El Consumismo.


Una gran proporción de hombres y mujeres de los países ricos parecen haber cambiado la especie homo sapiens en homo consumens. Desde la infancia se nos viene modelando como consumidores a manos de una publicidad que es ya como el aire que respiramos. Una vez formado ese homo consumens, él y ella influyen a su vez en la economía creando y justificando necesidades cada vez mayores: lo superfluo se torna conveniente, lo conveniente se hace necesario, lo necesario se convierte en indispensable. Se crea la sociedad de consumo, con valores, actitudes y leyes propias.

En esa sociedad, libertad quiere decir uso ilimitado de bienes, servicios y dinero. Desarrollo significa tener más, industrialización, urbanización, aumento de ingresos per cápita. La información, según este esquema, es libre cuando viene de determinada dirección y empuja a determinadas metas. El fin de todo ello es abrir o ampliar mercados, aumentar los beneficios, y, para eso, convertir la global village en businesstown. El centro: mi yo. Los demás seres humanos, cosas para mí. El motivo: ganacias. La ley moral: la eficacia. Medios: todos los eficaces, caiga quien caiga.

P. Pedro Arrupe, S.J.


El tema del mercado tiene una relación muy estrecha con el deterioro del medio ambiente. La contaminación, no sólo infesta el aire, a los ríos y a los bosques sino a las almas. Una sociedad poseída del frenesí de producir más para consumir más, tiende a convertir las ideas, los sentimientos, el arte, el amor, la amistad y las personas mismas en objetos de consumo. Todo se vuelve cosa que se compra, se usa y se tira al basurero. Ninguna sociedad había producido tantos desechos como la nuestra. Desechos materiales y morales.

Octavio Paz


Dinero


"La frustración social, tantas veces acicateada por el consumismo expuesto en los medios masivos como numen de la felicidad, deviene en el ansia de acortar distancias, como sea, incluso violentamente, respecto a las clases pudientes que con un mínimo esfuerzo disponen de todo."

Rafael Loret de Mola
(v.pág.10A de Ocho Columnas del 28 de noviembre de 2002).


¿Qué es la verdadera riqueza?

¿Qué es para usted la verdadera riqueza? En un momento dado u otro, todos tenemos conceptos altamente distorsionados sobre lo que significa ser rico. Empero, se trata de definiciones meramente aprendidas a través de un largo proceso. Por lo general, la riqueza no es lo que pensamos. La verdadera riqueza es gozar lo que ya tenemos, no conseguir más de lo que solamente asumimos que nos va a hacer más felices. Somos ricos cuando hemos aprendido a vivir con nosotros mismos, sabiendo que lo que somos y lo que tenemos es más que suficiente. Parece una ironía. Pero cuando en realidad estamos gozando lo que ya tenemos, conseguir más de lo que queremos es más fácil. Si apreciamos y disfrutamos lo que ya tenemos, no nos perdemos en el monstruoso mito tan popular que nos dice que las gentes y las cosas fuera de nosotros mismos son la clave de la felicidad.

Cuando finalmente aprendemos que es la apreciación de lo que tenemos y no lo que tenemos lo que en realidad trae el gozo, es más fácil escoger. Hay que gozar lo que ya tenemos para obtener lo que queremos. Por supuesto, eso no quiere decir que estemos en contra del dinero. El dinero es un símbolo que nos puede brindar ciertos medios. Pero, por lo general, le damos un valor desmesurado y lo hacemos el motivo de todas nuestras acciones.

La verdadera riqueza estriba en ser capaces de experimentar el júbilo, el éxtasis y el bienestar espiritual. La riqueza debe brindarnos, y no de privarnos, la serenidad, el encantamiento con la vida y un sentido de equilibrio espiritual. Si el dinero es nuestra esperanza para la independencia, nunca la obtendremos. La única seguridad real que una persona puede tener en este mundo es una reserva de conocimientos, experiencia y aprendizaje.

Debemos de considerar que la riqueza es mucho más que el dinero o la acumulación de bienes materiales. La riqueza es la salud, el amor, el cuidado, la ternura, el aprendizaje, el compartir, el gozo, el aprecio de nuestras bendiciones y el toque humano. La riqueza es una manera de ver a la vida. Quizás más que ninguna otra cosa, la riqueza es la buena salud.

Es muy difícil pensar que le podemos encontrar sentido a las cosas si no estamos saludables. Sin la salud, la vida simplemente no es vida. Pero no debemos de comprender la salud meramente como la ausencia de enfermedad. Es la presencia de la vitalidad, de la pasión, del amor y del entusiasmo.

Podemos medir nuestra salud al ver una mañana de primavera en todo su esplendor.

También la podemos medir cuando encontramos una puerta cerrada, pero si no nos enfocamos en ella, sino que buscamos una que no haya sido abierta. Las personas saludables no posponen una visión de las cosas buscan que ocurran. El talento, la inspiración y la imaginación son el santuario de la salud y la riqueza. La riqueza es felicidad y, sin embargo, es tan difícil y fácil de conseguir a la vez. La felicidad consiste en mirar a todo lo bueno y lo malo en un momento dado -tanto dentro como fuera de nosotros mismos- y entonces escoger enfocarnos en lo bueno. Eso es todo. Es simple de entender, fácil de hacer y, sin embargo, tan difícil de recordar.

Contrario a lo que la mayoría de las gentes creen, la felicidad no estriba en lo que sucede fuera de nosotros mismos. La felicidad depende mucho menos de las cosas exteriores de lo que pensamos. Algún día el mundo tendrá que aprender que las cosas materiales no traen la felicidad, y que tienen muy poca utilidad para volver a las personas poderosas, creativas y ricas.

La riqueza y la felicidad no es algo que nos ocurre. Es algo que forjamos, que creamos con la calidad y el contenido de nuestros pensamientos. La felicidad no es tener lo que pensamos que queremos sino querer lo que queremos y somos. La riqueza es ser felices en este mismo momento, este día, este lugar, con todos los problemas que podamos tener, pero apreciando en toda su intensidad el gran privilegio de vivir.

La abundancia es tener más de lo que necesitamos y queremos. El problema es que siempre queremos más de lo que ya tenemos y eso simplemente no funciona para proporcionarnos riqueza y felicidad. Si deseamos muchas cosas, muchas cosas parecerán pocas. En medio de la abundancia, incontables personas son miserables.

La prosperidad es un instrumento para ser usado, no una deidad para ser adorada. Tenemos suficientes recursos para hacer lo que realmente queremos hacer, pero no suficientes para hacer todo lo que quisiéramos hacer. El secreto para usar las riquezas que ya tenemos -y son muchas aunque no sepamos- es gozar cada momento completamente y lograr el deseo de nuestro corazón. No debemos de llamar rico al hombre que ha acumulado cosas, sino a quien tiene la sabiduría para apreciar sus bendiciones.

La verdadera riqueza claramente consiste en el amor. Primero, tenemos que aprender a amarnos a nosotros mismos. ¡Y eso es tan difícil! Estamos inmersos en culturas que no nos estimulan a amarnos a nosotros mismos, sino a estar crónicamente insatisfechos. Podemos tener riquezas materiales, pero debemos luchar porque nuestro corazón sea todavía más grande.

Cuidar de otros, hacernos responsables de su vulnerabilidad y ser compasivos es lo que añade acción al acto de amar.

El amor, para brindarnos riqueza, tiene que ser incondicional. Compartir con otros es la esencia de apreciar la verdadera riqueza.

Nuestra disposición para aprender y para aplicar lo que hemos aprendido. El conocimiento ciertamente es más poderoso que el dinero. Saber lo que realmente queremos y necesitamos para la consecución de la felicidad, es un aspecto significativo de ser ricos. Podemos lograr la riqueza verdadera cuando nos desprogramamos de lo que la cultura nos ha enseñado.

Guillermo F. Batarse
(v.pág.8A de Ocho Columnas del 17 de marzo de 2003).


Extraña seducción

Es un hecho que el dinero ejerce una extraña seducción, y ante el deseo de poseerlo, se sacrifican muchos principios. Con demasiada frecuencia, en el origen de las grandes fortunas, hay acumuladas muchas injusticias: juegos, especulación, usura, guerras... ¡Cuántas riquezas amasadas con los sacrificios de los trabajadores, y aún a veces, con la sangre de los pueblos que son llevados a la guerra para hacer la fortuna de un grupo de especuladores sin conciencia! -con frecuencia, el origen de las grandes fortunas hace temblar; hay quienes no tienen ningún escrúpulo cuando se trata de acumular dinero; todos los medios parecen lícitos-.

Una vez que se ha gozado de las comodidades que traen consigo las riquezas, resulta muy duro desprenderse de ellas.

La riqueza tiene el gran peligro de endurecer a quien la posee; vive rodeado del dolor y con frecuencia parece no verlo; si lo ve, no lo comprende, y si lo comprende, se niega a remediarlo por razones que no se comprenden o sencillamente por la sola razón de seguir incrementando bienes. Con cuánta frecuencia viven juntos los que nadan en abundancia y los que se ahogan en la miseria.

La riqueza suele traer orgullo de la vida. Cuando se tiene fortuna se reciben adulaciones. Todo lo del rico parece bien y hasta "talento" se le reconoce, que le es muy pronto negado, si tiene la desgracia de perder su fortuna. Eso engendra vanidad. El rico no está acostumbrado a ser contrariado; todos se inclina ante él, sus órdenes son al punto ejecutadas y eso engendra orgullo...

El rico es independiente: ambas palabras han pasado a ser sinónimas; el rico no depende (depende menos) de los demás, y tiende a actuar como si no dependiera tampoco de Dios. Sus propios medios le proporcionan lo que el pobre ha de pedir a Dios en su humilde plegaria de cada día.

El rico tiende a hacerse insensible, demasiado insensible al dolor físico; su vida suele ser más regalada, y de ahí que la pereza, la inacción sean con frecuencia el patrimonio de los hijos de ricos que dilapidan rápidamente lo que con tanto afán reunieron sus padres.

Julio García Briseño
(v.pág.7/A de El Occidental del 4 de mayo de 2003).


¿Cuánto trabajo y dinero quiere usted? ¿Cuántos días de descanso?

Los europeos occidentales y los estadounidenses parecen haber llegado, por lo pronto, a diferentes conclusiones acerca de estos temas? Los trabajadores estadounidenses generalmente gozan de dos semanas de descanso al año. Los trabajadores en Europa occidental es más probable que tengan cuatro o cinco. Los europeos están más dispuestos a cambiar algunos ingresos por mayor cantidad de tiempo libre. Ellos trabajan menos horas que los estadounidenses.

Lea esta cita de un artículo publicado el viernes en el New York Times acerca del la disminución del crecimiento de las economías europeas: "'¿Necesitamos un crecimiento mayor?" preguntó Martin W. Hüfner, jefe economista del HypoVereinsbank en Munich. "Ya tenemos nuestros refrigeradores, nuestros teléfonos celulares, nuestro segundo automóvil. Estaremos contentos si adaptamos nuestras expectativas a la nueva realidad.'"

Sí, muchos europeos están cómodos con el estándar de vida que tienen. Los alemanes de clase media viven bien, visten bien... y ahorran para cuando sean viejos. Ellos especulan poco en el mercado de valores, lo cual les ha sido benéfico a últimas fechas. Pero existen inconvenientes. Cuatro millones de alemanes -10 por ciento de la fuerza de trabajo- están desempleados y para la mayoría de ellos la vida es insatisfactoria. Gran cantidad de europeos envidia el estilo de vida estadounidense donde siempre hay trabajo disponible y se obtienen recompensas.

En los Estados Unidos la presión para trabajar más y ganar más es mucho más poderosa. Esto se debe en parte a que los estadounidenses enfrentan costos que la mayoría de los europeos pueden evitar. En casi toda Europa occidental el gobierno paga el costo de los cuidados de salud, que en general son de buena calidad. En casi toda Europa occidental el gobierno da educación gratuitamente con una calidad razonable y, frecuentemente, muy buena. Este corresponsal en una ocasión dio clases en una secundaria francesa, el Lycée David d'Angers. El estándar de enseñanza era excelente y estaba disponible gratuitamente, aunque no era fácil coseguir un lugar en la escuela. También en Europa la mayoría de la educación superior está disponible a bajo costo, aunque algunos gobiernos están buscando cambiar esto.

En los Estadon Unidos los padres de clase media están concientes de la necesidad de pagar para segurar una buena educación para sus hijos. El costo de la educación en las universidades privadas más caras es, generalmente, de alrededor de US$ 30,000 al año. Existen escuelas privadas caras en Europa, como las famosas "escuelas públicas" inglesas, pero éstas atienden por lo general sólo a un pequeño pocentaje de la población. Para la gran mayoría de los europeos, gastar US$ 30,000 en educación es inimaginable... y sería imposible. Los sueldos europeos para los trabajadores expertos suelen ser mucho más bajos que los estadounidenses.

El alto costo de la salud y la educación para la clase media estadounidense los pone bajo un grado de estrés financiero que pocos europeos enfrentan.

Una anécdota: haciéndome un corte de pelo en la isla de Nantucket, en la costa de Massachusetts, quedé impresionado por la historia que me platicó el barbero, un hombre de casi sesenta años. El barbero tenía antepasados irlandeses y estaba feliz de haber conseguido un pasaporte irlandés porque ello le posibilitaría el obtener servicios de salud gratuitos en Irlanda si se enfermaba. El estaba pagando un seguro contra enfermedades en los Estados Unidos, pero no estaba seguro de que fuera suficiente para encargarse de él en su ancianidad. En Europa el gobierno, en un modelo de servicios de salud que los estadounidenses calificarían (correctamente) de socialista, ha aliviado algo de la inseguridad que todos los seres humanos sentimos.

Entonces ¿qué clase de crecimiento queremos? Los europeos paresen desear un empleo y un estándar de vida confortable. Los estadounidenses están más motivados. Ellos enfrentan grandes costos e inseguridad, pero también oportunidades mayores. Ellos tienen que pagar sus estudios a crédito, rentar o comprar una casa -muy cara en ambos casos en cualquiera de las principales ciudades- y entonces empezar a juntar dinero para comprar una casa muy grande, un par de automóviles y pagar la ortodoncia de sus hijos mientras los mandan a esa costosa escuela camino abajo.

Para la economía de los Estados Unidos, el deseo de los estadounidenses de "hacerla en grande" es visto por lo general como algo bueno. Su dinamismo es legendario. Los estadounidenses muestran flexibilidad financiera, se endeudan con entusiasmo, ganan y consumen más. La economía no sufre de la resistencia a gastar que ha estancado a la economía alemana. Hacer dinero, y de ser posible, "hacerlo en grande" es esencial para el sueño estadounidense, una fuerza motivadora.

Pero también debe decirse que este deseo de hacerla en grande, en el presente, ha contribuido a crear el actual desorden económico estadounidense. La exagerada ambición por hacerse rico rápidamente de los directivos estadounidenses en los 90s, el deseo de salarios y bonos anuales de millones de dólares y la incontrolable ambición de Wall Street contribuyeron a distorcionar el mercado de valores y la economía estadounidense.

Las compañías no eran administradas para obtener éxito en el largo plazo. Los ejecutivos buscaban sacar tanto dinero de las empresas para ellos como pudieran en el tiempo más corto posible. Hacerse rico rápidamente era el objetivo. Extrañamente, los compradores de acciones aplaudieron todo esto durante un tiempo. Pero ahora las consecuencias de esos actos se están sintiendo en los Estados Unidos y alrededor del mundo. El dinero extraído a las compañías durante el boom hace falta para pagar pensiones. Las amenazas de recesión y deflación se han vuelto una realidad.

Se dice algunas veces que los terribles eventos del 11 de septiembre de 2001 han hecho que los estadounidenses recapaciten sobre sus valores. Las dificultades en los próximos años para la economía estadounidense puede que provoquen reflexión y algunos cambios. Hacerla en grande siempre ha formado parte de la vida estadounidense. Pero en los años recientes la ambición en la parte alta de la vida estadounidense se a vuelto extrema. Toda, o casi toda, es legal, pero no saludable ni moral. ¿Qué se puede hacer con un problema que emana de los valores?

Ian Campbell, UPI Chief Economics Correspondent
(v.Business & Economics Desk del 19 de mayo de 2003).


La gente puede llegar a hacer cosas increíbles por dinero: es como si de repente les saliera una especie de alien que llevaban dentro. Y este alien ávido y glotón es capaz de tirar por la borda no sólo cualquier principio ético, sino incluso la prudencia y la inteligencia. O sea, que el dinero no sólo puede envilecerte, como todos sabemos, sino que además te vuelve tonto. En esto se amparan los estafadores: en la certidumbre de que, ante una bonanza promisoria y fácil, a muchas personas se les nubla el cerebro.

No se puede explicar de otra manera el éxito de los timos clásicos. Por ejemplo, de repente un jubilado que ha vivido una pequeña vida digna decide saltarse todos sus principios y conchabarse con un desconocido, en plena calle, para robarle un supuesto décimo de lotería premiado a un supuesto subnormal: no sólo es algo indigno, es además estúpido. Y me parece que esa necedad esencial es la que acomete también a los fulleros de altura, a toda esa rutilante colección de Roldanes, Camachos y demás, que van sumando pifia económica tras pifia, delito tras delito, trampa tras trampa, enterrándose cada vez más en la ilegalidad de un modo tan chapuza que es evidente que ese castillo de naipes acabará cayendo. Pero ellos, encendidos por el ansia de pillar más y más, ni se dan cuenta, hasta que un día el tenderete se desploma. Y es que los estafadores también son humanos y tienen los mismos defectos que sus víctimas.

Rosa Montero, El País
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 27 de septiembre de 2003).


Aunque esta sociedad tira de todos sus hilos para crearnos necesidades y hacernos sucumbir a todo tipo de exigencias sociales que de acuerdo a la publicidad nos harán vivir mejor, ser más bellos, más exitosos y mejor aceptados, los jaliscienses han empezado a modificar sus hábitos de consumo en razón de la carestía de ciertos productos y la inaccesibilidad para adquirirlos.

Esto tiene su origen no sólo en la restricción del presupuesto familiar, sino en la pérdida de poder adquisitivo del mismo.

En los países desarrollados, a pesar de que no suelen ocurrir estos improperios financieros, está surgiendo con fuerza un movimiento que intenta modificar y mejorar el estilo de vida de los asalariados, planteando cambios radicales en su relación con el trabajo y con la economía de sus hogares.

Este movimiento se puede identificar como "voluntary simplicity", "unorganization" o "downshifting", que traducido al castellano nos sugiere una desaceleración.

Se trata de aprender una nueva forma de vida que aporta al factor humano menos tensión, y que se obtiene a través de una mejor utilización del tiempo y una relación diferente con el trabajo.

Hay que aclarar que se está hablando de niveles en los que los ingresos permiten una vida digna, por supuesto queda fuera de este concepto la pobreza tan denigrante que se padece en México y que es producto de un sistema de gobierno corrupto e incompetente.

Los creadores de este concepto, Joe Domínguez y Vicky Robin, han escrito un libro titulado "La Bolsa o la Vida", donde narran su experiencia de 20 años y explican cómo dejar de ser esclavo del dinero y vivir sin el estrés y las tensiones que conlleva una carrera profesional de prestigio.

En realidad se trata de una filosofía que busca mejorar la calidad de vida gastando menos, y una de sus principales propuestas es reducir los gastos habituales en un 20%.

Sugieren, a manera de ejercicio, realizarse preguntas como: ¿Hasta qué punto sientes satisfacción cuando adquieres bienes materiales? ¿Se trata de una ilusión pasajera o de una satisfacción perdurable? ¿Cubre el dinero tus necesidades afectivas? ¿Gastas más de lo que ganas? ¿Has calculado cuántas compras realizas por impulso cada vez que vas al supermercado? ¿Cuántos muebles reemplazas antes de que sea necesario? ¿Cuánto te dejas llevar por la publicidad? ¿Cuánto tiempo te dura el gusto por las compras que realizas? ¿Crees realmente que el consumo puede mejorar drásticamente tu vida? ¿Qué ocurriría si dejaras de comprar tal o cual producto?

Aunque esta filosofía ha surgido en los países desarrollados, es bueno irse planteando este nuevo estilo de vida.

Hay personas que por jubilación o por decisión propia, piensan hacer un cambio drástico en sus vidas, y la práctica del downshifting les permitirá discriminar y elegir aquello que realmente les resulte necesario y les proporcione una satisfacción verdadera.

Todo lo hasta aquí expuesto ha dado lugar a la cultura del reciclaje o del "hágalo usted mismo", que tan buenos resultados está dando en las economías familiares.

En nuestra comunidad jalisciense, cada vez más personas se unen a esta cruzada y fabrican sus propios productos de limpieza, champús, cremas y cosméticos. También elaboran productos alimenticios como pastas, panes y cajeta. Incursionan en la carpintería, en la tapicería y en muchas actividades más con las que se consigue un ahorro y se mejora considerablemente el presupuesto familiar al tiempo que se pierde estrés, aceleración y disgustos.

Es la búsqueda de una cultura de autosuficiencia que seguramente derramará sus beneficios no únicamente en los más necesitados, sino en los más inteligentes.

Luisa Fernanda Cuéllar, licenciada en Relaciones Industriales, catedrática universitaria, escritora y consultora especializada en Recursos Humanos
(v.pág.2A de la sección "Negocios" del periódico Mural del 22 de enero de 2004).


La sociedad cirenaica

En nuestros días tal vez muchísimas personas no sepan de Aristipo ni de lo que enseñó; y sin embargo, su comportamiento en la vida práctica refleja el modo de vida del filósofo de Cirene.

Estas personas consideran lo "teórico" como algo incomprensible, complejo e inútil y el estudio sobre el ser del hombre y su fin último como una pérdida de tiempo. Lo importante es aprovechar el máximo de oportunidades para gozar y experimentar sensaciones placenteras tratando de llevar una buena vida, en el entendido de que el bien es el placer.

El talento debe consistir en tratar de asegurar la mayor cantidad de placer posible. Bueno es todo lo que sea placentero y evite el dolor y malo todo lo que nos aleja del placer. No resulta extraño que, con tal criterio, en la sociedad contemporánea el hedonismo y el consumismo hayan proliferado tanto y que cada quien busque exclusivamente su provecho personal, a través del "éxito", el poder y la riqueza material. El egocentrismo desplaza a la solidaridad. La indiferencia y la apatía ante las necesidades de los demás llevan a un individualismo creciente y al egoísmo.

En este marco hedonista se da la prioridad del tener sobre el ser, la prioridad de lo material sobre lo espiritual y la autoridad de lo individual sobre el bien común. Sólo importa el crecimiento económico y no el desarrollo integral.

Esto explica el consumismo de la sociedad contemporánea y también la falta de compromiso y el pragmatismo que lleva a la gente a desarrollar habilidades para saber acomodarse a las circunstancias.

¿Qué sentido pueden tener para los que sólo buscan la comodidad y el placer conceptos como el de dignidad de la persona humana, los derechos fundamentales del hombre, la economía al servicio del hombre, el poder político para servir al pueblo a través del bien común, la participación comunitaria, y todo aquello que requiera de solidaridad, subsidiaridad y justicia?

No es a través de rehuir los desafíos y refugiarse en el placer y el egoísmo como podremos cumplir nuestra vocación de crecimiento y desarrollo comunitario. No es dejando de ejercitar debidamente nuestras facultades intelectuales y volitivas como resolveremos los problemas. No es perdiendo la energía moral ni debilitando el compromiso solidario y subsidiario para el bien común como encontraremos los nuevos caminos de la esperanza y de la paz.

La sociedad cirenaica cree ser feliz en la confusión de los ruidos, prisas, éxitos pírricos, placeres fugaces, compras compulsivas, permisivismo moral, no-compromisos, conocimiento superficial de lo humano, etcétera. En verdad, es sólo una apariencia de felicidad, una caricatura de ella. No puede hacer feliz al ser humano lo que lo destruye y atenta contra su dignidad de persona.

Lo que construye, lo que propicia el desarrollo del hombre y de la sociedad es la recta conciencia, la decisión libre y la práctica del bien, que al ser objetivo, es capaz de servir de sólido criterio para respetar, defender y alentar los derechos humanos no sólo en un país, sino en todos los países del mundo. No importan las diferencias accidentales, de raza, religión, ideología, condición económica, idioma ni ocupación. Lo fundamental es el hombre universal, todo hombre, cada hombre, con su dignidad innata e inalienable.

Hemos de hacer prevalecer la visión integral del hombre sobre la visión meramente materialista. Hemos de insistir en la objetividad de la norma ética sobre el subjetivismo y el relativismo moral. Hemos de ser capaces de conciliar e integrar la vertiente individual con la vertiente social de la persona humana. Todos estamos llamados a aportar a la sociedad y a ayudar a los demás para que también puedan aportar. Todos debemos esforzarnos para ir logrando el bien común.

Hemos de ir cambiando la sociedad cirenaica por la sociedad solidaria.

Y como ahora estamos viviendo los tiempos de la globalización, además de globalizar el comercio, la tecnología, las finanzas y las culturas, debemos trabajar para globalizar la solidaridad.

Coparmex Jalisco
(v.pág.4/F del periódico El Occidental del 5 de abril de 2004).


Calvarios de la postmodernidad

A las sombras del consumo y de la realidad virtual, se ha favorecido, como pocas veces antes, un creciente del vacío interior.

Y este negativo efecto, ha tenido terreno fértil en los niños y en los adolescentes, los que, sin asideras emocionales, enfrentados a la vaciedad cuando aún no tienen la estructura anímica para enfrentarla, sin entender la diferencia entre lo virtual y lo real, sin saber -porque tampoco nadie les ha enseñado- cómo manejar las frustraciones, así, reciben sin tamices los incisivos mensajes de la realidad, su respuesta en la indefensión: el suicidio. Largo camino de desesperación que encuentra un callejón cerrado como única salida: la muerte.

Así, en la soberbia del Hombre actual, lo que ha construido ha ido encaminado a la obtención de beneficios, sí, pero de los económicos, de los materiales, y ha dejado de lado, como desecho "inútil" en un mundo utilitario, los bienes emocionales, el espíritu del Hombre que él mismo ha mutilado...Y se ha trazado el nuevo calvario que hoy los niños y los adolescentes recorren. Ahora, quienes recorren este calvario sólo tienen la culpa de creer en las verdades que su sociedad les ofrece... de confiar en los satisfactores que pone a su alcance... de esperar que los adultos les ofrezcan las herramientas suficientes para el fortalecimiento de su espíritu... pobres ilusos... esta es su gran culpa: creer, confiar, esperar...

En esa búsqueda de la muerte, no saben que una vez alcanzada, no tiene regreso... porque en las imágenes virtuales, los personajes, sus iguales en el juego... cuando mueren, basta un botón y vuelven a la vida... virtual, la otra, la real, no sigue estas reglas... porque las computadoras tienen "deshacer" y basta presionarlo para que todo regrese a la normalidad... en la vida de carne y hueso, no.

De acuerdo con investigadores de la Facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, la incidencia del suicidio "se ha triplicado en los países occidentales durante las pasadas tres décadas, y se ubica entre el segundo y el cuarto lugar entre las causas de muerte, particularmente entre adolescentes; también se reconoce que hay un gran subregistro, porque por las connotaciones morales y religiosas muchos padres ocultan las verdaderas razones del fallecimiento de sus hijos". Es decir, que aunque las cifras mencionadas son alarmantes, aún sin acuciosos registros... hay muchas más muertes por suicidio que las reportadas oficialmente.

Lourdes Bueno, investigadora de la U.de G.
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 7 de abril de 2004).


Año con año, el mercantilismo desbordado de todas las sociedades capitalistas, ha ido añadiendo días de celebraciones para rendir digno culto a su dios de la ganancia. Día de las madres, de los padres, de los maestros, compadres, de la amistad, etc., tan prostituidos por una publicidad consumista y rastacuera, que ofrece el escenario del mercado y del bazar para el testimonio del amor y los afectos.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 15 de mayo de 2004).


El desarrollo económico y político actual se caracteriza, según el último informe del Worldwatch, mas que por la victoria del capitalismo sobre el comunismo, por el consumismo. El consumismo hoy domina la mente y los corazones de millones de personas, sustituyendo a la religión, a la familia y a la política. El consumo compulsivo de bienes es la causa principal de la degradación ambiental.

El cambio tecnológico nos permite producir más de lo que demandamos y ofertar más de lo que necesitamos. El consumo y el crecimiento económico sin fin es el paradigma de la nueva religión, donde el aumento del consumo es una forma de vida necesaria para mantener la actividad económica y el empleo.

El consumo de bienes y servicios, por supuesto, es imprescindible para satisfacer las necesidades humanas, pero cuando se supera cierto umbral, que se sitúa en torno a los 7,000 euros anuales por persona, se transforma en consumismo.

1,700 millones de consumidores, 2,800 millones de pobres.

En el mundo la sociedad de consumo la integran 1,728 millones de personas, el 28% de la población mundial: 242 millones viven en Estados Unidos (el 84% de su población), 349 millones en Europa Occidental (el 89% de la población), 120 millones en Japón (95%), 240 millones en China (apenas el 19% de su población), 122 millones en India (12%), 61 millones en Rusia (43%), 58 millones en Brasil (33%) y sólo 34 millones en el África subsahariana (el 5% de la población). En total en los países industrializados viven 816 millones de consumidores (el 80% de la población) y 912 millones en los países en desarrollo (sólo el 17% de la población del Tercer Mundo).

Mientras los 1,700 millones de consumidores gastan diariamente más de 20 euros, hay 2,800 millones de personas que tienen que vivir con menos de 2 euros diarios (lo mínimo para satisfacer las necesidades más básicas) y 1,200 millones de personas viven con menos de 1 euro diario en la extrema pobreza. Mientras el estadounidense medio consume cada año 331 kilos de papel, en India usan 4 kilos y en gran parte de África menos de 1 kilo. El 15% de la población de los países industrializados consume el 61% del aluminio, el 60% del plomo, el 59% del cobre y el 49% del acero. Cifras similares podrían repetirse para todo tipo de bienes y servicios.

Consumismo y pobreza conviven en un mundo desigual, en el que no hay voluntad política para frenar el consumismo de unos y elevar el nivel de vida de quienes más lo necesitan. La clase de los consumidores comparte un modo de vida y una cultura cada vez más uniforme, donde los grandes supermercados y centros comerciales son las nuevas catedrales de la modernidad.

Si los hábitos de consumo de los 1,700 millones de consumidores se extendiesen a toda la población mundial (6,300 millones de personas), la situación sería completamente insostenible, a causa del consumo de agua, energía, madera, minerales, suelo y otros recursos, y la pérdida de biodiversidad, la contaminación, la deforestación y el cambio climático.

Entre 1950 y 2002 el consumo de agua se ha triplicado, el de combustibles fósiles se ha quintuplicado, el de carne creció un 550%, las emisiones de dióxido de carbono han aumentado un 400%, el PIB mundial aumentó un 716%, el comercio mundial creció un 1,568%, el gasto mundial en publicidad creció un 965%, el número de turistas que salieron de sus fronteras creció un 2,860%, el número de automóviles pasó de 53 millones en 1950 a 565 millones en 2002 y el consumo de papel creció un 423% entre 1961 y 2002. Las importantes ganancias en eficiencia se ven rápidamente absorbidas por el aumento del consumo. Las viviendas son cada vez mayores y los automóviles cada vez más potentes.

Pero la solución no puede ser un nuevo apartheid, que limite el consumo a esa minoría del 28% de la población mundial. La población crece, pero cada vez menos, y probablemente se estabilizará en las próximas décadas en unos 9,000 millones, como ya ha sucedido en la mayoría de los países industrializados. Pero el consumo sigue creciendo, y las necesidades, como demuestra cualquier manual de economía, son infinitas.

¿Cuánto consumo es suficiente? El consumo, a partir de cierto umbral (13,000 euros anuales por persona, según las encuestas), no da la felicidad. El consumidor trabaja demasiadas horas para pagar el consumo compulsivo, y el poco ocio lo pasa en el automóvil (el estadounidense emplea 72 minutos [diarios] detrás del volante) o delante del televisor (más 240 minutos diarios de promedio en las sociedades actuales). Cada vez se ve más atrapado en una espiral de consumo, endeudamiento para consumir y trabajar para pagar un endeudamiento mayor. El consumo se hace a costa de hipotecar el futuro, como en el auge del ladrillo en la España actual.

Hoy es necesario un nuevo paradigma basado en la sostenibilidad, lo que supone satisfacer todas las necesidades básicas de todas las personas, y controlar el consumo antes de que éste nos controle. Entre las medidas más inmediatas hay que eliminar las subvenciones que perjudican el medio ambiente (850,000 millones de dólares anuales que incentivan el consumo de agua, energía, plaguicidas, pescado, productos forestales y el uso del automóvil), realizar una profunda reforma ecológica de la fiscalidad, introducir criterios ecológicos y sociales en todas las compras de bienes y servicios de las administraciones públicas, nuevas normas y leyes encaminadas a promover la durabilidad, la reparación y la "actualización" de los productos en lugar de la obsolescencia programada, programas de etiquetado y promoción del consumo justo. Y todo ello dentro de una estrategia de "desmaterialización" de la economía, encaminada a satisfacer las necesidades sin socavar los pilares de nuestra existencia.

José Santamarta, director de World Watch


Los que somos miembros de la vapuleada clase media y con pretensiones de mejoría y a ciertos lujos sabemos por carne propia que ganar dinero es complicado, pero el gastarlo es bastante fácil, por lo que casi siempre andamos endrogados con tarjetas de crédito y pagos de coches, etc. ¡Así es la vida!

Sin embargo, nuestros chiquillos y chiquillas desconocen el valor del dinero. Ellos creen que el dinero proviene de los cajeros permanentes y que cualquier gusto o deseo se les concederá por su linda carita... y un tarjetazo. Por otro lado hay una notoria falta, por parte de ellos y de nosotros, de saber correlacionar el trabajo o ahorro como causa de generación de ingresos y su efecto en el gasto. Este grave error les permite continuar su niñez y juventud sin darse cuenta que para que sepa más sabroso comprar algo, es indispensable que se haya hecho un esfuerzo para ganárselo con el sudor de la frente, como el padre Adán, o por un buen desempeño escolar o en apoyo a la casa. Simplemente lo fácil es tener la mano extendida y ni siquiera pedir sino a veces hasta exigir que se cumplan caprichos banales. Esto es una falta de educación por parte de nosotros los padres, pero además es un mal precedente para los tiempos actuales y sobre todo para el futuro.

A diferencia de nuestros ancestros que llegaron a partirse el lomo de lugares más pobres en México o del extranjero, a nosotros ya nos ha tocado vivir las mieles de una vida sin mayores privaciones y tener lujos como vacaciones, coches, casas y demás que nos han "ablandado" y hecho menos propensos a salir adelante en épocas duras. Si nosotros estamos así, ¡imagínense a nuestros hijos a los que no les queremos negar nada, aunque no estoy seguro que todos se lo merecen [¿merezcan?]!

