de una cultura civilizada que busca el mayor bienestar, elevando la calidad de vida de todos los miembros de la sociedad.

Ricardo Salinas Pliego, fundador de Grupo Salinas
(v.pág.3 del periódico El Informador del 11 de octubre de 2022).

Como ha demostrado Víktor Orban en Hungría, nada molesta más a un régimen autoritario que las instituciones. Todos los políticos contrarios son unos radicales o unos ineptos, todos los periódicos y canales informativos están vendidos al poder. Todas las instituciones están corruptas, todos los procesos democráticos amañados, todos los poderes podridos, todos los representantes vendidos. No hay ningún lugar adonde ir, salvo la tribu. Destruir las instituciones es el acto revolucionario necesario para limpiar las cloacas del Estado y de la sociedad. Como decía Orwell, "no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura".

Marta Peirano
(v.pág.286 de "El Enemigo Conoce el Sistema", Penguin Random House Grupo Editorial, España, 2019).

Rousseau escribió que la democracia era una aristocracia electiva; dado que la democracia real y directa solamente era posible en pequeñas sociedades, las grandes naciones no tenían otra opción que la democracia representativa, por medio de la cual la gente vota por candidatos que no eligió. Esta situación, en todas las democracias, ha puesto al electo ante 2 tipos de sumisión, ante quien lo hizo candidato, y ante quien votó finalmente por él.

En la mentalidad de Rousseau, se trata de una aristocracia en el supuesto de que los candidatos son elegidos de entre los mejores, de manera que las campañas políticas se dan entre los mejores, y el voto se da justamente a los mejores. Cuando escasean "los mejores", se echa mano de los más o menos, y cuando ni de estos se dan, pues de los que haya, gracias a lo cual la democracia representativa deja de ser aristocracia y se convierte en una necedad.

Al margen de la calidad de los elegidos, el problema inmediato es el de la servidumbre: ¿a quién se debe agradecer el cargo, al partido o a la sociedad? Las posibilidades "políticas" son varias: a los 2, o a quien le puede dar una nueva promoción, o a ninguno si se carece de aspiraciones, o a uno y a otro, de verdad o en apariencia, a tenor de los intereses en juego. Desde luego que Rousseau pensaba en una democracia formada por personas honestas, lo mismo entre los votantes que entre los votados, condición que ha sufrido siempre de enormes altibajos.

Más de 200 años después el panorama de la democracia en el planeta es muy diverso, lo cierto es que, si en el siglo XIX a un país se le juzgaba por su nivel de pobreza, y en el XX por su nivel educativo, en los tiempos que corren a una sociedad se le juzga por su calidad política, lo cual pone a México en una situación todavía muy mediocre.

Ahora bien: ¿todas las sociedades, culturas y pueblos son aptos para la democracia? La realidad parece mostrarnos que hay sociedades que funcionan mejor con otro tipo de sistemas, que son prósperas, florecientes y de elevado sentido político sin ser exactamente democracias, como por ejemplo Malasia, o los Emiratos Árabes.

Es igualmente un hecho que al presente no podemos identificar un sistema político puro, sino una mezcla de sistemas que pretende integrar lo mejor de cada cual en un proyecto adaptado a las condiciones de determinado país, desde monarquías parlamentarias hasta dictaduras socialistas que conservan alguna forma de parlamento y de representatividad democrática, navegando entre unas y otras un sinfín de democracias aspiracionales, débilmente miméticas o de mera tramoya.

La democracia por lo tanto no es ni será el único sistema político posible, muchos otros podrán ser inventados en el futuro y otros rescatados del pasado, lo que sí resulta evidente es que para que un sistema democrático funcione se requiere de una sociedad con buen nivel educativo político, y de partidos políticos genuinos, lamentablemente no es todavía el caso de México, razón por la cual todo intento democratizador acaba siempre naufragando en el inmenso pantano de una sociedad tan cargada de carencias que la hace proclive al servilismo en los 3 poderes y en los 3 niveles de gobierno.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 30 de octubre de 2022).

Todo populismo, sea de derecha o de izquierda, sigue esquemas similares: identifica y señala a un enemigo odioso, organiza campañas para desacreditarlo, utiliza el temor a tales o cuales personas o sistemas satanizados, manipula los ideales de uno o de otro bando, tales como libertad, democracia, nacionalismo, superación de la pobreza, integrismo religioso, igualdad. Este enemigo puede ser una ideología, un partido, un sistema, una clase social, o una persona específica.

Armando González Escoto
(v.pág.4 del periódico El Informador del 6 de noviembre de 2022).

La marca personalista del populismo nos hace pensar que su existencia depende exclusivamente del líder. Que podrá trastocar los parámetros de la política, pero que es, a fin de cuentas, un fenómeno pasajero. Atado como está al nombre del fundador, imaginamos no sería capaz de echar raíces.

El populismo sería así, un breve tiempo de política ardorosa que tarde o temprano se apaciguaría en rutinas institucionales.

Habría que reconsiderar esa expectativa. Ya decía Pierre Rosanvallon, una de las inteligencias más agudas de Francia, que el siglo que vivimos será recordado como el siglo del populismo. No es una moda, sino el desafío más profundo y perdurable de la democracia liberal.

Pensemos en los países más poblados del continente: el populismo de derecha ha arraigado y parece hoy más fuerte de lo que era bajo el imperio de sus fundadores.

Trump y Bolsonaro han sido derrotados electoralmente. El trumpismo y el bolsonarismo, por el contrario, parecen más fuertes hoy que antes.

Lula habrá ganado la presidencia, pero las elecciones recientes demuestran la reciedumbre del bolsonarismo.

No solamente me refiero a la fuerza regional y legislativa de los aliados del ex militar, sino de una intensa persuasión antidemocrática que no está dispuesta a aceptar los resultados del proceso electoral y que llama abiertamente al golpe. El populismo corroe la legitimidad de los procedimientos democráticos para ensalzar una legitimidad beligerante.

Este arraigo populista es tan importante como la apretada victoria de la izquierda. El filósofo brasileño Rodrigo Nunes se ha preguntado qué es lo que hay detrás del movimiento bolsonarista. Sostiene que el líder populista no es el demiurgo que inventa un mundo, es el catalizador de muchos impulsos preexistentes.

No solamente una solución, sino una venganza; más que un remedio, una salvación.

Se trata de un vehículo que ofrece certidumbre frente a lo que se percibe como una amenaza existencial.

La nostalgia militarista frente a la sensación de inseguridad; el antiintelectualismo que se opone a la difusión de verdades fastidiosas; una épica anticomunista agitada como banderín de los valores y jerarquías tradicionales.

Por eso el dirigente es menos que la energía que desata. La obsesión con el liderazgo carismático de los populistas es el error estratégico más grave de la denuncia liberal. Secuestrado por sus provocaciones cotidianas, por la estridencia de sus ofensas, el crítico liberal suele ignorar el fundamento de la seducción populista.

Denunciar una y otra vez la chocante personalidad del populista autoritario es como mirar el dedo de quien apunta a la luna.

El trumpismo se ha fortalecido igualmente sin Trump en la presidencia. Ningún impacto tuvo la exhibición en el congreso del intento de golpe de estado. Los testimonios que se recogieron a lo largo de muchas jornadas fueron demoledores: Trump supo que había perdido la elección e hizo todo lo que estuvo en sus manos para impedir la transferencia del poder.

Pero, que Donald Trump hubiera intentado romper el orden constitucional, no fue asunto reprochable para sus simpatizantes. El intento de golpe era, para los fieles, una demostración de firmeza ante quienes quieren destruir a la nación.

Todo indica que en las elecciones del día de mañana los republicanos se alzarán con victorias decisivas. Se fortalecerán de esta manera quienes se han tragado y repiten la patraña del fraude de 2020 y ocuparán espacios cruciales para la certificación de la elección del 2024. El trumpismo no necesita ya a Trump. Puede volver a hacerlo candidato, pero, en realidad, no le es indispensable. La criatura de Trump tiene vida propia. Su agresividad, su estilo y su desprecio de las reglas elementales de la democracia se han apoderado del partido que seguramente controlará las 2 cámaras del congreso norteamericano.

El reflejo del populista es el mismo en todas las latitudes: la derrota es inconcebible. Cualquier procedimiento que arroje un resultado contrario al que dicta el sentido de la Historia es producto de una trampa.

No puede entenderse la amenaza al Instituto Nacional Electoral sin comprender el asedio global a la democracia liberal. Los árbitros son un estorbo para los propietarios de la legitimidad.

Jesús Silva Herzog Márquez
(v.Xiudadanos Mx del 7 de noviembre de 2022).

Ya en diversas ocasiones las sociedades que pretenden ser democráticas se han enfrentado a paradojas muy fuertes. Por ejemplo, que el discurso del odio haya podido diseminarse por todo el llamado "mundo libre" y se haya posibilitado no sólo la emergencia, sino la toma del poder por los fascistas. Y eso no ha terminado de ocurrir.

Pero ahora esa paradoja se ha profundizado, pues en nuestro contexto no sólo se mantienen las peores prácticas de la comunicación de masas, sino que ahora se ha abierto la posibilidad de que los discursos se amplifiquen, no mediante emisores identificados e identificables en función de los grupos de poder a los que pertenecen, sino que pueden inventarse falsas identidades bajo diferentes modalidades (bots, trolls, haters) desde los cuales se combate, agrede, insulta o acosa a quienes expresan ideas contrarias a las del poder o a las de grupos de poder.

Cuando a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial se debatía en torno a si los medios de comunicación influían, determinaban e incluso, enajenaban a la población, en el fondo lo que estaba a discusión era el papel de los medios de comunicación ante la ideología, del tipo que fuera. Quizá los que más se aproximaron a la complejidad del problema hayan sido los integrantes de la Escuela de Frankfurt, quienes atinadamente comprendieron que estábamos ante lo que denominaron como la "Industria Cultural".

Sin embargo, en esa idea estaba siempre vinculada la figura del Estado como el gran articulador, también a veces manipulador o supresor, de lo que se debate públicamente. Pero ahora lo que se está viviendo con las redes es que hay un retraimiento del Estado y que son poderosas plataformas privadas las que dominan el espacio público.

En efecto, las redes [sociales] constituyen poderosas plataformas de diseminación de contenidos y recursos multimedia que no sólo están determinando la lógica del comercio electrónico, de la publicidad de productos y servicios e incluso de la propaganda política, sino que además están avanzando hacia su consolidación en tanto estructuras de influencia, mediación e incluso control del espacio público a escala global.

¿Cómo se va a definir el Estado del Siglo XXI frente, pero también, desde estas plataformas? Esa es todavía una cuestión incierta que debe debatirse con prontitud, porque los derroteros de la libertad están en juego, y porque los caminos para mantenerla a flote son siempre estrechos, mientras que los del odio, la intolerancia y las patologías más aberrantes del poder son siempre amplias avenidas por las que hay muchos que están ansiosos, no sólo de transitar, sino de dirigir, moldear y controlar.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.3 del periódico El Informador del 8 de noviembre de 2022).

El principal componente de la democracia es un gobierno limitado por leyes que obligan a los gobernantes a respetar la vida, la propiedad y la libertad de las personas.

En una democracia no pueden con una mayoría de votos matar a una minoría, ni expropiarles sus bienes o privarlos de su libertad. Bajo el término "derechos sociales" se practican políticas que violan los llamados en ingles Bill of Rights, y en español garantías individuales, que constituyen la parte más importante de una Constitución. Entre esas garantías están la libertad de prensa, de cultos, de movilidad, de enseñanza, de propiedad y de trabajo.

Derechos del pueblo o sociales son términos indeterminados, que disfrazan decisiones personales de los dictadores, quienes a nombre de todos violan las garantías individuales.

La característica principal de la democracia es un gobierno limitado por una Constitución, que respeta las garantías individuales y la división de poderes, que implica el "checks and balances", pesos y contrapesos, que se da cuando los poderes legislativo y judicial frenan y limitan al poder ejecutivo.

Nos alejamos de la democracia cuando un gobernante controla al poder legislativo, manipula al poder judicial y no respeta la Constitución, a la que reforma para que, en nombre del pueblo, de lo social, de los pobres, haga lo que quiera y le permitan realizar impunemente trampas en las votaciones.

Las elecciones no son determinantes para llamar democrático a un gobierno. Hitler, nacional socialista, consolidó su poder en 1932 al ganar una elección con 66% de los votos, pero ese triunfo no fue suficiente para llamar democrático a su gobierno.

En México nos alejamos, día a día, de un verdadero régimen democrático y nos acercamos a una dictadura.

Luis Pazos
(v.periódico El Financiero en línea del 9 de noviembre de 2022).

Al presentar un documental sobre su vida, el cantante español Joaquín Sabina lamentó "el fracaso del comunismo". Dijo: "Ahora ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando".

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 18 de noviembre de 2022).

En una sociedad que ha retrocedido en su aspiración democrática, la acción y la reacción se viven siempre bajo la sombra del populismo.

Al margen del origen histórico que tuvo el populismo, en el momento actual es un instrumento que lo mismo sirve a los gobiernos de izquierda o de derecha, que a los líderes sociales que se le oponen cualquiera sea su nivel o alcance.

El discurso y el manejo populista cuentan con factores clave para el logro de sus objetivos, uno de ellos es el catastrofismo por el cual se busca hacer que la gente se sienta amenazada en sus bienes, su libertad o sus derechos, si es gente acomodada, en sus beneficios, apoyos y oportunidades si es gente de escasos recursos, o en sus aspiraciones y logros alcanzados, si forma parte de las clases medias.

Otro factor crucial es la desinformación o la información confusa, reduccionista y adulterada.

El populismo sabe manejar también las emociones y los sentimientos, si la gente pensaba, deja de hacerlo, ahora solamente siente rabia, y si ya de por sí no pensaba, mucho mejor, solamente se dejará arrebatar por sus emociones y gritará y gritará hasta enronquecer; ante cualquier otro que le interrogue acerca de las razones que le mueven, o no responderá o dirá generalidades, "slogans" escuchados, frases hechas.

Un político de cualquier tendencia que decide apoyarse en este populismo tendrá que ser consecuente con las claves del fenómeno, acentuando la división de clases y el antagonismo, pues nada fortalece tanto a un populismo activo que un populismo reactivo.

En el mundo de la sospecha y el conspiracionismo no hay propuesta ni discurso que pueda ser visto con objetividad, para el ojo populista donde quiera hay "gato encerrado", "trampas sutiles", "astucias ocultas", sin que eso signifique desconocer la desconfianza histórica con que la sociedad mexicana ha visto siempre a sus autoridades, desconfianza desde luego muy bien ganada. Por lo mismo, frente a las voces inteligentes que han llamado a un análisis amplio, objetivo y completo de toda la propuesta en cuestión, los populistas "contras" dirán: está todo amañado.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2022).

