Civilización


Vivir en la civilización es cruzar una calle sin otra precaución que observar el semáforo peatonal dando la señal de paso, sin mirar siquiera si los autos que darán vuelta tienen o no intención de pararse ante las líneas amarillas de seguridad; caminar por una ciudad propia, nuestra más que de los coches, sin interrumpir la conversación ni exponer la vida en cada esquina. Es dejar el auto para tomar un camión urbano porque esperará a que subamos, irá por su carril, se detendrá en los paraderos, abrirá las puertas únicamente al hacer alto total y no arrancará sin antes cerrarlas por completo.

Civilización es subirse rápidamente a un taxi, con la certeza ni siquiera pensada de que el chofer pondrá de inmediato el taxímetro, sin detener el tráfico mientras perdura la negociación con el chofer que pretenderá cobrar según su humor en todas las ciudades, excepto el Distrito Federal, donde mal que bien se emplea ese aparato para medir los viajes. Es no escuchar que "está descompuesto". En correspondencia y desde el lado contrario, es no encontrarse a una mujer con un niño en brazos cruzando por mitad de la cuadra exactamente bajo un puente peatonal que sólo le sirve para dar sombra; es no tener que salvar en el último segundo a un par de niños, casi adolecentes, de esos con cachucha al revés, que van ambos en una misma bicicleta tambaleante por mero en medio de un carril en sentido contrario por plena avenida Alcalde; es no tener todavía que soportar que nos levanten el brazo en mala seña, tras de que, circulando correctamente, casi nos estrellamos con otro auto que también circulaba correctamente; es ser chofer de taxi sin tener que discutir con el cliente que desea saber el precio del viaje por anticipado y no acepta el taxímetro porque lo ve con sospecha; es ser chofer de camión urbano que recibe un salario decoroso por ocho horas de trabajo y no debe arrebatarse con otros el pasaje, porque no existe ningún aliciente para ello en forma de porcentaje por boleto vendido, ni acicate para dar más vueltas que otros a toda velocidad. Al contrario, se castiga la llegada adelantada a la terminal. Civilización es hablar del "camión de las 4:17" y del que le sigue, "el de las 4:28", y mirar el reloj porque ya trae un minuto de retraso.

Hay también civilización cuando nadie arriesga la vida por decir al vecino sinaloense que la tambora está muy fuerte y son las tres de la mañana. Es ponerse corbata para ir a un concierto, aunque haga calor, reservar en los restaurantes y no echar en ellos nuestros niños a jugar entre las piernas de otros comensales. Es no tener una corneta a un lado mientras comemos ni un cantante escupiendo sobre nuestra sopa. Es ponerle chile a la carne asada y no ponérselo al pollo en vino blanco. Es no hablar en el cine en voz alta ni decir "mira, un perro", cuando se ve un perro en pantalla. Es leer un libro en el metro, en los camiones y en la playa.

Civilización es todo lo que hace la vida llevadera en la ciudad: la abundancia de cafés y de restaurantes para la conversación y el encuentro, sobre todo los pequeños y no pertenecientes a cadenas, la facilidad para abrirlos, la noche iluminada en las avenidas llenas de gente, las librerías y discotecas, los teatros y museos, las temporadas de música, la pintura, el cine en abundancia y con surtido mundial, el teatro de todos los tipos y calidades. Uno pensaba, en los tiempos prepanistas, que eso llamado "derecha" estaba precisamente por esta clase de usos y costumbres, tan mal vistos por la izquierda, quien los tilda de preocupaciones "pequeñoburguesas". Siempre hay la posibilidad de réplica llevada al absurdo: "¿Quién se preocupa porque la ciudad sea habitable cuando tantos niños venden chicles en las esquinas?" Y ante la miseria más abyecta uno debe admitir que, en efecto, poco importa si alguien traga sopes atrás de nuestro asiento, en el cine. Por el contrario, debemos felicitarnos porque alguien todavía tiene para sopes.

Algunos ilusos creíamos que el PAN, o sea, la derecha, según aprendimos desde la infancia, recogería niños de la calle con camionetas para llevarlos a una guardería. Que no habría fiestas con tambora sin la inmediata llegada de la represiva patrulla. Que se impediría la entrada de menores a películas para adultos. Que facilitaría las inversiones en todos los ramos; que la vía corta a Vallarta la ofrecería al mejor postor privado y se construiría en escasos meses con gran alarma del PRD y del PRI; que gracias a su desnacionalizada alma tendríamos un tren eléctrico de alta velocidad y, por supuesto, privado, uniendo estados panistas. Que en Guadalajara el agua se vendería a su precio y no veríamos desperdicio. Que el metro abarcaría toda la ciudad gracias a que se cobraría el precio de recuperación. Soñábamos, en fin, con que eso de "la derecha" fuese cierto. Y los choferes estuvieran encorbatados y los camiones limpios porque las "pintas" se castigarían como daño en propiedad ajena.

No fue así. El gobernador panista de Jalisco no sólo le va a las "márgaras" del Atlas, hecho más que impensable en la antigua derecha, sino que levantó un "menumento" o "estuata" donde los signos de admiración están, ambos, de cabeza y no como es en español, el primero parado y el último de cabeza. Incorregibles porque son de cantera labrada.

Ah, ¿cuándo tendremos un gobierno de derecha? Digo, al menos para poder comparar.

Luis Gonzáles de Alba, pág.7 de la sección "Arte & Gente" del diario Público del 19 de enero de 1999.


Lo que pasa es que los mexicanos, por naturaleza, no se hicieron para vivir en sociedad. Necesita el país 100 millones de cerros, uno para cada mexicano, para que en la punta del mismo haga lo que se le antoje sin molestar a los demás: ponga música a todo volumen, se pase los "altos", circule en sentido contrario y/o a exceso de velocidad, tire la basura donde se le antoje, le grite groserías a las mujeres de los cerros cercanos (que al fin y al cabo no alcanzarán a oírlos), evadan el pago de impuestos y contribuciones, saquen a sus "chuchos" a pasear o simplemente los dejen sueltos para que hagan sus necesidades donde puedan sin tener el cuidado de recogerlas, circulen en motocicleta por banquetas y parques, disparen sus armas de fuego en fiestas patrias y de fin de año, desperdicien el agua porque para eso "la pagan" (lo que estaría por verse), suelten a sus escuincles en bicicletas, patinetas y otros vehículos a corretear por el prado y cochera de los vecinos, den gritos a medianoche mientras se despiden de las visitas, jueguen fútbol utilizando la puerta del vecino como portería, dejen los sanitarios sucios después de utilizarlos... etc., etc., etc.

Después de lo anterior, Singapur debe ser el paraíso.

Carta privada del webmaster del 30 de octubre de 2001 a la articulista Paty Blue del periódico 'Público'.


Entre los motivos para el pesimismo [sobre la vida urbana en Guadalajara], el viandante puede enumerar: indolentes que tiran la basura en cualquier sitio; peatones que prefieren jugársela, atravesando por media calle y en cualquier momento, en lugar de hacerlo por la esquina, cuando se detiene el río de vehículos; vecinos que utilizan la banqueta como cochera, obligando a las personas a tener que bajarse al arroyo (el colmo puede verse ahora mismo en la calzada del Obrero, casi esquina con Puerto Melaque, donde alguien decidió obstruir la banqueta oriente con un par de barditas, para construirse un estacionamiento); el inquilino que deja el cadáver de un perro snauser, lejos de su domicilio pero cerca de los demás, en el camellón de la avenida Normalistas; usuarios (comunes u ocasionales) del transporte público que, aparte de no cederle el asiento a personas mayores, mujeres embarazadas o con criaturas de brazos, ocupan siempre el asiento del pasillo, obligando a los otros pasajeros que quieran sentarse a tener que pasar por enfrente de ellos o de ellas. La explicación de éstos y otros malos hábitos (como los negocios de todo tipo que domiciliariamente fijan su propaganda con cinta adhesiva que descarapela puertas y canceles) hay que buscarla en la mala crianza, en la falta de respeto a los demás o, de plano, en un franco desprecio a la vida civilizada.

Juan José Doñán, pág.6 de la sección "Cultura y tendencias" del diario Público del 1o.de marzo de 2002.


El día en que un autobús circule sin prisa y a tiempo, se detenga en los lugares en que la adecuada señalización lo indique; ocupado por usuarios que cómodamente vayan sentados en su sitio, mientras escuchan música placentera; que un chofer educado conduzca amablemente con respeto de los itinerarios programados y las rutas sean las adecuadas; cuando exista la tarjeta de prepago y en los buses la expedición del boleto sea mediante un aditamento electrónico; con vehículos de piso bajo, en donde puedan subir sillas de ruedas, así como otras tantas virtudes. Sólo así, cuando eso ocurra, estaremos preparados "para alcanzar lo más difícil, lo más colosal y divertido de todo, para subir y comprender el significado" de la planeación y la verdadera eficacia funcional. Entonces y únicamente entonces, estaremos dispuestos y gustosos de agradecer mediante un pago simbólico cualquier precio con que se nos ofrezca un servicio de alta calidad que nos incentive al desuso del automóvil particular y nos permita andar en bicicleta a través de una hermosa ciclociudad.

Jorge Fernández Acosta, pág.4 de la sección "Correo" del diario Público del 22 de junio de 2004.


Nuestra religiosidad fácilmente nos mueve a decir "señor mío y Dios mío", pero nos resistimos a participar en un yo colectivo: "Padre nuestro", como también nos resistimos a vivir sanos. Somos un pueblo enfermo, depresivo, alcoholizado, sin autoestima, obviamente con epidemias de diabéticos, obesos, cancerosos e infartados, rodeados de santos viejos sordos y prometedores santos nuevos esperando que nos hagan el "milagrito". Somos pedinches a tiempo completo o fanáticos para huir de la compleja realidad.

¿Qué tipo de religiosidad tienen los habitantes de Tokio para vivir sanos, en orden y en paz sin tantos rollos?

Hay una conducta inteligente que utilizan algunas aves en su vuelo. A cada ave del grupo se le asignan 3 reglas sencillas:

  1. Sigue al vecino.
  2. No choques con él.
  3. Conserva más o menos la misma velocidad.
¿El yo colectivo es la sociedad justa, organizada, saludable y responsable, sin corrupción? ¡Emprendamos el vuelo!

Juan Diego Uribe, pág.4 "Correo" del diario Público del 29 de mayo de 2005.


Un país donde los peatones deben esquivar raudamente a los coches en las calles, un país de basura arrojada despreocupadamente por doquier, un país de microbuses cuyos conductores se niegan a dar el servicio a los ancianos porque "no pagan", un país que no cuida ni respeta a sus propias minorías...

Román Revueltas Retes, pág.3 del diario Público del 3 de julio de 2005.


La anomia gana en cada paso de la cotidianidad tapatía. Es un trauma banquetero y de supervivencia: choferes diestros con el brazo izquierdo en cruce para sostener el celular sobre pabellón auditivo derecho, al dar turno en esquinas; filas interminables en bancos, mientras cajeras platican a paciencia tendida, sin dejar el plato de sopes al junto, y usuarios con celulares en función, cuando pasaron al lado de jenízaros parpadeantes, todo como si nada; motociclistas en sentido contrario, sin casco protector y por cualquier carril, ciclistas que toman las banquetas (espacios para el solaz peatón) a modo de tartán olímpico. No es la edad la que habla, pura y maldita rabia.

Francisco Arvizu Hugues, pág.18-B del periódico El Informador del 16 de julio de 2005.


Hace algunos meses, en un diario local se publicó una gráfica atroz: el cadáver de un perro achicharrado. Si el pie de foto hubiera consignado que alguien había tratado de incinerar al perro muerto para evitar su corrupción al aire libre y la consiguiente contaminación, menos mal. Empero, no era el caso. Se trataba de que el can, vivo, fue bañado de gasolina por unos muchachos que luego le prendieron fuego, "por pura puntada", para verlo arder...

"Por pura puntada" hay quienes lanzan a los cables de la luz, como hacen los gauchos con las boleadoras, el par de zapatos viejos. "Por pura puntada" hay quienes compran pintura en aerosol y "rayan" con jeroglíficos (una acepción del vocablo es "escritura o apunte difíciles de entender o interpretar") las paredes recién pintadas. "Por pura puntada" hay quienes, la noche del Año Nuevo, lanzan balazos al aire; (no se ha sabido de nadie que, por ponerse en paz con su conciencia -o "por pura puntada"-, trate de enterarse, después, de los estropicios -destrozos, heridos..., eventualmente muertos- causados por las "balas perdidas", y acuda, por su propia iniciativa, al ministerio público, a acusarse de probable homicidio imprudencial). "Por pura puntada" hay quienes, camino a casa tras una noche de parranda, dejan en plena avenida, en la línea divisoria de los carriles de circulación, las botellas vacías de tequila o de "caguama". ¡Es tan divertido imaginarse que alguien, inadvertido, las rompa, y que los vidrios revienten alguna llanta, y que un coche termine estrellado contra un poste, y que haya heridos o hasta muertos...!

No todas las gráficas que captan los fotógrafos de un diario se publican al día siguiente. Algunas carecen, por sí mismas, de interés. Otras no consiguen pasar los controles de calidad. Algunas más se estrellan en una especie de censura: los criterios editoriales... De estas últimas, varias llegan a circular, clandestinamente, en la redacción de los periódicos. Así, aun inéditas, resultan más impactantes que la mayoría de las que se publican...

Acaba de ser el caso de una, captada en el bosque de La Primavera, a inmediaciones de Tala. El bosque de sobra conocido -precario, trespeleque, endeble- aparece como telón de fondo. En primer plano, un perro blanco con manchas negras... Con una particularidad: el perro, ahorcado, pendía de una cuerda.

En días pasados, alrededor de 80 animales de diferentes especies (gallinas, perros, gatos, palomas...) aparecieron degollados, desangrados, precariamente sepultados, cerca de las vías del ferrocarril, en una colonia residencial del poniente de la ciudad. Los vecinos afirman que se trata de ofrendas de ritos satánicos.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico, pág.5-A del periódico El Informador del 31 de agosto de 2005.


Es dudoso que con 128 posibilidades (16 veces más) de sincronización por semáforo se resuelve un problema que sobre todo reside en la dificultad de reconocer una realidad de nuestra ciudad metropolitana: que nunca fue diseñada y construida para la cantidad de vehículos, tanto en movimiento como estacionados, tal como queremos utilizarla. Insistir que la solución está en la electrónica de la caja de control es actuar como el avestruz. Lo que necesitamos es 16 veces más de voluntad, recursos e inteligencia invertida en un sistema de transporte público seguro, digno, económico, eficiente y limpio; y un rescate de los espacios abiertos, las banquetas y las calles públicas por donde todos transitamos también como peatones.

El sistema de semáforos en la ciudad de Guadalajara ya llegó a funcionar tan bien como lo podría. Llevamos muchos años y millones invertidos para sacarle el uso máximo a nuestras vías; tanto que andar en la calle se ha vuelto la parte más desagradable de nuestra vida cotidiana.

En este callejón sin salida, hay que meter reversa y retomar al abandonado proyecto del sistema de tren ligero con sus ramificaciones de metrobuses y civilizar los servicios asociados.

Norberto Alvarez Romo, promotor de desarrollo sustentable, pág.4-A del periódico El Informador del 26 de septiembre de 2005.


Hace un cuarto de siglo, en nuestra primera visita a Alemania Federal, aquella joven germana que nos sirvió de traductora nos mostró en alguna avenida una serie de contenedores donde los habitantes concentraban, clasificados, sus desperdicios domésticos, y nos expuso de qué manera los separaban antes de tirarlos, de acuerdo con su naturaleza. Después los reciclaban, es decir, los industrializaban para convertir esa basura en productos útiles y para evitar que se contaminara el ambiente.

Cinco lustros después, en la próspera, cosmopolita y querida, pero esquizofrénica Ciudad de México, no ha sido posible aplicar una ley -ya promulgada, pero en la congeladora- que obliga a los habitantes a hacer lo mismo que realizaban desde entonces los alemanes: separar la basura antes de entregarla al camión del servicio público.

Mucho menos se ha logrado alcanzar ese grado de civilización aludido, y que de tenerlo nos inhibiría (y avergonzaría) de tirar los desperdicios -botellas, envolturas, etcétera- en parques y calles, o desde la ventanilla del automóvil en marcha, o de dejar las bolsas con desechos en cualquier esquina.

Los mexicanos -no sólo los chilangos, sino todos- generamos millones de toneladas de desperdicios que, si no son debidamente depositados, además de contaminar tapan las coladeras en época de lluvias. Y que si estuvieran separados, serían susceptibles de convertirse en diversos bienes mediante su reciclado y reindustrialización.

J.Antonio Aspiros Villagómez, pág.4-A del periódico El Informador del 19 de noviembre de 2005.


Un fumador responsable es aquél que aprecia la salud de los demás y se abstiene, voluntariamente, de fumar en lugares cerrados, especialmente en restaurantes, no sólo porque los aromas y sabores de la comida se arruinan al mezclarse con el olor del cigarro, sino por el daño físico que les causan las inhalaciones del "humo de segunda mano".

El objetivo de los reglamentos que prohíben fumar en lugares cerrados es proteger la salud de las personas no fumadoras, por los efectos que trae la inhalación involuntaria de humos producidos por la combustión de tabaco.

Los fumadores deben comprender y respetar cabalmente estas disposiciones, y no debería darnos pena ni un fumador debiera de molestarse, si al estar fumando en un lugar cerrado en algún momento se le pide por favor que apague su cigarro o que se vaya a fumar afuera. Vaya, hay quienes fuman hasta dentro de un elevador.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario, pág.10 del periódico Mural del 24 de noviembre de 2005.


Al acercarme a la mesa, me tropecé con dos niños que corrían por todos lados como si estuvieran en pleno recreo de la escuela.

La mesa vecina era larga y la ocupaba una numerosa familia, en la que se veían hijos y nietos de todas las edades.

Los muchachos mayores estaban absortos con las pantallas de televisión colgadas en las paredes y por la que transmitían un juego de fútbol americano que seguramente era muy importante, pues los gritos que echaban con algunas jugadas eran notoriamente escandalosos.

Pero eso no fue lo peor. Al cabo de un rato me di cuenta que uno de los chiquillos con los que tropecé era nada menos que el miembro menor de la familia y, para acabarla, se sentó directamente a mi espalda.

Tan cerca estaba de mí que las sillas se tocaban entre sí, por lo que tuve que recorrer mi mesa para intentar separarme un poco de sus aspavientos.

Unos minutos más tarde, el niño se unió a la algarabía futbolera de sus hermanos, tomando un cubierto en cada mano con los que comenzó a golpear los platos.

Como yo estaba de espaldas, cada vez que golpeaba el plato yo pegaba un salto del susto. Eran como campanazos sin previo aviso.

Una vez y otra vez los golpeaba, y ya saben el agudo y fuerte sonido que se produce al golpear un plato con una cuchara o con el mango de un cuchillo, como era el caso, cosa que el niño pronto descubrió, pues se dio cuenta que el ruido era mucho más fuerte cuando le pegaba al plato con el mango del cuchillo que con la punta del tenedor.

A cada golpe que daba, yo volteaba hacia atrás con una mirada según yo fulminante, sin embargo, ni el niño, ni nadie de sus familiares se inmutó.

Los chavos absortos en el fútbol no me pelaban, y la que creo que era la mamá, se encontraba a varios lugares de distancia del querubín con ansias de tamborilero, en amena charla.

O sea, en un extremo de la dominguera mesa familiar se encontraban los mayores hablando entre ellos, y en la otra los chavos con el niño en pleno éxtasis deportivo, como si estuviera presenciando un clásico en las gradas del mismísimo estadio jalisco. Nada más faltaba una corneta para completar el ambiente.

Me dio la impresión que la madre se daba cuenta de todo, pero se hacía mensa o fingía demencia cuando veía que una y otra vez yo volteaba como para ver si se le ocurría intervenir y quitarle los cubiertos a su enfadoso chiquillo, o al menos conseguirle unos de peluche para que no hicieran ruido.

Nadie de los familiares se daba cuenta del serio peligro que corría el niño al tener a todos a su alrededor a punto de arrancarle el cuchillo de las manos, y quien sabe qué se nos podría ocurrir con un instrumento punzocortante en ese nada relajante momento.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario, pág.6 del periódico Mural del 19 de enero de 2006.


PREFERIMOS NO SER GORRONES

Todos quisiéramos poder vivir en un mundo en el que pudiéramo cooperar tanto o tan poco como fuera nuestro deseo. Pero cuando vivimos en semejante Paraíso de los Gorrones, huimos de allí, asegura investigación realizada en Alemania y publicada por Science del 7 de abril.

Una simulación, diseñada por la economista Bettina Rockenbach, de la Universidad de Erfurt en Alemania, y reportada por Mary Beckman, parte de la idea de que una sociedad sostenida por las contribuciones de unos pocos individuos altruistas y sin exigencias para los demás, puede parecer atractiva. Entonces "¿por qué la mayoría de las sociedades humanas no han adoptado ese modelo?"

Rockenbach y sus colegas crearon dos mundos virtuales. En uno, especie de paraíso de los abusivos (freeloader: que se aprovecha de la generosidad de otros, define el Webster), se permitió a la gente cooperar tanto o tan poco como quisiera.

El segundo mundo se construyó en buena medida similar, pero en éste los jugadores podían castigar a los abusivos por no contribuir.

En la primera ronda se inscribieron tantos como dos tercios al paraíso de los abusivos. Y al principio resultó: los participantes en el cielo de los gorrones ganaron un 16% más, en promedio, que los participantes en el otro mundo. Pero el éxito se volvió amargo en rondas posteriores en cuanto más y más participantes comenzaron a eludir pagos con lo que disminuía el pago neto final. Mientras tanto, el mundo castigador se fue volviendo más lucrativo conforme los abusivos censurados comenzaron a contribuir. Al final del juego, todos los miembros del paraíso de los abusivos habían saltado de barco al mundo punitivo.

Lo más interesante fue que los abusivos en el mundo indisciplinado rápidamente se volvieron castigadores en el disciplinado. "Esto significa que los abusivos no son un tipo genéticamente determinado, su conducta depende de la cultura", dice Rockenbach.

Hay culturas que permiten el abuso y otras que lo castigan en grados diversos. La alemana es una cultura que castiga el abuso, por ejemplo, de vecinos con fiesta ruidosa hasta el amanecer; la mexicana, no, y aun en México hay grados: se permite menos el abuso del vecino ruidoso en Guadalajara o San Luis que en Culiacán, Veracruz y otros sitios guapachosos.

Hasta en donde el abuso se permite, hay quien no emplea ese permiso, o lo emplea en menor medida que la mayoría.

Pero el experimento muestra, sigue la nota, que las sociedades cooperadoras pueden evolucionar en tanto la no cooperación pueda ser penalizada.

"Es un buen y poderoso resultado que no había sido mostrado antes", dice el economista William Harbaugh, de la Universidad de Oregon en Eugene. La mayoría de nosotros toma parte en ese juego cada día, añade.

Y en México, podemos añadir los mexicanos, es un juego que se pierde con cada bloqueo de una avenida para exigir X y cada marcha con armas y cada claxonazo contra el peatón que cruza correctamente, pero se atreve a interponerse al paso de nuestro auto.

Luis González de Alba, pág.35 del diario Público del 9 de abril de 2006.


Somos lo que somos luego de décadas enteras de renunciar a la educación y la cultura. Durante buen tiempo el Civismo dejó de ser una asignatura en las escuelas y, al paso que los maestros somenzaban a escribir con pavorosas faltas de ortografía, en los hogares dejamos de asegurar también la transmisión de los valores más elementales. Nuestras ciudades, desordenadas, caóticas, saturadas de basura y de ruido, son la muestra más inmediata de todo ello. Nos hemos vuelto igualmente más corruptos y más tramposos, al grado de que esta desintegración está ya teniendo un efecto bien concreto en el desempeño económico de este país. No es de extrañar, entonces, que una turba de antisociales pueda bloquear impunemente una carretera y que la fuerza pública, si es que llega eventualmente a intervenir, despliegue la brutalidad de una horda primitiva.

