Catón, los perros y otros temas.


A continuación algunas de mis columnas favoritas del "Mirador" del gran filósofo mexicano Don Armando Fuentes Aguirre "Catón".
Moviendo el rabo

Dicen mis amigos que cuando no tengo un tema sobre el cual escribir, escribo acerca de los perros. Se equivocan. La cosa es al revés: cuando no tengo nada que escribir acerca de los perros, escribo sobre cualquier otro tema.

Yo amo a los perros; a los finos y a los corrientes... que son más finos aún. Cuando veo un libro que trata de los perros, lo compro de inmediato para aprender un poco más acerca de los hombres. Porque el perro se parece mucho al hombre. El gato no. La prueba es que los hombres -los egipcios- hicieron un dios del gato pero jamás se les ocurrió hacer del perro un dios.

Yo amo a los perros. Entre todos ellos, amo a mi cocker 'Terry'; él me ha convencido de que cuando Dios quiso que el amor viviera entre los hombres, le dio cuatro patas y un ladrido gozoso y le puso una cola entusiasta que menear.


Ganas un ángel.

Cuando un perro muere pierdes un amigo, pero ganas un ángel. Espero encontrarme algún día con todos mis ángeles.

Publicada por Manejo Humanitario de Fauna Callejera el 2 de mayo de 2012.

Peluditos nos esperan en el cielo.


¿Me sueñas, Terry, amado perro mío, como te sueño yo?

A lo mejor el mundo en que ahora vives es un sueño. A lo mejor es un sueño el mundo en que ahora vivo yo.

En mis sueños te me apareces perro joven. ¿Hombre joven me aparezco yo en los tuyos?

Siempre fuiste más sabio que tu dueño, Terry. Yo tuve solamente los saberes que se aprenden en la escuela y en los libros. Tú, en cambio, tuviste la suprema sabiduría del amor. Nos amaste con el perfecto amor con que ama el perro. Comparado con el tuyo el amor del hombre es pobre amor. Mi amor es brizna de hierba; el tuyo es bosque. Mi amor es gota de agua; el tuyo es mar. Mi amor es luz de vela; el tuyo es fulgor de astro.

Déjame que te sueñe, Terry mío. Y aunque sea por caridad suéñame tú. Soñémonos los dos por la vereda que sube a la montaña. Volvamos a ser árbol con los pinos, y agua clara con el manantial que brota a mitad de la sierra, y fugaz sombra con el furtivo ciervo.

Volvamos a ser, Terry. Tú, perro perfecto, y yo imperfecto hombre. Te agradezco lo que fuiste. Perdóname tú lo que soy.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 10 de febrero de 2023.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando la pelota de mi hijo más pequeño fue a caer en medio del estanque? El niño iba a llorar, desconsolado, pero su llanto se detuvo cuando vio lo mismo que yo vi: aunque apenas habías dejado de ser un cachorro te lanzaste a las verdosas aguas, trajiste la pelota y la dejaste a los pies del pequeño. Te dijo él:

-Gracias, Terry.

Y tú, con el meneo de tu cola, respondiste:

-De nada.

Estás en mi recuerdo, Terry, y no te irás de él sino hasta que ya no esté yo. Tantas memorias buenas nos dejaste. Fuiste tan buen perro que muchas veces me pregunto si yo te merecía.

Espero soñarte esta noche, perro mío, para decirte:

-Gracias, Terry,

Tú menearás la cola y me contestarás:

-De nada.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 7 de noviembre de 2022.

Dime, Terry, amado perro mío: ¿habrá un dios de los sueños, así como hay un dios de las vidas?

Si lo hay le pido que me permita soñarte esta noche. Necesito preguntarte si recuerdas la vez que te fuiste de la casa un par de días para ir tras una perrilla callejera que te llamó con su tentador aroma. Entiendo que respondiste como todo un galán a su llamado, y que no nos hiciste quedar mal, pero tu salida nos sobresaltó.

Te perdonamos el susto que nos diste, pues los pecados de amor siempre se deben perdonar, pero en lo sucesivo te llevamos a la casa de tus novias, o las trajimos a la nuestra, y todos felices. Tú más que nosotros.

Haz que te sueñe, Terry, para saber la realidad.

Y una de estas noches suéñame tú, para volverme realidad.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 13 de septiembre de 2022.

Tú bien lo sabes, Terry, amado perro mío. (En la dimensión en que ahora estás todo se sabe). Desde que nos dejaste para irte al cielo a donde van todos los perros, y también algunos gatos, no volvimos ya a tener otro perro.

Tenerlo habría sido injusto para tu sucesor. Continuamente lo estaríamos comparando contigo, y en la comparación siempre saldría perdiendo, pues a nuestros ojos no ha habido ni habrá nunca mejor perro que tú.

Nos quedamos contigo, entonces, en esa forma de amor que es el recuerdo, en esa forma de recuerdo que es el amor. Sabemos que aquí estás. Cuando te fuiste les ocultamos tu muerte a nuestros nietos. Pocos días después vino a la casa José Pablo, que entonces tenía un año y medio de nacido. Salió al jardín, volvió la vista al cielo y me dijo:

-Mila, tito: Tely.

Los niños miran lo que nosotros no podemos ver.

Para nosotros, Terry, no habrá nunca otro perro como tú. Ojalá hayamos sido dignos de ti.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 29 de agosto de 2022.

Acaba de celebrarse el Día del Perro. Este maravilloso animal nos ha acompañado desde las más remotas épocas; a lo largo de los tiempos nos ha dado su ayuda y su cariño. El perro siempre ennoblece al hombre con su ejemplo de fidelidad, de amor; el hombre muchas veces envilece al perro al contagiarle su maldad, como hacen los que organizan peleas de perros, como hicieron los nazis al entrenar perros para lanzarlos contra los judíos en las estaciones de trenes o los campos de exterminio. Pero el perro sabe perdonar, y nos perdona que no estemos a su altura.

Publicada en el periódico Mural en línea del 24 de julio de 2022.

Mirabas con atención el paso de las nubes, Terry, mientras ellas miraban con displicencia nuestro paso.

Nos parecemos a las nubes, perro mío. Ahora estamos y nos vamos luego; somos, y al rato ya no somos.

Perdóname. Esos pensamientos son de filósofo que nunca tuvo un perro. Tú ya no estás aquí, y sin embargo, sigues con nosotros. A mi señora, a mí y a nuestros hijos nos parece oír todavía tus leves pasos por la casa, tus vehementes ladridos cuando creías que algo nos amenazaba, tus gañidos si en el sueño un mal sueño te afligía.

Las nubes pasan, Terry, y no queda ninguna huella de su paso. Nosotros dejamos esas huellas que luego se convierten en recuerdos. Los que dejaste tú son todos buenos. Debí seguir siempre tu ejemplo de bondad. Pero qué quieres, Terry: no soy perro; soy solamente hombre.

A veces pienso que debí ser nube.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 7 de julio de 2022.

Me dicen, Terry, amado perro mío, que moriste hace años.

A la muerte del cuerpo se refieren, creo. Murió tu cuerpo. Eso lo sé porque con mi mujer y mis hijos lo pusimos en un rincón del huerto, y luego plantamos sobre él un pequeño árbol que ahora tiene la altura del tapial.

Tú no moriste, Terry. Lo sé porque te recuerdo, y el recuerdo es una forma de la vida. Lo sé porque te sueño, y el sueño es una forma de ahuyentar la muerte.

Yo te traigo a mi memoria, Terry. Ven tú a mis sueños. Volveremos entonces a estar juntos, como cuando éramos jóvenes y subíamos la montaña para alejarnos un poco de la tierra y acercarnos un poquito al cielo, o como cuando nos hicimos viejos y dormitábamos frente a la chimenea, un poco más cerca del cielo y un poquito más lejos de la tierra.

Ahora te pido que me recuerdes, Terry, y que me sueñes. Los sueños y el recuerdo alejan a la muerte. Son la vida.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 1o.de junio de 2022.

Me enseñaste lo que es el verdadero amor; el amor sin condiciones ni reservas; el amor que lo da todo sin esperar a cambio nada.

Me enseñaste lo que es la buena compañía, esa que aleja toda tristeza y disipa toda soledad.

Me enseñaste a ser bueno, a ser abnegado, a ser agradecido.

Me enseñaste a bastarme con poco, pues con poco te bastabas siempre tú.