El príncipe Otto von Bismarck declaró en 1890 que la democracia era un "régimen muy elevado" que requería de hombres visionarios y audaces, y que ponerlo en manos de "hombres ignorantes" era una locura peligrosa. Escéptico ante la posibilidad de reunir tales cuadros, por eso defendió la monarquía como la mejor forma de gobierno.

Stalin en 1934 advirtió: "Están preservando un sistema económico que les llevará inevitablemente, como no puede ser de otro modo, a la anarquía productiva".

Jonathan Lomelí
(v.pág.3 del periódico El Informador del 16 de diciembre de 2022).

El 1o. de diciembre de 2018 México dejó de ser una democracia (en proceso de consolidación) y pasó a ser una autocracia con disfraz de democracia, una autocracia de facto.

Si nos atenemos a la definición y significado de autocracia -sistema de gobierno que concentra el poder en una sola figura (a veces divinizada) cuyas acciones y decisiones no están sujetas ni a restricciones legales externas, ni a mecanismos regulativos de control popular-, veremos que estamos en manos de un autócrata (disfrazado de demócrata) que hace lo posible para acabar con las instituciones y organismos autónomos y con todos los contrapesos diseñados para mantener los principios democráticos, los equilibrios y separación de poderes.

Las formas históricas de autocracia son la monarquía absoluta y la dictadura.

Paradójicamente la única salida que tenemos para disipar el plan para instalar en México otra dictadura de partido (esta vez en manos de Morena) y regresar a la imperfecta democracia, es por la vía democrática. Digo imperfecta porque "lo bueno de la democracia es que cualquiera puede ser presidente, y lo malo... que cualquiera puede ser presidente".

Y para ello es fundamental mantener a toda costa la independencia del INE y las reglas de la democracia previamente establecidas, y que en el llamado "plan B" se ven seriamente vulneradas y, asegurarnos de que los candidatos de los partidos políticos que competirán en las próximas elecciones por la Presidencia no sean dictadores escondidos bajo ropajes democráticos.

¿Y cómo saberlo? ¿Cómo evitar ser engañados de nueva cuenta, como sucedió con AMLO, quien llegó al poder con un discurso democrático, incluyente y respetuoso de las leyes que luego, y sin el menor recato, traicionó?

Detectar potenciales autócratas a tiempo no es fácil, pero hay señales que lo advierten.

En el libro How Democracies Die, los autores Levitsky y Ziblatt dicen que la manera como los demagogos más peligrosos llegan al poder no es violenta, sino haciendo alianzas con las fuerzas políticas ya establecidas.

Esto fue lo que pasó cuando el gobierno alemán establecido le dio entrada a un populista llamado Adolf Hitler. Cometieron el error de pensar que podrían controlarlo y capitalizar su popularidad. Sucedió lo contrario: Hitler desconoció a los partidos de oposición, convirtiéndose de facto en un dictador. Lo que siguió fue una de las grandes tragedias de la historia.

Levitsky y Ziblatt advierten el peligro de los demagogos, definiéndolos como "políticos mentirosos al acecho que esperan la oportunidad para controlar todo".

La campaña política que en 2006 presentó a AMLO como "un peligro para México" advertía las verdaderas intenciones de un político mentiroso.

El libro que comento menciona 4 signos útiles para detectar dictadores en potencia, y que deberíamos observar a la hora de la designación de candidatos y sobre todo a la hora de votar por alguno de ellos. Al verlos podrán constatar que todos aplican en el caso de AMLO y sus corcholatas, y a los dirigentes de Morena:

1. Rechazan las reglas de la democracia, alegan que los resultados de una elección son inválidos o que la Constitución debe modificarse.
2. Desacreditan con falsedades a sus adversarios, o proponen sin fundamento, que sus oponentes deben ser encarcelados o son enemigos del Estado.
3. Toleran o alientan el uso de la violencia en contra de sus adversarios, tienen relaciones con mafiosos o miembros del crimen organizado o apoyan las acciones de grupos beligerantes.
4. Expresan el deseo de reducir los derechos civiles de personas o instituciones, sugieren que el país estará mejor sin prensa libre, o intentan silenciar o descalificar a periodistas o manifestantes.

Es sumamente importante impedir el acceso al poder a quienes muestren alguno de estos signos, y si ya están en el poder porque lograron engañarnos, llamarlos a cuentas, recordándoles que el Estado somos los ciudadanos y que en una democracia ningún presidente puede emular al rey Luis XIV de Francia cuando dijo: "L'État, c'est moi" (el Estado soy yo).

La democracia necesita ciudadanos racionales, no borregos convenencieros.

Necesitamos políticos auténticamente democráticos, dispuestos a hacer cosas que, aunque sean impopulares o invisibles, aseguren el bienestar del país en el largo plazo.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(13 de enero de 2023).

Estas últimas semanas he estado escuchando el podcast de Joe Rogan. Su podcast con Naval Ravikant es de los mejores que he escuchado sin duda alguna. Naval Ravikant es un empresario e inversor indio-estadounidense. Tiene una filosofía de vida sumamente interesante con ideas muy valiosas. Ravikant explica ideas convencionales de maneras inusuales.

Naval señala que una persona que se identifica con una sola ideología económica y política ha caído a los mecanismos de control del sistema. Considera, y estoy de acuerdo, que la ideología que adoptamos es circunstancial. Mientras el capitalismo viene de la cabeza, el socialismo viene del corazón. Si lo pensamos, tiene mucho sentido: cuando éramos niños se nos hacía más fácil la igualdad de oportunidades y de calidad de vida. Conforme vamos creciendo nos damos cuenta de las realidades de injusticias sociales y económicas y la libertad financiera se convierte en un lujo cada vez más inaccesible.

Para Naval, debemos aspirar a ser comunistas con nuestras familias y amigos más cercanos, socialistas con nuestros conocidos cercanos, en los niveles estatales de la política demócratas, en niveles más altos republicanos y a nivel federal libertarios. Esto ocurre debido a que mientras mayor es el grupo de personas, es natural que crezca la desconfianza entre agentes, por lo cual debemos alinear de una mejor manera los incentivos del sistema. Siendo así, Ravikant apoya la idea que la ideología que manejamos depende del tamaño del grupo de personas y la cercanía que manejemos con ellos.

Cesáreo Escobedo
(v.pág.3 del periódico El Informador del 22 de enero de 2023).

No hay registro histórico de ninguna sociedad que, sin democracia, haya alcanzado altos estándares de bienestar social. Las libertades y su plena garantía son condiciones necesarias para construir regímenes en los que la mayoría acceda a importantes niveles de vida, pues ello implica por definición la prevalencia de los valores de la tolerancia, el respeto irrestricto a todas las visiones y posturas frente a la vida y el mundo, así como la cooperación y la solidaridad social.

Por ello la defensa de la democracia ha sido, desde la Grecia antigua, que fue donde se inventó, hasta nuestros días, un deber ciudadano ineludible, que comienza por exigir de sus políticos la construcción de sistemas de gobierno con una auténtica división de poderes, que garanticen equilibrios y contrapesos efectivos para frenar el autoritarismo y el abuso en el ejercicio del poder.

Defender a la democracia implica también promover una ciudadanía ávida de vivir en un Estado Social de Derecho; en el cual esté dispuesta a cumplir con el orden jurídico establecido, pero también a participar activamente en la exigencia de la garantía y cumplimiento universal, integral y progresivo de los derechos humanos.

Defender a la democracia implica exigir y promover un régimen de y para la tolerancia, el diálogo franco y respetuoso, la escucha atenta y comprensiva de quienes piensan distinto a nosotros, y el permanente compromiso de no avasallar y no asumir que se es depositario de la revelación de la verdad, y por el contrario, ser capaces de siempre ser críticos y autocríticos de las acciones del poder, pero también de las propias.

Desde esta perspectiva es que cobra relevancia la marcha convocada en defensa de la democracia y la institucionalidad electoral mexicana; pues está convocada no sólo por miles de ciudadanos de todas las corrientes y filiaciones; sino también por organizaciones ciudadanas, en las cuales están reunidas personas que se han propuesto defender agendas y causas; lo cual es también constitutivo y consustancial a un régimen democrático.

En ese sentido también lo esperable y exigible es que el presidente López Obrador no puede perder de vista que en un país de 130 millones de habitantes lo característico es la pluralidad y la diversidad; y que si bien su retórica se refiere siempre "al pueblo", no puede caer en el error de, en la práctica, asumir que realmente está ante una masa uniforme con una sola ideología, un solo proyecto y una sola visión de país.

De igual forma, para defender adecuadamente a la democracia es necesario que las dirigencias políticas tengan la capacidad de transmitir prestigio, autoridad moral y convicción democrática; de lo cual carecen hoy los partidos de oposición, los cuales han profundizado como nunca la crisis de representatividad del sistema de partidos en nuestro país.

Por todo lo anterior, preocupa enormemente la propuesta de reforma electoral que se discute en el Congreso de la Unión; donde la mayoría legislativa ha renunciado a su mandato constitucional de funcionar como un poder autónomo de la federación, y de reflexionar, deliberar y decidir siempre, no a favor de una mayoría, sino de todas y todos los mexicanos. El riesgo siempre presente es que se instaure la "tiranía de las mayorías" y se excluya e incluso se aniquile o se avasalle a las minorías.

En democracia, todos los discursos deben ser permitidos, alentados y defendidos, excepto aquellos que niegan los propios principios democráticos. Y en eso ha caído la narrativa presidencial: pretendiendo que la única forma válida de democracia y acción política es la suya; que los únicos métodos legítimos de acción son los suyos; y que la única visión válida del mundo, la ética, la economía y la política es la suya; es decir, estamos ante el intento de la imposición de un pensamiento único; y en esencia, la movilización ciudadana debe entenderse así: como una suma de voces a favor de las libertades y a favor del orden constitucional democrático.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.2 del periódico El Informador del 9 de febrero de 2023).

Lech Walesa, exlíder sindical, expresidente de Polonia y ganador del Premio Nobel de la Paz, dijo este miércoles en México: "Hay 2 sistemas políticos que se discuten en el mundo hoy: el comunismo y el capitalismo. Y es lógico que la gente, especialmente los jóvenes, prefieran el comunismo. Este parece tener ideales y solidaridad... Solo cuando uno vive bajo el comunismo se da uno cuenta del error".

Walesa estuvo aquí para participar en la presentación del libro Breve crónica del sindicalismo de Pedro Haces, líder de la CATEM, una central sindical. En noviembre pasado llegó también, pero para hablar en la Conferencia de Acción Política Conservadora. El mensaje fue igual en los 2 casos: a los conservadores y a los sindicalistas. Habla bien de él.

En una entrevista que le hice, y se difundió el 22 de noviembre, Walesa me dijo: "El comunismo como sistema, como régimen, siempre se ha comportado de la misma manera. Rusia está compuesta de 60 pueblos dominados y vencidos. El comunismo tiene lemas maravillosos de igualdad, de justicia. Pero mi consejo a los jóvenes es: cuídense, aléjense del comunismo".

A lo largo de la historia, efectivamente, los gobiernos comunistas han afirmado que representan una verdadera opción de igualdad y libertad, pero no han logrado la igualdad, sino dar privilegios a grupos de altos funcionarios, ni han generado libertades. Se entiende porque el comunismo se fundamenta en la prohibición de actividades económicas y comerciales, y establece gobiernos autoritarios que deben velar por el bienestar de las personas, sin considerar los deseos individuales.

Los países comunistas se convierten en dictaduras. Ocurrió en la Unión Soviética, China, los países de Europa oriental (antes de la liberación que empezó Walesa), Corea del Norte, Cuba, Venezuela y ahora Nicaragua. Los gobernantes de estos países se han distinguido por aferrarse al poder, pero también por limitar las libertades individuales. Ayer Daniel Ortega dio un ejemplo más al expulsar a más de 200 presos políticos de Nicaragua. La mayoría no cometió más delito que expresar puntos de vista críticos. El escritor Sergio Ramírez comentó: "Hoy es un gran día para la lucha por la libertad de Nicaragua al salir de las cárceles tantos prisioneros injustamente condenados o procesados, cárceles en las que nunca deberían haber estado. Van al destierro, pero van a la libertad".

López Obrador no ha buscado crear un régimen autoritario, pero sorprende su admiración por los dictadores. Este fin de semana recibirá en Campeche a Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, a quien le ha dado apoyo económico comprando millones de dosis de vacunas Abdala, sin certificación internacional, y contratando a médicos cubanos cuyo sueldo entrega al gobierno y no a los facultativos. La SEP está recomendando a los maestros la lectura de obras de Marx y Engels. En principio me parece bien, siempre y cuando el propósito no sea adoctrinar. Está bien que lean a Marx y Engels, pero se les debe recomendar también el estudio de Arthur Koestler, George Orwell, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises o Alexander Solyenitsin.

Los dictadores derrotados por las revoluciones pacíficas de Europa oriental impulsadas por Walesa y Vaclav Havel, entre otros, están siendo reivindicados. Vladimir Putin está erigiendo nuevas estatuas de Stalin, el dictador que, según el historiador Timothy Snyder, deliberadamente ordenó el asesinato de 6 millones de personas y mató de hambre o enfermedad a otros 3 millones. Ahora solo falta que empiecen a construir estatuas de Hitler.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 10 de febrero de 2023).

Existe una tensión histórica entre neoliberalismo y Estado. El 1o. aborrece el control, y el 2o. lo despliega constantemente. El campo de acción del 1o. es el mundo y no conoce fronteras, mientras que el 2o. se debe a la nación y establece demarcaciones. El neoliberalismo es individualista y aborrece la tradición, en tanto el Estado es comunitario y atiende las costumbres. Durante los últimos 30 años, los postulados del neoliberalismo conquistaron el mundo. Ya no más.

El orden liberal internacional se derrite. Se cierra una era regida por la supremacía norteamericana, el neoliberalismo y la globalización, para dar paso a la multipolaridad, el Estado y las economías regionales/locales. Como comenta en un reciente ensayo la analista económica Rana Foroohar, la globalización -impulsada por la doctrina neoliberal- ha terminado: "Contar con gobiernos autocráticos para suministros cruciales siempre fue una mala idea. Esperar que países con economías políticas muy diferentes se atuvieran a un régimen comercial único era ingenuo. Contaminar el planeta para producir y transportar bienes de bajo margen a largas distancias no tenía sentido ambiental. Y mantener tasas de interés históricamente bajas durante 3 décadas ha creado burbujas de activos improductivas y peligrosas".

Ante los tectónicos cambios, el Estado anuncia su regreso. La pandemia y su consiguiente inestabilidad económica, el cambio climático con sus innumerables riesgos y desafíos, así como una creciente competencia geopolítica mundial son algunas de las principales razones. Estados Unidos y la Unión Europa anuncian políticas económicas proteccionistas y de subsidios masivos, violando las otrora intocables reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En su 1er. discurso sobre el Estado de la Unión 2023, el presidente Biden fue enfático: se seguirán ampliando los programas de gobierno y se sostendrán con alzas a impuestos a ricos y compañías multinacionales.