Ahora bien, este negro panorama no llega a ser enteramente desalentador porque, después de todo, la gran mayoría de los mexicanos queremos vivir en paz. Esto es lo que, ahora mismo, debemos saber. A pesar del estrepitoso fracaso de la educación nacional y de sus muy visibles consecuencias, los delincuentes son una ínfima minoría de la población. Lo mismo pasa con los activistas violentos: son los menos. Atenco, con perdón, no son los macheteros. Los taxistas de Ciudad de México no son todos piratas. Los obreros no son golpeadores en su mayoría. Y, en cuanto a las fuerzas de seguridad del estado, tuvimos la oportunidad de valorar, en su momento, la ordenada y cuidadosa intervención de la Policía Federal Preventiva para terminar con la absurda huelga que un grupo minoritario le había impuesto a nuestra universidad nacional. Se trata de rescatar, justamente en estos momentos, la idea fundamental de que, en una democracia, la voluntad de la mayoría civilizada es la norma de gobierno. Nada más. Para ello, desde luego, hay que estar dispuesto a terminar con la dictadura de las minorías.

Román Revueltas Retes, pág.4 del diario Público del 14 de mayo de 2006.


Quienes tenemos que viajar por alguna carretera o camino rural advertimos con pesar que se han convertido en auténticos basureros, que nadie respeta la propiedad de nadie y la arroja frente a la propiedad del vecino, que esa basura después es arrastrada por el agua hasta una corriente de agua donde se azolva, con una gran irresponsabilidad a nuestro paso arrojamos cerillos o colillas de cigarro ardiendo, sin pensar que podemos ocasionar algún incendio, que nos estorba el árbol que hoy derribamos o que la tierra que abrimos al cultivo no es apta para la agricultura.

Jesús Daniel Muñoz Ríos, agrónomo, pág.5-A del periódico El Informador del 10 de junio de 2006.


Una jovencita guapa, de unos 16 años, cruza la avenida Mariano Otero; del lado de avenida Patria el conductor de una camioneta se dirige al mismo sitio por el que camina la joven: en lugar de frenar, acelera, y la muchacha no tiene más remedio que correr. El tipo de la camioneta sólo detiene un poco su marcha para proferir un insulto: "Pareces vaca", le dice, mientras ella alcanza, apenada, la banqueta. Segunda escena: un joven, mientras camina, lee un libro. Se dirige despreocupadamente hacia una avenida de cuatro carriles. No se detiene ni mira si viene un coche o no: atraviesa la calle por las líneas rayadas destinadas a los peatones. Pienso que es un suicida o un loco, pero el mundo me demuestra que soy yo el que proviene de una realidad aberrada. Dos automovilistas detienen su vehículo y esperan a que pase el joven que sigue ensimismado en su lectura. La primera escena ocurrió hace algunos días, por supuesto, aquí en la zona metropolitana de Guadalajara. La segunda sucedió hace casi un año en Sevilla, España.

¿Será que los sevillanos son mejores personas que nosotros? No. Son seres humanos también, pero con educación vial, al menos en el aspecto de darle preferencia al que camina. Claro que las multas para aquellos que no respeten al peatón son muy elevadas y sí se cobran. La autoridad actúa al respecto y hace campañas de educación, y ya se les formó un hábito de respeto. Alguien que venga de allá y se enfrente con la "cortesía" tapatía hacia el peatón pensará que más de uno de esos pilotos lo quiere matar.

Jorge Fábregas, pág.46 del diario Público del 8 de septiembre de 2006.


La izquierda debe subrayar su carácter democrático porque existe una izquierda autoritaria. Una izquierda capaz de valorar la pluralidad política, su coexistencia, los métodos propios de la democracia y su compromiso por preservarla y robustecerla.

La izquierda está obligada a tender nuevos puentes con el mundo de la cultura, la ciencia, las artes, porque una izquierda antiintelectual lo único que hace es reproducir el mínimo común denominador que aparece de manera inercial en la vida de sus clientelas. La Izquierda Democrática debe presentarse como una heredera de la Ilustración y no como su negación.

Nada más alejado de esa izquierda que los supuestos "juicios" populares que hemos visto en Oaxaca, donde a un presunto responsable de algún delito se le consigna, humilla y maltrata a plena luz del día. La ID no es un ejército y por ello su instrumento no es la violencia.

La ID en el mundo ha intentado conjugar la vocación por la justicia con el respeto y fortalecimiento de las libertades fundamentales. Porque ellas no son una conquista burguesa (como suele decir la izquierda revolucionaria) sino una construcción civilizatoria que es necesario preservar. Debe alejarse de los modelos de izquierda que suprimieron el ejercicio de las más preciadas libertades (de opinión, reunión, organización) para imponer una verdad oficial.

Por supuesto la izquierda en democracia está obligada a apreciar y convivir con la pluralidad política. En ese sentido no busca construir un espacio público monolítico, sino que sabe que lo mejor que le puede suceder es seguir conviviendo con otras fuerzas políticas. Es por definición pluralista.

Por ello es gradualista, reformadora, no revolucionaria. Sabe que los atajos históricos han resultado muy onerosos y que al final al encumbrar a una capa de nuevos dirigentes -legitimados por la vía armada- tienden a negar el ejercicio de los derechos a otras corrientes y personas.

Valora la legalidad y por supuesto desea modificarla por las propias vías legales. No la considera una creación mecánica de las "clases dominantes", sino que sabe que aún con sus profundas imperfecciones sirve para edificar un mínimo de civilidad.

José Woldenberg, pág.13 del periódico Mural del 26 de octubre de 2006.


Pasmados por los acontecimientos recientes, previo y durante a la toma de protesta del flamante presidente, muchos jóvenes se preguntan qué clase de personas se sustentan como representantes del pueblo, que eligen someterse a los intereses de un grupo político y resuelven las diferencias a golpes.

Los hechos obligan a dar una respuesta convincente y formativa a las nuevas generaciones. Especialmente para que comprendan que son testigos de un error y no imiten semejante alternativa para dirimir sus controversias. Pues de ser así, tendríamos una nueva horda de bárbaros resolviendo a golpes sus posturas, en las aulas de clase, en las calles o en los estadios.

A todas luces debemos de proponernos insistir que la violencia es el recurso de los torpes, de los ineptos, de los impulsivos, de los prepotentes, de los ignorantes, de los necios, de los egoístas, de los irrespetuosos, en fin, de los hombres enanos, mediocres, primarios y más cercanos a los primates que a la civilización.

Guillermo Dellamary, filósofo y psicólogo, pág.4-A del periódico El Informador del 5 de diciembre de 2006.


Aún no ha pasado siquiera una semana y las vacas del CowParade ya lamentan su estadía en las calles de Guadalajara ante el vandalismo del que han sido víctimas.

Ocho de estas esculturas pintadas o "maquilladas" por artistas locales ya han sido agredidas y una de ellas -Cubaca, de Alejandro Bribiesca Cárdenas- incluso se ha convertido en pérdida total. En este caso, los responsables fueron detenidos por las autoridades y están siendo sancionados de acuerdo a la ley. Ante tal situación, los organizadores han pensado en la reubicación de las siete vacas restantes.

El director de CowParade, Arturo Ocadiz, manifestó su desánimo por lo ocurrido: "Nuestro equipo, los artistas y los patrocinadores están muy desilusionados con el maltrato del ganado vacuno más famoso del mundo en la ciudad de Guadalajara".

Y es que si bien es cierto que en la Ciudad de México una de las vacas desapareció de su morada temporal y apareció, como por arte de magia, en un departamento de Santa Fe, en Guadalajara las agresiones han resultado mucho más directas a los animales estáticos.

Por lo pronto, la primera medida que se ha tomado en la Perla Tapatía es la detención de quien dañe a una vaca y el pago de los daños y perjuicios a las esculturas, cuyo valor es de 10,000 dólares.

Pág.8-B del periódico El Informador del 6 de diciembre de 2006.


Publicado en Mural el 7 de diciembre de 2006.

Aunque no lo crean, llegó a Guadalajara el CowParade, un proyecto artístico-urbano que ha visitado importantes capitales de todo el mundo, entre ellas Zurich, Praga, Nueva York, Estocolmo, Tokio y Sydney, y que además tiene el objetivo de apoyar a instituciones de beneficencia por medio de patrocinios privados.

El solo hecho de que Guadalajara se mencione entre ciudades famosas por su vida cultural, debiera ser motivo de orgullo para los tapatíos.

Si los vándalos lo permiten, las vacas de esta exposición permanecerán instaladas durante cuatro meses en el Centro de la Ciudad y las Avenidas Juárez, Vallarta y Chapultepec.

Alguna maldición o karma negativo cargamos los tapatíos, porque cuando nuestra ciudad tiene por fin un destello cultural cosmopolita, no falta quien dé al traste con él y con nuestra imagen, para de inmediato regresarnos al mundo de los brutos.

Y cuando digo brutos me refiero a los vándalos que en el momento que vieron unas de las 120 vacas expuestas en las calles de la ciudad, se encargaron de destruirlas por el mero placer de arruinar lo ajeno y de hacerse los "chistosos".

Qué podrá pensar de nosotros los mexicanos, o de nosotros los tapatíos, quien un día ve fotos de personas de carne y hueso decapitadas y otro día ve fotos de las vacas de esta exhibición con una de ellas también decapitada, y otras con pedazos arrancados, con patas rotas o rayoneadas.

El más notorio de estos actos vandálicos fue el de la vaca que se colocó en el cruce de Avenida Vallarta y Francisco de Quevedo (en el Centro Magno) la cual fue decapitada por tres individuos, que afortunadamente fueron detenidos por policías de Guadalajara. Nomás falta que se quejen (como los de la APPO) de represión policíaca.

Y no eran ningunos niños haciendo diabluras o muchachadas de adolescentes, se trataba de grandulones de 25 y 26 años que supuestamente debieron haber superado hace tiempo la etapa de la inocencia irresponsable.

¿Cuál es el deleite de arrancarle la cabeza a una vaca; de tomar un clavo y rayar con él las puertas un coche nuevo; de arrancarle el auricular a un teléfono público, de ponchar las llantas de un coche, de mear un monumento, de grafitear una barda, de romper cristales, de pisotear las flores de un jardín, etcétera?

¿Si lo hacen y no los cachan, presumen sus actos con sus novias o con sus cuates? ¿Se sienten admirados o más hombres por haber destruido impunemente lo ajeno o haberle causado un daño a otro?

Y si para ellos es un chiste, ¿a quién hicieron reir? ¿A sus cuates que se carcajean de cualquier babosada o ríen de nervios al saber que la policía o el dueño del auto rayado podría salirles al paso, para entonces correr como gallinas cobardes?

Destruir la propiedad ajena no es gracioso. Es vandalismo y es un delito.

El vandalismo no es únicamente una travesura de las que no hacen daño a nadie. Causan daño porque las autoridades y los ciudadanos debemos gastar dinero en reponer ventanas rotas, repintar fachadas, arreglar autos, reemplazar lámparas rotas, reponer plantas o reparar equipos, señalizaciones y mobiliario urbano destruido. Recursos que podrían tener mejores usos.

Debemos de parar el nocivo "deporte" de romper cristales y navajear asientos, creando una conciencia acerca de este mal que afecta el funcionamiento de servicios públicos esenciales y la calidad de vida de todos.

Esta enfermedad urbana del vandalismo, se está combatiendo no con cultura, conciencia o educación, como debiera ser, sino con burdas medidas de "protección" como ponerle cercas, rejas, mallas y candados a todo lo que esté en contacto directo con el público, afeando la ciudad y demostrando vergonzosas carencias cívicas y culturales.

Así vemos parques cercados, ventanas enrejadas y accesos que debieran ser libres, con cadenas y candados controlados por individuos igual de deteriorados que las áreas que custodian.

En lugar de enjaular todo, necesitamos de una seria y larga campaña de concientización para combatir éste y otros males cívicos que han hecho del paisaje y de la vida urbana un ambiente desolador y deprimente.

Y si las rejas son la mexicana solución para controlar el acceso a vándalos, aunque se vea feo y poco digno, habrá que enjaular la tribuna de la Cámara de Diputados, pues últimamente se han visto vándalos merodeando y haciendo de las suyas.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario, pág.14 del periódico Mural del 7 de diciembre de 2006.


El asunto de las vacas del CowParade ha llegado bastante lejos. Cómo es posible que no tengan el suficiente valor para respetar dicha exposición. Eso es lo que nos pasa por vivir en una ciudad bicicletera, donde lo único que les importa son sus Chivas. Futbol es lo único que tienen en la cabeza. Por esta razón a esta ciudad de fanáticos no llegan exposiciones, obras de teatro y buenos conciertos. "Esta es una ciudad tan analfabetizada donde creen que su mundo es tan sólo un balón". Porque seguramente si hubiera una exposición de camisetas, balones y banderas autografiadas por jugadores, todos la respetarían. Así que hagan un favor, aficionados, déjense de borregadas y dejen en paz a las vacas del CowParade.

Lorena Reyes Gómez, pág.20 "correo" del diario Público del 8 de diciembre de 2006.


¡Qué gozo! Ver a las vaquitas de tamaño natural en fibra de vidrio por las aceras de la avenida Vallarta, o en los camellones de Chapultepec. Sí, son las vacas del Cow Parade que llegaron a nuestra ciudad para estar en exposición callejera por algunos meses para luego ser vendidas en subasta con fines benéficos. 10 de estas piezas han sido dañadas por 7 señores habitantes de la ciudad con edades entre los 20 y 25 años.

Martha González Escobar, divulgadora científica de la UdeG, pág.4-A del periódico El Informador del 6 de diciembre de 2006.


Qué tristeza! Yo tan contenta que estaba pensando que mi adorada ciudad Guadalajara iba para arriba y en adelanto con eventos tan especiales como el CowParade...

Me da tanta pena que no podamos ni siquiera tener esta clase de atracciones para nosotros y el turismo. En Zurich, Suiza, se tiene el mismo evento, hace años se hizo también algo similar con vacas por todo el centro de Zurich, y el año pasado fueron osos, ¡una belleza!, y jamás se vio que la gente maltratara un oso. ¿Por qué no podemos subir? Vi la fotografía del señor que sube a su hija y ¡por allá voló la tuna! ¿Lo multaron? Porque eso amerita una multa, ¡ya es hora que la gente entienda!

María de Isler (Aargau, Suiza), pág.8 del periódico Mural del 27 de diciembre de 2006.


La cultura vial refleja, en gran medida, el nivel de desarrollo de una sociedad y la calidad de vida a la que en los hechos se puede aspirar al desarrollar nuestras actividades en una determinada ciudad, y desafortunadamente los tapatíos evidenciamos un grave rezago en la materia.

Las cifras son contundentes y significan un foco rojo que debe ser atendido de inmediato, tanto por las autoridades como por los ciudadanos: en promedio se registran cada día en las calles y avenidas de la zona metropolitana de Guadalajara 131 accidentes, y pierden la vida dos personas.

Más de 130 accidentes viales en promedio significan muchas cosas: el nivel exacto de la permisividad y tolerancia de las autoridades; el bajísimo nivel de respeto de los conductores a los reglamentos de tránsito y las señales de vialidad, y la imprudencia de los peatones, para conformar un escenario insostenible.

El actual orden de las cosas y la dramática cifra de dos muertes en promedio por día se mantendrá en tanto la ciudadanía en su conjunto no se decida a privilegiar el bien común sobre las necesidades personales.

Cada quién deberá ponderar la conveniencia de abonar a una mejor calidad de vida en la zona metropolitana, con el más elemental respeto a los reglamentos de tránsito y la señalización, así como a las normas básicas de convivencia social. La moneda está en el aire y somos nosotros los que tenemos la palabra, y bien harían las autoridades competentes en dar el primer paso.

Editorial, pág.4-A del periódico El Informador del 27 de diciembre de 2006.


Los ataques contra las esculturas vacunas del Cow Parade no cesan, la madrugada de ayer fueron detenidas tres personas por intento de robo y daños a la vaca Navegante, situada en la avenida Vallarta y la calle Duque de Rivas. Durante un recorrido de vigilancia, a las 2:44 horas, elementos de la Policía de Guadalajara aprehendieron a Fernando Gutiérrez Muñoz, de 25 años de edad, José Daniel Zataráin Stepehens, de 26 años, y Cintia del Carmen Barba Espinoza, de 32 años, quienes acaban de arrancar una aleta y un remo a la figura, los cuales ya había introducido en su vehículo (un Seat Cordoba, 2006, en color plata).

Pág.10-B del periódico El Informador del 9 de enero de 2007.


Quien crea que las vacas del Cow Parade están seguras dentro los centros comerciales se equivoca.

La decisión de los organizadores de reubicar en los centros comerciales algunas de las piezas que se exhiben en el Cow Parade no garantiza enteramente su protección.

En la Plaza Galerías, donde serán reubicadas algunas obras, la "Vacavioncito Amarillo", de Arturo Aramis Colunga, perdió algunas de sus hélices y de acuerdo a personal de seguridad del centro comercial no se trata de la única vaca que tiene daños, a pesar de la seguridad interna.

Aunque los vigilantes de la Plaza Galerías se enfocan en cuidar los locales comerciales ya se les ha pedido que pongan atención a las vacas.

En el Centro Magno también se les ha pedido a los guardias privados que cuiden las vacas y que no permitan que la gente se suba a ellas y las maltrate.

Medina agregó que próximamente la organización emprenderá una campaña de sensibilización con la gente para proteger las piezas.

Esta incluirá carteles en cada una de las obras expuestas.

Pág.5 de la sección "gente!" del periódico Mural del 11 de enero de 2007.


El ganado se vuelve a mover. 18 vacas que se encontraban sobre Avenida Vallarta estarán ahora a lo largo de la Avenida Chapultepec.

De acuerdo con Arturo Ocadiz, director del CowParade México, esta reubicación se realiza debido al daño que han sufrido 30 de las 105 vacas que se exhiben en la vía pública.

Pág.6 de la sección "gente!" del periódico Mural del 18 de enero de 2007.


Decir que un país es "su gente" es una perogrullada tan socorrida en los ampulosos discursos de los politicastros que se ha vuelto inutilizable en cualquiera otra circunstancia. Pero es aplastantemente cierto. Lo cual, si lo piensas, viene siendo una bendición o una desgracia, según la madera de que estén hechos los súbditos de una nación. Aquí, nuestros números andan muy deficitarios: una astronómica cantidad de mexicanos genéticamente puros no hubieran siquiera intentado llegar hasta este renglón por la pura incapacidad de comprender el texto. A mí me ocurría en el colegio con las matemáticas, que al tercer paso de una ecuación rudimentaria dejaba yo de entender y mi cabecita se iba a otra parte. Justamente, he ahí un mal nacional: nuestros estudiantes saben más o menos identificar las letras y escriben trabajosamente con esa caligrafía bárbara que inventaron los nocivos pedagogos del nacionalismo revolucionario -malditos sean, no saben el daño que le han hecho a México- pero no comprenden realmente lo que leen. Y de lo otro, de la aritmética y el cálculo diferencial, mejor ni hablamos. O sea, que estamos muy mal en el tema de la educación. Es decir, que estamos muy mal. Así, a secas.

Una de las frases más lapidarias de Fernando Savater sentencia que "un pueblo sin educación es un pueblo ingobernable". Debería estar grabada en los muros de la cámara baja y en las paredes de recintos aún más inferiores, por no hablar de que te la machacaran, como otras propagandas oficiales, en la radio, en la tele y en los "espectaculares" que afean nuestras ciudades. Y es que ése, el fantasma de la "ingobernabilidad" en sus diferentes encarnaciones -la del "México bronco", la del "estallido social", la del "crimen organizado"- es precisamente uno de los grandes retos que afronta la sociedad mexicana al comenzar el siglo XXI. El problema es que generaciones enteras de mexicanos "ingobernables" ya están ahí, como un maligno subproducto de nuestro estrepitoso fracaso educativo; gente que no puede integrarse realmente a los procesos económicos que exige la globalización y que, encima, representa un feroz obstáculo en el camino hacia la convivencia civilizada porque no ha logrado adquirir los más elementales valores cívicos. Cuando hablamos de un país donde no se respetan las leyes, donde es muy difícil recaudar impuestos, donde el contrabando y la piratería están minando las estructuras de la economía formal estamos apenas advirtiendo la punta de un enorme iceberg; en la base, en el fondo, están esos millones de estudiantes que no logran siquiera terminar la secundaria, esos maestros escandalosamente incapaces de trasmitir principios morales desde su vandalismo y su crónica irresponsabilidad, esos padres de familia consintientes y alérgicos a poner límites, esos gobernantes dedicados a complacer a los electores y esas autoridades temerosas de ejercer sus responsabilidades para no ser calificadas de "autoritarias" y "represivas". El resultado: una sociedad con sus valores profundamente distorsionados donde las minorías imponen sus caprichos a los demás.

Hace un año, ocurrió uno de los pocos ejercicios de autoridad que hayamos visto en los últimos tiempos: la fuerza pública intervino en Atenco para restaurar el orden público. Nada más. Pero, ahí donde los sistemas auténticamente democráticos se caracterizan por contar con cuerpos policiacos confiables y avanzados, aquí tenemos a unos gendarmes a los que no puedes encomendar el mero cumplimiento del deber porque no sabes realmente lo que son capaces de hacer. Es decir, tenemos a una policía poco educada. Y así como los agitadores cometieron delitos, abusos e infracciones, a los agentes se les pasó la mano en el asunto de la "represión". He ahí otra prueba más de que, sin educación, poca cosa se puede hacer en este país: el maestro, el policía, el inspector y el fiscal -pilares de la estructura social- son gente poco instruida. ¿Podemos encargarles el cumplimiento de sus respectivas responsabilidades?

El gobierno, por lo tanto, enfrenta una tarea colosal en la que es difícil saber inclusive por dónde empezar. Porque, así como muchos individuos son "ingobernables" resulta también que no son "reeducables". En el caso más extremo, son delincuentes a los que, naturalmente, el estado no "castiga": los encierra para volverlos gente de bien. En el polo opuesto, gente que no quiere saber de reglas ni principios, que no puede desempeñar trabajos de un mínimo de complejidad y que no puede afrontar en modo alguno las implacables exigencias de la modernidad. Millones y millones de mexicanos que jamás abren un libro y que nunca ponen la basura en su lugar. La pregunta es muy descarnada: ¿qué hacemos con ellos?

Román Revueltas Retes, pág.4 del diario Público del 6 de mayo de 2007.


Cierta vez, entrando a Berlín por encima de los 200 kilómetros por hora en un auto rentado, fui detenido por dos oficiales de tránsito, que acto seguido me impusieron la multa más dolorosa de mi vida, más dos años de incapacitación para conducir en tierras alemanas. De nada me sirvió explicar que, según mi errónea información al respecto, una Autobahn no reconoce límites de velocidad. Desde sus implacables ojos -incapaces de concebir negociación alguna- aquel era un castigo justo y necesario. Aún así se disculparon: les habría gustado poder ayudarme. Nos despedimos casi como amigos. Al día siguiente, presa aún de una cruda moral infumable, experimenté una rara satisfacción. Por una vez, había sido tratado por la autoridad vial como un adulto responsable. No volvería a hacerlo, eso estaba bien claro. Hasta hoy, puede que hoy más que nunca, me retuerzo de envidia retrospectiva.

Xavier Velasco, pág.44 del diario Público del 7 de mayo de 2007.


El nuevo reglamento de tránsito del Defectuoso. Se trata de una serie de ordenaciones en verdad modernas, nada que decir. Pero, para su aplicación práctica y eficaz, deberíamos vivir en otra cultura y, sobre todo, contar con un sistema de control debidamente organizado. Un reglamento, digamos, finlandés no se puede emplear en una sociedad donde no hay verdadera certeza jurídica y con una población poco inclinada a la obediencia. Somos, después de todo, el país de los topes en las calles porque no hay otra manera de hacer que la gente conduzca el coche menos rápido; somos promotores activos de la mordida; somos consumidores de alcohol y cigarrillos desde los 14 años; somos alérgicos a los controles e incapaces de poner la basura en su lugar. Un reglamento tan sofisticado no es todavía para nosotros. Podemos ser ambiciosos, es cierto. Pero también realistas.

