Por obligación


Tuve que matarla, muy a mi pesar, porque los de su especie nunca me han parecido desagradables. Mucho menos me han sido asquerosos. Y no es que me dedique a asesinar sistemáticamente a todo ser viviente que no genere simpatía a mis ojos. Lo que quiero decir es más simple: defiendo la vida, conceptualmente y de hecho; la vida en todas sus manifestaciones.

Pero, ¿habría podido soportar los continuos gritos de pavor de la compañera de mis días, su inacabable angustia? ¡Si tan solo pensar que pudiera encontrársela cara a cara le generó insomnio! Y naturalmente, con la falta de sueño vienen las manías raras, el carácter agrio y los regaños infundados.

Declaro lo anterior no para justificar el vil asesinato, del que soy culpable aunque ninguna ley humana me condene, sino para hacer patente mi debilidad: tuve que elegir entre dejarla viva o desatar la tormenta conyugal.

¿Por qué le temen las mujeres a una rata, me pregunto? ¿En qué se funda el mito que trasforma a estos roedores en peligrosos asesinos? ¿Quizá en las pestes que convirtieron a Europa en amplísimo cementerio en siglos idos?

Confieso mi ignorancia sobre el tema, pero mis divagaciones no ayudan a descargar el peso de la imagen de la rata, ya muerta, junto a la puerta del patio en mi morada.

Era grande, sí, pero no amenazadora. Cuando la sorprendí, por accidente, trataba vanamente de comer algunas nueces que hace meses se añejan en un recipiente de plata, sobre una mesita que sólo contiene trastos acumulados, valiosos sentimentalmente, pero inútiles.

Nos sorprendimos ambos: ella porque supo -como lo saben siempre los seres que viven arriesgando su existencia para arrebatar el sustento a la vida- que hallaba en mí a un enemigo. Yo, porque pese a mis débiles convicciones, estaba condenado a matarla o bien, dejarla huir una vez más y guardar el secreto: no soy tan estúpido que confesaría haberla visto sin hacer el intento siquiera de propinarle una cuchillada. Mi mujer, seguramente, pisotearía de nuevo el tapete de mi hombría, de mi ancestral instinto de cazador, y esta vez arrojando encima el lodo de la culpabilidad impune.

En un instante me decidí, mientras ella me miraba fijamente con sus ojillos negros y me mostraba sus simpáticos dientecillos incisivos: había que cumplir, asesinando, el destino que mi papel de hombre había fijado para ocasiones como ésa, en que debía erigirme como el pilar fuerte de la familia.

Ella se deslizó por el alféizar con más habilidad y rapidez de la que yo podré tener en todos los días que me restan. Intentaba huir. Yo tomé lo que tenía más a la mano: una pequeña barra de metal, y le asesté un brutal golpe en el lomo, con ausencia de estilo, sin garbo, con todo el sello de mi genética neanderthal.

Calló pesadamente al suelo, herida de muerte. Y otra vez volvió a mirarme, mientras encogía las patitas y enrollaba su gran cola. Se convulsionó varias veces, sin poder moverse, porque al golpearla rompí su columna.

Leí en sus pequeños ojos de obsidianas pulidas varias preguntas: ¿Por qué me matas? ¿Qué he hecho tan malo si no he podido siquiera romper la cáscara de tus nueces? ¿Tanto me odias tú, tan grande, rey de la creación? ¿Te amenazo?

Me sentí desnudo, empequeñecido y vilmente culpable ante sus mudos y postreros reclamos.

Cuando sus bigotes temblaban frenéticamente y su pequeño hocico jalaba el aire que ya no entraba en sus pulmones despedazados, le di un nuevo, certero golpe en la cabeza. Quise -otra muestra de mi primitivo esquema de raciocinio-, evitarle más sufrimientos.

Arrojó luego una pequeña y perfecta gota de sangre por el hociquillo rosado y dejó de moverse. Sólo la pelambre negra del lomo, erizada en la deformación que había dejado el primer impacto, daba impresión de vida.

Cuando la tirana de mi vida se enteró de lo sucedido, se congratuló por la felonía y cómplice, me regaló las felicitaciones que sólo merecen los valientes. No contesté, realmente apenado como estaba.

Ahora medito si es posible la existencia sin violencia. Indago la posibilidad de que los vivos mantengamos la llama de la animación en nuestros cuerpos sin arrebatársela a otros. Recuerdo a la rata, muerta junto a la puerta del patio.

Jorge Octavio Navarro
(V.pág.14-B del periódico El Informador del 2 de agosto de 2004).