En México, nadamos contracorriente. La administración lopezobradorista no solo no fortalece las capacidades del Estado, sino las debilita. Peor aún, además de la pérdida de algunos de los mejores cuadros burocráticos del país, la presente administración descuida el sector educativo, cierra el mercado energético, desprecia la ciencia y tecnología, e invierte en proyectos de infraestructura inservibles. Imposible aprovechar así la oportunidad única que significa el nearshoring, el cual necesitará de una fuerza laboral altamente preparada; cuantiosas inversiones en infraestructura, energías renovables y ciencia y tecnología; y un Estado administrativo fuerte.

Estamos frente a un cambio de era. Ante tiempos de mayor incertidumbre, el Estado -en un contexto de libertades y democracia- inevitablemente toma el asiento delantero. Inclusive Estados Unidos, la cuna del neoliberalismo, cambia de parecer. Sin embargo, en México le conferimos la Condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca a una autocracia comunista, salida de la Guerra Fría.

Fernando Núñez de la Garza Evia
(v.periódico El Informador en línea del 14 de febrero de 2023).

Una de las características del pensamiento liberal ha sido siempre la convicción de que la democracia es el mejor método para elegir a los gobernantes. Benito Juárez lo expresó así: "La democracia es el destino de la humanidad; la libertad, su brazo indestructible". Muchos pensadores en la historia, sin embargo, han expresado dudas. Aristóteles, quizá el 1er. filósofo político, escribió: "Las polis degeneran en democracias y las democracias en despotismos".

En México nuestra experiencia con la democracia ha sido muy breve. No tuvimos procesos democráticos en el siglo XIX. Juárez llegó al poder en 1857, no por una elección, sino por la renuncia del presidente Ignacio Comonfort; fue electo finalmente en 1867 y reelecto en 1871, pero en procesos que no pueden considerarse verdaderamente democráticos. En 1871 la población mexicana era de 9 millones de habitantes, pero Juárez ganó la elección con sólo 5,837 votos, frente a 3,555 de Porfirio Díaz, quien hizo campaña con la bandera de la no reelección; Díaz protestó el resultado y dijo que Juárez había perpetrado un fraude electoral.

Las leyes entonces únicamente reconocían el derecho al voto a los ciudadanos con bienes raíces, pero esto eliminaba del padrón a la mayor parte de la población. Incluso la elección de Francisco Madero en 1911 resulta cuestionable: Madero ganó con 19,997 votos, en un país que tenía 15 millones de habitantes. Obtuvo además 99.3% de los sufragios, una mayoría inverosímil. Los violentos años de la Revolución llevaron posteriormente a la creación de un régimen de partido único que generó estabilidad, pero no democracia.

México no experimentó la prueba de fuego de la democracia, la alternancia de partidos en el poder, hasta 1997. Con la creación del IFE, que después se convertiría en el INE, un árbitro ya independiente, y la reforma de 1996, que estableció reglas más equitativas en el gasto de los partidos, empezó la alternancia. Ese año los partidos de oposición derrotaron por 1a. vez al PRI en elecciones intermedias. En el 2000 se registró el 1er. triunfo en la historia de un candidato presidencial de oposición frente al partido en el poder. Ya con el IFE y el INE la alternancia se ha convertido en costumbre. De 4 elecciones presidenciales desde el 2000, 3 han sido ganadas por partidos de oposición. En estados y municipios, la oposición ha triunfado en el 70% de las elecciones. Hoy tenemos una verdadera democracia y la prueba es la alternancia.

Quizá ese es el problema. El presidente ha lanzado una campaña para modificar las leyes electorales, pero no para resolver los problemas evidentes del complejo sistema que tenemos, sino para favorecer a su partido. Pretende también dejar sin recursos y personal al INE, al que considera perpetrador de fraudes electorales. Si esto fuera cierto, sin embargo, los triunfos de Morena en las elecciones de 2018 y 2021 habrían sido producto de fraudes, pero es claro que no lo fueron.

El objetivo de la reforma de AMLO no es fortalecer la democracia, sino enterrarla. La democracia garantiza la posibilidad de la alternancia, la cual es positiva para un dirigente de oposición, como lo fue López Obrador, pero se convierte en negativa cuando uno tiene ya el poder.

No, AMLO no quiere enmendar la legislación electoral para construir una verdadera democracia. Quiere erradicar la democracia para asegurar que su movimiento permanezca en el poder de manera indefinida.

Sergio Sarmiento
(v.Siglo Nuevo del 23 de febrero de 2023).

Anne Applebaum, autora de El ocaso de la democracia (The Twilight of Democracy), se encuentra en México. Al parecer asistirá a la concentración por la democracia de este 26 de febrero en el Zócalo. Podría convertirse en testigo de un momento histórico en el que un gobierno surgido de las urnas toma medidas para debilitar la democracia.

Applebaum ha escrito: "El autoritarismo atrae simplemente a la gente que no puede tolerar la complejidad; no hay nada intrínsecamente 'izquierdista' o 'derechista' en este instinto". Promueve a quienes "ruidosamente profesan su fe en el partido". Entre los gobernantes que han creado sistemas autoritarios se encuentran Francisco Franco, Augusto Pinochet o Hugo Chávez.

Gideon Rachman, columnista del Financial Times, quien también está en México, ha escrito en La era de los líderes autoritarios (The Age of the Strongman): "El estilo del autócrata no se limita a sistemas autoritarios. Ahora es también común entre políticos electos en democracias". Efectivamente, fue el caso de Chávez en Venezuela y también de Daniel Ortega en Nicaragua.

Martin Wolf, de igual forma columnista del Financial Times, ha ofrecido en su libro Democratic Capitalism una reflexión sobre los gobernantes populistas de izquierda o derecha. La gente vota por "un político populista que, al ignorar a los 'expertos' de élite, insiste en que transformará todo para mejorarlo. Esas promesas usualmente terminan en fracasos. Pero muchos de sus simpatizantes atribuyen el fracaso a los 'traidores'; la confianza en la efectividad de las instituciones disminuye; y, finalmente, una recesión post-populista ocasiona desmoralización y lleva a otra debilitante erupción de populismo".

El populismo ha sido adoptado por gobernantes de Europa oriental, como en Polonia y Hungría, pero en Latinoamérica tiene una larga tradición. El peronismo se implantó en Argentina desde la década de 1940 y ha despedazado lo que a principios del siglo XX fue una de las economías más ricas del mundo. Ni eso, sin embargo, ha borrado su popularidad. En México tuvimos entre 1970 y 1982 a Luis Echeverría y José López Portillo, que quebraron la economía y nos dejaron la década perdida de los 80. Incluso países que han sido baluartes de la democracia liberal, como Estados Unidos y el Reino Unido, han tenido gobernantes populistas, como Donald Trump y Boris Johnson.

"El populismo antipluralista es un peligroso enemigo de la democracia liberal -escribe Wolf- ya que considera la oposición como traición, las elecciones justas como ilegítimas, el Estado de Derecho como una odiosa limitación, la libertad de medios como una amenaza, los parlamentos como impertinentes, y cualquier cosa que limite la posibilidad del líder para hacer lo que se le antoje como intolerable".

Andrés Manuel López Obrador se ha descrito a sí mismo como liberal y humanista, pero su comportamiento es el de un populista. Como Trump y Jair Bolsonaro, se ha negado a reconocer derrotas electorales; dice que los jueces no le deben venir "con el cuento de que la ley es la ley"; considera a los medios independientes como enemigos; descalifica cualquier crítica como una traición.

El plan B es una comprobación de su populismo. AMLO sabe que sus disposiciones son inconstitucionales y que está desmantelando la única democracia que México ha tenido en la historia. Pero no importa. El voto para los populistas es solo un instrumento para alcanzar el poder, el cual debe descartarse por peligroso una vez que se llega a él.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 24 de febrero de 2023).

Ser demócrata no es salir a protestar un día. Eso está muy bien y ayer era sin duda el día para hacerlo. Ser demócrata es reconocer los derechos del otro en cada situación, en cada coyuntura. Ser demócrata es entender que no se trata de "quién tiene la razón" sino tener la certeza de que la razón política se construye entre todos, escuchándonos los unos a los otros. Ser demócrata no es tener ideas fijas y estar dispuesto a morir por defenderlas, como exigen los líderes mesiánicos, los del todo o nada, los del blanco y negro, sino estar dispuesto siempre en esa defensa a aprender del otro, del que piensa distinto.

Todas las democracias tienen un gran enemigo: la insaciable lógica de reproducción del poder. Las democracias, aun las más antiguas del mundo, viven cotidianamente amenazadas por el poder. Lo acabamos de ver con el intento de golpe al Congreso de Donald Trump en una de las democracias más antiguas y consolidadas del mundo. La mayor amenaza de cualquier democracia es el desequilibrio de poder y eso es lo que está en juego hoy en México.

Una democracia está viva mientras haya ciudadanos dispuestos a practicarla. Lo que vimos ayer en el Zócalo de la Ciudad de México, en la Plaza de la Liberación en Guadalajara, en la Macro Plaza de Monterrey y en decenas de otras ciudades del país, fue una muestra de sanidad democrática, de ejercicio de derechos ciudadanos, de expresión de inconformidad, pero sobre todo de equilibrio.

Vienen horas cruciales para la democracia mexicana. La amenaza del "Plan B" es real. Más allá de filias y fobias, se trata de una regresión democrática, de un impulso del partido en el poder por mantener el poder más allá de las sanas reglas de la competencia política. El INE sí se toca. Hay que tocarlo tantas veces como sea necesario, pero para ampliar los derechos ciudadanos, no para destruirlos. Para controlar la ambición política, no para ampliar los poderes gubernamentales.

En las horas cruciales lo que salvará a la democracia es, sí, el voto de los ministros de la Corte, que valorarán la constitucionalidad de los cambios legales al sistema electoral, una responsabilidad nada sencilla, que tiene límite de tiempo y de intervención. En las horas cruciales lo que realmente salvará a la democracia es que los ciudadanos seamos demócratas y de todas las maneras posibles hoy, mañana y todos los días.

Diego Petersen Farah
(v.pág.2 del periódico El Informador del 27 de febrero de 2023).

La política del odio carcome la democracia y la libertad en todo el mundo.

Regímenes dictatoriales se han instalado en América Latina. Los populismos erosionan la convivencia en Brasil, Estados Unidos y México. El autoritarismo ha vuelto a Rusia y Turquía. Gobiernos antisemitas en Polonia y Hungría. El neofascismo triunfó en Italia. China ha dado un giro y comienza a revertir muchas de las políticas de apertura económica y se afianza un control unipersonal del Estado.

Esta reconfiguración se cimienta en el resentimiento y en la confrontación.

¿Cómo llegamos hasta aquí?

Los liderazgos autoritarios fundan su poder en la inyección de odio en vastas capas de las sociedades. La concordia se ve como un espejismo que esconde la perpetuación de la injusticia y la inequidad. La desconfianza que se inflama desde el poder se extiende gracias a las redes sociales. El mundo digital ha impuesto en nuestras vidas la dictadura del algoritmo. Me explico: lo que vemos en las redes sociales responde a nuestras creencias, preferencias y gustos. Los contenidos son trajes a la medida de lo que creemos, al costo de volver información, argumentos e ideas diferentes a las nuestras, invisibles. Así, las redes nos aíslan del otro: el que piensa distinto. Vivimos en enormes burbujas con barrotes invisibles.

Pero esto funciona porque hay un estado de ánimo de desespero y hartazgo.

El mundo capitalista emergió hacia finales del siglo pasado producto de 3 grandes fenómenos: la apertura china, el derrumbe del muro de Berlín y el consenso de Washington que impuso una visión de libre comercio a todo el mundo.

El mundo feliz duró poco para la gran mayoría de la población. La concentración de la riqueza se hizo grosera y arrogante. La preeminencia de la economía sobre la política condujo al control de la técnica. Los tecnócratas llegaron al poder por sus conocimientos, su expertise y su presunta superioridad intelectual. Con ellos llegó también la arrogancia y el desprecio: la tiranía del mérito para decirlo en palabras de Michael Sandel.

Esta combinación partió a las sociedades en 2: entre los que tenían mucho y quienes no tenían nada, por un lado, y los que sabían mucho y quienes sabían poco, por otro.

Las 2 partes de las sociedades se dejaron de escuchar. Para la vasta mayoría fue, primero, una desilusión, y, después, una certeza de exclusión, de abuso, que se tradujo en odio hacia los demás, un resentimiento que devoró la confianza y la solidaridad social.

De esas emociones se apoderaron los líderes autoritarios que no resuelven el problema: lo atizan y garantizan su poder a través de fracturar la convivencia social.

Inyectar odio tiene un precio: ya lo hemos pagado antes. Hace un siglo, condiciones similares de desigualdad y exclusión; la arrogancia de los vencedores de la Primera Guerra Mundial y el exceso de los capitalistas desbocados condujo al ascenso del fascismo, el nazismo, el falangismo, el comunismo y el imperialismo japonés. La política del odio nos condujo a los momentos más oscuros de la humanidad.

Desmantelar el autoritarismo implica ofrecer una salida clara a un sistema injusto y desigual. Brindar un nuevo trato a todos aquellos a los que Zigmunt Bauman ha llamado "perdedores radicales".

Las democracias deben reconstituirse: ofrecer un nuevo trato y un nuevo contrato a millones de desfavorecidos que viven en el resentimiento.

De no hacerlo, habremos perdido a la democracia y a la libertad.

Y quizá para siempre.

Fernando Vázquez Rigada
(5 de marzo de 2023).

En medio de la polarización política del país, hay un sector del electorado que no se identifica ni con Morena ni con la alianza opositora. En naciones como Brasil o Estados Unidos, la ultraderecha se ha constituido como la alternativa para ese sector con potencial de crecimiento ante el hartazgo que ha generado la clase política tradicional.

De hecho, los especialistas hablan del peligroso viraje al populismo de ultraderecha en las democracias actuales cuando los polos tradicionales de la política decepcionan.

Jonathan Lomelí
(v.pág.2 del periódico El Informador del 15 de marzo de 2023).

La dinámica que ha tomado la democracia mexicana nos debe alertar sobre 2 cuestiones centrales. La 1a. de ellas es que el titular del ejecutivo ha decidido construir el presidencialismo más vertical del que tenemos noticia en los últimos 30 años; mientras que la 2a. es la incapacidad de las oposiciones para representar legítimamente a las minorías y hacer valer sus derechos.