Román Revueltas Retes, pág.4 del diario Público del 22 de julio de 2007.


Me molesta que los hombres que van al baño a orinar no le jalen a la perilla de la taza o el mingitorio, en espacios públicos. Me parece un acto descortés, sobre todo si vives en familia, con pareja, o compartiendo departamento. Y desde luego es de mala educación en lugares donde el servicio es para todos.

-Difícilmente encuentras gente decente. La norma es lo contrario: los hombres mean parados, chorrean el espacio, ni siquiera levantan la tapadera del baño en su casa y, desde luego, muchos no se lavan las manos. En un sanitario público nadie se siente obligado a ser pulcro.

-Es inexplicable esa actitud cuando conocemos la pulcritud de las mujeres en el tema. Obligadas a hacer del uno o del dos, sentadas, no se entiende que no hayan enseñado a sus hijos varones la elementalidad civil de mear con cierta limpieza sanitaria.

-¿Sabes que en buena parte de Europa existe la norma no escrita de que todos, hombres o mujeres, orinan sentados? Una regla que está llevando a la limpieza de esos espacios tan privados. Una educación que las madres imponen en la familia y que poco a poco cobra fuerza civilizatoria.

-Mear es un tema del que se habla poco. Muchas infecciones, a causa del descuido en desparramar tus aguas, son causa de esa mala educación.

-¿De qué te asustas? Sabemos que es necesario ir a los baños públicos y poner papel a las tapaderas, por cualquier cosa, cuando haces del uno. Y mear discrecionalmente en los mismos espacios porque los baños son batideros de desecho. En tu casa, pues bueno, esperar el reclamo de tu pareja, hermana o la familia en general.

-¿Por qué no cambiamos? ¿Qué perdemos con modificar nuestros hábitos? He sido testigo de presumidos en cantinas para ver quién llega más lejos con su chorrito de chis. Las paredes son poco menos que escupitajos. No es un tema para las feministas. Es una pregunta y respuesta que nos tenemos que dar los hombres sobre ese comportamiento fuera de toda ética.

-Bájale, bájale. Pues a qué cantinas vas. En Polanco no se ve eso que dices. Ni en la Condesa o la Roma. Los baños están limpios y...

-Están limpios porque existe el servicio de mantenimiento, pero no por nuestra educación. Mucha gente ni siquiera hace uso de la perilla de agua para limpiar sus meados. Me consta cuando el empleado en turno dice: ¡jálele, por favor!

-Te pasas.

-Sólo pido que le pensemos un poquito a esos malos hábitos de mear.

Braulio Peralta, pág.39 del diario Público del 17 de septiembre de 2007.


En su libro El peatón inmóvil, publicado por la editorial Arlequín, Luigi Amara comienza su ensayo titulado "Peatón por los aires" con la frase: "La reducción de la banqueta es proporcional al tamaño de nuestra barbarie". Complementa el ensayo con un dibujo perfecto de las penas que todo peatón debe sortear cuando se enfrenta a su realidad bípeda-vertical y decide avanzar impulsado por su propia fuerza.

En México, y por consecuencia en Guadalajara, no hay una política pública para los peatones, puesto que los espacios peatonales están en malas condiciones y la realidad de ser peatón es altamente peligrosa. Observe usted las banquetas, no sólo por su mal estado, porque también están sucias y las áreas verdes descuidadas, porque muchas veces están invadidas por autos, porque están rotas y son pequeñas.

Pero si no existe una política pública ni, por tanto, un interés fundamental de las autoridades, por la otra parte tampoco existe respeto y consideración entre ciudadanos. Pareciera que quienes se desplazan en automóvil olvidan que una vez abajo regresan a ser peatones, y por tanto pueden ser víctimas del club motorizado al que orgullosamente pertenecen. El automovilista se destaca por ser un cretino envuelto en una coraza que ve con desdén a quien va caminando. El automovilista se autoerige como un minúsculo dios impulsado por combustibles fósiles refinados. Es cierto, también hay peatones que no esperan a que la luz verde les favorezca o que se avientan en pleno tráfico por mitad de una banqueta para alcanzar la otra orilla.

El tema de fondo es la convivencia. Es palpable cómo se ha degradado nuestra convivencia y no se toman medidas para frenar su deterioro. En nuestra ciudad ocurren más de 20 mil accidentes automovilísticos al año y ese es un signo de mala convivencia y también de saturación vehicular. Es conocida la irresponsabilidad de los choferes del transporte público y las estadísticas de muertes por atropellamiento son otro indicador alarmante.

No hay acciones para atender este tema. En cambio, son innumerables las acciones que fomentan el uso del vehículo. Las multimillonarias inversiones en infraestructura vehicular no se comparan con el nulo fomento a la cultura vial. La ausencia de imaginación para impulsar alternativas no contaminantes para trasladarnos contrastan con los experimentos, como el efectuado por segunda semana consecutiva en la avenida López Mateos, a la que pretenden convertir en viaducto a costa del peatón. El tema del transporte, que un organismo fantasma -OCOIT- presume atender, no presenta avances, ni siquiera asoma todavía una posible estrategia para resolver el tema de la movilidad y el reordenamiento del transporte.

Mientras autoridades miopes y ciudadanos reprobables se adueñan de la ciudad, existen millones de ciudadanos que literalmente salen a la calle con una sola consigna: sobrevivir, evitar terminar bajo las llantas de un minibús, recibir gritos y groserías porque cometen el gravísimo error de cruzar una avenida.

La anatomía del peatón es la anatomía de la fragilidad de la vida. Es el olvido que avanza sobre un territorio de nadie. Como dice Amara al final de su ensayo: "La civilización son las banquetas".

Frank Lozano, pág.19 del diario Público del 1o.de octubre de 2007.


¿QUE IRRITA A LOS MEXICANOS?

93% de los encuestados, sin importar edad, sexo o situación geográfica, ubicaron a los conductores del transporte público y sus imprudencias como los sujetos y las situaciones más molestos.

A los hombres les molesta particularmente que bloqueen la entrada de su cochera.

Otras situaciones que calientan la animosidad son los vecinos ruidosos y las llamadas de los vendedores para ofrecer sus productos.

Entre las actitudes que más nos sacan de nuestras casillas, están los trámites y que no se nos especifiquen los papeles que se requieren para hacerlos. Que la gente se cuele en las filas, la impuntualidad y que nos empujen y lastimen y no nos ofrezcan la debida disculpa fueron, en ese orden, otras situaciones que prenden a nuestros encuestados cuando tienen que manejarse en ámbitos públicos.

Cuestionados sobre las situaciones cotidianas que más los molestan, 63% de los encuestados mencionaron la basura tirada en las calles y las banquetas. Otros puestos de honor en la lista de causantes de nuestro enojo cotidiano lo ocuparon las calles sin nombre, los semáforos mal sincronizados, los autos estacionados en las banquetas y los desechos de los perros en los parques.

Aunque somos un país que no se caracteriza por el respeto a los horarios, la impuntualidad molestó a casi la mitad de los encuestados.

Un aspecto interesante de la encuesta en otros países es la posibilidad de comparar diferentes "disparadores" de la irritación. La gente que escupe en la calle causó gran molestia entre los europeos, mientras que para argentinos y mexicanos ni siquiera ocupó un lugar entre los 10 que más nos amargan la vida. Pero, incluso dentro de Europa, mientras que a 95% de los húngaros y 85% de los españoles ese acto les parece detestable, sólo a la mitad de los noruegos les molestó. Podría significar que los noruegos se enfrentan rara vez a esta situación, así que su primera reacción es de perplejidad.

A los europeos les irritan más los desechos de los perros en calles y parques, los manuales incomprensibles y la gente que habla muy fuerte por el celular, mientras que los argentinos no soportan las violaciones a las normas de tránsito, la demora del transporte público y las calles obstruidas por protestas.

Pág.59 de la revista Seleciones de octubre de 2007.


Para entender lo que ocurre con nuestro sistema de transporte público, podemos empezar preguntándonos qué cosa no es; y la primera respuesta evidente nos hace admitir que no es el transporte público de una ciudad metropolitana a la altura de nuestros tiempos del siglo XXI, donde las unidades de transporte están siempre limpias por dentro y por fuera. Donde cada unidad está apropiadamente rotulada y en correcto orden mecánico; cuyas rutas son calculadas y definidas profesionalmente para optimizar la eficiencia del tiempo que se lleva para trasladar a una persona desde un punto determinado hacia cualquier destino detallado claramente en mapas fáciles de entender. Las unidades cuentan con amplias entradas cuyo acceso se logra sin pisar la calle (porque el nivel del piso del vehículo está al mismo nivel que las banquetas donde se les espera para abordar) y están preparadas para recibir adecuadamente a discapacitados, personas mayores y carreolas infantiles; ¡algunas hasta tienen monturas externas para bicicletas! Las paradas están bien definidas, señaladas y protegidas y solamente se hacen abordajes o bajadas en sus lugares precisos, con sus tiempos precisos. Los horarios son calculados para permitir la mayor funcionalidad del servicio y los períodos son cumplidos con una rigurosa puntualidad. Los operadores son eficaces, corteses y profesionales debidamente capacitados; nunca manosean un solo centavo de los ingresos (pues el sistema de pago por el servicio está diseñado para evitar cualquier suspicacia en el manejo del dinero). Un viaje en estos autobuses es cómodo, pues el ruido del motor apenas se percibe, las ventanas ofrecen una visibilidad panorámica de la calle y los asientos, livianamente acolchonados, reflejan la eficaz suspensión de un vehículo concienzudamente diseñado y construido.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis, A.C., pág.4-A del periódico El Informador del 23 de octubre de 2007.


No soy fumador y entiendo que haya gente a quien molesta el humo de los cigarrillos ajenos. Lo que no entiendo es esa tendencia a hacer reglamentos de todo lo que molesta.

¿Hasta qué punto queremos ser disciplinados por el estado? Si siguen regulando todo vamos a acabar siendo una sociedad de intocables. Todo contacto humano es potencialmente molesto, sobre todo si le damos vuelo a la hilacha y no cultivamos un sano hábito de tolerancia y de cortesía. En un descuido nos van a madrugar con un reglamento de fragancias, sólo para evitar los horrorosos perfumes invasivos como el de la señora que viene en el asiento de atrás.

Más que el humo del tabaco, me molestan los gritos que provienen de la mesa cercana, donde diez comensales ya llevan varias botellas. O el nerviosismo de mi vecino a la izquierda cuya pierna no deja de temblar y toca mi rodilla en uno de cada tres movimientos, como si a él le resultara insoportable mi tranquilidad. Me molesta que suene un celular en cualquier parte, que alguien espere una propina por un servicio que no solicité y no necesito. ¿Para todo eso necesitamos un reglamento?

Dirán que el cigarrillo afecta la salud de los no fumadores. Es cierto, y con eso no se juega: el humo de segunda mano causa daños a quienes están sometidos a grandes cantidades durante mucho tiempo, como los empleados de un bar. A ellos los tiene que defender la ley, igual que a los trabajadores de otras industrias que respiran humos y polvos o a los enfermos en un hospital. Para los mortales comunes que salimos a comer o beber, es un engaño pensar que la fuerza del estado será más eficaz que una humilde, considerada y paulatina autorregulación de la sociedad, como la que ha comenzado en los últimos años.

Luis Petersen Farah, pág.20 del periódico Público del 23 de diciembre de 2007.


Al leer su artículo sobre qué irrita a los mexicanos me doy cuenta de que los mexicanos nos irritanos por cosas de las cuales somos responsables. Es decir, que somos los causantes de las mismas cosas que nos irritan. Y creo que esto es más que nada por cultura. Tenemos una cultura de ser flojos y cochinos, y a causa de esto romper las reglas. Vivimos con la filosofía mediocre de decir "las reglas se hicieron para romperse" o "al fin que todos lo hacen", "al fin que nadie me ve", "me estaciono aquí donde está prohibido, al fin que nomás son 5 minutos". Y esto da como resultado que vivamos en un ambiente irritante.

José M. Sánchez, pág.7 "cartas de nuestros lectores" de la revista Seleciones de enero de 2008.


Si me hubiesen preguntado a mí, habría dicho: los grafitos, la burocracia, el abuso de poder, el maltrato a los animales... En verdad lo detesto. Pero... todo lo que leí en la revista me hace pensar en que somos un país que lleva a flor de piel la falta de respeto por el prójimo. Carecemos de educación ciudadana. Es una verdadera vergüenza que tengamos ante el resto del planeta las etiquetas que nos hemos autoimpuesto de irrespetuosos, sucios, pendencieros, ladrones, mentirosos, etc. Adoro mi país y me sobrecoge el corazón verlo con basura y con gente bravucona e irrespetuosa.

Martha Silva Díaz, pág.7 "cartas de nuestros lectores" de la revista Seleciones de enero de 2008.


En agosto regresarán a las aulas de primaria los libros de formación cívica y ética. Vuelve esta materia a impartirse a los pequeños, después de 25 años de no formar parte de los programas educativos en ese nivel, un largo tiempo en el que inexplicablemente la enseñanza básica de los derechos y obligaciones del ciudadano estuvo ausente, cuando no se puede concebir una educación integral sin los conocimientos cívicos.

El civismo, cuya etimología proviene del latín civis, que significa ciudadano y ciudad, se refiere a las normas elementales de comportamiento social, que permiten al individuo convivir en colectividad, teniendo como base el respeto hacia los demás, al entorno natural y a los objetos públicos, además de una buena educación, urbanidad y cortesía. Es, en síntesis, la capacidad de saber vivir en sociedad siguiendo normas conductuales y de educación que varían según la cultura y el entorno colectivo en que se desenvuelve la persona.

Todo ciudadano responsable debe regirse por un conjunto de conceptos y valores que son aprendidos a través de la materia de civismo, y es necesario que todo esto sea inculcado desde temprana edad, para que forme parte de la vida de la persona como algo natural y que se manifieste en su forma de actuar. Y esto sólo es posible a través del conocimiento y puesta en práctica tanto de los derechos como de los deberes, reglas de urbanismo, tolerancia, convivencia, democracia, nacionalismo, amor a la patria y valores en general.

Es en el aula en donde el niño debe conocer y comprender sus derechos y deberes, saber de las instituciones y la estructura política de México y fortalecer su identidad nacional. Hablar de civismo es hablar de ciudadanía, de un valor, de una virtud que es mucho más que la urbanidad y los buenos modales. El civismo es un sentimiento, es la ética que permite el desarrollo de una cultura de respeto a los demás, a la urbe, al entorno, a lo propio y a lo ajeno, a lo privado y a lo público.

Toda una generación ha transcurrido sin recibir las bases elementales del civismo, y acaso por ello hoy se tenga que lamentar la forma en que algunos gobernantes y gobernados actúan erróneamente, pensando más en sí mismos que en los demás.

Editorial, pág.4-A del periódico El Informador del 26 de febrero de 2008.


Hoy, por las razones que fuere, el celular se ha convertido en un artículo de primera necesidad y se ha desarrollado una inimaginable dependencia adictiva a estos aparatos, sobre todo en los jóvenes, al grado que no pueden estar ya en ninguna parte sin el aparato encendido al lado, haciendo o recibiendo llamadas y mensajes constantemente como si fueran importantes "stockbrokers".

A continuación enumero algunos de los temas y reglas básicas que este Manual de Urbanidad para el Uso de Celulares que propongo debieran incluir las compañías telefónicas:

  1. Juntas de negocios. Se considera una descortesía la interrupción continua de una reunión de negocios por motivo de llamadas externas.
  2. Comidas familiares. Si en el transcurso de una comida familiar alguien espera o desea hacer una llamada, deberá poner el teléfono en modo de vibrar, nunca contestar la llamada en la mesa, y si es motivo de urgencia, contestar o hacer las llamadas retirándose del lugar.
  3. Cines, auditorios y templos. Nunca hacer o recibir una llamada dentro de un cine, un auditorio o un templo. Se considera un serio agravio a los demás que el teléfono timbre o ilumine con su luz (la del teléfono, no la de Dios) en lugares que requieren oscuridad, silencio y concentración.
  4. Automóviles. No utilizar el teléfono mientras maneja. Un porcentaje importante de accidentes ocurren por la distracción que provoca el marcar o contestar llamadas.
  5. Relaciones de pareja. Si comienza a besar a su pareja, asegúrese de haber apagado su celular para evitar que una llamada impertinente interrumpa el romance, aunque esto puede servir para la prevención de embarazo a través del método anticonceptivo conocido como "coitus interruptus" que, en este caso, llamaríamos "telefonus interruptus".
  6. Horario nocturno. A menos que sea indispensable, los teléfonos celulares deben encenderse a las 6:30 de la mañana y apagarse a las 9:30 de la noche. Se considera una descortesía llamar al celular antes o después de esta hora.
  7. Estilos de timbre (ringtones). Evite los "ringtones" escandalosos. Es de mal gusto que lo llamen con un "ringtone" que diga: ¡Me vale madre! ¡Me vale madre!, o con un grito norteño que diga: ¡¿ónde estás cabrón?, contesta!
  8. Mails y mensajes de texto. Cuando está acompañado, se considera una desatención y falta de interés por los demás el abstraerse del lugar para contestar o enviar mails o mensajes de texto, o para jugar con su aparato (el teléfono) videojuegos.
  9. Cámaras y videos. Es una grave invasión de la privacidad, y en algunos casos hasta delito, el grabar conversaciones o tomar fotos o videos de otra persona sin su autorización. Es de pésimo gusto tomar fotos en los baños, y nunca, pero nunca, se deben subir esas fotos o videos desautorizados a la Internet. La irresponsabilidad y ligereza en el uso de estas funciones del teléfono puede destruir familias y reputaciones.
  10. Recomendaciones generales. Use su cerebro. Aprenda a no depender de un aparato. Se puede vivir buena parte del tiempo sin ellos.
Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico
Mural del 22 de mayo de 2008).
Al caminar por doquier descubro con terror que los carros en las esquinas lo que menos hacen es frenar su marcha al paso del peatón. Aunque éste vaya a media calle, le tiene que correr. En las filas para pagar o pedir cosas en tiendas, 90% de la gente se queja de la "lentitud" del servicio. No pasan 10 segundos cuando comienzan los reclamos estilo Calígula. Lo mismo ocurre en pleno tráfico: la luz verde llega y en un nanosegundo suena un claxon. La locura llega cuando el conductor del carro que te "pitó" no pasa de 60 km/h. ¿Qué "pita" o cuál es su prisa? ¿Está loco o es macho? En materia de conciertos, es usual que hablen y hablen parejas o grupos de amigos. Un hit histórico suena y atrás de ti ocurre el "wey, ayer fui a cortarme el pelo". ¿Por qué no se van a un café o al parque si tantas ganas hay para hablar? Y la lista podría seguir 3 páginas más, pero es mejor cortar y figurar que Guadalajara todavía huele a tierra mojada.

Matías Miranda
(v.pág.2 del suplemento "Ocio" del periódico
Público del 5 de septiembre de 2008).


Placa JP-03-955.

La falta de civilidad y carencia de cultura vial de los automovilistas se demuestra en las calles diariamente. Desde no ceder el paso al peatón, pasarse la luz roja y manejar con exceso de velocidad, hasta invadir las banquetas, situación que se presenta principalmente en la zona centro de la ciudad. Un claro ejemplo de ello es esta camioneta a cuyo conductor no le importó invadir el paso de los ciudadanos y dejar su vehículo en la esquina de las callles Escorza y Fermín Riestra.

[Para eso es para lo que han servido las rampas para discapacitados - el webmaster.]

(V.pág.20 "correo" del periódico Público del 19 de septiembre de 2008).


Esperando en la fila de inmigración comienzo a transformarme. Me paro derecha, con la mirada al infinito y cara inocentona, como diciendo "yo no fui". Cortésmente dejo pasar a la señora con 2 niños, ayudo a la viejita a completar sus formas y me pregunto si lo hago esperando que algún guardia me observe y anote mi buen comportamiento en la bitácora inacabable que habita en una biblioteca clandestina, o si es más bien simplemente porque no soy tan mala persona.

Cuando finalmente me enfrento al interrogatorio, mi tono de voz cambia también, tonadas dulzonas dejan escapar risillas tímidas sin un dejo de coquetería. Soy una de las pocas afortunadas a las que reciben con un "Welcome Back", comienza mi segundo año de estudios. No por ello dejo de ver al guardia de la caseta 31, que solicita enérgico que vengan por aquel cuya visa no tuvo fuerza suficiente para dejarlo entrar al país, para luego ser llevado al cuartito de los secretos, de donde pocos salen con sonrisa de alivio. Yo miro lo que sucede sin mirarlo, no permito que reacción alguna se asome en mi rostro y pretendo conversar con toda frescura sobre el estado del tiempo. Me invade la frustración, pero en ese momento tengo que aparentar ser uno de ellos.

Al llegar a casa la transformación se ha completado. Manejo impecablemente al límite de velocidad, no me puedo arriesgar a ser detenida, ya que cada multa trae como consecuencia pagar por años el incremento de la cuota del seguro del coche. Me paro en cada esquina cuando veo el signo de STOP, busco peatones a los cuales dejar cruzar con todo respeto, y evito la tentación de pasar de largo el ALTO al ver que no vienen coches. La calle deja de ser mía.

Al llegar a mi casa me estaciono en el lugar perfecto para no incomodar a nadie, si por algo mi coche sobresale en lo más mínimo del límite establecido busco un nuevo espacio. No asumo que la persona afectada podrá sin problema esquivar mi cofre. Aquí mi coche no duraría más que un par de horas antes de ser llevado por una grúa. Tengo miedo a romper cualquier regla.

Pero después me descubro ligera al caminar, saludo simpática a aquellos con los que me cruzo, les sonrío, no voy agarrando mi bolsa, ni mirando a ver si alguien me sigue, ni enojada porque un tipo no quita la vista de... En el correo hago una cola de media hora sin perder mi buen ánimo, ni intentar convencer a quien está frente a mí que mi asunto es mucho más urgente que el suyo, y no sólo eso, al llegar al mostrador saludo animadamente a la dependienta y no se me ocurre verter en ella mis frustraciones por la larga espera. No me reconozco.

Debo confesar que en ratos me gusta mi nuevo yo. Por la tranquilidad que me infunde el poder llamar a la policía para que pida al vecino le baje a su música de una buena vez. Por no tener que vivir luchando para conseguir abrirme paso entre todos los que se adelantan a mi turno cada vez que solicito un servicio. Me contiene el orden que conlleva el que las personas a mi alrededor también sigan las reglas. Pero al poco me sofoco, la vida aquí es como un metrónomo, donde todo tiene su orden y su tiempo, y al no poder nadie romperlo, pareciera que se pierde con ello también la alegría de vivir. Extraño mi país, tan real, pasional, afectivo y visceral como es.

Me gusta soñar con que el efervescente espíritu del mexicano pudiera ir de la mano con la sensación de seguridad. Que nuestra habilidad para alcanzar cosas que parecen imposibles pudiera no conllevar el pisar a otros. Qué país tendríamos si pudiéramos dejar atrás ‘el que no tranza no avanza’ y en cambio vivir bajo el precepto de don Benito y respetar el derecho ajeno para vivir en paz.

Amanda González Moreno
(v.pág.12 del suplemento "Tapatío" del periódico
El Informador del 20 de septiembre de 2008).


Durante un paseo por las instalaciones del Zoológico Guadalajara, con decepción y coraje me di cuenta que muchos de los visitantes, o no saben leer o no respetan instrucciones, o simplemente no les interesa actuar como gente pensante, ya que en más de una ocasión veía, principalmente a adultos, arrojándoles comida (papas fritas, galletas de nieve, palomitas) a los animales, siendo que por todas las instalaciones se observan letreros de "Favor de no darles de comer a los animales porque tienen una dieta especial".