Hace ya un tiempo tuve la desagracia de leer El cazador y el sabio de Srila Prabhupada, un texto basado en lo antiguos libros de filosofía india; digo desagracia porque desde entonces, roba mi sueño una frase tan penetrante: "Todos los animales a los que has matado y a los que les has causado un sufrimiento innecesario, te matarán en tu siguiente vida, uno tras otro, y vida tras vida. No hay excusa que valga". ¡Ah! El sólo imaginarlo me irrita. Pero bueno, la incredulidad es también una de mis virtudes.

Cierto día, el profesor de literatura me encomendó la tarea de leer una de las creaciones del venezolano Víctor Vegas, Las leyes de Prakriti. Mi primer comentario: excelente texto. El segundo: no puede ser, ahí vamos otra vez. Sentí una angustia avasalladora caer sobre mí, pobre Félix, cuánto habrá sufrido en manos de su dueño, él tan sólo era un perro y quería su amistad. Sin embargo, las arañas, ellas qué buscan en los humanos, qué pueden ofrecerles, ¿lealtad, compañía, ¡qué!? No pude discernirlo durante el día y así me fui a la cama. Respiré profundamente y me dispuse a dormir...

Hace mucho viento. Qué raro, cómo fue qué salí de casa. En fin. Regresaré y seguiré durmiendo. Todo es tan grande, los carros, las casas, el pasto, hasta ese mugroso cesto de basura. Me siento confundida. ¡Ay! Una araña gigante en ese trozo de cristal, que impresionantemente horrible. Ocho ojos negros y brillantes, como si estuvieran pulidos, esas quijadas tan afiladas, ¡uy! Hasta escucho su crujir. Y mira cuántas patas, una, dos, tres... ¡seis! Te voy a mat... No. Por Dios, que no sea cierto. ¿Esa soy yo? ¡No, no y no! Voy a correr. La calle se ve segura. Una ranota, qué enorme, ¿por qué salta hacia mí? Esto me huele mal, mejor seguiré corriendo. Qué bien, una lata vacía, ahí me resguardaré.

Ya ha pasado mucho tiempo, está por amanecer. Siento una desesperación terrible por comer algo. Mira nada más, ¡una mosca!, seguramente la atrajo el olor a refresco. La atacaré. Pero, ¿cómo? Me lanzaré sobre ella. ¡Ah, se fue! Como sea, puedo esperar. Qué extraño se ve todo desde aquí. ¡Ja! Hasta podría vivir debajo de esa envoltura de paleta. Interesante, pero no más distracciones, seguiré camino a casa, seguramente mi mamá tendrá una explicación, ella lo sabe todo. Una niña, ¡qué grandota! Hasta me da escalofrío. "¡Ah, mamá una araña, una araña!". Niña, obvio no te haré nada. "¡Está bien, no te asustes, enseguida la aplasto!". ¿Qué, la aplasto? ¿A mí? ¡Pero si no hice nada! ¿Por qué de repente se oscurece todo?, ¿qué es eso?, ¿un zapato? ¡Aaaay, me duele! ¡No por favor, basta! (Gimiendo) Ya no siento mis piernas, parecen estar quebradas. Parezco una naranja exprimida y el dolor es insoportable. Respiro muy poco, seguramente mis pulmones se dañaron. ¿Y ese pájaro? ¿Por qué aterriza sobre mí? ¿No me digan que...?

¡Ah, basta! (Jadeante) ¿Estoy en mi cama?, y ¡son las 7:25 de la mañana!, uf. Mejor voy a bañarme. Qué sueñito, ¡por Dios!

Laura Rodríguez
(v.Ocio en línea del 23 de marzo de 2012).


El mosquito, la cucaracha, la rata inmunda y todo animal rastrero se suman a la lista de supuestos enemigos de la humanidad que, dicho sea de paso, no se limita a los animales, también las plantas tienen su propia categoría de "malas hierbas", que nunca mueren por más herbicidas que inventemos, sin mencionar que las palabras hongo, bacteria y virus están cargadas de una especie de maldad desde la que han enfermado al mundo.

Pero si echamos un vistazo al pasado, a la época de los dinosaurios por ejemplo, nos resulta fuera de lugar pensar en plagas o malezas, aun sabiendo que existían insectos del tamaño de una patineta. Esto es porque falta una cosa para que las formas de vida se separen en buenas y malas, un juez, el ser humano.

Sin un punto de referencia no podemos considerar que algo este arriba o abajo; izquierda o derecha y lo mismo pasa con bueno y malo. Es necesario que un código moral subjetivo permita separar entre una mala hierba y la hierba buena o, dicho de otra forma, entre lo que nos hace un bien de lo que nos hace un mal.