Me enseñaste a cuidar de los míos, porque tú fuiste siempre ángel guardián de los tuyos.

¡Cuántas cosas me enseñaste, Terry, amado perro mío!

¡Cuántas cosas aprendí de ti!

Perdóname por no haberte enviado un mensaje de gratitud el Día del Maestro.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 17 de mayo de 2022.

Es una pena, Terry, amado perro mío, que no puedas venir conmigo al mundo en que vivo. En cambio yo voy contigo a los mundos en que vives tú: el de los sueños, el del recuerdo, el del amor.

En esos mundos, ¿sabes?, nadie muere. Allá todos son lo que acá fueron. Mi abuela Liberata sigue tejiendo de gancho y oyendo en su viejo radio "El derecho de nacer". Mi mamá sigue escribiendo su poema para participar en el concurso de primavera del Círculo Literario "María Enriqueta", y mi papá sigue haciendo su crucigrama de la revista "Sucesos para todos". El tío Refugio sigue riendo porque su esposa, la tía Conchita, dijo: "Me duelen las piernas de atrás". Mi hermano mayor sigue siendo mi mayor hermano, y las amadas sombras siguen dándome su luz.

Tú estás con ellos, Terry, y en ese mundo yo también estoy. Quienes estuvimos una vez unidos jamás nos separamos.

A eso se le llama recuerdo.

A eso se le llama amor.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 30 de marzo de 2022.

Jamás le temiste a la noche, Terry, amado perro mío. En la oscuridad oía yo tus leves pasos cuando ibas a las habitaciones de mis hijos adolescentes a revisar si habían vuelto ya de sus andanzas nocturnas.

Hay quienes tienen miedo de las sombras, Terry, no sé si porque en ellas no ven o porque en ellas se ven. Las tinieblas, dicen, son propicias a la aparición de brujas, trasgos y fantasmas, lo mismo que de hombres malos cuya alma es también negra.

Tú fuiste siempre bueno. A nadie hiciste daño, ni a los gatos. Si a veces le ladrabas al cartero -y no muy fuerte- lo hacías porque pensabas que ése era tu deber. Tenías el alma blanca. De ella brotaba luz. Estoy seguro de que jamás abrigaste un mal pensamiento, ni siquiera cuando pasaba la vecina con su perrita poodle.

Yo no soy como tú, Terry. Recuerda que soy hombre, y los hombres no tenemos la bondad de los perros. Si algún día llego a sentir miedo de la noche tu recuerdo iluminará mis sombras y pondrá en ellas claridad de luz.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 11 de marzo de 2022.

Dime cómo es el Cielo, Terry, amado perro mío.

Te lo pregunto porque seguramente estás ahí. Si no estás tú en el Cielo entonces tampoco están los ángeles ni Dios.

¿Hay buenos vinos en el Cielo, Terry, y viandas buenas? ¿Hay música y canciones? ¿Hay libros de Dickens y Balzac, de Borges y Alice Munro? ¿Hay películas de Elizabeth Taylor, Sophia Loren y Marilyn Monroe? ¿Hay ajedrez? Y lo más importante: ¿hay en el Cielo amores como los que hay acá en la Tierra?

No me digas que no hay allá nada de eso, porque entonces pensaré que no estás en el Cielo, y eso es imposible. Tuviste la bondad de San Francisco, la paciencia del santo Job, la sabiduría de Tomás de Aquino y el infinito amor del Padre. Con ellos has de estar entonces, pues si no eso querrá decir que algo en el Cielo no funciona bien.

Dime cómo es el Cielo, Terry. Pero aunque no me lo digas, cuando te vea sabré que estoy ahí.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 4 de febrero de 2022.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, el día que subimos por la vereda del monte cuando aún no era de día?

Me habían dicho que andaba a media sierra una manada de potros salvajes, y que solían ir a beber en el sitio llamado El Aguajito.

Caminábamos en silencio. Ni yo hablaba, aunque contigo solía hablar a veces, ni le ladraste tú a la lechuza que pasó volando casi sobre nuestras cabezas ni al venado que apareció de pronto, sombra fugaz entre las sombras.

Amaneció el día, radiante. Brilló el sol sobre los 2 picachos del cerro de Las Ánimas. Llegamos al Aguajito. Ahí estaba la manada, bebiendo las yeguas, en alerta vigilante los caballos. Nos sintieron, claro, y escaparon al galope. ¿Cuántos eran? No sé. 30, 40. Hermosos todos, y todos con el orgullo que da la libertad.

Cuando volvimos a la casa conté lo que habíamos visto. Don Abundio me dijo:

-Esos caballos le pertenecen, licenciado.

-¿Por qué? -quise saber.

-Porque están en lo suyo.

-No -respondí-. Son de la montaña.

De esto ha pasado mucho tiempo, Terry. Y ¿sabes una cosa? He aprendido que yo también soy de la montaña.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 19 de enero de 2022.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la noche en que viste por primera vez la luna llena?

En el cielo había más estrellas que de costumbre -tendrían alguna convención, y llegaron estrellas de otros cielos-, y la luna se había agrandado para que no le fueran a quitar su espacio.

Eras apenas un cachorro, Terry. Miraste aquel gran disco blanco, tendiste la naricilla a lo alto para olerlo y luego alzaste la patita en infantil intento de tocarlo. Reímos todos cuando, desconcertado, volviste la mirada hacia nosotros como preguntándonos: "¿Qué es eso?".

Ya no estás con nosotros, Terry mío. Un día que no quiero recordar, pero que nunca olvido, llegó a ti la madre muerte, del mismo modo que antes te había llegado la madre vida.

La muerte...

Ahora, Terry, soy yo quien te pregunta: "¿Qué es eso?".

Publicada en el periódico Mural en línea del 10 de diciembre de 2021.

¿Por qué perdí la senda en la montaña, Terry, amado perro mío?

No lo sé. Quizá porque salí de la vereda para buscar la bandada de pavos silvestres cuya ruidosa charla se oía no muy lejos. No los hallé. Seguramente oyeron mis pasos y se ocultaron en la espesura del monte. Y cuando quise volver sobre mis pasos ya no los encontré.

Supe entonces que me había perdido. Sentí vergüenza, Terry, porque tú ibas conmigo. Para ti yo era Dios, y Dios jamás se pierde. Echaste a caminar y te seguí. Bien pronto hallaste la vereda, y por ella emprendimos el camino de regreso.

Cuando llegamos a la casa tú ya sabías que yo no era Dios. Y qué bueno, porque ser Dios entraña una responsabilidad muy grande. No sólo tienes que cuidar el paso de los hombres, sino también el de las estrellas.

Te agradezco, perro amigo, haberme mostrado que yo soy sencillamente yo y que tú eras maravillosamente tú.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 12 de agosto de 2021.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que perseguiste a un conejito hasta cansarlo?

Sin fuerza ya para seguir corriendo se quedó quieto esperando la muerte.

La muerte eras tú, Terry. Una sola tarascada tuya habría acabado con la vida del animalillo.

No diste esa tarascada mortal. Oliscaste al gazapito y te alejaste luego a paso lento.

Ni siquiera fuiste hacia mí para que te diera las palmaditas que solía darte en la cabeza cuando hacías algo bien.

Yo entendí tu acción. Diste la vida en vez de dar la muerte. No te portaste como humano. Fuiste mejor: te portaste como perro.

Muchas noches te sueño, Terry. En mi sueño yo soy el que era antes y tú el que eres siempre. Suéñame tú también, perro querido. Los sueños son la sustancia de que está hecha la vida. Y quizá son también la sustancia de que está hecha la muerte.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 22 de julio de 2021.

¿Recuerdas, Terry, cuando subíamos por la vereda del monte que llaman de Las Ánimas?

Los dos éramos jóvenes; caminábamos con firmeza y rapidez. A nuestro paso escapaban las ardillas y conejos; volaban las codornices con su ruidoso vuelo, y a veces alcanzábamos a ver entre los pinos un venado que nos miraba cauteloso y presto para la carrera.

Todo eso es como un sueño que me llega ahora en esa otra forma de soñar que es el recuerdo. Te miro, amado perro mío, y veo en ti la memoria de aquellos días de luz. Tú ya no estás aquí, pero sé que me esperas. No te impacientes como cuando íbamos a salir de casa y yo me tardaba en llegar a la puerta. Ahora no tardaré en llegar a la puerta.