Lo peor del caso es que cuando mis sobrinos, mi cuñada, o yo, les hacíamos la observación, su actitud era de molestia, pero al menos tuvimos suerte de que no nos contestaran nada.

Quizá al zoológico le falte poner más atención en la vigilancia, sin embargo, si hay avisos por todo el lugar creo que, como seres civilizados que somos, lo más correcto es que respetáramos las instrucciones para conservar a los animales y para mostrar que sí tenemos cultura y educación.

Adriana Livier Sandoval Alaniz
(v.pág.8 "Cartas del lector" del periódico
Mural del 25 de septiembre de 2008).


México está en guerra. No hay otra manera de decirlo. ¿O cómo llamaría usted al intercambio de decapitados, bombas y operativos en el que vivimos? ¿Paz social?

lo peor del caso es que en México no sólo hay una guerra, hay varias, y al menos una de ellas tiene que ver con nosotros. ¿Cuál? La guerra del "yo me mando solo".

¿En qué consiste? En darle la espalda a la convivencia social para imponer, todo el tiempo, nuestra voluntad como personas.

Y es una guerra súper violenta porque va desde no hacer fila para subir al camión, boicotear las opiniones en los foros de internet y estacionarse en cualquier punto, a cualquier hora, hasta vender drogas para sacar un dinerito extra, echarle el carro encima al que cruza por la calle y amenazar con una pistola al que nos moleste.

Todos lo hemos visto o todos lo hemos hecho y no sólo fingimos, nos justificamos: tengo prisa, la vida está muy cara, nadie me pela, ando de malas, me caes muy mal, tú qué sabes.

Pasa en todos los niveles socioeconómicos. ¿O qué, a usted no le ha tocado ver las peleas entre las señoras ricas por estacionarse en un centro comercial?

Ahí se les quita lo ricas y les sale una agresividad y un vocabulario impropios de una "señora" y de una persona bilingüe, educada y con varios posgrados, que hace yoga, medita e invierte en obras de caridad.

Pasa entre mexicanos de todas las edades. ¿O qué, usted no ha visto cómo se llevan los chavos en las primarias y las secundarias?

México es potencia mundial en bulling (maltrato e intimidación entre iguales), y no lo digo yo, está documentado. Nuestros jóvenes se están hiriendo todo el tiempo.

La guerra del "yo me mando solo" es tan sucia como la del narco, porque también cobra vidas, porque también cuesta, porque se esconde en la doble moral, en el cuento de los valores, de los "caballeros" y las "damas", y porque no hay autoridad capaz de pararla.

¿Usted no le ha mentado la madre al agente de tránsito que ha tratado de detenerlo por exceso de velocidad? ¿Usted no se ha hecho el ofendido después de haber sido capturado robándose algo en una tienda?

¿Usted no ha detenido el tráfico? ¿No se ha bajado lentamente de un taxi para retar al enjambre de carros que le están tocando el claxon, atrás, con desesperación?

¿Usted no le ha levantado la voz a un vendedor? ¿Usted no le ha reclamado con groserías a las operadoras que le han llamado por teléfono para recordarle que debe dinero?

¡Vamos! ¡No nos hagamos tontos! Somos muy buenos para pedirle a los políticos que se vayan si no son capaces de hacer su chamba, pero no somos capaces de respetar un semáforo.

Somos excelentes para atacar a todos los niveles de gobierno y para echarle en cara su ineptitud a nuestros funcionarios, pero jamás aceptamos nuestros errores ni asumimos la responsabilidad de nuestros actos.

¡Caray! Nos encanta meternos en los vientres de otras mujeres y condenarlas si abortan, pero no queremos hablar de educación sexual con nuestro hijos ni usamos condón.

¿Por qué el gobierno puede ser inepto y nosotros no? ¿Por qué ellos tiene que ser los culpables de todo y nosotros, de nada?

A lo mejor usted no se ha dado cuenta, pero no todos los delincuentes que nos están aterrorizando han salido de las filas del gobierno, también han salido de este lado de la realidad.

Han sido gente como usted o como yo que empezaron como nosotros: negándose a tener sus papeles en regla, saltándose las normas, desconociendo el pacto social.

Como que ya va siendo hora de que nosotros también nos apliquemos, ¿no?

¿Qué nos hace falta para entender que además de individuos somos una sociedad? ¿Otro terremoto? ¿Más huracanes? ¡Qué!

México está en guerra, en varias guerras y, curiosamente, nadie se mete con la nuestra, nadie está dispuesto a abordar el "yo me mando solo".

¿Así queremos que nos dejen de secuestrar? ¿Así queremos que nos gobiernen? ¿Así queremos que ya no nos maten? No, pues con razón estamos como estamos. Con razón.

Alvaro Cueva
(v.pág.13 del periódico
Público del 28 de septiembre de 2008).


Acariciando todavía la posibilidad de que el mundo cambie, aunque ya no me toque verlo, el pasado fin de semana amanecí con vena de promotora de la civilidad y la decencia, sin prever que mi loable esfuerzo podría ser gratificado con un descontón verbal de antología, propinado por una doña con más ínfulas y joyas, que vergüenza.

Al parecer, para que lo respeten a uno, por hoy, ya no es cuestión de descender de una linajuda familia de apellido sobreesdrújulo, sino hacerlo de una lustrosa vagoneta de buena estirpe automotriz, preferentemente europea. Pero ya se me han metido tantas veces en la fila para pagar en el súper, me han agandallado otras tantas el turno en el banco y me han atropellado hasta la ignominia mis derechos más elementales, que me he hecho el ánimo a seguir marchando en este mundo alevoso no sin, por lo menos, expresar lo que pienso y siento cuando algo se me figura que bien podría ser diferente.

Y pues resulta que la elegante dama en cuestión y una servidora adoptamos como escenario de nuestro fortuito desencuentro la rampa de salida de cierto supermercado, yo, empeñada en bajar con mi carrito lleno de bolsas y la pomadosa mujer cerrando la puerta de su flamante vagoneta, justo sobre la bajada pintada de amarillo, junto a un letrero de no estacionarse. Nunca imaginé que hacerle un atentísimo y pertinente llamado a plegarse a la norma fuera motivo para que la susodicha montara en cólera instantánea y sincronizada con su ruda indicación para que acá, su servilleta, "le rodeara o le hiciera como quisiera". Su enhiesto argullo no le haría recular, y menos a instancias de una doña nadie. Y que me sale lo Blue, y que con mesura y propiedad (me cai') le suelto 2 o 3 preceptos de los muchos que me sé acerca del bien común y el respeto a las normas sociales. Y que a la doña le brota la alcurnia para florearme con 2 o 3 adjetivos que no debió haber aprendido en algún liceo postinero.

Ignoro si el término barbaján se aplique sólo al género masculino, pero de que existen mujeres barbajanas, ni la menor duda me cabe. Lástima de ropita y de camionetota.

Paty Blue
(v.pág.3-B del periódico
El Informador del 5 de enero de 2009).


¿Por qué aquí no hay nada?

(V.suplemento "ocio" del periódico Público del 20 de febrero de 2009).


Abundan las razones para preguntarlo. ¿Hemos fracasado en educación cívica, en ética social? El paisaje es desolador: lavado de dinero por todos lados, ideales de riqueza y de poder sin cuestionar las consecuencias sociales, descuido de las responsabilidades cotidianas y transferencia de la totalidad de estas responsabilidades a la autoridad, grandes capitales surgidos de una carrera política, todo con el pesado argumento de que si no lo aprovecho yo, lo hará otro. Lo que vemos ahora es una sociedad en buena parte desgarrada.

En la calle, esa gran maestra, la educación ciudadana sigue siendo la clásica: "el que no transa no avanza", "la ley se hizo para violarla", "la cárcel es para pobres y pendejos" y otras máximas conocidas por todos. En la escuela, los cursos de civismo (los que me tocaron a mí) podían ser todo menos una práctica y un método de pensamiento ciudadano que enseñara a opinar, argumentar y construir una ética propia en la discusión. Mientras en muchos países llevan años debatiendo cómo educar en los valores de la democracia, la tolerancia y la cooperación para construir el bienestar, nosotros no hemos sabido enseñar ciudadanía ni en la calle, ni en la escuela, ni en las instituciones, ni en la casa, ni en el templo. No hemos logrado enseñar (no lo hemos aprendido, los adultos) por qué vale la pena vivir juntos, ni a ver la sociedad como algo más que un enorme mercado de gandallas.

En síntesis, la enseñanza número uno del civismo mexicano ha sido que nada importa demasiado; ya vendrá el paraíso, donde a todos nos irá más o menos. La número dos, que toda solución corresponde al gobierno y no a los ciudadanos. La número tres, que en lugar de denuncia y exigencia, hay que preferir la complicidad. Y la número cuatro ha sido la tolerancia... a la pobreza y la desigualdad. Lo demás, ya se entiende: si una sociedad deja pasar eso, dejará pasar cualquier cosa. ¿Se puede pedir un compromiso razonado con la sociedad cuando ésta no se ha comprometido con un alto porcentaje de sus ciudadanos?

Pienso que sí se puede pedir y es urgente que se haga: pero el primer compromiso ético será construir una sociedad que reconozca a sus ciudadanos, sus derechos y obligaciones fundamentales. Aquí es donde la puerca siempre ha torcido el rabo. Porque una ética de la ciudadanía responsable sería una ética subversiva. Ni dudarlo.

Luis Petersen Farah
(v.pág.16 del periódico
Público del 8 de marzo de 2009).


Producto de un desencuentro, en muchos jardines de las banquetas de la ciudad brota un extraño fruto: recipientes transparentes con agua en su interior.

La sabiduría popular indica que esta exótica flor tiene la virtud de alejar a los perros y proteger el pasto, pues evitaría que los canes depositen en sus alrededores sus heces u orina.

Pero, ya sea por ignorancia o simple falta de respeto, la mayoría de los perros hacen caso omiso de los presuntos poderes del brote plástico y, sin la más mínima deferencia, se pasean a su alrededor si así es su deseo y más de uno deja su marca a un lado de éste.

Entiendo que, en su desesperación, mucha gente recurre a falsos remedios como éste e incluso a otros más extremos, como el veneno, para tratar de evitar que en sus jardínes exteriores retoñen heces caninas, ya que la mayoría de los dueños de perros no se preocupa por recoger lo que su mascota va dejando de recuerdo en propiedades ajenas, pese a que es su obligación e incluso hay una multa para quien no lo haga (diez a 20 días de salario mínimo o 36 horas de arresto, según el artículo 16 numeral XII del Reglamento de Policía y Buen Gobierno de Guadalajara).

Esta falta de respeto hacia quienes se preocupan por tener un jardín exterior que ornamenta la ciudad y brinda servicios ambientales a sus residentes ha propiciado un desencuentro y animadversión hacia los amantes de los canes, de que suelen ser víctima tanto justos como pecadores.

A mí o a mi mujer más de una vez nos ha reclamado algún propietario iracundo cuando ve a nuestro perro posicionarse para defecar en “su” jardín, sin siquiera preguntar si pensamos llevarnos su excremento, pero enmudecen cuando ven que sacamos una bolsa y recojemos sus desechos, e incluso alguno ha llegado hasta a felicitarnos.

En aras de la mejor convivencia entre seres humanos y animales, es menester que quienes poseen una mascota favorezcan un acercamiento, comenzando por respetar los espacios públicos y privados y, cuando le saquen a pasear, lleven consigo algo para levantar su excremento, lo que calmará los malos humores de sus antagonistas, orillándolos a aceptar su presencia y desterrar las exóticas flores plásticas con que han llenado sus jardines.

Jorge Valdivia G.
(v.pág.10 del periódico
Público del 19 de abril de 2009).


El civismo nos define como hombres de sociedad, como individuos que comparten su vida al lado de los demás. Este deber con los demás no tiene fe ni credo, no tiene política ni color, es simplemente el compromiso de un ser humano con otros que viven en el mismo sitio, que comparten espacios públicos, trabajos comunes, valores comunes y que mediante la ley regulan su comportamiento.

El catecismo es la educación en una fe específica que también quiere determinar no el comportamiento colectivo sino el personal inicialmente y luego el colectivo. Este grupo de normal que se basan en la fe y no en la realidad, en la esperanza y no en la realidad y generalmente en una recompensa futura, que no en la realidad.

El civismo es plural, es obligatorio y no persigue más que el bien común. El catecismo es radical, es absolutista y persigue un fin en cada uno de los individuos antes que el bien común. El civismo tolera la pluralidad, el catecismo no. El civismo no tiene una verdad absoluta, sino el consenso de los individuos, mientras el catecismo sí tiene una verdad absoluta. El civismo está situado en tiempo y espacio, el catecismo es atemporal, bueno y aplicable para todos.

Es quizá la confusión entre ambos que nos ha hecho tan intolerantes. Es la confusión la que nos ha hecho tan hipócritas y corruptos y es la confusión entre ellas lo que ha logrado un sincretismo extraño llamado México que no sabe de historia, que olvida el pasado, que no castiga a los culpables, que perdona a los delincuentes pensando que son pecadores y castiga a quienes levantan la voz del bien común afectando al patrimonio personal. No permitamos que los valores, que en muchas sociedades son compartidos, disfracen la responsabilidad, la tolerancia y el desarrollo social colectivo esgrimiendo mandamientos, oraciones y promesas de castigo o premios eternos.

Fernando Petersen
(v.pág.19 del periódico
Público del 17 de julio de 2009).


México es un fracaso de civismo; normas elementales de urbanidad no se practican porque no se conocen. Como no hay capacidad para aceptar la crítica, tampoco existe para advertir errores, grandes o pequeños. La descomposición ha llegado a los extremos del ridículo colectivo del que son protagonistas buena parte de los personajes de la vida social y política. Nos hemos acostumbrado vivir en la mentira; el cinismo y la desmemoria son nuestra mejor respuesta.

Federico Berrueto
(v.pág.2 del periódico
Público del 19 de julio de 2009).


Desde hace 2 años, todos los miércoles a partir las 11 de la noche, del cruce de Avenida México y Chapultepec sale un contingente de 500 a 2,000 ciclistas a recorrer las calles de la ciudad y se les dan un par de horas de prioridad para circular. Un excelente plan para pasar una noche sana y diferente, que además incentiva el uso de la bicicleta como medio de transporte.

Sin embargo, estos paseos se han convertido en la oportunidad para el relajo, desmadre e insultos, y en algunos casos para la violencia.

¿Por qué una buena idea, que nace para el disfrute y convivencia ciudadana, de pronto se transforma en un problema que muestra en toda su dimensión la incivilidad y la mala educación tapatía, particularmente de sus jóvenes?

La nota publicada relataba lo que estos barbajanes vociferan cada miércoles mientras pedalean: "Al pasar frente a un puesto de tacos gritan: son de perro, son de perro... (con el sonsonete del famoso "lero lero..."); si ven a una pareja caminando gritan: "beso, beso,... sexo, sexo..."; si ven un establecimiento vacío, al empleado le dicen: "solo, solo, solo por pendejo"; y a los clientes de un bar o restaurante les gritan: "ora huevones! ¡pinches borrachos!".

Obviamente, en más de una ocasión estas burlas e insultos se traducen en pleitos con los parroquianos que no se quedan callados cuando ellos, sus parejas o su familia son objeto de ofensas.

Lo que tenemos enfrente son a los típicos bravucones de escuela (bullies, en inglés ) que se dedican a intimidar y humillar a todo aquel que no ofrece una resistencia seria o violenta a sus agresivas bromas y jueguitos.

Pienso que la cultura de la bravuconería está arraigada en buena parte de la población joven masculina, la que en "bola" o en pandilla pone a prueba los límites de tolerancia de la ley, el orden y la moral y así "tomarle la medida" a la autoridad, a los maestros y a la sociedad en general.

Aunque la mayoría estos bullies son cobardes cuando se les enfrenta solos, toca a la autoridad y no a los ciudadanos meterlos al orden.

Pero si un valentón insulta o se burla de una persona frente a un policía, éste ni se inmuta, se queda callado, se "hace menso" y el que termina reclamando y arriesgando el pellejo es el ciudadano. ¿Por qué? Porque el policía "tipo", en el fondo también es un bravucón.

A los policías se les debe preparar no sólo para actuar en incidentes de pistolas y asaltos sino para intervenir en los casos de bravatas que humillan u ofenden a los demás y de las que pueden derivar actos de violencia extrema.

¿Quién no ha visto (o sufrido) alguna vez la humillante escena en la que los bravucones de una escuela rodean a un jovencito, le quitan su mochila y comienzan a aventársela entre ellos, mientras éste llora desesperado su impotencia y termina de rodillas recogiendo del suelo lo que quedó de ella?

El común denominador de las bravuconadas es hacer sentir mal al otro, lastimarlo, incomodarlo y atemorizarlo. Y esto, mis estimados lectores, padres de familia, maestros y autoridades, hay que pararlo en seco, para que en lugar de cancelar actividades ciudadanas como las bicicleteadas nocturnas, consolidemos ambientes democráticos en las calles, en los barrios, en las casas y en las escuelas, y que sean los baladrones, y no los ciudadanos, quienes sientan miedo, miedo a las consecuencias de faltarle al respeto a los demás y de violar la ley y el orden.

"El valiente vive hasta que el cobarde quiere".

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico
Mural del 10 de septiembre de 2009).


Parece ser que toda la cultura, historia y valores mexicanos se reducen únicamente a ciertos símbolos y expresiones triviales de mexicanidad, como portar una banderita tricolor, irle a la Selección Mexicana, ponernos "la verde", ponernos "hasta las chanclas" y gritar ¡ay,ay, ayai! cada vez que suena un mariachi, cuando lo que nos debiera definir como mexicanos y llenarnos de orgullo son otras cosas, como la nobleza de espíritu y los valores tradicionales que caracterizan a las familias mexicanas más humildes y de los que todavía quedan algunos vestigios que podemos rescatar.

No digo que no ondeemos banderas y celebremos en fiestas, lo que apunto es esto no debe ser la única manera de demostrar nuestra mexicanidad.

El patriotismo debiera expresarse a diario, pero no en gritos y guarapetas, sino en actos cívicos cotidianos que nos distingan como una nación civilizada, educada y digna de confianza, en la que se antepongan los valores humanos que alguna vez nos caracterizaron, a las conveniencias materiales inmediatas.

Los mexicanos en la vida diaria hemos hecho trizas valores como honestidad, puntualidad, responsabilidad, decencia, sensibilidad, compasión, sencillez, respeto, generosidad, solidaridad, prudencia, lealtad, etc.

Repasen la lista anterior y díganme cuales de estos valores se practican, se exigen o se inculcan en las escuelas, en las familias o en la política, y vean cómo ya ninguno de ellos forma parte fundamental de nuestra cultura.

La única manera que queda para defender nuestra vapuleada condición de mexicanos frente a todo aquel que con razón nos reclama nuestra incivilidad o nuestra mala educación, es tirándole un golpe o profiriéndole una patriótica mentada de madre.

Me da pena decirlo, pero la imagen y la realidad nacional que hemos construido entre todos es la de un pueblo poco civilizado, poco educado, poco confiable y poco o nada honesto.

Somos mexicanos de la misma manera que somos seguidores de un equipo de futbol. Sin embargo ser mexicano no es lo mismo que ser "chiva" o "márgara", porque si bien los "fans" un equipo también ondean banderas, cantan himnos y salen a la calle para celebrar triunfos, la mexicanidad no es una mera inclinación afectiva o partidaria que se expresa con camisetas o paliacates y se defiende con porras y gritos.

Demostremos nuestro patriotismo saliendo a las calles, pero no a brincar y ondear banderas alrededor de una glorieta, que los problemas de México no se resuelven en penales (así sean de alta seguridad), sino a realizar actos cotidianos de civilidad, de honorabilidad y respeto, y de congruencia y mesura que nos hagan sentir a todos orgullosos de vivir en este país, y que les quiten a nuestros hijos (y a nosotros mismos) la vergüenza de ser considerados estereotipos de corrupción, violencia y mala educación por el solo hecho de ser mexicanos.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico
Mural del 17 de septiembre de 2009).


Circulando unos días atrás por avenida Enrique Díaz de León, un miércoles por la noche me tocó toparme con el contingente del paseo ciclista nocturno de ese día. El gusto de ver cómo había crecido y que lo conformaban cientos o quizá miles de personas pronto se convirtió en preocupación, al observar que varios de sus integrantes se desplazaban con una actitud prepotente y hasta violenta hacia los automovilistas y peatones.

Pese a tener 2 carriles reservados para ellos, algunos ciclistas invadían los de los autos que venían en sentido contrario e increpaban a sus choferes si intentaban avanzar sin su permiso, mientras se cruzaban sin precaución por delante de los automotores. Igual les pasaba a las personas que esperaban a que terminara el paso del pelotón para cruzar la calle. Quienes intentaban poner orden, se veían ampliamente rebasados.

Jorge Valdivia G.
(v.pág.10 del periódico Público del 20 de septiembre de 2009).


Desgraciadamente, nuestra ciudad ha venido perdiendo su capacidad de movilidad urbana a pasos agigantados. El sistema de transporte público, con choferes prepotentes y unidades viejas, casi siempre contaminantes, es apenas uno de los problemas que agobian a los tapatíos, pero también lo es la falta de planeación urbana.

Resolver esto va a llevar años. Mientras eso ocurre, convendría al menos que todos fuéramos gentiles en el uso común de las vialidades. Los gestos de civismo hacia los demás harían, por lo menos, más tolerable viajar dentro de la metrópoli, mientras se resuelve el problema.

Editorial
(v.pág.4-A del periódico
El Informador del 22 de septiembre de 2009).


Juárez y 16 de Septiembre.

En la esquina de 16 de Septiembre y Juárez los tapatíos ya entrenan el salto con obstáculos, pero ¡para brincar las jardineras!, que el Municipio de Guadalajara ha colocado para motivarlos a caminar hasta el paso peatonal. Años lleva el Ayuntamiento intentando que no crucen por ahí, pero ni el segundo piso de macetas ha frenado a los peatones.

(V.primera plana del periódico Mural del 29 de octubre de 2009).


En las relaciones sociales hay una suerte de pacto entre los ciudadanos. No son escritos ni explícitos, por lo que hay continuos desacuerdos entre los grupos minoritarios o más débiles respecto a qué está permitido. Sin embargo, estos pactos regulan el comportamiento entre los individuos.

Por ejemplo, en los cines de México el acuerdo es que se puede hablar, comentar y preguntar durante la película. Detrás de tanta conversación hay, generalmente, estupidez, pues la gente no entiende lo que está sucediendo en la película y manifiestan una baja capacidad emotiva para enfrentar alguna escena fuerte, pero es de mal gusto pedir que se callen. Pedir silencio suele producir enojo. Lo sé por experiencia. En contraste, en un cine en Houston, al que asistí recientemente, nadie hablaba. Supongo que si alguien lo hiciera sería silenciado por sus vecinos.

El pacto entre autos y peatones es claro, por más que ahora la ciudad esté medio vacía y no haya tanta necesidad de pelear por el espacio. En la ciudad el auto manda. Claro que las reglas no dicen esto. Nuestro reglamento de tránsito señala con claridad que el auto debe cederle el paso al peatón cuando da la vuelta, no debe pararse en los cruces peatonales y debe dejar pasar a los peatones cuando atraviesan, aun sin semáforo, si el cruce está marcado como paso peatonal. Sabemos que esto no pasa así en la realidad. Un extranjero que saliera a recorrer una ciudad mexicana habiéndose creído el reglamento moriría atropellado, como mueren muchos, sobre todo ancianos y niños. Al año mueren unas 620 personas por atropellamientos en la Ciudad de México, mientras que, en el 2009, fueron ejecutadas en el Distrito Federal y el Estado de México unas 500 personas.

El auto no manda, sin embargo, cuando el peatón le hace la parada a un pesero. No hay paradas designadas. El conductor para donde se lo pide el usuario. Es el momento de la venganza. El peatón no puede cruzar la calle, pero el auto no sabe cuándo se va a detener un pesero. El transporte, además, hace base donde le da la gana.