Gilberto Rincón Gallardo advertía en la década de los 90 que las democracias consensuales tienden a ser excluyentes; pues es muy distinto gobernar para la mayoría que gobernar para todas y todos. La cuestión es incluso de sentido común: ¿qué pasaría si una mayoría logra llegar al poder, bajo la premisa de que es necesario aniquilar, encarcelar o exiliar a quienes no piensan como ellos? Bajo un régimen de democracia mayoritaria, eso sería posible y hasta podría disfrazarse de legitimidad, pues "la mayoría es la que decide".

Por ello, hay numerosos estudiosos de la política que han alertado que, en sociedades masivas, plurales y diversas como las nuestras, ese modelo tiende a la concentración del poder y a la violación grave de derechos; impone mecanismos violentos de exclusión y termina por negar los derechos de las y los diferentes.

Lo que se ha propuesto para disminuir esos riesgos es construir regímenes democráticos sustentados en procedimientos y toma de decisiones reglamentadas para evitar que las minorías sean invisibilizadas o, de plano, negadas. Pero comprender esto requiere de una visión laica y republicana de la democracia, y no, como ocurre hoy en nuestro país, una lógica de rechazo a la diferencia sustentada en un discurso justiciero y legitimado en argumentos de tipo moral, antes que legal-procedimental.

Por eso también, desde Max Weber se ha pensado que la mejor forma que puede adquirir el régimen democrático es la racional-legal-burocrática; en la cual los procedimientos para dialogar y tomar son claros y establecen mecanismos de garantía de los derechos de las minorías, pero también se cuenta con un aparato de funcionarias y funcionarios públicos profesionales que, dado que no dependen de quien llega a los cargos políticos, apegan sus acciones y decisiones estrictamente al marco jurídico y reglamentario que les rige.

Enfrentamos en México una peligrosa lógica, articulada desde el partido-movimiento del presidente; el cual, al estar ideológica y políticamente sometido a la sola voz de uno -como lo habría denunciado Étienne de la Boétie hace siglos-, obedece a la lógica de la consigna y "la causa", antes que a la racionalidad, la tolerancia y el apego a la Constitución.

Desde esta perspectiva, la fractura de las oposiciones es ya mucho más que solo moral. El espectáculo que se ha visto en el congreso revela que no cuentan con la inteligencia, capacidades y estrategias de coordinación para evitar, por los causes institucionales, que la democracia representativa que tenemos siga resquebrajándose, llegando a la paradoja de que hoy tenemos un proceso legislativo, como nunca se había visto, sometido a un constante litigio judicial, rompiendo con ello el espíritu de la integración de un cuerpo legislativo que cumple y hace cumplir la Constitución. La paradoja, dicho de forma clara, es que el Constituyente Permanente se convierte en una amenaza al orden constitucional.

En la década de los 90 se argumentaba que había llegado el fin de las ideologías. Pero lo que se está viviendo en todo el mundo es la refutación completa a esa perspectiva. Las ideologías seguían allí, pero no habían emergido los liderazgos que lograran articularlas en discursos capaces de movilizar a millones y buscar con su apoyo la restitución de los discursos de la identidad, la intolerancia y la mentira como sustento de los liderazgos carismáticos.

A los partidos opositores les quedan 10 meses para articular un discurso relativamente creíble, y con esa base movilizar a la ciudadanía en defensa de un orden constitucional que sobreviva, no porque existe "un bloque de contención", sino la voluntad y la racionalidad dialogante y parlamentaria que permite construir acuerdos y garantizar la inclusión de todas y todos.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.4 del periódico El Informador del 2 de mayo de 2023).

A lo largo del siglo XVIII resurgió en Europa el interés por la democracia. El tiempo de la monarquía estaba acabando porque ya no daba resultados a una sociedad en constante cambio. El siglo XIX fue el siglo de las conquistas democráticas y el sistema se puso de moda de tal manera que todos los países, por lo menos occidentales, aspiraban a tener una democracia, como quien aspira hoy a tener un auto deportivo o un celular de última generación, aunque no sepan cómo manejar ninguno de ellos.

Los países latinos, apenas se iban independizando, optaban por la democracia, porque era el sistema norteamericano. De eso hace ya 200 años, ¿no es ya el momento de revisar lo que hemos hecho con dicho sistema y de qué modo lo hemos hecho?

En el hoy mexicano, democracia y partidos políticos siguen siendo inseparables, no por razones democráticas, sino porque los partidos se han vuelto un buen negocio. Apenas se funda uno nuevo, el dinero público les llega para lo que se les pueda ofrecer, así les cancelen el registro en la primera elección que haya. "Lo caído, caído". También porque son bolsas de trabajo ampliamente diversificadas. Ahí lo mismo se puede agarrar una chamba de barrendero que de diputado con los mismos requisitos. Ya en el gobierno, los partidos entran al juego del tráfico de influencias, de las gratitudes, de las luchas de poder, de las transacciones, de las alianzas y el reparto de los botines, del toma y daca de todos los días, también de los privilegios y los lujos a tenor del cargo alcanzado, y, desde luego, al trabajo esforzado por consolidar nuevos grupos de poder que sigan influyendo por las décadas por venir. Pensar en la supresión de los partidos para rescatar la democracia sería un suicidio que los políticos nuestros jamás intentarían.

Y sin embargo, ¿qué otra solución podría haber? Ya sabemos por la experiencia de 2 siglos que hacer nuevos partidos jamás ha funcionado, pues con sorprendente frecuencia los nuevos partidos ya vienen podridos de origen, y lo último en lo que pueden estar pensando es en sanear la democracia. ¿Será que la democracia ya no tiene futuro?

La monarquía hereditaria se mantuvo con base en 2 razones, una real y otra ilusa. La real era por gratitud a lo que tales o cuales reyes habían hecho efectivamente en favor de la gente, la ilusa, por pensar que la descendencia de tales monarcas estaría a la altura de los progenitores. Con el tiempo, lo que ocurrió fue la consolidación de una aristocracia decadente, pasiva, parasitaria, dedicada a vivir de los méritos pasados e incapaz de brindar otros nuevos. ¿No está sucediendo lo mismo con la democracia y sus partidos?

Los políticos mexicanos del siglo XXI, en un alto porcentaje, se han caracterizado por su ausencia de ideales, de escrúpulos, de pensamiento político, de honestidad y, por supuesto, por su total indiferencia frente al ideal de la democracia, así la mienten todos los días.

Al eclipse de este sistema político se aúna el eclipse del pensamiento social y democrático, todo mundo se dedica a criticar a los funcionarios, pero nadie se aplica a examinar el sistema, a proponer, crear, idear, nuevas formas de organización que nos ayuden a salir del pantano en que políticos y partidos nos han hundido.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 7 de mayo de 2023).

El estudioso Jan-Werner Müller publicó en 2016 el libro "What is populism?". Grano de Sal editó en 2017 en México la versión en castellano de ese volumen.

Luego de las declaraciones de ayer del presidente Andrés Manuel López Obrador, de que buscará una mayoría legislativa para hacer que los impartidores de justicia sean elegidos por voto popular, conviene reproducir algunos párrafos expuestos por Müller.

Juzguen ustedes si las de AMLO no son jugadas calcadas del manual del populismo, desde arrogarse la única representación legítima del pueblo hasta colonizar los órganos del estado para anular contrapesos como el poder judicial cambiando la constitución.

Buena parte de lo que enseguida se cita, mas no todo, es en referencia de políticos populistas húngaros o polacos. Esto es lo que expone Müller:

-Para los populistas no hay ningún problema con la representación, siempre y cuando los representantes correctos representen al pueblo correcto para hacer un juicio correcto y, en consecuencia, hagan lo correcto.

-Puede denominárseles "enemigos de las instituciones", aunque no de las instituciones en general: son ante todo enemigos de los mecanismos de representación que no reivindican su derecho a una representación moral exclusiva (del pueblo).

-Los populistas en el poder invariablemente recurren al argumento de que son los únicos representantes legítimos del pueblo y que, además sólo una parte del pueblo es en efecto el pueblo real y auténtico que merece apoyo así como, en última instancia, un buen gobierno. Esta lógica puede manifestarse en 3 formas diferentes: un tipo de colonización del estado, clientelismo de masas y lo que los politólogos llaman a veces "legalismo discriminatorio" y, finalmente, la represión sistemática de la sociedad civil.

-Uno de los primeros grandes cambios que buscaron (el húngaro) Viktor Orbán y su partido Fidesz (Alianza de Jóvenes Demócratas) fue la transformación de la ley de la función pública para que el partido pudiera colocar simpatizantes leales en lo que tendrían que haber sido puestos burocráticos imparciales. Tanto Fidesz como el partido (polaco) Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczyński también se dieron prisa para movilizarse en contra de la independencia de los tribunales, enmendaron los procedimientos judiciales existentes y nombraron nuevos jueces. Donde parecía difícil reestructurar el sistema entero, como era el caso de Polonia, la paralización del poder judicial se mostró como una aceptable 2a. opción para el partido en el gobierno.

-El populismo distorsiona el proceso democrático. Y si el partido en el poder tiene una mayoría suficiente, puede promulgar una nueva Constitución justificada como un esfuerzo de apropiación del Estado para los "verdaderos húngaros" o los "verdaderos polacos", en contraste con las élites poscomunistas o liberales que supuestamente le roban al pueblo su propio país.

-En la construcción de la maquinaria constitucional más técnica, claramente el objetivo era la permanencia de los populistas en el poder. Se introdujeron (en el caso húngaro) límites de edad y cualificaciones para los jueces con el fin de destituir a quienes no estuvieran en sintonía con el partido populista en el poder, se rediseñaron las competencias de la corte constitucional...

-El ideal populista se convirtió en realidad fortaleciendo al poder ejecutivo y debilitando al poder judicial, y colocando figuras partidistas en puestos judiciales. Así, las nuevas constituciones fueron una decisiva ayuda en el proyecto de "ocupar el Estado", mientras el cambio a una nueva constitución justificaba el reemplazo de los funcionarios existentes.

-La Constitución deja de ser un marco de referencia para la política y en su lugar se convierte en un instrumento meramente partidista para capturar el sistema político.

Así de clave la elección del 2024.

Salvador Camarena
(v.pág.4 del periódico El Informador del 10 de mayo de 2023).

Sobre el paso de mandos presidenciales a sus allegados con la intención de continuar influyendo una vez que ya se fueron, ayer habló durante entrevista de radio Daniel Zovatto, jurista y director regional de IDEA -organización intergubernamental que trabaja para apoyar y fortalecer las instituciones y los procesos democráticos en todo el mundo-, que recordó que "es un fenómeno muy importante que está sucediendo en muchos países, sobre todo ahora por lo que viene -refiriéndose a México-. Porque ha habido una tendencia en América Latina de tener presidentes con mucho protagonismo, hiperpresidentes basados en su personalidad. Los presidentes que tuvieron que dejar herencia. Les cuesta mucho trabajo generar la transición y siempre buscan presidentes 'by proxy', y han resultado en fracaso. Cuando son presidentes donde ellos son el centro, la herencia no funciona fácil y él o la que viene tendrán que ver cómo administran esa transición, porque muchas veces se van, pero normalmente quieren seguir manipulando o teniendo una herencia del dia a dia y eso terminan generando conflicto... El liderazgo no se hereda”.

Daniel Rodríguez
(v.periódico El Informador en línea del 17 de junio de 2023).

La generación millennial -aquellos nacidos entre 1980 y 1996- entra finalmente a la política mexicana. En un contexto de creciente polarización social y hartazgo con la política nacional, cabe preguntarnos cuál es la relación de esta generación con un instituto democrático fundamental: los partidos políticos. Porque en unos cuantos años más, el grueso de la clase política mexicana será, precisamente, millennial.

Partamos de una realidad fundamental: no existe democracia sin partidos políticos. Partamos de otra innegable realidad: las candidaturas independientes y las organizaciones de la sociedad civil complementan a los partidos, pero no son sustitutos. Ambas ejercen una trascendental labor de presión externa y enriquecen el debate público, pero no son los vehículos fundamentales para llevar a cabo cambios políticos, y de política pública, fundamentales. Si a las empresas les ha sido difícil retener talento millennial, incurriendo en altos costos por el elevado número de rotaciones, ¿qué efecto tiene esa idiosincrasia sobre los partidos políticos y, más ampliamente, sobre la democracia?

Los números no son halagadores. De acuerdo a Latinobarómetro 2020, la población entre 26 y 40 años -la generación millennial- muestra los menores niveles de apoyo a la democracia, inclusive menos que la población entre 15 y 25 años (la generación centennial, o Z): solo el 39.1% dicen que "la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno". No resulta raro entonces que los millennials también son la generación que menos confianza tiene en los partidos políticos: solo el 1.3% dice tener "mucha" confianza, mientras que el 50.5% tienen "ninguna".

Algunos de los políticos millennials más conocidos, como el alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas, o el regidor de Zapopan, Pedro Kumamoto, podrían ser ejemplo de estas tendencias. Por una parte, el alcalde regiomontano ha hecho su trayectoria política en Movimiento Ciudadano (MC): 1o. como líder de la bancada del partido en el Congreso de Nuevo León, y ahora como alcalde de Monterrey, todo sin militar en partido político alguno. Se opone a que MC se una al Frente Amplio por México, sin siquiera militar en el partido político que desearía no se uniera a la coalición opositora. Por otra parte, Pedro Kumamoto siempre mostró una fuerte aversión a los partidos políticos -con cierta razón- aunque fue precisamente un partido político el que terminó impulsándolo como regidor (habría que ver si milita en el partido). Enrique Alfaro (no es millennial) no milita en MC, y recientemente declaró: "detesto los partidos políticos". ¿Samuel García, gobernador de Nuevo León, milita en el partido político que lo llevó al poder?

La falta de compromiso de la también llamada Generación Y con la empresa se puede observar asimismo con los partidos políticos. A estos fundamentales institutos políticos los usan simplemente como plataforma para la conquista del poder, sin ningún compromiso partidista e ideológico. Serán demócratas, pero se les olvida que sin partidos políticos -los cuales se nutren fundamentalmente del debate ideológico y el compromiso de sus militantes- la democracia no existe.

Fernando Núñez de la Garza Evia
(v.periódico El Informador en línea del 11 de julio de 2023).

Esto está pasando por desgracia en todo el mundo; una ola de furor irracional y extremismo fanático recorre el planeta (fundamentalmente ultraderechista, aunque para mí la ultraizquierda es igual, nada separa al nicaragüense Daniel Ortega de un neonazi). Y así, en Finlandia (¡Finlandia!) se ha formado un gobierno de coalición con la extrema derecha, y en una comarca de Turingia, en Alemania, acaba de ganar por primera vez las elecciones un candidato ultraderechista. He escrito varias veces sobre este fenómeno; creo que en el desen­canto antidemocrático que estamos viviendo tiene mucho que ver la falsa salida de la crisis de 2008, que empobreció a una cuarta parte de la población mundial mientras que los ricos responsables de aquel colapso se enriquecieron más. Es natural que quienes salieron perjudicados piensen que esta democracia no los representa; el problema es que creen que sus salvadores van a ser los demagogos extremistas. Sucedió igual en la República de Weimar, cuando las tensiones sociales tras la crisis de 1929 contribuyeron de forma sustancial, me parece, al triunfo de Hitler.