Recuerda mientras tanto el monte de Las Ánimas, y las ardillas y conejos, y las codornices y el fugaz venado. Y recuerda la luz de nuestros días. Con esa luz disiparemos las sombras de la noche.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 15 de junio de 2021.

¿Me sueñas, Terry, en el mundo de sueños donde ahora estás?

Yo te sueño algunas noches, amado perro mío, pero no sé si lo que sueño es recuerdo o es profecía.

¿Te sueño porque una vez te vi o te sueño porque alguna vez te miraré de nuevo?

Dímelo, porque también algunas veces sueño a mi padre y a mi madre, y a otros queridos seres que he perdido a lo largo del camino de la vida y de la muerte.

Dime si soñar es volver a vivir lo vivido o es vivir otra vez lo soñado.

Tú sabes cosas que yo no sé, Terry, porque estás en un sueño que yo no sueño aún.

Dime qué sueñas, perro mío. Dime qué soñaré después del sueño que ahora estoy soñando.

Dímelo.

Dime qué soñaremos cuando otra vez volvamos a soñar.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 15 de abril de 2021.

¿Recuerdas, Terry, cuando eras perro joven y te salías de la casa atraído por no sé qué -por sí sé qué- perfume irresistible?

A veces tardábamos días en hallarte. Cuando volvíamos a verte estabas flaco y trasijado, como si hubieras cumplido una labor agotadora.

Y es que habías cumplido una labor agotadora. Quién sabe cuántos descendientes tuyos andarán ahora por el mundo.

Cuestión de vida, Terry; vida que tú viviste plenamente.

Tuviste esa sabiduría, entre otras muchas.

Fuiste nuestro cuando debías ser nuestro. Fuiste tuyo cuando debías ser tuyo.

Ahora todo está en el recuerdo.

Todo estará alguna vez en el recuerdo.

No te salgas de mi memoria, Terry.

Ya no podría salir a buscarte.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 10 de marzo de 2021.

Sácame de una duda, Terry, por favor: ¿fuiste un perro o un ángel?

Le he dado muchas vueltas al asunto, y he acabado por concluir que fuiste un ángel con disfraz de perro. Un ángel con grandes orejas y jubiloso rabo. Un ángel que la primera vez que vio la luna dejó salir un pequeño aullido de cachorro, como si recordara algo. Un ángel que no se iba a dormir sino hasta que estaba ya en la cama el último de la casa.

Recuerdo tu mirada, Terry, esa mirada tuya hecha de agua y de amor. No era yo digno de que así me vieras. Yo lo sabía, y seguramente lo sabías tú. Aun así me mirabas amorosamente, como si yo no fuera el que era, como si fuera tan bueno y noble como tú.

Ahora eres ángel de otro mundo, perro mío, pero jamás nos has dejado. Cuando ya todo está en silencio me parece oír tus pasos quedos de guardián que cuida en la alta noche de que todo esté en su lugar.

Sácame de otra duda, Terry.

¿Estoy yo en mi lugar?

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 17 de febrero de 2021.

Sé que me estás mirando desde tu mundo, Terry.

Estoy cierto de que los perros tienen alma. Cristalina y llena de luz, no como la humana, enturbiada por insanas ambiciones, mezquindades, envidias y rencor.

Claro y luminoso también ha de ser el mundo en que te hallas, no como el mío, enfermo ahora y siempre sacudido por nuestra maldad.

No dejes de mirarme, perro amado. Tus ojos de agua volverán a poner en mí el amor que me diste, y tu bondad. Irás conmigo, como cuando subíamos al monte y por imprudencia mía tardábamos en regresar. Nos caía la noche; perdía yo la senda y tú la encontrabas para mí. ¿Te acuerdas?

Nunca me olvides, Terry. Sigue dándome tu amor.

Siempre me lo darás, estoy seguro.

No tomes en cuenta que soy hombre: tú eres perro.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 25 de enero de 2021.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la primera vez que oíste un trueno?

Eras apenas un cachorro de dos meses, o tres. Me han dicho que otros como tú se espantan al oír el ruido de la tormenta y corren a esconderse bajo un mueble. Tú, en cambio, te pusiste en actitud de reto como para defenderme de ese ominoso enemigo invisible. Le gruñiste, amenazante, y volviste la mirada a mí como para decirme: "Tranquilo. Aquí estoy yo".

De otras tormentas supe, Terry, y en todas fuiste presencia tranquilizadora. Ahora mismo, cuando en el mundo hay sombras y el aire es amenaza peligrosa, tu recuerdo me da sosiego y paz.

Se irán las sombras; el aire se clarificará otra vez. Si así lo dicta el misterio que rige la vida de los hombres y los perros volveremos a estar juntos, en la vida yo, tú en la memoria. O en la memoria los dos, que es otra forma de la vida.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 7 de enero de 2021.

¿Cuántas veces fuimos juntos por la vereda, Terry, amado perro mío? ¿Cuántas veces subimos por esa senda a la montaña para ver desde lo alto al caserío, para vernos a nosotros mismos en la soledad?

Cuando eras todavía un perro niño gustabas de asustar a las pequeñas criaturas del bosque. Irrumpías entre las codornices y las hacías volar; corrías tras el conejillo sin ganas de alcanzarlo; le gruñías quedamente al ciervo que nos miraba con curiosidad, y te ponías entre él y yo, presto a defenderme de un peligro inexistente.

Ya no estás tú, mi Terry, y la vereda por la que ya no subo se ha borrado casi, según me cuentan los que van allá. Pero siguen estando las codornices, el conejo y el venado. Quiero decir que la vida sigue estando. La vida estará siempre, perro mío.

Ahora miro el monte, tan arriba, y me miro yo, tan abajo.

Tú me hacías sentir grande, Terry, con tu amor.

Ahora, con mis dudas, me siento muy pequeño, y ya no estás tú para defenderme de ellas.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 3 de septiembre de 2020.

¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la vez que subimos a lo alto del alto monte que llaman Coahuilón?

Salimos de madrugada de la casa y llegamos a la cima cuando el sol estaba ya en el cenit. Fatigado, me senté a descansar al pie de un árbol. El sueño me venció y me dormí. No sé cuánto tiempo pasó. Sentí de pronto algo en la mejilla. Eras tú, Terry, que con tu húmeda nariz me despertaste para que emprendiéramos el camino de descenso.

Cuando llegamos abajo caía ya la noche. Si no me hubieras despertado nos habría sorprendido la oscuridad en la cumbre y la habríamos pasado muy mal.

¡Cuántas cosas como ésa podría contar de ti, perro amigo, perro hermano, perro ángel! Tu presencia en mi vida fue un hermoso regalo. Por él he dado siempre gracias.

Ahora el regalo es tu recuerdo. Sigues estando aquí, como si aquí estuvieras. Donde ahora estás quizá tú me recuerdas. Ojalá yo merezca que me recuerdes con el mismo amor con que te recuerdo yo.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 25 de mayo de 2020.

Es una pena, Terry, que no estés aquí.

Si todavía estuvieras con nosotros, perro mío, te pondrías en la puerta de la casa y no dejarías que entrara el coronavirus.

Ese bicho, sabes, o molécula, o virus, lo que sea, es muy peligroso. Invisible, muchas veces adviertes su presencia cuando ya es muy tarde. Tú sí lo habrías visto -veías lo que nosotros no podíamos ver-, y le habrías ladrado con aquellos ladridos tuyos cuando nos defendías, que no parecían ladridos de cocker, sino de mastín.

Quien fue tu dueña -es también mi dueña- te recordó y me hizo recordarte ayer. Salimos de nuestro encierro por el milagro del recuerdo y otra vez fuimos contigo por el camino del Potrero, y de nuevo te vimos esperando por la noche a que llegara el último de nuestros hijos antes de irte a dormir.

Recuérdanos tú también, Terry. Fuiste el amor hecho perro, y amor es lo que en estos días necesitamos más, lo mismo que esperanza y fe.

Que tu espíritu siga con nosotros. Que con nosotros estén, aunque no estén, todos aquellos a quienes amamos y que nos dan su amor. Pasarán estos días y todo volverá a ser como antes. Y aun mejor, por lo que hemos aprendido.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 1o.de abril de 2020.

¿Recuerdas, Terry, la primera vez que viste a un gato?