Es fácil atropellar peatones porque son percibidos por los conductores como entes de otro planeta sin derechos. Incluso cuando se atropella a un policía y se le mata, aún conduciendo borracho y por evitar pasar por el alcoholímetro, a los pocos meses el asesino sale libre sin que produzca demasiado ruido (como en un caso en la Ciudad de México).

Los peatones deben disfrutar ver al chofer de pesero parándose y cerrándosele al auto o, mejor aún, en un carril exclusivo donde el flujo es continuo. Sólo ahí tienen más poder. Lo individuos, que cotidianamente no poseen poder alguno, se vuelven peligrosos cuando lo logran tener. Por ello al momento de robar con un arma o secuestrar, el delincuente común usa ese poder para, de paso, maltratar o matar a sus víctimas.

Sin la vigencia de los derechos, lo único que cuenta es el poder. En las calles de una ciudad, el poder es el peso bruto del vehículo, ponderado por su antigüedad. Entre más viejo sea éste, más poder tiene, ya que importa menos chocar. El vehículo tiene más poder que el peatón. La camioneta más que un auto, pero el pesero les gana a ambos. El tráiler les gana a todos.

¿No se podría cambiar el equilibrio y respetar el reglamento para que el peatón tenga dónde cruzar y los conductores de automóviles puedan circular mejor con un transporte público que respete las paradas establecidas? ¿No podremos movernos a un equilibrio basado en los derechos y no en el poder de la lámina, de los recursos, de la cantidad de gente o la belicosidad de las personas?

La vigencia de verdaderos derechos, me parece, sería lo deseable para todos, pero requiere de una autoridad que haga cumplir la ley y de ciudadanos que aprendan a ver a los otros como sujetos de derechos. La experiencia de todos los días apunta en el sentido contrario.

Carlos Elizondo Mayer-Sierra
(v.pág.6 del periódico Mural del 1o.de abril de 2010).


Basta con observar y escuchar para darse cuenta que la convivencia general solamente puede darse por periodos cortos sin sufrir estupefacción o llegar a la violencia. Cada quien se divierte a su manera. Eso es cierto, pero, por ejemplo, ¿es necesario que en un hotel, para divertir a sus huéspedes, pongan la cancioncita de "Pásame la botella" 5 veces en una hora, y a un volumen que se escucha 7 edificios más allá? ¿Nadie considera lo que sufren 3 sujetos que se alquilan con sombrero norteño, camisa roja y chaleco negro, acordeón guitarra y tololoche, que tienen que cantar hasta la náusea "Camelia la Texana", mientras 5 sujetos se empujan 12 caguamas? ¿Por qué se venden donas en Acapulco? ¿Quién se las come a las 12 del día chorreando de sudor?

Los audífonos parecían ser la solución para que cada quien escuche su música al volumen que se le antoje. Si el problema era el tamaño de los audífonos y el del reproductor musical, el Ipod vino a solucionar todo eso, para que no fueran un inconveniente para nadie. Basta sentarse en la playa o en la alberca a disfrutar de un rato de tranquilidad, para que al lado se instalen unos jóvenes -que se hablan entre sí en dialecto wey- , saquen su Ipod, le quiten los audífonos y lo conecten a unos bocinones, y uno tenga que escuchar durante horas: "sube la gasolina, sube la gasolina" y "de reversa mami, de reversa mami".

La astucia del mexicano no tiene límites. Sobre todo si se trata de agandallar. Estar en un hotel y tratar de conseguir un camastro se vuelve misión imposible. Algunos listines mandan a sus hijos o le dan lana a algún empleado, para que las siete de la mañana le aparten 14 camastros para que ellos puedan bajar cómodamente a la una de la tarde mirando a los demás con aire de "yo soy más inteligente que ustedes".

Muy atrás quedaron los tiempos en los que uno podía pararse frente al mar y esperar una sorpresa de la naturaleza. Ver a lo lejos delfines, bancos de peces o algo por el estilo. Ahora bastan unos minutos para que, de pronto, en lo bajito, haga su aparición el "pez pañal". Esta especie, al contrario de muchas que se encuentran en extinción, está en plena proliferación. Se trata de un pez casi redondo, una suerte de mixiote de plástico con alusiones infantiles en diversos colores. Hay de patitos, ositos y princesas, entre otras muchas clases. El "pez pañal" es una de las mayores contribuciones de la masa urbana a las especies marinas.

Juan Ignacio Zavala
(v.pág.13 del periódico Público del 4 de abril de 2010).


La violencia es el signo que marca al México actual. Violencia social, violencia física, violencia sexual, violencia verbal.

Violencia que nos golpea y nos envuelve. Nos estamos acostumbrando a vivir con violencia, a ver la crueldad, la tortura y la muerte como algo cotidiano, coloquial; y de eso a la barbarie, sólo hay un paso.

El monopolio de la violencia, alguna vez exclusivo del Estado, hoy ha sido expropiado, y los métodos cada vez más violentos y sanguinarios son utilizados por poderes de facto, como el narcotráfico, para imponer su ley, conquistar territorios o dominar plazas. Pero la violencia tampoco es ya exclusiva de los narcos y es cada vez más la moneda de cambio entre los ciudadanos para dirimir sus diferencias: balazos, asesinatos crueles, torturas y ejecuciones, son métodos de aniquilación y odio que ya no sólo utilizan los delincuentes, sino que cada vez más aparecen en los homicidios comunes.

Tan sólo ayer, en una nota de este diario, en 3 párrafos se podía leer toda una galería del horror: "En Morelos aparecieron 2 cuerpos; tenían la piel de la espalda y el abdomen arrancada".

"En Durango 2 cabezas fueron encontradas dentro de una hielera. 5 ejecutados aparecieron en Sinaloa, todos con los brazos atados, el tiro de gracia y signos de tortura. En Tlalpan a un joven de 19 años 2 sujetos le salieron al paso y sin mediar palabra lo mataron de un tiro. En Chihuahua una mujer de 20 años quedó tirada en un bar cuando desconocidos le dispararon a mansalva".

La violencia se presenta de muchas formas: los padres pudientes de una niña de cuatro años que asesinan a su hija, voluntaria o imprudentemente, por fingir su desaparición para obtener dinero; una anciana de casi 80 años que es arrollada en una avenida porque intentó cruzar y los automovilistas no le dieron el paso.

No es sólo un tema de "delincuentes contra delincuentes", como eufemísticamente lo presenta el gobierno: jóvenes estudiantes masacrados por confusión, niños de 5 y 9 años asesinados a tiros por miembros del Ejército -que los creyeron delincuentes-, población civil que es víctima inerme e inocente, a veces de los delincuentes y a veces de las fuerzas armadas que debían protegernos, en medio de una guerra que parece perdida y cada vez tiene menos respaldo de la sociedad.

Tanta violencia en nuestra sociedad ya no parece incomodarnos y mucho menos sorprendernos. El problema es que la violencia, inherente al ser humano, si no se le contiene crece y si no se le controla aumenta en espiral. Para las nuevas generaciones, ver muertos, descabezados, torturados en su país, en su ciudad, en su barrio, se está volviendo algo común; la vida humana pierde entonces valor y la sociedad se deshumaniza... y, no hay duda, lo que sigue es la barbarie.

Salvador García Soto
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 14 de abril de 2010).


La creación, afincamiento y desarrollo de una ciudad está inspirada en la voluntad de crear un cosmos que es el único ámbito que permite la tranquila coexistencia de los humanos. El primer deber de los gobernantes de una ciudad es mantener el cosmos; de otra manera, bastan unos cuantos años para que el cosmos engendre un caos. Veo a mi ciudad, y comparto su vida, ganada cada vez más por el caos: caos en la vialidad, en los servicios médicos, en la seguridad y en la justicia, en el uso de suelo, en el abuso del agua, en la basura, en la total falta de respeto de unos hacia otros. El caos.

Germán Dehesa
(v.pág.7 del periódico Mural del 15 de abril de 2010).


Es tal vez muy fácil corromper a un pueblo -o, mejor dicho, pervertir a un porcentaje lo suficientemente grande de ese pueblo como para que el resto de la gente se sienta amenazada- pero es muy difícil purificar a una sociedad. Y, aunque el término tenga resonancias religiosas, a México le hace falta una gran cruzada purificadora para recuperar los valores de la convivencia civilizada. Ayer, en la autopista, miré a un policía federal que arrojaba un envase de plástico al arcén. Tan sencillo como guardar la basura en una bolsita en el asiento trasero pero al tipo, por lo visto, ni le pasó por la cabeza. Tenemos así un país rebosante de basura, un país lleno de desperdicios. Alguien vendrá y me dirá que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Pues no. La falta de civismo es una infracción universal: si comienzas ensuciando tu país es mucho más probable que termines hundiéndote con él en la inmundicia. Nos acomodamos, durante décadas enteras, a los delitos menores. Y, ahora, miren ustedes dónde estamos.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 16 de mayo de 2010).


Franeleros en las calles céntricas complican la vida a las autoridades de Guadalajara. La informalidad de la tarea, permitida, otra vez, sin concierto, crea un conflicto en el cual los derechos constitucionales quedan en entredicho.

Es urgente que autoridades y ciudadanos nos sentemos a pensar qué clase de convivencia queremos en esta ciudad. ¿Por qué la policía reprime a los franeleros y no a los choferes que se estacionan encima de la banqueta o "tapando" una cochera? ¿Queremos vendedores ambulantes? ¿Queremos "franeleros"? ¿Queremos juglares en la villa? ¿Aceptamos estorbosos autos en la banqueta? ¿La policía es la que debe resolver esos conflictos? Urge repensar la convivencia en la ciudad.

A propósito de vialidad, ¿no acabamos de aceptar que nos faltan calles con tantos autos? Las actuales están llenas y rellenas. Y no es cosa de hacer puentes (son inútiles) sino de hacer nuevas vías en las rutas utilizadas por los ciudadanos que hoy anuncian los próximos estacionamientos en las calzadas y avenidas. ¿O queremos desalentar el uso de los autos? ¿Y cuál es la alternativa si el transporte público no es público (lo controla un empresariado) y menos es transporte, al menos oportuno y eficiente?

Miguel Bazdresch Parada
(v.pág.15 del periódico Público del 30 de mayo de 2010).


Los detalles: las personas que están en una reunión de trabajo y no dejan de ver y usar sus Blackberrys -se han olvidado de la educación, de dar atención a los otros con quien "conversan"-; mi vecina que barre la calle con la manguera abierta en pleno, "porque es su agua y ella la paga"; el carretón de la basura de mi colonia que la recibe separada y la revuelve; las pintas que ensucian cada pared que pueden por toda la ciudad; que a los ayuntamientos no se les ocurra poner botes de basura en los lugares concurridos [y de vaciarlos donde los hay, agregaría el webmaster], y la gente en general se ha olvidado para qué sirven y lanzan todo a las calles, incluidos sus "elegantes" arbolitos de Navidad, que ya que están secos sólo atinan a sacarlos a los camellones, mientras ellos no los vuelvan a ver, qué importa; el que toca el claxon porque vas ligeramente más lento; el limpiaparabrisas que se te abalanza a la fuerza a limpiar tu vidrio, y si eres mujer, sólo lo hará para verte las piernas; la gente que miente de frente, aun cuando se les enfrenta; los manipuladores que usan el llanto para manejar a los otros; los que siempre prefieren ver la "culpa" en otros y no tienen ni pizca de humildad para autoevaluarse; los malagradecidos que nunca se percatan cuando se les da una oportunidad y se les otorga confianza y respeto; los que hacen el mínimo esfuerzo en todo, para qué cambiar si nadie lo valora; los que saludan con sombrero ajeno con sonrisa soberbia. No queda de otra que ser un pesimista convencido.

Canela Fina
(v.pág.2 del suplemento "Ocio" del periódico Público del 11 de junio de 2010).


Liberal es una palabra que, a pesar de la insidia con que han querido ensuciarla, sigue siendo una palabra pariente sanguínea de la libertad y de las mejores cosas que le han pasado a la Humanidad, desde el nacimiento del individuo, la democracia, el reconocimiento del otro, los derechos humanos, la lenta disolución de las fronteras y la coexistencia en la diversidad. No hay palabra que represente mejor la idea de civilización y que esté más reñida con todas las manifestaciones de la barbarie que han llenado de sangre, injusticia, censura, crímenes y explotación la historia humana. Los intelectuales modernos luchan con denuedo para mantenerla vida y operante, frente a todos los fundamentalismos oscurantistas que desde los 4 puntos cardinales han pretendido inútilmente aherrojarla.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 10 de julio de 2010).


La fuerza de la ley no se basa, como a veces se argumenta, sólo en el poder disuasivo del anuncio del castigo tras la falta, sino sobretodo en la convicción, producida por la ley misma y su construcción, de que si yo respeto la ley, el vecino, el desconocido, incluso el adversario también respetará la ley, pues esa cultura legal nos proporciona a todos el mejor camino para interactuar y mantener el carácter humano entre nosotros.

Corregir las transgresiones a la ley, incluso con represión, o provoca un incremento del bienestar general o sólo inducirá a mayores controles y represiones. Las sociedades humanas no pueden vivir en una cotidianeidad asegurada por la vigilancia. El inestimable valor de la autorregulación, elemento indispensable en la educación de la persona, está ahí: Si yo regulo mi trato con los otros, puedo esperar un trato similar de esos otros. Es el factor constitutivo y fundamento práctico del igual valor de cualquier persona.

Detener y someter a criminales es un objetivo plausible si la violencia del estado no rompe el significado y las formas de vivir juntos. Este límite hoy tiene una capacidad de contención disminuida.

Miguel Bazdresch Parada
(v.pág.15 del periódico Público del 8 de agosto de 2010).


El diputado local José Luis Muñoz solicitó la intervención de las autoridades delegacionales y de la Procuraduría Social del Distrito Federal para solucionar los conflictos de los 7,800 de condóminos que existen en la capital, y, además, propuso que sus representantes tengan facultades legales para acudir directamente al Ministerio Público.

Muñoz indicó que existen ciertos puntos fundamentales que deberán incluir las reformas a la Ley Condominial, entre ellas, estipular el castigo para los condóminos morosos, y la apropiación de áreas comunes.

El legislador perredista dijo que el próximo mes presentará ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal su propuesta en la que además planteará que se le otorgue poder a las decisiones que los vecinos acuerden en las asambleas condominales, para que "se demande jurídicamente a los morosos hasta llegar al embargo, de ser necesario, ya que las multas no solucionan el problema", señaló.

Sin embargo, dijo que su iniciativa contempla dos modalidades de morosos, "los que no pagan por que no tienen y los que no quieren", pero explicó que es una obligación que se debe adquirir por vivir en un condominio.

El asambleísta dijo que por ello es importante que la Procuraduría Social y las delegaciones colaboren para que se instituya el concepto de embargo, y que en el caso de la apropiación de áreas comunes, sea demolido lo que se construya.

"La Prosoc no debe seguir asumiendo el rol de gestor ante el Ministerio Público, sino que se necesita modificar la Ley Condominal del DF para que la representación legal de los condóminos tenga la posibilidad de solicitar hasta el embargo", señaló.

(V.pág.23 del periódico Público del 19 de septiembre de 2010).


México está enfermo de anomia. ¿Qué es esto? es la falta de un valor común entendido. Es algo que vivimos día a día, desde que salimos de casa y nos enfilamos en un tráfico infinito lleno de descortesía y agresividad; en la fila de cualquier lugar donde ya se metieron delante de nosotros 1 o 2 personas cuando estábamos distraídos (o incluso de la manera más desvergonzada); en la calle donde no se puede caminar por el frente de una construcción siendo mujer sin que algún hombre chifle o comente algo...

Entonces todo el tiempo debemos estar al acecho, defendiendo lo que es nuestro o nuestra propia persona de todos los compatriotas mexicanos, porque no tenemos un cúmulo de valores comunes que nos dicten un comportamiento civilizado. Y luego por qué nadie tiene fe en el país, ¿cómo hacerlo si nadie tiene fe en su gente?

Alina Zepeda Gutiérrez
(v.pág.17 "correo" del periódico Público del 22 de octubre de 2010).


En lo particular pido buenas maneras al conducir, porque detesto que me echen los coches encima, me cierren el paso o me ganan un lugar en el estacionamiento por entrar en sentido contrario. Casi por lo general a todos nos molesta que nos ganen un lugar en la fila -a la mala- un gandalla más. Pero estos son personajes de sexo indistinto pues esta actitud majadera no genera más que más accidentes. Prueba de ello me tocó vivirla en el estacionamiento de Plaza Patria, cuando una señora armada con una "mamamóvil" fue impedida de un lugar de estacionamiento y chocó a la conductora para darle una lección. Honestamente pensé no sólo en esa pobre mujer que estaba reaccionando con locura sino en la clase de educación que les está dando a sus hijos, los cuales seguramente serán gandallas y patanes detrás del volante.

Karelia Alba
(v.pág.3-E del periódico El Informador del 30 de octubre de 2010).


El centro de Guadalajara se llenó de "Catrinas". Y lo mejor: la gente las hizo suyas.

Se trata de una exhibición de alegorías de "La Calavera Garbancera" -rebautizada como "La Catrina" por Diego Rivera-, como la denominó su creador, José Guadalupe Posada, convocada por la Secretaría de Cultura. Dichas alegorías fueron realizadas por estudiantes de educación media superior, y responden a la corriente denominada "arte povera" (arte pobre) que formó parte, hace medio siglo, del movimiento hippie y underground en Italia. Esa expresión se caracteriza por el empleo de materiales prácticamente de desecho: plástico, latas, botellas, piedras, madera, papel, corcholatas... El resto lo hace la imaginación, la creatividad y -con mucha frecuencia- el sentido del humor de los autores.

La gente las ve, las toca, se retrata con ellas.

Además -y esto es lo más importante-, las admira y las respeta, no sólo por el valor cultural de la sátira gráfica de Posada, sino por los excelentes e incluso geniales resultados de algunas de las "catrinas" que se han enseñoreado de las banquetas de la Avenida Juárez y de las plazas del centro.

Se diría (el vaso medio vacío) que lo malo es que algunas de ellas ya fueron brutalmente vandalizadas. Lo bueno (el vaso medio lleno) es que la condena de la sociedad para los imbéciles incapaces de apreciar y respetar lo bello, es unánime.

Jaime García Elías, periodista y conductor radiofónico
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 1o.de noviembre de 2010).


Si por primera vez en mucho tiempo se están haciendo esfuerzos para llevar a cabo actividades culturales en la calle, resulta francamente triste que nosotros, los ciudadanos, seamos incapaces de convivir de manera pacífica con objetos de arte. O en otras palabras, ha de venir un desgraciado a prenderle fuego o arrancarle la cabeza a cualquier cosa que pongamos en la calle.

Estas cosas hablan de quienes somos como ciudadanía y francamente, con estas actitudes, demostramos que tenemos el gobierno que nos merecemos. Un gobierno de borrachera, francachela, proyectos ventajosos que sólo benefician a unos cuantos y otras cosas terribles. Total, mientras ellos se aprovechan, nosotros podemos seguir, como los perros, orinando lo que hay en la calle.

Jorge Zul de la Cueva
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 3 de noviembre de 2010).


Paso peatonal.

Insensibles los conductores que deciden utilizar las áreas para que los peatones transiten al atravesar las arterias de la ciudad. Su falta de consideración hace, como lo muestra la imagen, que las personas que desean ir de una acera a otra no lo puedan hacer bajo riesgo de sufrir un accidente por la presencia de vehículos en los que sus conductores se les nota urgidos por seguir su camino sin pensar en los peatones.

(V.pág.16 del periódico Público del 12 de noviembre de 2010).


Nuñotlán

(V.pág.39 del suplemento "Ocio" del periódico Público del 19 de noviembre de 2010).


En su origen, ser ciudadano era ser civil; civilizar era sacar del estado salvaje, de la barbarie. El civismo fomentaba las virtudes necesarias para la sana convivencia en las ciudades.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis, A.C.
(v.pág.8-B del periódico El Informador del 7 de diciembre de 2010).


La igualdad no existe. Los individuos de la especie humana nacen diferentes, con capacidades disparejas y en circunstancias que son favorables para algunos y devastadoramente injustas para los otros. Hay ejemplos extraordinarios de personas que han tenido logros portentosos a pesar de una infancia de maltratos y descuidos. Otras parecen tenerlo todo a favor en la línea de partida pero nunca consiguen mayores provechos; es más, el lugar común de que las fortunas no sobreviven los excesos de una tercera generación de herederos parece ser una especie de ley natural. O sea, que las diferencias siempre van a existir: en toda sociedad habrá una persona que desempeña un trabajo que casi no exige cualificaciones y otra, en el extremo opuesto del abanico, que recibe desorbitados emolumentos por su capacidad de generar valor agregado.

La utopía colectivista, por llamarla de alguna manera, intentó eliminar estas diferencias de manera artificial: el comunismo, al abolir la propiedad privada, pretendía repartir entre todos una riqueza generada de diversas maneras y debida a factores muy dispares. Y, así, utilizando los instrumentos del totalitarismo, confiscó bienes privados, prohibió la ganancia personal y terminó por crear una sociedad globalmente empobrecida que, sin embargo, debía tolerar la existencia de una casta gobernante parasitaria, abusiva, corrompida y autoritaria, aparte de muy boyante en sus finanzas personales: los jerarcas del socialismo real nunca vivieron privaciones ni nada parecido. Al contrario, se despachaban con la cuchara grande.

Esta tentación, la de destruir la riqueza de los particulares -porque de eso se trata, de no permitir un proceso de acumulación de caudales debido a un impulso considerado ilegítimo e inmoral: el deseo de lucrar-, sigue siendo un propósito formal en la agenda de varios gobernantes de nuestro subcontinente. Su primera intención es confiscatoria y su principio rector es la repartición de unos bienes que, antes de ser siquiera reconocidos como fruto de un esfuerzo, deben ser compartidos con los ciudadanos más desfavorecidos. La idea no parece mala: quitarles a los que más tienen y darles a los que menos poseen. El inconveniente es que desconoce, justamente, la realidad de una desigualdad primigenia y no admite, por razones presuntamente morales, la esencial condición de unos humanos que nacieron, entre otras cosas, para competir, para arrebatarse los tesoros, para prosperar a expensas de los demás y para consagrarse, al final, como los individuos triunfantes de la tribu.

Tal es el impulso y tal es el motor. Naturalmente, los instintos deben ser domesticados y los impulsos necesitan manifestarse en un entorno de certeza y equidad. Precisamente por eso nos hemos agenciado sistemas legales, reglas de operación, garantías, derechos civiles y todo ese arsenal de regulaciones que no le permiten, al bárbaro, salirse con la suya y avasallar impunemente a los demás. Ésa, y no otra, es la esencia de la civilización. Y ésa, tal vez, es la asignatura pendiente en un sistema como el nuestro -a medio camino entre los designios de una revolución que sigue siendo presuntamente motor de las políticas públicas y un (neo)liberalismo que nunca hemos adoptado de manera plena y con la voluntad de integrar todos sus componentes (el irrenunciable Estado de derecho, las reglas claras para todos, la legalidad, la democracia plena, la transparencia y el rendimiento de cuentas)- que no puede garantizar, a estas alturas, ciertos mínimos de justicia social.

El problema, pues, no es la existencia del mercado ni la presencia del capital. El embrollo que tenemos es que no estamos dispuestos, todavía, a reconocer el imperio de la ley.

Román Revueltas Retes
(v.pág.4 del periódico Público del 19 de diciembre de 2010).


Los acontecimientos que me ha tocado vivir recientemente en una asamblea de colonos, me hacen reflexionar acerca de lo que significa el término mismo y de lo que implica una sociedad, pues incluso sin necesidad de consultar un diccionario especializado, podemos entender que se refiere a un compromiso en el que los participantes de la misma tienen un convenio o pacto, según el cual lo que le suceda afecta o beneficia por igual a todos y cada uno de la misma.