Salo Grabinsky
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 12 de julio de 2004).


Las ciudades, hechas por los hombres, nos están agobiando. Los desechos que estamos produciendo nos están ahogando. No sabemos qué hacer con nuestras mismas heces. Y lo peor de todo, es que al no saber qué hacer, nos estamos acostumbrando a vivir con ellas. Nos acostumbramos a vivir en medio de la porquería que nosotros mismos producimos y esta costumbre es patética. Se nos ha olvidado que somos animales. Se nos ha olvidado que los animales sólo toman lo que necesitan. Se nos olvida que somos aves pasajeras, huéspedes momentáneos del planeta tierra. Se nos olvida que no llevaremos nada cuando irremediablemente viajemos por otros mundos. Se nos olvidan los otros hombres que vivirán entre la basura, o los paraísos que les dejemos.

Pedro Fernández Somellera
(v.pág.16-B del periódico El Informador del 7 de febrero de 2005).


A todos se nos ha dicho que el dinero no puede comprar felicidad. No obstante actuamos como si no hubiéramos escuchado. Millones de nosotros gastamos más tiempo y energía persiguiendo cosas que el dinero puede comprar que involucrándonos en actividades que crean verdadera realización en la vida, como cultivar amistades, ayudar a otros y desarrollar un sentido espiritual. Nos comportamos como si la felicidad estuviera a un tarjetazo de crédito de distancia.

El dinero no garantiza la felicidad en parte debido a un fenómeno que los sociólogos han denominado ansiedad de referencia. La gente juzga sus posesiones en comparación con las de otros.

La minoría más rica está viviendo en casas más grandes y gastando más en un cambio de ropa que lo que otros gastan en la renta de un mes. Esto aumenta la ansiedad de la clase media. La televisión, las revistas de estilos de vida y la internet han hecho más fácil conocer lo bien que viven.

Un estudio de gente sin hogar en Calcuta y en Fresno, California, encontró que los habitantes de la calle de Calcuta eran más felices que sus contrapartes en los Estados Unidos. Hetan Shah, director del programa en la New Economics Foundation en Londres, explica que esto se debe a que los estadounidenses tienen un mayor grado de ansiedad de referencia dado que se comparan ellos mismos con gente que es mucho más acaudalada. En La India la brecha entre ricos y pobres es menor. "Algunas veces pensamos que estamos poniendo a los países en desarrollo en desventaja si los comparamos con nosotros," dice Shah, "pero, de hecho, es al contrario: nos damos cuenta de las carencias de nuestra cultura".

Una de esas carencias puede ser que perseguimos el dinero sacrificando lo significativo. Demasiados en el mundo occidental han convertido al materialismo y al ciclo de trabajar y gastar en sus principales metas. Entonces se preguntan por qué no se sienten felices.

Gregg Easterbrook, autor del libro The Progress Paradox
(v.pág.56 de la edición internacional de la revista Time del 7 de febrero de 2005).


Atendiendo a sus pronunciamientos públicos, parecería que la relación entre Juan Pablo II y Estados Unidos nunca fue tersa. Al Papa le disgustaba el dispendio consumista de este país y no escatimaba sus críticas al señalar con dureza el materialismo de los estadounidenses. También criticaba el desperdicio de la sociedad de consumo y la insensibilidad capitalista ante la pobreza.

Sergio Muñoz Bata
(v.pág.12A del periódico Mural del 14 de abril de 2005).


Marion Nestle, ex directora del Departamento de Nutrición, Estudios Alimentarios y Salud Pública de la Universidad de Nueva York, calcula que en Estados Unidos las empresas gastan unos 15,000 millones de dólares al año en mercadotecnia dirigida a los niños. Las costosas campañas publicitarias también encuentran un público propicio en los niños canadienses, quienes en promedio dedican unas cinco horas y media al día a ver televisión, usar Internet y jugar en la computadora.

En los años 60, los niños estadounidenses tenían una influencia en las compras de sus padres cuantificada en unos 5,000 millones de dólares al año; el cálculo más reciente, que corresponde a 1997, eleva esa cifra a 188,000 millones. Es evidente que en la actualidad, como dice la periodista de Toronto Beth Thompson, "la influencia de los niños en el consumo es un supernegocio".

En parte, los padres tenemos la culpa por fomentar esta tendencia: somos la generación que alienta a los niños a hacerse ver y oír, y los llevamos a comprar de todo, desde alimentos hasta coches y casas. Como consecuencia, señala Thompson, "los niños pequeños están cada vez más expuestos a mercancías que de otra manera quizá no verían", lo que prepara el terreno para el mal del "¿Me compras?", tan temido por los padres.

Y los niños no se conforman con cualquier cosa: tiene que ser de la marca que ellos quieren. Las investigaciones muestran que los niños comienzan a reconocer marcas (buenas, malas y muy malas), antes de cumplir dos años de edad. Un chico de primer grado de primaria puede reconocer hasta 100 marcas, y uno de sexto, de 300 a 400, desde cereales hasta zapatos deportivos y reproductores portátiles de discos compactos (los adultos reconocemos unas 1,500). Al decir de Thompson, alrededor de 90% de las peticiones de los niños a Santa Claus son por marca.

A continuación, cinco estrategias avaladas por los expertos para formar consumidores sagaces:

  1. Predica con el ejemplo.
    Los comerciales de televisión avivan el deseo de comprar cosas, así que te costará trabajo convencer a tus hijos de las bondades de apagar la tele si tú también pasas muchas horas del día viendo los programas de moda.
  2. Inculca el sentido crítico.
    Con niños menores de seis o siete años, hay que comenzar por decirles "No creas en todo lo que ves", señala Linda Millar, vicepresidenta de Education for Concerned Children's Advertisers. Muéstrales a tus hijos ejemplos de afirmaciones publicitarias falsas o exageradas, como las de los anuncios de cereales que prometen volver altos y fuertes a los niños.
  3. Supervisa con criterio.
    La educadora Shari Graydon explica: "En vez de criticar o burlarte del programa, juego o sitio de Internet favorito de tu hijo, lo que sólo crea discordia y distanciamiento, explícale, por ejemplo, por qué algunos mensajes, contenidos o anuncios van en contra de los valores que deseas inculcarle. Ayuda a tu hijo a descubrir los mensajes ocultos, sean buenos o malos".
  4. Di no sin sentir culpa.
    Beth Thompson dice: "Los padres de esta generación provenimos de una cultura consumista en la que poseer ciertos bienes ayuda a encajar socialmente. Nuestros estudios muestran que hasta en los hogares pobres los padres compran videojuegos en vez de artículos básicos".
    Para contrarrestar esta tendencia, Shari Graydon aconseja a los padres "aprender o reaprender a decir no". ¿Y si el niño lo acusa a uno de ser malo o alega que su mejor amigo tiene cuatro supermuñecos de acción y él no tiene ni uno? Graydon sugiere responderle al chico cuantas veces sea necesario con palabras como éstas: "Nosotros fijamos reglas en casa de acuerdo con nuestros valores familiares".
  5. Ofrece alternativas.
    Como bien saben los padres, decir "No te puedo comprar eso" sólo intensifica el deseo del niño de tener "eso". En vez de restringirles arbitrariamente a los niños el tiempo de ver televisión o de usar la computadora para protegerlos de la influencia de los medios de comunicación, Jeff Derevensky, profesor de psicología infantil de la Universidad McGill de Montreal, recomienda hacer una lista de opciones aceptables para todos. Aunque advierte: "Si quieres que tus hijos se entretengan con juegos de mesa o para armar, prepárate para jugar con ellos".
Gabrielle Bauer
(v.pág.135 de la revista Selecciones de septiembre de 2005).


Atrapados en el consumo

La relación que los seres humanos hemos entablado con los bienes materiales, siempre ha sido de lo más compleja. Tanto que exacerbada al máximo, ha originado esta práctica que conocemos como consumismo y que es ni más ni menos, el rasgo que define a la sociedad contemporánea. Es un hecho: compramos ad infinitum. La verdad es que el lado práctico de los objetos nos importa un comino. Nos volvemos locos por adquirir las últimas tendencias en la moda para vestir aunque nuestro guardarropa ya esté retacado, por la vanguardia en adelantos tecnológicos aunque tengamos que botar el estéreo que compramos hace un par de años, por el estilo que pueden imprimir en nuestra personalidad determinadas marcas de automóviles, plumas, muebles, celulares y relojes; y de paso, sufrimos las de Caín para deshacernos de los que ya teníamos, no obstante [que] sigan en perfectas condiciones.

Algunas cifras nos pueden dar la dimensión de lo que describimos. Por citar sólo algunos ejemplos, cada día la ciudad de Nueva York genera más de 16,000 toneladas de basura, Tokio 12,500; Miami 10,000; el D.F. 8,000; Londres 6,800; El Cairo 5,000. De este volumen 37% está compuesto por envolturas de papel y cartón, y 24% corresponde a envases de plástico y vidrio. Una gran parte del resto son relojes, plumas, lámparas, teléfonos, ropa, zapatos, juguetes, adornos, bisutería barata y cámatas fotográficas, por citar algunos productos.

El fenómeno ya rebasa lo anecdótico y se está convirtiendo en un verdadero problema ambiental.

¿Hasta dónde llegaremos? Se dice que no podemos dejar de comprar entre otras razones, porque creemos que es la única manera de existir y alcanzar la felicidad. Los vendedores de productos han sido lo bastante hábiles para echar mano de ese discurso que se ha vuelto legítimo por su inmensa penetración y aceptación. Esto ha llevado a que en realidad no sea sólo el producto en sí lo que se vende, sino más bien la idea de plenitud. Es decir, cuando aparece un anuncio de cerveza en realidad lo que se explota es la idea [de] que al comprarla, estarás rodeado de mujeres disfrutando de la fiesta en la playa. No compramos una televisión nueva, sino a la familia feliz que en el anuncio la contempla. No adquirimos un simple jabón para trapear, sino la ilusión de ser perfectas amas de casa.

Tal vez si usamos esa marca de ropa interior, adquiriremos el sex appeal de la modelo, o quizá ese nuevo modelo de palm nos dará la imagen ejecutiva que tanto anhelamos. Sólo así concebimos el mundo. No somos capaces de tolerar la falta en nosotros mismos así que nos empeñamos en llenarla con la ficticia idea de que comprar objetos nos conferirá las cualidades de quien lo está anunciando.

Esta obsesiva necesidad de 'completarse' mediante objetos no es propia de un solo sector poblacional. La compra compulsiva no se cierra sólo a las sociedades pudientes que se han estructurado de forma que se evite sentirse en falta mediante la compra de algo. Esto se ha trasladado a los otros ámbitos donde todos quieren ser más teniendo más.

La búsqueda de la felicidad en la que el vacío ya no se sienta, nos ha lanzado a una cruzada sin final donde nunca nos llenaremos ni seremos felices. Entre más compramos, menos satisfechos nos sentimos porque debido a las estrategias de las ventas, siempre vendrá algo que supere a lo que ya tenemos. Y es que mientras estemos condenados a comprar las sonrisas que nos venden los anunciantes, nunca podremos acceder a dibujarnos una propia.

Comprar nos da felicidad ¿o no? Al menos eso es lo que sugiere la cantidad de anuncios, comerciales y espectaculares con que nos topamos día con día.

Cuando Thorstein Veblen acuñó el término 'consumo conspicuo', le dio al clavo al definir de manera sencilla pero contundente, la forma de comprar característica de la sociedad industrial. En su Teoría de la clase ociosa (1934), Veblen explicó ese concepto como un tipo de consumo que se realiza para alardear y satisfacer el deseo de sentirnos superiores. Pero esto no debía de verse como una pretensión vulgar y frívola, sino como una elaborada estrategia que esconde la intención de alcanzar y proteger el poder y la riqueza. Adquirir artículos suntuarios y acumular mercancía era, desde épocas muy remotas, parte del proceso de formación de las clases dirigentes, del acceso a esferas más elevadas y de permanencia en las mismas.

Con la producción en serie, el abatimiento de los costos de las mercancías y la necesidad de hacer circular el capital para reactivar la economía mundial, la base económica de los poderosos se centró en la economía del otro.

Con la naciente economía de mercado se empezó a estimular que las clases más bajas trataran de emular el estilo de vida de las altas esferas. Ellos mismos fueron los que acabaron con las leyes que prohibían hacer cierto tipo de compras y se dedicaron a incitar a los demás a que trataran de imitarlos. Sencillamente porque ahora el poder adquisitivo de los que estaban en la cima aumentaría en proprción al volumen de lo que compraran los de abajo.

Maricruz Pineda Sánchez y Mariano Salinas
(v.pág.51 de la revista conozca más de agosto de 2005).


Los ángeles ebrios

Caídos al infierno terrenal no desde el paraíso, sino desde la altura de sus cabezas en lo que se vacía una botella de tequila, los ángeles ebrios concurren al fin de semana en las calles de la ciudad para el ritual de fiesta interminable.

Ebrios, en efecto, de una ansiedad de consumir la vida en unos cuantos instantes, en lo inmediato y lo efímero de una parranda larga hasta que se consume la noche y avanza la mañana.

No sólo hay alcohol en su gozo extremo, hay una actitud inconsecuente hacia la noción de control, la ley y las imposiciones autoritarias, pero dócil hasta la mansedumbre ante el estímulo de la manipulación de una cultura del consumo que llega, en sus extremos, a reducir la noción de libertad a la capacidad de elegir una bebida o una droga.

Ricos y pobres, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, niños y adolescentes, los ángeles caídos desde la cima de su libre albedrío celebran ruidosamente su elección de la esclavitud del alcohol y las drogas como quien elige la forma de su muerte: la horca, la silla eléctrica o el accidente automovilístico en la alta madrugada.

Son verdugos y víctimas, dignos de compasión y de odio, criaturas de luz y sombra como cualquier otra. Amos y esclavos de las noches acechantes que les exigen salir, consumir, arriesgar el pellejo y navegar la odisea de un sueño etílico, dar todo a cambio de nada, ser libres entregando su libertad sin objeciones a quienes les muestran el gran teatro del mundo que, a fin de cuentas, no es más que un patético teatro de marionetas.

Así son las noches extendidas hasta el amanecer de los ángeles ebrios, tan alegres, tan ingenuos, vulnerables al extremo a la diversión que linda entre lo sensato y lo prohibido. A un paso de la oscuridad, constantemente se sumergen en el abismo de la inconsciencia para no despertar jamás o revivir a la realidad irreversible de la tragedia en que se involucraron.

¿Atarlos? ¿Persuadirlos? ¿Qué se puede hacer con ellos? Si viven, respiran y comen los estímulos del consumo indiscriminado de estimulantes, si el alcohol corre libremente en en cada forma mediática de comunicación, en todo evento deportivo, sin restricciones ni reservas, si se vende a quien lo pida y en la cantidad que quiera. ¿Cómo frenar el torrente de estimulación que cae sobre los ángeles ebrios y que los empuja a tomar las calles una y otra vez?

Los muertos y heridos de esas noches se cuentan por decenas. Las vidas mutiladas y aniquiladas por la invalidez no inhiben a nadie, todo sigue su marcha en una sociedad para la que el consumo es imperativo, la diversión es prioritaria y la responsabilidad es inexistente.

Los ángeles ebrios tienen padres, esposas, hijos e hijas, amigos y amigas, tíos y abuelos, novias y proyectos de vida que no bastan para sacarlos del encantamiento de las noches de farra. No hay Dios que los persuada, ni ética que sostenga el último escrúpulo antes de avanzar hacia la oscuridad iluminada solamente por el brillo de la codicia del consumo.

La ley, es cierto, puede encerrarlos, enjuiciarlos, sentenciarlos y fundirlos en la cárcel. Pero la legislación es apenas una reacción a las consecuencias de un problema del que no vemos el fondo: ¿por qué la ansiedad de consumir?, ¿cuándo surgió esta cultura del alcohol y las drogas?, ¿qué vacío llena en el alma de miles y miles de personas que se abrazan a ella sin pensarlo y con suma desesperación?

La formación del espíritu en un niño y un hombre es lenta y fatigosa, en el camino se pierde lo avanzado al menor descuido y de la manera menos esperada. No hay garantías de éxito, la recompensa al involucramiento profundo de los padres con el crecimiento de los hijos tal vez resulte, al final del camino, injusta. Pero no hay otra manera de convencer a los ángeles ebrios de regresar a un sendero más apacible, a despoblar las madrugadas de su presencia peligrosa y mortal con el don de la destrucción que portan.

En la familia, en la sociedad, en la relación personal y atenta con quienes más se quiere, está quizá la clave para recuperar a los ángeles caídos. No son demonios, su maldad es impuesta desde afuera, pues adentro no cultivaron la bondad necesaria para darse cuenta de lo que hacen, hasta que ya es demasiado tarde.

Si se destruyen, se llevan con ellos a la sociedad entera. Son de los nuestros, no los dejemos ir, no despejemos su camino a la degradación. Su derrota es nuestro fracaso. Su recuperación, nuestro deber.

Rogelio Ríos Herrán
(v.pág.8A del periódico Mural del 3 de noviembre de 2005).


El fenómeno del consumismo

En un contexto globalizado en el que la necesidad de consumir se ha convertido en una práctica indispensable para vivir, los expertos advierten que este fenómeno en México y el mundo va mucho más allá de la sola obtención de necesidades básicas.

Reconocen que si bien el consumo moderno permite al mexicano tener acceso a productos de salud, educación, vivienda, descanso o entretenimiento también, cumple una función psicológica sobre todo en la búsqueda de niveles superiores de "status" o pertenencia.

"Cierta asociación que se hace con factores emocionales como puede ser la depresión, alegría, la tristeza o la manipulación como en el caso del niño que manipula los enojos de los padres o una separación con compras masivas de juguetes", comentó Manuel Alfonso González, psicoanalista de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Si bien en nuestro país esta tendencia es imparable, no estamos lejos de la tendencia mundial. Un estudio global realizado por Worldwatch, señala que, mientras casi 3,000 millones de personas en el mundo sobreviven con menos de 2 dólares diarios, cerca de la mitad, es decir, 1,700 millones, 25% de la población mundial, manifiestan abiertamente su tendencia a vivir una vida en la que han adoptado un estilo de vida "de consumo salvaje", un modo de vivir en el que renunciar a sus hábitos de consumo sería "impensable".

"Ya no basado en cubrir una necesidad específica sino en adquirir una cierto estatus o alcanzar incluso una posición o pertenencia a un grupo y en ese sentido la gente orienta su consumo hacia el grupo al que quiere pertenecer", agregó Rosa María Carrillo, psicóloga social de la Universidad Iberoamericana.

Esta situación ha cambiado radicalmente las formas de socialización.

Si bien persisten instituciones como la familia, las iglesias o la escuela, en muchos de los casos trasladado a los centros de consumo, lo que provoca que ahora sean los "centros comerciales", "las plazas", "las tiendas departamentales", los puermercados, o los "outlet´s", los que se han convertido en verdaderos lugares de socialización donde los individuos para ayudarlos a sentirse bien. Uno de los factores que favorecen esta inercia consumista es en definitiva la propaganda publicitaria.

"Por ejemplo, cuando queremos consumir cuestiones primarias como la alimentación, generalmente si vamos a una tienda tenemos que atravesar primero el consumo secundario, es decir, la ropa, los discos, etcétera. Para poder llegar a lo que realmente necesitamos, eso es un primer moldeamiento", explicó González.

Otro factor que favorece esta tendencia consumista es la creciente expansión mundial del crédito.

"Las cifras son altas, cada vez hay mucho mas facilidades para comprar a plazos, hay mucho más facilidades para tener una tarjeta de crédito no sólo de banco, sino de tiendas y eso ha generado que mucho del consumo y el crecimiento del consumo en productos masivos se haya mantenido pero eso puede ser una arma de dos filos", concluyó Oscar Velásquez, director comercial de AC Nielsen.

En este objetivo, la presencia de ofertas sin intereses, compras a plazos o las rebajas de temporada se han convertido en verdaderas estrategias para perpetuar el consumo.

En este contexto de consumo feroz, diversos estudiosos estiman que si bien el consumo es necesario para la vida moderna también es urgente que se desarrollen estrategias para mitigar sus efectos nocivos.

Recomiendan por ejemplo, que se dediquen más esfuerzos al cuidado del medio ambiente, crear leyes que obliguen a reciclar y a producir bienes más duraderos y a desarrollar estrategias que fomenten un consumo mucho más racional.

(V.XEIPN CANAL ONCE del 23 de diciembre de 2005).


Las clases medias han sido los baluartes de las economías. Son quienes más trabajo aportan y proporcionan la productividad al núcleo económico, quienes conservan y enriquecen la cultura, al igual que los principios y valores. Son educados, responsables, honestos, emprendedores, adaptables y se esfuerzan por mantener unidas a las familias.

El presidente Fox expresó hace unos días que gracias a sus políticas económicas, el país ha visto nacer a "una nueva clase media" que consume grandes cantidades de productos. Debemos mencionarle al señor Fox que los franceses tienen un nombre muy apropiado para estas "nuevas clases medias": nouveaux riches, nuevos ricos. Estas miles de personas no se han ungido de las cualidades de una verdadera clase media, lo único que han logrado es hacerse de mucho dinero, que gastan espléndidamente y se compone de: ladrones, narcotraficantes, contrabandistas, tianguistas, líderes sindicales y algunos gobernadores, presidentes municipales, regidores, diputados, nuevos empresarios corruptos, jueces, etc., que no tienen nada que los clasifique como auténticas clases medias.

Juan Lions Posada
(v.pág.4 "Correo" del periódico Público del 23 de diciembre de 2005).


La poderosa mercadotecnia vuelve a recrear una presión social por respetar y seguir los patrones de consumo exagerado que imponen modas y frustraciones a las partes más humanas de la sociedad: niños y ancianos. Los que están enmedio simplemente tienen que cumplir las reglas del momento, es decir, gastar, comprar, consumir, relucir, presumir y prometer, los niños y los ancianos, en otra perspectiva, se encargan de creer una vez más que sí se puede, pues el Niño Dios, Santa Claus y los Reyes Magos todo pueden.

Los niños piensan a la Navidad en forma diferente a los adultos, los niños creen y afirman lo que creen, muy a pesar de sus frustraciones y limitaciones impuestas por los miserables salarios, ellos piensan que la Navidad es momento de recibir, de pedir, de comer el platillo extraño, muchas veces repugnantes, pero tradicional, como tradicional es para muchos niños la asociación del alcohol con la Navidad y sus también tradicionales consecuencias. Pero eso no importa, lo fundamental para los niños es el regalo esperado o inesperado, la frustración no les dura mucho tiempo.

Los ancianos piensan a la Navidad en forma diferente a los adultos, los ancianos creen lo que siempre han creído, muy a pesar de su realidad, vuelven a pedir unidad, amor, generosidad, paz y armonía; aunque la tradición sea ofrecerles indiferencia, rencor y olvido. Pero eso no importa, lo fundamental es creer en las promesas, en el "ahora sí", y muchos les hacen creer que todo será diferente; aunque también coinciden con los niños, es momento de embriagarse por el gusto de recibir al Niños Dios o Santa, pues también debemos aprovechar que es momento de comprender y soportar todo.

Los adultos pensamos en forma diferente a la Navidad, todo según los ingresos recibidos, incluyendo por supuesto el cómico aguinaldo. Quienes reciben un ingreso mayor tienen mejores perspectivas y disfrutan más el momento, aunque también es relativo, pues muchas veces la necesidad de una compañía no la alcanzan a comprar y lo más lamentable es que pocos o nadie los recuerda, es decir, no reciben recuerdos, felicitaciones, presencia. Otros adultos que reciben menores ingresos y cuyo aguinaldo es pulverizado por las deudas del año que termina y por los impuestos de bienvenida, quizá tengan la ventaja, no valorada, de recibir recuerdos, felicitaciones sin brindis, pero con afecto, sin dinero, pero con amigos.

Rafael Gómez Farías, consultor en capacitación corporativa
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 24 de diciembre de 2005).


La locura del consumo me molesta. Hablando del opio de las masas, éste ya no es la religión, son los objetos. ¿Por qué los gobiernos no evitan que la gente siga fabricando baratijas?

Emma Thompson, actriz inglesa
(v.pág.12 de la edición internacional de la revista Time del 23 de enero de 2006).


El hecho de que cada festejo que se hace obliga a los invitados a mandar preciosos pero despilfarradores ramos de flores, inútiles adornos de casa, o a llegar a las reuniones con cosas que casi nadie necesita, aunque muchos las esperen.

Esto no debe tomarse como mal agradecimiento ni descortesía para quienes con todo cariño se toman la molestia, gastan el tiempo y, por supuesto, su dinero, para hacernos un regalo y demostrar así su amistad y afecto, pero si somos sinceros, a muy pocas personas le sirve tener un portarretratos más, otro florero, o romper la dieta permanente por una caja de chocolates envinados envuelta en papel dorado.

No obstante las buenas intenciones, la verdad es que la mayoría de las veces los regalos que recibimos por mero compromiso social no sabemos ya ni dónde ponerlos.

Creo que valdría la pena revisar la costumbre de regalar objetos inútiles a la gente que no necesita nada. El afecto y las cortesías sociales se podrían demostrar de otras maneras mucho más positivas y benéficas que con un jarrón o un cenicero.

Cada vez que hagamos una fiesta o reunión para celebrar cumpleaños, aniversarios, etcétera, si no nos interesa recibir regalos, pidamos a nuestros invitados que en lugar de llegar pateando puertas por traer las manos ocupadas con algún jarrón, botella, loción, portarretrato o adorno que no necesitamos, mejor lleguen con un papelito que diga que hicieron un donativo en nuestro nombre a una institución de beneficencia. La satisfacción y agradecimiento será mayor, y el poco o mucho dinero que hubieren pensado gastar en quedar bien con sus amigos tendrá mejor uso que dárselo a una tienda de regalos.

Por esta inconsciente costumbre de regalar por regalar (o de comprar por comprar) es que vivimos atiborrados de cosas inservibles que jamás utilizaremos, y todos los cajones, todos los closets y todas las puertitas de todas las casas están llenas de cosas que nadie usa.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.10 del periódico Mural del 20 de abril de 2006).


Nuestra época está vinculada al consumo, de un modo similar al que la Edad Media estaba marcada por la religiosidad. El shopping es una forma moderna de peregrinación que mueve multitudes, dice el arquitecto holandés Rem Koolhas.

Somos una sociedad de consumidores voraces. Para alimentarnos, vestirnos y procesar nuestros desechos requerimos una proporción creciente de nuestro planeta. El Instituto Worldwatch calcula que una persona utiliza a lo largo de su vida 1.9 hectáreas biológicamente productivas para cubrir sus necesidades. Un poco más de dos canchas de futbol profesionales. El promedio oculta los contrastes. Un estadunidense utiliza 9.7 hectáreas y un habitante de Mozambique 0.47 hectáreas.

Entre Estados Unidos, Canadá, Japón y Europa Occidental consumen dos tercios de la producción mundial.

Nadie consume más que los estadunidenses. Son sólo 5% de la población mundial, pero disponen de 26% del petróleo y 27% del gas natural.

El planeta, por desgracia, no podría tener a 4,000 millones de personas consumiendo como si fueran estadunidenses. Dejar de ser una sociedad de glotones no es un lujo, sino una necesidad y condición de supervivencia para el futuro.

Luis Miguel González
(v.pág.36 del periódico Público del 19 de mayo de 2006).


La invasión de ese sueño americano cuyo contenido se basa en casa, coche, lancha quizá, televisor a color y muchos artículos de consumo, todo a 30 años para que todos tengan, mientras aquí, nos hemos conformado con la pesadilla mexicana, que en 30 ó 60 años, a muy pocos ha dado -eso sí, hasta la saciedad- y muchos, solamente conocen el satisfactor a través de los comerciales de la TV. Y entonces, la imitación barata viene acá, porque lo que no pasa como innovación, es internado con la complacencia de algún funcionario de medio pelo con la billetera repleta. Chatarra, que intercambiamos, sin tocarnos el corazón, por nuestras costumbres y raíces.

Alfonso Villalva Peniche
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 24 de mayo de 2006).


Ultimamente me encuentro muy molesto por el hcho de que los restaurantes sirvan más de lo que cualquier persona sana querría comer, y los alimentos son empacados en envases cada vez mayores por lo que si se desea comprar sólo un litro de bebida hay que comprar un galón de la misma que ni siquiera cabrá en el refrigerador. Estoy muy consciente, casi por primera vez en mi vida, del consumismo, de ser timado por el consumismo.

En mi vejez, con la disminución de mis apetitos, me doy cuenta de que cada vez me disgusto más fácilmente por el hecho de que estemos viviendo en esta sociedad dedicada a hacernos gastar más de lo que tenemos, o más de lo que deberíamos, por cosas que en realidad no necesitamos ni queremos, y que además no está matando lentamente, así como colmando todos los rellenos de basura y haciendo que las aves canten cada vez menos.

Es claro que va a haber una crisis global por la cantidad de petróleo en el mundo. Sólo existe una cantidad y más gente la quiere. No es de extrañarse que el Tercer Mundo se sienta agraviado por nosotros. Estamos gastándonos las limitadas reservas de recursos casi tan rápido como podemos. Nuestra solución es desperdiciar todo y después batear y ver que podemos hacer a continuación.

John Updike, escritor estadounidense
(v.pág.66 de la edición internacional de la revista Time del 12 de junio de 2006).


En promedio, un ciudadano de Estados Unidos consume 27 barriles de petróleo anualmente, Un japonés o un sudcoreano 17 barriles. El consumo anual per cápita en China y la India es de 1.7 y 0.8 barriles, respectivamente.

Marc Faber
(v.pág.45 de la edición internacional de la revista Time del 26 de junio de 2006).


Ya tenemos una epidemia de enfermedades relacionadas con la mercadotecnia, que van de la obesidad a la diabetes tipo 2 y al juego patológico.

Thomas K.Grose
(v.pág.45 de la edición internacional de la revista Time del 18 de septiembre de 2006).


El consumo conspicuo

En el mundo hay 8.3 millones de millonarios y en América Latina el número es cercano a 350,000, según Merrill Lynch. La definición de millonarios de esta firma incluye aquellas personas que tienen activos financieros de un millón de dólares o más.

Este grupo está detrás del desarrollo de un mercado de bienes suntuarios que parece que emana de otro planeta muy diferente a aquel en el que hay 2,800 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día.

Hay una revista inglesa que sólo admite suscriptores que tengan más de 9 millones de dólares en su cuenta. En Moscú hay una tienda que se llama Vladenie y ofrece cosas que valen un millón de dólares o más. En la costa de Jalisco hay una empresa que renta casas a 15,000 dólares la noche. Ordenar una botella de champaña en una discoteca de Acapulco puede costar 25,000 pesos.

Todos son ejemplos de consumo conspicuo. La compra no tiene que ver con satisfacer necesidades reales sino con desplegar la riqueza y el poder. Es un mercado que no deja de crecer porque el número de millonarios aumenta a una tasa que es cuatro o cinco veces mayor que el crecimiento de la población. Kroll, la firma líder en el mundo en servicios de seguridad privada para millonarios, asegura que su negocio ha crecido 67% en los últimos dos años. No deja de llamar la atención que las tres regiones del mundo en las que el total de millonarios crece más aprisa son Africa, Oriente Medio y América Latina.

Estamos en un nuevo mundo donde los ricos han perdido el pudor y han sustituido el aprecio de la discreción por el aplauso del derroche. Las revistas de sociales mexicanas dan cuenta de bodas que costaron millones de dólares y el mercado de bienes y servicios para millonarios goza de una salud que parece milagrosa.

La multiplicación de gente extremadamente rica no es mala en si misma. Podría ser síntoma de salud económica si no fuera el reflejo de la insensibilidad de aquellos que están en la punta de la pirámide. El despliegue de carros, joyas y ropas caras no es el regreso de la sociedad porfiriana, sino el viaje a un siglo 21 donde las élites parecen ignorar en que país viven. Han olvidado o no saben que el lujo extremo es ofensivo.

Luis Miguel González
(v.pág.37 del periódico Público del 13 de octubre de 2006).


En México hemos descuidado la educación en el ahorro, nos hemos empeñado en trasmitir que el dinero es para gastarse.

En las escuelas y universidades se propone el estudio para ganar dinero, no para saber qué hacer con él.

Tampoco para cuidarlo e invertirlo correctamente. A lo sumo se enseña que acumular dinero, prestigio y poder es la máxima aspiración de un buen estudiante. Nunca se deja entrever, que de lo que se trata es de ser mejor persona y eso sólo se consigue, sabiendo entregarse a los demás.

Guillermo Dellamary, filósofo y psicólogo
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de noviembre de 2006).


Marketing en bebés.

(Publicado en el periódico Público del 19 de noviembre de 2006).


Vacas en un concurso.

(Publicado en la revista "Ocio" del periódico Público del 2 de febrero de 2007).


El consumo es la marca de nuestra era, así como el Medievo estuvo marcado por la religiosidad. Los centros comerciales son una versión moderna del sitio religioso y el shopping es una forma de peregrinación, según el arquitecto holandés Rem Koolhas.

Somos una sociedad voraz. El Instituto Worldwatch calcula que una persona utiliza en su vida 1.9 hectáreas biológicamente productivas para satisfacer necesidades como comer, beber y vestirse, entre otras. Un estadunidense utiliza 9.7 hectáreas (cinco canchas de futbol) y un mozanbiquense, 0.47 hectáreas (media cancha).

La voracidad estadunidense es de antología. Son sólo 5% de la población mundial, pero disponen de 25% del gas, 26% del petróleo y 27% del gas natural. La mala noticia es que no se han moderado con el tiempo. Sus casas son 38% más grandes de lo que eran en 1970. Comen más y están más gordos, pero han aprendido la ruta al quirófano. Medio millón de estadunidenses se hace liposucción cada año.

Hay cambios a la vista: ahora los mayores consumidores, además de Estados Unidos son Europa y Japón. En 2050 serán China, India, Brasil, México, Rusia e Indonesia, además de Estados Unidos. Aumentará la demanda de electricidad, agua potable y drenaje. Se incrementará, también, la necesidad de comida. Esto supondrá grandes presiones para el planeta, que ya ha tenido un declive de 35% en su salud ecológica respecto a 1970, de acuerdo al índice de Worldwatch.

Es fundamental una reducción radical en los niveles de consumo, aunque sea difícil. El estilo de vida de Estados Unidos sigue siendo el gran referente. Para casi todo el mundo el ideal es un coche propio, varios electrodomésticos en el hogar y comida en abundancia en la alacena y el refrigerador.

Calculan los demógrafos que la población de México se estabilizará en torno a 125 millones de personas y la del mundo lo hará en 9,000 millones. El planeta, por desgracia, no podría sostener a 4,000 millones de personas consumiendo como si fueran estadunidenses. Dejar de ser una sociedad de glotones no es un lujo, sino una necesidad. Es condición de supervivencia para los próximos decenios.