Eras todavía un cachorrito, pero igual te pusiste a ladrarle. El gato te dio la espalda, desdeñoso, y se alejó con lentitud, como señor que se aparta de un criado impertinente. Regresaste a mí, orgulloso de haber hecho que se fuera aquella extraña criatura. Desde ese día hubo perpetua guerra entre los gatos y tú.

Con los años te volviste más tolerante. Cuando el gato de doña Rosa pasaba frente a ti te limitabas a dedicarle un gruñido nada impresionante. El tal gato te dirigía una mirada despectiva y se sentaba, impávido y orondo. Tú te volvías a mí como para preguntarme qué debías hacer. Yo te decía: "No le hagas caso", y los dos hacíamos como si el gato no existiera.

Yo creo que en la casa del buen Dios los gatos y los perros ya no andan como perros y gatos. A lo mejor pasean juntos por el Cielo. Quizá algún día los hombres ya no andaremos tampoco como perros y gatos, y pasearemos todos en buena amistad y compañía por las calles de la morada celestial.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 23 de marzo de 2020.

¿Recuerdas, Terry, la vez que el perrazo de los Gáuna se iba a lanzar sobre mí para morderme?

Te pusiste entre los dos en actitud tan fiera que el perro retrocedió. Él era un enorme mastín; tú un pequeño cocker spaniel. Sin embargo lo hiciste huir, y me salvaste.

Fui imprudente, lo reconozco. Me acerqué demasiado a las cabras que cuidaba el perro sin necesidad de otro pastor. Tú, Terry, me lo advertiste al detener tu paso. No te imité: seguí adelante. Fue entonces cuando el perro me atacó, y fue entonces cuando saliste en mi defensa.

Desde ese día, Terry, cada vez que pasábamos cerca de las cabras de los Gáuna tú te ponías entre ellas y yo para que no cometiera otra vez la imprudencia de acercarme. El perrazo observaba eso y ya no venía hacia mí. Pensaba de seguro: "Su perro es más inteligente qué él. Hará que el tipo no me dé problemas".

Perdona, Terry. Si los hombres tuviéramos la sabiduría y el corazón de nuestros perros seríamos mejores. No tenemos ni una cosa ni la otra. Debemos conformarnos con ser solamente hombres.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 3 de febrero de 2020.

Recuerdo, Terry, amado perro mío, que tú tenías la facultad de ver lo que nosotros no veíamos.

Una noche mi esposa y yo estábamos frente a la chimenea en la casa del Potrero. Tú dormías a nuestros pies, en el tapete. De pronto levantaste la cabeza, los ojos fijos en un punto atrás de nosotros. En seguida pusiste en nosotros una mirada de interrogación.

Lo mismo sucedió las siguientes noches.

-Está viendo algo- dije yo.

-Está viendo a alguien- dijo mi mujer.

Al día siguiente vino doña Rosa y roció las paredes de la casa con agua de San Ignacio. Esa agua sirve, según la buena gente de Ábrego, para ahuyentar los espíritus que andan por el mundo sin encontrar descanso por causa de las maldades que en su vida hicieron.

Yo no digo que es cierto, ni digo que no es cierto. El caso, Terry, es que ya no volviste a ver lo que nosotros no veíamos.

No, no me digas ahora qué viste, o a quién viste.

Prefiero no saberlo...

Publicada en el periódico Mural en línea del 15 de enero de 2020.

¿Recuerdas, Terry, la primera vez que oíste el trueno de la tempestad?

Eras un cachorrito de unas cuantas semanas de nacido, y de pronto la casa del Potrero se llenó con el fragor de la tormenta. Corriste a donde estaba yo y me miraste como preguntándome qué era ese ruido fragoroso.

Te tomé en los brazos y te acaricié para tranquilizarte.

-No es nada, Terry. No es nada.

Aunque otros truenos se escucharon luego ya no te asustaste. Dormido en mi regazo levantabas las orejitas cuando sonaba uno, pero no salías de tu sueño de niño.

En mi vida hubo después otras tempestades. Lo sabes bien, amado perro mío. En ellas me diste tu compañía y tu consuelo. Con tus ojos de luz parecías decirme:

-No es nada, amigo. No es nada.

Aprendí entonces que el amor de un perro puede aliviar todas las soledades y todos los temores. En las horas de tinieblas la mirada de tu perro te dirá:

-No es nada. No es nada.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 17 de diciembre de 2019.

Este perro es un perro callejero.

No tiene nombre. Se llama sólo "Perro".

Llegó a la colonia cuando era perro joven, y le gustó para quedarse. Él nos gustó también, y lo adoptamos.

Es un perro muy caballeroso. No hace en la calle lo que no debe hacer. Acompaña a las señoras a caminar alrededor del parque, y cuida que ningún extraño se aproxime a ellas. Por la noche se convierte en vigilante y protege nuestras casas como si fuera guardia o velador.

Los vecinos le dan de comer. Le gritan: "¡Perro!", y acude. Menea la cola a modo de sonrisa, y si hay niños hace piruetas para divertirlos: salta, se finge el muerto, persigue su propio rabo... Dicen que es un perro payaso. Yo digo que es un payaso perro.

No sé qué haríamos sin Perro.

Por él damos las gracias al Señor que lo hizo, que hizo a todos los perros.

Es el mismo Señor que nos hizo a nosotros.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 29 de julio de 2019.

Perro era un perro. Se llamaba así: Perro. Su dueño nunca le puso nombre, quizá porque él mismo apenas lo tenía. La gente le decía Juan, pero nadie, ni él mismo, sabía cuál era en verdad su nombre.

Vivía Juan en un cuartucho de un terreno baldío cuyo dueño le permitía por caridad vivir ahí. Todo el barrio era de Juan y Juan pertenecía a todo el barrio. Para lavar el coche estaba Juan. Para cortar el césped, Juan. Para cargar cosas, Juan... Y ahí iban Juan y Perro, y allá venían Perro y Juan.

Se fue haciendo viejo Juan, y con él envejeció Perro. Un día Juan murió. Los vecinos se reunieron y contrataron el sepelio. Algunos acompañaron a Juan al camposanto. Perro los miraba, inquieto, y buscaba entre ellos a Dios. Es decir, a Juan.

Quizá porque no lo encontró decidió morir él también. Un día los niños que iban a jugar en el terreno lo encontraron sin vida. Cavaron en un rincón un pozo y lo pusieron ahí con una tosca cruz en la que escribieron su nombre: Perro.

Los niños del barrio recuerdan siempre a Juan y a Perro. Y ser recordado por los niños es muy bueno para cualquier perro. Y para cualquier Juan.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 15 de mayo de 2019.

¿Recuerdas, Terry, cuando las golondrinas hicieron su nido en el zaguán de la casa del Potrero?

Con curiosidad de perro joven seguías sus ires y venires. Y ellas no recelaban de ti. Salían del zaguán y regresaban llevando en el pico otro poco de material para construir su casa.

Algunas semanas después nacieron los polluelos. Se renovaron los ires y venires de las golondrinas, ahora para traer el alimento de sus hijos. Pero entonces, por alguna extraña sabiduría, te mantenías alejado para no inquietar a las avecillas con tu presencia cerca de su nido.

Un día cayó al suelo una de las golondrinitas, que apenas aprendían a volar. El gato vino aprisa. Tú, Terry, te pusiste entre él y la pequeña criatura en actitud de quien defiende un bien valioso al que amenaza algún peligro. Defendías la vida, Terry. Defendías la eternidad de la vida.

Al día siguiente vi otra vez en su nido al pajarillo. Y vi cómo las golondrinas daban un giro sobre ti cada vez que entraban o salían del zaguán. Parecían darte las gracias con su vuelo. Ignoro si en verdad lo hacían. Nunca he sabido interpretar el vuelo de las golondrinas.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Vanguardia del 20 de octubre de 2017.

Anoche me soñaste, Terry, amado perro mío que te fuiste ya. Sé que me soñaste porque yo te soñé.

En mi sueño eras el perro joven que fuiste en otro tiempo. En tu sueño yo era el hombre joven que en otro tiempo fui.

Íbamos los dos, felices de la vida -felices con la vida-, por la vereda que sube lentamente al monte de Las Ánimas. Habían ya brotado las flores de la primavera, y los pinos perfumaban de resina el viento.