En el caso que me ocupa somos casi 900 familias las que componemos esa pequeña comunidad, misma que se reúne en Asamblea -como órgano superior- una vez al año, a menos que exista alguna urgencia que plantear. En la reunión ordinaria se informa de las actividades realizadas en el año en curso, o cuando coincide con el cambio de mesa directiva estatutario se celebran elecciones.

Pues bien, en el presente año no corresponde a elecciones, y solamente asistimos algo así como cuarenta y tantos representantes de familia (el año pasado que si hubo elecciones se reunieron 350), de los cuales 43 votamos un incremento en las cuotas del próximo año, así como el presupuesto que entre otras cosas implica el aumento de sueldo a todo el personal administrativo, de seguridad, mantenimiento y operación, en función de la inflación oficial, o sea el mínimo de mínimos.

Vale la pena señalar que si no todos los asistentes, sí un alto porcentaje cuenta con estudios universitarios y hasta de posgrado, lo que hace suponer un grado de conciencia más desarrollado, no obstante, al término de los diferentes informes rendidos por los miembros de la directiva no hubo más de una persona o dos que intentó ofrecer un aplauso por el beneficio recibido de vecinos que entregaron su tiempo, dinero, esfuerzo y experiencia de forma gratuita: nos gana la mezquindad.

Cuauhtémoc Cisneros Madrid
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 21 de diciembre de 2010).


Escalofriante estudio que Fernando Escalante publica este mes en la revista "Nexos" que se titula: "La muerte tiene permiso". El mismo autor que hace 2 años desconcertó al demostrar que a partir de la suma de las actas de defunción capturadas por el Inegi, contrario a nuestra percepción y temor, los asesinatos en nuestro país habían disminuido continua y significativamente entre 1992 y 2007. La tasa nacional (número de víctimas por cada 100,000 habitantes) pasó de 19 en 1992 a 8 en 2007. Un gran triunfo civilizatorio para el país pero del que no nos enteramos.

Lo de hoy es exactamente lo contrario. En sólo 2 años (2008 y 2009) el número de asesinatos en el país se disparó de forma dramática, acabando con esos 15 años de constante disminución y alcanzado nuevamente la cifra de 19 homicidios por cada 100,000 habitantes. El propio Escalante se sorprende de este violentísimo cambio de tendencia y busca explicaciones. Y es que los homicidios se dispararon en todo el país. Escalante demuestra, y esto es por supuesto una invitación para que lo lean, que la explicación de que los narcos se están matando entre sí no alcanza para dar cuenta de este abrupto cambio de tendencia. La guerra en contra de los narcos, y en especial los Operativos Conjuntos que implican la presencia de muchos hombres armados en nuestras calles y pueblos, junto con la pérdida de mecanismos de solución pacífica de conflictos locales han dado como resultado que matar sea hoy mucho más frecuente y una opción para personas que no lo hubieran considerado en el pasado muy reciente.

Los resultados del análisis de Escalante son perturbadores. Con ignorancia y con buenas intenciones, quiero creer, se desató en nuestro país una dinámica de muerte que no se ve bien cómo la van a detener.

Denise Maerker
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 10 de enero de 2011).


En México especialmente también sufrimos otro déficit, que es moral: somos una sociedad donde cualquier opinión que se sienta contraria o que repruebe nuestros comportamientos es rechazada e interpretada como un insulto, una agresión. Ahí está el ejemplo del coche que invade el paso peatonal en los altos, o se estaciona en las banquetas, o arroja basuras y rechaza cualquier crítica o reclamo por su hacer.

En la democracia todos nos presumimos ser rey, pero no nos comportamos como tales. Desgraciadamente, carecemos de aquel protocolo tan propio entre soberanos, pero muy necesario para la convivencia entre pares.

Ciertamente, todas las relaciones humanas entre adultos deberían ser voluntarias. Las principales acciones que deberían ser prohibidas y sancionadas por las leyes son aquellas que involucran el uso de fuerza en contra de quienes no han usado la fuerza; acciones tales como el homicidio, violación, robo, secuestro y fraude.

Nuestra credencial del IFE es más que una identificación, es nuestro derecho a manifestarnos. También necesitamos algo así como las tarjetas de los árbitros, una Tarjeta Civil que podríamos usar con nuestros semejantes cada vez que incumplen con actos de civilidad. Comunicar sin insultos cuando desaprobamos. Y también, ¿por qué no?, cuando agradecemos actos solidarios.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis, A.C.
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 15 de marzo de 2011).


Si alguien quiere saber que tipo de sociedad tiene una ciudad, debe medir cuántos chicles por metro cuadrado se tiran en la calle, aseguró el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, quien propuso esta "fórmula" en la presentación de resultados del programa que busca cambiar 10 conductas negativas de los capitalinos.

(V.pág.8 del periódico Mural del 8 de mayo de 2011).


La historia de México, luego de que se convirtiera en una nación independiente, no ha sido otra cosa que un deprimente recuento de divisiones, peleas y contiendas entre los habitantes de un mismo territorio. Es cierto que hemos conocido tiempos de paz en las últimas décadas pero algo nos ha quedado de ese oscuro pasado: la falta de voluntad para celebrar arreglos. El mexicano, como bien constata Jorge Castañeda, es un ciudadano individualista en el peor sentido de la palabra: no reconoce los beneficios del trabajo en común ni admite cesión de sus prerrogativas, reales o imaginarias, porque ello significa una costosa, e inadmisible, cesión de sus fueros. De tal manera, se acomoda dificultosamente a la vida en sociedad y colabora poco en aquellas tareas que no le aportan, en su interesada visión de las cosas, un beneficio inmediato. Tenemos así un crónico déficit en el terreno de lo público, por decirlo de alguna manera.

Se esconde, detrás de esta postura, una desconfianza ancestral hacia todo aquello que provenga "de fuera". Esta delimitación es algo absoluto en el sentido "espacial" de la palabra: se manifiesta en un automático rechazo a los usos y costumbres de un "exterior" que no sólo es el territorio que se encuentra más allá de nuestras fronteras geográficas sino el espacio que existe al traspasar los muros de nuestra casa. Lo doméstico lo llevamos en las venas a todas partes, como si los dominios de lo público fueran una mera extensión de lo personal, una prolongación de nuestro ser tan natural como para imponer, fuera, los hábitos, gustos y caprichos de "dentro". Somos así los paladines del "aquí mando yo" y los fieros defensores de una "manera de ser" tan indiscutiblemente propia -y, por ello mismo, tan "valiosa" e irrenunciable- que no estamos nunca dispuestos a admitir los posibles beneficios de otras culturas. Peor aún: tan "mexicanos" nos sentimos -los autores exclusivos de una identidad suprema e intercambiable- que no nos reconocemos siquiera en lo que realmente somos: los herederos directos de la tradición judeo-cristiana, los depositarios de la cultura mediterránea y los emisarios, a estas alturas todavía, de una lengua que no nació aquí sino en el Viejo Continente.

Estos rasgos culturales tan pertinaces se manifiestan de manera particularmente perniciosa en el ámbito de lo político. Es ahí donde más apego mostramos a nuestros "usos y costumbres"; es ahí, en el terreno de las ideologías, donde se expresa más intensamente el rechazo a entelequias que no son "nuestras": la globalización, la modernidad, el "neoliberalismo" (Juárez, uno de nuestros grandes liberales, ha dejado de ser lo que fue y, tras ser abusivamente confiscado por los nacionalistas revolucionarios, no es ya una figura que pueda inspirar a los autóctonos modernizadores) e, inclusive, una "democracia" que no termina de parecernos enteramente beneficiosa.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 24 de julio de 2011).


El mero hecho de que la violencia mexicana se diluya, por así decirlo, en los aconteceres de la vida diaria de México y que forme parte de una especie de normalidad monstruosa dice mucho de lo que somos: un pueblo acostumbrado, por lo que parece, a la presencia de la muerte y, por ello mismo, una comunidad que acepta los asesinatos con una sorprendente naturalidad. Es este, seguramente, un rasgo común a todas aquellas sociedades que no han consumado el proceso civilizatorio y que no han alcanzado todavía los niveles de desarrollo de las naciones más modernas, utilizado el término modernidad en un sentido que no sólo se refiere a la presencia de tecnologías e infraestructuras sino, sobre todo, al advenimiento de una sensibilidad social que no acepta ya lo inaceptable, a saber, la injusticia, la desigualdad, la barbarie, la violencia, el autoritarismo y la falta de reglas claras.

¿Quiénes mueren, en México? Mueren siempre los otros: los pobres, supongo, los jodidos de siempre, los olvidados y, naturalmente, todos aquellos que "se han buscado" su propia muerte porque andan en malos pasos. Pero en estos últimos tiempos han comenzado también a ser matados individuos mucho más visibles: el hijo de un poeta, la valerosa madre de una joven asesinada y personas que, por su posición irremediablemente privilegiada en un país marcado por una desigualdad social indecente, no pueden ya ser ignoradas. Tenemos así un movimiento incipiente de ciudadanos que pueden hablarle de tú a tú al poder político y tenemos, en consecuencia, algunos signos de que el asunto comienza a preocuparles de verdad a ellos, a nuestros hombres públicos. Ha hecho falta que la sangre comience a salpicarnos, ahora sí, bien cerca.

No me creo, con todo, que nos hayamos vuelto ya una sociedad genuinamente preocupada por la muerte de sus miembros. Lo repito: en Tamaulipas están las fosas de San Fernando. Ha caído ahí tanta gente -en circunstancias espantosas, además- que el suceso parece un crimen de guerra o una masacre étnica. Y repito también que lo que pasó en ese lugar es mucho más horrendo (con el perdón de ustedes, es muy importante poder advertir diferencias en la manera de matar a los seres humanos) que lo sucedido en Oslo y en la isla de Utoya. Y reitero, finalmente, que ni nuestra indignación ni nuestro horror parecen estar a la altura de parecida atrocidad. Esta es, desafortunadamente, la peor constatación que podemos hacer sobre nosotros mismos.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 31 de julio de 2011).


Al tratar de entender lo que ocurre con nuestro sistema de transporte público, podemos empezar preguntándonos qué cosas NO es; y la primera respuesta nos hace admitir que no es el transporte público de una ciudad metropolitana a la altura de nuestros tiempos del siglo 21, donde las unidades de transporte están siempre limpias por dentro y por fuera.

Aquí no es donde cada unidad del transporte público está rotulada y en correcto orden mecánico; cuyas rutas son calculadas y definidas profesionalmente para optimizar la eficiencia del tiempo que se lleva para trasladar a una persona desde un punto determinado hacia cualquier destino detallado claramente en mapas fáciles de entender. Aquí no es donde las unidades cuentan con amplias entradas cuyo acceso se logra sin pisar la calle (porque el nivel del piso del vehículo está al mismo nivel que las banquetas donde se les espera para abordar) y están preparadas para recibir adecuadamente a discapacitados, personas mayores y carriolas infantiles; ¡algunas hasta tienen monturas para bicicletas!

Aquí no es donde las paradas están bien definidas y protegidas y solamente se hacen abordajes o bajadas en sus lugares precisos, con sus tiempos precisos. Los horarios son calculados para permitir la mayor funcionalidad del servicio y los períodos son cumplidos con una rigurosa puntualidad. Donde los operadores son eficaces, corteses y profesionales debidamente capacitados; nunca manosean un solo centavo de los ingresos (pues el sistema de pago por el servicio está diseñado para evitar cualquier suspicacia en el manejo del dinero). Aquí no es donde un viaje en estos autobuses es cómodo pues el ruido del motor apenas se percibe, las ventanas ofrecen una visibilidad panorámica y los asientos, acolchonados, reflejan la eficaz suspensión de un vehículo concienzudamente diseñado y construido.

Quienes estudian el tema del bienestar y descontento en la vida cotidiana han encontrado que el mayor malestar se vive al sufrir la experiencia de trasladarnos de algún lugar a otro haciendo uso del sistema de transporte colectivo. Por consiguiente, una de las principales metas de los gobiernos ha sido atender el tema del transporte público en todas sus dimensiones: seguridad, economía, eficacia y comodidad.

Por contraste, nuestro sistema de atroces camiones colectivos también puede contribuir a la descripción de aquellos otros sistemas de transporte público cuyos operadores ni juegan a las carreras contra sus colegas; ni van en fila india (hasta de 5 en 5) peleándose la calle y concediéndose caprichosamente el pasaje; ni son asesinos impunes escudados tras peripecias jurídicas que definen a la negligencia y la irresponsabilidad como accidentes consentidos; ni bajan o suben pasaje donde y cuando se les antoja; ni son prepotentes cafres que pretenden dominar las vías públicas bajo el terror de sus monstruosidades que ni son seguras, ni cómodas, ni económicas, ni eficaces, ni equitativas. Nuestro sistema es justo lo contrario de lo que debería ser: es un sistema de transporte privado de todo.

Norberto Alvarez Romo, presidente de Ecometrópolis, A.C.
(v.pág.2-A del periódico
El Informador del 21 de febrero de 2012).


Matar un árbol... o decenas, como el otro día en la carretera de Chapala. Todo para permitirnos ver a los "espectaculares". Es la imagen misma de la barbarie, el grado cero de civilidad en el que de repente hemos caído. El múltiple asesinato de las casuarinas de 4 metros o más debería ser tipificado como un delito contra la salud pública. Y no es este caso más que una muestra de lo que por años ha pasado en múltiples puntos de la zona metropolitana. Un caso casi idéntico sucedió hace algunos meses sobre la carretera a Colima. Como en este caso, se ha prometido dar con los culpables y castigarlos ejemplarmente. Seguimos esperando.

El asunto es simplemente una ilustración flagrante del sometimiento que la ciudad padece a manos de ilegítimos intereses particulares. El caso de la publicidad exterior incontrolada ha sido denunciado muchísimas veces, sin que ninguna autoridad tenga la lucidez y los arrestos para atacar el problema frontalmente.

El abuso que los anuncios "espectaculares" sin control realizan cotidianamente reviste una gravedad extraordinaria. En primer lugar, porque dan la muestra patente de la quiebra de un estado de derecho, de la prevalencia del interés mercantil particular sobre el bien común. Y ponen un funesto ejemplo para multitud de comportamientos antisociales.

El derecho a tener un paisaje digno, limpio y sin obstrucciones corresponde a sociedades en donde se respetan los elementales principios de civilidad. Vuelve a ser del caso recordar al señor de negocios que al llegar del extranjero y considerar el caos visual de la carretera desde el aeropuerto eterno inmediatamente sus dudas sobre la seguridad jurídica y la seriedad de hacer un negocio aquí. Porque, lo sabemos, todo está conectado. Pero, además, la convivencia permanente con un paisaje contaminado y degradado rebaja significativamente la autoestima de la población y sus aspiraciones a una vida ordenada y razonable.

Es más que hora para que todas las autoridades que tienen que ver con el estado de las entradas y salidas carreteras a Guadalajara tomen con toda seriedad cartas en el asunto de la publicidad incontrolada y hagan lo necesario para tener un acuerdo metropolitano en este sentido. Obviamente, los intereses en juego son muchos y muy cuantiosos. Un dato alarmante es la alta incidencia de uso de los "espectaculares" como medio de publicidad por los políticos de todos los partidos. Si se sabe sobradamente que por lo general este tipo de publicidad va en contra de un buen desarrollo urbano ¿por qué no actúan con coherencia, y por qué sus posibles electores y ciudadanos en general no consideran esto como una práctica desaconsejable?

Juan Palomar Verea
(v.pág.4-B del periódico
El Informador del 29 de febrero de 2012).


La paz y la tranquilidad física y económica está amenazada por todas partes: gobiernos sometiendo a sus opositores a fuerza de balas, opositores intentando someter a los gobiernos a fuerza de manifestaciones y boicots; dictadores tratando de imponer políticas sociales o dogmas religiosos; instituciones financieras imponiendo dogmas económicos; policías coludidos con delincuentes y delincuentes decapitando a sus enemigos; funcionarios públicos extorsionando ciudadanos y ciudadanos violando leyes, evadiendo impuestos y corrompiéndose con políticos; etc. Esta es la sociedad humana que entre todos hemos construido y que definimos como "civilizada". ¿Imaginan si fuésemos salvajes?

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico
Mural del 26 de julio de 2012).


Cada día que pasa nos enteramos de algún troglodita que, al volante de un tráiler y conduciendo a lo bestia, termina empotrándose contra un puente del Periférico o volcando en las autopistas que llevan a las grandes ciudades. Se crean ahí atascos gigantescos que perjudican directamente a gente que no tiene nada que ver.

Pero, ¿por qué habría de circular un peso pesado por los carriles reservados a los coches y por qué tendría que tomar una curva cerrada a 110 kilómetros por hora? Pues, porque sí. Es decir, que muchos de esos supuestos profesionales del volante a los que les ha sido confiada una potente máquina para trasportar valiosas mercancías no han siquiera asimilado los más elementales reglamentos de tránsito o, peor aun, aunque los conozcan no están dispuestos a acatarlos.

Esto -el tema del respeto a la autoridad, la obediencia a las reglas y la mera aceptación de los límites naturalmente impuestos por la necesidad de convivir civilizadamente con los demás- es algo que sigue determinando grandemente la vida pública en este país y, en tanto que estamos hablando de un rasgo cultural de los mexicanos, un problema que debiera ser considerado como una auténtica prioridad nacional.

En fin, si todo se limitara a una cuestión de seleccionar, de entrada, al personal, hay que decir que los filtros no se aplican de manera pareja. Es prácticamente inimaginable que un piloto, digamos, de Aeroméxico, ignore por sus pistolas la instrucción de aterrizar en la pista 5 izquierda o que decida no reducir la velocidad cuando la torre de control se lo indique (la negligencia de una tripulación que no siguió las indicaciones recibidas en la cabina de pilotaje, curiosamente, fue la que provocó el accidente de Juan Camilo Mouriño pero el respetable público, tan alegremente dispuesto a suponer todo tipo de desobediencias y extravagantes insubordinaciones en cualquier otra circunstancia, no se lo cree). Y es que en la aviación comercial, que yo en lo personal pongo como ejemplo de que hay sectores enteros de nuestra economía que pueden funcionar como en el Primer Mundo, no se admiten infracciones a cuenta de personalidades trasgresoras; es más, la posible disposición a la contravención de cualquier aspirante a entrar en ese mundo es activamente rastreada en un proceso previo de detección. Y los criterios de selección del personal son tan absolutamente estrictos como para asegurar la más esencial de las prioridades: la seguridad.

Es en otros ámbitos, si embargo, donde las cosas se comienzan a torcer. Uno puede preguntarse, en efecto, cómo es que a un conductor irresponsable e inexperto le puede ser confiado un vehículo que, al no poder ser controlado debidamente, adquiere una impresionante capacidad de destrucción. Y es aquí, también, donde las cosas dejan de ser comparables: por lo visto, la pérdida total de un tractocamión, por ejemplo, Kenworth modelo W900, con todo y la caja (y la mercancía), no es una calamidad ni lejanamente comparable a la destrucción completa de un Boeing 737. Estamos hablando de perjuicios económicos, desde luego. Y, de la misma manera, parecen importar más las vidas de los acomodados viajeros de avión que las de los simples automovilistas que conducen en nuestras inseguras carreteras.

Pero, el problema no es solamente económico como pudiéramos creer sino una cuestión esencialmente moral y de valores, dicho esto sin grandilocuencia alguna y sin deseos de exagerar. En efecto, lo económico, en tanto que determina la magnitud de los menoscabos, sirve para atemperar apenas, por decirlo de alguna manera, una postura de esencial menosprecio por el individuo y por la vida humana. Eso es lo que tenemos, desde un principio, y lo que termina marcando, con un sello infamante, muchos aspectos de la realidad nacional.

Me permito, con el perdón de ustedes, mencionar algo que parece no tener la menor importancia y ser casi una nimiedad: los peatones, en las calles de este país, debemos correr cada vez que cruzamos una avenida porque los autos se nos echan encima. No encuentro casi otra manifestación tan flagrante de nuestro colectivo desprecio hacia el individuo soberano. Y, si una parecida desestimación por el otro es tan perfectamente aceptada socialmente (estoy hablando de algo que a nadie escandaliza, lectores), entonces no debe asombrarnos que México entero esté poblado de choferes toscos, de gañanes desobedientes trasmutados en asesinos imprudenciales, de imbéciles alegremente (y criminalmente) irresponsables y, por extensión, que seamos uno de los países con los más altos índices de muertos en las calles y las carreteras.

Esta mentalidad, ¿la podemos cambiar de la noche a la mañana? No lo creo. El tercermundismo moral es un virus muy pernicioso.

Román Revueltas Retes
(v.periódico
Milenio Jalisco en línea del 26 de agosto de 2011).


El orden parte de algo que no se nota por su obviedad: todos los días un individuo establece una asociación con los demás. Pero cuando esto ya no sucede -y por igual de obvio que no se aprecia claramente-, la sociedad se ha roto.

Si el orden consiste en lo predecible de la conducta humana sobre la base de las expectativas comunes y estables, como sostienen los teóricos, lo que vemos en México es que las expectativas, ni son ya comunes, ni mucho menos son estables. El mejor ejemplo es la falta de consenso nacional sobre la guerra contra el narcotráfico. El Presidente no lo tiene, y pese a que 7 de cada 10 mexicanos dice que va perdiendo ante los cárteles, la crítica va contra él y su equipo sin tocar a los delincuentes.

No es inusual que la vara pública que mide criminales considere a Calderón uno mayor que los capos asesinos, y que voces inteligentes y sofisticadas, primitivas e ignorantes, pidan coincidentemente la negociación con los narcos para reducir los niveles de violencia.

El conflicto, como el que vivimos con nuestra sociedad rota, tiene diferentes grados. Dennis Wrong, profesor emérito de la Universidad de Nueva York, escribió en 1994 que algunos conflictos se cristalizan en formas ritualizadas de expresión que proveen satisfacciones emocionales sin producir mayores consecuencias, como podría ser hasta ahora el #YoSoy132.

Otros pueden ser conflictos donde se ponen en juego intereses, pero regulados por un árbitro y donde el resultado es aceptado por todas las partes, como podrían ser parcialmente las elecciones. Pero hay otros, matizando la lógica hobbesiana de la guerra de todos contra todos, donde un grupo que tiene un consenso determinado, está contra de otro donde existe un consenso distinto.

El resultado es la ausencia del contrato social como lo describió Rousseau en 6 principios: la fuente del poder descansa en la gente, gobierno acotado, separación de poderes, rendición de cuentas, supervisión judicial y federalismo. Esto, dijo Rousseau, da la base para la autoridad y la legitimidad. Ni consenso de autoridad, ni legitimidad tenemos.

Este contrato social o pacto social que tuvimos los mexicanos por décadas, desde hace poco más de 75 años, está roto y tiene que restablecerse. Cómo, es una pregunta que nadie ha respondido por la sencilla razón de que nadie la ha formulado. Si en este país sobre diagnosticado, el principal síntoma no se ha atacado, el desorden no desaparecerá sino se ampliará, y si bien la sociedad no se disolverá -cuando menos en el horizonte actual-, sanarla con heridas que cada día se profundizan, será imposible.

Raymundo Riva Palacio
(v.pág.9-A del periódico
El Informador del 24 de septiembre de 2012).


Catrina quemada en el centro de Guadalajara.

No ha pasado ni un mes de que las tradicionales catrinas de Día de Muertos fueron instaladas en el centro histórico de Guadalajara y ya van al menos 2 que sufren actos de vandalismo. El más reciente quedó patente ayer, cuando apareció quemada la obra que, cuando estaba completa, era un vaquero que leía revistas, sentado sobre un montón de paja, y que proponía la lectura como alternativa contra la violencia.

(V.pág.4-B del periódico El Informador del 14 de noviembre de 2012).


El buen ciudadano no tiene por qué pisar jamás la cárcel. Y tampoco comete siquiera las infracciones más comunes -ignorar la luz de los semáforos, desatender sus obligaciones fiscales, aparcar el coche en zonas prohibidas, brincarse los lugares de una fila, tirar basura en las calles, etc., etc.- sino que su comportamiento está siempre determinado por el respeto a las normas de la convivencia pública. Eso, y no otra cosa, es el civismo.