Luis Miguel González
(v.pág.34 del periódico Público del 23 de febrero de 2007).


Esta civilización colocó en su centro, y en un alto sitial, a esos adminículos metálicos y bromosos llamados automóviles. Y luego se dedicó, cada vez con mayores dificultades y privaciones, a rendirles culto. A ofrecerles, literalmente, sacrificios.

Recientemente (Público, 12 de marzo), el director general de la Comisión Nacional de Vivienda se vio obligado a advertir que no habría apoyos para viviendas de menos de 40 metros cuadrados construidos que tengan cochera. Es patético. Ya la cifra de 40 metros construidos destinados para albergar a una familia es dramáticamente exigua. Que encima tales "viviendas" dediquen 14 metros cuadrados en promedio (35% del área edificada de la casa) para dar un espacio al auto (aunque sea obviamente área sin techar) cae en lo francamente ridículo. La disputa del espacio vital entre el coche y el habitante sucede desde hace mucho dentro de las mismas casas; pero ahora, con los reiterados recortes al área mínima de la vivienda, esta lucha se vuelve cada vez más dramática.

Juan Palomar Verea
(v.pág.9-B del periódico El Informador del 18 de abril de 2007).


En nuestra época de consumismo desenfrenado cabe recordar las palabras de San Francisco de Asís: "Yo necesito poco, y ese poco lo necesito muy poco".

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de mayo de 2007).


Las tarjetas de crédito son el opio del consumismo.

Arkadi Kuhlmann, director del banco ING Direct
(v.pág.44 de la edición internacional de la revista Time del 16 de julio de 2007).


Marcas como Buggatti, Lamborghini, Ferrari, Maserati, Alfa Romeo, Audi y Mercedes Benz ubican al País como el principal mercado para vehículos como el Maybach, el auto más caro del mundo completamente hecho a mano, o el Audi R8, el primer superdeportivo de la armadora, cuyo primer comprador fue el multimillonario Donald Trump.

De acuerdo con los directivos de las armadoras, México es el país con el mayor volumen de venta de este tipo de vehículos en Latinoamérica, muy por arriba de Brasil, Argentina o Venezuela.

Carlos Fernández, director de Audi de México, explicó que el grado de equipamiento que piden los clientes mexicanos sólo se puede comparar con lo que exigen en naciones ricas de Medio Oriente.

"El cliente mexicano es extremadamente sofisticado: a excepción de los países del Medio Oriente, Audi de México vende los autos con mayor nivel de equipamiento en el mundo".

"Del A4 para arriba vendemos el 100% de los automóviles con piel, mientras que en Europa se vende menos del 60% con piel", detalló.

El R8, el nuevo superdeportivo de Audi, sale oficialmente al mercado en septiembre del 2007, pero la compañía ya vendió en el país las 15 unidades que tenía contempladas vender en un año.

Casi la mitad de ellas se vendió en la ciudad de Monterrey.

Antonio Pena, director de Audi en Monterrey, aseguró que el grado de desarrollo de la ciudad y el alto número de empresarios permitió colocar 8 de los 20 vehículos pedidos para este año, en esta plaza.

El R8 competirá en el segmento de los superdeportivos con Porsche, Ferrari y Lamborghini, y el límite de colocación de 15 unidades al año se debe a que la fábrica no puede producir más automóviles.

Raúl González, gerente de Marketing de Mercedes Benz, aseguró que en México existe el mercado para este tipo de vehículos, ya que el consumidor mexicano es muy exigente.

"Quiere la mejor relación entre valor y el precio que está pagando por nuestros autos. Si van a pagar mas de medio millón de dólares, tiene que ser un auto 100% a su gusto", señaló.

El Maybach tiene un precio de alrededor de 500,000 dólares, y está disponible sólo en dos tamaños: 5.7 metros y 6.2 metros.

La demanda por autos superexclusivos en México es tan buena, que Scuderia Mondiale, distribuidores oficiales de Ferrari, Maserati y Alfa Romeo, instalarán 10 nuevas distribuidoras de aquí al 2008, ya que esperan comercializar hasta 500 unidades de Alfa Romeo en un año.

Conrad Gieseman, director general de Scuderia Mondiale, aseguró que de Ferrari ya vendieron todos los modelos disponibles para México en el 2007 y 2008.

"De Alfa Romeo hemos vendido 260 unidades en lo que va del año, y de Maserati vamos a vender 6 mil vehículos en todo el mundo", detalló.

Un Maserati parte de un precio de 150,000 dólares y va subiendo dependiendo del equipamiento; un Alfa Romeo va de los 30 a 70,000 dólares.

(V.pág.5 de la sección "Negocios" del periódico Mural del 30 de agosto de 2007).


La depredación acelerada de la más fácil de las energías, el petróleo, estará llegando a lo largo de las próximas dos o tres décadas a sus límites naturales y técnico-económicos, pero en México ya lo hizo.

No parece prudente asumir que resulta viable compensar indefinidamente la declinación, presente o inminente, de los últimos yacimientos supergigantes como Cantarell, y gigantes como Ku Maloob Zaap, incrementando la oferta mediante yacimientos de menor tamaño y flujo, y mayor costo.

Por otra parte, la demanda continúa creciendo, alimentada por expectativas de estilos de vida intensivos en energía, ofensivamente inalcanzables para la mayoría de los habitantes del planeta, que son difundidos gratuitamente en todos los rincones gracias a la maravilla de Internet y la televisión.

Capas enteras de población en grandes países del tercer mundo, como China y la India, que hasta hace pocos lustros habían permanecido excluidas del mercado energético, hoy reclaman su parte a medida que modernizan su economía y el estilo de vida de sus ciudadanos.

De los estudios, diagnósticos y pronósticos que realizan los diversos "stakeholders" de la industria energética, le queda a uno la impresión de que aún no tenemos una adecuada comprensión, más allá de lo estadístico-elemental, de la estructura y comportamiento de la demanda energética, ni tampoco de cómo responde ésta a las señales del mercado, a las distintas fases del desarrollo económico y a las políticas de estímulo a la eficiencia energética.

Debido a todo lo anterior y a la irregular distribución geográfica de la oferta y la demanda de energía, el petróleo ha sido tanto causal importante como factor definitorio de las grandes guerras del Siglo 20, y los conflictos geopolíticos del 21 podrían seguirse recrudeciendo.

La disponibilidad suficiente y oportuna de hidrocarburos convencionales y no convencionales, así como el impacto de su combustión en el medio ambiente y el clima de la tierra serán dos de los grandes retos de este siglo.

Todos los países deberán ser parte de un viraje de estrategia que enfatice la utilización a gran escala de fuentes alternas de energía y la modificación substancial de los patrones de consumo.

Los gobiernos tendrán que jugar un papel creciente en la conducción de esta transición.

La viabilidad económica y política de nuestro orden mundial depende del éxito que se tenga al enfrentar este reto. No habrá una segunda oportunidad.

Fernando Marty Ordóñez
(v.pág.2 de la sección "Negocios" del periódico Mural del 20 de septiembre de 2007).


La Fundación Nueva Economía dijo que si todo el mundo adoptara las tasas de consumo de Estados Unidos, necesitaríamos 5.3 planetas para mantener a toda la población. Si el consumo fuera como el de Francia, se requerirían 3.1 planetas; para España, 3.0, para Alemania 2.5 y para Japón 2.4. Pero si se consumiera como China, sólo harían falta 0.9 planetas, a pesar de que el gigante asiático construye una planta de carbón cada 5 días.

(V.pág.32 del periódico Público del 7 de octubre de 2007).


La talentosa escritora Claudia Ruiz Arreola, ha dicho que en las sociedades modernas, en el mundo de nuestros días, la más alta ventura, la felicidad mayor, está radicada en el dinero, en vastas posesiones, en la fama, en los placeres, en las relaciones humanas y en el consumo, consumo, consumo.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco)
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2007).


Diciembre es el mes más caro del año. Entre los regalos para aquellos a los que queremos y a los no queremos tanto pero hay que quedar bien, la compra de adornos, las tarjetas navideñas y los detallitos para un ejército interminable de personas, poco o nada queda del aguinaldo. De hecho, es bastante probable que acabemos endeudándonos hasta las cejas.

Hablamos mucho del "espíritu de la Navidad", pero la realidad es otra: despilfarro, excesos, falta de tiempo con la familia. "¿Espíritu navideño? ¿De qué me hablas?", me dijo un día mi amiga Clara. "Pocas épocas menos espirituales qué ésta. Piénsalo, hay tantos excesos que parecería celebramos el nacimiento de Baco, más que del hijo de Dios".

Fernanda de la Torre
(v.pág.36 del periódico Público del 2 de diciembre de 2007).


Hay que ver las tiendas y los vendedores ambulantes con sus tentaciones. Que si muñecas, que si tambores, que si velitas. Pare usted de contar, que también hay para los mayores: Suéteres, zapatos, vestidos, joyas. ¿El aguinaldo dará para todo? Y el que no reciba aguinaldo ¿qué milagros hará?

Iremos a la Misa de Gallo que bien cómoda es hoy. Nada de las 12 de la noche. A las 9 p.m. ya se puede cumplir y luego la comilona y la bebida. ¡No te pases!

Verdaderamente es la fiesta de los comercios. Si las ventas están bajas durante el año, ahora, en diciembre, se pueden reponer. Por tal razón económica, en cada mes se ha inventado una fiesta: La madre; el padre; el 16 de Septiembre; la fiesta del compadre; la del maestro; la del cumpleaños de Enrique Juan. Pero faltan motivos: El día de la tía, el día del tío, el día del sobrino, el día del recién nacido... Este ya tiene 3 fiestas: La lluvia de regalos antes de nacer, regalo de cuando ha nacido y el del bautizo.

Así que si usted pretende ser un buen administrador de sus ingresos, cuente, junto a los gastos de luz, predial, teléfono y agua, un montón de monedas para los regalos de Juan, de Pedro y de Luis.

Si algo le queda, cómprese una paleta de chocolate, son muy buenas y usted merece algo, aunque esos amigos y parientes a los que usted ha regalado, están en su propio problema, pensando en qué le regalarán a usted.

Gabriel Paz, escritora
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 5 de diciembre de 2007).


El papa Benedicto XVI indicó que los adultos estaban sólo defraudando a los niños al introducirlos a edades cada vez más tempranas a la vida de un materialismo desenfrenado.

Demasiados niños están creciendo en un mundo saturado de "falsos modelos de felicidad" y son tentados por adultos inescrupulosos a lo que llamó el "callejón sin salida del consumismo", agregó el sumo pontífice.

(V.pág.34-A del periódico El Informador del 10 de diciembre de 2007).


Durante la gran depresión económica que pegó en los Estados Unidos a partir del crack bursátil de 1929, las ventas de productos de consumo suntuario se vieron gravemente afectadas. Entre estos productos se encontraron las bebidas gaseosas, estimulantes y endulzadas, que sobre todo en los tiempos de mayor frío no eran muy codiciadas (pues los ponches calientes eran preferidos).

En un arranque de creatividad publicitaria desesperada durante aquellos deprimentes años treinta, la compañía embotelladora Coca-Cola hilvana un artilugio mercadotécnico, buscando incrementar sus ventas raquíticas del invierno: Ingenian a un hombre bonachón viejo, cano, barbudo, gordo y vestido flamantemente con un traje colorado y blanco que lleva sus insignes colores corporativos y que asume la identidad americanizada del teutón "Sinterklaas" (una versión nórdica de San Nicolás, santo patrón de los marinos y los mercaderes que simbolizaba el buen arribo de las embarcaciones con sus mercancías, y desde luego, regalos de ultramar).

Es entonces que aparece el Santa Clos que vive en el Polo Norte, fabricando todos los regalos que recibirán los niños y las niñas merecedores en aquella mañana cuando el sol llega a renacer en su trayectoria anual, cada 25 de diciembre; aunque ya nadie se fije por dónde salga ni en las estrellas que lo orientan.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis,A.C.
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 25 de diciembre de 2007).


Hay 2 tipos de personas que vacacionan en destinos exclusivos, que usan ropa cara, portan relojes finos, comen en restaurantes de lujo, e inclusive viajan en primera clase:

Los que realmente tienen una economía próspera y los que aparentan tenerla. Ambos pueden estar en el mismo lugar, pero mientras los primeros disfrutan sin ninguna preocupación económica, los segundos se la pasan malhumorados o sufriendo angustias con cada compra, al saber que a su regreso tendrán que trabajar todo el año para pagar cuentas desproporcionadas que no corresponden a su módica realidad.

Y de la misma manera, hay 2 tipos de personas que asisten a destinos y lugares más modestos: los que aceptan sin vergüenza su realidad económica y disfrutan lo poco o mucho que pudieron hacer, y los que pretenden esconderla y se la pasan quejándose de su situación.

Lugares iguales. Actitudes y disfrutes distintos. Unos adquieren lujos y diversión, mientras otros adquieren deudas insalvables. Unos acumulan momentos memorables en familia, mientras otros acumulan vergüenzas y decepciones.

Pero hay una medicina que cura la enfermedad del bluff y la de la insatisfacción. Son unas pastillas llamadas Ubicatex, que surten un efecto inmediato a la hora de ingerirse. Provocan cambios sorprendentes en las tradiciones familiares; cambios de domicilio, de modelo de automóvil, de "resorts" vacacionales y hasta de marca de ropa.

Estas pastillas tienen un efecto inverso al de las pastillas para dormir: nos llevan del mundo de los sueños al de la realidad; de los altos vuelos, a poner los pies en la tierra. Nos llevan de la desubicacion a la ubicación. De ahí su nombre, Ubicatex.

Aunque usted no lo crea, esta medicina alivia milagrosamente muchos de los males sociales de nuestro tiempo. Ingerir una pastilla diaria de Ubicatex de 500 mg. hace que buena parte del stress provocado por las angustias económicas, derivadas del gasto superfluo, desaparezcan. Hace que el humor mejore; que las relaciones familiares sean más cordiales y amenas; que se pueda disfrutar más de la vida, de los hijos y de la pareja, en cualquier lugar en el que uno se encuentre, por modesto que éste sea.

Estas pastillas provocan un valemadrismo reparador antidepresivo con el que no le importará que los caballitos y cocodrilos pegados a las camisas desaparezcan. Que le dé lo mismo si su cartera es de Luis Vuitton o de Güicho Güitrón, o que la letra Ch sea de Chanel, de Chapala o de sepa la Ch...

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.8 del periódico Mural del 27 de diciembre de 2007).


En los 1960s las agencias de publicidad transformaron para siempre a la juventud de grupo demográfico a ideal consumista.

Thomas Frank
(The Conquest of Cool).


No me gusta la Navidad, esa época en que la paz y la felicidad deben descender a los corazones como por decreto, y que en realidad se convierte en un periodo de desencuentros familiares, avaricia infantil y quiebra económica.

Paco Navarrete
(v.pág.6 del periódico Mural del 20 de marzo de 2008).


Los jóvenes muchas veces son expulsados del sistema educativo y bombardeados por otro donde el consumismo es el referente: "compras, luego existes"; y, la ley del menor esfuerzo con la máxima ganancia, resulta lo inmediato, invitación abierta a la delincuencia.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 1o.de abril de 2008).


El "consumo insaciable" está derrochando los recursos naturales del mundo, alertó el jueves el papa Benedicto XVI.

(V.contraportada del periódico Público del 18 de julio de 2008).


Cada vez que alguien menciona el nombre de Warren Buffet se refiere a él como la segunda persona más rica del orbe, pero para mí, su característica principal, y como se le debiera identificar en primerísimo lugar, es ser el filántropo número uno del mundo, pues donó a instituciones de beneficencia nada menos que el 83% de su fortuna, calculada en el año 2007 en 62,000 millones de dólares, con lo que se alejó por mucho de los primeros lugares de esa estúpida lista de los más ricos que la revista Forbes elabora anualmente y que da cuenta del placer mentecato-masoquista de contar el dinero de los demás.

En una entrevista que CNBC le hizo al señor Buffett, éste expresó su visión acerca de la utilidad del dinero y dio algunos consejos relativos a su uso y manejo que bien vale la pena recordar, sobre todo para aquellos que les gusta presumir sus bienes y participar en fútiles competencias económicas de las que todos de una u otra manera salen perdedores.

Recuerden que Slim, quien hasta el año 2007 era un perdedor frente a Buffet en esa lista, pasó al primer lugar por default, ya que Buffett se autoeliminó del súper liderato al regalar su dinero.

Lo que quiero destacar de este hombre de 77 años es su filosofía de austeridad personal, quien a pesar de su inmensa riqueza vive contento en la misma casa de 3 cuartos del centro de Omaha que compró en 1958 en 31,500 dólares. Su casa que hoy tiene un valor de 700,000 dólares, no tiene ningún muro o reja. El maneja su propio automóvil. Nunca viaja en jet privado a pesar de ser dueño de la compañía de jets privados más grande del mundo. A los directores de sus 63 compañías sólo les escribe una carta anual dándoles las metas para el siguiente año. No trae teléfono celular ni tiene una computadora en su escritorio.

Sus consejos para la gente joven son fundamentales:

"Aléjense de las tarjetas de crédito e inviertan en ustedes. Recuerden: el dinero no crea al hombre, sino que fue el hombre el que creó el dinero. La vida es tan simple como ustedes la hagan. No hagan lo que los otros digan. Escúchenlos, pero hagan lo que los hace sentir mejor. No se vayan por las marcas. Pónganse aquellas cosas en las que se sientan cómodos. No gasten su dinero en cosas innecesarias. Gasten en aquello que de verdad necesitan. Después de todo, es su vida. ¿Para qué darle la oportunidad a otros de manejársela?"

Al final el entrevistado, conocido también como el "Oráculo de Omaha" dijo y se preguntó: "Si el dinero no sirve para compartirlo con los demás, entonces ¿para qué sirve?"

No es lo mismo esplendidez que fanfarronería, como tampoco es lo mismo austeridad que mendiguez.

Compartir significa repartir, comunicar, corresponder, acompañar y ayudar a los demás con lo mucho o poco que se tenga. Tiene que ver más con la actitud y generosidad del alma que con el grosor de las carteras.

Presumir, en cambio, significa ufanarse, pavonearse, jactarse, cacarear, ostentar o alardear, muchas veces con lo que ni siquiera se tiene. Es una conducta estúpida, generalmente utilizada para ganar seguridad ante otras personas y ocultar hipócritamente vulnerabilidades.

Por algo las alcancías hacen más ruido cuando tienen pocas monedas que cuando están llenas, y por algo también los arrogantes vociferan y los humildes guardan silencio.

Muchos sistemas filosóficos occidentales no reconocen la humildad como virtud, sino que la han cuestionado hasta el punto de considerarla un vicio, en la medida en que representaría una debilidad para afirmar el propio ser.

La verdad de este dilema (humildad-arrogancia) se encuentra en nuestro interior: la humildad es la sabiduría de lo que somos; la sabiduría de aceptar sin sentirse mal nuestro nivel real evolutivo, educativo o económico, cualquiera que éste sea. Aceptar la simple y llana realidad de lo que verdaderamente somos. Sin engañarnos a nosotros mismos.

No en balde la filosofía de Oriente, que ha alcanzado un desarrollo espiritual mucho más significativo que la de Occidente, nunca dudó en asignarle a la humildad un papel relevante dentro de las virtudes del sabio.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico Mural del 24 de julio de 2008).


El secuestro es terrible,
degradante y perverso.
Pero también es lógico.

Lógico de una sociedad que insiste y enseña
que el valor del dinero está por encima de todo,
por encima del prestigio,
por encima de la vida de los demás.

Si sembramos vientos
cosechamos tempestades.

Estamos convirtiendo la sociedad
en suciedad.

Nemesio Maisterra
(v.pág.6 del periódico Mural del 7 de agosto de 2008).


Planeta Tierra, año 3008. Un grupo de arqueólogos escarba cuidadosamente. Sus sensores les dicen que han encontrado algo. Inmediatamente dos robots; con sumo cuidado limpian el área. La figura de plástico rojo brilla casi intacta después de mil años de enterrada. Los arqueólogos se miran sonrientes. "¡Una figura del dios rojo!", exclaman. "No cabe duda", confirma el jefe de la expedición. "Está representado con todos sus atributos". Un joven arqueólogo, recién salido de la Universidad y que participa por primera vez en la expedición pregunta: "¿Quién es el dios rojo?" El jefe de la expedición, paciente y condescendiente, comienza la explicación para el novato arqueólogo. "El dios rojo siempre se representa con una barba blanca, traje y sombrero rojo, cinturón y botas negras. Esta es una pieza única, ya que por ser de plástico se ha conservado casi intacta".

El joven arqueólogo mira al dios rojo como embobado. Quizá por eso el jefe se decide a contarle su historia:

"Pues mire usted, joven. Al dios rojo se le veneraba casi por toda la faz del planeta Tierra. Su fiesta era el 25 de diciembre, pero se empezaba a preparar muchos meses antes. Las ofrendas al dios rojo eran siempre regalos. Los sacerdotes de su culto eran los mercaderes, quienes se dedicaban a propagar su imagen meses antes para ganar adeptos. El objetivo del culto era consumir, pero para que no sonara burdo lo disfrazaban de festejo familiar y de amor".

"Era fácil caer en el culto del consumo sin darse cuenta. Los sacerdotes le hacían creer que para tener el espíritu de la fiesta, además de los regalos, había que comprar nuevos adornos para los hogares. En su mayoría, eran productos no ecológicos, talaban árboles y había que adornarlos con luces. Había quienes llenaban su casa de luces sin pensar en el desperdicio de electricidad".

Horrorizado por la tala de árboles el joven arqueólogo exclamo: "¡Era un dios cruel, no pensaba en el planeta!" "Así es", asintió el arqueólogo líder, antes de continuar con su relato.

"En el siglo XXI, viendo el deterioro del planeta, unos cuantos se empezaron a preocupar y a buscar energías renovables. Sin embargo, los seguidores del culto lo ignoraban y so pretexto de celebrar al dios rojo era común ver casas llenas de luces y árboles prendidos que desperdiciaban la poca energía que les quedaba. Los que podían, invocaban el espíritu del dios rojo, llenando con su imagen todo lo habido y por haber. Desde escobas hasta papel del baño, todo lo imaginable. Hemos encontrado una inimaginable cantidad de objetos con la imagen del dios rojo en diversas excavaciones".

"Era una fiesta muy costosa: había que dar regalos a los familiares, desde luego, y a una larga lista de conocidos. Si no los recibían, se ofendían. Los mercaderes o sacerdotes de culto los habían convencido de gastar era una manera de demostrar amor. Así, pensando que un regalo representaba amor, muchos se llenaban de deudas del dinero plástico, lo cual alegraba a los usureros de la época. Para cuando comenzaba el ciclo, en el segmento periódico que llamaban enero, la mayoría tenía deudas".

"En los lugares de trabajo también se festejaba al dios rojo, con intercambios de regalos y adornos. Durante el mes de diciembre se hacían varias fiestas donde se comía y bebía en exceso. La mayoría de los mercados estaban llenos de imágenes del dios rojo con sus renos (uno de ellos con nariz roja) y duendes. Se pensaba que vivía en el Polo Norte y que hacía juguetes para los niños. Pero eran los padres quienes los compraban y se los dejaban a sus niños. No se atrevían a decir que el dios rojo era un invento. Les parecía hermoso que creyeran que había un hombre que hacía juguetes para ellos".

"Disculpe, maestro, pero hay algo que no entiendo", dijo el joven arqueólogo. "¿Por qué no se han encontrado vestigios del dios rojo en excavaciones anteriores si era tan importante? ¿Por qué sólo encontramos representaciones del niño con sus padres?"

El líder de la expedición lanzó un suspiro. "Jovencito, debería usted estudiar más. El dios rojo vino a reemplazar a otro dios, al que llamaban Jesús el Salvador. Por muchos siglos, la fiesta del dios rojo no existía. El 25 de diciembre se celebraba el nacimiento de Jesús. La tradición de celebrar su nacimiento en familia perduró por muchos siglos, pero a principios del siglo XX una empresa de bebida carbonatada inventó al dios rojo".

"Los mercaderes y usureros vieron beneficios y cultivaron el culto al dios rojo. Poco a poco se olvidaron de Jesús y su mensaje de amor. El dios rojo fue ganando adeptos. Para el siglo XXI pocos se acordaban de él. Desapareció de la memoria colectiva el verdadero significado de la fiesta. Hasta los que se decían ser los más fieles seguidores de Jesús adornaban sus casas con el dios rojo, que no representaba el amor, sino el consumismo. Unos cuantos, se dieron cuenta del engaño y se resistieron a caer en el culto de consumismo. Los demás los veían como bichos raros, y los llamaban grinches".

"Es verdaderamente una historia triste, señor", dijo el muchacho, mirando con aire de enojo la redonda figura roja.

¿Por qué escribo este cuento? Porque el 7 agosto (oficialmente verano), ¡me encontré en SAM'S con adornos navideños! ¿Qué estamos celebrando? ¿A Jesús o al consumismo extremo?

Fernanda de la Torre
(v.pág.28 del periódico Público del 24 de agosto de 2008).


Vivimos para consumir (ya sea que lo logremos o perdamos la vida en el intento) el mejor carro, la mejor ropa de la mejor marca, la mejor casa, los aparatos más avanzados... y "el o la mejor" lo determina la comparación con lo que tienen otros. Y pagamos los costos: la depredación de la naturaleza, la descomposición de las relaciones humanas, la envidia como motor, la mezquindad, la corrupción...

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de octubre de 2008).


Lo verdaderamente interesante de todo esto, con todo, sería la puesta en tela de juicio de un sistema económico que se sustenta en la creación permanente de nuevas necesidades para los individuos: el consumista crónico, atrapado en un implacable círculo de anhelos y apetitos, es una figura imprescindible para el funcionamiento de la maquinaria; debe comprar, debe alimentar con su billetera la insaciable caja registradora de los mercadores, debe agenciarse una cantidad creciente de bienes y artículos para hacer girar los engranajes de la economía y buena parte de esta aventura de comprador compulsivo la debe emprender con dineros ajenos que, por si fuera poco, le son cobrados de manera implacable e inmisericorde por los agiotistas. El crédito, de pronto, deja de ser un mero instrumento financiero para devenir en diabólico montaje. Nos podríamos hacer una gran pregunta en estos momentos: ¿es viable este modelo?

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 12 de octubre de 2008).


Como dijo el pacifista estadounidense Arthut Gish, "compramos cosas que no necesitamos para impresionar a personas que no nos agradan".

Casi todos compramos cosas, las tiramos cuando ya no sirven y volvemos a comprar; nuestra producción de basura es alarmante, si no es que patológica.

William Speed Weed
(v.pág.126 de la revista Selecciones de octubre de 2008).


Compatriotas: no sean insensatos, no se pongan a gastar a lo loco con el absurdo pretexto navideño. Aférrense a esa lana que muy probablemente necesitarán el próximo año. Ya los vi saturando, hombres y mujeres, los centros comerciales, los almacenes y todos los establecimientos donde pueden comprar las mil y un cosas que no necesitan. Ahorren y cuiden su trabajo. Si traen una enorme urgencia de gastar, ahí está el Teletón que les comunicará el calor de saberse útiles para su país. En otras cosas, no gasten. Esperemos a ver cómo vienen las cosas y si les vinieran bien, lo cual dudo, siempre pueden hacer su cena navideña en julio. Jesús puede nacer y de hecho nace en cualquier fecha y en cualquier lugar. Entonces, compatriotas, no hay coartada para andar de botarates.

Germán Dehesa
(v.pág.1 de la sección "Comunidad" del periódico Mural del 20 de noviembre de 2008).


En 1971, por encargo de este Club de Roma, un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts evaluó la capacidad del planeta comparando los niveles de consumo y el crecimiento demográfico, pues sabemos que esta capacidad es limitada, y ahora que estamos cerca de los límites en varios aspectos: la curva de consumo de energía, fertilizantes, químicos, pesca y cereales, por ejemplo, tienen una curva exponencial y se trepan cartesianamente a gran velocidad. En cambio, la curva del crecimiento de la población parece ir a un ritmo más pausado.

Nada más para que tengamos una idea: el consumo de fertilizantes acumulado durante el siglo XX es de 10,000 millones de toneladas; la pesca igual y los cereales, de 500,000 millones de toneladas, y cuando colocan estas tendencias de otra manera, para el año que entra, vemos cómo las curvas del consumo de petróleo, los alimentos y los recursos naturales han llegado a su máximo y lo único que sigue aumentando, en este contraste geométrico de tendencias, es la población que grafican en 2 escenarios: una, sin colapso alguno, y en la otra sí lo hay.

La pregunta es así de sencilla: ¿Cuánto podremos aguantar con este ritmo de consumo? La respuesta a nivel mundial es aterradora, tal como se debe de ver, y todo parece que si no empezamos a hacer algo, como debimos haberlo hecho desde 1971 cuando el Club de Roma presentó estos resultados y tendencias, lo más que podemos aguantar está en los límites de los 50 años. Por eso, es aterrador el panorama.

Ya lo he confesado muchas veces: me acuso de ser optimista por naturaleza y, en este caso, supongo, lo único que deseo es que el hombre sea capaz de hacer algo a tiempo para corregir estas tendencias y que no resulte en un especie de suicido universal.

Martín Casillas de Alba
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 16 de diciembre de 2008).


La Navidad, a no dudar, es una fiesta particularmente marcada por los excesos, desde el ornato de temporada, los intercambios de regalos entre amigos y parientes, los juguetes para los niños y la cena familiar para la que se cocinan platillos especiales, por considerársele como un evento especial que bien vale la pena.

Patricia del Castillo
(v.pág.7-B del periódico El Informador del 22 de diciembre de 2008).


Uno de los efectos de una crisis es volver a pensar si las bases sobre las cuales hemos vivido y trabajado son las correctas, o si hay que cambiar hábitos y costumbres para adaptarnos a las nuevas circunstancias.

Jeffrey D.Sachs, maestro de la Universidad de Columbia en Nueva York, sugiere que los norteamericanos -y el mundo, en general- van a tener que replantear su estilo de vida y vivir de una manera más apacible y acorde con la Naturaleza.

Por eso van a tener que decidir si se compran un coche nuevo -GM o Chrysler que consume mucha gasolina- y si van a seguir viviendo en los suburbios, lejos del trabajo, o mejor se acercan y evitan los fatigosos y caros trayectos.

Van a tener que decidir dónde invertir su dinero y, para eso, esperan conocer las señales y la dirección del nuevo gobierno de Obama que, seguramente, tendrá que aumentar los impuestos y, al mismo tiempo, reducir el gasto de guerra, pues el déficit presupuestario ha llegado a tener una dimensión estrambótica y poco sustentable: para 2009 será de un billón de dólares y si a esto le agregan el peso de la recesión, los rescates bancarios y los estímulos fiscales a corto plazo, es posible que rebasen esta proyección.

Este panorama desolador ha sido producto de una mala administración y de la vanidad de la corte busheana. Ahora deberán revertir sus valores, buscar un presupuesto balanceado, pagar más impuestos y ponerle fin a los gastos de guerra.

Por eso nos imaginamos que habrá un cambio tal que se podrá lograr una vida más sustentable y racional.

Martín Casillas de Alba
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 23 de diciembre de 2008).


Periódico Público del 26 de diciembre de 2008.

El encabezado del suplemento Seguridad y Justicia de ayer en el diario Noroeste, no me incomoda ni me irrita; simplemente, me preocupa. El titular reza: "Tener mucho no es malo".

Cita el cotidiano un concepto de Laura Elena Zúñiga Huízar, ahora seguramente ex Miss Sinaloa y arraigada número xyz en un proceso judicial incómodo, cuando fue entrevistada en la cima de su gloria, cuando fue Miss Hispanoamérica allá en Bolivia.

¿Cuál es el susto? No les hemos imbuido a nuestros hijos otra cosa que la convicción de que los bienes materiales y su posesión son sinónimos de la felicidad. Dice Laura Elena, "las cosas vienen solas. Hay que ganar las cosas bien ganadas, sin tener que hacerle daño a ninguna persona". El bien adquirido sin perjuicio directo es bien habido. Así les hemos enseñado a nuestros hijos y así me aterra que mi hija dentro de 10 años escale los puestos del poder y el dinero apoyada únicamente en sus nalgas y la lujuria que puedan despertar.

Si eso es así, no solamente a mi proyecto vital se lo cargó la chingada mientras yo trataba de inocularle a la niña los valores esenciales de la vida; no se trata solamente que el sistema educativo de nuestro país es una mierda si no sabe dar raigambre a la autoestima esencial. Se trata, simple y sencillamente que como proyecto social -esto es de convivencia entre seres humanos a base de ciertos valores entendidos y compartidos- valemos madre.

Si me niego a creerlo es por el amor que Renata me inspira; porque lo que tengo a mi alrededor poca esperanza me despierta.

Félix Cortés Camarillo
(v.pág.16 del periódico Público del 26 de diciembre de 2008).


La Navidad, esta sagrada festividad cristiana se ha convertido en el momento socioeconómico por excelencia de la cultura del consumo, que el actual cenagal financiero representa mucho más que un sistema que se funde. En realidad se trata de una crisis de la fe, un reto mayúsculo a lo que el filósofo y teórico social David Loy define como "la religión del mercado", según el profesor Stephen Bede Scharper de los centros para estudios del medio ambiente y religión de la Universidad de Toronto (The Star). Para David Loy, de la Universidad Xavier de Cincinnati, nuestro sistema económico asumió una "función religiosa", con la economía -que define más como una teología de la religión del consumo que una ciencia- convirtiendo el mercado en el dios al cual se le debe obediencia en su perniciosa "salvación secular" de una producción y un consumo en constante aumento. El mercado ha devenido la primera religión verdaderamente universal, con su "cosmología comercial", como la define Thomas Berry, sacerdote católico e historiador de las culturas, quien con sus 92 años se rebela contra la "naturaleza patológica" de una civilización cuyo progreso se mide en proporción directa a la destrucción de los ecosistemas del planeta. Similar reflexión de Fidel Castro en su artículo sobre "La injustificable destrucción del medio ambiente", donde se pregunta si la sociedad capitalista podrá evitar esta destrucción.

En su mensaje de Navidad y refiriéndose a la crisis económica global, el papa Benedicto XVI exhortó a un "espíritu de auténtica solidaridad" porque "si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina". Reflexiones de este tipo son de una u otra manera sentidas en el fuero interior por millones de personas para quienes esta crisis económica y social fue de alguna manera una revelación, como dice Scharper, de que la felicidad no surge necesariamente de un consumismo desbocado, de que la avaricia es un vicio aun en los negocios, no una virtud, y que el amor por el prójimo no es un pensamiento caritativo reservado para la Navidad, sino la plataforma indispensable para una coexistencia pacífica.