Esto significa que algo puede ser bueno o malo dependiendo desde donde se le mire. Cuando vemos una cucaracha correr por la cocina inmediatamente le declaramos la guerra y sí, las cucarachas pueden transmitir patógenos causantes de enfermedades, pero ¿esto la hace mala? Todos los seres vivos transportamos microbios, vivimos con ellos y los llevamos de un lado a otro. Los humanos hemos dispersado todo tipo de enfermedades por el mundo, pero cuando vemos esa cucaracha no nos identificamos con ella como vectores.

Entonces, ¿es la cucaracha un ser inmundo o la ciudad la hizo? Las cucarachas existieron mucho antes que las ciudades, de hecho, existen unas 4500 especies de cucarachas en el mundo y juegan un papel muy importante en los ecosistemas como degradadores de materia orgánica y alimento de aves, reptiles y otros depredadores. Esta capacidad para descomponer los restos en los bosques es exactamente lo mismo que hace la cucaracha en la cocina. No sale a buscar pelea, sale a buscar comida, acelerando el proceso de transformación de la basura orgánica en nuevos nutrientes para el suelo, si éste no fuera de cemento.

Al paso que vamos en la guerra con las cucarachas, las ratas, las palomas y las malezas, todo indica que jamás podremos -y tampoco creo que queramos- tener ciudades estériles sin otras formas de vida más que las nuestras.

En una ciudad utópica sustentable, los servicios ecosistémicos como la degradación de la basura orgánica que realizan las cucarachas, la absorción de C02 que ocurre en las hojas de las malezas o el nutritivo guano que excretan las palomas estarían integrados en los procesos ambientales de la ciudad, contribuyendo al flujo de materia y energía como ocurre en otros paisajes.

El problema quizá no son las ratas o las cucarachas en sí mismas, sino la forma como los vemos, pues por alguna razón en vez de hacer las paces con las demás especies, les declaramos la guerra.

Marcos Vinagrillo, biólogo y maestro en comunicación de la ciencia y la cultura
(v.pág.13 del periódico El Informador del 2 de abril de 2023).


Autoridades francesas están formando un comité para estudiar si humanos y ratas pueden vivir juntos.

En 2017, la administración municipal de París inició su "guerra contra las ratas". 6 años y 1.5 millones de euros después, la alcaldesa Anne Hidalgo apuesta por una nueva estrategia: la "cohabitación pacífica" con los roedores.

Anne Souyris, teniente de alcalde de París, dijo que la administración está formando un comité para estudiar si humanos y ratas pueden vivir juntos y en paz, sin que se convierta en un problema de salud pública.

Geoffroy Boulard, jefe del distrito 17 de París y miembro del Partido Republicano de centro-derecha, ha criticado a Hidalgo por no hacer suficiente para eliminar a las ratas. La huelga de la basura, de enero a marzo, sólo agravó la situación.

Así, el gobierno de Francia está financiando un proyecto -Armageddon- desde 2021, que busca ayudar a la capital a gestionar la población de las ratas, poner fin a los "prejuicios" sobre ellas, y ayudar a una mejor convivencia entre humanos y roedores, revelan medios franceses.

Además, se esperan nuevas medidas tras la reunión con el comité. Se trata, dijo Souyris, de ver de qué manera personas y ratas pueden vivir juntos de una forma "más eficiente y al mismo tiempo asegurar que no sea insoportable para los parisinos".

Ante la preocupación por el tema de la peste, enfermedad que transmiten las ratas negras, la administración local que no son esas las ratas que invaden París, sino otras, que transmiten enfermedades como leptospirosis y que no representan un riesgo "significativo" para la salud pública. En todo caso, se está pidiendo al Alto Consejo Francés de Salud Pública que participe en el debate, señalando que "necesitamos asesoramiento científico".

Mientras políticos de oposición critican la medida, señalando que "París se merece algo mejor", algunas ONG han alzado la voz para elogiarla.

"Las ratas están presentes en París, como en todas las principales ciudades francesas, por lo que surge necesariamente la cuestión de la convivencia", dijo en un comunicado el grupo Paris Animaux Zoopolis, defensor de los derechos de animales.

Detalló que "cohabitación pacífica" no significa adoptarlas y que vivan en las casas de las personas, como en la película de Ratatouille, sino "asegurarnos de que estos animales no sufran y no nos molesten. ¡Un objetivo muy razonable!"

El proyecto lanzado en 2017 invirtió miles de euros en tratar de frenar la reproducción de los roedores, incluyendo el uso masivo de raticidas. Sin embargo, no tuvo éxito.

También se colocaron miles de cubos de basura hermético para evitar la proliferación de animales. Tampoco funcionó.

(V.periódico El Informador del 11 de junio de 2023).


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