Llegamos a lo alto, y desde lo alto vimos el caserío del Potrero. Parecía una flor blanca que se hubiese abierto en la distancia. Arriba, por el cielo, una bandada de nubes que también parecían flores blancas iba en busca del sol de la mañana.

¿A qué fuimos aquel día a las alturas, Terry? A nada. A vivir. A ser. Ahora tú ya no vives, aunque sigas siendo. Ahora yo empiezo a ya no ser, aunque siga viviendo.

Eso no importa, Terry, perro mío. Tenemos el recuerdo de las nubes que se van, pero tenemos también la memoria del caserío que se queda.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural en línea del 8 de mayo de 2017.

En el sueño te me apareces, Terry, amado perro mío. Vuelves a ser, entonces, y yo vuelvo a ser yo contigo. Vamos juntos por el camino de la vida, y es un gozo el camino, y la vida es un gozo.

Estoy seguro de que a veces me sueñas tú también. El amor trae consigo los sueños. Los dos éramos jóvenes entonces. En la mañana salías de la casa. No sé qué irías a buscar. Espera: sí lo sé. Era lo mismo que en las noches salía a buscar yo.

Ahora tú ya no eres, y yo estoy aprendiendo a ya no ser. Te propongo que no dejemos nunca de recordarnos, ni tú a mí ni yo a ti. Ser recordado ¿sabes?, es no morir del todo. Sólo muere en verdad lo que se olvida. No le temamos a la muerte; sí al olvido.

Acuérdate de mí, Terry mío. Suéñame. No me dejes morir. Yo te recordaré en el sueño, y volverás a ser. Encontrémonos en la vida de los sueños, igual que una vez nos encontramos en los sueños de la vida.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango en línea del 28 de marzo de 2017.

Argos era un hermoso perro, un pastor alemán.

Cuando mi amigo -su dueño- y yo charlábamos, él seguía con atenta mirada nuestra conversación, y no hacía ninguna demostración externa de escuchar las tonterías que decíamos. Porque las entendía, estoy seguro. Pero las sabía perdonar. Los perros, igual que los santos y que los seres que aman, lo perdonan todo.

Un día Argos desapareció. Confiado, siguió quizás a alguien que le hizo una caricia y luego lo robó. No sabemos. El caso es que desde ese día Argos ya no estuvo ahí diciéndote con ambos extremos de su cuerpo que te quería: con su ladrido alegre y con su cola jubilosa. Los hijos de mi amigo lloraron. Y él lloró también, aunque a escondidas.

Pasaron 8 meses, Y un día Argos volvió a casa. Apareció así, de pronto. La sirvienta, nueva en la casa, le dijo a mi amigo que en el jardín estaba un perro que no se quería ir. Mi amigo fue a verlo, y ahí estaba Argos, flaco, lleno de señales de golpes, con una cicatriz en torno de su cuello, como si hubiera estado siempre atado. Mi amigo llamó a sus hijos, y ellos lloraron otra vez. Y mi amigo también lloró, ahora a la vista de todos.

Homero escribió de un perro que también se llamaba Argos y que murió de alegría al ver llegar a su amo, ausente durante muchos años. Muy bien conocía a los hombres Homero. Por eso pudo escribir acerca de los perros. Son tan humanos.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Milenio Tamaulipas en línea del 24 de abril de 2014.
Los gatos son criaturas misteriosas, Terry. Tú, que antes de ser ángel fuiste perro, sabes eso mucho mejor que yo.

Las historias te gustaron siempre: Cuando les relataba cuentos a mis nietos tú te acercabas también a oírlos. Un día que tardaste en llegar me dijo el más pequeño: "No empieces todavía, abuelito. Falta el Terry". Pues bien: Déjame contarte ahora algo muy interesante.

Sucede que una actriz de cine, Leslie Caron -¿la recuerdas en "Gigi"?-, recibió un telegrama con la noticia de que su madre había muerto en un país lejano. En ese momento su gato se acercó a ella y le lamió con suavidad la mano. Jamás había hecho eso, relata la actriz en sus memorias, y nunca más lo volvió a hacer.

Perdóname, Terry, que en esta ocasión haya hablado de un gato. Son criaturas extrañas, ciertamente, pero -aunque no lo creas- también tienen sentimientos.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango en línea del 16 de enero de 2014.


¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, la primera vez que viste la Luna?

Eras un cachorrito recién llegado al mundo, y aquel luciente objeto en lo alto te llamó mucho la atención. Lo contemplaste largamente y enseguida volviste la mirada a mí como para preguntarme: ¿qué es? Luego -esto no lo olvidaré- lanzaste un breve aullido de lobo montaraz.

Siempre fuiste criatura franciscana, Terry; un perro manso y apacible. Pero una oscura fiera iba en tu sangre. Aquel grito de selva era la voz antigua de tu instinto. ¿Será eso lo que los teólogos llaman pecado original?

También yo llevo en mí, querido Terry, la misma fiera que llevabas tú. De cuando en cuando escucho dentro de mí un aullido de ira, de soberbia, de rencor. Quiero ser como tú, manso y humilde, y que la fiera que va en mí se dulcifique y viva en la paz y el bien que surgen del amor.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango en línea del 22 de agosto de 2013.


¿Recuerdas, Terry, cuando me recordabas?

Acababas de irte al paraíso al que seguramente se van todos los perros, y yo pensaba con tristeza en ti. Sentía entonces una presencia al lado mío; una presencia vaga, como la de una luz no encendida, como la de una sombra sin sombra, como la de una palabra que nadie dijo nunca.

Sabía entonces que eras tú. Me estabas recordando allá donde te hallabas, y tu recuerdo venía a echarse a mis pies, igual que hacías tú cuando vivías y te vivía yo.

No dejes de recordarme, Terry mío. Los hombres olvidamos, pero los perros no. Aunque yo sea hombre, sigue siendo mi perro. No te merezco, ya lo sé -¿acaso el hombre merece algo?-, pero tú lo perdonas todo, como Dios, y tu recuerdo se extiende sobre mí como una absolución.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango en línea del 17 de enero de 2013.


Terry, querido perro mío que ya no estás conmigo: déjame contarte algo que el otro día me sucedió.

Me hallaba yo en un pasaje comercial al aire libre, y una joven mujer pasó frente a la banca en que me había sentado. Llevaba atado a su correa un cocker spaniel color miel, Terry, como tú. Se parecía mucho a ti. El perro se detuvo y me miró fijamente con sus grandes ojos húmedos. Luego meneó la cola, e hizo el impulso de ir hacia mí. Su dueña tiró de la correa, y se perdieron los dos entre la gente.

Yo me quedé pensando. La vida de los perros es más breve que la vida de los hombres. Quizá su muerte sea también más breve que la nuestra.

Dime, Terry: ¿eras tú?

¡Hasta mañana!...

Publicada en la pág.7 del periódico Mural del 10 de febrero de 2011.


Recibes una carta así, y la luz se hace. Te sientes bueno; los diluvios y fuegos de los dioses no caen sobre tu casa, como si un prodigioso paraguas la cubriera. Mónica me envió una de esas cartas. En ella me dice esto: "Mi papá siempre leía su columna. Yo vivía en otra ciudad, pero no pasaba día sin que habláramos por teléfono. En una ocasión me llamó y me dijo que quería leerme uno de sus artículos. En él hablaba usted de su perro, el Terry, y de cómo una vez, al despertar de pronto, el perrito persiguió por error la sombra de una mariposa. Y escribió usted: 'No te apenes, Terry. Yo mismo me he pasado la vida persiguiendo sombras, y no me da vergüenza. Porque hay luz es que hay sombras. Duerme tu sueño, Terry, como yo duermo el mío. Quién sabe qué mariposas y qué luces miraremos los dos al despertar'. Emocionado me leyó mi papá ese texto suyo. Le pregunté por qué se ponía triste, y calló. Sólo me dijo que había sentido la necesidad de compartir eso conmigo. Una semana después falleció. Luego del sepelio busqué entre sus pertenencias el recorte. Estaba segura de que lo había guardado. Finalmente lo encontré, y leyéndolo hallé la paz y calma que necesitaba. Le agradezco profundamente esas palabras que escribió: en ellas encontró mi papá el modo de despedirse. Me sentí con el compromiso de compartir con usted esta historia, pues su misión, lo sepa o no, ha sido la de mover los corazones y las mentes de sus lectores. Quienes me conocen saben que ahora me gustan mucho las mariposas, pero pocos saben el significado que tienen para mí. Son el recuerdo de mi padre, y son también la imagen de la vida que tengo y que -lo sé- tendré después de la muerte". El texto a que se refiere Mónica está en "Mi perro Terry", el más reciente de mis libros. En él hablo de mi amado cocker spaniel, y a propósito de él hablo de la vida, de Dios, de la naturaleza, y -sobre todo- del amor, porque en el amor se resumen toda la vida, toda la naturaleza y todo Dios. El próximo domingo, a las 12 horas, presentaré en la Feria del Libro de Guadalajara "Mi perro Terry", ese amoroso libro mío, uno de los que quiero más. Sé que conmigo estarás tú, pues eres uno de mis cuatro lectores y me acompañas siempre en mis andanzas de juglar. Recordaré contigo anécdotas de mi gozosa vida; narraré cosas de picardía y travesura; diré del entrañable afecto que nos inspira un perro o una perrita, amables y amorosísimas criaturas que comparten su vida con nosotros, y que nos hacen ser mejores. Te espero, pues, el próximo domingo en la FIL, salón número 4, a las 12 del mediodía, para charlar contigo, darte un abrazo, y retratarnos juntos. Hablaremos, sobre todo, de nuestros perros, esas criaturas celestiales que el buen Señor nos regaló para que no nos sintamos nunca solos...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango del 3 de diciembre de 2009.