Pero también creo que ser extremista, dejar fluir el odio y embriagarse de un furor primitivo, es un movimiento social que se ha puesto de moda. Es una especie de ola rebelde retrógrada que está anegando la Tierra. Todos los avances de la civilidad y de los derechos humanos suponen una represión, una doma de nuestros instintos peores y más básicos en aras de un bien mayor. Civilizarse exige esfuerzo, un control del egoísmo más primario, de los rencores más cenutrios. Y la tentación de la irracionalidad, de quitarse trabas y dejarse ir siempre está ahí. Sobre todo, en estos momentos de desconcierto y miedo, con la crisis climática, las pandemias, la presión migratoria, los vertiginosos cambios tecnológicos. La gente añora regresar a la horda.

Rosa Montero
(v.periódico El País en línea del 16 de julio de 2023).

Imaginemos una gran metáfora del país a partir de 100 mexicanos en un gran salón. En total 35 prefieren la democracia -con todas sus deficiencias- sobre cualquier otra forma de gobierno. En el otro extremo, 33 prefieren un gobierno autoritario. Y 28 son indiferentes a cualquier opción. Los 4 restantes evitan dar su opinión.

Esto reveló el Informe Latinobarómetro 2023: la recesión democrática de América Latina, elaborado por Corporación Latinobarómetro, un organismo sin fines de lucro en Chile. Consistió en un estudio de opinión en 17 países de Latinoamérica para evaluar la satisfacción de la población con la democracia.

Este conjunto de países registran un fenómeno en común: la satisfacción con la democracia disminuyó y el apoyo al autoritarismo y la indiferencia aumentaron.

Sin embargo, México es el país en donde más creció el respaldo a un gobierno autoritario y el 3o. con mayor disminución de apoyo a la democracia en comparación con el Latinobarómetro 2020.

Se habla de que México está polarizado políticamente, pero sería más preciso hablar de un país "tripolarizado". La indiferencia ante la política y cualquier asunto de gobierno forman un bloque preocupante casi tan robusto como los otros dos.

Un país fragmentado sólo pudo surgir de una crisis del modelo político. Los optimistas, los autoritarios y los indiferentes: ¿cómo llegamos a un México partido en 3?

El Latinobarómetro lo explica como "una recesión democrática" que afecta a esta y otras regiones del mundo. La impulsan 2 factores: el pobre desempeño de los gobiernos y el deterioro de la imagen de los partidos políticos necesarios para la vida democrática.

Nuestros gobiernos se han vuelto ineficientes, lentos y burocráticos para resolver nuestros problemas y para garantizar aspectos básicos como la justicia, la seguridad y la igualdad. Ese malestar se expresa con un alejamiento de las formas democráticas y la erosión de la confianza. También abre vías al populismo y los regímenes autocráticos.

El autoritarismo y la indiferencia -no sé cuál es peor- ganan terreno en México. Creo que todos compartimos en mayor o menor medida el hartazgo y la decepción ante el modelo político, pero hasta ahora es un mal menor por el que vale la pena luchar. Como dijo Winston Churchill: "La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado".

Jonathan Lomelí
(v.pág.2 del periódico El Informador del 26 de julio de 2023).

De repente, a principios del siglo 20, salió un tipo acomplejado apellidado Marx, y ante sus fracasos laborales y sociales, su loca cabecita inventó una nueva ficción peor que las anteriores: la ficción-idiota del Comunismo.

Consiste en eliminar las religiones, la burguesía, la propiedad privada y los medios de producción privados. Y todo el poder lo debe tener "El Estado" (o sea un dictador) que decide todo y ordena que a los incultos y pobres hay que mantenerlos con la lana de los inteligentes preparados y triunfadores, que, según él, son los explotadores del pueblo.

Como en esa época no había redes sociales, el tal Marx publicó un libro que se convirtió en un Trending Topic, y tuvo mucho éxito porque la oferta es bastante apetecible; No tener que trabajar y que el gobierno me pague una parte de la lana que pagan los ricos. ¡Suena rete bien! ¿No?

Y los habitantes de 27 países del mundo se fueron con la finta y se convirtieron al comunismo.

Pero la idea es tan absurda que, los ignorantes que no se dieron cuenta de que si aniquilan a quienes producen la riqueza, nadie paga impuestos. Y ya no hay de donde robar.

Y la realidad llegó muy pronto, entre 1989 y 1992, hartos de tener un tirano y morirse de hambre, 20 países lo rechazaron... Y solo quedaron 7 países necios: China, Rusia, Cuba, Laos, Corea del Norte, Vietnam y Venezuela.

Ojalá los 660 millones de habitantes de Sudamérica y el Caribe, vayamos a votar para no permitir que un puñado de desquiciados logre imponernos esa famosa ficción-idiota.

Alberto Martínez Vara
(v.blog del 29 de julio de 2023).

Es cierto que la polarización siempre ha existido; y de hecho la diferencia, e incluso la oposición de opiniones es propia de la vida democrática. Pero lo que estamos viendo en nuestra sociedad actual es una extrapolación de posturas que no admite discusión, que no tolera la divergencia, que repele la crítica, y cada vez muestra más señales de su incapacidad de diálogo y entendimiento.

La democracia es el régimen de la paz, porque parte del reconocimiento de la pluralidad y la diferencia de intereses, ideologías y formas de pensamiento que caracterizan a las sociedades humanas libres, y sobre ese entendido es que hace posible su coexistencia pacífica y civilizada, mediante la toma de decisiones colectivas a través del diálogo, de la representación pública, la participación informada y su instrumento fundamental: el voto.

Pero si no existe un clima político de diálogo, pluralista y de compromiso con las distintas ideologías, intereses, prioridades, etc., los canales de expresión de discrepancias propios de la democracia, de opiniones libres, se convierten en una arena de discordia, de posturas irreconciliables; una pelea de sordos, contaminada por la proliferación de noticias falsas y su amplificación en las redes sociales. Un escenario en donde la posibilidad de entendernos y respetarnos entre distintos, muy distintas y distintos que somos, se diluye... y el fin ulterior de la democracia, la posibilidad de vivir en paz y en libertad: también.

La democracia es una creación venturosa que aspira a una sociedad en la que todas y todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones. Una sociedad de libertades, pero también una sociedad de iguales, en donde se fundan los 2 valores estelares de nuestra modernidad: libertad e igualdad.

Ser libres e iguales, en derecho, supone asumir que todas las opiniones son igualmente válidas, que las diversas formas de pensar tienen cabida en una conversación respetuosa y plural, y que las decisiones tomadas en conjunto han de conciliarse mediante el diálogo y el entendimiento, basado siempre en la verdad, en la evidencia, en la razón y en ciencia. Una sociedad que conoce, que se informa con verdad, es libre de decidir su destino.

Paula Ramírez Höhne, titular del IEPC
(v.pág.3 del periódico El Informador del 27 de septiembre de 2023).

Paul Collier es un experto en temas de desarrollo que ha combatido en el campo de las ideas distintos mitos sobre la pobreza, que son muy convenientes para los políticos y los burócratas, pero altamente perjudiciales para las personas. Quiero comentar en este espacio su libro The Bottom Billion, una obra que ofrece interesantes perspectivas que van en contra de la "sabiduría" común en temas de pobreza.

(...)

Sobre los pesos y contrapesos en una democracia

Vale la pena abundar en este tema puesto que en América Latina corremos el peligro de terminar con democracias mucho menos que perfectas: este sistema de gobierno debe ir más allá de las elecciones para garantizar el bienestar general.

La democracia debe impulsar la transparencia, de lo contrario sólo propiciará el clientelismo que condena a los países al subdesarrollo -por clientelismo el autor se refiere a la compra de votos por distintos medios.

La democracia debe resolver adecuadamente 2 preguntas: ¿quién debe acceder al poder? El que obtenga la mayor cantidad de votos. Y de igual importancia, ¿cómo debe ejercerse el poder? Con restricciones, a través de pesos y contrapesos.

Los politólogos han identificado 17 contrapesos importantes y entre estos Collier destaca a las libertades de prensa y de expresión. La importancia de este factor explica la coerción ejercida en contra de los medios en ciertos países que tienden rápidamente hacia el autoritarismo: la primera medida de un dictador es silenciar a los medios independientes.

Las restricciones al poder y la libertad de expresión de los ciudadanos, son de gran importancia para garantizar la calidad del sistema político y de los mismos participantes: la carencia de balances institucionales atrae a quienes sólo están interesados en la rapiña, desplazando a los políticos honestos. En palabras de Collier: "Donde el clientelismo es posible, la competencia electoral garantiza que el corrupto gane, con lo que llegamos a la ley del más 'gordo', no la del más apto para gobernar".

Ricardo Salinas Pliego, fundador de Grupo Salinas
(v.pág.2 del periódico El Informador del 9 de octubre de 2023).

Pensamos en la democracia, en ese sistema noble, práctico, igualitario, fruto del colosal esfuerzo de la mente humana por crear una estructura política que libere a la sociedad de los efectos perniciosos de las monarquías absolutas, de las dictaduras, o del simple caos. Un sistema que costó infinitas vidas y muchísimos años de análisis y reflexión por parte de grandes personajes, inteligentes y agudos a la hora de advertir los resultados nefastos de la unidad de poderes en un solo mando, de la sumisión social de la gente considerada solamente un súbdito contribuyente, pero nunca un actor social, del peso destructivo del privilegio y del monopolio en la gestión de la economía, de la ausencia de derechos y de libertades en el estado monárquico paternalista, y después de tanto trabajo, por fin, una obra maestra, la nueva democracia que emerge no sin dificultades, a lo largo del siglo XIX bajo el impulso de 2 naciones, Inglaterra y Francia, pero que había tenido un antecedente precoz en Estados Unidos.

A los políticos del México independiente les sedujo la belleza del sistema y les sigue seduciendo hasta el día de hoy, pero no para crear una nación fuerte y progresista, sino solo para explotar las bondades de la democracia en beneficio propio.

Usar la democracia como una forma de seducción para la explotación es algo que la mayor parte de nuestros políticos viene haciendo desde el siglo XIX. Ajenos por completo a los grandes valores de la nación y de sus gentes, a su belleza cultural, a su idiosincrasia, a todas sus posibilidades, a los ideales y las expectativas de las personas, lo único que ven es la manera en que pueden sacar provecho a estas bondades. Más que el honor de gobernar un país o un Estado, lo que ven es el interés de explotarlo en beneficio propio. Son los "padrotes" (término despectivo que describe a un explotador de mujeres, al tipo que las controla y las "vende" recibiendo su parte) de la política mexicana y nadie parece advertirlo.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 22 de octubre de 2023).

Se puede decir que hay 2 visiones sobre cómo enfrentar el problema de la corrupción. La primera considera que los seres humanos buscan, en general, su propio interés. Esta idea se fundamenta en una famosa frase de James Madison en El Federalista #51: "Si los hombres fueran ángeles, no habría necesidad de gobiernos".

La medida que propuso Madison y sus coautores fue la de promover instituciones en las que la ambición de alguien o de un grupo pudiera contrarrestar la ambición de otra persona u otro grupo. Esta visión puede caracterizarse como realista porque parte de concebir al ser humano tal cual es y no como debería ser. Es el fundamento de la democracia liberal, la separación de poderes y el republicanismo.

La otra visión es la que propone cambiar la esencia del ser humano para que se acople a un ideal preestablecido. No parte de entender a las personas como realmente son sino como deberían ser. El problema es que cuando esta visión se ha intentado poner en acción lo que se ha producido son sociedades totalitarias y tiránicas, como en la ex-Unión Soviética y sus satélites.

La gran lección que hemos aprendido es que la prudencia política aconseja seguir la visión de Madison.

A lo largo de la historia del México posrevolucionario la corrupción prosperó porque las instituciones en las que la ambición debería contrarrestar la ambición fallaron. Nunca se pudo consolidar un verdadero sistema de pesos y contrapesos ni un sistema de fiscalización del actuar gubernamental. Esto comenzó a cambiar durante el periodo de la transición a la democracia.

Ante los escándalos de corrupción del gobierno de Peña Nieto, la sociedad civil presionó para que su administración implementara medidas para detener la corrupción. Es importante señalar que en ese momento ocurrió un gran debate. Por un lado, se encontraban quienes proponían la instauración de una especie de zar anticorrupción y, por el otro, estaban quienes abogaban por un sistema nacional contra la corrupción con características institucionales y autónomas. Esta última opción fue apoyada por sectores importantes de la sociedad civil y afortunadamente se impuso a la otra propuesta. Cuando el PRI en el congreso le quiso quitar dientes al sistema anticorrupción, grupos de empresarios salieron a manifestarse para evitar que esto ocurriera. Fue así como se instauró un llamado Sistema Nacional Anticorrupción que también se debería replicar a nivel de los Estados. Se trata de un episodio de la vida nacional que necesita ser más conocido.

Ahora bien, el arribo de López Obrador al poder en 2018 trajo consigo el intento retórico y, en última instancia, demagógico, para combatir la corrupción, a partir de la idea de que si el presidente ponía el ejemplo de comportamiento intachable, los demás funcionarios públicos y políticos comenzarían a comportarse, de la noche a la mañana, también de manera intachable. Pero, como era de esperarse, ni el presidente se comportó de manera intachable ni sus funcionarios.

Que la corrupción ha aumentado de manera importante en este sexenio lo atestigua tanto la opinión pública mexicana como las mediciones que hacen diversas instituciones internacionales como el Banco Mundial o Transparencia Internacional.

La solución demagógica obradorista implicó desactivar, en los hechos, el Sistema Nacional Anticorrupción, que se basaba en la visión madisoniana. Y lo ha hecho, fiel a su estilo, mediante medidas como quitarle recursos e impedir nombramientos para su operación. Esto se ha replicado también en varios estados con gobiernos obradoristas.

La propuesta del presidente y su grupo es irracional y autoritaria, pues se basa en la idea de que los ciudadanos debemos confiar ciegamente en la buena fe de los gobiernos. La experiencia de siglos nos dice que esto nunca ha funcionado. Por eso, en lo que se refiere al combate a la corrupción, debemos regresar a la visión madisoniana.

Gustavo de Hoyos Walther
(v.pág.2 del periódico El Informador del 3 de noviembre de 2023).

El principal problema político, no sólo en México sino en el mundo, se puede resumir así: el triunfo del populismo autoritario con un ejecutivo plebiscitario ha venido eclipsando las instituciones de la democracia liberal.

El resultado ha sido el arribo de líderes que pretenden gobernar directamente a los ciudadanos apelando a una supuesta soberanía popular que los apoya sin ningún tipo de límites a su poder.