Hace décadas que no se veía tanta gente en Canadá, Europa y Estados Unidos, cuestionándose como ahora sobre el destino del planeta. Parece que de verdad hay hoy una "crisis de la fe" en la religión secular del mercado fundada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Tengamos fe en la crisis.

Rocco Marotta
(v.pág.30 del periódico Público del 26 de diciembre de 2008).


El dinero ha ocupado el lugar de las virtudes y convicciones. El culpable intelectual es una sociedad en la que hacer dinero rápido y como sea, es la prioridad y el principio más alto. Y por los principios se muere. Y se mata.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2008).


Cualquier demostración exagerada de riquezas y ostentación no sólo se verá de mal gusto, sino que será una forma certera de volverse la siguiente víctima de la delincuencia. No podemos obviar el hecho de que sí existe una correlación entre la crisis económica y la inseguridad. Para la clase política este concepto de austeridad también aplica. Derroches detestables en las campañas se castigarán en las urnas. De hecho yo diría que cualquier demostración exagerada de derroche de dinero en este año de vacas flacas, inmediatamente se cuestionará si proviene de fondos del crimen organizado o es una provocación para darle una cachetada al resto de la población.

Ana María Salazar
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 3 de enero de 2009).


De acuerdo con cifras empresariales, los consumidores mexicanos fueron cautos para realizar las compras de fin de año. Ahora la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) da a conocer un sondeo, en el que siete de cada 10 personas hallaron irresistibles las rebajas y utilizaron una tarjeta de crédito para adquirir mercancías atractivas para endeudarse. En estas compras resultó cautivador que, además de los buenos precios, las compras se pudieran hacer con un número determinado de meses sin intereses.

Este mecanismo comercial, dice la Profeco, provoca que muchos se vean atraídos por realizar compras que parecen accesibles. Hasta aquí todo parece amable. La cuestión está, expresa la procuraduría, en que muchas de las compras son innecesarias o prescindibles.

Surge entonces la pregunta de hasta dónde los mexicanos somos buenos consumidores, con criterio y planeación financiera suficientes para asumir que las adquisiciones a crédito que se están haciendo ahora son convenientes en el largo plazo.

El año pasado, antes de que comenzaran las señales de que el mundo entraba en una etapa crítica de la economía, las autoridades resolvieron que muchas personas no tienen una formación financiera que les permitiera acceder a los mercados sin arriesgar su armonía económica personal. Por esta razón, junto con el civismo que regresó como materia obligatoria a las escuelas, también se incorporó en los programas educativos la necesidad de que los jóvenes tengan más conocimiento en la correcta administración de su dinero y su capacidad de endeudamiento.

El reto como país es potenciar la forma eficiente en la que los mexicanos ahorran y gastan. De lo que se trata es de madurar socialmente para que impere un consumo más responsable, utilizando los mecanismos que ofrecen los mercados para adquirir bienes y servicios que hagan más confortable la vida, pero sin hipotecar el futuro.

La crisis que actualmente se enfrenta tiene ese beneficio: aprender a administrar mejor los recursos, que se aproveche lo que el comercio ofrece para elegir lo que realmente conviene, sin sacrificar la calidad de vida. El propósito no es que no se gaste, sino saber hacerlo con inteligencia.

Editorial
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 17 de enero de 2009).


Hay suficientes recursos en el mundo para las necesidades de todos, pero no hay suficientes para la ambición de una minoría significativa.

Millard Fuller, fundador de Habitat for Humanity y del Fuller Center for Housing
(v.pág.12 de la edición internacional de la revista Time del 16 de febrero de 2009).


La base de todo este conflicto es un problema ideológico que tiene que ver con una de las peores fantasías que el siglo XX nos regaló de diferentes maneras: lo aspiracional.

Si eras pobre, tenías que ser rico. Si vivías en una casa rentada, tenías que vivir en una casa propia. Si eras fea, tenías que ser bonita. Si estabas soltero, tenías que estar casado.

Si andabas a pie, tenías que tener un carro. Si ya tenías un carro, pues entonces tenías que tener 2. Si tenías 3 tarjetas de crédito, tenías que tener 6. Si tenías licenciatura, tenías que tener maestría.

El caso era que todo el tiempo te tenías que sentir insatisfecho con lo que eras y que, a fuerza, tenías que buscar la satisfacción para todos esos "problemas" en el consumo.

Y cuando hablamos de consumo nos referimos lo mismo a yates, joyas y posgrados que a drogas, cirugías plásticas y cursos para alcanzar la excelencia, el optimismo y la paz.

Alvaro Cueva
(v.pág.15 del periódico Público del 8 de marzo de 2009).


Cada vez que un niño hace berrinche para que le compren dulces, un mercadólogo sonríe. Quieren que los hijos "fastidien", por eso ponen a su alcance los prodcutos más brillantes, con jueguito "de regalo", para que los pidan a gritos.

Tamara de Anda
(v.pág.52 de la revista Selecciones de abril de 2009).


Son verdaderamente lamentables las paradojas hirientes que se observan en nuestra tensa realidad social. La brecha entre la opulencia y la miseria es cada vez mayor. Quien con azoro no ha constatado la multitud de jóvenes pudientes idiotamente ociosos, cuya vida inútil y disipada, ostentosa y prepotente, la estregan sin recato ante quienes carecen aún de lo indispensable. No hay diversiones o viajes de placer que les sean ajenos; ostentosas residencias, automóviles de lujo, y todo lo que es propio de ese mundo de frivolidad y holganza. Esta inmoral ostentación que ofende y escuece, ha dejado sedimentos de odio, que acaso en poco tiempo se traduzcan en peligrosos estallidos vindicatorios.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 13 de junio de 2009).


La Asociación Nacional de tiendas de Autoservicios y Departamentales y la Asociación Mexicana de la Industria del Juguete promoverán el 3 de julio como Día del Niño en todo el país. Con esta medida, la AMIJU pretende recuperar 50 millones de dólares en inventarios que no se vendieron en la semana del 30 de abril, derivado de la suspensión de actividades por el brote de influenza A H1N1.

(V.pág.8-A del periódico El Informador del 16 de junio de 2009).


Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada 3 meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!

¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas de loza.

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera 3 veces.

¡Nos están fastidiando! ¡Yo los descubrí! ¡Lo hacen adrede! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!

¡Lo juro! ¡Y tengo menos de... años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII).

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo).

Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con 4 cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡Cómo guardábamos! ¡Tooooodo lo guardábamos! ¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

¡Las cosas que usábamos!: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡Los diarios! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡ni a Walt Disney!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡Ah! ¡No lo voy a hacer! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano
(recibido por e-mail el 16 de junio de 2009).


La sociedad de hiperconsumo ha ido demasiado lejos. Tenemos una sociedad en la que a veces hay la impresión de vivir para las marcas y para comprar productos sin parar. El consumo no es un vicio, pero llega un momento en que es demasiado. Debemos transmitir a los jóvenes la idea de que la vida se trata de producir, de producir justicia, de inventar, de crear en la cultura, en la ciencia, ése es el sentido de la vida no sólo comprar mercancías a la moda y consumir programas producidos en Hollywood. ¡Ese no es un ideal de vida! Debemos producir un nuevo modelo que pueda dar el sentido de responsabilidad a los jóvenes para pensar que el consumo es un medio, no un fin. Es necesario trabajar mucho para recrear un sentimiento de pasión en los jóvenes, para mostrar que la pasión no es sólo salir de vacaciones, comprar marcas conocidas. Esa es la gran misión que debe tener la escuela, volver a dar la pasión de crear, de inventar, de hacer cosas que te apasionen en la vida. No hay que satanizar al consumo, pero tampoco sacralizarlo.

Gilles Lipovetsky, profesor agregado de filosofía en la Universidad de Grenoble y Miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad. Autor de "La era del vacío" y "El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas"
(v.pág.14-A del periódico El Informador del 31 de agosto de 2009).


Nuestra cultura consumista nos impulsa todo el tiempo a darnos gustos y derrochar, así que tal vez no sea una coincidencia que los países con altos índices de obesidad también tengan tasas altas de endeudamiento. Desde los años 70 hasta el 2000, el índice de obesidad en Estados Unidos aumentó más de 110%, mientras que la tasa de ahorro personal disminuyó 83%. Actualmente, junto con países como Finlandia y España, Estados Unidos tiene uno de los índices más altos de obesidad y más bajos de ahorro en el mundo.

En Latinoamérica las cosas no son mejores. En México, por ejemplo, la prevalencia de sobrepeso y obesidad entre los hombres de 18 a 49 años es de 52.1%, y entre las mujeres del mismo rango de edad, de 66.2%, según una encuesta oficial realizada en 2002 en la capital del país. Por otro lado, el índice de morosidad en tarjetas de crédito alcanzó 12.45% en junio pasado.

Louisa Deasey
(v.pág.82 de la revista Selecciones de septiembre de 2009).


A la rapidez con la que avanza la avaricia del hombre, no llegaremos cien años más allá.

Alberto Peláez
(v.pág.27 del periódico Público del 18 de octubre de 2009).


"Empieza el tiempo del mundo finito", dice Boff. No vamos al encuentro del calentamiento global, estamos ya dentro. Además, "el calentamiento es antropogénico: tiene la huella humana". El teólogo cree que ya no se debe hablar de "desarrollo sostenible", sino de "retirada sostenible". Pero su visión no es catastrofista. "Hay 2 actitudes: se puede ver este escenario como una crisis o como tragedia; la crisis purifica, la tragedia culmina en un gran desastre". El, claro, se sitúa en la primera y asegura que "estamos en la puerta de una nueva etapa planetaria".

En la confluencia actual de 3 crisis: I.- La crisis debido a la falta de sustentabilidad del planeta Tierra; II.- La crisis social mundial, y III. -La crisis del calentamiento creciente.

A nivel social, casi la mitad de la Humanidad vive hoy por debajo del nivel de miseria. Las cifras son aterradoras. El 20% más rico consume 82.49% de toda la riqueza de la Tierra, y el 20% más pobre se tiene que contentar con un minúsculo 1.6%. En cuanto al calentamiento de la Tierra, en los próximos años habrá entre 150 y 200 millones de refugiados climáticos. Las previsiones más dramáticas hablan de un aumento para 2035 de 4°C. Y se especula para finales de siglo un aumento de 7°C. Ningún tipo de vida hoy conocido podrá sobrevivir. La Humanidad está hoy consumiendo 30% más de la capacidad de reposición.

Es decir 30% más de lo que la Tierra misma puede reponer.

En 1961 precisábamos de la mitad de la Tierra para dar respuesta a las demandas humanas. En 1981 se daba un empate, es decir ya necesitábamos a la Tierra entera. En 2008, superamos 30%. La Tierra está dando señales inequívocas de que ya no aguanta más. Si se mantiene el crecimiento del Producto Interno Bruto mundial entre 2-3% por año, como está previsto, en 2050 necesitaríamos 2 planetas Tierra para dar respuesta al consumo, lo que es imposible porque contamos con sólo una.

No podemos producir como lo venimos haciendo hasta ahora. El actual modelo de producción, el capitalista, parte del falso presupuesto que la Tierra es como un gran baúl del cual se pueden sacar recursos indefinidamente para obtener beneficios con la mínima inversión posible en el tiempo más corto. Hoy queda claro que la Tierra es un planeta pequeño, viejo y limitado que no soporta una explotación ilimitada. Tenemos que dirigirnos hacia otras formas de producción y asumir hábitos de consumo distintos. Producir para responder a las necesidades humanas en armonía con la Tierra, respetando sus límites, con un sentido de igualdad y de solidaridad con las generaciones futuras. Eso es el nuevo paradigma de civilización.

Carlos Corvera Gibsone
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2009).


Hace años leí un libro devastador: se trataba de la "Teoría de la clase ociosa", de Thorstein Veblen.

Pienso en varios de mis amigos -tapatíos o chilangos-, que parecían habían sido objeto de estudio por el genio de Veblen, pues por la lectura de esta teoría me refería una y otra vez a ellos -como si los conociera a fondo, aunque lo publicó en 1899-, como también pienso que lo leyeron los editores de ¡Hola!, que es la bandera que ondea por el mundo hispanohablante, con los ejemplares más prestigiados de esta clase llamada "ociosa".

Se trata, dice Veblen, de simular que se trabaja, y si uno tiene que hacerlo, hay que pasar la estafeta lo más pronto posible a un segundo de a bordo, fiel y confiable, para que puedan aparentar vivir en el ocio y, entre otras cosas, se puedan dedicar a consumir toda clase de productos superfluos que contribuyan, de una manera efectiva, a mantener esa buena fama antes de echarse a dormir.

Por ahí anda la teoría de Veblen, que es tan original que un siglo después sigue siendo válida y los estudiantes la siguen analizando. Entre otras cosas, explica que las esposas de esos hombres que pertenecen a la clase ociosa deben evitar todo empleo útil, porque "la abstención del trabajo no es sólo un acto honorífico o meritorio, sino un requisito impuesto por el decoro".

Nos quedamos con la boca abierta cuando analiza la ostentación y el lujo que, "por encima de un cierto nivel de riqueza, se puede considerar como algo intrínseco del éxito", y no tanto como lo consideran los economistas, sino para ser utilizada como "un estandarte que anuncia el triunfo que proclama, según las normas aceptadas por la comunidad, y que demuestren que su poseedor, efectivamente, es un hombre de éxito".

Un subproducto es el mimetismo que se adquiere, en donde la opinión de los demás es la que nos permite confirmar nuestro propio bienestar, por eso, el "keep up with the Jones" mantiene el consumo al día, así como las deudas, pues, ¿cómo es posible que nuestros vecinos -los Jones- se hayan comprado una TV-HD de plasma o el coche último modelo y nosotros sigamos con el anterior?

Martín Casillas de Alba
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 29 de diciembre de 2009).


La violencia no es un tema que debe resolverse en el ámbito educativo, "si seguimos apostando por una sociedad de consumo exacerbado, por una sociedad materialista que no sabe resolver sus problemas de manera pacífica, la escuela por más que se lo proponga no va a poder resolverlo", aseguró Vernor Muñoz Villalobos, relator especial sobre derecho a la educación de la Organización de Naciones Unidas.

(V.pág.5-A del periódico El Informador del 10 de febrero de 2010).


El consumismo no sólo tiene efectos negativos para el medio ambiente, sino también para los que se suponen que son sus beneficiarios, las personas que viven inmersas en él, especialmente los estadounidenses, que trabajan entre 200 y 300 horas más al año que un europeo medio.

Los europeos occidentales, por el contrario, viven más que los estadounidenses y tienen, por término medio, poco más de la mitad de probabilidades de padecer dolencias crónicas, como enfermedades de corazón, hipertensión y diabetes de tipo 2 pasados los 50 años.

(V.pág.13-A del periódico El Informador del 16 de marzo de 2010).


Decía Gabriel Zaid, el pensador mexicano mas importante (y prudente) de los últimos años, que el problema de este país es que hemos transitado de un modelo en que cada casa era una unidad de producción a un modelo donde cada casa es una unidad de consumo. Antes, cada casa era un taller, hoy cada cada casa es una unidad familiar que con suerte, recibe 5 salarios mínimos y la totalidad del ingreso se dedica al consumo de bienes.

Diego Petersen Farah
(v.pág.1-B del periódico El Informador del 26 de marzo de 2010).


Las investigaciones muestran que en muchas personas ocurre un proceso de "adaptación hedonista": se acostumbran a los bonos cuantiosos, a las casas enormes y a los autos de lujo, y cuanto más tienen, más posesiones materiales necesitan para alcanzar el mismo grado de satisfacción.

Sonya Lyubomirsky, profesora de psicología de la Universidad de California y autora del libro La ciencia de la felicidad
(v.pág.58 de la revista Selecciones de abril de 2010).


El gobierno panista, como la gran mayoría de los gobiernos democráticos del mundo, está atrapado por la ley de hierro de la economía liberal: la maquinaria del sistema produce ricos de colección, pero para ello necesita de millones de pobres y de desempleados.

Estamos viviendo la "edad de oro" de la hegemonía de esta maquinaria universal que se aceita y funciona con eficacia depredadora en todas las latitudes. Tiene además los efectos colaterales del consumismo y la pérdida de los valores.

Jorge Medina Viedas
(v.pág.15 del periódico Público del 15 de agosto de 2010).


En la zona metropolitana de Guadalajara entre el 30 y el 40% de jóvenes no estudia ni trabaja, porcentaje similar al que tiene Ciudad Juárez, una de las ciudades más violentas no sólo de México sino del mundo.

Esta circunstancia ha provocado que sean los más reclutados por el crimen organizado, ya que la creciente tendencia al consumismo los empuja a conseguir dinero producto de ilícitos.

Jaime Barrera Rodríguez
(v.pág.3 del periódico Público del 3 de septiembre de 2010).


La cantidad de jóvenes que hoy consideran como muy importante ser ricos, se ha duplicado en los últimos 40 años, con un obvio decrecimiento en la cantidad de jóvenes que alguna vez consideraron más trascendente el lograr una vida significativa.

El materialismo ha alcanzado ya niveles preocupantes, al grado que el bienestar futuro de nuestros hijos, no depende ya de herencias monetarias, sino de la filosofía de vida que les inculquemos en el hogar y en las escuelas, para pasar las riquezas materiales a un lugar completamente secundario, pues de continuar con el insaciable apetito por el crecimiento económico, el consumo excesivo y la destrucción del medio ambiente, lo que dejaremos a nuestros descendientes es un mundo de escasez, inseguridad y conflicto.

El hecho de que países latinoamericanos con los índices de pobreza más altos figuren entre los países con más personas "felices" del planeta es prueba suficiente de que es mucho más probable lograr bienestar centrando los intereses y preocupaciones en otro tipo de valores, como la familia y los amigos, que en el dinero.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico Mural del 9 de septiembre de 2010).


Cuando acabamos de estrenar este 2011 nada ha cambiado. Seguimos destruyendo los ríos, los bosques, los mares, lo que nos rodea, nuestro entorno. Esquilmamos fauna marina abocada a su desaparición. En menos de cincuenta años podremos casi contar los peces que hay. Contaminamos como nunca y nos dan igual los tratados de Kyoto, de Cancún o los venideros. Pensamos en nosotros y en nuestros intereses particulares. Pensamos en el consumismo, en la manera de vivir mejor por vivir mejor, desterrando la ayuda a los demás, a nuestros congéneres.

Alberto Peláez
(v.pág.23 del periódico Público del 2 de enero de 2011).


Desde hace varios decenios nuestro país equivocó el camino y comenzó a fomentar un modelo de vida que ha resultado bastante caro en todos los aspectos, justamente porque pese a la mercadotecnia no era un modelo de vida sino un modelo para pasar la vida, y por cierto, lo más pronto que fuera posible. La construcción de una individualidad absoluta, obsesionada con una permanente autocomplacencia, que prefiere vivir aisladamente antes que renunciar a su estilo de existencia en lo más mínimo, ha fracturado de tal forma la comunidad humana que donde hubo continentes sociales integrados, ahora lucen archipiélagos dispersos chocando entre sí a causa del rumbo caótico que siguen.

Sin duda que la escalada de violencia que vivimos en todos los órdenes no es, en buena medida, sino un síntoma de la frustración que dicho modelo produce en quienes ciegamente lo han creído, sobre todo pensando que se pueden alcanzar los placeres de la existencia con sólo oprimir un botón, luego resulta que hay que oprimir un gatillo, y al final la opresión de una vida vacía volverá el disparo contra sí mismo.

Tampoco podemos añorar simplemente la restitución del modelo anterior; sin duda que del presente y del pasado se pueden rescatar innumerables aspectos y también descartar otros muchos, para lograr un verdadero nuevo modelo de vida, pero ese trabajo parece que nadie lo está haciendo, ni siquiera las instituciones que por su naturaleza y función deberían hacerlo.

Armando González Escoto
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 24 de abril de 2011).


Tenemos una sociedad enferma de un extraño consumismo americano, pero sin dinero.

Octavio César M.G.
(v.pág.2 de la revista Día Siete del 29 de mayo de 2011).


La palabra yuppie -también yup, yuppoid o yupster; de young urban professional- surgió a mediados de los años 80 del pasado siglo. Designaba al joven y ambicioso profesionista cuyo único propósito en la vida era ganar mucho dinero, ascender en la escala social y mantenerse en buena forma a través del ejercicio físico. Yo conocí muchos yuppies. Eran bastante rastacueros -por no decir mamones, sinónimo culterano- en su servil imitación de ese modelo norteamericano, y ahora son señores aburridos que ni hicieron mucho dinero ni ascendieron demasiado en la escala social, por lo demás tan descendente. Un jactancioso yuppie de nombre Wanko Jerkoff iba en su convertible Omega Juliet de último modelo. Al estacionarse abrió la puerta, y un raudo vehículo que pasaba la arrancó y la hizo trizas. Llegó un oficial de tránsito, y Wanko le dijo con gemebundo acento: "¡Mire, agente, lo que ese salvaje le hizo a la puerta de mi convertible!". Replica el oficial: "Ustedes los yuppies son odiosos. Lo único que les preocupa son los bienes materiales. Por estar lamentando lo de su automóvil ni siquiera se ha percatado usted de que el raudo vehículo le arrancó también el brazo". El yuppie, lleno de angustia, vuelve la vista al sitio donde su brazo había estado, y exclama desolado: "¡Dios mío! ¡Mi Rolex!".

Armando Fuentes Aguirre "Catón"
(v.periódico El Siglo de Durango en línea del 23 de junio de 2011).


Estamos viviendo encima de una bomba de tiempo. Y, por lo que parece, no nos damos cuenta. La consagración universal del modelo de sociedad consumista (que ninguno de los políticos en funciones se atreve ya siquiera a cuestionar salvo aquellos que, abonados al populismo rudimentario, aprovechan su cacareado repudio al "mercado" para suprimir, de paso, las libertades de los individuos y acrecentar su poder personal) no sólo crea generaciones enteras de personas desclasadas, por así decirlo (o sea, despojadas de su condición original de clase -y de los valores morales y espirituales que solían pertenecerles- y trasformadas en meras compradoras de mercaderías) sino, sobre todo, individuos crónicamente insatisfechos.

Esa pérdida de la identidad es el resultado de la universalización indiscriminada de los anhelos. Recibimos, todos los días, un incesante bombardeo de publicidades que nos incitan a adquirir objetos. Dichos artículos son permanente deseables (en tanto que no los tenemos, esto es, porque a partir del momento en que salimos de la tienda comienzan a perder el lustre y, además, otorgan una satisfacción que decrece con el tiempo y que nunca es plena) pero no siempre son adquiribles. Representan, sin embargo, una especie de recompensa ofrecida a todos por igual: a los ricos -que pueden comprarlos sin mayores problemas-, a unas clases medias contagiadas de instintos "aspiracionales" (este barbarismo, típico del habla de los yuppies, se refiere a una suerte de ambición por poseer cosas que, de origen, no te tocan) y a unos pobres que no pueden tampoco mirar hacia el otro lado porque las tentaciones están en todas partes y, especialmente, en la pantalla de esa televisión que miran por las noches. El ahorro y la austeridad fueron tal vez valores inculcados por las anteriores generaciones pero la ética de nuestros días es el consumo y el disfrute inmediato de las cosas. "La vida es corta", o algo así, dice por ahí una publicidad, sin mayores reparos por la advertencia lanzada sobre nuestra fatal mortalidad. Muy pocos, sin embargo, logran agenciarse las gratificaciones que nos prometen: la mayoría de los artículos son muy caros -el coche, la casa, el traje de marca, el reloj, el iPhone, etc.- y para poder adquirirlos te hace falta tener un trabajo (esto, en los tiempos del desempleo), que te paguen bien (esto, en los tiempos de los salarios de miseria) y que seas "sujeto de crédito" (esto, en los tiempos del aplastante endeudamiento de los consumidores y de las altísimas tasas de interés de las tarjetas).

Curiosamente, el consumo, en estas circunstancias tan adversas, es el motor de la economía. El sistema está diseñado, fundamentalmente, para que compremos incesantemente objetos y servicios. Y este mismo modelo, al mismo tiempo, no garantiza empleo pleno ni mucho menos movilidad social. Las "historias de éxito" son verdaderamente excepcionales y resultan, por lo general, de nacer con la mesa puesta. Pero, hay algo más: el paraíso del consumo solo está a tu alcance si trabajas como burro, es decir, si vives, prácticamente, para trabajar. En un entorno de feroz competencia y recortes masivos de puestos laborales, al trabajador le toca desempeñar un número cada vez mayor de tareas: "productividad", le llaman a esta agobiante imposición. Y no hay quien se salve: ni los futbolistas de la Liga española ni los empleados de las multinacionales en Bombay o en Bruselas.

El "sistema" fábrica así, de manera imperceptible, un mundo de valores trastocados o, mejor dicho, una realidad donde importa mucho más el tener que el ser. Lo más asombroso, a la vez, es que vivimos en unas sociedades caracterizadas por un bienestar material que nunca antes había tenido lugar en la historia de la humanidad. Las revueltas de las ciudades inglesas han sido, en este sentido, muy reveladoras: no son, ni mucho menos, movimientos sociales ni buscan cambios políticos. Han abundado, eso sí, robos y saqueos en los que no solamente participaron individuos marginados sino jóvenes de clases acomodadas. Hay conductas meramente oportunistas, desde luego: al abrigo de la multitud enardecida, cometes actos que no harías en circunstancias normales. Pero estamos también hablando, creo yo, de la manifestación de un mal mayor: el abandono colectivo de unos valores morales que a la sociedad del consumo hedonista no le preocupan.

Y estamos comenzando a pagar la factura.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 21 de agosto de 2011).


Nos hemos vuelto lo que se ha llamado [por Kart Polanyi] "proletariado de consumo", que no es una nueva clase social, sino una sociedad de almas empobrecidas.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 1o.de octubre de 2011).


El "viaje" de los productos de un lugar a otro, en nombre de la globalización que tiene como objetivo abatir las fronteras; tenemos como ejemplo el de un pollo congelado en los Estados Unidos que viaja, en promedio, 3,000 millas antes de ser consumido. En Alemania, los estudios muestran que un envase de yogurt de fresa producido en este país ha acumulado 5,000 kilómetros de transporte: la leche viene del norte de Alemania, la fresa proviene de Austria, el envase es francés y la etiqueta viene de Polonia. Noruega envía bacalao a China. Los guisantes que se consumen en Europa se cultivan y empaquetan en Kenia. El kiwi, una fruta nativa de Nueva Zelanda, encuentra mercado en Estados Unidos, que a su vez lo compra de Italia. Esta fruta, comercializada por la empresa Saniffruta, una exportadora italiana, viaja por mar en contenedores refrigerados: 18 días hasta Estados Unidos, 28 días a Sudáfrica y más de un mes para llegar de vuelta a Nueva Zelanda.

Consideremos lo siguiente: para abastecer las refrigeradoras del mundo moderno, se hiere a la atmósfera en una escala exorbitante. El costo exagerado de transporte de automóviles, camiones, barcos y aviones de "este intercambio productivo" para llevar diversos productos a las refrigeradoras más distantes no "da cuenta" de que es altamente emisor de contaminantes. Por ejemplo, solamente en Estados Unidos circulan 80 vehículos por cada 100 habitantes (aproximadamente 250 millones); en Alemania son 55 por cada 100 habitantes y tasas similares se encuentran en otros países desarrollados, con un total de casi mil millones de vehículos a motor, hoy alimentados por petróleo.

Esto es simple: la "orgía del desperdicio y de costo" en términos de contaminación, especialmente de dióxidos de carbono. Este aparente "costo invisible" se "esconde" en las sombras de los menores costos productivos y los bajos salarios, sin importar el lugar donde vaya. Lo que importa aquí son las ganancias monetarias, en detrimento de la propia sustentabilidad ambiental. ¡Es el planeta Tierra que se vende!

Es la necesidad de crecimiento económico versus la capacidad de la Tierra para ofrecer condiciones soportables para responder a esto. Es en medio de este conflicto que nos encontramos, y la gente sigue necesitando cada día más. Descontando las muertes, cada día tenemos 200,000 nuevas almas llegando al mundo. Al año, son más de 70 millones de nuevos habitantes en el planeta Tierra que, cabe destacar, no va a aumentar de tamaño. En 1990 había 1,500 millones de personas en todo el mundo. Hoy en día compartimos el mismo espacio en la Tierra, con 6,700 millones de personas. ¿Y el consumo? Ah, eso no se detiene.

Entonces, en nombre del crecimiento económico -y como si no hubiera límites-, el mundo moderno cierra los ojos a una cuestión fundamental: no tener en cuenta que la biosfera es finita, limitada y herméticamente cerrada.

Carlos Corvera Gibsone
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 9 de octubre de 2011).


La repartición de los bienes en este mundo es muy dispareja, ya que unos tienen mucho y otros tienen poco; unos cuidan más sus ingresos, y otros los despilfarran o desperdician; unos saben administrar y otros no.

Dentro de la dinámica mercantilista que vivimos en nuestra sociedad, la publicidad ha cobrado dimensiones exorbitantes, pero sobre todo se propagan ideas que favorecen la ambición, que despiertan la codicia y que amargan la existencia.

También se opina: si tienes menos dinero que tu vecino, eres inferior; si ganas menos que tus compañeros, es porque eres un tonto.

Todas estas sugerencias van despertando en el ánimo apetitos desmedidos de tener lo que otros tienen, y hay personas que si no están en condiciones de adquirirlo legalmente, lo arrebatan a otros con violencia o recurren a la comisión de delitos que les pueden arruinar la vida.

Eso no es bueno, ya no se diga en la línea de pecado o desobediencia a Dios: no es ni siquiera humanamente digno de aprobación, y lo constatamos a diario en lo que sucede en nuestras calles, casas, negocios o a personas indefensas.

Los jóvenes con capacidad económica limitada que se sienten atraídos por los lujos de quienes más poseen, están en peligro de ver el delito como única salida a sus deseos de "sentirse grandes".

Es bueno cuidar, conservar, compartir; pero sobre todo es muy oportuno tener cuidado con las palabras; que los niños nunca escuchen en sus hogares comentarios que fomenten la envidia por el bien ajeno.

María Belén Sánchez fsp
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 9 de octubre de 2011).


La Tierra ya hubiera colapsado si todas las personas del planeta consumieran recursos al ritmo que lo hacen los países con ingresos más altos. Esto aún no ha sucedido de forma irreversible y grave, porque el aparente equilibrio ambiental se sustenta en un injusto desequilibrio social: una minoría económicamente más avanzada consume los recursos de la mayoría.

Lo curiosos y triste a la vez, es que 15% de la población, situada en naciones de altos ingresos, consumen 85% de lo que produce este planeta; o sea que si todos consumiéramos a ese ritmo se necesitaría otro planeta Tierra para poder mantener el ritmo de vida occidental. Es decir que sólo 15% de la humanidad desequilibra la balanza que la gran mayoría del planeta vive sostenible y respetuosamente con el medio ambiente.

El Banco Mundial, con esa misma retórica que llevamos décadas escuchando, intenta "humanizar" el despojo de tierras por especuladores, argumentando que esto traerá beneficios de trabajo a las comunidades. Lo cierto es que cada hectárea destinada a estas corporaciones es una hectárea menos para lo producción local.

Carlos Corvera Gibsone
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de noviembre de 2011).


No pasaron 2 días desde el lanzamiento de su publicitado anuncio, sin que yo empezara a elucubrar la de bagatelas con que me complacería durante el llamado "buen fin", para engordar mis haberes domésticos y personales, a costa de adelgazar mis economías que, de por sí, no podrían considerarse obesas. Pero, a la mexicanísima usanza de "ai está el plástico que no se raja", resolví darme una vueltecita por algunos establecimientos, con la certeza de que encontraría más de algunos bártulos con los cuales ejercer mi irresponsabilidad a meses sin intereses.

Pero si aquello prometía ser una versión totonaca del Black Friday gringo, ya me veía yo pepenando triques que en algún momento encontrarían utilidad, conseguida bajo el influjo del escandaloso ofertón.

Mi primera y pretendidamente exitosa compra la realicé en la farmacia de un supermercado que prometía un descuentazo de 20% que, habida cuenta lo que cuesta curarse un catarro o requerir vitaminas adicionales para sobrellevar el trajín, me pareció razonable. Hasta la hora de pagar, cuando me dispuse a cubrir el monto con su respectiva disminución, me enteré que debía erogar el precio completo y que la devolución inmediata de lo ahorrado se colocaría en una tarjeta que sólo podría canjear en la misma tienda. Así que ahí, mi "buen fin" no pudo traducirse más que en sendos kilos de calabazas y chayotes, más un manojo de cilantro.

Horas más tarde, incité a mi marido a que ocurriéramos a una tienda especializada en materiales para construcción, reparación y decoración del hogar. Según lo anunciado por la radio (que seguramente consiguió su "buen fin" con la copiosa publicidad con que cuajó las ondas hertzianas), en dicho establecimiento encontraríamos descuentos inmejorables en todos sus departamentos, motivo que nos alentó a adquirir por adelantado algunos metros de loseta para piso que pronto requeriremos y, de pasada, la ansiada cafetera tecnológicamente más evolucionada que la rupestre percoladora que por hoy usamos. Efectivamente, encontramos que al piso le aplicaron un sustancial descuento, pero sólo al que se encontraba en una sección como botadero de descontinuados. De mi cafetera, ni intentarlo, porque su fabricante, al igual que casi el 80% del total de marcas en venta, no le entró al cacareado evento, ni siquiera por exhortación presidencial.

Ignoro cuántos se habrán beneficiado con la alharaca comercial y cuántos más se hayan sentido favorecidos con los raquíticos descuentos ofrecidos, pero, al menos para mí y para cuantos tuve noticias en mi entorno, el "buen fin" no pasó de buena intención, sólo redituable para algunas tiendas y los bancos que, a partir de ese fin de semana, jubilosamente engrosaron su cartera de deudores.

Paty Blue
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 27 de noviembre de 2011).


El capitalismo salvaje necesita que el consumo crezca, para que esto suceda se necesita que la gente tenga cada vez más necesidades y cambiar lo que ya tiene por algo nuevo o mejorado, no importa que todavía sirva y sea bueno, se promueve el cambio por el cambio mismo, por eso hoy abundan los productos light y desechables, duran poco, mientras los usas y cambias, toda clase de aparatos electrónicos, electrodomésticos, computacionales, gatgets de última generación que en 2 o 3 años quedaran obsoletos para cambiarlos por algo más nuevo.

Mario Benítez Morán
(v.pág.21 "Los correos del público" del periódico Milenio Jalisco del 2 de diciembre de 2011).


La industria mundial está cada vez más desconectada de las necesidades profundas del ser humano, sólo le interesa vender más, obtener más ganancia, conservar su nicho de mercado y crecer más, no les interesa si sus empleados ganan bien, sufren carencias o enfermedades debido a su trabajo, son sólo un número más en una ecuación de ganancia, mucho menos les interesa la conservación del medio ambiente, sólo cumplen la norma para que no les castiguen, hacen donaciones sólo como publicidad o pagar menos impuestos.