En un país poblado mayormente de buenos ciudadanos no sería casi necesario recoger la basura de las calles ni reparar el mobiliario urbano; ese lugar ideal sería también un espacio armonioso y pacífico donde el ejercicio de la autoridad no requeriría de coerciones o rudezas excesivas.

Cuando se habla de que el Estado es el único agente con la facultad de ejercer la violencia -y que este ejercicio de la fuerza es perfectamente legítimo- se está reconociendo que la utilización de la brutalidad es necesaria, en algunas ocasiones y en casos obligadamente extremos, para responder a la insubordinación de ciertos individuos. Esto no lo tenemos muy claro en un país como el nuestro, donde la actuación de ciudadanos desobedientes, transgresores, indisciplinados y rebeldes no es controlada por la fuerza pública aunque se vean afectados seriamente los intereses generales y los derechos de terceros.

Hay aquí una interesada, y muy nefasta, confusión entre el término "reprimir" -entendido éste en la segunda acepción que nos ofrece el diccionario de la Real Academia: Contener, detener o castigar, por lo general desde el poder y con el uso de la violencia, actuaciones políticas y sociales- y otros vocablos como "poner orden", "proteger" los bienes de los afectados por los desmanes y, en todo caso, "asegurar" las garantías fundamentales de la mayoría de los habitantes de la nación.

Las autoridades de este país han decidido desentenderse criminalmente de la aplicación de la ley en todo aquel caso en que exista la más mínima sospecha de que pueda tratarse de una manifestación "social".

Estamos hablando aquí de una inquietante manifestación de mala ciudadanía por parte de millones de mexicanos. Gente que está más allá de cualquier preocupación sobre la necesidad de convivir pacíficamente con sus semejantes, que no tiene la menor intención de respetar las reglas y a la que no le interesa en lo absoluto el bien común. Personas sin sentido de comunidad y sin capacidad alguna para entender los valores cívicos. Ciudadanos, como ya lo he dicho muchas veces, que ya están ahí y con los que tendremos que lidiar todos los demás. Este colosal problema, ¿sigue sin preocuparles a nuestras autoridades?

Román Revueltas Retes
(v.periódico
Milenio Jalisco en línea del 24 de marzo de 2013).


Nuestros instintos son sin duda individualistas (obtener lo que uno quiere, así sea una mesa afuera, el primer lugar de la fila, etc.), pero nuestras necesidades sociales, nuestra educación cívica y nuestras instituciones nos deben moldear cada vez más para controlar nuestros instintos, anteponer el bien común y dirigirnos hacia ambientes de orden, cooperación y reciprocidad.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(v.pág.6 del periódico
Mural del 2 de mayo de 2013).


La comunidad humana debe permanecer alerta sobre nuevas formas de intolerancia que atentan contra la civilización y la diversidad cultural. Nuevos fanatismos, nuevas intolerancias, nuevas verdades absolutas que nacen de los integrismos religiosos, de los movimientos étnicos, de los nacionalismos exacerbados, están creando fuentes de violencia con su cauda de víctimas inocentes y de crímenes inauditos. La coexistencia en la diversidad es posible y necesaria, si no se quiere que desaparezca la civilización y se sucedan nuevos holocaustos. El peligro es más grave ahora que en el pasado siglo XX, porque los fanatismos cuentan hoy con la tecnología de la destrucción, capaz de crear infinitamente más sufrimientos y estragos que en toda la historia de la humanidad.

Flavio Romero de Velasco, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras y exgobernador de Jalisco
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 18 de mayo de 2013).


Recientemente llegó una pareja de amigos de un viaje al Canadá y me han dicho que desde que llegaron a Montreal respiraron hondo y casi les daban ganas de llorar cuando contrastaron cómo tienen allá un respeto a la Naturaleza [aunque no a las focas, aclara el webmaster], a las personas, a sus calles y parques, y que tal vez era porque no están sobrepoblada o porque les enseñan desde niños a respetar todo esto, tal como lo pudieron ver en sus hábitos y costumbres. La verdad de las cosas, nos hace sentirnos tan mal entre eso que existe y que podemos soñar en alcanzar y que se llama "civilización", con esto que es vivir entre la barbarie y la estupidez.

Martín Casillas de Alba
(v.pág.2-A del periódico El Informador del 6 de julio de 2013).


La grosería, en sus rasgos orales o gestuales, no es ni más ni menos que una forma de pereza. Y toda la civilización, de la cual es la cortesía el estandarte que nunca debe ser arriado, consiste en esforzarse y tomarse molestias. ¿Por qué? Muy sencillo: lo natural y espontáneo es que cada uno de nosotros se considere el centro del mundo, el ser más importante que pisa el planeta y ante cuyos apetitos deben inclinarse cielos y cienos. Eso es lo que nos sale de dentro y nuestros primeros impulsos siempre van en esa dirección, aunque a veces debamos reprimirlos por el simple y abyecto temor a un bruto aún más despiadado que nosotros. Un rinoceronte, por poner el ejemplo de un carácter no muy distinto del de usted o el mío, sólo cede el paso en el abrevadero cuando llega un rinoceronte con cuernos aún mayores o un elefante. Por doloroso que resulte admitirlo, los "usted primero, señora mía" o "sírvase usted, que yo aguardo mi turno" no son usos frecuentes entre paquidermos.

En cambio la cortesía consiste en algo sumamente antinatural y artificioso: dar preferencia voluntariamente al otro, o sea preferir su conveniencia y satisfacción a la nuestra. Y ello no por temor a su venganza, sino por una especie de orgullo en no ser tan animal como a uno le apetecería rabiosamente ser. ¿Hipocresía? Desde luego, pero bendita sea la hipocresía cuando no consiste en fingir buenas intenciones para enmascarar malas acciones sino en disciplinar nuestra íntima avidez de bestias para que la convivencia tenga estética de concierto y no se malbarate en el furor de una batalla campal... Fuero de los usos ceremoniales, en la vida cotidiana, la cortesía y su ritual de buenas maneras no atraviesa hoy su mejor momento, cosa que celebran ruidosamente algunos imbéciles que se tienen por especialmente modernos. Pero no hay nada de moderno en la grosería, que es tan antigua como la barbarie frente a la perpetua y frágil novedad de las buenas maneras: y si no, que se lo pregunten a los rinocerontes.

Fernando Savater
(v.pág.5-B del periódico El Informador del 26 de enero de 2014).


La enorme inquietud que ha provocado en la sociedad mexicana las manifestaciones de violencia de las últimas semanas ha puesto los reflectores sobre el desafío más importante que tiene la nación de cara a su pleno desarrollo. La justicia es una necesidad social propia de la vida civil organizada. No hay civilización sin justicia. Para conseguirla el único camino para conformar una sociedad justa es la ley. La idea de la barbarie ha estado presente desde la antigüedad griega, que consideró, en palabras del propio Ulises, que calificó a los hombres bárbaros como los sin ley.

Así la 1a. cualidad del hombre civilizado es respetar las normas. A esta conducta apegada se le ha llamado legalidad. El respeto a la legalidad es precisamente la 1a. cualidad de la justicia, como el mismo Sócrates decide tomar la cicuta que le fue impuesta por una sentencia injusta, dice que es preferible sufrir la injusticia que romper con la legalidad, dando testimonio con su propia vida de la preeminencia que ha de tener el imperio de la ley.

México ha tenido a lo largo de su historia el continuo reto de lograr imponer el Estado de Derecho sobre la injusticia y la ilegalidad. De hecho, la impunidad ha sido siempre un problema a resolver. Pero quizá nunca como ahora se ha hecho tan evidente la necesidad de contar con él.

Es probable que esta sea la más importante razón de Estado. Es posible fortalecer la vigencia de la ley para generar justicia si nos ponemos de acuerdo en ello. Es necesario que así sea primero por dignidad de cada mexicano. Pero además porque la aldea global distingue claramente por qué fallan las naciones y condena a aquellas que no son capaces de darse instituciones sólidas a la marginación. El mundo occidental que rige la globalización es un mundo que cumple normas como 1a. condición de entendimiento. Y la 1a. es reconocer el derecho a vivir dignamente a cada persona.

Es un común denominador entre Jerusalén y Atenas. Entre Roma y Londres. Y ahora con fronteras más lejanas se construyen normas de pretendida validez universal. Por eso México debe dar un paso al frente para enfocar su esfuerzo en reformar la sociedad para hacerla más justa, mediante el fortalecimiento del imperio de la ley. Y no se trata de un problema de hacer normas sino de aplicarlas de forma eficiente.

La cuestión está en la forma como se desempeñan las instituciones y la forma como las personas reaccionan ante ellas. Contra lo que muchos pueden pensar no se trata de un asunto de gobierno, es el tema central de la sociedad nacional y por eso nos involucra a todos.

De nada sirven declaraciones, normas, acuerdos si no hay eficacia en la aplicación de la ley. Y para que esto suceda necesitamos con urgencia mejorar nuestras instituciones y enfocar la conducta de las personas en el respeto a la legalidad.

Ha sido un error costoso el creer que los acuerdos políticos pueden estar por encima de las normas. Ha llegado la hora de invertir las prioridades y colocar a la justicia como el objetivo y a la legalidad como meta esencial. Y para ello será vital asumir que el rigor de la justicia no puede ser nunca materia de una negociación.

Esa fue la lección de Sócrates que prefirió la muerte a romper con la ley de la ciudad que le condenó.

Luis Ernesto Salomón, doctor en Derecho
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 16 de noviembre de 2014).

Una de las más importantes características que posee una persona civilizada, es que muy pronto aprende a no lastimar a los demás, ni hacerles ningún tipo de daño.

Simplemente comprende lo que es estar en los zapatos del otro.

En todo momento procura evitar comentarios y acciones que ofendan y afecten la dignidad de cualquier otra persona, mucho menos es capaz de agredirlas o ser francamente violentos.

Observa tu propio comportamiento y fíjate muy bien en qué tanto cuidas tu respeto y cordialidad a los demás. Si tu te esmeras en hacer sentir el bien a los que están cerca de ti, estas siendo una persona civilizada.

Enseñar a ser compasivos a nuestros hijos es una materia indispensable en la vida.

Guillermo Dellamary
(v.periódico El Informador en línea del 16 de noviembre de 2014).

Quien haya asistido a las clases de filosofía política que impartía el incansable Carlos Pereyra, no olvidará su insistencia en la participación ciudadana. Para formar una democracia, decía, no basta con asistir a las urnas y elegir a los gobernantes. Se necesita que cada individuo participe en los asuntos de la polis, y vigile a quienes están en el poder. Adquirir conciencia de nuestras responsabilidades nos ha llevado años. Hace poco, un amigo que encabezó un movimiento en su barrio, se quejaba de todas las personas que al cruzarse con él, le daban consejos sobre lo que debía hacer. "¿Por qué en vez de sugerir tareas no se encargan de ejecutarlas ellos mismos?". La gente argumenta que no tiene tiempo, que la familia y el trabajo de cada uno representan ya demasiadas obligaciones. Sin embargo, lo que en realidad nos hace falta, es una cultura cívica.

Los insultos dicen mucho acerca de un país. En México, uno de los más agresivos es "hijo de la chingada", porque la madre en nuestra sociedad es una figura intocable. En cambio a un holandés se le humilla públicamente si en la calle lo llaman "asocial". "¿Pero qué significa exactamente?" Pregunté atónita, cuando me lo dijeron. "Pues que no respeta, como es debido, las reglas ciudadanas." Al oír la explicación, no supe si reír o echarme a llorar. Los mexicanos, somos un pueblo extremadamente susceptible y muy fácil de agraviar, sin embargo no conozco a un solo compatriota capaz de ofenderse si lo llaman así.

Aunque debería estar tan arraigada como la culinaria, futbolística, religiosa o etílica, por mencionar algunas, nuestra cultura cívica ha sido durante muchos años prácticamente invisible. En nuestro país, la palabra "civismo" recuerda apenas la materia más desangelada de la secundaria, una asignatura que la SEP optó por eliminar hace años del programa de estudios.

Guadalupe Nettel
(v.pág.6 del periódico Más por Más Gdl del 5 de febrero de 2015).

Los derechos y las libertades no se someten a aprobación mayoritaria porque eso significa negar que su origen es el avance civilizatorio, producto de minorías ilustradas, y no opinión de las multitudes... muchas veces opuesta.

Un plebiscito para dar o no igualdad con los hombres a las mujeres, sin duda se perdería en Musulmania. Pero también en amplias regiones de México: Chiapas, Oaxaca y donde se ha impedido que una alcaldesa tome posesión de su cargo... porque es mujer.

Un plebiscito para restablecer la esclavitud podría ser que se ganara en zonas aisladas de Alabama y Misisipi. Eso no le daría carácter democrático a la votación.

Es más claro en cuanto a las libertades religiosas, aunque no tienen más de 200 años de existencia en Occidente. Y en Musulmania aún no se enteran.

Los ciudadanos en uso pleno de nuestras facultades mentales tenemos derechos que pueden molestar al vecino o a la mayoría de la población. Una es la libertad de religión, que permite seguir alguna o ninguna devoción, aunque el rústico cura José María Morelos haya dejado la orden de que en México, cuando quedara liberado del mandato español, no se permitirá otra religión que la católica y "toda hierba no plantada por Dios será arrancada".

Las variedades protestantes, en palabras del cerril cura Morelos, son malas hierbas que deben exterminarse de la nación. La furia de Morelos, uno de los padres de la Patria, cae como fuego celestial sobre Andrés Manolín Liópez Obrador: evangélicos, mormones, presbiterianos, anglicanos estarán condenados a la hoguera si sometemos a plebiscito la Reforma juarista, impuesta por una guerra civil.

Ese riesgo terminó con Benito Juárez. Pero Juárez no sometió a plebiscito (=citar a la plebe) las Leyes de Reforma porque sabía de antemano que lo perdería: la fuerza del catolicismo recalcitrante y la "fe de carbonero" sería mayor. La Revolución Francesa debatió la Declaración de los Derechos del Hombre en cuanto a su número, formalización, extensión y hasta excepciones, pero no los puso a votación popular. En la Francia de la Ilustración vimos el derrumbe de la alianza Iglesia Católica y Estado: los pecados y los delitos pueden coincidir, como en el homicidio, pero son delito porque la razón y la justicia, sin ayuda religiosa, así lo afirman a partir de un determinado desarrollo social.

El aborto, que Manolín ofrece en bandeja de plebiscito a los obispos católicos (pagadero con sermones a favor), es una práctica que una mujer, y una sola, lleva a cabo por consideraciones propias. En la antigüedad, lo hicieron las romanas y las chinas. No era asunto del dios Júpiter, sino de una mujer. Como jefe de Gobierno del DF, López Obrador se negó a tratar el tema. Le interesaba construir, para los ricos dueños de autos, 2os. pisos muy lucidores, y también bendecidos por el cardenal primado: dejó colapsar el drenaje porque al fin ni se ve. No da votos.

La homosexualidad, que los curitas católicos practican en gran jolgorio de sotanas voladoras, también es asunto íntimo. Pero el matrimonio y la adopción no son sino aplicación de las leyes vigentes. No se han establecido casos especiales. Por el contrario: se cancelan. El derecho al matrimonio es parte de la igualdad ante la ley. Que se ejerza o no ese derecho ya es, de nuevo, asunto de dos.

Y, en cuanto a la adopción, es muy sencillo: "¡Bugas! ¡Háganse cargo de sus críos!" Así no habrá hospicios llenos de hijos no deseados y tampoco materia prima para la adopción, del tipo que sea. Ni un Oliver Twist más rodando por las calles, lleno de mocos y de mugre.

Luis González De Alba
(v.periódico Milenio Jalisco en línea del 12 de junio de 2016).

No menos importante es la educación vial. Y esto llama aún más la atención en España y comparada a México, porque el mexicano es mucho, mucho más amable que el español, pero son ellos quienes se paran siempre ante una cebra para dejar que el peatón cruce la calle, incluso sin semáforos; respetan las preferencias y con raras excepciones, se estacionan correctamente.

Sergio Oliveira
(v.pág.3-D del periódico El Informador del 16 de julio de 2016).

Javier, hombre alto y fuerte, cuenta que creció los primeros 16 años de su vida en la selva de Edzná, en Campeche, pensando que era un dios, un ser especial y un animal. Su primer impacto, dice, fue que en la civilización todos somos iguales y nos tratamos sin respeto.

Javier es un hombre educado para sobrevivir a la selva, saber cazar y dormir en un árbol para evitar a los animales salvajes, pero no para lidiar con la masificación, el tráfico, los semáforos, la tecnología, las marcas, la moda, los grandes egos y el espectáculo.

Para Wayol Kikin Bi Kukul Balan Dzul la danza es parte de un ritual, es una forma de mover el cuerpo para adquirir poder y conocimiento. Así fue como salió de la selva. Una persona lo miró bailar una danza ritual y les dijo a sus padres que era tiempo para que lo llevaran a la civilización e ingresara a una escuela de danza. Los convenció.

A los 16 años no tenía papeles y los necesitaba para inscribirse en la escuela. Su padre lo llevó al registro civil en Campeche, pero él tampoco tenía un acta de nacimiento para poder obtener el documento de su hijo. Ese mismo día padre e hijo se registraron.

Javier Dzul es el nombre que eligió para ambos después de que el encargado le dijera que no podía llamar a su hijo Wayol Kikin Bi Kukul Balan Dzul, que en maya significa "hijo de la luna y los espíritus protectores de la serpiente y el jaguar".

-Tiene que ser un nombre cristiano- le dijo el hombre al señor Canek Dzul Cocoom.

-¿Entonces cuál?- preguntó en su atropellado español y el burócrata comenzó a enumerar los nombres que se le venían a la mente: Matías, Gabriel, Luis, José, Juan, Javier, Francisco...

Así nació oficialmente Javier Dzul, un hombre que salió de la selva para migrar a Estados Unidos y convertirse en un exitoso coreógrafo de Broadway que combina la danza y el arte circense.

Primero fue a la escuela de danza de la Universidad Veracruzana en Xalapa, Veracruz, donde además tuvo que empezar a estudiar desde español hasta matemáticas, a las que nunca se había enfrentado.

Vanessa Job
(v.pág.40 del periódico Milenio Jalisco del 20 de enero de 2017).

Vivir en un entorno sucio y desordenado hace que al cabo de un tiempo no notemos ni nos moleste la basura o el desorden. Los tiliches y cachivaches amontonados, los muebles rotos y desgastados se convierten en un nuevo estándar estético aceptable y fijado en nuestras mentes.

Algo similar está pasando con la ilegalidad, la violencia y la corrupción. Hemos pasado tanto tiempo en medio de ella, sufriéndola en carne propia o viéndola a nuestro alrededor o en los medios de comunicación y entretenimiento, que hemos comenzado a verlas como algo normal. Nuestro estándar ético y de civilidad se ha modificado y nuestra capacidad de asombro al delito se ha relativizado.

Violar las leyes, robar y hasta matar ya no es tan terrible como alguna vez lo fue. Reclamar el que alguien circule en sentido contrario o dé una vuelta prohibida es una exageración; toleramos a los políticos que roban poquito y a los que roban mucho sin que los cachen; hemos aprendido a vivir con asaltantes que nos quitan relojes y dinero, pero nos dejan la vida.

Nada nos sorprende ya. Nos hemos acostumbrado a lo ilegal, a lo inmoral y a la violencia, y todos poco a poco, de diferente manera, nos hemos ido convirtiendo en personas más hostiles, insensibles, egoístas, frívolas y sin ninguna clase de responsabilidad social.

Hemos estetizado el caos, y con esto me refiero a que las transgresiones a las leyes y reglamentos, la corrupción, la pobreza, el odio, la basura y las miserias humanas ya no nos molestan, asustan o sorprenden. Hemos aprendido a vivir con todo ello, sin sentirnos mal y sin remordimiento alguno. Unos intentando encapsular sus vidas y cerrar los ojos al caos, otros como hábiles cómplices adaptados y mimetizados en él, y los menos, luchando a contracorriente como quijotes ilusos que creen en la posibilidad de un mundo mejor.

Nos preocupamos por la impunidad y la inseguridad, pero no nos ocupamos en hacer nada para evitar el desdén a las leyes, a la civilidad y el orden. Pedimos y exigimos legalidad y comportamiento ético a todos menos a nosotros mismos.

El respeto a las leyes y a las personas, si acaso se da, es sólo para las apariencias, y dependiendo siempre de análisis de costo o beneficios inmediatos.

Es socialmente aceptable pasarse un alto, no pagar deudas, violar contratos, falsificar documentos, mentir, etc.

Nos hemos adaptado de tal manera al caos que ya no distinguimos lo legal de lo ilegal, lo ético de lo corrupto o inmoral, y confundimos justicia con venganza.

Ya no vemos claro. Estamos ciegos a los problemas del sistema que son obvios y palpables para los observadores externos. Sufrimos "ceguera del taller" en donde diariamente fabricamos o reparamos los valores sociales.

Respetar las leyes y reglamentos es cosa de timoratos. Violarlas es cosas de "vivos" que saben aprovechar las oportunidades.

Lo habitual ya no es cumplir la ley, cumplir contratos y tener palabra. Lo habitual es tomar ventajas ilegales hasta donde podamos para luego callarlas y esconderlas. Solucionamos las cosas como se pueda, por las buenas o por las malas. Hemos tomado la ley en nuestras manos, pero no para aplicarla, sino para hacerla a un lado y sustituirla por la ley del más fuerte, del más influyente, creando un mundo de cabrones en el que sólo sobrevive y tiene éxito el cabrón y medio.

Hemos ido perdiendo al mismo tiempo que la vergüenza, la capacidad crítica y el impulso analítico. Necesitamos ver las cosas desde otro ángulo, escuchar otros puntos de vista, y lo más difícil: reconocer y aceptar errores y tener la disposición para cambiar y romper la inercia de los hábitos ilegales y del uso de la fuerza, de la corrupción o el poder como método para el logro de objetivos y resolución de conflictos.

Necesitamos acostumbrarnos a ver y vivir en el mundo civilizado, ese en el que nadie se atreve a circular en sentido contrario; ese en el que se cumplen contratos y las cuentas se pagan a tiempo; ese en el que damos garantías y asumimos responsabilidad por lo que decimos o hacemos; ese en el que cuidamos las cosas y devolvemos lo que no es nuestro; ese mundo que se sostiene con la fortaleza de las instituciones y la honorabilidad de las personas y no con alfileres.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(8 de septiembre de 2017).

Los estudios demuestran que un 1% de los humanos son psicópatas. Esto no quiere decir que todos ellos sean criminales en serie, sino que son lo que llamaríamos malas personas, tipos insensibles, egocéntricos, incapaces de experimentar culpa o empatía (por cierto, parece ser que la cifra sube al 4% entre los políticos y los altos ejecutivos, cosa que da cierto repelús). Pues bien, fuera de este 1%, creo que los demás nos parecemos bastante en nuestra mezcla básica de bondad y de maldad: todos tenemos nuestro ángel y nuestro demonio en el interior, y luego las vidas se decantan más hacia uno u otro lado, en parte por el esfuerzo personal, pero también por las circunstancias.

Y así, las épocas de vacas gordas fomentan la bonhomía. Yo he vivido en mi adolescencia y primera juventud el flower power. El dinero corría en Occidente, el Estado de bienestar parecía un lugar al que habíamos llegado para quedarnos, los hijos vivíamos mejor que nuestros padres. Había esperanza en el futuro y entusiasmo en el ambiente, y de ese cóctel favorable surgió el pacifismo hippy y el cándido eslogan de "haz el amor y no la guerra".