¿Recuerdas, Terry, aquella vez que, perro tú y aprendiz de humano yo, fuimos al prado que llaman El Rodeíto, en el Potrero?

Había llovido mucho durante los meses de verano; la hierba estaba alta y se mecía en el aire, unánime bailarina acompasada. Llegó volando una calandria y se posó en la tierra, muy cerca de nosotros. Ya conocía yo el maternal ardid de esas aves de amarillo pecho: a la vista de un posible predador se posan cerca de él y lejos de su nido, para que el enemigo las busque a ellas y no a sus pajaritos.

Tú, Terry, con la infalible guía de tu olfato, hallaste el nido y me llamaste con ladridos leves para que fuera a verlo. Luego de demostrar tu hazaña me jalaste por la pernera del pantalón para que nos fuéramos de ahí y dejáramos el nido en paz.

Todos los animales son perfectos como tú, mi Terry, y como la calandria madre. Y todos los hombres, Terry, son imperfectos como yo. Alguna vez quizá, si recibimos el don de la humildad, los humanos tendremos la sencilla perfección del perro y la calandria.

"Subibaja". Ed.Diana. Octubre de 2005.


A los 60 años de su edad John Dee hizo un descubrimiento de importancia: la felicidad. La encontró en el lugar donde menos pensó que la hallaría: en sí mismo. Ahí estaba; ahí estuvo durante muchos años sin que él se diera cuenta.

La tomó entre sus manos y la acarició. Estaba hecha su felicidad de cosas pequeñitas: el fugitivo instante en que su mano rozó aquella otra mano; el sencillo manjar de mesa pobre; el recuerdo de cosas idas que jamás se van... Le extrañó ver que en su felicidad no había cosas de fama o de dinero, pero sí gente y cosas buenas: una mujer; los niños; sus amigos; un perro; varios libros; una guitarra; la nube que se fue para siempre y el árbol que para siempre se quedó...

Alzó su felicidad John Dee como se eleva una custodia. Su resplandor iluminó las calles y puso en cada ventana y cada puerta uno de esos rayitos de luz con que los niños juegan cuando recogen en un pequeño espejo los rayos del gran sol.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Durango del 16 de julio de 2009.


Todos los perros tienen alma, Terry. En cambio algunos hombres no la tienen. Se les llama por eso "desalmados".

¿Recuerdas la vez que te perdiste? Pusimos un anuncio en el periódico ofreciendo una recompensa a quien te hallara. Llamó un sujeto, y fuimos a su casa. Tenía ahí cinco o seis perros; nos preguntó si alguno de ellos era el nuestro. Se dedicaba a robar perros el malvado, para cobrar la recompensa. No estabas ahí tú, pero ganas nos dieron de rescatarlos a todos para librarlos de aquel hombre sin alma.

Existe la maldad humana, Terry. Eso no lo podías saber tú, porque en el perro no hay maldad. Si alguna maldad hay en un perro es porque ahí la puso el hombre. Cuando vivías yo procuraba ser bueno para parecerme a ti. Ahora que ya no estás busco ser bueno porque así siento que todavía sigues con nosotros. No hay nada como un perro para hacer bueno a un hombre.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 24 de noviembre de 2007.


Señor, conviérteme...

Recuerdo, Terry, cómo me mirabas. Fijabas en mí tus ojos de agua, y tu mirada de perro era la misma de Adán cuando miraba a Dios.

No merecía yo tu adoración, amigo. Lo sabes bien ahora que ya no estás aquí. Pero me temo que no hay nadie que merezca el amor sin condiciones que su perro le da. Ese amor es perfecto, y los humanos tenemos todas las imperfecciones. "Dios hizo al perro -dijo alguien- para reparar su error de haber creado al hombre".

Si alguien merece el cielo son ustedes, Terry mío: tú y los demás perros que en el mundo han sido. Imagino al buen Dios rodeado de una corte de arcángeles caninos, alados perros que con ladridos jubilosos cantarán las glorias del Señor sin dejarse distraer por algún gato que con su astucia se habrá colado ahí.

Pide por mí a Diosito, Terry. Quizá al final de la vida llegue a ser digno de ti.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 26 de julio de 2007.


En la noche de mayo truena el trueno, y los relámpagos llenan la oscuridad del cielo con su oscura luz.

En noches como ésta el Terry, mi amado perro cocker, se acercaba a preguntarme con su mirada inquieta qué sucedía en el mundo. Yo ponía mi mano en su cabeza, para tranquilizarlo, y eso le devolvía la paz: si yo estaba tranquilo es porque todo en el mundo estaba bien.

Ahora que oigo el trueno como grito de algún oculto dios airado; ahora que el relámpago pone sombras temerosas en la pared del cuarto, aquel miedo del Terry viene a mí. Pon tú la mano sobre mi cabeza, Dios. Hazme sentir que el mundo sigue siendo mundo, y que los perros y los hombres que en él vivimos podemos todavía vivir en paz.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 10 de mayo de 2007.


Siempre juntos.

Cuando llegas a mí en el sueño, Terry, el sueño se hace vida y vuelves a estar conmigo igual que ayer. Otra vez eres mi amado perro cocker, y otra vez oigo tus ladridos jubilosos, y veo tus ires y venires, y miro tu amorosa mirada puesta en mí.

Perder un perro como tú, mi Terry, es perder un claro amigo. Pienso en los años que me acompañaste, y tu ausencia me duele con un manso dolor. Por eso cuando te sueño es como si yo mismo me soñara.

Ahora me pregunto, Terry, si te habré merecido. ¿Estuve a la altura de tu perfecto amor? Seguramente no: nuestro ser de hombres no tiene la inocente perfección de las demás criaturas: la piedra, el árbol, tú... Perdona, Terry, pues, mi ser humano. Ven a mí en el raro misterio de los sueños, y dime con tu mirada de agua limpia que aunque sea en el sueño siempre regresarás.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 8 de febrero de 2007.


Sé que estás conmigo.

De vez en cuando el Terry me visita en sueños. Mi amado perro cocker me mira desde su propio sueño, y vuelve a ser en la vida de mis sueños lo que antes fue en los sueños de mi vida.

Anoche lo volví a soñar. Hacíamos una de nuestras diarias caminatas por las veredas de la sierra, y él respondía ladrando por puro cumplimiento al ríspido graznido de los cuervos. Los negros pájaros anunciaban la llegada del invierno.

¿Es mal presagio, Terry, soñar cuervos? Ignoro las misteriosas cábalas del sueño, pero sí sé que no sentí temor por el anuncio, pues ibas tú conmigo.

Te seguiré soñando, Terry mío, igual que -ya lo sé- me sueñas tú. Fuimos señor y perro, pero fuimos sobre todo compañeros. Que tu sencilla compañía me siga acompañando hasta que el sueño que ahora sueño se mude en otro sueño. Entonces te volveré a soñar.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 16 de noviembre de 2006.