No es extraño lo que sucede, las grandes corporaciones transnacionales van apropiándose de casi toda industria o empresa que surge en cada país del mundo, en otras palabras el pez más grande se come al chico, los dueños de estas megacorporaciones son los miles de inversionistas que poseen acciones deseosos de ganancias rápidas, están totalmente desconectados de lo que sucede en las corporaciones que invierten, sólo les interesa ver que la acción subió. Los dueños de empresas son multitudes de inversionistas anónimos, desvinculados totalmente de una masa de millones de trabajadores anónimos que trabajan para ellos, ¿por qué habrían de importarles? por eso el mundo está como está, anónimos que trabajan para anónimos, nadie sabe nada, a nadie le interesa nada, mas que sus ganancias o su sueldo, vamos directos al precipicio, sin freno y en caída libre, unos indignados, otros en recesión, pero nadie hace nada por tomar el timón y darle un nuevo rumbo.

Julio del Valle Guillén
(v.pág.18 "Los correos del público" del periódico Milenio Jalisco del 20 de enero de 2012).


Multipremiado Comprar, tirar, comprar, un documental coproducido en 2011 por España y Francia y realizado por Cosima Dannoritzer, una cineasta alemana. Comprar, tirar, comprar trata de la obsolescencia programada, es decir, de cómo nuestra vertiginosa sociedad de mercachifles produce voluntariamente objetos frágiles e incluso los diseña para que se rompan, de manera que haya que reemplazarlos y la rueda del consumo siga girando cada vez más deprisa. En fin, todos sospechábamos que, por lo general, los fabricantes no se esforzaban en hacer productos demasiado perdurables, precisamente para poder seguir vendiendo. Pero la película de Cosima va mucho más allá y te deja boquiabierta ante la malevolencia y el cinismo desplegados. Todo rigurosamente documentado.

Y así nos enteramos, por ejemplo, de que, a principios de los años 20, las lámparas incandescentes, las vulgares bombillas, tenían una vida de 2,500 horas. Pero en 1924 se creó el cartel internacional y clandestino Phoebus, compuesto por Osram, Philips y la española Lámparas Z, con el fin de limitar la vida de las bombillas a mil horas. Como se lo tomaron tan en serio que multaban a quienes sacaban productos más longevos, para 1932 ya habían conseguido que todas las lámparas murieran a las mil horas. Algo parecido sucedió cuando Dupont creó el nilón en 1940. Para mi pasmo, ahora me he enterado de que las medias de nilón eran en su origen enormemente resistentes, que no se hacían carreras y no se rompían nunca. Por eso Dupont ordenó a sus ingenieros que consiguieran un nilón peor, más débil y defectuoso. Hacer mal un producto, en fin, exige también al parecer una gran cantidad de ingenio tecnológico. Al fin triunfaron en toda regla, como con las bombillas. Hoy las malditas medias se siguen rompiendo con una facilidad escandalosa. O lo que es lo mismo: sin duda esta batalla la ganaron los malos.

Y hay más, mucho más. Como, por ejemplo, baterías de los iPod que se construían para durar sólo 18 meses (una querella les obligó a cambiar). Y algo que me ha dejado alucinada: al parecer las impresoras, o al menos algunas impresoras, vienen con un chip que va contando las páginas que imprime, y al llegar a, pongamos, 50,000, simplemente detiene el funcionamiento de la máquina, como si se hubiera roto para siempre. Pero en el documental vemos cómo un chico de Barcelona consigue poner el contador del chip a cero y la impresora sigue trabajando perfectamente.

Pero cuando el documental adquiere una grandeza sobrecogedora es al demostrar cómo todo esto, además de ser un robo para los consumidores y de expoliar los recursos del planeta, termina generando una vasta marea sucia, contaminante, letal, que degrada la vida de los pueblos más pobres de la Tierra y sepulta sus esperanzas de futuro. Toda esa chatarra, toda esa basura tecnológica loca e innecesariamente multiplicada por la obsolescencia programada, acaba, por ejemplo, en Ghana, creando una realidad apocalíptica que el documental recoge sobriamente. Viendo esas imágenes imperdonables del abuso he recordado con un escalofrío todos los residuos tecnológicos que he ido dejando atrás a lo largo de mi ya larga vida. Empezando por los primeros contestadores telefónicos (al menos un par), por los faxes (quizá 3), las impresoras (5 o 6), las agendas electrónicas (¿media docena?), los móviles (¡cielos! Por lo menos 20...), los ordenadores (15 o más incluyendo los portátiles), los discos duros exteriores (3), los iPod (3), los iPad (por ahora uno, pero seguro que la cuenta aumentará)... Y aún hay que añadir televisores (7 u 8), videos (2 o 3), lectores de DVD (uno) y varias generaciones de electrodomésticos diversos (lavadoras, lavavajillas, neveras, microondas, secadoras, planchas, batidoras, tostadoras...). ¡Horror! Y se me había olvidado citar los antiguos tocadiscos (3 o 4), grabadoras (6 o 7), equipos de música para CD (3)... Por no mencionar las cámaras de fotos (3 o 4), los despertadores electrónicos (un puñado), las pequeñas radios de antaño (2 o 3), los cepillos de dientes eléctricos, las maquinitas depiladoras... Seguro que me dejo varios artefactos sin citar. Todos tenemos una larga biografía de basura tecnológica a las espaldas, un inmenso historial de residuos contaminantes. Me pregunto cuántos de mis venenosos restos habrán llegado a lugares como Ghana. Alguna de esas asquerosas y ponzoñosas carcasas de ordenador que se ven en el documental, ¿será acaso mía? Me lo pregunto con horror y con vergüenza y con un propósito de enmienda que ni siquiera sé si seré capaz de conservar.

Rosa Montero
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 18 de marzo de 2012).


En la mundialización de la vida (globalización) hay que buscar las razones de la violencia colectiva imperante que, en efecto, crece de manera dramática. Pienso que ello tiene que ver, en buena parte, con la universalización de las comunicaciones, que hacen saber, cada día, cada hora, a los pobres del mundo, lo que no tienen, todo aquello de que están privados y que otros disfrutan. Ello crea impaciencia, desasosiego, frustración, desesperación. Los demagogos políticos y religiosos saben aprovechar ese caldo de cultivo para proporcionar sus propuestas demenciales.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 7 de abril de 2012).


Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Tanto lo importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera, pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece a sus hijos y no le importa nada. Su hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra y detrás suyo dejará tan sólo un desierto.

Seattle, jefe indio swaninish en 1854
(v.pág.15-A del periódico El Informador del 30 de abril de 2012).


Diversos analistas sociales han llamado la atención sobre esa especie de daño ecológico humano que experimenta la humanidad occidental en el momento actual. Haber considerado que lo único importante es el momento presente, que la vida es una apropiación personal de la que no se debe dar cuentas a nadie, que toda finalidad se cierra en producir y consumir, en trabajar y divertirse, ha sido un presupuesto sobre el cual se ha justificado la abolición de toda norma que no concurra a estos fines.

A partir de ese momento la producción del espectáculo se ha vuelto un reto fundamental. Si divertirse es no sólo una necesidad, sino hasta una obsesión, un estilo de vida, generar diversión se convierte en un mercado competitivo que cada vez con mayor frecuencia se vale de la nota roja, de la amarilla, y de la degradante, porque eso vende, por más que también eso deprave el gusto de la gente.

Depravarse ha sido siempre una tensión humana, un riesgo a la puerta, una posibilidad apenas a un paso del placer cuando éste pierde toda medida. Consumir y sentir acaban siendo actos que exigen siempre una mayor intensidad en cualquier campo en que se realicen. Ya no se canta, se grita, ya no se bebe, se "traga" alcohol, ya no se experimenta el gusto de la comida, porque el gusto es ahora atragantarse, la sexualidad se reduce a fetichismos existentes privada de toda dimensión humana y afectiva, y al final la persona se destruye y se destruye el "tejido" social, ya la comunidad no sirve para otra cosa que para seguir decayendo hasta el final.

Desde luego la degradación de la diversión ha invadido incluso las fiestas familiares, donde los adultos son seducidos por los nuevos estilos de los jóvenes, y todo mundo parece feliz en esta vorágine desenfrenada, de la cual todo mundo sale sordo y ronco.

Armando González Escoto
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 30 de septiembre de 2012).


Si bien es cierto que en las prósperas sociedades de consumo surgen voces llamando a una ponderada responsabilidad social (consumos racionales, energías alternativas, reciclaje de los desperdicios) no hay que olvidar que esas tendencias son marginales, o al menos no tienen la capacidad de incidir realmente sobre el todo.

Consumir, consumir, híper consumir, consumir aunque no sea necesario, gastar dinero, hacer "shopping"... todo esto ha pasado a ser la consigna del mundo moderno. Si no hay un centro comercial o "mall" no hay vida,

Otros, los menos afortunados, -la gran mayoría planetaria- no; pero igualmente están condicionados a seguir los pasos que dicta la tendencia dominante: quien no consume está out, aunque sea a costa de endeudarte, todos tienen que consumir. Son las sacrosantas reglas del mercado.

El capitalismo industrial del siglo XX dio como resultado las llamadas sociedades del consumo donde, aseguradas ya las necesidades primarias, el acceso a banalidades superfluas pasó a ser el núcleo central de toda la economía.

Todos sabemos que la pobreza implica carencia, falta; si alguien tiene mucho es porque otro tiene muy poco o no tiene. En una sociedad más justa: "Nadie morirá de hambre porque nadie morirá de indigestión", dijo Eduardo Galeano.

Sin lugar a dudas todos podemos entrar o hemos estado en esta loca fiebre consumista. Lo cual lleva entonces a reformular el orden económico-social global vigente. ¡Esta locura no puede seguir así! El consumismo una vez puesto en marcha, impone una lógica propia de la que es muy difícil tomar distancia. "Es adictivo". (Marcelo Colussi).

Nunca vamos a estar al día porque apenas si tienes el nuevo gadget, llegas a tu casa y ya está en la propaganda el anuncio de la nueva versión modificada y aumentada (obsolescencia programada), el tuyo ya es un viejo fósil. Pasa mucho esto en los celulares, cámaras, tabletas y en sí, en todo lo que tecnología se refiere. Del mismo modo, y siempre en esa dinámica, vemos lo que sucede con el automóvil. Ese aparato que le rinde tributo a la monumental industria del petróleo. Aun a sabiendas de los disparates irracionales que significa moverse en ciudades atestadas de vehículos, nos embelezamos con el boom de estas máquinas fascinantes. Aunque sean sus emisiones las principales causantes del efecto del cambio climático que a todos nos está tocando vivir.

Mi única pregunta es: ¿a dónde va a terminar está locura?

Carlos Corvera Gibsone
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 4 de noviembre de 2012).


El objetivo principal de la televisión comercial es hacerte sentir insatisfecho con tu vida, porque así comprarás más cosas.

Geoffrey James
(v.Inc. del 13 de noviembre de 2012).


La neomanía, o la manía por lo nuevo, es el padecimiento perfecto en las sociedades de consumo para sacar a la venta lo que está robando en los aparadores el lugar a las novedades. Es parte de un escenario para soltar el ardid publicitario del Buen Fin y hacer que la gente vaya a comprar lo que no necesita con el dinero que no tiene.

La gente se ha volcado una vez más, ya con el argumento de los regalos navideños, ya con el de las gangas y los meses sin intereses, a tratar de completar la canasta básica, pero no vayan ustedes a creer que en esa que hasta hace poco daba de comer a las familias, no. La gente ha ido en busca de la Canasta Básica de Consumo Aspiracional, esa de la que habla el economista Ernesto Piedras, compuesta por las aparatosas pantallas de plasma, las consolas de videojuegos y sus complementos, los sofisticados blue ray, las novedosas cámaras digitales y los smart phones. Todo eso que mantiene a las familias, ya no juntas, sino conectadas.

Una vez más el maestro de las modernidad líquida, Zygmunt Bauman, nos ayuda a entender este fenómeno, al advertirnos la forma en que la política y la cultura se encuentran en una posición de sometimiento. Todos sabemos que en todos sus aspectos la globalización se caracteriza por ser un poder extraterritorial, cuya esencia reside en esa libertad que posee para explotar, para evadir impuestos y obtener jugosas ganancias. Su actuación se da sin ninguna atadura ética, como bien señala Bauman, y sin ver la necesidad social. En lo que concierne a los denominados espacios públicos, vemos con irremediable tristeza, la forma en que son cada vez más espacios construidos y administrados por la iniciativa privada, y en muchas ocasiones con subsidios públicos. Espacios de consumo con la misma arquitectura estructural y financiera de las plazas comerciales; espacios diseñados estratégicamente para generar atmósferas de compra, para controlar los impulsos, ya no de los ciudadanos, sino de los usuarios y consumidores: orientarlos a la compra es el objetivo. Lo que menos se busca es el intercambio personal; se trata de tener a la gente en movimiento, entretenida, imposibilitada para platicar y pensar otras cosas que no sean de valor comercial. Es así como viven y conviven hoy los consumidores, en medio de su neomanía.

Carlos Alberto Lara González
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 17 de noviembre de 2012).


El tráfico metropolitano del viernes pasado, auténticamente pesadillesco, me hace sospechar que mucha gente salió a la calle con el objetivo de encaminarse a los centros comerciales y las grandes tiendas de departamentos. Entiendo que los grandes almacenes quieran a toda costa deshacerse de sus inventarios y que las autoridades vean en una campaña como esta la posibilidad de activar la economía mediante el consumo. Lo que me parece insólito, aunque no debiera, son las ganas de la gente por endeudarse comprando artículos superfluos. Y claro, cayendo en la trampa de los "grandes descuentos" -que en muchos casos no lo eran- aunque no terminarán de pagar sino, en el mejor de los casos, hasta la Navidad del 2013.

Leí que la compra de televisiones y motocicletas fueron algunos de los hits del fin de semana y sospecho que también la compra de otros adminículos tecnológicos de cuyo poder seductor es difícil escapar. El fomento del consumo ligado al entretenimiento y a cuestiones aspiracionales: tener, ver la tele -si son programas chatarra, mejor-, estar al día con la tecnología del momento. Dudo mucho que mis conciudadanos hayan querido aprovechar el buen fin para hacerse de cargamentos de arroz, frijoles o alimentos no perecederos que ayudaran a resolver la existencia de todos los días de sus familias.

Escuché, por ejemplo, en un programa de radio, la entrevista con una familia que acababa de salir muy sonriente con una lavadora y dos megapantallas de televisión. Les preguntaban, ¿venían ustedes a buscar eso? Y respondían, no, veníamos por la lavadora pero las pantallas estaban bien baratas y las pagamos con tarjeta a meses sin intereses. Y claro, iban a comprar "en familia", el papá, la mamá, los hijos y hasta la suegra, siguiendo el consejo que algunos comerciantes ofrecían gratis: traiga a su familia y aproveche el buen fin. Y no pude el mal pensamiento de que las varias teles en la casa servirán muy bien para fomentar la convivencia familiar: cada quien en su cuarto con su tele y su programa.

Alfredo Sánchez
(v.pág.10-B del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2012).


La cuesta de enero podría adelantarse. Nora Ampudia Márquez, investigadora de la Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Panamericana, señala que las políticas establecidas para elevar las ventas y el consumo conllevan el riesgo de que las personas gasten más de lo que ganan y terminen endeudadas.

"Podría pensarse que cuando a las personas se les dan muchas facilidades de endeudamiento y crédito, tienden a sobreendeudarse, perder el piso y gastar más de lo que ganan porque las facilidades de los créditos de nómina o financiamientos hacen pensar que podrán adquirir más cosas de las que sus ingresos permiten en términos reales".

El problema en México, subraya la catedrática, "es que las personas tienden a sobreendeudarse: gastan más del 30% de su ingreso mensual en pagar deudas. Así será más alta la cuesta. Tienden a creer que se puede resolver pidiendo un crédito para pagar el anterior, que con la tierra de un hoyo se puede tapar otro, pero no se resuelve ningún asunto".

La experta en economía familiar explica que "muchas veces las familias quieren liquidar estas deudas con el aguinaldo, sin embargo la cuesta de enero seguirá siendo la cuesta de enero porque vienen otras deudas; depende de cómo se administren las familias".

(V.pág.13-A del periódico El Informador del 21 de noviembre de 2012).


Por 2o. año consecutivo se buscó imitar la popular fecha conocida en EU como "Black Friday", día en el que casi todas las tiendas ofrecen descuentos.

Al analizar las ofertas propuestas en el Buen Fin, noté que la oferta más común era la oportunidad de comprar a meses sin intereses. Fuera de los descuentos que ofrecían algunos, lo más atractivo para los consumidores era poder pagar en parcialidades. ¿En dónde queda la inteligencia del consumidor mexicano?

Vi tiendas abarrotadas y me pregunto si lo que estaban comprando era simplemente una deuda a largo plazo. El consumidor no es el que gana, sino las instituciones financieras. Tenemos que ser más exigentes y no dejarnos llevar por el ruido de la publicidad que se vivió este fin de semana y comprar con más inteligencia.

Alejandro Pérez Lete
(v.pág.4 "Cartas del lector" del periódico Mural del 22 de noviembre de 2012).


Todavía no es Navidad y las tarjetas de algunos ya estarán al tope, que cuando lleguen las fechas decembrinas del próximo año, estarán pagando su "buen fin" anterior.

Este año dicha acción generó ventas por 148,000 millones de pesos, 41% más que en 2011. Y saben qué: 36% de éstas se hicieron con tarjetas de crédito y el resto en efectivo. No que no hay dinero y que estamos en crisis.

Sonia Arteaga
(v.pág.2 "correo-e" de La gaceta de la Universidad de Guadalajara del 26 de noviembre de 2012).


En los tiempos de nuestros abuelos, se reciclaban muchos objetos personales, tales como los zapatos, las bolsas, se zurcían los calcetines, la ropa.

Había muchos oficios que ahora están en extinción, tales como el sastre, el afilador, el pregonero, el ropavejero, el paletero, el barbero, el herrero, el relojero, las costureras, el zapatero remendón y tantos otros oficios que pasaron a la historia.

Recuerdo que había muchos pequeños negocios como los de reparación de electrodomésticos, en los que uno llevaba la licuadora, la plancha, el tostador de pan, el horno eléctrico. Ahora, ¡todo es desechable!

Es impresionante cómo es mejor tirar el aparato que llevarlo a reparar. A esta trampa de comprar y tirar, le llaman "obsolescencia programada". Fabrican el objeto con determinada vida, para que a los 6 meses, tengamos que tirarlo y comprar otro. Un nombre muy sofisticado para fraude.

Estamos viviendo en una sociedad consumista, en la que todo es desechable y todo es de imperiosa necesidad. Observar cómo los niños de ahora, a los escasos 5 años, ya cuentan con Ipod, Iphone, Ipad y todas las novedades que los adultos de hoy, ni siquiera soñamos con tenerlas. ¿Adónde nos lleva todo esto? A una vorágine consumista sin fin, interminable e inalcanzable.

Los españoles, nos están poniendo la muestra. Con el apagón económico, han tomado conciencia de sus pertenencias. Ahora con la crisis hay mucha más gente que acude a las tiendas buscando soluciones para que le reparen cualquier aparato que está dando problemas como refrigeradores, neveras o lavadoras automáticas y eso ha hecho que aumenten la demanda de estos servicios antes olvidados.

Están dando inicio a nuevos pequeños negocios que llegan a satisfacer una necesidad. Las crisis económicas definitivamente, generan conciencia del ahorro y eso es un aspecto positivo para esos pequeños y medianos negocios que se encontraban de capa caída por el furor consumista que ataca a todo el mundo y que es altamente contagioso.

Yo conservo aún la costumbre de mandar arreglar un reloj, un vestido, un traje sastre, porque sé que doy trabajo a esas personas que sobreviven con esos oficios tan nobles. ¿Cómo tirar algo que todavía sirve?

Ayudemos con nuestra actitud ahorradora, a reactivar esos pequeños y medianos negocios tan nobles y necesarios en medio de una sociedad ferozmente consumista.

La austeridad, el decoro, la sobriedad, el esfuerzo y el ahorro, son valores que debemos fomentar en nuestro entorno doméstico y empresarial.

Trinidad Terrazas Gastélum
(v.pág.31 del periódico Milenio Jalisco del 1o.de febrero de 2013).


El signo de nuestra época no puede ser más desesperanzador y cínico: "Tanto tienes, tanto vales". La medida del éxito en nuestros días es la fortuna que se posee bien o mal habida. El mensaje ausente de todo contenido ético para los jóvenes que con estudio y dedicación buscan labrarse un futuro, no puede ser más felón e indigno: hacer fortuna a como dé lugar para hallar acomodo en una sociedad convenenciera y simuladora.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 16 de marzo de 2013).


La pirámide social del antropólogo francés Marc Augé, quien dirigió durante una década de L’École des Hautes Études en Sciences Sociales introduce nuevas definiciones. En el vértice superior: una élite mundial ocupada por poderes de siempre y nuevos poderes -las multinacionales y las figuras de éxito global en el deporte, la cultura o cualquier otro ámbito-. A continuación, una masa que el antropólogo identifica por su función social: consumir. "Tenemos el deber de consumir porque es el motor del sistema. Si no lo hacemos bien, se desatan las crisis", afirma. En 3er. lugar: los excluidos, sea de la riqueza, sea del conocimiento. Y ahí seguirán dado que el sistema no tiene estímulos para incluirlos en el circuito económico y, por tanto, arrancarlos de su periferia social. "No es necesario crear nuevos consumidores, sólo es necesario que los que ya existen consuman perpetuamente". Su conclusión da para poca fiesta: "Los pobres tienen que acostumbrarse a ser pobres a medio plazo".

(V.pág.12-B del periódico El Informador del 5 de mayo de 2013).


Ninguna fecha tan económicamente activa en nuestro país como el día de las madres. El día por antonomasia del calendario sentimental mexicano. Día en que tanto aerolíneas como empresas de mensajería, tiendas departamentales, telefónicas, florerías y restaurantes hacen su agosto en mayo. Esto sin mencionar las aún existentes boneterías donde las madres compran los accesorios de los atuendos de sus hijos para el trillado festival de las madres de las escuelas de nuestro sistema educativo nacional.

De acuerdo a su encuesta telefónica 79% de los mexicanos pensábamos celebrar a la madre y 21 no; 7 de cada 10 festejarían en casa y comprarían un regalo. El 21% de este universo regalaría ropa; por lo que las socorridas flores quedarían en 2o. lugar con 12% y en 3o., con 7%, los consabidos electrodomésticos, adquiridos supongo por el universo de despistados que no se ha percatado de la potenciación de género que vive el país, fenómeno que ha hecho de estos artilugios una especie de insulto a la madre.

El lugar preferido para comprar, según el estudio, son las tiendas departamentales; 82% de los encuestados manifestó estar dispuesto a pagar en efectivo, mientras que 18% dijo lo haría con tarjeta de crédito (mentira, lo hicieron a meses sin intereses). Según la Canacope-Servytur, la mitad de las ventas son captadas por las tiendas departamentales y de autoservicio. Esta adictiva práctica de gastar lo que no tenemos a meses sin intereses, llevará a la mayoría de mexicanos a hipotecar a los nietos.

Uno de los sectores más beneficiado por la economía del 10 de mayo es el restaurantero. Todos queremos que se nos vea festejando a la madre. Y qué decir del flujo de remesas; las compañías que ofrecen este servicio reportan el 10 de mayo como el día de mayor actividad del sector (el mal de matria).

Mucho de los efectos de la economía del 10 de Mayo se explican por ese amor a la madre que es, como dice el cineasta Carlos Cuarón, como el amor a la camiseta; es el amor a esa primera identidad; un amor por el que se lucha como por la vida: "todo hincha quiere demostrar que nadie ama a la camiseta como él y todo hijo sabe que nadie ama a la vieja como él". Un amor que busca dejar constancia plena en restaurantes y tiendas departamentales, ágora perfecta para lucir el poder de la firma por ese ser que nos dio la vida. Aunque sigamos atados al Buró de Crédito.

Carlos Alberto Lara González
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 11 de mayo de 2013).


Llevo tiempo pensando en un estudio sobre el impacto de la revolución microelectrónica que la Comunidad Económica Europea, precursora de nuestra desunida Unión, encargó en 1980 a un grupo de sabios pertenecientes a diversas disciplinas académicas. Por desgracia no conservo el trabajo y no he conseguido encontrarlo en internet; pero lo recuerdo porque reproduje parte de él en mi 2a. novela, publicada en 1981. Verán, resulta que "los computadores miniaturizados" (así digo en mi libro, sin duda recogiendo el término del informe) habían sido aplicados de manera experimental en el campo de la relojería alemana de 1975 a 1980, con el horripilante resultado de que, en esos 5 años, la nueva tecnología acabó con el 70% de los puestos de trabajo. Por eso encargaron al comité de sabios que estudiaran las consecuencias mundiales de una reducción de empleo tan brutal.

Los expertos dedujeron que la revolución microelectrónica iba a tener mayor envergadura que la industrial y que, salvo en algunas actividades de alta especialización, la mayor parte de la población tendría que despedirse para siempre de los empleos a tiempo completo. Ellos aconsejaban repartir entre todos el poco empleo que quedara, de modo que lo normal sería estar contratado tan sólo unos meses al año y además aceptando cierta itinerancia, porque para lograr emplearte durante esos periodos tal vez tuvieras que desplazarte de una parte a otra de la Comunidad Europea, persiguiendo la demanda laboral. La vida iba a cambiar tanto, en fin, que, para evitar una catástrofe mundial, los sabios urgían a los gobernantes a mudar no sólo las condiciones laborales, sino, sobre todo, los valores sociales. Y así, había que educar a los ciudadanos en la idea de que lo óptimo en la vida no era la cultura del trabajo, sino la del ocio. Para lo cual, naturalmente, había que facilitar el acceso a un ocio de calidad, y además proporcionar a la gente las herramientas educativas para poder degustarlo. O se empezaba a trabajar inmediatamente en esa línea de actuación, o el futuro podía ser muy oscuro, auguraban.

Pues bien, el caso es que llevo meses pensando en que ya hemos alcanzado ese futuro: lo que predijeron esos expertos hace más de 3 décadas es lo que estamos viviendo ahora. Me temo que esta crisis no es sólo el resultado de la magia negra financiera de unos cuantos banqueros sin escrúpulos: también es consecuencia de la revolución tecnológica. Las malas noticias son que se han perdido millones de puestos de trabajo que no volveremos a recuperar jamás, y que esa sociedad opulenta de consumo que a menudo confundimos con el llamado Estado de Bienestar duró medio siglo y se fue para siempre. Sí, probablemente no volverá jamás el pleno empleo para todos; sí, posiblemente tendremos trabajos eventuales y discontinuos. Sí, seguramente el poder adquisitivo caerá de manera radical.

Pero también puede haber buenas noticias. Esta sociedad enloquecida de acaparadores y despilfarradores no sólo no nos ha hecho más felices, sino que además es totalmente insostenible para el planeta. Pensemos un momento: quizá logremos aprovechar la situación para construir una realidad mejor. Pongamos que, en efecto, en un futuro próximo, pasado ya lo más álgido de la crisis, se trabaje 6 meses al año como mucho, y que el resto del tiempo se viva del paro, sin duda más modestamente que antes. Pero pongamos también que los gobiernos se vean obligados a invertir en la educación, en el ocio, en el desarrollo integral de los ciudadanos. Tal vez todos podamos cumplir, con ayuda del Estado, sueños que, en la sociedad actual, sólo unos pocos consiguen alcanzar: tocar un instrumento, pintar, bailar, cultivar una jardinería de primor, ser un buen gimnasta, hacerte experto en la Roma clásica o en la cría de gusanos de seda, cantar boleros, aprender prestidigitación o chino, escribir novelones históricos, saber cocinar como un gran chef.

Claro que no tendremos tantos coches (habrá que exigir buenos transportes públicos); que, por lo general, la gente no será propietaria de sus pisos (habrá que reclamar alquileres decentes); o que las vacaciones no consistirán en ir este verano a Cancún y el que viene a Estambul, y con esto quiero decir que probablemente habrá que ahorrar durante bastante más tiempo para darse esos lujos. Imagino, en fin, una vida más sencilla y menos consumista. Pero, ¿eso es malo acaso, si a cambio conseguimos obtener lo esencial? Eso es lo que tienen que pedir los sindicatos, eso es lo que tenemos que exigir los ciudadanos: por supuesto, en 1er. lugar, educación y salud para todos. De calidad e igualitarias. Pero, después, y además, unas vidas más libres, más ricas, más aventureras, más divertidas, más creativas, más completas.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 23 de mayo de 2013).


Al hombre de nuestros días lo caracteriza un ansia patológica por la acumulación de dinero, y una neurótica necesidad de ostentar la riqueza que posee.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 7 de septiembre de 2013).


El Papa Francisco arremetió contra los católicos que han perdido la fe e idolatran las riquezas. "¡El dinero corrompe, no hay salida! Provoca hombres corruptos en la mente", advirtió en la homilía celebrada en Casa Santa Marta.

Jorge Mario Bergoglio reflexionó sobre el pasaje bíblico "no se puede servir a Dios y al dinero". Afirmó: "Existe algo en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios. Existen tantas enfermedades, tantos pecados, pero Jesús subraya especialmente esto: la avidez del dinero, de hecho, es la raíz de todos los males".

Comentó que absorbidos por el deseo por las posesiones materiales algunos han desviado de la fe y se han procurado muchos tormentos, "pero el dinero también enferma el pensamiento, enferma la fe y la hace ir por otro camino".

El Obispo de Roma deploró a las personas que dicen ser católicos, van a misa porque les da cierto estatus y los demás los miran bien, pero por abajo del agua hacen sus negocios, son cultores del dinero.

"No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede: ¡O uno o el otro! Y esto no es comunismo, es Evangelio".

El pontífice indicó que con el amor al dinero se atenta contra el primer mandamiento y se cae en la idolatría.

"El dinero es el estiércol del diablo. Porque nos hace idolatrar y enferma nuestra mente con el orgullo, nos hace maniáticos de cuestiones ociosas y nos aleja de la fe, corrompe", sentenció.

(V.pág.6-A del periódico El Informador del 21 de septiembre de 2013).


El Buen Fin. Descripción gráfica.


Arrancó la multicitada y esperada tercera edición del "Buen Fin"; estrategia que busca, según empresarios, reactivar la economía. Constructo del mercado orientada, según especialistas, a exaltar el consumo por el consumo. En estados Unidos es denominada Black Friday y su descarada promoción del consumo basado en la neomanía de la gente (manía por lo nuevo), funciona porque la economía del consumidor estadounidense lo permite. No es el caso de México. Pero al parecer aquí eso no importa; el bombardeo publicitario nos recuerda a cada momento la posibilidad de gastar; genera grandes atmósfera de consumo y al mismo tiempo una especie de bullying comercial en quienes no queremos ser parte de esta inducción pavloviana: los que no deseamos participar de esta obsesión nacional por los televisores de plasma somos incomprendidos y buleados por quienes hacen de esta fiebre comercial una celebración nacional.

Esto es entendible si consideramos que la sociedad mexicana tiene en su imaginario una canasta básica de consumo aspiracional, descrita así por el economista Ernesto Piedras. La integran las pantallas de plasma, las consolas de videojuegos, el DVD, la TV por cable, la Internet, las cámaras digitales y todo tipo de dispositivos electrónicos como iPads, iPhones, que si no se tienen, se aspira a tenerlos; y qué mejor fecha que el Buen Fin, la Navidad, un cumpleaños o un día cualquiera. Es así que los hábitos de consumo y códigos de conducta de nuestra sociedad han sido moldeados para hacernos creer que podemos aprovechar el "Buen Fin" y adelantar los regalos de Navidad. ¡Mentira! En Navidad la gente gastará nuevamente lo que no tiene porque estará en otra atmósfera de consumo enmarcada en ese noble propósito de compartir y regalar.

Para nadie es un secreto que son las grandes empresas quienes verdaderamente ganan con esta estrategia. Compran por volumen y esto les permiten ofrecer mejores y mayores descuentos que atrapan a ese consumidor que desea pertenecer a ese escenario social que da el "Buen Fin". Las empresas que captan el 80% de los ingresos de esta estrategia, según cifras de la Concanaco-Servytur, son entidades que pueden apostar por promociones ligadas a tarjetas de crédito, establecer alianzas con proveedores para exclusividades de productos y servicios, y generar acuerdos con las marcas para compartir los costos de publicidad, particularmente las departamentales y de autoservicio.

Sé que puedo sonar grinch y anti climático pero en verdad considero que debemos encontrar un estándar de pertinencia en nuestras compras. Atrevámonos a revisar el más reciente estado de cuenta de nuestras tarjetas de crédito, e ir más allá de la pregunta de si necesitamos lo anunciado. Seamos honestos con la pregunta de si podemos pagar lo que decimos necesitar.

El "Buen Fin" es una estrategia para sacar las existencias de los almacenes y abrir espacio a los productos navideños, donde nuevamente la neomanía volverá a instalarnos en una atmósfera de compra, acompañada de la obsolescencia programada, ese período de tiempo calculado en cada producto por el fabricante, para que éste se torne obsoleto e inservible en el periodo por ellos programado. Esperemos que el gasto sea moderado, que haya algo de reactivación económica y que la selección nacional logre estar en Brasil 2014 para que los televisores de plasma cumplan el 80% de su propósito, si no son desplazados antes por otra tecnología.

Carlos Alberto Lara González
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 16 de noviembre de 2013).


Canto de sirenas.


Por 3er. año consecutivo la iniciativa privada mexicana, el gobierno federal y varios medios de comunicación promueven en el país El Buen Fin, un fin de semana en el que se incentiva a los consumidores a salir a comprar. Se trata, dice el sitio oficial de El Buen Fin, "de un fin de semana entero de descuentos extraordinarios en las tiendas de todo el país".

Para el gobierno federal, El Buen Fin forma parte de "estrategias fundamentales para reactivar la economía nacional", según declaró el viernes 15 de noviembre el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo Villarreal, al dar el banderazo oficial a la 3a. edición del programa.

Pero, contrario a los propósitos de los promotores y del gobierno federal, este programa ha tenido consecuencias negativas al promover el endeudamiento de las familias mexicanas, según admiten instancias oficiales como la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros. En un comunicado del 11 de noviembre la Condusef hizo notar el aumento de la cartera vencida en poseedores de tarjeta de crédito y que la deuda derivada de las compras a meses sin intereses ascendió a 16,185 millones de pesos, que representa el 8.8% de la cartera vencida total de tarjetahabientes.