Aunque en Europa hemos visto estos liderazgos intentando minar las instituciones republicanas, como en Hungría, Polonia, Alemania, Francia o Italia, a ellos les ha tomado más trabajo lograrlo debido a la fortaleza de los regímenes parlamentarios, con su tendencia a minar la fuerza del poder ejecutivo.

En países con régimen presidencialista, como los que existen en Estados Unidos y América Latina, lo que ha sucedido en la era populista es el advenimiento de liderazgos hiper-presidencialistas que intentan gobernar saltándose las instituciones republicanas. El resultado ha sido ambiguo. Aunque causó estragos en sus respectivas sociedades, el hiper-presidencialismo populista en Brasil y Estados Unidos fue derrotado en sus versiones trumpistas y bolsonaristas.

En México se percibe una solución institucional al mal obradorista que ha promovido el crecimiento indebido del poder presidencial. Me refiero a la idea de los gobiernos de coalición.

Es muy posible que los gobiernos de coalición pronto sean regulados debidamente si los partidos aprueban una ley al respecto.

Los gobiernos de coalición resultan de la convicción de diferentes fuerzas políticas -con doctrinas o posiciones ideológicas distintas- de que no se puede gobernar apabullando a otros, sino más bien de que el mejor régimen político es el que privilegia los acuerdos entre distintos y las negociaciones entre diversas posiciones.

Pero el gobierno de coalición implica también un arreglo institucional novedoso para gobernar, en el que las fuerzas coaligadas tienen claras las reglas del juego. Este tipo de gobierno promueve la hegemonía de las instituciones pero también su control por parte de cuerpos autónomos de fiscalización.

Se vislumbra ya en el camino el fin del hiper-presidencialismo y el nacimiento de una nueva República, donde, por fin, gobernemos todos y todas.

Gustavo de Hoyos Walther
(v.pág.2 del periódico El Informador del 17 de noviembre de 2023).

Desdeño a los espantapájaros de la concordia, a los trituradores de la unión colectiva, a los que acribillan la solidaridad y anulan el respeto y el diálogo. A los que muelen el respeto a los que pensamos distinto.

Democracia es libertad, es optimismo, es alegría por crear, edificar, por construir una mayor consciencia de responsabilidad colectiva por el bien común, por el equilibrio y la justicia social. No se puede apoyar la discordia, el conflicto, la pugna, la disonancia, la cerrazón, la concentración del poder en pocas manos, el centralismo de la información y las decisiones autoritarias y unilaterales. Pugnamos por el amor a la diversidad, al ejercicio de la pluralidad, por un pensamiento crítico y propositivo.

Guillermo Dellamary
(v.pág.2 del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2023).

Cuando Trump y Bolsonaro llegaron al poder, pensamos que quizá habíamos alcanzado un límite respecto a políticos con personalidades extremas, muy polémicos en sus palabras y de alto riesgo para las democracias. Nos cuestionamos cómo la mayoría parecía aceptar que las opciones de cambio eran esas. El reciente triunfo de Javier Milei en Argentina ha dado nuevos bríos a este fenómeno, reafirmando que la posibilidad de que la extrema derecha siga avanzando es real y un reflejo de cómo la noción de gobierno se ha reducido a una contienda electoral, plagada de sin sentidos ideológicos, en la que lo que importa es decir y hacer lo que "vende".

Sabemos que hoy en día, las democracias se encuentran ante un desafío sin precedentes: la creciente frustración social está encontrando en las instituciones lejanas o ineficientes, la polarización política y un contexto económico adverso, el ambiente propicio para germinar alternativas políticas demagógicas y autoritarias, enarboladas por una política frivolizada que se moviliza con una única motivación, la de ganar elecciones.

Los datos de Latinobarómetro dan muestra del declive en la percepción de la democracia como un mecanismo efectivo para representar y satisfacer las necesidades de la población. Según su último estudio, más del 56% de los mexicanos consideran que no les importaría tener un gobierno no democrático si resuelve los problemas. A nivel Latinoamérica, la tendencia es una disminución de apoyo a la democracia, mientras que en 2017 el 56% de las personas de nuestra región la preferían a cualquier otra forma de gobierno, en 2023 solo el 48% contestó con dicha aseveración.

La responsabilidad de gobernar implica restaurar y fortalecer esta confianza perdida. Para lograrlo, los líderes políticos deben comprometerse a una mayor transparencia, rendición de cuentas y participación ciudadana. Gobernar debe dejar de limitarse a la retórica electoral. Gobernar implica un ejercicio dinámico de comunicación y trabajo corresponsable entre la sociedad y el gobierno que día a día se configura a partir de la realidad sobre la cual se tiene responsabilidad. Para hacerlo, se requiere obtener herramientas analíticas, integrar equipos con capacidades, mantenerse receptivo, saber escuchar, aceptar los errores, pero sobre todo, tener un compromiso real con quienes han depositado en el gobernante toda su confianza para dirigirles y defender los preceptos de la democracia dándoles vida en el día a día del ejercicio de gobierno. La ciudadanía debe tener claro qué posición ideológica moviliza la toma de decisiones y, por ende, qué puede esperar de su gobierno.

Desgraciadamente, los discursos sin sustento y superficiales, pero llamativos y desafiantes, se han convertido en una constante de quienes quieren ganar una elección y se preocupan menos de si están preparados para gobernar. Su llegada al poder en los eventos recientes explica el hartazgo social e implica acrecentar los riesgos de profundizar nuestra crisis democrática. Urge repensar el ejercicio de la política como una vocación que trasciende mucho más allá del día de la elección, un ejercicio que debe orientarse a transformar nuestra convivencia social. Atender el contexto de emergencia en que nos encontramos demanda una política de altura, profunda, reflexiva, consistente en su discurso y propuesta.

Ismael del Toro Castro
(v.pág.3 del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2023).

Estemos atentos, ni la derecha ni la izquierda de hoy es lo que antes fue, los cambios culturales de los últimos 40 años han producido adecuaciones muy significativas que permiten hablar de nuevas izquierdas y nuevas derechas.

Si en sus orígenes el proletariado que la izquierda quería redimir estaba constituido por obreros explotados y campesinos oprimidos, la nueva izquierda se ha puesto al servicio de un nuevo proletariado, el que vive en las periferias de los derechos y de los usos culturales establecidos, tengan o no tengan dinero, el de las clases populares privadas de prestaciones o con prestaciones muy reducidas, el de las masas usuarias del transporte público, el inmenso mundo de quienes trabajan en la economía informal, aun si les va muy bien, y, extrañamente, todos cuantos colaboran con acciones delictuosas de bajo perfil o de rango bajo en las filas de la gran delincuencia. En la nebulosa religiosa dan culto a personajes siniestros, a bandidos canonizados por el pueblo, o a santos tradicionales que los protegen hagan lo que hagan.

La nueva derecha es ciegamente capitalista, apoya los imperialismos capitalistas, y se desvive por ellos, niega el cambio climático, se opone a la regulación de contaminantes, está a favor de la acumulación de bienes y del goce que de ellos deben hacer quienes los tengan, al margen de los desfavorecidos que acaban siendo un mal necesario, si no ¿quién haría los trabajos "que ni los negros quieren hacer"? Considera que los migrantes deben ser reprimidos o de lo contrario, cazados, que el destino de las potencias ricas es liderar el universo y suprimir a cuantos se les atraviesen. En el plano religioso son los evangélicos del bienestar que prometen abundancia de dinero en la tierra a cambio de donativos con tarjeta de crédito o PayPal, o son los fieles discípulos de las doctrinas orientales que no entienden pero tratan de aprovechar para alcanzar la "paz interior" y seguir explotando al prójimo y divirtiéndose, o los católicos derechistas que denuestan al Papa y lo acusan de comunista, entre otras lindezas, en tanto tienen visiones marianas apocalípticas acerca del inminente fin del mundo.

Desde luego que ni todas las derechas ni todas las izquierdas, ni mucho menos quienes militan en ellas, pueden hoy día entrar en un solo y único molde, por el contrario, se dan todas las variables que solamente un mundo sometido al imperio de las redes sociales puede ofrecer.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 3 de diciembre de 2023).

Hasta ahora, todos los sobresaltos que se generaron en torno a la solicitud de licencia del gobernador de Nuevo León han tenido una solución constitucional-legal. Y si bien no hay unanimidad en la interpretación respecto de qué es lo que debió ocurrir ante un escenario como el que se generó en aquella entidad, lo que es un hecho es que tanto el Tribunal Electoral y la Suprema Corte de Justicia de la Nación actuaron como bloques de garantía de la vigencia del orden constitucional en nuestro país.

Desde esta perspectiva, las democracias siempre se enfrentan al reto de contar con dispositivos legales capaces de enfrentar lo inverosímil, que es parte de lo que se está viviendo en México. Y por ello es tan relevante la división y el equilibrio de poderes, y por ello es tan urgente que en nuestro país se profesionalice la labor parlamentaria, tanto en lo relativo a sus órganos de gobierno interno y asesoría técnica, como en la parte sustantiva que corresponde a la representación popular para la creación de leyes y control del gobierno.

En democracia, la aspiración es que la civilidad y la racionalidad le pongan frenos a el aparentemente inevitable pragmatismo de las y los políticos; y también a las pretensiones de los grupos de poder fáctico, de apoderarse de los principales espacios de representación y decisión. Se trata de que las y los mejores lleguen a los diferentes cargos en disputa y que, con base en el debate inteligente, se tomen las mejores decisiones en beneficio de la población.

Otro de los elementos que ha ratificado este caso es la enorme capacidad que se tiene en nuestras sociedades contemporáneas para generar "liderazgos al vapor": personajes que con discursos ramplones se ganan el aplauso de la ciudadanía, pero también la preferencia electoral. Lo cual nos sitúa ante la permanente pregunta de las democracias, desde la Grecia antigua hasta nuestros días: ¿cómo evitar que la demagogia se apodere del espacio público y cómo evitar que los peores nos gobiernen?

La historia da lecciones claras: los grandes gobiernos se han construido por muy pocos que han logrado ponerse por arriba de la ambición personal, generando reformas que perduraron en sus sociedades gracias a la fortaleza de las leyes e instituciones creadas; pero también perduran en la memoria como ejemplo de lo deseable para el bien vivir en sociedades políticamente organizadas. En ello, los antiguos son ejemplares, pero también debe alertarnos que son muy pocos los nombres que destacan en virtudes mayores: Empédocles, Solón, Licurgo; nombres frente a los cuales abundan los Tiberios, Calígulas y Nerones.

La historia nos muestra también que hay incontables casos de "locos" que aspiraron al poder con base en visiones extravagantes que jamás prosperaron; pero al mismo tiempo, se tienen ejemplos de otros "locos" que no fueron tomados en serio a tiempo, y que han liderado a sus sociedades hacia procesos catastróficos que jamás debieron ocurrir.

En todo momento, las sociedades que han logrado perdurar son las que han tenido instituciones lo suficientemente sólidas para defender y hacer valer a los mandatos constitucionales que garantizan la pluralidad, diversidad y transmisión pacífica del poder.

Esa es quizá la mayor lección que debemos extraer de los recientes años de la política mexicana, pues ante la realidad de que ni el pragmatismo ni las ambiciones personales y de grupo habrán de irse, es urgente evitar un mayor deterioro del orden constitucional, del Estado de Derecho y del sistema institucional de equilibrios y contrapesos.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.4 del periódico El Informador del 6 de diciembre de 2023).

Platón, en su libro "La República", sugiere que gobiernen los más capaces. En una sociedad ideal, los guardianes del bien son quienes pueden cuidar del bien común. Ellos, los mejores, son los únicos que pueden votar y ocupar los cargos públicos.

El pueblo inculto e ignorante no debería ni votar ni tener acceso al poder.

Por ello, no es muy bien vista esta propuesta de Platón entre los actuales promotores de la democracia. Y tan es así que muchos de los funcionarios y políticos que nos gobiernan no son, por mucho, personas capaces y cultas. Suelen ser los que poseen grandes ambiciones de poder y están dispuestos a hacer lo que sea con tal de conseguirlo.

Definir quiénes son las mejores personas de una sociedad para gobernar resulta una tarea más compleja de lo que parece. Y, sobre todo, se puede caer en una injusticia al desechar a alguien por deficiencias ya sea físicas, intelectuales o del conocimiento y cualidades para gobernar.

Sin embargo, el tema que propone Platón desde hace ya tantos siglos no es una idea tan descabellada, máxime que hoy en día tenemos mejores instrumentos para evaluar la capacidad y el talento de una persona; pero sobre todo, sus intenciones, honestidad y salud mental.

Lo que sí, tampoco es garantía de que los "mejores seres humanos", al tener el poder en sus manos, gobiernen de una manera correcta, justa y benevolente. Simplemente porque el poder embriaga y puede ocasionar múltiples trastornos y marear a quienes han sido los mejores, y pronto convertirse en los peores. Y como esto ha sucedido a lo largo de la historia, no es extraño que el fenómeno se repita.

Pero bien podemos encontrar un término medio, en que no sean los mejores, pero sobre todo no los peores. Porque estos últimos abundan, dado que tienen la capacidad de disfrazarse de lindos corderitos y, en su momento, mostrar las fauces de lobo y hacer dagas por doquier.

Al menos podemos aceptar que es difícil que nos gobiernen los mejores, porque es una utopía. Pero tampoco los peores, porque entonces es un desastre.

En el término medio está la virtud. ¿Los habrá?

Guillermo Dellamary
(v.pág.3 del periódico El Informador del 14 de enero de 2024).

El populismo del Siglo XXI es, entre otras cosas, un ataque contra los expertos. La rebelión en contra de quienes tienen conocimiento hace pensar que estamos ante un movimiento anti-ilustrado por antonomasia.

En muchos sentidos, este es el mayor peligro de los populismos modernos. El movimiento anti-vacunas durante la pandemia constituyó la más reciente expresión de la tendencia anti-intelectual del ascenso de algo que también podríamos denominar irracionalismos.

Estos no están atados a tendencias ideológicas en particular, sino que forman parte de convicciones esenciales, tanto de las izquierdas como de las derechas autoritarias en el planeta.

En nuestro país, el ataque del presidente y su grupo contra la ciencia ha sido una constante y una característica del régimen sin la cual no se entiende su naturaleza.

Ese amago también se puede apreciar en la forma en que el gobierno federal ha tratado a los organismos autónomos, que normalmente están dirigidos por expertos en las diferentes áreas de su incumbencia. La verdad sea dicha: es imposible pensar en colocar en la misma oración la palabra Morena y la palabra Servicio Civil de Carrera. Y ese es un grave problema para el país.