Agua y nube, la niebla baja de la montaña y acaricia con húmeda lengua el cuerpo en reposo de la tierra.

Yo voy por las labores. El caserío, esfumado por la neblina mañanera, semeja una pintura impresionista. Yo mismo me siento algo perdido en ese quieto mundo silencioso.

De súbito estalla bajo mis pies el vuelo de una codorniz. Si el Terry, mi amigo perro, hubiese ido conmigo la habría señalado, tenso el cuerpo de cazador, temblante la nariz llena de atávicos instintos. Pero iba yo solo y por poco piso al pajarillo. El escándalo ruidoso de su vuelo hace que todo cobre vida. Entre los pinos se abre paso un rayo de sol y alumbra los tendederos de ropa campesina, llenos de vívidos colores.

Vuelvo al rancho, a mi casa. El aroma del fuerte café ranchero es también vida. En la cocina charlan las mujeres. Afuera, y dentro de mí, se ha disipado la neblina.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 1o.de diciembre de 2005.


Duerme tranquilo.

Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que vio a un polluelo salir del cascarón, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

-Dios hizo al perro porque supo que el hombre se sentiría a veces solo. Los perros sirven para ahuyentar ladrones, pero sirven mejor para ahuyentar la soledad. El perro es, en efecto el mejor amigo del hombre: nomás le falta hablar. Más bien, quizá el perro es el mejor amigo del hombre porque nomás le falta hablar.

Dio otro sorbo a su martini Jean Cusset y declaró:

-Mi perro es tan compañero mío, tan amigo, que he llegado a pensar que no hay diferencia alguna entre un hombre y un perro. La vida, sin embargo, me ha enseñado que hay una diferencia muy grande entre un perro y un hombre: si le haces el bien a un perro, el perro jamás te morderá.

Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico a.m. del 25 de agostoo de 2005.


De vez en cuando sueño al Terry, mi amado perro cocker. Escucho sus ladridos y quiero abrir los ojos, pues me parece que anda por el jardín, y ansío verlo y acariciarle la cabeza. Si lo hiciera se tendería de espaldas, como hacía siempre, y me presentaría el cuello sin defensa, lo cual es en los animales cánidos suprema demostración de acatamiento y de confianza.

Vendría luego y se tendería junto a mí al pie del sillón grande de la sala. Yo miraría por la ventana los nogales que se quedan y las nubes que se van., y él soñaría entretanto sus atávicos sueños de lobo cazador.

Pero el Terry no me deja despertar. Pone en mí sus infinitos ojos negros, océanos de amor, y me dice con su mirada: "Duerme, que un día despertarás igual que yo".

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 9 de junio de 2005.


Yo siempre te espero.

Llegaba a mi casa fatigado, a veces en horas de la madrugada. Sin embargo el Terry, mi perro cocker, me esperaba siempre, echado junto a la puerta, sin dormir. Cuando entraba yo se acercaba a mí, untaba a mis piernas su pequeño cuerpo y me miraba con aquellos profundos ojos suyos, un mar de inmenso amor. Luego se iba a dormir, tranquilo porque había llegado ya.

Yo me iba a dormir, también. Pero antes de cerrar los ojos intentaba una oración: "-Dios mío: ayúdame a estar a la altura de lo que mi perro cree que soy".

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Torreón del 21 de septiembre de 2004.


¿Recuerdas, Terry, cuando íbamos por el campo aquella tarde, en el verano, y súbitamente comenzó a llover? La lluvia fue una fiesta para ti. Corrías jubiloso entre las hierbas húmedas, y tus ladridos acompañaban al lejano trueno.

Ahora que está lloviendo, amado perro mío, te recuerdo como eras en aquellos días. Latía en ti la fuerza de la vida; tu cuerpo era flexible como una vara de membrillo y al mismo tiempo fuerte como el tronco de un pino de la sierra. Cuando corrías parecía que tú mismo ibas adelante de ti y no te podías alcanzar.

Habrá otra tarde como aquella, Terry, y otro verano habrá. Yo iré por algún campo, y lloverá de pronto nuevamente. Escucharé ladridos, y veré un perro fuerte y ágil correr entre las hierbas húmedas. Tú y yo seremos otra vez. La fuerza de la vida, Terry, jamás deja de latir.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico a.m.León del 8 de septiembre de 2004.


¿Tú me soñabas, Terry, perro mío? Porque te sueño a veces yo. Llegas de pronto cuando estoy dormido. Despierto sin despertar, y te miro, y escucho tu ladrido jubiloso.

Dime una cosa, Terry: lo que soñamos ¿es el recuerdo o es la profecía? ¿Te sueño porque te vi, o te sueño porque te veré? Quién sabe... Los sueños son cosa sin materia. A veces ni siquiera sabemos si hemos soñado. Quizá al final de nuestra vida ni siquiera sabremos si hemos vivido...

Si tú vivieras, Terry, me estarías mirando ahora con esos ojos de agua que tenías, y habría en tu mirada una expresión perpleja. ¿Por qué, te preguntarías, mi dueño se enreda en esos enredados pensamientos? Tú, que siempre tuviste la sabiduría de las pequeñas criaturas del Señor, sabías que soñar es una forma de vivir, lo mismo que vivir es una forma de soñar.

Duerme tu sueño, Terry. Yo viviré los míos, hasta que nos soñemos juntos otra vez.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Noticias de Oaxaca del 25 de junio de 2004.


En el cielo esperando.

¿Recuerdas, Terry, la primera vez que viste tu sombra en la pared? Le ladraste con tu infantil ladrido de cachorro, y luego trataste de jugar con ella. Volteaste después, y te asombraste al no mirarla más. Yo no pensé en decirte que en nuestra vida hay sombras siempre. Eso no se le dice a un perro niño.

Ahora que tú estás en la luz debes saber de cierto lo que nosotros a veces olvidamos: que las sombras son sólo eso, sombras. Desaparecen si volvemos la vista hacia otra parte. Estamos hechos para la luz, mi querido Terry; tenemos vocación de claridad.

A veces las sombras nos convocan, o caen sobre nosotros como un oscuro fardo.

Pero la luz nos llama nuevamente, y la seguimos igual que ciegos que intuyen en su tiniebla un resplandor. Tú ya encontraste la luz, amado perro mío. La busco yo todavía. En ella nos hallaremos al final. - Saltillo, Coahuila.

Publicada en el periódico Diario de Yucatán del 16 de mayo de 2004.


Dijo Adán al Creador:

-Quiero darte las gracias Señor por el perro. Lo hiciste para que cuide mi casa y me proteja el sueño, para que me guíe si la luz de mis ojos se apaga, para que me sirva en mis cacerías por el campo, para pastor de mis ovejas, para que me guíe si extravío el camino entre la nieve, para que tire de mi trineo, para que con su olfato encuentre lo que le pida; lo hiciste, en fin, para que desempeñe mil y un tareas útiles al hombre y para que me dé su compañía en la soledad.

-Te engañas- respondió el Señor -hice al perro para que te enseñe la lección de amor. Cuando me ames como tu perro te ama, habrás aprendido esa lección.


Hay luna llena, y los coyotes cantan en la distancia sus melodías de amor. Los canoros aullidos llegan a las casas del rancho; los perros ladran inquietos, y miran a sus dueños como preguntándoles qué hacer.

También el Terry me miraba, agitado su instinto atávico de cazador. Yo le ponía la mano en la cabeza para sosegarlo, y él se volvía a dormir arrullado por el crepitar de la leña en el fogón.

Late la vida lo mismo en un aullido de coyote que en un trino de alondra. Late también la vida en los recuerdos, que son vida que fue. Miro el hogar donde borbolla la olla de café, y la luz de las llamas, y el aroma, me traen memorias de los tiempos idos. ¿Idos? Quién sabe... En el recuerdo están conmigo la pasada luna, y el perro amado, y la alondra de ayer, y los coyotes de antiguas primaveras. Y todo vuelve a ser lo mismo, quizá porque todo es siempre lo mismo.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 6 de mayo de 2004.


¿Recuerdas, Terry, la noche que por primera vez viste la luna? Eras tan sólo un cachorrito, pero alargaste el hociquillo y diste al aire un aullido pequeño como tú.