Para la agrupación El Poder del Consumidor, el programa El Buen Fin perjudica a los clientes al promover el "sobreendeudamiento". La agrupación reveló que durante El Buen Fin de 2012 el uso de tarjetas de crédito creció 55% respecto al año anterior y que 68% de los consumidores no adelantó sus compras decembrinas, "lo que significa que volvió a las tiendas el fin de año".

Pero hay otro aspecto aún más negativo: es un programa dirigido a las grandes cadenas, asociadas a los bancos, que obtienen grandes ventajas de las compras a mensualidades, al conseguir aumentar a los deudores cautivos.

Los bancos conceden el pago a plazos de 3, 6, 9, 12, 18, 24 y hasta 48 mensualidades a las grandes cadenas sin el pago de comisión correspondientes, por el poder de negociación que tienen las grandes tiendas; sin embargo, a los establecimientos más pequeños les cobran hasta 10% del costo total de la compra por ofrecer el pago a mensualidades, según testimonios de pequeños empresarios de Guadalajara.

Al concentrarse las compras en las grandes cadenas El Buen Fin se ha traducido en una disminución de ventas de hasta 40% para estos negocios en las 2 ediciones previas de este programa. Por si fuera poco, al adelantar las compras navideñas, El Buen Fin tiene el efecto negativo de afectar el nivel de ventas que muchos pequeños establecimientos tenían durante la temporada navideña.

Tenemos entonces un programa que propicia el sobreendeudamiento, que afecta a pequeños negocios, y cuyas posibles ventajas están concentradas en las grandes cadenas y en los bancos al incentivar la compra mediante tarjetas de crédito. Un programa así, que además promueve un consumismo desenfrenado, debería reevaluarse o de plano cancelarse.

Rubén Martín
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 16 de noviembre de 2013).


La clave del asunto radica en el hecho de nuestra precariedad natural, necesitamos de satisfactores básicos: comida, agua, techo, ropa, esparcimiento, salud, todo lo cual se puede obtener a un costo accesible siempre y cuando el satisfactor no se sofistique hasta el extremo de ofrecer botellas de agua purificada que cuestan 300 pesos por 1/4 de litro.

No obstante el sistema económico imperante hace de la sofisticación el motor de la riqueza, produciéndose una increíble escala de precios en todo cuanto se genera para satisfacer las necesidades más simples. Ya no basta vestirse, hay que traer encima y abajo por lo menos diez marcas célebres por costosas, de preferencia con las etiquetas por fuera para que todo mundo sepa, y sabiéndolo, aporte a la persona-vitrina algo tan trivial e inútil como el estatus. En ese mismo orden de ideas, no es lo mismo que una pareja de recién casados haga su viaje de bodas al lugar que realmente les agrada y se presta para los fines propios de esa vacación, a que elija el sitio que a todos los demás impresione, lejano, exótico, y sobre todo carísimo.

Con este tipo de aspiraciones, con este fenómeno que deprava las necesidades convirtiéndolas en deseos obsesivos nunca plenamente satisfechos, se expande la avidez como un virus devastador, ya que satisfacer necesidades tan artificialmente percibidas cuesta mucho. Por supuesto que todos quieren en su fiesta, a tenor de los gustos, a la banda sinaloense más cotizada, o al cantante de mayor demanda, y los quieren en vivo, desde luego.

Ninguna sorpresa si de pronto un ciudadano de avideces frustradas se ve convertido en funcionario público. Su idiosincrasia le grita que ésta es la oportunidad de su vida; muy pequeñas y cortas se le hacen las manos para poder agarrar, materialmente hablando, todo lo que se le ofrece a la vista, para enseguida y aprisa poder comprar cuanto había deseado: casas, departamentos, autos, alhajas, vestuario de las marcas más caras y en las tiendas de mayor lujo, comidas en restaurantes de fama mundial, viajes a lejanos destinos que nada tienen que ver con ir en excursión a Chiconcuac.

Armando González Escoto
(v.pág.10-B del periódico El Informador del 8 de diciembre de 2013).


El Papa Francisco advirtió hoy que cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, se convierte en una "agresión violenta".

(V.Notimex del 23 de enero de 2014).


La emulación consumista y los atajos para obtener el dinero fácil se han convertido en rutina de un gran número de jóvenes de ambos sexos.

En un pasado no tan lejano, el mercado y sus agentes no tenían la influencia de hoy y el sistema contaba con mecanismos para contrarrestarlos; sin embargo, con los cambios sociales, la sobrepoblación, las nuevas tecnologías al servicio de la publicidad y del consumo, se ha logrado abrumar a las aún inexpertas mentalidades infantiles y juveniles, transformándose todo aquello en una fuerza poderosa que influye en la conformación de conductas y hábitos que alejan a estos menores de sus deberes y obligaciones familiares o para con la escuela, conductas y hábitos que muy probablemente transferirán a su edad adulta.

Jorge Medina Viedas
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 9 de febrero de 2014).


La sociedad de consumo es posible porque en realidad representa a la sociedad de la adicción. Su triunfo es global, venció e incorporó a los millones de habitantes del fallido experimento que dominó el modelo soviético. Más veloz, logró masificarse no con ideología sino con objetos que exponencialmente han ido ocupando cada rincón del quehacer humano.

Los instintos y deseos, la química de la mente y el cuerpo, es el territorio que se disputa en los mercados con creatividad y talento y significativas dosis de perversidad. La mercadotecnia es una vasta red que atrapa, sus anzuelos van desde un aroma que cautiva hasta un paisaje idílico de una vivienda que al ocuparse se descubre como un purgatorio más, donde las deudas sofocan a las familias.

Refrescos, gadgets, coches, televisores, impactan en la cotidianidad y definen horarios, gustos, fidelidades, adicciones y hasta la misma libertad. A su manera enajenan como las sustancias clasificadas como drogas, todas encadenan a las mentes y cuerpos y diseñan el espacio donde se habita. Si la ansiedad comprime al tiempo, hasta despojarnos de él, las adicciones del consumo sitian el espacio, lo que humanamente se nombra lugar; este queda encerrado en sí mismo, ocupado su corazón por adquirir y poseer y su circunferencia convertida en una inmensa muralla elaborada de ese consumo insaciable y constante que se transforma en la razón de ser del trabajo y de su descanso.

Nos hemos cercado de cosas, que afectan la perspectiva, la manera de ver y entender nuestro mundo.

El lenguaje mismo se convierte en un cerrojo: empleos, dinero, más consumo, menos costos, ese es el vocabulario de la tierra prometida.

Hay prisa, se tiene prisa, se quiere ir más rápido, ¿a dónde? Sigamos levantando esta muralla de las adicciones del consumo.

Tomás Calvillo Unna
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 31 de julio de 2014).

Formar parte de un sector económico privilegiado puede vulnerar la propia identidad, pues se requiere de gran entereza para controlar el impulso de gastar de manera extravagante y entregarse a la vanidad. Esta inclinación al exceso pervierte el concepto de consumo (que, en palabras de Antonio Argandoña, catedrático del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, y especialista en responsabilidad social empresarial y gobierno corporativo, es "un bien para el hombre porque satisface sus necesidades, le ofrece el gusto por las cosas buenas de la vida, le permite realizarse y desarrollarse, [...] le lleva a comportarse como ser social") y lo convierte en consumismo.

Francisco Javier Castañeda Ibarra
(v.pág.82 de Mejores Prácticas Corporativas de septiembre-octubre de 2014).

Hay una cultura subliminal que es la sociedad de consumo funcional, y ese consumismo atroz. Esa sociedad nos lleva a un nivel de compromiso permanente con el trabajo que enajena nuestra libertad. ¿La felicidad es comprar, comprar, comprar, y trata de deber lo más que se puede.

José Mujica, presidente de Uruguay
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 7 de diciembre de 2014).

En el libro La Navidad en Guadalajara (Ayuntamiento de Guadalajara, 1993), escrito por Ramón Mata Torres, el autor describe que hace tiempo la Navidad convertía a la ciudad en un afable tianguis. Las calles principales del centro se adornaban con flores de Nochebuena, ángeles o estrellas. Se intensificaba el alumbrado y los focos de colores lucían sus cuerpos brillantes. Las banquetas de algunas calles se obstruían con vendimias (sic) y el aire se llenaba de voces mercantiles. En las plazas se escuchaban los villancicos. Diciembre era el mes de la alegría y de la amistad, del regalo y del recuerdo.

Pero eso ha cambiado, afirma el autor. Ahora la Navidad se ha convertido en un negocio. Las posadas ahora son expresiones sociales de convivencia que dejaron a un lado su espíritu religioso.

"Muchos de nosotros, cuando éramos chicos, celebrábamos la Navidad de otra manera, más sencilla, más simple. Ahora hay más comercio, más negocio".

"Yo llegué a ver, por Vallarta, cómo mucha gente rica daba regalos a los niños o a los pobres. Era costumbre. La gente pobre sabía qué familias daban regalos a los pobres y se formaban, hacían cola. Eso uno lo veía cuando pasaba. Eran tiempos de Navidad".

(V.pág.5-A del periódico El Informador del 23 de diciembre de 2014).

El Dr. Salvador Peniche Camps, del Departamento de Economía de la UdeG, asegura que en ámbito académico "existe una crisis, donde los grupos generan cuestionamientos acerca de cómo generar una estrategia que nos lleve a lo que debería promover una sociedad más justa, desarrollada y humana; porque los instrumentos que tiene la economía tradicional y el modo como se aborda esto desde los gobiernos son limitados y consisten en el crecimiento numérico del valor de la producción y sus productos".

Este "axioma", aclara el especialista, "establece que a mayor crecimiento y riqueza corresponden mayor felicidad y desarrollo; así, los gobiernos e instituciones se han planteado al menos por 200 años este crecimiento como el objetivo central, pero sabemos que no se puede aspirar a eso de manera infinita en un planeta con recursos finitos. La riqueza no necesariamente lleva al desarrollo ni garantiza la felicidad en el sentido social y humano".

El economista enfatiza que actualmente la batalla es epistemológica: "Mientras las universidades enseñan que el objetivo es producir más y vender más, la sociedad está inmersa en esta locura y esta visión ha ganado la guerra sin evidencia científica o empírica alguna. A los científicos sociales nos han dormido y engañado. Por más que sepamos que cada vez hay menos recursos naturales, la lógica del mundo entero es crecer y producir; pocos son los nichos de pensadores heterodoxos y se les juzga como poco serios. Es un momento de turbulencia teórica y es curioso que, a pesar de las evidencias ambientales, esa siga siendo la tendencia dominante; pero hay espacios que la cuestionan, que buscan construir alternativas desde las comunidades, una cuestión de adaptación y resistencia. El papel de los economistas y científicos sociales deberá ser aprender de la realidad".

Ricardo Solís
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 26 de abril de 2015).

El Papa Francisco criticó a la "glotonería consumista" que -dijo- afecta los ritmos de vida del ser humano, comiéndose su reposo laboral y convirtiendo a millones en esclavos del trabajo.

(V.pág.10-A del periódico El Informador del 13 de agosto de 2015).

Remedo fallido del Black Friday gringo, cuando luego del Día de Acción de Gracias las tiendas de Estados Unidos rinden homenaje nacional al consumismo más desaforado y ofrecen descuentos reales hasta del 80% en su mercancía, nuestro Buen Fin constituye una reiterada tomadura de pelo que arrebata a los consumidores en sólo 4 días más de 200,000 millones de pesos mediante maniobras engañosas y falsas ofertas, que las autoridades lejos de evitar fomentan con promociones oficiales y sorteos fiscales para alentar a los asalariados mexicanos a comprometer sus ingresos a futuro.

La maniobra más socorrida consiste en incrementar previamente los precios de los artículos que serán ofrecidos en "oferta", para de hecho simular descuentos llamativos como "gancho" para los incautos compradores de ilusiones. La Procuraduría Federal del Consumidor, en efecto, informó hace unos días que había detectado alzas de entre 10 y 32% en precios de artículos electrónicos previo al Buen Fin. Precisó que esos incrementos se registraron sobre todo en el costo de pantallas, televisores, computadoras y teléfonos móviles. Precisamente los artículos de mayor demanda durante este fin de semana largo. Las denuncias sobre esa trampa desbordan las redes sociales.

La inmoralidad mercantil que caracteriza la actitud de la mayoría de los grandes empresarios del ramo se manifiesta a plenitud en esta celebración inventada hace apenas cinco años, durante la cual se realizan más de 20 millones de transacciones comerciales. Muy vivos, esos comerciantes fingen algunos descuentos sobre precios previamente inflados, pero en realidad obedecen a una estrategia perversa cuyo señuelo principal es la venta a meses sin intereses mediante tarjeta de crédito. Sin empacho alguno lo reconoció así Jorge Quiroga, director de la consultora Total Retail, especializada en mercadotecnia y capacitación para tiendas de autoservicio, cuando sostuvo que "no se esperan descuentos espectaculares" durante el Buen Fin que inició en el 1er. minuto de este viernes 13 de noviembre, "sino principalmente promociones más amplias de meses sin intereses".

Esto se podrá constatar fácilmente en las promociones de ropa, electrodomésticos y línea blanca de las principales tiendas participantes, como WalMart, Soriana, Dafiti, Suburbia, Comercial Mexicana, Sears, Linio, Netshoes, Chedraui, Martí, Liverpool, Palacio de Hierro, y Sanborns. En estas empresas se esperan algunas promociones especiales como 2×1 en algunos artículos seleccionados, bonificaciones en monedero electrónico y... meses sin intereses con tarjetas participantes. La verdad es que tiendas como Liverpool o El Palacio de Hierro, por ejemplo, ofrecen mayores descuentos en sus rebajas de temporada o en las llamadas "ventas nocturnas" que se realizan varias veces al año.

Por su parte, el gobierno participa también en el engaño y alienta el consumismo irracional de estos días mediante un estímulo especial a los compradores que den tarjetazo. El Servicio de Administración Tributaria informó que la bolsa del sorteo fiscal para el Buen Fin se mantendrá en 500 millones de pesos y que se prevé que participen 149,000 consumidores, que pueden optar por un monto de retorno hasta de 10,000 pesos. El mínimo para participar en el sorteo es de 250 pesos, pero obligatoriamente a través de un pago electrónico, es decir, mediante tarjeta de débito o crédito.

Claro que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani, se quejó de que debido al entorno económico y la volatilidad del peso frente al dólar las ventas durante este Buen Fin crecerán sólo entre 4 y 5% en 2015 con respecto al año anterior, muy por abajo del incremento registrado en 2014 cuando fue 13.7%, hasta llegar a un total de 197,405 millones de pesos. Aun así, aceptó que el incremento "no es poco". Por supuesto que no lo es: con ese 4 o 5% las ventas del Buen Fin llegarán a entre 205,000 y 207,000 millones de pesos.

Por lo demás, en lo inmediato, el gran botín de los comerciantes es el aguinaldo que reciben cada año los casi 32 millones de trabajadores asalariados en el país. De ahí las presiones de los organismos del sector, particularmente la Concanaco y la Canacintra, sobre los gobiernos federal y estatales y sobre las empresas privadas para que se adelantara la entrega de esa gratificación anual que consiste por ley en mínimo equivalente de 15 días de salario, aunque en el sector público es de 40 días, en 2 exhibiciones. La Secretaría de Hacienda dispuso que los aguinaldos a los burócratas serían entregados a partir del 11 de noviembre, esto es 2 días antes del Buen Fin... Y los empresarios acordaron adelantar el 50% de aguinaldo a sus trabajadores, según informó sonriente el presidente de Coparmex, Juan Pablo Castañón. Van por todo el costal.

Es claro que estamos ante un plan bien urdido y publicitado para favorecer otra vez a los consorcios locales y trasnacionales, que ya se soban las manos, a costa de la economía de millones de mexicanos con ingresos medios o bajos. Los ricos no necesitan ofertas o promociones para hacerse de sus bienes, inclusive de lujo, suntuarios. Inducir a las familias a comprometer sus exiguos ingresos por 6, 12 o 18 meses no es un buen fin: es un engaño infame.

Francisco Ortiz Pinchetti
(v.Sin Embargo del 13 de noviembre de 2015).

En la Misa de Gallo, el papa Francisco le pidió a los 1,200 millones de católicos que no se dejen "intoxicar" con las posesiones materiales.

En su homilía de Navidad, ofrecida en la basílica de San Pedro, el pontífice hizo un llamado para que haya más sobriedad en un mundo obsesionado con el consumismo.

Hizo un llamado para que los creyentes muestren la misma sencillez que el niño Jesús, "nació en la pobreza de un pesebre pese a su divinidad" para inspirar vidas.

"En una sociedad que con frecuencia está intoxicada por el consumismo y el hedonismo, la riqueza y la extravagancia, las apariencias y el narcisismo, este niño nos llama para que actuemos con sobriedad, en otras palabras, para que actuamos de una forma simple, balanceada, consistente, para ser capaces de ver y hacer lo que es esencial", indicó.

"En medio de una cultura de indiferencia que se vuelve despiadada, nuestro estilo de vida debería ser devoto, lleno de empatía, compasión y misericordia".

(V.BBC Mundo del 15 de diciembre de 2015).

Enero tiene algo de lunes, es decir, de aguafiestas, de carnaval que se extingue.

Se acumulan las facturas por pagar y se vuelven urgentes los intentos de cobranza de trabajos pretéritos. De festín en festín y de regalito para el sobrino político en regalito para el suegro, las deudas en las tarjetas de crédito han engordado más que los propietarios. Los más desafortunados, incluso, acabarán en alguna de las casas de empeño que han medrado en la tradición del viejo Montepío. Celulares, cámaras, aparatos para oír música, tabletas, computadoras, pantallas, bicicletas, joyería, juguetes. Todo aquello que fue motivo de orgullo para el comprador o el obsequiado acabará empeñado por unas pocas monedas (aquí uno debe imaginarse a un niño implorándole a un padre lloroso y con cara de Pedro Infante: "¡Mi Xbox no, papá, eso no!").

El común de los mortales resentirá en la cartera esos alegres días y esos gastitos extra durante semanas o meses. No es raro el caso de alguien que con el aguinaldo le compró cuernos de reno a su automóvil y en enero llorará de rabia por haber invertido en ese pésimo chiste cien pesos que le vendrían muy bien para unos buches de gasolina.

Antonio Ortuño
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 10 de enero de 2016).

Danuel Bell, quien fuera sociólogo y profesor emérito de Harvard, escribió que el capitalismo occidental había llegado a depender del consumismo, la codicia y el endeudamiento generalizado, 3 conductas opuestas a "la vieja ética protestante de la frugalidad y la modestia", destacada tanto por Isaiah Weber como por Tawney como la principal razón del éxito del capitalismo. No más, ya no es así. Bell criticaba las tarjetas de crédito (endeudamiento) porque estaban terminando con la cultura del esfuerzo. Los logros dejaron de ser el resultado lógico de una vida de trabajo porque ahora, en muchos casos y pensando en cuestiones materiales, se obtienen y disfrutan mientras se pagan en cómodas mensualidades.

En El fin de la ideología, Bell sostenía, 30 años [antes] de la caída del comunismo, que las ideologías que habían impulsado una política global estaban perdiendo fuerza. Decía que la sociedad de masas se caracterizaba (caracteriza) por la homogeneidad, el conformismo, la mediocridad y la enajenación, entre otros epítetos que aplican en las consideraciones sobre el capitalismo.

Laura Castro Golarte
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 23 de enero de 2016).

Probablemente se trata de un fenómeno cada vez más histórico y por lo mismo, menos actual. En su origen expresaba la forma y sentido en que los seres humanos se relacionaban entre sí con el fin de crear espacios de conocimiento y amistad, de afinidad y matrimonio, de coincidencia y solidaridad en el campo de los objetivos y los compromisos trascendentes. Las relaciones humanas giraban en espacios orientados a ideales y metas, a través de relaciones estables que se iban profundizando sea para consolidar amistades, para mejorar la sociedad, que para constituir una familia.

Hoy día las cosas son distintas. El punto de partida es la consideración del hombre como un individuo reducido a la satisfacción de necesidades naturales, siendo la más importante de todas, su afán de libertad, no de la libertad interior, de la libertad de sí mismo, sino de un afán de libertad entendida como la posibilidad de hacer lo que quiera y permanecer inmune, es decir, una especie de libertad neurótica, exacerbada, que no se concilia con normas, compromisos o responsabilidades de ningún tipo.

En este afán de libertad enfermiza, el ser humano convierte sus necesidades naturales en verdaderos vicios que ya no podrá satisfacer jamás, pues la naturaleza del vicio y la razón de su permanencia, es precisamente la insaciabilidad. Ni toda la cocaína del mundo, ni toda la heroína del mundo, ni todo el tequila del mundo, ni todo el sexo del mundo, ni todas las mujeres u hombres del mundo, ni cualquier otro satisfactor reducido a vicio, podrá saciar jamás a quien padece este mal.

Así resulta que los seres humanos de hoy no buscan personas, sino satisfacciones pasajeras, no buscan satisfacer necesidades, sino saturarlas, no buscan amistad, sino complicidad. El amor, la compasión, la solidaridad, son palabras huecas, que han perdido su sentido.

En un mundo inundado de satisfactores codiciables, los seres humanos se están reduciendo a ser parte de esos satisfactores, cuyas características fundamentales son 3: baratos, placenteros y desechables.

Ahora los sociólogos, antropólogos, y psicólogos tendrán el reto de responder si este tipo de nuevas relaciones "humanas" son sostenibles, si garantizan la sobrevivencia de la especie y en qué condiciones, y sobre todo, cual es el futuro inmediato para este mundo de personas individualistas y anárquicas.

Armando González Escoto
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 24 de enero de 2016).

Un lamentable fenómeno ocurre en miles de personas, que se les hace muy fácil, tener el muy mal hábito de no pagar lo que deben.

Simplemente son "debedores adictos", piden prestado y luego no pagan. Se hacen tarugos de muchas maneras y se andan escondiendo.

Hay algunos tan descarados que son capaces de contarte que fueron de viaje y cambiaron de automóvil, y aún así no reconocer que deben. Y lo peor, no parecen tener la intención de pagar.

Me contaba un conocido que muchos empresarios se regodean de que es una manera fácil de hacerse de dinero, pues mientras no le pagas a los proveedores tienes tiempo suficiente para jinetear a tu antojo su dinero.

Muchos que deben -claro, sólo algunos- no tiene ni ética ni moral para cumplir con sus compromisos, lo consideran como parte de las costumbres y hábitos comerciales.

Unos a otros nos justificamos el hecho de no pagar lo que debemos. Eso sí, nos enojamos con los que no nos prestan y no nos importa que se enojen por que les debemos.

El cinismo es mayúsculo cuando los deudores se enojan porque les van a cobrar.

Pero resulta que sí es un hecho que hay mucha gente que vive de lo ajeno, de pedir prestado, de ser gorrón, de gastar lo que no tiene, de abusar de la confianza de los demás, de vivir como parásitos de los parientes ricos. Y en fin, salirse con la suya porque no tienen dinero para cubrir sus deudas.

Algunos dicen que los deudores viven del vicio de ir tapando hoyos con el dinero que les llega. Piden para pagar algunas deudas que son impostergables, con la esperanza de que no le exijan pagar todas las que deben al mismo tiempo.

Para muchos, los adictos a pedir prestado y no pagar, son una lacra de la sociedad. Y esta visión incluye a muchas empresas e instituciones que viven del mismo adictivo problema.

Es una conducta poco estudiada por los especialistas, pero también muy dañina para la vida social y la misma economía familiar.

Hay quien si paga lo que debe y con ellos no hay problema de prestarles. Pero ojalá así fueran todos, el problema es que hay muchos adictos a vivir sin pagar lo que deben.Y sienten que no pasa nada.

Guillermo Dellamary
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 28 de febrero de 2016).

Aunque todo esfuerzo de superación debe ser acompañado de un mejor ingreso, tenemos que admitir la necesidad de una nueva socialización de la vida laboral que nos aleje de la esquizofrenia capitalista del enriquecimiento al infinito a costa de lo que sea; hoy día la sociedad del confort ha sido rebasada incluso por la viabilidad del mismo planeta incapaz de sobrevivir a la explotación que sufre.

Armando González Escoto
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 15 de mayo de 2016).

Algunos piensan que sólo se trata de distraerse y de sacar algo de la ansiedad que se tiene.

Pero el vicio de ir de compras y adquirir cosas, que ni se necesitan ni valen la pena, es mucho más complejo que solamente un desahogo emocional.

Aunque las que suelen ser mas adeptas a caer en este tipo de adicción, son las mujeres, también hay varones que lo padecen.

El problema tiene que ver también con la seductora invitación a comprar, a gastar el dinero en lo que sea. Es muy conocido todo el empeño y la inversión que existe en la mercadotecnia y la publicidad para llamar la atención de los compradores y llevarlos de la mano a que compren, un producto en ves de otro, o que adquieran algo de lo que no necesitan.

Por un lado hay una invasión contundente y muy eficaz en la mente de los consumidores, para que compren. Y además las plazas y centros comerciales se han dedicado a buscar la manera en que el cliente disfrute de un agradable paseo y de una convivencia social, que facilite caer en la tentación de mirar las vitrinas y desear adquirir algo.

Y si a esto le agregamos el sentimiento de soledad, de vacío existencial, de falta de cariño y el abandono emocional. Entonces tenemos la mezcla exacta, para que una persona empiece su peregrinar rumbo a ser comprador compulsivo.

Ya tenemos muy bien identificada esta conducta como parte de la familia de las adicciones, porque se hace impulsivamente, se crea una dependencia a un cierto, pero extraño placer, por adquirir algo y simplemente tenerlo como parte de las cosas que agradan o satisfacen.

En muchos casos ya no tiene sentido tener más de 10 pares de zapatillas o 30 pantalones o blusas.

Pero la compradora compulsiva, que también suele vivir en el aburrimiento y la ociosidad, encuentra muy atractivo ir a la tienda y ver que se compra. Y claro que acaba encontrando algo que no puede dejar ir.

El problema se complica cuando se saturan las tarjetas y comienza el drama de las deudas. Y por supuesto el crecimiento progresivo de ésta conducta viciosa.

Guillermo Dellamary
(v.pág.6-B del periódico El Informador del 22 de mayo de 2016).

Muchas personas que sufren del síndrome del tacaño, es decir cuando a pesar de tener suficiente dinero, prefieren no gastarlo en cosas buenas y se fascinan por comprar sólo ofertas.

El "compraofertas" es parte de una compulsión por comprar sólo lo que considera barato, o que por alguna razón la tienda lo pone en descuento.

La cuestión es que se fascina con sus compras en descuento y lo siente como un gran triunfo para su economía y su mentalidad. Porque además no va a comprar casi nada hasta que no lo tengan en oferta.

Le encantan las secciones de publicidad con ofertas y está dispuesto a comprar paquetes de productos, con tal de nutrir su fascinación por el ahorro. Son felices presumiendo que adquirió algo muy bueno y fino, pero le salió barato, como si fuera un trofeo. Hasta llegan a preguntar ¿cuánto crees que me costo esto? Y le alegra cuando alguien dice cifras altas, para el decir que le costó mucho menos. Como si fuera una muestra de que es un comprador inteligente.

También son capaces de posponer una compra de algo muy necesario, hasta que no la encuentre en oferta. Para los familiares es verdaderamente desesperante vivir con un compraofertas.

Se emocionan comprando las frutas y verduras que están en descuento y sólo se fijan en los productos con descuento en los anaqueles.

Son el opuesto del comprador compulsivo, pues este sale a ver que compra y no importa muchas veces si lo necesita o lo que cueste. En cambio el otro, encuentra su placer en no salir a gastar hasta que no esté en oferta, compra sólo lo que necesita y el precio es lo más importante. Ambos hacen del dinero y de las compras un problema.

Guillermo Dellamary
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 29 de mayo de 2016).

Somos compradores cautivos de las multinacionales, que llevan décadas bombardeándonos con sesgados estudios que nos vuelven tarumbas sobre lo que debemos comer y hacer o lo que no. Son campañas muy sucias porque se presentan como inocentes resultados de la investigación pura, cuando no son más que publicidad encubierta. Las más repugnantes, porque abusan de la necesidad de la gente, son las promovidas por la industria farmacéutica, un megagigante del poder. Las farmacéuticas ganan más que los vendedores de armas o la telecomunicación. La Lista Fortune (500 mayores empresas del mundo) de 2002 mostraba que los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superaban la suma de beneficios de las otras 490 empresas. Son los verdaderos dueños del mundo, y son feroces.

Ahora mismo estamos en medio de una de esas campañas. ¿No les choca la repentina obsesión científica que le ha entrado a nuestra, en general, acientífica sociedad para denunciar la homeopatía? Llevamos meses de un machaque tan orquestado y pertinaz que no puede ser casual. Me parece bien advertir del peligro de usar sólo homeopatía, pero alucina ver tanta furia contra una práctica barata y desde luego inocua, mientras que los muertos por efectos secundarios de las medicinas alopáticas son un goteo constante: en España triplican a las víctimas de tráfico. Cierto, la disolución de los supuestos principios homeopáticos es tan alta que parecería que los granos son simple azúcar. Pero aunque sólo fuera por el efecto placebo, servirían sin riesgo para mejorar la salud. Y sobre todo es que no soporto que estos laboratorios, que dedican el 90% de su presupuesto a enfermedades que sólo padece el 10% de la población mundial; que inventan dolencias para medicalizar a la gente (convertir a los tímidos en fóbicos sociales); que crean alarma para forrarse (el Tamiflú y la gripe A); que tienen más beneficios que los bancos; que ponen precios salvajes a los fármacos (el tratamiento contra la hepatitis C); que dicen que esos precios son para costear la investigación, cuando gobiernos y consumidores les pagamos el 84% de la misma y los laboratorios dedican el 13% de su presupuesto a investigar y un 30%-35% a marketing (fuente: Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública / nuevatribuna.es)... Que esa gente se erija en adalid de la pureza científica, en fin, no es de recibo.

Rosa Montero
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 4 de junio de 2017).

Uno de los motivos básicos para caer en la tentación de la corrupción es la codicia, es decir el deseo de aspirar a cada vez más cosas. En pocas palabras, no estar ni conforme ni satisfecho con lo que se tiene, y peor aún, tener envidia por lo que otros si tienen.

La codicia es pariente de la ambición, la gran diferencia está en que la 1a. incita a que lo consigas a como dé lugar, y la 2a. por medio del esfuerzo y medios lícitos.

Estamos de acuerdo en que alguien aspire a prosperar y a conquistar merecidas y mejores posiciones en la vida; pero no a costa de los demás. Una persona que se queda atrapada en el motor de la codicia, es muy posible que desemboque en intentar conseguir sus deseos a base de la corrupción. Por eso es una fuerza que impulsa a hacer lo que sea, con tal de conquistar lo que uno se propone.

Casi todos los corruptos tienen un cerebro lleno de codicia y están determinados a lograr lo que se proponen.

La manera de lograrlo no importa tanto, lo que más les preocupa es obtenerlo. Desde escalar posiciones sociales y sobre todo laborales, hasta por supuesto que hacer mucho dinero. Y de ser posible acumular un patrimonio inmenso. No importa para qué, lo fundamental es que se sienta uno exitoso y triunfador. Que los demás te admiren y reconozcan lo inteligente y astuto que resultaste en la vida.

Querer más y más, sin sentido alguno, muy parecido y cercano al avaro, que acumulan y acumulan sin ni siquiera darle sentido a lo que consiguen, es tener por tener.

La vida del codicioso es muy frustrante, pues a la larga nunca está satisfecho con lo que tiene, le parece que aún puede lograr más. Y mientras tanto el gozo por las cosas que ya posee, se le escurren de las manos. Conquista y deja lo que tiene, por ir en pos de algo que considera mejor.

Y lo peor del caso es que está dispuesto a muchas cosas, incluso las negativas e ilegales, con tal de regodearse con sus triunfos. Escalar las clases sociales es una de sus principales codicias, no le gusta quedarse dónde está, le puede dar hasta vergüenza su origen.

Pero lo mismo puede ser a nivel intelectual, desde plagiarse trabajos hasta aparentar que sabe, con tal de destacar, cuando en realidad es un mediocre inconforme, pero con mucha codicia.

Guillermo Dellamary
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 15 de junio de 2017).

La duración fue un criterio de calidad que gozó de gran prestigio entre la gente, entre los promotores de cualquier tipo de mercadería y aun como valor social; era deseable que los zapatos, un traje o el automóvil duraran mucho, pero también los matrimonios, las amistades o la confianza. No sería poco interesante dedicar una investigación académica para dar con la fecha aproximada en la que la duración, de los objetos y las relaciones, pasó a ser un dato contingente; ¿cuándo fue la última vez que escuchamos a alguien alardear sobre su reloj con 5 años de uso? En cambio, cualquiera conoce a 1, o 2, que hacen lo necesario para que se note que usan el de moda que hace juego con sus calcetines y con el cinturón, lo que de paso implica que cuando alguno de estos "accesorios" cumpla su breve tiempo en boga, los demás también caducarán.

Augusto Chacón
(v.pág.12-A del periódico El Informador del 2 de octubre de 2017).

La crisis ecológica, la extremada desigualdad de la repartición de las riquezas entre países ricos y países pobres, la casi-imposibilidad del sistema de continuar su actual carrera, lo que se requiere es una nueva creación imaginaria de una importancia inexistente en el pasado, una creación que ubicara en el centro de la vida humana otras significaciones que no sean la expansión de la producción y del consumo, que plantearan objetivos de vida diferentes, que pudieran ser reconocidos por los seres humanos como algo que vale la pena. Esto exigiría evidentemente una reorganización de las instituciones sociales, relaciones de trabajo, relaciones económicas, políticas, culturales. Ahora bien, esta orientación se halla sumamente lejos de lo que piensan, y tal vez de lo que desean los humanos actualmente. Ésta es la inmensa dificultad con la que debemos enfrentarnos. Deberíamos querer una sociedad en la que los valores económicos dejaran de ser centrales (o únicos), en la que la economía fuese ubicada en su lugar como simple medio de la vida humana y no como fin último y en la cual, en consecuencia, renunciáramos a esta carrera loca hacia un consumo cada vez mayor. Esto no solamente es necesario para evitar la destrucción definitiva del medio ambiente planetario, sino también y, sobre todo, lo es para salir de la miseria psíquica y moral de los humanos contemporáneos. Sería necesario, pues, que de aquí en adelante, los seres humanos (ahora hablo de los países ricos) acepten un nivel de vida decente pero sobrio, y renuncien a la idea de que el objetivo central de su vida es que su consumo aumente de 2 a 3% por año. Para que acepten esto, sería necesario que otra cosa diera sentido a su vida. Se sabe, yo sé, qué puede ser esa otra cosa, pero evidentemente eso no sirve para nada si la gran mayoría de la gente no lo acepta y no hace lo necesario para que se lleve a cabo. Esa otra cosa es el desarrollo de los seres humanos, en lugar del desarrollo de los objetos de consumo.