Lo mismo ocurre en Estados Unidos. Desde el arribo de Trump a la presidencia en 2016, se empezó a escuchar con más frecuencia el término "Deep State", entre los intelectuales que lo apoyan. En el argot mexicano-político la frase equivaldría a "La Mafia del Poder". En última instancia de lo que están hablando es de las burocracias modernas ilustradas que administran los aspectos más técnicos de la administración pública. Tanto los obradoristas como los trumpistas las critican supuestamente en nombre del pueblo. Para ellos se trata de élites no elegidas por la voluntad popular que, sin embargo, toman decisiones que casi nunca están en consonancia con el interés de las mayorías.

De cualquier manera, los intereses genuinos del "pueblo" no pueden estar en contraposición con el legado científico y técnico de una sociedad.

Gustavo de Hoyos Walther
(v.pág.3 del periódico El Informador del 19 de enero de 2024).

Hay celebridades e "influencers" que, moviéndose en el ámbito del espectáculo y las redes comerciales, han adquirido tal notoriedad que sus mensajes o posiciones personales se convierten en referentes para la toma de decisiones políticas de las y los ciudadanos. Tal es el caso de la cantante Taylor Swift, respecto de quien, en varios medios de noticias, se ha afirmado que el 18% de las y los votantes norteamericanos estarían dispuestos a votar por la misma opción electoral que ella eligiera.

Se trata de una cuestión seria para la democracia porque nada hay que garantice que personalidades así pongan su capacidad de influencia al servicio de opciones políticas que no necesariamente siempre estarán alineadas con el interés general e incluso, algunas otras que podrían salirse del ámbito de lo legal, dependiendo del país de que se trate.

Estamos además ante la posibilidad de una nueva era de demagogos que podrían utilizar los poderosos algoritmos del aprendizaje de máquina para profundizar las estrategias de "diseño de mensajes a la carta"; abusar de las tendencias probadas del deseo permanente de la confirmación de prejuicios; y de presentar exactamente "lo que la o el individuo quiere oír".

Es decir, no se trataría ya de enviar mensajes dirigidos a "grupos de población"; sino a través de la escucha o análisis de los metadatos que pueden obtenerse a través de las redes digitales de las que las personas forman parte, enviar y posicionar mensajes altamente particularizados mediante los cuales se intente influir y determinar lo que la ciudadanía decidirá al momento de acudir a las urnas.

¿Cómo puede regularse esto? ¿Cuáles son los límites éticos que se pueden plantear a las grandes empresas que almacenan y manejan la información de millones de personas que no solo son consumidoras del mercado económico, sino que activamente lo son en el mercado político?

De acuerdo con el sitio de internet www.statista.com en México habría 98 millones de usuarios de redes sociales; de los cuales, en 98.9% de los casos tienen Facebook; 92.2% usa además WhatsApp; 80.3% utiliza Facebook Messenger; 79.4%, Instagram; 73.6% TikTok; 53.7% Twitter; 44.5% Telegram; 29.3% usa Snapchat y 20.9% Linkedin.

Como puede verse, se trata, en la mayoría de los casos de "usuarios multiplataformas", quienes durante al menos 3 o 4 horas al día se informan y reciben mensajes a través de ellas.

La cuestión está ahí; y es en ese nuevo universo digital en el que habrán de librarse las batallas políticas por venir.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.2 del periódico El Informador del 5 de febrero de 2024).

América Latina no es la única región que enfrenta regresión democrática. Pero la aparente facilidad con la que se han ido consolidando regímenes autocráticos ha sido posible por el creciente número de personas que favorecen la mano dura a costa de sus libertades. En el último informe de Latinobarómetro se observó que el apoyo al autoritarismo en México creció de 22 a 33% entre 2020 y 2023, mientras que el respaldo a la democracia cayó de 43 a 35%. Estos indicadores, señaló la ONG, es territorio fértil para los autoritarismos y los populistas.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.4 del periódico El Informador del 6 de febrero de 2024).

La idea de que el liberalismo, también llamado "neoliberalismo" o "consenso de Washington", ha fracasado se ha vuelto común. Algunos economistas, como los estadounidenses Dani Rodrik y Paul Krugman o el francés Thomas Piketty, han sostenido esta posición desde hace años.

Sin embargo, en la Álamos Alliance, la conferencia que Roberto Salinas León organiza todos los años en este antiguo pueblo minero de Sonora, los economistas liberales tienen otros datos. William Easterly, de la Universidad de Nueva York, autor de The White Man's Burden, argumenta que "es falso que el neoliberalismo haya muerto". Tuvo éxito en "reducir la inflación y las grandes distorsiones de mercado" que los gobiernos populistas impusieron en muchos países. "Las reformas de mercado nunca lograron crear un comercio libre perfecto", pero se han mantenido a pesar del aumento del proteccionismo. "El liberalismo ha sido una de las tendencias más exitosas y permanentes" en políticas públicas. Las "reformas de mercado" generaron beneficios importantes para los pueblos en muy distintos países.

John Cochrane, de la Hoover Institution, señala que es un error pensar que en la década de 1950 se vivió un momento dorado de la historia económica. "En los 50, el producto per cápita en Estados Unidos era de 15,000 dólares, hoy es de 60,000". En el siglo XXI se ha registrado una desaceleración en la expansión de Estados Unidos y otros países que se debe al exceso de regulación. "La economía se trata de incentivos, pero a los políticos no les gusta escuchar de incentivos". El crecimiento prospera en libertad. "¿Qué debe hacer China para recuperar el crecimiento que tenía?... Deshacerse del Partido Comunista".

Deirdre McCloskey, autora de The Bourgeois Virtues y Why Liberalism Works, acepta que el liberalismo no genera el entusiasmo que otras filosofías económicas y políticas. "El liberalismo es aburrido, no como el nacionalismo, el fascismo y el comunismo que mueven el corazón". ¿Quién puede entusiasmar con una defensa de las libertades de mercado o las libertades personales cuando puede inspirar con grandes discursos en defensa de la patria, la raza o la igualdad? El liberalismo, sin embargo, ha sido crucial para promover el avance de la humanidad. "Los valores liberales permiten la creatividad humana", donde no hay libertad no hay innovación. Ese liberalismo burgués que molesta tanto a los progresistas ha hecho que "se supere la regla de que los reyes siempre ganan y las mujeres siempre pierden".

Los populistas dominan hoy el panorama político. En Estados Unidos tanto Joe Biden como Donald Trump son proteccionistas. Los 2 sostienen que el comercio internacional es un juego de suma cero. El exsenador republicano Phil Gramm explica la filosofía de ambos candidatos: "Si compras algo de mí, yo gano; si compras algo de alguien más, yo pierdo". Los países que han optado por el liberalismo, sin embargo, han tenido buenos resultados económicos, como Chile, hasta que algunas de sus políticas liberales fueron parcialmente reemplazadas por el gobierno, según argumenta el economista chileno-estadounidense Sebastián Edwards en The Chile Project. El libro habla de la participación de los Chicago Boys en el "milagro económico" chileno.

Es verdad que el liberalismo genera prosperidad, pero sus ventajas pragmáticas no son la mejor razón para defenderlo. El debate no debe centrarse en las pruebas del éxito económico del liberalismo, argumenta Easterly, "sino en sus valores". Deirdre McCloskey lo dice con claridad: "El liberalismo produce gente libre". Este valor es más importante que la producción de riqueza.

Sergio Sarmiento
(v.periódico Mural en línea del 19 de febrero de 2024).

En el siglo XX, todo lo ruso fue acremente condenado porque procedía de una potencia no sólo extranjera sino, sobre todo, comunista. La aversión por el sistema soviético se debía a su empeño en imponer aún fuera de su geografía, la famosa dictadura del proletariado, aunque lo único que sí lograron fue imponer la dictadura del politburó en su propia tierra y un largo legado de guerrilleros marxistas y experiencias genocidas por todas partes.

Armando González Escoto
(v.pág.2 del periódico El Informador del 25 de febrero de 2024).

La demagogia es el recurso que utilizan los pseudolíderes para ganarse el apoyo popular, echando discursos con tintes emocionales, promoviendo el sentimentalismo y los prejuicios que culpen y acusen a los demás de los problemas que aquejan a una sociedad.

Regularmente los demagogos evaden los argumentos racionales y prefieren centrarse en abordar las dificultades con falsas promesas, que suenen atractivas y conmovedoras.

El caso es envolver a la mente de los incautos e inocentes que se dejan cautivar por su oratoria hipnótica y seductora.

Es una manera de manipulación, porque usan las debilidades humanas a su favor, como el miedo y la inseguridad o bajan el cielo y las estrellas con palabras bonitas, pero que en el fondo no dicen nada, ni mucho menos van a cumplir con sus falsas promesas.

Llegan a tener tal poder en la mente de la opinión de sus seguidores, que logran conseguir su apoyo incondicional y forjar una lealtad a su ideología y discurso, que ya no serán capaces de cuestionarlo, sólo lo van a defender y hacerlo propio, porque está lleno de ego y narcisismo.

Uno de los recursos más habituales que utilizan en sus discursos es desacreditar a sus oponentes políticos y regularmente lo hacen poniéndose como víctimas de las calumnias y mentiras que les señalan.

Se acaban erigiendo como la fuente de la verdad y todos los demás están equivocados, la razón la tienen ellos.

El problema es que este tipo de oradores debilitan a la democracia y van deteriorando la capacidad del diálogo, pues materialmente remplazan el discurso racional por un manejo intenso de las emociones, sobre todo al polarizar las ideologías y la lucha de clases sociales.

Además, logran convencer de que las instituciones no sirven y están deterioradas, por lo que hay que acabar con ellas y crear unas nuevas, desde luego que promoviéndolas con las suyas. Así siembran la desconfianza en lo que otros han hecho.

Sus palabras son como filosos cuchillos que dividen a la sociedad, en vez de unirla, creando todo tipo de antagonismos y luchas entre diversos grupos.

Finalmente, el problema es que acaban utilizando el poder que van acumulando para acallar a su oposición y controlar la información.

Sin duda, la medicina contra los demagogos es el fortalecimiento de las instituciones democráticas y promover la participación de la gente, tratando de alejar la apatía y el desdén por la política.

Promover el pensamiento crítico es indispensable y va de la mano con el uso de la razón y la cultura, y así alejar la emotividad y los sentimentalismos del diálogo.

Darle apertura y espacio al pluralismo y diversidad ideológica, fortaleciendo los diferentes medios de comunicación para garantizar el acceso a la información veraz y oportuna.

La democracia es de todos, y entre más nos involucremos, haremos un claro contrapeso contra la amenaza de los demagogos que quieren concentrar el poder en sus manos y arrebatárselo al pueblo.

Guillermo Dellamary
(v.pág.2 del periódico El Informador del 25 de febrero de 2024).

Lo que puede proponerse como la disyuntiva de fondo, es cómo quieren los mexicanos que los gobiernen: el poder concentrado en una persona, o pesos y contrapesos que eviten abusos y excesos, con mecanismos de rendición de cuentas. Trasladado a categorías políticas, el 1er. caso entra en el casillero de los autócratas, que ejercen el poder de manera suprema, para lo cual van destruyendo, colonizando o neutralizando las instituciones democráticas (se les llama demócratas iliberales), y el 2o. en los demócratas (liberales), que apuntalan un Estado de Derecho y libertades.

La democracia es un sistema que sangra fuertemente por una herida causada por la insatisfacción de la gente con los resultados prometidos hace poco más de 30 años, de una sociedad más justa, con menos pobres y mayor bienestar, que no se concretaron. Un informe de la Fundación Banco Santander sobre "La Crisis de las Democracias Liberales" encontró que en 2022 un total de 42 países que representaban al 43% de la población mundial, tenían regímenes autócratas, y el 28% de la población vivía en autocracias cerradas -cerca del umbral de la dictadura-, contra 13% de la población que aún vivía bajo democracias liberales.

El choque de modelo de gobierno y de organización de la sociedad no es un desafío que sólo enfrente México este año. Este año habrá 76 elecciones que movilizarán al 51% de la población mundial -poco más de 4,000 millones de personas-, en donde las más importantes, Estados Unidos, India, Rusia, Turquía y Venezuela, definirán qué tipo de gobernante quieren. En 2 de las 3 elecciones ya celebradas este año, donde el dilema está planteado, ganaron los autócratas, Nayib Bukele, el presidente salvadoreño, reelecto abrumadoramente porque los votantes prefirieron que violara derechos humanos a cambio de que puedan caminar sin miedo en las calles, y Prabowo Subianto, con un pasado de violador de derechos humanos, que se impuso en Indonesia.

Donald Trump, Narendra Modi, Vladimir Putin, Recep Erdoğan y Nicolás Maduro tienen altas probabilidades de gobernar sus países el próximo año, como en México Sheinbaum, si las encuestas están midiendo bien el apoyo a la candidata oficialista y no es una respuesta espejo de la popularidad de López Obrador, y Gálvez fracasa en su campaña para revertir la desventaja. Sheinbaum, como el presidente, sostiene que México se encuentra en su mejor momento de la democracia, aunque las acciones de López Obrador y el compromiso de la candidata por seguir a pie juntillas lo que le marque, preconfiguran más una democracia iliberal que una liberal.

Un estudio que publicó esta semana el Pew Research Center de Washington sobre la salud de la democracia en 24 países, revela que en muchos de ellos se ha deteriorado en los últimos 6 años. En promedio, el 59% de las personas que fueron encuestadas para este informe se dijeron insatisfechas por la forma como su democracia está funcionando, el 42% señalaron que ningún partido político en su país representa sus puntos de vista y el 74% piensa que a los funcionarios electos en las urnas no les interesa lo que piensa la gente de ellos.

Para quienes creen en la democracia, los resultados del estudio se ponen peor. México, entre toda esa veintena de naciones, es donde se ha deteriorado con mayor velocidad, y figura junto a otros 6 países -Alemania, Argentina, Brasil, Corea del Sur, India, Kenia y Polonia- donde el respaldo a un líder de mano dura se incrementó. Sin embargo, la mayor degradación de la democracia como sistema de organización social y política fue aquí, en México, donde el aval a un líder democrático cayó de 67 a 48% entre 2017 y 2023, y el respaldo a la mano dura subió de 27 a 48%.

México también encabezó la lista de las 24 naciones entre quienes piensan que un líder no electo es mejor que uno que es electo, cuya pérdida de confianza pasó de 41% en 2017 a 25% en 2023, mientras que la creencia de que a los funcionarios que llegaron mediante el voto popular no les interesa la gente, está arraigada en 8 de cada 10 mexicanos.

Como escribió Milan Svolik, politólogo de Yale, en un ensayo en 2019, "los votantes en las democracias tienen a su disposición un instrumento esencial de la autodefensa de la democracia: las elecciones. Ellos pueden parar a los políticos con ambiciones autoritarias simplemente votando contra ellos". Pero, ¿qué puede fallar?

"En electorados altamente polarizados, aun los votantes que valoran la democracia estarían dispuestos a sacrificar una competencia democrática justa y elegir a quienes defiendan sus intereses", respondió. "Cuando castigar las tendencias autoritarias de un líder requiere votar por una plataforma, un partido o una persona que sus seguidores detestan, muchos considerarán que es un precio demasiado alto a pagar".