Ahora, en cambio, los hijos viven peor que sus progenitores. El presente asusta y el futuro aterra. La violencia y el enfrentamiento suben en el mundo como la espuma, cosa que hace que se acreciente el miedo. Y lo más trágico es que ese miedo desaforado engendra el monstruo del odio, que a su vez provoca más enfrentamiento y más violencia. Es un círculo vicioso y destructivo. Estamos en plena travesía de las vacas flacas, y los tiempos de penuria suelen sacar lo peor de cada uno. Lo advierto en mí misma: cada año que pasa me noto más feroz, deseo la muerte de más personas y me alegro más de que los maten.

Lo cual no es nada bueno. En realidad es horrible. Es como una enfermedad moral y colectiva que sólo nos puede llevar al despeñadero. Escribo esto y me parece escuchar a todas esas personas que trompetean, enfáticas, eso de "¡Si hieren a mi familia, yo los mato con mis propias manos!". Pues sí, y supongo que yo también. Pero no me enorgullezco de ello. De hecho, la historia de la civilización es un esfuerzo ímprobo a través de los siglos para superar esa ferocidad individual, para poner orden en los excesos, para aspirar a ser mejores de lo que somos. Intentemos no entregarnos ciegamente al odio, por favor.

Rosa Montero
(v.pág.2-B del periódico El Informador del 13 de enero de 2019).

Los resultados de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), realizada por el INEGI, revelan que 34.7% de la población de 18 años y más tuvo de manera directa, durante el 1er. trimestre de 2019, algún conflicto o enfrentamiento con familiares, vecinos, compañeros de trabajo o escuela, establecimientos o con autoridades de gobierno.

Las 3 ciudades con mayor porcentaje de población adulta que reportaron haber tenido conflictos o enfrentamientos fueron: Hermosillo (61.3%), Región Poniente de la Ciudad de México (56.6%) y Guadalajara (54.7%). Mientras que las ciudades donde se obtuvieron los menores porcentajes de conflicto entre la población fueron: Guadalupe (11.9%), Apodaca (12.3%) y Ciudad Juárez (17%).

De la población consultada que reconoció haber tenido conflictos o enfrentamientos de manera directa por causa de incivilidades en su entorno, 69.1% mencionó que estos conflictos se dieron con los vecinos, mientras que 32.4% manifestó haber tenido conflictos o enfrentamientos con desconocidos en la calle.

(V.periódico El Informador en línea del 17 de abril de 2019).

La democracia consiste en intentar domesticar al monstruo que nos habita, pero hay gente que parece haberse puesto de acuerdo en cultivar al bicho. En mimarlo, alimentarlo y sacarlo a pasear con fatua ostentación. Es como si, de repente, se les estuviera incendiando la cabeza y empezaran a inventarse no sé qué históricos agravios, qué venganzas. Y se vanagloriaran no de la convivencia, sino de la violencia. No de los valores de la civilidad, sino del enfrentamiento. Qué orgullosos los veo de su odio.

Rosa Montero
(v.pág.4-B del periódico El Informador del 21 de abril de 2019).

Es cierto que hay personas que son más provocativas, groseras, incómodas y que hacen cosas que nos puedan fácilmente molestar. Es un hecho incuestionable. La falta de educación y los malos modos de los demás están a la orden del día. Eso no lo vamos a cambiar, aún no vivimos plenamente en un mundo de gente respetuosa y civilizada.

Así que no nos queda más remedio que aprender a vivir en la jungla, rodeado de seres irritables, malhumorad@s y enojones. Y tú decides si quieres ser uno de ellos o dejarlo de ser.

Ante la impulsividad y la falta de control, de ésta emoción tan primitiva, más vale tener una actitud mucho más educada y bajo el control de nuestra inteligencia, que dejar que se desborde a sus anchas y nos impida gozar de la vida, a pesar de tantos malgeniudos.

"El que se enoja, pierde" es decir que es de muy bajo perfil andar en la vida con el enojo como respuestas a las dificultades y a los errores que cometen los demás. Hagamos un esfuerzo por no caer en las provocaciones y responder con mayor dominio y control.

Pará empezar no te enganches y que en vez de quedar atrapado en el enojo del otro, mantén la tranquilidad y el dominio en ti mism@. Seguro no será fácil y tardará tiempo en que lo aprendas, pero créeme que vale la pena. Te sacudes de vivir atrapado en una de las emociones más DEVASTADORAS ¿Quieres conquistar la felicidad?, empieza por enojarte menos.

Guillermo Dellamary
(v.pág.10-B del periódico El Informador del 1o.de diciembre de 2019).

Según el diccionario, la civilidad es "el comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad". Pero se podría agregar algo, en términos más propositivos: la permanente actitud de buscar en cada aspecto particular de la convivencia ciudadana la manera de promover, ante los cambios y las nuevas circunstancias, maneras inéditas de propiciar la vida en común.

Lo anterior puede incluir una larga lista de cuestiones. Una de ellas es la colaboración en el asunto de los desechos sólidos. Desde el simple cuidado por el destino de la basura producida en la calle, la ayuda para ponerla en su lugar, y la disposición de todos los desechos domésticos u otros generados por particulares.

Algo parecido sucede con el servicio y consumo del agua potable. Lo 1o., terminar con el alto índice de desperdicio al respecto de lo que a la ciudadanía concierne; después, pagar lo justo por el consumo de cada finca, cosa muy rezagada entre muchos usuarios del servicio, con consecuencias también muy graves para el correcto funcionamiento del sistema. Una elemental actitud frente a la ciudad es el tomar conciencia de que el agua es cada vez más un recurso limitado y por lo tanto es preciso cuidarla al máximo.

La movilidad, por su parte, es un tema tan extenso como complejo. Porque en el contexto de la ciudad confluyen centenares de miles de trayectorias deseadas que se entrecruzan y provocan con frecuencia conflictos. Entre ellos la aglomeración de vehículos, públicos y privados, los que muchas veces se pueden resolver o evitar con un sentido de responsabilidad compartida que incluye la limitación del uso de los vehículos particulares, la mejora radical del transporte público y por tanto la disminución de la contaminación ambiental, la que actualmente es una de las amenazas para la salud de la población.

Caso muy relevante es el uso cada vez más extendido de la bicicleta como medio de transporte. Este fenómeno es relativamente nuevo entre nosotros. Para su correcto desempeño es necesario que tanto ciclistas como automovilistas y conductores del transporte público construyan una vigorosa conciencia de respeto a las leyes y reglamentos en la materia. Los ciclistas por ocupar, después de los peatones, la jerarquía de preferencia en la vía pública deben ser absolutamente conscientes de su obligada restricción a los reglamentos y al mismo tiempo de su propia fragilidad.

Es necesario el ánimo de construir una nueva manera de hacer que la ciudad funcione mejor para beneficio de sus habitantes, la continuación de tantos legados del pasado que procuraban esta intención, y el hallazgo, la invención ante los presentes retos, de encontrar una nueva civilidad que nos haga posible gestionar a todos una mejor ciudad.

Juan Palomar Verea
(v.pág.11-A del periódico El Informador del 6 de diciembre de 2019).

La advertencia "¡manos arriba!" ha caído en desuso. Ahora los delincuentes no advierten a sus víctimas. Si se trata de un asalto simplemente amagan con el arma o disparan sin previo aviso para evitar reacciones violentas de la víctima.

La delincuencia es una constante universal. Desde los inicios de la humanidad, en que no se habían inventado las armas, se utilizaban palos, piedras y hasta quijada de burro como describe la Biblia que usó Caín para matar a su hermano Abel. No cabe duda que el ser humano fue diseñado por el creador con un gen de maldad. Afortunadamente, la civilización ha devenido en controlar ese virus maligno y de más de 7,000 millones de habitantes, son más los buenos que los maldosos.

Partiendo de esa premisa, los gobernantes deberían atacar el problema de la delincuencia desde dos frentes, el preventivo y el punitivo. La acción preventiva se aplica desde la infancia en las escuelas primarias con clases de civismo, que inexplicablemente se suprimieron. El civismo, que además de fomentar el celo por la patria, nos enseñaba buenos modales y el respeto a nuestros semejantes, el cumplimiento de las leyes, el respeto a las instituciones, el cumplimiento de los deberes como ciudadano, el comportamiento correcto ante la sociedad y la contribución al bienestar de los miembros de la comunidad. El civismo es el conjunto de normas del comportamiento humano ordenado y responsable dentro de la comunidad; en tanto que la cultura está íntimamente vinculada con el civismo. Son unidos a la cultura cívica el altruismo, la caridad, la filantropía, la piedad y la generosidad.

El filósofo Erick From, fundador de la escuela humanista, preconizaba que el ser humano debería actuar en función de su conciencia y conducirse con rectitud por voluntad propia, no por temor al castigo terrenal o divino.

Tal vez dentro de varias generaciones, bajo la influencia de las acciones preventivas, se logre controlar al gen de la maldad pero, mientras tanto, las acciones punitivas son indispensables para someter a los malandros, entre más severas sean, mejores resultados tendrán, sin excluir la pena de muerte, que se aplica en varios países; en aquellos que castigan severamente los delitos, Singapur y Malasia, han logrado reducir al mínimo los actos delictivos.

Ante el crecimiento de la delincuencia es preocupante que nuestros gobernantes no tomen medidas drásticas, tanto para corregir los vicios del poder judicial como el sistema carcelario y la imposición de penas más severas.

Siento pena por la humanidad, por sus instintos salvajes y siento lástima por México por el grado de decadencia moral y humana en que ha caído y siento coraje con nuestros gobernantes que pretenden acabar con la delincuencia con sermones.

Luis Jorge Cárdenas Díaz
(v.pág.9-A del periódico El Informador del 27 de febrero de 2020).

Las mascarillas no son la panacea; hay que seguir teniendo cuidado y lavarse mucho. Pero sin duda rebajan de manera drástica los contagios. Un estudio chino sobre la epidemia de SARS de 2003 demostró que llevar siempre mascarilla fuera de casa disminuía en un 70% las posibilidades de enfermar.

Y ahora viene la parte que más me desespera: las mascarillas normales no protegen al usuario, sino a los demás del posible contagio del usuario. Es un sistema que se basa en la solidaridad y la corresponsabilidad: me la pongo para cuidar de ti. De modo que esos chulitos que van tan felices a morro descubierto no es que sean más valientes. No. Son unos descerebrados que nos están poniendo en riesgo a los demás, a los que sí llevamos mascarilla y cuidamos de ellos. En fin, quiero creer que hay bastantes que aún no se han enterado, porque las autoridades, como dije, no están siendo claras (mal hecho). Pero sin contar a estos, que se enmendarán, es obvio que la humanidad se divide en 2 grupos: la gente empática y civilizada, que usa mascarilla, y los egocéntricos y maleducados que van a cara limpia y que seguro que son los mismos que aparcan en los sitios reservados para discapacitados, por ejemplo. Ya me entienden. Gente de esa.

Rosa Montero
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 24 de mayo de 2020).

Queremos vivir en un país demócrata y apegado a la ley, pero nadie reconoce que sin educación cívica es imposible mantener una democracia y el Estado de Derecho.

Por lo general, somos malos ciudadanos aunque seamos buenos padres de familia, buenos empleados o buenos patrones. Realizamos bien nuestros cometidos familiares y laborales, pero no cumplimos con los deberes que se derivan de nuestra pertenencia a la sociedad.

Lo anterior es lo que Alexis de Tocqueville, el pensador, jurista, político e historiador francés llamaba "individualismo", el cual definía como un "sentimiento reflexivo y pacífico que dispone a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a retirarse aparte con su familia y sus amigos; de tal manera que, tras haber creado así una pequeña sociedad a su estilo, abandona gustosamente la grande a su propia suerte".

Varias preguntas al respecto:

¿Algún día podremos los mexicanos conducirnos con respeto, civilidad y honestidad? ¿Por qué tantas cosas en México funcionan mal, de manera improvisada, sin garantías, al margen de la ley y sin ninguna consecuencia para quienes actúan así? ¿Como ciudadanos, algún día, en algún caso, seremos capaces de rechazar oportunidades indebidas, solo porque son ilegales o no son éticas, pensar en los demás y anteponer el bien común al propio?

Tan obvia y trillada es la respuesta que no la vemos: falta de civismo, respeto a las leyes y normas de convivencia pública. Este vacío de conciencia cívica ha sido llenado con un conjunto de ideas, costumbres y conductas socialmente irresponsables y corruptas que nos caracterizan y se han convertido en el "modus operandi" de la sociedad.

En lugar de perseguir y castigar infructuosamente a todos los irresponsables, negligentes, maleducados, prepotentes y corruptos, más bien haría al país y a la sociedad invertir tiempo y recursos para educar cívicamente a los mexicanos, siguiendo la sabia recomendación de Pitágoras: "Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres".

No podemos esperar a que las patrioteras clases de civismo de las escuelas públicas del país den como resultado una generación más honesta, responsable y ética que la actual. No hay tiempo que perder. En nuestras circunstancias es urgente hacer visibles las consecuencias negativas que la incivilidad y las violaciones al Estado de Derecho acarrean.

Necesitamos todos educarnos cívicamente, acostumbrarnos a acatar la ley y obedecer autoridades, que al final no es otra cosa que aplicar las exhortaciones que todas las culturas y religiones hacen a sus ciudadanos o feligreses: "No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti". Sin educación cívica es imposible sostener el funcionamiento armónico de la sociedad y los valores y principios de una democracia.

Pero necesitamos una educación cívica moderna, no la tradicional de los libros de texto de la Secretaría de Educación Pública, que se enfoca más en temas de identidad nacional basados en el pasado indígena, en pasajes de la historia de México y en símbolos patrios, que en obligaciones y responsabilidades ciudadanas actuales o en las consecuencias negativas del individualismo y la incivilidad.

En el México de hoy, de poco sirve el culto a los "símbolos patrios" cuando hay un desconocimiento total de cómo debe funcionar la relación entre ciudadanos y entre ciudadanos y gobierno. Hablar de los "héroes que nos dieron patria"; hablar teórica o simbólicamente del escudo nacional y hacerle "honores" a la bandera, sin darles significado o sentido actual, no hará nunca mejores mexicanos.

Pablo Latapí Sarre, uno de los investigadores y filósofos educativos más importantes del siglo XX, lo dijo así: "So pena de hacernos tontos a nosotros mismos, no podemos plantear la educación cívica de las siguientes generaciones de espaldas a la realidad (...). Es en esta realidad, ante ella y necesariamente a partir de ella, como hay que formar ciudadanos hoy; como bien dice el programa de estudios oficial, los estudiantes deberán aprender a considerar y asumir su entorno social como un ambiente propicio para el ejercicio de actitudes comunitarias y cívicas".

Visto de otra manera: con la "patriotera" educación cívica que se imparte, es posible cantar el Himno Nacional mientras circulamos en sentido contrario o balear a una persona con el escudo nacional grabado en la cacha de la pistola.

Ricardo Elías, arquitecto y empresario
(30 de abril de 2021).

Definido como "Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública", el Civismo, como materia escolar en tiempos de María Canica, es uno de tantos rubros que -como la "fruta de horno" que vendían a la salida de misa afuera de las iglesias- los hoy abuelos añoran. Que la gente fuera atenta, respetuosa, cortés y servicial, y que a los niños se inculcaran en la casa y en las aulas esas conductas, era, a cambio de las indudables bondades de la modernidad y la tecnología, suficiente motivo para sostener -como escribió Jorge Manrique- que "cualquiera tiempo pasado fue mejor".

Felizmente, el riesgo de que los centros de reunión -escuelas, cines, teatros, estadios, autobuses urbanos...- se conviertan en focos de propagación del virus, ha obligado a las autoridades (sanitarias, eclesiásticas, civiles...) a tomar medidas para reducir los contagios. "Dolorosas pero necesarias" -valga el lugar común- por cuanto implican restricciones y eventualmente se antojan autoritarias, al fin del cuento dichas medidas han sido entendidas y aceptadas por el común de la población.

Pruebas de ello, la disciplina -salvo lamentables excepciones- con que se han acatado las restricciones para el ingreso a espacios en que el hacinamiento de personas pudieran incrementar los contagios, o la reprobación generalizada a conductas irresponsables como la "fiesta en el aire" que organizaron los pasajeros de un vuelo privado de Montreal a Cancún, en que se violaron sistemáticamente los protocolos sanitarios que el común de los mortales ha incorporado a sus hábitos, en el entendido de que "la verdadera libertad -decía Jaime Balmes- consiste en ser esclavos de las leyes"... o que "la libertad no consiste en hacer lo que se quiere -decía Ramón de Campoamor- sino en hacer lo que se debe".

Y eso, precisamente, es civismo.

Jaime García Elías
(v.pág.7-A del periódico El Informador del 17 de enero de 2022).

El camino hacia la civilidad y hacia la madurez del ser humano (si es que eso existe y es alcanzable) pasa por pelar una a una las pesadas capas de los crímenes cometidos por los diversos poderes, amparados en la rutina, en el prejuicio, en la inviolabilidad del propio poder.

Rosa Montero
(v.pág.8-A del periódico El Informador del 20 de febrero de 2022).

Uno pensaría que ciertas realidades, como el talante dictatorial de un sujeto como Putin, resultarían evidentes e indiscutibles hasta el punto de no admitir otras interpretaciones. Y no estamos hablando de dejar de reconocer al que "piensa diferente" sino de habitar, como humanos, un espacio común en el que la violencia y la barbarie no tengan cabida alguna. Pero no: este mundo está poblado también por los seguidores del mal, así sea que ellos mismos no sean quienes cometen las atrocidades sino individuos meramente insensibles al sufrimiento ajeno y, en esa condición de pasividad, cómplices de los más malvados.

La civilización, como un sueño que creíamos colectivo, parece de pronto una utopía inalcanzable. La historia vuelve a estar en manos de los peores, de los más salvajes, de los más mentirosos y manipuladores. Y, lo más desalentador... tienen a gente que les aplaude en la galería.

Román Revueltas Retes
(v.periódico Milenio en línea del 1o.de marzo de 2022).

Quiero decir que hoy está de moda ser un energúmeno. Lo cual es una pena, porque hasta hace muy poco los valores imperantes eran los contrarios: contener la violencia, encontrar otras maneras de solucionar los conflictos, procurar superar los instintos más básicos en pro del bien común. Ya lo escribí en un artículo: ser civilizado supone un gran esfuerzo. Los impuestos, por ejemplo, implican el sacrificio de dar una buena parte de tu dinero no solo para obtener beneficios propios, sino para ayudar a que la gente más desprotegida los obtenga también. Pero ¿por qué ayudar a los más pobres?, se dice el energúmeno modelo, el protagonista del momento: son unos vagos, unos ladrones, son emigrantes ilegales que vienen a chuparnos la sangre como vampiros. Estos argumentos son falsos y su falsedad es fácilmente comprobable, pero el energúmeno modelo no quiere verificar nada. Ayudado por las redes, que solo le muestran aquellas opiniones, noticias y fake news que alimentan sus ideas, el energúmeno se encierra en su pequeño pensamiento de tal modo que enseguida lo convierte en prejuicio y luego en dogma. Y qué gusto le da a nuestro personaje dejar de ser civilizado, dejar de reprimirse los cabreos, las frustraciones, las angustias, las penas y los miedos, y sublimar todo eso en el egoísmo primario de la tribu, en la furia y la inquina.

Vivimos malos tiempos. El futuro nos asusta. El presente nos maltrata. Mucha gente que empobreció con la última crisis piensa que nadie los protege, que esta democracia no los representa. Son críticas legítimas; el error está en creer que la salvación ha de venir de fuera del sistema, de manos de tipos feroces como Bolsonaro, Trump, Milei, o cualquiera de los líderes ultras que están apoderándose del mundo. Es un error fatal: yo, que he nacido y vivido en una dictadura, sé muy bien que una democracia, por mala que sea, es mejor que cualquier sistema tiránico y dogmático por disfrazado que esté.

Pero es difícil convencer a la gente que sufre de que siga intentando reprimir sus más bajos instintos, de que se esfuerce todavía un poco más en ser civilizada. Porque el odio y la violencia son consuelos primitivos, pero muy efectivos. El odio ordena el mundo, busca culpables y por lo tanto evita el desasosiego de la responsabilidad personal, alumbra la esperanza de una posible reparación: ¡que paguen los malos por mi vida mala! (esos malos que antes has inventado o magnificado). Los partidos demagógicos, que carecen de programa y de pensamiento, se basan en crear enemigos a los que detestar. Más que buscar afiliados a un proyecto, construyen hordas de odiadores. Porque ¡el odio une tanto! Une más que el amor. En este mundo lleno de almas solitarias y perdidas, ¡qué hermanados se sienten quienes detestan juntos a un mismo oponente! Como esos xenófobos salvajes que incendiaron Dublín el otro día. ¡Qué orgásmico debe de ser linchar a alguien junto a tus compadres energúmenos! Los nuevos líderes ultras basan su sex-appeal electoral en la legitimación del odio y la violencia. Y es que ahora puedes sacar a pasear a la bestia interior creyendo que eso te convierte en superhéroe.

Rosa Montero
(v.periódico El País en línea del 10 de diciembre de 2023).

Épica sordina.

Paco Calderón
(14 de abril de 2024).

Ciudadanos mexicanos ejemplares.
FechaHoraActo realizado para merecer esta nominación
13/sep/0813:05Dos fulanos de aproximadamente 20 años de edad cargaron el bote de basura de su domicilio hasta uno de los botes de basura del parque situado en Brahms y Mendelssohn (La Estancia) donde lo vaciaron, largándose después muy campantes con la satisfacción de haberle pasado a la comunidad su porquería privada. Entre la basura que dejaron había un folleto de una mueblería enviado al domicilio Mendelssohn #5617.
20/sep/08
11/dic/08
29/dic/08
12/feb/09
14/feb/09
23/jul/09
31/jul/09
15/sep/09
21/sep/09
30/ene/10
12/abr/10
16/abr/10
5/may/10
23/jun/10
30/jul/10
8:38
6:40
6:40
6:40
7:53
7:38
8:37
7:30
8:05
9:45
8:19
8:13
8:05
8:00
8:23
Uno de los habitantes de Federick Chopin #5510 sale de su casa y se dirige hacia el poniente con una bolsa de basura en la mano, bolsa que arrojará en el bote de alguien más. Esto es muy usual, en lo personal los he visto arrojarla a la caja del camión de la junta de colonos encargado de recoger la basura de los parques, en las bolsas de basura de los vecinos y en depósitos de edificios de departamentos.
22/abr/09
13/may/09
19/may/09
25/jun/09
16/jul/09
3/ago/09
5/ago/09
8:20
8:03
8:29
8:27
8:33
8:56
8:46
Fulana barría la calle afuera de la casa situada en la esquina suroeste de Sanzio y Chopin, y con la escoba iba arrojando la basura en una boca de tormenta situada en esa esquina, como si fuera un pinche pozo que hay que rellenar en su rancho.
12/may/108:28Fulano barría la calle afuera de la casa situada en la esquina sureste de Brahms y Chopin, y con la escoba iba arrojando la basura en un pozo de absorción, como si fuera un pinche agujero que hay que tapar en su rancho.
20/ago/108:03Fulano barría la calle afuera de la casa situada en Beethoven 5603, y con la escoba iba arrojando la basura en una boca de tormenta.
25/feb/128:30Fulano barría la cochera y la acera de Rafael Sanzio 309 con un soplador de hojas, arrojando la basura a los vecinos y al arroyo de la avenida, sin considerar que es algo inútil, ya que cualquier ráfaga de aire la enviará de regreso. Además, si todos siguieran el ejemplo de este güevón, sería el cuento de nunca acabar estarnos echando la basura unos a otros.
16/abr/138:19Fulano de la tercera edad se bajó de la van Mercury café con placas JFJ-15-84 en el parque situado en Brahms y Mendelssohn (La Estancia) con una bolsa de basura en la mano, misma que fue a dejar en uno de los botes del parque.
1/mar/2416:18Fulano habitante de los departamentos que se encuentran en Chopin y Brahms, al que muchas veces se le llamó la atención por ir a tirar su basura al parque de Liszt, abandonó una bolsa de basura frente al 5552 de Chopin.

Fundador de la civilización.

Margaret Mead.


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