Cornelius Castoriadis
(La insignificancia y la imaginación: diálogos - 2002).

Somos 5 generaciones desde los baby boomers los que estamos conviviendo en la era moderna, los que crecimos en el autoritarismo de los años 50 recordamos que la culpa y el respeto a la autoridad dominaba nuestra manera de comportarnos. Con el temor de la culpa, el castigo y el miedo a pagar en el infierno, no quedaba de otra que ser honesto, obediente y respetar los bienes ajenos. Desde la aparición de los derechos humanos los castigos que imponían las creencias nos parecen crueles e inhumanos. Del autoritarismo pasamos a la permisividad, las generaciones presentes perdieron el respeto a la autoridad, no le temen a nada, los valores se volvieron laxos. Incluso se quejan, no se dan cuenta que a pesar de las crisis económicas gozan de más privilegios que sus padres o abuelos. Inmersos en el materialismo, la permisividad y el consumismo, comprar y acumular se volvieron adicciones. Qué diferencia con los niños, en Japón, primero aprenden sus responsabilidades y luego sus derechos, en nuestro país en estas generaciones nos fuimos al extremo, en el sistema escolar primero les enseñan sus derechos, no está mal, pero no aceptan responsabilidades. La cultura permisiva sienta las bases para la corrupción. "Cuánto tienes, cuánto vales" se volvió una máxima. No importa comprar un celular, un auto, computadora y hasta medicamentos, en el "mercado negro" producto del robo, lo presumen como un logro. Tampoco importa vivir para trabajar o esconderse para no pagar las deudas, lo que importa es el consumo.

Rosa Chávez Cárdenas
(v.pág.17 "Los correos del público" del periódico Milenio Jalisco del 20 de octubre de 2017).

La endeble clase media mexicana, excesivamente dependiente del consumo de productos extranjeros, se volvió el segmento "Walt Mart"; una combinación entre alternativas de consumo, crédito a tasas altísimas, bajos precios y salarios muy precarios. No es casualidad que, en las encuestas, lo que más aprecian los mexicanos del TLCAN es la posibilidad de consumir a menores precios. Una mayoría de mexicanos no están dispuestos a pagar más por productos hechos en México.

Enrique Toussaint Orendáin
(v.pág.3-B del periódico El Informador del 22 de octubre de 2017).

Al llamado Buen fin le pone mala cara porque, según relata una dama cuya identidad me reservo por respeto y cortesía, se trata de una perniciosa dinámica de despilfarro que le recorta sustancialmente sus haberes por un año y, cuando finalmente consigue saldar el compromiso, ya ni siquiera se acuerda de lo que lo originó, y eso le agria los ánimos y le da motivo para despotricar con quien caiga en la desgracia de convertirse en su eventual interlocutor, durante los días previos y posteriores al evento.

Ignoro cuántos años lleve funcionando este mecanismo que atrapa más incautos que moscas en una tira engomada colgante en una carnicería, pero sé que al menos desde hace 3, a la susodicha le he oído hablar del asunto en tonos que van desde el pálido rezongo porque lo que adquirió no era lo que esperaba, hasta la maldición más encendida porque terminó asumiendo que más le habría valido no dejarse enganchar con lo que compró, sin mejor argumento que el apego que dice tener hacia una "tradición" que se le volvió costumbre.

Yo digo que el cacareado fin de semana que promueve la exaltada compradera tiene de "tradición" lo que yo tengo de usar cremas antiarrugas, pero no hay manera de hacer entender a la tenaz señora que eso de atender el reclamo comercial como si fuera una obligación anual, más bien se trata del reciente vicio que agarró, instada por la nostalgia que dice sentir por los muchos años que pasó avecindada en la Unión Americana y experimentó el mismo número de "Black Fridays" en donde los descuentos en las tiendas son tan escandalosos como las tropas de prójimos que pernoctan a las puertas de un establecimiento, con tal de ser los primeros en apropiarse de las ofertas.

Ahora, digamos que muy sus licencias y sus centavos para gastarlos en lo que a la doña le dé su real gana, pero como que la amargada prevención que difunde y el airado refunfuño que posteriormente desperdiga por estas fechas salen sobrando porque nadie, excepto esas costumbres que se le enraízan tan rápido, la obligan a sumarse a esta danza anual del crédito, débito y efectivo, con propósitos realmente beneficiosos para quienes distribuyen las mercancías y administran el dispendio colectivo.

Y como bien lo asentó mi hijo menor en el caso de la fiebre masiva que desata el Buen fin: "Primero ái andan, y luego ái stán", así que si le entran, absténgase de quejumbres y arrepentimientos postreros, porfa.

Paty Blue
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2017).

El Buen Fin, la feria del consumismo que dejará a varios miles de compatriotas con el agua al cuello, financieramente hablando, durante varios meses -6, sin intereses, según la reiterada promoción-... pero disfrutando (para decirlo con la expresión de las abuelas de antes) de garras o tiliches que en circunstancias normales no habrían comprado, por la sencillísima razón de que no los necesitaban...

Jaime García Elías
(v.pág.14-A del periódico El Informador del 20 de noviembre de 2017).

El consumismo nos dice que para ser felices hemos de consumir tantos productos y servicios como sea posible. Si sentimos que nos falta algo o que algo no va bien del todo, entonces probablemente necesitemos comprar un producto (un automóvil, nuevos vestidos, comida ecológica) o un servicio (llevar una casa, terapia relacional, clases de yoga). Cada anuncio de televisión es otra pequeña leyenda acerca de cómo consumir determinado producto o servicio hará nuestra vida mejor.

La economía capitalista moderna ha de aumentar constantemente la producción si tiene que sobrevivir, de la misma manera que un tiburón ha de nadar continuamente para no ahogarse. Pero únicamente no basta con producir. Alguien tiene que adquirir los productos, de lo contrario industriales y accionistas se arruinarán. Para evitar esta catástrofe y asegurarse de que la gente siempre comprara lo que quiera que fuera nuevo que la industria produjera, apareció un nuevo tipo de ética: el consumismo.

A lo largo de la historia, la mayoría de la gente ha vivido en condiciones de escasez. Por ello, la consigna era frugalidad. La ética austera de los puritanos y la de los espartanos no son más que dos ejemplos famosos. Una persona buena evitaba los lujos, nunca desperdiciaba comida y remendaba los pantalones rotos en lugar de comprar unos nuevos. Sólo los reyes y nobles se permitían renunciar a estos valores y hacían gala públicamente de su riqueza.

En consumismo considera que el creciente consumo de productos es positivo. Anima a la gente a permitirse placeres, a viciarse e incluso a matarse lentamente mediante un consumo excesivo. La frugalidad es una enfermedad que hay que curar.

El consumismo ha trabajado muy duro, con la ayuda de la psicología popular ("Simplemente, ¡hazlo!"), para convencer a la gente de que los caprichos son buenos para nosotros, mientras que la frugalidad es una opresión autoimpuesta.

Y ha tenido éxito. Todos somos buenos consumidores. compramos innumerables productos que en realidad no necesitamos, y que hasta ayer no sabíamos que existieran. Los fabricantes diseñan deliberadamente productos de corta duración e inventan nuevos e innecesarios modelos de productos perfectamente satisfactorios que hemos de comprar con el fin de estar "a la moda". Comprar se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos de la gente.

Las festividades religiosas, como la Navidad, se han convertido en festividades de compras.

El florecimiento de la ética consumista se manifiesta de manera más clara en el mercado alimentario. Las sociedades agrícolas tradicionales vivían bajo la sombra terrible de la hambruna. En el mundo opulento de hoy en día, uno de los principales problemas de salud es la obesidad.

La obesidad es una doble victoria para el consumismo. En lugar de comer poco, lo cual conduce a la contracción económica, la gente come demasiado y después compra productos dietéticos, con lo que contribuye doblemente al crecimiento económico.

En la Europa medieval, los aristócratas gastaban descuidadamente su dinero en lujos, mientras que los campesinos vivían frugalmente, fijándose en cada penique. Hoy en día las tornas han cambiado. Los ricos cuidan mucho de gestionar sus valores e inversiones, mientras que los menos acomodados se endeudan comprando coches y televisores que no necesitan realmente.

La ética capitalista y consumista son dos caras de la misma moneda, una mezcla de dos mandamientos. El supremo mandamiento de los ricos es "¡Invierte!". El supremo mandamiento del resto de la gente es "¡Compra!".

La nueva ética promete el paraíso a condición de que los ricos sigan siendo avariciosos y pasen su tiempo haciendo más dinero, y que las masas den rienda suelta a sus anhelos y pasiones y compren cada vez más. Esta es la primera religión en la historia cuyos seguidores hacen realmente lo que se les pide que hagan. ¿Y cómo sabemos que realmente obtendremos el paraíso a cambio? Porque lo hemos visto en la televisión.

A lo largo de las últimas décadas hemos alterado el equilibrio ecológico de nuestro planeta de tantas formas nuevas que parece probable que tenga consecuencias nefastas. Hay muchas pruebas de que estamos destruyendo los cimientos de la prosperidad humana en una orgía de consumo temerario.

Yuval Noah Harari
(De animales a dioses, breve historia de la humanidad, Penguin Random House Grupo Editorial, 2017).

Y aunque algunos afirman que el Buen Fin mostró un voto de confianza al consumo, al ingreso, hay sociólogos que opinan que este gasto respondió más a la ilusión de olvidar, en el espejismo del consumo, las situaciones de tensión extrema que la población vive. Así el aumento de ventas fue un efímero escape a la negativa realidad.

Lourdes Bueno, investigadora de la Universidad de Guadalajara
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 10 de diciembre de 2017).

Se ha pasado, en opinión del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, "del deber de hacer" una cosa al "poder hacerla". "Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede", y si no se triunfa, es culpa suya. "Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado". Y la consecuencia, peor: "Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión". Es "la alienación de uno mismo", que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.

(V.periódico El País en línea del 7 de febrero de 2018).

En México, 54% de los jóvenes de entre 15 y 29 años hacen compras que se salen de su presupuesto y 20% prefiere gastar antes que ahorrar, señaló la Profeco, que agregó que gastan su dinero en alimentos, bebidas y tabaco (34.1%); 18.8% de su presupuesto lo destinan a transporte y sólo 14% en servicios a la educación.

(V.pág.11-A del periódico El Informador del 10 de febrero de 2018).

El mundo entero está viviendo, desde hace varias décadas, la filosofía de los productores y vendedores de productos de consumo constante que practican fabricando productos que tendrán una vida útil efímera para así obligar al consumidor a reponerlos cuando se descomponen, destruyen o simplemente dejan de ser útiles, y esta actitud no es nueva. Los fabricantes de pasta dental en sus albores no vendían lo que consideraban suficiente, hasta que uno de ellos sugirió brillantemente que se agrandara el orificio del tubo que la contenía, para que los usuarios consumieran más pasta dental, lo que les representó todo un éxito hasta la fecha. Actualmente todos somos testigos que las mercancías (desde autos hasta encendedores) están fabricadas para no durar, salvo muy honrosas excepciones, como los autos europeos, obligando al consumidor a renovarlas constantemente con el consiguiente desembolso. Hay países como Francia, que cuentan con una legislación bastante estricta para proteger al consumidor de lo que llaman obsolescencia programada, especialmente en productos electrónicos, pero asimismo en medicinas existe ya la opinión de personas autorizadas que señala que la famosa caducidad, al igual que algunos de los alimentos, es poco menos que un mito para obligar a los consumidores a gastar injustificadamente en la renovación de las mismas, ante el peligro de la caducidad de dichos productos. Una solución se encauza por la extensión de la garantía, para proteger así a los consumidores contra la voracidad de los fabricantes y comerciantes, pero de igual manera debería de incrementarse la ética comercial de productos que sean más duraderos, evitando fomentar el miedo a la caducidad y la descompostura programada de los productos, como por ejemplo los electrónicos.

Sergio López Rivera
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 14 de abril de 2018).

Hay una distinción muy importante entre los nuevos ricos y los de abolengo. Los primeros sí gastan algo de su fortuna en las cosas que han anhelado, como cualquiera de nosotros cuando soñamos en comprarnos lo que se nos antoje ya que tengamos el dinero. En cambio, los que tienen abolengo, es decir ya son 3a. generación que ha sido rica, entonces el nivel de educación y cultura marcan la pauta de en qué usan su dinero. Digamos que sus gastos son más inteligentes y cultos, pues su capital lo invierten en la educación en aumentar su cultura, calidad y confort de vida y se dan lujos relacionados con vivir un elevado nivel de bienestar, en el cual incluyen el altruismo y la filantropía. Es decir, desean beneficiar a la comunidad con su capital. Rompen el egoísmo tan característico del millonario.

Si quieres conocer la educación y cultura de un rico, solo tienes que indagar en qué gastan su dinero, entre más gaste en educación, cultura y filantropía es de abolengo. Y si gasta en autos de lujo, mansiones y cosas fútiles e inútiles se acerca más al perfil del nuevo rico, que suele ser avaro y egoísta.

Guillermo Dellamary
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 11 de octubre de 2018).

Por cada 2 toneladas de alimento que se produce, una se desperdicia, lo que significa que un tercio de los alimentos que se producen en México se pierden, afirmó Richard Swannell, Director de Desarrollo WARP, del Reino Unido, y precisó que al año el país desperdicia 20 millones de toneladas de alimentos, equivalente a 25,000 millones de dólares, según un estudio publicado el año pasado por el Banco Mundial.

Recalcó que aproximadamente son 940,000 millones de dólares es lo que se desperdicia en alimentos en el planeta: 1,300 millones de toneladas. "Se requiere de una superficie equivalente al territorio de China, para producir los alimentos que se desperdician cada año en el mundo".

Comentó que cada país se ha impuesto desarrollar una estadística para medir la cantidad de alimentos que se desperdicia. "Por ejemplo, en el Reino Unido, lo que más se desperdicia son frutas, vegetales y panadería y en la cadena de agricultura; son 10,000 toneladas al año ocurren en los hogares en los países desarrollados y en transportación ocurren los desperdicios en América Latina. Este nivel de desperdicio no es sostenible".

Explicó que mientras más desarrollados son los países, más urbanizados, invierten en las cadenas, lo que lleva a concentrarse más el desperdicio en los hogares.

El desperdicio en México ocurre en el proceso que va desde la recolección hacia los silos. Agregó que es una gran prioridad para todos los países la estadística, ya que existe una enorme falta de información al respecto por país y el objetivo para el 2030 es reducir el déficit de información.

Al referirse al tema ambiental asociado, explicó que el desperdicio y la pérdida de alimentos en el mundo implican el 8% de los gases de invernadero; 6 vece más que lo que produce la aviación global.

En México ya se está dando esta medición y eso es muy positivo; actuar con base en esa medición para revertir la pérdida.

Ejemplificó que en el Reino Unido, gracias a la medición estadística se ha dado una reducción de 19% en 10 años en el desperdicio de alimentos.

(V.Noti.mx del 12 de octubre de 2018).

Daniel Kahneman, científico del comportamiento y premio Nobel de Economía, publicó un estudio en donde demostró que el bienestar emocional (micro) que la gente obtiene del dinero es muy poco o nulo después de cierto límite: 75,000 dólares al año para el caso de los estadounidenses. En 2010, la fecha del artículo científico, el ingreso anual promedio de un estadounidense rondaba los 50,000 dólares, es decir, no se precisa una fortuna para alcanzar los satisfactores emocionales que el dinero puede dar, según Kahneman.

"Más dinero no necesariamente compra más felicidad, pero menos dinero está asociado con miseria emocional. Quizá 75,000 dólares es el límite pero más allá de esta cifra no mejora la habilidad del individuo para hacer lo que más importa para su bienestar emocional, como pasar más tiempo con gente que le agrada, evitar el dolor y la enfermedad, y disfrutar el ocio", consigna el estudio.

Caso contrario, la pobreza material agrava las miserias de la vida. Un divorcio, una enfermedad o la soledad se exacerban por la falta de dinero. Incluso los beneficios de un fin de semana se reducen.

Las penas, con un mejor ingreso, son menos. La paradoja del dinero es que su falta cataliza la miseria, pero su abundancia no otorga la felicidad que imaginamos.

Hay una nueva ola de investigaciones científicas sobre el impacto del dinero en la felicidad (macro) y bienestar emocional (micro). Una de ellas, titulada "Money giveth, money taketh away: the dual effect of wealth on happiness", concluye que los lujos o el acceso ilimitado a ellos reduce la capacidad de las personas para disfrutar los pequeños placeres de la vida diaria. No solo los lujos sino estar rodeado de ellos o su recuerdo permanente afecta esa capacidad.

"Experimentar las mejores cosas en la vida -como surfear en Hawai o cenar en un lujoso restaurante de Manhattan- puede mitigar el goce de experiencias más mundanas de la vida diaria como un día soleado, una cerveza fría o una barra de chocolate".

En otras palabras, el simple hecho de saber que está a nuestro alcance sin esfuerzo una visita a las pirámides de Egipto o un crucero por Alaska, aumenta la tendencia de uno a dar por descontados los pequeños placeres. La riqueza extrema, los lujos ilimitados, pueden ser otra fuente de infelicidad.

Por el contrario, la adversidad modera nuestra desdicha: "cuando su riqueza permite a un Homo Sapiens satisfacer sin esfuerzo todos sus caprichos, la mera ausencia de esfuerzo le quita a su vida un ingrediente imprescindible de la felicidad", señaló el filósofo y matemático Bertrand Russell.

De la misma manera, la escasez puede incrementar la capacidad de disfrutar esos pequeños placeres. Los investigadores identifican cuatro estrategias que, solas o combinadas, ayudan a saborear un evento positivo de la vida diaria: gesticulaciones de placer sin expresarse verbalmente; concentrarse en el aquí y ahora; pensar en ese momento antes y después de que ocurra; y contarlo a otros.

Por eso vale la pena recordar a Aristóteles en su "Ética nicomáquea" cuando refiere una inscripción en la isla de Delos que rezaba: "Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama".

La mitad de la vida, se dice, pobres y ricos son iguales. El sueño difumina las fronteras materiales y equipara al indigente y al acaudalado. Pero fuera del sueño, hay otra condición que iguala al pobre y al rico. ¿Qué harías distinto si comprobaras que la falta de dinero provoca sentimientos de miseria emocional similares al enojo?

En efecto, la pobreza material y la neurosis tienen algo en común: estimulan sentimientos de miseria emocional equiparables. El hábito de la ira opaca la riqueza del rico y lo coloca en una situación de "pobreza".

"Concluimos que la falta de dinero genera miseria emocional y bajos niveles en la evaluación de la vida. Resultados muy similares fueron encontrados para el enojo", apunta Kahneman.

Jonathan Lomelí
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 21 de octubre de 2018).

Justo después del fin de semana del "viernes negro", que también en Italia se vivió con saldos y ofertas, el Papa Francisco calificó al consumismo como "una enfermedad contra la generosidad" y una "enfermedad psiquiátrica".

En el sermón de su misa privada matutina, que celebró en la capilla de su residencia vaticana (la Casa Santa Martas), confesó haber conocido un monseñor que tenía 40 pares de zapatos y recomendó a quien "tiene tantos" donar la mitad.

Reflexionando sobre el pasaje evangélico de la viuda pobre que dona al templo 2 monedas, es decir todo lo que tenía para vivir, el Papa llamó a la generosidad verdadera.

"Frente a las estadísticas de pobreza en el mundo, a los niños que mueren de hambre, que no tienen que comer, que no tienen medicinas, tanta pobreza que se escucha todos los días en los telediarios y en los periódicos, es una actitud buena la de preguntarse: Pero, ¿cómo puedo resolver esto?", dijo.

"La generosidad es algo de todos los días, es algo que nosotros debemos pensar: ¿cómo puedo ser generoso con los pobres, con los necesitados... como puedo ayudar más?"

Llamó a los fieles a donar aquella ropa que se usa poco, a dar de lo propio y compartir, porque se pueden "hacer milagros" con la generosidad.

Sobre la "enfermedad grande" del consumismo, recordó que cuando vivía en Buenos Aires todos los fines de semana había programas de turismo para compras, viajando a otros países sólo para ir a visitar los centros comerciales.

"Una gran enfermedad, del consumismo, ¡hoy! No digo que todos hagamos esto, no. Pero el consumismo, gastar más de lo necesario, la falta de austeridad en la vida: es enemigo de la generosidad", precisó.

Aseguró que pensar en los pobres y ofrecerles generosidad material, con prendas con las cuales se puedan vestir, eso "ensancha el corazón" y "te lleva a la magnanimidad".

Por ello, instó a todos a realizar una "inspección en casa", pensar con "un poco de austeridad" y rezar para ser liberado de ese "mal tan peligroso" que es el consumismo, que esclaviza al ser humano y le provoca una dependencia del gasto.

(V.periódico El Informador en línea del 26 de noviembre de 2018).

Feliz el ser humano que se conoce bien y conserva el equilibrio entre lo que puede adquirir y lo que puede usar.

Meter Latham, deportista neozelandés
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 21 de junio de 2019).

Hay en el fondo una enorme frustración de las comunidades que están abriendo las compuertas para desahogar un torrente acumulado de insatisfacción que no es producto de los modelos políticos, sino del crecimiento desorbitado de los modelos de consumo que convierten a las mercancías en deseos y a los servicios en pasiones.

Ese hecho ha creado una clase media sometida a la ilusión material que ahora se expresa inconforme. Esa frustración es más notoria en los segmentos sociales que han perdido posición como los desplazados de la industria.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 7 de julio de 2019).

La sociedad de consumo, que está cada día más acelerada, se alimenta de nuestros deseos: los parasita, los secuestra, los convierte en una compulsión tan resonante y vacía como una campana. ¿Qué deseas de verdad en la vida? ¿Qué has obtenido? ¿Y qué ha sucedido cuando lo has obtenido?

Desear es una actividad de alto riesgo: las filosofías orientales lo saben muy bien, y por eso construyen su camino hacia la felicidad por medio de la supresión del deseo. Sin deseo, dicen, no hay frustración ni sufrimiento. Es la antigua ataraxia (que significa ausencia de turbación) de los filósofos estoicos y epicúreos. Las pasiones y los deseos, sostenían, nos llenan de dolor. La única dicha posible pasa por enfriarlas y apagarlos.

Yo soy hija de Occidente, una cultura mercantil basada en el deseo, de manera que a mí esta imperturbabilidad extrema me resulta ajena y hasta un poco angustiosa; me parece la paz del cementerio, porque para mí el deseo es vida. Pero es cierto que se trata de una materia radiactiva; que va asociado inevitablemente a una cuota de frustración que hay que aprender a digerir; y que, además, el deseo es la espina dorsal de nuestra existencia, es decir, algo muy importante. Algo que hay que pensar y elegir muy bien.

Pero no parece que tengamos mucho tiempo de reflexión en nuestros días. Yo creo que más bien vamos como cohetes por la vida, vamos desarbolados y desnortados actuando sin pensar, y, más que escoger nosotros los deseos, se diría que los deseos nos escogen a nosotros, pequeños deseos artificiales, simulacros de deseos que se adhieren como garrapatas, ropas, vacaciones caribeñas, coches, ordenadores, todas esas cosas que nos devoran.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 22 de septiembre de 2019).

Hoy vemos que gente muy trabajadora, a la vez se mete a derrochar su dinero en un casino y cae fácilmente en la ludopatía. Y peor aún, la esposa que sin trabajar dilapida el dinero que gana el marido.

El hombre que genera empresas, que produce capital y desarrolla las finanzas, a su vez genera un mundo de consumistas sin freno. Gente que sólo vive pensando en qué gastarse el dinero y no en cómo ganárselo con su propio esfuerzo.

Guillermo Dellamary
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 4 de octubre de 2019).

Hay un autor de enorme influencia en el estudio de la Comunicación llamado Gregory Bateson. Antropólogo y etólogo, estudioso del comportamiento animal, gran experto en el concepto de información, dio una base profunda y filosófica al estudio de la comunicación animal. Bateson escribió en los años 60 del pasado siglo. Se adelantó muchísimo a su época y leerle hoy supone auténticamente ver la mente de un profeta.

Bateson se dio cuenta de que una de las motivaciones fundamentales del ser humano es la dependencia incontrolable, la adicción. Así, consideraba que, en muchísimos aspectos y situaciones, el ser humano vive envuelto en adicciones, que van desde las propias drogadicciones al tabaquismo, al consumo o a la necesidad de incidentes o de reconocimiento por parte de los demás.

Bateson consideró que las adicciones son problemas psicológicos, y no sólo bioquímicos. Una persona adicta tiene lo que él definió como doble vínculo: aquello que necesita es también lo que lo aniquila. O bien: quiere y no quiere algo a la vez. O bien: desea dos cosas contradictorias completamente entre sí. Los dobles vínculos son terribles para la mente humana y están relacionados con el desarrollo de la esquizofrenia.

Uno de los aspectos que más le interesó de todo esto era cómo superar una de las más devastadoras y contradictorias paradojas planetarias, como es la sociedad de consumo acelerado, una de las adicciones más peligrosas de nuestro tiempo, que nos está conduciendo a la aniquilación del planeta.

Bateson vio que en la sociedad consumista de producción desenfrenada, la carrera armamentística y la explotación animal y natural son facetas de una relación adictiva para con el mundo en el que vivimos. Tenemos una relación enferma, una relación psicológica rota con el ecosistema en el que habitamos. Consumimos y explotamos sus alimentos y riquezas y con ello, a la vez, lo aniquilamos. Dependemos absolutamente de una conducta de explotación que nos hace terriblemente ineficaces e infelices, que nos lleva a la absoluta extinción y a los modos más nefastos de supervivencia. Es exactamente lo mismo que hace un adicto al tabaco, dice Bateson: consume algo de modo que se mata a la vez.

Es bastante ineficaz, plantea Bateson, que al adicto le razonemos o nos comuniquemos con él de maneras racionales o lógicas, porque, apresado como está en una jaula férrea de adicción, no es capaz de no responder a su deseo e interés ciegos, aunque sabe -e incluso porque sabe- que ello lo mata. Nuestra situación en el planeta, hoy por hoy, es más obvia aún que cuando Bateson lo planteó: sabemos muy bien que con nuestro ritmo de producción y consumo no podemos sostener la vida en la Tierra y a pesar de saberlo, o porque lo sabemos incluso, seguimos actuando igual, sin tomar las medidas oportunas. Y a la humanidad se le hace un mundo cambiar su conducta y dejar de consumir masivamente, dejar de producir desaforadamente o dejar de matar animales y agotar recursos y elementos esenciales de los que no puede prescindir a la vez. Cuando, precisamente, todas las señales apuntan a cómo solucionar este asunto, parece que la humanidad fuera, como dice Jorge Riechmann, más inepta que una ameba.

No somos ineptos, somos adictos. Debemos empezar a considerar, como hizo Bateson, que la solución al problema, al doble vinculo, de extinguir o extinguirnos, está en trascender. Subir de tipo lógico, ascender a la capacidad de establecer relaciones y de conservarlas, deshacer el lazo venenoso de comer matando o de vivir aniquilando el planeta. ¿Y cómo?

Bateson planteó muchos modos de superar los dobles vínculos adictivos. Mediante un salto mental, mediante la empatía y relación de amor, mediante una operación de escalada, en un salto evolutivo. Trascender un doble vínculo es superar su contradicción mostrando que no nos apresa: la libertad de la mente humana le permite no depender de sustancias o de afectos, y graduar o hacer desaparecer la esclavitud de una vida destructiva. Es posible superar la culpa y el dolor de ser responsables de la muerte de los animales, protegiéndolos y ayudándolos. Es posible dejar de relacionarnos de manera destructiva y sangrienta con aquello de lo que dependemos y, en su lugar, construir una relación positiva y vital de cooperación evolutiva. En todos los casos, la elevación del nivel mental no la producen ni las luchas violentas ni el razonamiento elemental, pues superar una adicción es un trabajo arduo, penoso e incierto, en el que el amor, el cambio de mentalidad o la maduración son claves. La comunicación, la cultura y los medios que la humanidad siempre usó para explicar y ayudar a superar sus tragedias puede transmitirnos ese impulso.

Quizá debamos introducir, en los mensajes anti-exterminio del planeta y en el sentido de la comunicación animalista y ecologista, mensajes trascendentes que ayuden ante los terribles efectos inmovilizadores de la adicción mundial al consumo productivista y agresivo. Una trascendencia mayor hacia comunicaciones con un nivel superior tiene que llevar a un salto de mentalidad, es decir, a una nueva mente humana, ecológica y sostenible. Esto se puede conseguir con activismo constante y firme, con intenso esfuerzo, con innovaciones en la relación con la naturaleza que surgen constantemente reforzando el lado positivo de la superación; sobre todo, con un lenguaje que muestre que no necesariamente debemos vivir matando, con el temible peso adictivo que ello genera.

Sin duda, una parte esencial del oscuro panorama que vivimos tiene que ver con la escasa capacidad de esas formas de comunicación cultural para llegar a grandes grupos de la humanidad, encenagados como están en un mundo de comunicaciones rastrero y simple en el que nada puede ayudar a elevarse al ser humano por encima de sus propias dependencias creadas. Y raro sería que pudiera darse ese milagro trascendental con una humanidad que no piensa, no tiene una relación afectiva con el mundo y no puede sentirlo sin cegarse ante culpa e ira.

Bateson, como tantos otros, consideraba que era posible salir de las adicciones. Aquellos que han superado alguna saben muy bien que ese esfuerzo no es racional ni puede apelar al interés del adicto. No se trata de convencer a nadie, ni de hacer caer del caballo a ningún ignorante. La adicción al sistema consumista actual no se vence con lógica. Se vence con ánimo, relación, constancia y convicción de que otro mundo nos espera ahí, más allá de este terrible panorama.

Eva Aladro Vico
(v.El Diario del 8 de octubre de 2019).

Los votantes van de un extremo al otro: eligieron a Trump en los Estados Unidos luego de tener como presidente a un personaje de la talla de Barack Obama. ¿Son mínimamente comparables uno con el otro? Pues yo pensaría, con perdón, que la distancia que los separa vendría siendo casi asunto de categorizar especies biológicas distintas.

Mucho se ha hablado ya de las razones que hubieren tenido los ciudadanos de esa gran nación democrática para tomar una decisión que nos ha asombrado a los fuereños, que el mundo entero no termina de entender y que, allá en casa de ellos, ha sacudido y estremecido a los mismísimos padres fundadores en sus majestuosos sepulcros (o, no tan señoriales, vayan ustedes a saber).

Tiene que ver la cosa con el tema de la demagogia populista, con el desencanto de los electores y con la insatisfacción y el resentimiento de quienes se sienten marginados en un sistema que promueve de manera agobiante el consumo de codiciables objetos: mercaderías que una gran mayoría de consumidores no están en mínimas posibilidades de adquirir; gadgets exhibidos en publicidades pobladas de jóvenes tan guapos como desenfadados que no sólo conducen coches deslumbrantes y portan trapos de marca sino que parecen poseer un insolente bienestar natural siendo que el resto de la gente sobrelleva penosamente las durezas de una grisácea cotidianidad.

Se habla mucho de la desigualdad como el gran disparador del descontento ciudadano y los consiguientes vuelcos en las urnas. Pero prácticamente nadie señala la asfixiante plaga del consumismo y la frustración colectiva que resulta de no poder comprar casi nada.

Habrá populismo para buen rato.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio en línea del 31 de octubre de 2019).

Vas andando por la calle y la gran mayoría de la gente con la que te cruzas pareciera aceptar las mismas reglas del juego. El vestir, para empezar: se han universalizado ciertas prendas. En cuanto a los artilugios electrónicos, los teléfonos móviles son llevados por todos. En el apartado de las conductas observables, muchas parejas se detienen a mirar los escaparates de los comercios. Y, bueno, el entorno está plagado de carteles que los anunciantes, suponemos, se toman la pena de colocar precisamente porque saben que tienen un mínimo impacto en personas que, además, han adquirido otra condición prácticamente planetaria, a saber, la de consumidores.

El mentado Buen Fin, con su estela de tentadoras ofertas, es eso antes que nada: una gran consagración de la compra, un ritual dedicado al consumo de objetos que, si lo piensas, no son particularmente necesarios ni mucho menos indispensables a la supervivencia de los individuos de la especie pero que han alcanzado la suprema categoría de cosas deseables en un sistema que, ahí sí, necesita estar produciendo productos de manera constante para preservar su propia viabilidad.

Ah, pero tenemos también la paralela existencia de sujetos que proclaman airadamente su descontento con este orden de cosas y que denuncian la perniciosa naturaleza del libre mercado. Y, cuando registras los hábitos que han adquirido ciertos sectores de la población y te das también cuenta de la importancia que tanta gente le da a cuestiones que no son verdaderamente importantes -o nada importantes, para expresarlo en términos absolutos- entonces te planteas, de la misma manera, muchas interrogantes sobre un modelo que, encima, resultaría que nos ha sido impuesto a los comunes mortales en las sociedades presuntamente posmodernas: entre otros posibles temas, ¿tan crucial se ha vuelto la necesidad de aparentar? ¿Qué tan satisfactoria resulta, en un plazo casi inmediato, la compra de una nueva pantalla plana o, más aún, la comprometida adquisición de un artículo de lujo? ¿Qué tan felices nos hace el consumo? ¿Por qué se ha vuelto más importante el tener que el ser? ¿Por qué somos tan irracionales, por no decir irresponsables, a la hora de usar las tarjetas de crédito? ¿De dónde viene esa oscura fascinación por la riqueza y de donde surge el impulso de emular, por lo menos a nivel de la apariencia, a los ricos? ¿Desde cuándo una pequeña asalariada dejó de cubrir sus necesidades inmediatas para proveerse, digamos, de un bolso de Louis Vuitton? ¿En qué momento fue que el universo de Chanel comenzó a estar presente en la realidad de las clases populares y formó parte de eso que los vendedores califican con el horrendo palabro de "aspiracional"?

No es algo que tenga lugar en las escuelas públicas -todavía no, aunque no lo sabemos realmente- pero los chicos en los institutos privados compiten desalmadamente para llevar los últimos trapos de moda o para exhibir el iPhone 11. Se ha creado en esos centros escolares un asfixiante espacio de crueldad en el que quienes no tienen unos padres con la billetera bien provista son implacablemente excluidos. ¿Qué tipo de adultos serán los mocosos arrogantes que ningunean a los que no exhiben botines de diseñador o camisetas con el maldito logotipo de la marca obligatoria? Es decir, ¿qué tan vacíos y frívolos podemos ser como individuos integrantes de una sociedad? Y, sobre todo, ¿por qué tienen que pagar tan alto precio quienes no tienen los medios para seguir participando en tan absurda y estéril carrera?