¿Nos encontramos en ese punto? Hoy, todo apunta a que sí.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.3 del periódico El Informador del 1o.de marzo de 2024).

Existe un resurgimiento de los nacionalismos alrededor del mundo, y México no es la excepción. Si en la democracia más antigua del mundo el equipo Biden pone énfasis en la salvaguarda de la democracia, y el equipo Trump en el nacionalismo populista, en México la historia también se repite. ¿Qué tanto incidirá en la población un discurso de contrapesos políticos contra uno nacionalista rumbo a la elección presidencial?

Hay una colisión entre liberalismo y nacionalismo en el presente. Así lo declara John J. Mearsheimer, el politólogo de la Universidad de Chicago en su lectura "Liberalismo y Nacionalismo en la América Contemporánea". Aunque el académico se enfoca en Estados Unidos, declara que lo que ahí sucede es aplicable a muchos otros países. El nacionalismo afirma que los humanos son animales sociales, nos dice el autor, y el grupo social moldea identidades y lealtades. Por otra parte, el liberalismo parte del individualismo, nos comenta, y sostiene que el Estado debe tener frenos para salvaguardar los derechos individuales.

Liberalismo y nacionalismo han coexistido. Sin embargo, cuando en un país la balanza se carga hacia el liberalismo, "desencadena una reacción nacionalista. En el conflicto que sigue, el nacionalismo gana casi siempre, porque es la ideología política más poderosa del mundo moderno".

El presidente López Obrador llegó al poder con un discurso nacionalista, y ha sido hasta hoy pilar central de su lógica política. Que equipare su movimiento a las tres grandes gestas nacionales, que se rodee de héroes patrios, y que haya hecho desplantes políticos frente a España y Estados Unidos, es parte de ello. El discurso ha sido efectivo para movilizar a la población, y es parte de los ingredientes para mantener altas tasas de aprobación personales y partidistas. Sin embargo, el presidente ha escogido a una sucesora que poco ha demostrado saber de historia, que es incapaz de desplegar pasión y carisma, y que poco conecta con la gente.

Si el discurso morenista es nacionalista, el de la alianza opositora parece ser liberal. Vida, verdad y libertad son los ejes del discurso del equipo Gálvez. Y son correctos, ya que van al corazón del enorme caos e increíble negligencia que ha caracterizado al equipo López Obrador.

Sin embargo, y a pesar de ser un discurso fundamentalmente certero, ¿le bastará a la alianza para movilizar a la población, y más aún en un contexto de peligroso descontento con las élites del país y sus instituciones? Porque ese también es el discurso toral de Biden en Estados Unidos frente a Trump, y no le está funcionando.

"El nacionalismo sigue siendo la ideología política más formidable del mundo, y ni ello ni el estado-nación se irán pronto", nos dice Mearsheimer. Esa es la goma que le falta a Sheinbaum, pero que provee López Obrador por ella. Esa también es la goma que le falta al equipo Gálvez y, si no la incluyen en su discurso, seguro perderán.

Fernando Núñez de la Garza Evia
(v.periódico El Informador en línea del 12 de marzo de 2024).

Dicen que a los jóvenes no les interesa la política, que no les preocupa la democracia. Dicen que los jóvenes mexicanos no harán nada para acabar con el populismo, la corrupción y el crimen organizado. ¿Es verdad? Preguntó la periodista, intelectual y política española Cayetana Álvarez de Toledo en un discurso sin desperdicio que pronunció en el Festival de las Ideas 2024, realizado en Puebla.

AMLO es un populista que llegó a la Presidencia disfrazado de demócrata, para luego, desde adentro, asaltar la misma democracia que le dio el triunfo, traicionando el juramento de defender la Constitución y las leyes que de ella emanan, y atacando con toda la fuerza del Estado la separación de poderes, y a todos los críticos, contrapesos e instituciones autónomas que le frenan o le cuestionan.

En la cátedra de democracia y participación ciudadana que Cayetana Álvarez dio, llamó a los populistas y a sus seguidores "burros de Troya" -que no caballos de Troya- porque se trata de individuos que "cabalgando al lomo de la ignorancia y la polarización se disfrazan de demócratas para reventar la democracia desde el interior".

En ese sentido, Claudia Sheinbaum es la "burra de Troya" que intentará por la misma vía lograr lo que el caudillo no pudo: modificar la Constitución para perpetuarse en el poder.

Por la importancia y lo oportuno del mencionado discurso, y para que los jóvenes y ciudadanos apáticos sean conscientes de las perversas maquinaciones que hay detrás del populismo de la 4T y de la importancia que su voto tiene, transcribo varias de las sustanciales nociones que la política española expuso:

"El fin del populista es el poder absoluto, su medio, la polarización".

"El pesimismo es el principal aliado del populismo (y) la resignación lleva a aceptar lo inaceptable. El populismo es el atajo de los mediocres (...) es el impúdico culto al pueblo con espurios fines antidemocráticos".

"El populista es el presunto político, que niega a los ciudadanos su condición de adultos, para asumir él o ella, la condición de padre perpetuo (más que de padre, de 'padrino', a lo Vito Corleone)".

"El populismo es corrosivo para la democracia, pero sobre todo para los jóvenes (...) alienta su victimismo, los mantiene flotando en una suerte de líquido amniótico del que acaban saliendo, sí, pero a golpes contra la cruda realidad".

"Solo hay algo más perjudicial para el pleno desarrollo del ser humano que el 'papá Estado': el 'Estado mami'. El Estado de los cuidados que prometen los populistas como si el dinero público cayera del cielo o emanara de un volcán".

"A los jóvenes hay que dirigirse como a los adultos, con respeto a su inteligencia, diciéndoles la verdad, y la primera verdad es que su destino está en sus manos".

"La política se ha convertido en un 'plateau' de televisión, en el que proliferan los payasos, los peleles, los patanes y los pendencieros".

"El pesimismo es la coartada de los cobardes, la excusa para no hacer nada. El optimismo racional, en cambio, es combativo y constructivo. El optimista se levanta del sofá y hace lo que tiene que hacer: asumir su responsabilidad (...), luchar para mejorar su vida y la de sus vecinos, intentar que cuando llegue la muerte (que llegará) alguien escriba en su lápida: hizo todo lo que pudo, por él no quedó".

"Ese es mi lema vital: que por mí no quede. Y ese es el primer emplazamiento que hago a los jóvenes mexicanos, que por ustedes tampoco (quede)".

Por mí no quedará, y salir a votar es lo menos que cualquier ciudadano joven o adulto puede hacer. Son unas cuantas horas cada 3 o 6 años que definen la vida entera.

El que no pueda hacer siquiera eso, no merece disfrutar ningún estado de bienestar, y debieran ser los primeros en sufrir las consecuencias del populismo y de las actividades del crimen organizado que siempre lo acompañan.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(15 de marzo de 2024).

Hay varios requisitos para que un sistema democrático funcione cabalmente, pero uno de ellos, imprescindible, es que los participantes acepten su derrota y, en esa medida, legitimen el resultado de una elección. Es una lógica que vale para los juegos que jugamos en la primera infancia o para controversias en las sociedades más complejas. Carece de sentido una competencia en la que todos los derrotados desconozcan o invaliden el desenlace. Viviríamos en perpetua inestabilidad política.

Jorge Zepeda Patterson
(v.pág.3 del periódico El Informador del 24 de marzo de 2024).

Se nos hace creer que tenemos el poder de elegir a nuestros gobernantes, cuando todo está coptado de antemano, para que las opciones sean las únicas que hay que elegir.

El pueblo inconsciente e ignorante, no sabe ni lo que hace y tan solo es empujado a las urnas a depositar una boleta y así cuantificar al ganador o al perdedor ¿Cómo hemos llegado a creer que ese simple acto es una prueba de que existe democracia?

Es muy burda, simplista, primitiva y engañosa. Pero es la que tenemos, construida a base del poder para seguirle haciendo creer a la gente que tienen una intervención en algo que de antemano es la disputa de la oligarquía.

El pueblo va y deposita su voto, pero ya manipulado, inducido por la propaganda, reducidas sus opciones a melón o a sandia. Esa no es la democracia que queremos. Tachar una boleta, no puede ser más que una simulación.

Algunos dirían que al menos ya es un avance, y se lo podemos conceder, pero tenemos que continuar y desarrollar más instrumentos democráticos para que exista más intervención e influencia en las elecciones de los gobernantes y más aún en la manera de gobernar y tomar decisiones que nos afectan a todos.

El pase de estafeta, el dedazo, la imposición de un modelo que se pasan de una mano a la otra, no es democracia, es una manera de autoritarismo. Eso hizo el PRI durante muchas décadas. Y acabó siendo una dictadura, y no la voluntad del pueblo. Por eso hemos sido artífices y expertos en simular una democracia que también fingió el porfiriato y lo siguen haciendo otros grupos de poder en sus respectivos países.

Es el arte y la astucia de hacerle creer al pueblo, que participa del poder reinante, cuando solo tacha una boleta y calla porque tiene una mordaza y está atado de manos ante el poder dominante y controlador del gobierno y sus instituciones.

Democracias es el poder del pueblo, no del gobierno y mucho menos sólo de los políticos, de los militares, de los capitales o de la casta sacerdotal.

Es dejar de simular y aparentar que hay, lo que en realidad aún no tenemos.

Guillermo Dellamary
(v.pág.2 del periódico El Informador del 24 de marzo de 2024).

Especialistas en Derecho explicaron por qué creen debe evitarse que un partido tenga una mayoría directa en cualquiera de las cámaras que constituyen el Congreso de la Unión, pues consideraron que tener la mayoría simple, y aún más peligroso, la mayoría calificada, vulneran los principios de pluralidad y democracia, y vulneran el Estado de Derecho, corriendo el riesgo de que el partido en el poder caiga en una dictadura.

Por ejemplo, Javier Soto Morales, especialista en Derecho y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana (UP), explicó que lo que busca un sistema democrático es que existan pesos y contrapesos, y para ello se debe hacer válido el voto de la ciudadanía.

“En México nosotros elegimos al gobierno, pero el gobierno no es únicamente el presidente de la república, es decir, el poder ejecutivo. Pero no solo existe el presidente, puesto que existen los tres poderes de la federación y en este caso estamos hablando que nosotros como ciudadanía podemos elegir al presidente de la república, pero también a las y los diputados, que son el poder legislativo, y que deben ser autónomos uno de otro", explicó el especialista.

El presidente del Colegio de Abogados de Jalisco, José Pérez, consideró que tener en las cámaras una mayoría directa pone en riesgo que el Estado de Derecho llegue a ser vulnerado "porque al no existir un equilibrio, podemos decir que la mayoría de las reformas serán orientadas a un mismo beneficio, e incluso, en un dado caso se podría hablar hasta de una dictadura, porque entonces no habrá quien pare al poder".

Por ello, dijo, es que existen la Cámara de Diputados y a su vez, el Senado, "para que la persona que ocupe la Presidencia no haga lo que quiera hacer".

(V.pág.5 del periódico El Informador del 17 de abril de 2024).

"La estabilidad lo es todo", dice un proverbio chino. Pronto nos daremos cuenta de su sabiduría al quedar atrás la relativa estabilidad del país y el mundo. Además del regreso de las rivalidades geopolíticas, del desafío del calentamiento global y los riesgos de las nuevas tecnologías, tendremos que añadir el regreso del radicalismo político. En ciertos países, proviniendo de la derecha. En otros, de la izquierda.

Ha habido un debilitamiento de la democracia ante una creciente radicalización política. En Estados Unidos, una parte de la izquierda se ha vuelto más fundamentalista con la cultura del woke, aunque se ha mantenido en los márgenes. En la derecha, sin embargo, la radicalización se ha normalizado al negar el calentamiento global, llevar al extremo los principios del libre mercado y pugnar por una mayor militarización de la política exterior. En Europa ha sido también la derecha política la que se ha tornado más extremista, llegando inclusive al poder en países como Italia. Pero, ¿por qué es la derecha la que ha llevado la delantera radical?

Fundamentalmente, por la migración masiva y sus crecientes problemas culturales. Y un problema mayúsculo es que ese extremismo no solo es a nivel de las élites, sino también de sus poblaciones.

La derecha en México no se ha radicalizado, al menos no aún. Porque no ha hecho suyas las políticas de mano dura contra la inseguridad, como la derecha salvadoreña. Porque no tiene una dura retórica anti-migrante, como la derecha europea. Y porque no niega el calentamiento global ni ha hecho suyo el dogma del libre mercado, como la derecha estadounidense.

Además, la derecha mexicana es demócrata porque cree en los canales institucionales, la negociación partidista y las elecciones populares como mecanismos fundamentales para resolver nuestros problemas políticos.

Sin embargo, su problema estriba en su falta de cuadros políticos, tanto así, que una persona sin militancia será su candidata a la Presidencia, y lanzaron a una ex-Miss Universo para recuperar infructuosamente su otrora joya de la corona en el norte del país.

La izquierda en México es la que se ha radicalizado. Tiene sentido: si en Occidente la derecha lo ha hecho a raíz de la migración masiva y sus choques culturales, en México ha sido la izquierda derivado de un contexto de pobreza/desigualdad y la desconfianza social que generan.

Las políticas del populismo de izquierda están ahí: militarización de la vida pública, exclusión del calentamiento global y los temas medioambientales, una profunda aversión a la ciencia y la tecnología y un continúo deterioro de las capacidades del Estado. Ni hablar de su manifiesto autoritarismo y sus políticas que podrían llevar al fin de la democracia-liberal en el país.

La izquierda y la derecha son 2 lados de la misma moneda ideológica. Sin embargo, ha sido la izquierda política la que se ha radicalizado en México. La buena noticia es que la radicalización ha ocurrido a nivel de las élites, sin haber permeado del todo entre la población. Por ahora.

Fernando Núñez de la Garza Evia
(v.periódico El Informador en línea del 23 de abril de 2024).
Enlaces relacionados con el tema:

Led The case against Democracy.
Led The field guide to Tyranny.
Led How to Build a Twenty-first-Century Tyrant.



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Fecha de última actualización: 23 de abril de 2024.

Problema intrínseco de la democracia.

Sus seguidores lo apoyan ciegamente. La explicación de ello radica en el trastorno psicológico "Dunning-Kruger", que afecta a personas de bajo nivel educativo-cultural sin suficientes conocimientos para darse cuenta que saben muy poco. Es fácil engañar a quienes son tan tontos, que ni siquiera se dan cuenta que son tontos... en 1998 Trump declaró a la prensa: si lanzo mi candidatura será como republicano, porque son los votantes más tontos que creen todo lo que se les dice.

Walter Astié-Burgos, internacionalista, embajador de carrera y académico
(v.periódico El Universal en línea del 11 de agosto de 2018).


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