Lo más escandaloso es que todo esto ha sido diseñado y programado por terceros para seguir llenando las cajas registradoras de las grandes corporaciones (o sea, de sus accionistas y de unos ejecutivos que perciben colosales ingresos) sin que parezca importarles la siniestra deriva despersonalizadora de la gente y sin que les inquieten las consecuencias de crear un mundo de valores completamente distorsionados, un laboratorio de meros compradores indiferentes a la esencia primigenia de sus semejantes y capaces únicamente de identificarse -en una fugaz y infecunda comunión- con los vacuos embajadores de las marcas de lujo.

Escribe esto un liberal militante y un ferviente valedor de la economía de mercado que, sin embargo, se pregunta de pronto si este camino no nos estará llevando a un infierno de deshumanización, desprecio y exclusión, a un régimen escalofriante impuesto por los falsos dioses del consumo.

En un 1er. momento, el impulso de los humanos fue asegurar la simple satisfacción de sus más apremiantes necesidades. El sello más infamante de la pobreza extrema es precisamente ése, a estas alturas: una vida cuya cotidianidad se dirige a asegurar en todo momento lo puramente esencial, sin espacio para experiencias más desarrolladas. Pero en cuanto los individuos comienzan a ascender en la escala social sus aspiraciones se van contaminando, por decirlo de alguna manera, y terminan siendo sujetos anhelantes en permanencia. La verdad de la vida no está ahí, desafortunadamente. Que alguien mida la felicidad cabalmente proporcionada por el Buen Fin, por favor.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio en línea del 17 de noviembre de 2019).

Ha surgido una nueva "profesión", si se le puede llamar así, la de los llamados "influencers" (influenciadores de mercadotecnia). Son personas que tienen en redes sociales como YouTube o Instagram un importante número de seguidores que ven todo lo que publican, escuchan sus recomendaciones acerca de determinados productos, marcas, lugares, etc., o simplemente tratan de imitar sus estilos de vida.

El alcance masivo que tienen es utilizado por marcas comerciales para inducir y difundir determinadas compras.

Estudios y encuestas en 60 países (Global Trust in Advertising Report / Nielsen) demuestran que el 83% de los consumidores confían en las recomendaciones de amigos y familias, y el 66% en las opiniones de otros, particularmente de aquellos que se han formado una imagen, se han ganado la confianza de sus seguidores o han construido una comunidad a su alrededor, pasando de ser usuarios de las redes a "influenciadores" de ellas.

La diferencia que yo veo entre los consumidores tradicionales y los de nueva generación es que los primeros estamos acostumbrados a decidir por nosotros mismos qué comprar y qué no, en base a nuestros propios gustos y posibilidades, y los segundos basan buena parte de sus decisiones no sólo en las opiniones de terceros, sino además, y esto es lo mas preocupante, en el querer ser o parecerse a otro.

Por ello para mí, "un influencer es el sustituto de la opinión propia" y una solución superficial a un problema social de nuestra época: la insatisfacción crónica o destructiva, y que consiste en nunca estar conformes con quienes somos, cómo somos o con lo que tenemos.

Cada vez más personas hacen compras y asisten a determinados lugares no con el fin de satisfacer una necesidad material, estética o de placer, ni siquiera para rodearse de amigos verdaderos, gente valiosa y constructiva, sino para imitar el aspecto físico o estilo de vida de personas que de alguna manera les son atractivas y en muchos casos envidian.

En lugar de reconocer y aceptar las diferencias intelectuales, físicas o económicas, y hacer lo necesario para desarrollar talentos e imagen propios, prefieren convertirse en imitadores (copycats) del aspecto y conductas ajenas, al grado inclusive de someterse a estúpidas cirugías plásticas para modificarse físicamente y así, según ellos, parecerse más a quienes admiran.

Lo único que logran quienes viven imitando a otros por su aspecto y no por sus talentos o cualidades humanas, es hacer de su vida una obra de teatro en la que su cuerpo, ropa y accesorios son el vestuario o disfraz, sus modos de actuar el guion escrito por el "influencer", y los lugares que frecuentan su escenografía favorita.

Cabe mencionar que hay una importante diferencia entre un "influencer de mercadotecnia" y un líder de opinión cuyos conocimientos y experiencia en alguna materia hacen que sus consejos sean seguidos y sus opiniones valoradas.

Nunca será lo mismo la recomendación de alguien "pagado" para promover la venta o el consumo de determinados productos, que la opinión desinteresada de eruditos y personas versadas en algún campo de la actividad humana.

La mercadotecnia se ha encargado de confundir las opiniones expertas e independientes que dan certeza y credibilidad a las cosas, de las recomendaciones sesgadas de personas indoctas, pero populares (en política sería como confiar en las ideas de un estadista vs. la de un populista).

Tal vez el ejemplo más obvio son los anuncios de pastas de dientes o de productos milagro, en los que actores vestidos con batas médicas los recomiendan, avalados además por asociaciones profesionales "patito".

En lugar de influenciadores de mercadotecnia, que lo único que promueven es el consumismo banal y la ilusión de poder ser personas diferentes a las que realmente somos, lo que deberíamos encontrar y seguir en las redes sociales son influenciadores de conductas éticas, positivas y duraderas, modelos a seguir que nos hagan ser mejores personas y mejores ciudadanos, individuos críticos con opinión propia, y no imitadores de las vidas de otros o actores secundarios de la obra de teatro en la que la vida actual se esta convirtiendo.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(3 de enero de 2020).


El modelo y estilo de desarrollo que hemos construido es totalmente inviable; y hoy, ante una epidemia que ha matado ya a más de 100,000 personas en menos de 3 meses, lo que salta a la vista una vez más es que nuestra común humanidad es justamente esa: nuestro permanente e inevitable carácter vulnerable ante el hambre y la enfermedad. Dicho literalmente, no importa cuánto dinero se tenga; si no hay un respirador, y si no llega a tiempo, habrá de morirse.

¿Qué somos pues? ¿A dónde vamos? Y es que debemos regresar a las preguntas elementales, porque sólo ante el abismo, dirán algunos, estamos dispuestos a cambiar y re andar el camino. Necesitamos darnos cuenta de que no es vía el consumo y la acumulación de bienes como habremos de perdurar como humanidad; que no es mediante la explotación de los pobres ni el saqueo planetario como nuestra civilización habrá de ser ejemplar.

Si el capitalismo global cambia de métodos, pero no de fines, estaremos condenándonos a repetir las escenas que hoy vemos, una y otra vez; y si la única respuesta es un retorno a los nacionalismos y a la defensa de "los intereses nacionales", habremos de andar una brecha que nos llevó ya, en varias ocasiones, al mismo callejón sin salida.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 13 de abril de 2020).


Es importante preguntarse, en 1er. lugar, si lo que teníamos en la etapa previa a la aparición del nuevo coronavirus SARS-COV-2 puede considerarse como una forma de "normalidad" o, en todo caso, si se trataba de una normalidad aceptable.

En una de sus dimensiones, la normalidad que nos precedía puede ser calificada de feroz y frenética. Lo 1o., porque estaba inundada por marejadas de violencias que lastiman fundamentalmente a las y los más débiles; y lo 2o., porque el ritmo y estilo de consumo, el desorden urbano y la caótica y desorganizada vida urbana nos habían colocado en un delirio furioso de vida.

Mario Luis Fuentes, investigador del PUED-UNAM
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 18 de mayo de 2020).


La aceleradísima vida que llevábamos convirtió los viajes, esa experiencia vital tan importante, en un producto desechable de consumo rápido, en esa moda del fast trip que equivale a la fast food y en la que todos hemos caído (yo también, desde luego). Baste saber que en 2014 se alcanzó por 1a. vez la media de 100,000 vuelos diarios en el mundo; y tan sólo 4 años después, en 2018, la media ya ascendía a 120,000. Más aún: el 25 de julio de 2019 se llegó al histórico récord de 230,000 vuelos en un día. Íbamos embalados, quiero decir. Casi no quedaba cielo para tanto aparato.

Y entonces irrumpió la pandemia. A finales del pasado mes de marzo, el tráfico aéreo mundial había descendido un 55% (en España, un 90%). ¿Y qué ha sucedido? Que la contaminación del aire se ha reducido muchísimo. También ha influido el parón general de actividad, por supuesto, pero los aviones, como nos explicaba Greta, son muy dañinos. Según la IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo), producen el 2% de las emisiones mundiales de carbono, y además liberan óxido de nitrógeno y otros gases de efecto invernadero a miles de metros de altura del suelo, lo que hace que permanezcan allí mucho más tiempo. Gracias al coronavirus, ahora la concentración de dióxido de nitrógeno en la atmósfera está muy por debajo de las recomendaciones de la OMS, un logro insólito.

Y me pregunto: ¿vamos a volver a lanzarnos a esa locura, a retomar los viajes con avidez compulsiva, a rendirnos a la moda de la Ruta 66 y los vuelos al trópico? En 1er. lugar, por el momento no creo que sean sanitariamente muy seguros; pero además es que el planeta no puede permitírselo. Sí, ya sé que los fast trips son muy tentadores, lo mismo que la fast food, que está llena de ingredientes adictivos. Pero sabemos que es lo suficientemente perjudicial como para no comerla todos los días. No estoy diciendo que renunciemos a los viajes, al contrario. Lo que añoro es otra manera de viajar, que es lo mismo que decir otra manera de vivir: con más consciencia; con más construcción del propio deseo, en vez de dejarnos comer el coco por las modas; con más control sobre nuestros actos. El parón del confinamiento me ha permitido ver que llevábamos años corriendo locamente de acá para allá como gallinas descabezadas. Ojalá los nuevos viajes (y el nuevo mundo) sean más lentos, más deliberados, más verdaderos.

Rosa Montero
(v.pág.10-A del periódico El Informador del 31 de mayo de 2020).

Muchas personas aún siguen creyendo que el patrimonio material es lo más atractivo y trascendente que debemos de conseguir en esta experiencia de vida, sin percatarse que realmente ni produce una mejor calidad de vida, ni aumenta el conocimiento y más bien muchas veces, en vez de incrementar el altruismo, más bien genera todo lo contrario, nos hace avaros y desconsiderados con las personas que necesitan de nuestro apoyo. Por lo que una persona verdaderamente exitosa es la que practica la caridad con sabiduría, humildad y con una actitud tranquila y positiva. En vez de atribuirle éxito a los que acumulan bienes y viven codiciando y obteniendo fortunas, que de cierta forma todo lo van a dejar aquí y la mayoría de las veces ni siquiera lograron disfrutar bien todo lo que consiguieron.

El dinero, dicen, cómo ayuda cuando se tiene, en especial de sobra. Pero también es que no han probado las mieles de lo que es gozar del conocimiento, del saber, de la cultura al reconocer la belleza y la verdad de las cosas. Y lo peor del caso es que ni lo sabrán porque se han dedicado a perseguir el oro, en vez de cultivar sus virtudes.

Sobre todo a la hora de las herencias, los hijos más ambiciosos y materialistas, se frotan las manos por lo que les van a dejar, pero no miran los valores y la cultura que los padres les han trasmitido a lo largo de su historia. Más aún es reconocer y agradecer el enorme esfuerzo que han realizado para que hoy, sus descendientes, tengan al menos algo que valga la pena y los haga continuar por el camino correcto de la vida.

Como no se trata de terrenos, casas y cuentas de banco; los herederos no suelen apreciar ese patrimonio cultural, humano, de valores que sus ancestros cultivaron con tanto ahínco.

Si algo vale la pena heredar a nuestros hijos, es precisamente el conocimiento, el empeño por luchar, por madurar, por crecer, por crear, por hacerse responsables y prosperar sin esperar a que sus padres les obsequian riquezas materiales al morir. Tomémoslo en cuenta, sabiduría y caridad, la mejor herencia.

Guillermo Dellamary
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 26 de septiembre de 2020).

La globalización de la economía y el neoliberalismo trastornan el ciclo de la economía normal de producción, distribución y consumo, ha generado dinámicas asociadas al avance de la tecnología que modifican todo el sistema.

Otro término que se populizará es el biomercado o sea el hiperconsumismo que opera en el capitalismo actual, es el conjunto de estrategias mercantiles que da forma de vida al servicio del mercado. El consumo se convierte en una necesidad imperativa antropológica.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 1o.de octubre de 2020).

La pandemia de coronavirus marca el final de nuestro romance con la sociedad de mercado y el hiperindividualismo, dice Eric Klinenberg.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.4-A del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2020).

Lo que nos trajo [a] la pandemia y [a] la cuarentena extrema, el contagio de casi 20 millones y la muerte de 1.8 millones de personas en todo el mundo, es un modelo de producción y consumo orientado a la ganancia de los poseedores del capital.

Este sistema que expande las fronteras de la agricultura industrializada y de las actividades extractivas sin importar que en su camino devaste bosques, selvas y la agricultura tradicional es el responsable de la invasión de ecosistemas y se seres vivos que de modo inesperado entran en contacto con las actividades humanas. Y de este modo se producen las zoonosis y con ellas las mutaciones e interacciones con virus hasta entonces desconocidos para el ser humano.

El problema es un modelo social y de producción, el capitalismo, orientado hacia el consumismo, que con el fin de satisfacer deseos provocados por la maquinaria publicitaria, crea cadenas de producción y distribución de productos que consumen y despilfarran enormes cantidades de energía y con su consumo, la producción de desechos que están alterando el clima del mundo como nunca antes en 12,000 años de civilización humana.

Vivimos en un sistema de producción y consumo, la moderna sociedad capitalista, que consume y explota más recursos de los que puede producir. Es un sistema social depredador y devastador de la vida, humana y no humana. Es un sistema social que empuja a las especies hacia su extinción.

Así que el problema no es el 2020, y el problema no es que el año termina y lo podemos olvidar. No podemos olvidarlo porque sería ignorar quienes somos y en qué sociedad vivimos.

El problema es el capitalismo como sistema social orientado a la ganancia de algunas pocas corporaciones o personas. Y ningún Dios o plegaria nos salvará de su destrucción. Solo la voluntad y la acción política de la sociedad organizada y el deseo de crear otro mundo posible nos puede sacar de la barbarie en la que estamos metidos. No olvidemos que el capitalismo nos trajo esta pandemia y la cuarentena. Debemos cambiar este sistema si no queremos pandemias más destructivas que esta que nos trastocó la vida en este inolvidable 2020.

Rubén Martín
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 31 de diciembre de 2020).

Dentro de su libro "La sociedad del cansancio", Byung-Chul Han, señala que al día de hoy, el ser humano se encuentra en guerra consigo mismo. Tendemos a autoexplotarnos y podemos convertirnos en nuestro peor enemigo si no sabemos canalizar nuestros pensamientos y acciones.

Han tiene razón. Hemos llegado a un punto de insaciabilidad dentro del cual predomina lo material. Con el afán de encajar en la sociedad e impresionar, una persona considera prudente endeudarse para comprar un coche o un reloj. Es aquí cuando viene a la mente la frase "compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a personas a las que no les importamos". Nada de lo que hacemos termina satisfaciendo nuestro ego ni nuestra hambre por tener más y "ser más".

El sistema que nos rodea le ha hecho mucho daño a la naturaleza humana. Debido a lo anterior resulta indispensable reconfigurar nuestra mentalidad. Reconocer la autoexplotación a la que estamos sometidos es el 1er. paso para cambiar esta situación.

Cesáreo Escobedo
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 30 de enero de 2021).

La sociedad de consumo, con sus ficciones y vértigos, promete satisfacerlo todo y a todos, y falazmente identifica felicidad con estar saciado. Saciados, colmados, satisfechos, domesticados; así estamos, satisfechas nuestras necesidades (o las que consideramos como tales) en la fiesta consumista. La saciedad que se obtiene mediante el consumo es una prisión del deseo, reducido a un impulso de satisfacción inmediata.

José Tolentino Mendonça, doctor en Teología
("Pequeña Teología de la Lentitud", Fragmenta Editorial, Barcelona, 2017).

El dilema es: acumular riquezas a costa de la tranquilidad, o vivir tranquilos sólo con lo necesario. La mayoría parece elegir la 1a. opción y desencadenar una ardua trayectoria esforzándose por hacer un buen patrimonio, pero vivir envueltos por la ansiedad, el miedo al fracaso, la preocupación por escalar niveles sociales o preocupados por el qué dirán.

Así como la abundancia material, el confort y los lujos no son fáciles de conseguir, tampoco la tranquilidad. Hay que encontrar las herramientas, prepararse muy bien, ser trabajador y muy persistente para lograrlo.

Los maestros de la filosofía nos argumentan que la paz interior es una sublime conquista que tenemos la oportunidad de consolidar cuando dejamos de ser esclavos de los demás y de las posesiones. Cuando nos sacudimos la frustración y el enojo por no conseguir lo que pensamos que nos va a hacer felices. No parece existir tal en el mundo externo, sólo en la conquista del mundo interno. Cuando principalmente se domina el miedo y las fútiles aspiraciones ilusas que están fuera de nuestro alcance, y sobre todo, creer que haciendo daño a sí mismo y a los demás, seremos capaces de alcanzarlo algún día.

La tranquilidad es consecuencia de la libertad, de saber elegir aquello que no nos hace preocuparnos ni depender de los demás y seguir siendo esclavos. Cuando dejamos de soñar y perder de vista la realidad, tratando de obtener espejismos e ilusiones vanas y olvidamos concretarnos a estar bien sin hacer el mal a nadie.

Guillermo Dellamary
(v.pág.3-A del periódico El Informador del 5 de febrero de 2021).

Los optimistas creemos que esta es la sacudida que necesitábamos para enmendar el rumbo, una oportunidad única de hacer cambios profundos. Esto comenzó como una crisis de salud, pero es mucho más que eso, es una crisis de gobierno, de liderazgo, de relaciones humanas, de valores y forma de vida en el planeta. No podemos seguir en una civilización basada en el materialismo desenfrenado, la codicia y la violencia.

Este es el tiempo de la reflexión. ¿Qué mundo queremos?

Isabel Allende
(v."Mujeres del alma mía", Penguin Random House Grupo Editorial, España 2020).

La tecnología y la economía, se presentan como grandes ventajas y al mismo tiempo nos causan males que no siempre percibimos su alcance. ¿Por qué nos obligan a cambiar lo que nos funciona bien? porque tenemos que consumir, por fuerza, lo que quieren vender, y así, sin darnos cuenta, lo que podría resolver nuestras carencias, va a las arcas de los que mueven los hilos.

María Belén Sánchez
(v.periódico El Informador en línea del 19 de octubre de 2021).

La globalización de la economía y el neoliberalismo trastornan el ciclo de la economía normal de producción, distribución y consumo, ha generado dinámicas asociadas al avance de la tecnología que modifican todo el sistema.

Otro término que se populizará es el biomercado o sea el híperconsumismo que opera en el capitalismo actual, es el conjunto de estrategias mercantiles que da forma de vida al servicio del mercado. El consumo se convierte en una necesidad imperativa antropológica.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 25 de noviembre de 2021).

Todos estamos dentro del juego sin nuestra voluntad. Da igual si hacemos algo para participar como si no hacemos nada. El juego continúa a pesar de todo, y si nos retiramos no cambia nada. Las reglas del juego que antes se definían en cada nación de forma "autónoma" mediante las normas jurídicas, mediante el miedo y la coacción, ahora se implantan por encima de los países mediante modelos de vida enfocados al placer y la experiencia. Para Günter Anders esto implicaba una suerte de obsolescencia del hombre, pero aun sin ser pesimistas es claro que la aplicación de estas nuevas reglas globales oprime a la persona.

Las nuevas reglas del juego se expresan mediante aspiraciones inducidas por las comunicaciones en el mercado, por encima de las decisiones locales. En el mundo, somos inducidos a querer algo, a adquirir algo, a experimentar algo y a sentir algo que nos es definido desde fuera y que en mayor o menor medida asumimos como regla. Independientemente de que vivamos en Matanzas Cuba o en Londres. Así queremos tomar vacaciones, visitar algún sitio, comer algún platillo o adquirir una prenda y esos deseos son cada vez más parecidos en todo el globo. Si no lo hacemos nos sentimos fuera, no somos exitosos. El éxito es la nueva obligación de nuestro tiempo.

Pertenecemos a un sistema que nos asimila mediante el trabajo, el dinero, el consumo y las reglas del derecho que delinean formas específicas de reglas globales en materia financiera, tecnológica y política. Las personas podemos ver en dispositivos las formas de vida y consumo y aspiramos continuamente a ellas, independientemente de dónde estemos, las aspiraciones son constantes expuestas en campañas globales que nos inducen a usar un teléfono, viajar, hablar o venir de determinada forma que implica que estamos dentro del juego. Teóricamente el seguir en el juego nos permite ser libres, pero en realidad lo que tenemos son libertades de elección entre algunas pocas opciones. Elegimos entre ciertas prendas de moda, entre ciertos sitios a los que muchos aspiran visitar, a consumir las mercancías más promocionadas. En la política elegimos entre algunas opciones pre elaboradas que se promocionan como artículos de consumo.

Cuando muchos se dan cuenta de que la supuesta libertad es solamente un espacio limitado por la técnica, la mercadotecnia y la inducción provocada por algunos grupos, ha aparecido una sensación de desesperanza que nos acerca a la imagen de la desdicha generando resentimiento, enojo, ira. Esta inconformidad se ha expresado de diversas formas: agitación social, exigencia de mayores salarios, cambios políticos y exige que ante la fragilidad y la incertidumbre el estado cree mejores mecanismos de protección. Ahora mismo se discute en California la introducción de la semana laboral de 4 días y en el mundo se debate sobre el futuro de las pensiones y los sistemas de salud tienden a expandirse para brindar mayor protección a los más necesitados.

Es una ira que exige resultados tangibles y reacciona furiosa ante los privilegios ancestrales, los títulos nobiliarios o el destino brillante de los grandes herederos. Es una reacción que como señala Sygmund Bauman no está dispuesta a hacer un sacrificio ahora para tener un futuro mejor, sino que exige que el resultado se de en el presente. Que para muchos, y sobre todo los más jóvenes, es el único tiempo que existe.

Esa ira es la que impulsó los movimientos sociales de los chalecos amarillos en Paris y la que desencadenó el triunfo de Trump en Estados Unidos, la emergencia aquí del proyecto político del presidente López Obrador y es a lo que se enfrentan naciones que tienen elecciones en puerta como Francia, Colombia o Brasil. Más allá de los aspectos ideológicos lo que domina el espectro es esa inconformidad más o menos inconsciente por la presión que genera el juego que jugamos en el que tenemos expectativas muy superiores a los logros alcanzables. Y al mismo tiempo crece la sensación de aquella autoridad omnipresente que domina la comunicación y la mente de las personas que inspiró a George Orwell. El Ministerio de la Verdad que se relataba en la obra 1984 está más cerca de lo que pensamos, solo habrá que echar una mirada a lo que sucede ahora mismo en Rusia y China.

De la forma como se encauce la ira provocada por el miedo a ser excluido del juego y caer en la ignominia de no ser reconocido o de la miseria insoportable, dependerá el futuro político y económico de las naciones que se enfrentan al reto de ofrecer soluciones más allá de las ideologías del siglo XX.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.6-A del periódico El Informador del 17 de abril de 2022).

Considero que, cada vez más, empujados por el apetito de posesión y la competencia, hemos dejado de lado las cosas importantes de la vida. Afanados por obtener lo que nos han mostrado como símbolos del éxito, hemos dejado de soñar. Aspiramos a un automóvil nuevo, a ropa de marca, a la última versión de los videojuegos, a viajar sin restricciones y no nos damos espacio para acariciar nuestros sueños, nuestras fantasías... Debemos revisar nuestros valores para replantearnos nuestro rol en la sociedad y nuestros hábitos de consumo. Los días que se aproximan no serán fáciles. El costo de la vida se ha elevado considerablemente y seguirá. La relación entre los ingresos y el gasto de una familia promedio son deficitarios. Solo en el caso de los útiles escolares es notable la diferencia entre el año precedente y el actual. Una recorridita por el mercado o las tiendas de conveniencia es suficiente para ponerle los pelos de punta a quienes abastecen la casa. El precio de la gasolina se incrementa a pesar de los enormes subsidios que se le destinan, subsidios que, dicho sea de paso, pagamos mediante nuestros impuestos. A pesar de las políticas compensatorias, o más bien, preelectorales, debería de escribir, se seguirá incrementando la distancia entre los que más tienen y aquellos que se incorporan a la amplísima masa de pobres en nuestra sociedad. A mayor pobreza, mayor dependencia.

Frente a un horizonte como el nuestro, en medio de la violencia y la incertidumbre generadas por la injusticia y el narcotráfico, se impone un cambio de actitud. Deberemos ser agentes proactivos para desterrar la desigualdad, la injusticia y la corrupción de nuestro país. No a la violencia, sí a la toma de conciencia. No a la descalificación, sí al compromiso de construir juntos. No a la confrontación, sí a la solidaridad.

Eugenio Ruiz Orozco
(v.pág.5-A del periódico El Informador del 29 de agosto de 2022).

El Papa Francisco aseguró ayer, ante cerca de un millar de jóvenes economistas y empresarios de 100 países del mundo reunidos en Asís (centro de Italia), que es necesario "cuestionar el modelo de desarrollo" actual porque "la tierra arde hoy" y pidió que el trabajo sea justo para todos, "el gran desafío de nuestra época".

Se refirió a la incapacidad del mundo de "custodiar el planeta y la paz", y ante esta "casa común que se cae a pedazos", es vital "transformar una economía que mata en una economía de la vida", con "una nueva visión del medio ambiente y de la tierra".

"Hay muchas personas, empresas e instituciones que están haciendo una conversión ecológica. Debemos avanzar por este camino, y hacer más (...) no basta con maquillar, hay que cuestionar el modelo de desarrollo" aseguró Francisco, al enfatizar: "La tierra arde hoy, y es hoy cuando debemos cambiar".

Para el pontífice, "si hablamos de transición ecológica pero nos mantenemos dentro del paradigma económico del siglo XX, que saqueó los recursos naturales y la tierra, lo que hagamos siempre será insuficiente" y enfatizó: "Es el momento de un nuevo valor para abandonar las fuentes de energía fósiles, para acelerar el desarrollo de fuentes con impacto cero o positivo".

La sostenibilidad, añadió, es una realidad con varias dimensiones, como la social, porque "la contaminación que mata no es sólo la de dióxido de carbono, la desigualdad también contamina mortalmente nuestro planeta".

También hay que mejorar las relaciones, en particular en Occidente, donde "son cada vez más frágiles y fragmentadas por un consumismo que busca llenar ese vacío", y recuperar la espiritualidad.

"Mientras nuestro sistema produzca residuos y funcionemos según este sistema, seremos cómplices de una economía que mata".

También dio 3 indicaciones: "Mirar el mundo a través de los ojos de los más pobres (...) y que tus elecciones diarias no produzcan residuos, no olvidéis a los trabajadores (...) mientras creas bienes y servicios, no olvides crear trabajo, buen trabajo, trabajo para todos", que consideró "el gran desafío de nuestra época y del futuro", y, por último, convertir las ideas "luminosas" en obras.

Y concluyó con una oración: "Padre, te pedimos perdón por haber herido gravemente la Tierra, por no respetar las culturas indígenas, por no estimar y amar a los más pobres, por crear riqueza sin comunión".

(V.pág.7-A del periódico El Informador del 25 de septiembre de 2022).

La sociedad actual ha provocado excesos en todos los sentidos. Los aparatos económicos, financieros, militares, de comunicación y políticos se han enfocado a producir objetos, mercancías, productos, ideas e ilusiones de forma incesante como si la cantidad fuera virtud. Esto es así porque la sociedad de consumo promueve la incesante búsqueda de satisfacción de los deseos, que ella misma artificialmente crea para mantener en funcionamiento el remolino.

La idea de que la felicidad equivale a la satisfacción máxima e inmediata de todos los deseos juntos ha sido sembrada en la mente y los sentimientos de la colectividad. Pero al mismo tiempo la sociedad produce una ola incesante de frustraciones por las expectativas no cumplidas. Se somete así la voluntad oprimiendo los sentimientos para generar a su vez otros deseos. Pero la clave del proceso del torbellino incesante está en que hay un premio a aquellos que estén enrolados en este proceso de desear: el ser admitido, el formar parte de una inclusión social basada en el máximo esfuerzo por pertenecer mediante objetos, marcas, lugares y experiencias comunes que identifican a los participantes. La aprobación de los demás es condición de la existencia en sociedad. Es un castigo no ser admitidos y peor ser reprobados, la exclusión del torbellino es inaceptable. Por eso hay una tendencia a publicar que se forma parte de él, un impulso inconsciente de dejarse ver y mostrar que se es parte de la maquinaria del "mundo feliz". Y que se es aprobado por miles y miles, que ahora se expresan en símbolos, encuestas y "likes". Pero en esa ruta la persona se convierte a su vez en objeto de consumo, en un producto y lo curioso es que muchos desean convertirse en esa clase de productos.

En ese sentido la conducta de las personas con mayor responsabilidad se ve afectada por la necesidad de provocar la aceptación. La virtud, la bondad, el buen hacer, queda condicionado a la aceptación de las comunidades, que se convierte en una nueva medida de valor, muchas veces vacía. Esta relatividad supone someter a la verdad y la corrección a la aprobación pública inducida por sentimientos y olas de coyuntura. De forma que no solamente hay una economía del engaño en términos del consumo de productos y servicios, sino una normalización de la mentira como parte de una realidad aceptable. La aceptación para muchos se convierte en el propósito más valioso dejando atrás lo realmente trascendente. El medio se justifica en un fin en sí mismo.

Peligroso momento cuando todo se somete a la coyuntura de la aprobación, porque en ese torbellino se generan también una enorme cantidad de desechos no solamente materiales sino de propuestas, ideas y "personas producto" que son rápidamente sustituidas por la mecánica de la aceptación.

Ese torbellino es en realidad la imposición de una verdad única: el consumo. La conversión de la persona en producto. Provocando aquella servidumbre voluntaria que tanto se combatió al final de la Edad Media. El sometimiento manso a condiciones que vulneran la dignidad. El espectáculo de los hombres que se consumen es el nuevo circo romano, instalado en cada rincón de las comunidades.

Pero hay una luz de esperanza, ya que una parte de las nuevas generaciones no están dispuestas a consumir sus vidas como mercancías en ese torbellino y se detienen a mostrarnos su descontento, con movimientos de respeto al medio ambiente, la lucha por la igualdad y contra la explotación irracional de los recursos naturales, o las expresiones contra la manipulación de la información. Se resisten a ser productos, a formar parte del espectáculo. Y aunque aún son una minoría, son los revolucionarios del futuro que plantean tener un juicio propio. Son aquellos que levantan la voz ante el sometimiento voluntario al torbellino del consumo, del exceso, del desecho y la descomposición.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.2 del periódico El Informador del 22 de enero de 2023).

Confieso que observo con asombro y a veces con desconcierto cuando un veinteañero desciende de un auto deportivo, enfundado en unos tenis Balenciaga y un reloj o cadena imposibles de tasar en salarios mínimos.

Sin confrontarlos con la mirada, los observo y a menudo me pregunto cómo lograron el ascenso a la cúspide de una pirámide social injusta y desigual, y ahora montan 2 o 3 millones de pesos sobre 4 ruedas.

Supongo que al final muchos eligen un camino breve, fulminante y criminal porque dudo que una beca de 6,000 pesos al mes de Jóvenes Construyendo el Futuro les alcance para tomar esa ración banal de mundo que nos inflige el hiperconsumo actual.

Jonathan Lomelí
(v.pág.2 del periódico El Informador del 14 de junio de 2023).

Llegó el Buen Fin 2023, ¿piensa hacer algunas compras?, ¿le interesa darse su vuelta y ver qué encuentra a buen precio que pudiera aprovechar?, ¿o quizá fue de quienes no creen en falsas ofertas y prefieren no hacerle segunda a las tiendas y comercios?

El Buen Fin es una iniciativa que pretende reactivar la economía a través del consumo. No es poca cosa: el consumo en la economía contabiliza por más de la mitad de todo el valor del PIB del país. No solamente es importante que la gente consuma, sino que resulta fundamental para el sano crecimiento económico.

Países que identificamos como mucho más consumistas que el nuestro, el consumo puede ser incluso tan grande que representa tres cuartas partes de toda la economía. Caso concreto: los Estados Unidos.

Pero después de varias ediciones usted lo sabe bien. El Buen Fin se ha convertido en México más en un evento de opciones de financiamiento, abundan las opciones de pago y los famosos meses sin intereses. Lo que no está mal, pero claramente podría ser mejor.

En el caso de las cadenas de tiendas, estas han sabido adaptarse mucho mejor al objetivo del Buen Fin, grandes empresas como grupo Wal-Mart o Liverpool son de los que mejor han manejado como propio el evento. Tienen la capacidad material, financiera y operativa para hacerlo.

Caso contrario con los pequeños o medianos negocios comerciales.

Su margen de operación es tan pequeño, que difícilmente pueden ofrecer grandes descuentos o competir con las opciones de financiamiento que ofrecen las grandes cadenas. Lo que comenzó como un evento que buscaría reactivar el comercio en todos los niveles, poco a poco se ha venido convirtiendo en un evento para las grandes cadenas.

Las pequeñas simplemente no pueden competir, ni en variedad, ni es descuentos, ni en servicio, y muchas veces ni en opciones de financiamiento. Lo que ha provocado que los mexicanos interesados en cazar ofertas no piensen más que en los grandes nombres para hacer sus compras.

El Buen Fin es entonces, una carrera de resistencia, en la que el premio son los dineros de los compradores, carrera en la que las grandes cadenas son las que llevan mucha ventaja a los pequeños comercios.

El pez grande se come al chico.

Basta verlo en internet. Entre a donde entre desde su celular, encontrará cascadas de publicidad referentes a las ofertas que le esperan en el Buen Fin. Incluso, en un ánimo de cazar al mayor número de compradores antes que nadie, algunas de las grandes cadenas se han adelantado y desde este pasado fin de semana ya arrancaban con "ventas especiales" o "fines irresistibles" de descuentos en los que esperaban captar al mayor número de ventas antes que arranca oficialmente el Buen Fin.

Quién sabe cómo vaya evolucionando el Buen Fin en los años por venir, pero la tendencia es que terminarán ganando los mismos de siempre: las grandes tiendas.

Israel Macías López
(v.periódico El Informador en línea del 15 de noviembre de 2023).
Frase del año.

Me sentiría mejor si realmente necesitara algo de esto.

Publicado el 18 de octubre de 2013.

Publicado el 17 de octubre de 2014.

Publicado el 6 de junio de 2022.

En la era del consumo, reparar es un acto de rebeldía.


Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más.

Francisco de Quevedo


Debemos cuidarnos del canto de sirena de la opulencia, enormes mansiones y grandes automóviles, cuando el grueso de nuestra gente vive todavía en muladares.

Desmond Tutu, exarzobispo de Ciudad del Cabo, Sudáfrica.


Quien muera con más juguetes gana.

Película "The Joneses".


Links interesantes:

The Story of Stuff
Can we have prosperity without growth?


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