Dime, aprendiz de lobo: ¿qué memorias de antiguas cacerías latieron en tu sangre a la vista de aquella luna llena? ¿Cuántos siglos, milenios, edades primigenias se acumularon en ti y surgieron en ese atávico grito de guerrero? La luna era la misma luna, pero tú no eras el mismo Terry. Compendio de fantasmas, la infinitud de tus ancestros volvió a vivir en ti.

Contéstame, perro mío: ¿somos lo que ya no es? ¿Somos lo que será? Ayer, cuando íbamos juntos, tú eras tú, yo era yo, y el mundo era nuestro mundo. Al menos así me parecía. Ahora pienso que con nosotros iba el lobo, y el hombre de la caverna, y el mundo acabado de estrenar, y que iban con nosotros también los lobos de mañana, los hombres que aún no son, y un mundo que no alcanzamos siquiera a imaginar.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Torreón del 18 de marzo de 2004.


Algo tenías de poeta, Terry, pues te gustaba la neblina. Cuando eras cachorrito pegabas la naricilla al vidrio de la ventana para verla. Y luego, ya perro mayor, ibas a ella como Ulises en busca del misterio.

Ahora voy por el camino nebuloso, y me parece verte en las vagas volutas que se van. Aquí en el campo la niebla es un amable fantasma, y tú una amada niebla en el recuerdo. Tantas brumas me abruman la memoria que a veces, lo confieso, batallo para recordarte. Recuerdo, sí, que me esperabas en la casa, sin dormirte, hasta que llegaba yo. Pero ¿cómo eran los lagos de tus ojos? ¿Cómo sonaba tu ladrido cuando íbamos por el bosque, entre los pinos, y saludabas a la vida?

Sé bien que habrás de perdonar mi desmemoria, Terry. Los perros como tú perdonan todo, pues tienen para nosotros, los humanos, la inacabable compasión de Dios.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 15 de enero de 2004.


En el principio no había perros. Había gatos, sí, y había leones, camellos, cebras, jirafas, tigres, elefantes, ballenas, pájaros, caballos, cerdos, ovejas, gallinas... Había también un hombre: Adán. Pero no había perros.

Sucedió que el Señor concluyó la obra de la creación. El séptimo día descansó. Arregló su casa, pues esperaba una visita: tenía la certidumbre de que el hombre iría a darle gracias por el día y la noche; por el sol, la luna y las estrellas; por la tierra y el mar; por los animales y las plantas; por tanta maravilla, en fin, había creado.

Pero Adán no llegó.

Pensó el Señor:

-Tiene que haber en el mundo una criatura agradecida.

Y entonces hizo al perro.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Torreón del 1o. de diciembre de 2003.


Un par de días en el campo...
Oí balar, relinchar, ladrar, trinar.
Oí gañir, rebuznar, graznar, croar.
Oí chillar, cantar, gruñir, arruar.
Oí bramar, roznar, crascitar, maullar.
Oí cacarear, latir, bufar, piar, arrullar.
Oí berrear, gorjear, aullar, silbar y mugir.
¡Cuántas veces es mejor oír eso que oír hablar!
(O que hablar).

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 27 de noviembre de 2003.


Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que vio a un polluelo salir del cascarón, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

-Dios hizo al perro porque supo que a veces el hombre se sentiría solo. Los perros sirven para ahuyentar al ladrón, pero sirven mejor para ahuyentar la soledad. El perro es el mejor amigo del hombre. Nomás le falta hablar. Quizás el perro es el mejor amigo del hombre porque nomás le falta hablar.

Dio otro sorbo a su martini Jean Cusset y declaró:

-Mi perro es tan compañero, tan amigo, que he llegado a pensar que no hay diferencia alguna entre un hombre y un perro. La vida, sin embargo, me ha enseñado que hay una gran diferencia entre un perro y un hombre: si le haces un favor a un perro, el perro jamás te morderá.

Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!...

Publicado en El Siglo de Durango del 29 de octubre de 2003.


Este hombre es inmensamente rico. Tiene un perro de registro, hijo, nieto y bisnieto de campeones.

El perro ve a su amo con adoración, igual que si mirara a Dios. Se alegra cuando lo ve contento; presiente sus tristezas. Lo acompaña en su soledad como un amigo fiel...

Este hombre es inmensamente pobre. Tiene un perro corriente, callejero.

El perro ve a su amo con adoración, igual que si mirara a Dios. Se alegra cuando lo ve contento; presiente sus tristezas. Lo acompaña en su soledad como un amigo fiel...

Estos dos perros son iguales.

Estos dos hombres no.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico El Siglo de Torreón del 31 de agosto de 2003.


¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, aquella vez que se nos hizo de noche cuando bajábamos del Coahuilón? Perdí la vereda, y pensé que tendríamos que dormir ahí, en el monte. Pero tú echaste a caminar, y yo seguí tus pasos -te detenías cuando me rezagaba yo-, y de pronto salimos al camino y pude ver a lo lejos las luces de las casas.

Ahora que sólo estás en mi recuerdo -ahora ¡qué solo estás en mi recuerdo!- pienso en aquella noche y evoco los piadosos relatos de la abuela. Nos decía que nuestro ángel de la guarda se disfraza a veces para protegernos. El hombre que nos gritó para advertirnos que no cruzáramos la calle, porque venía un auto, era en verdad un ángel de la guarda con apariencia de hombre.

Yo creo, Terry, que esa noche tú fuiste mi ángel protector. Yo fui el tuyo aquel día que te detuve cuando, pequeño aún, te dirigías a oliscar una criatura desconocida para ti, la víbora de cascabel. A lo mejor, Terry, todos somos los ángeles de todos. Al menos deberíamos serlo. Te recuerdo ahora, y quisiera que estuvieras aquí para decirme si fuiste un perro disfrazado de ángel o fuiste un ángel con disfraz de perro.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 7 de agosto de 2003.


Tomó el Señor el barro de la tierra y con él formó a Adán.

Después de darle vida se dio cuenta de que le había sobrado un poco de barro, y con él hizo al perro.

Tomó el Señor una costilla de Adán, y con ella formó a Eva.

Después de darle vida se dio cuenta de que le había sobrado un poco de costilla, y con ella hizo al gato.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 22 de junio de 2003.


Vamos por el camino del Potrero mi perro y yo.

Se adelanta él pues su paso es más rápido que el mío; pero de vez en cuando voltea para ver si yo lo sigo.

Me mira; se cerciora de que ahí estoy todavía, y ya tranquilo sigue su trotecillo hacia la casa. No está solo... su dios está con él.

Yo vuelvo también la vista.

Hacia el Occidente el sol se oculta en un incendio morado, y púrpura, y amarillo, y rojo. Ha aparecido la primera estrella en lo alto, ahí donde el cielo es todavía un hondo azul. Sobre el picacho de Las Ánimas empieza a salir la Luna, apenas una promesa de luz en la naciente noche. ¡Cuántas maravillas!...

Tampoco yo estoy solo... tranquilo... sigo mi camino hacia la casa.

Atardecer con perro

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Cuando llega la noche, mi perro cocker, "Terry", busca a su señor.

Yo soy el señor de este perro. Se tiende junto a mí, al pie del sillón de la sala donde leo, y duerme el sueño leve que duermen los ancianos. Lo despierta un dolor. O un recuerdo, no sé. Me mira con sus ojos de amor y de agua y vuelve otra vez a dormir. Ahí está su señor para protegerlo del dolor y de los recuerdos que duelen.

Yo me inclino y le hago una caricia. Juntos estamos, hombre y perro, desde el principio de todos los tiempos, y hasta el fin. ¿Merezco esa perfecta compañía?

Duerme mi perro junto a mí. Ha caído la noche, y él ha buscado a su señor.

Haré lo mismo yo.

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Cuando el hombre tuvo el primer pensamiento y dijo la primera palabra se abrió un abismo entre él y los otros animales.

Con desesperación vio el hombre cómo quedaba separado de las demás criaturas de la tierra. Iba a quedar solo en este mundo, desvalido, sin más compañía que la de sí mismo.

Pero entonces sucedió un hermoso milagro: el perro saltó sobre el abismo y fue al lado del hombre para ayudarlo y aliviar su soledad. Otros animales vieron eso, y siguieron al perro. Por eso junto al hombre están también el caballo, el elefante, la gallina, y otras criaturas grandes y pequeñas que por la vida van con él. Pero el perro fue el primero que lo acompañó. Por él se hizo el milagro.

Cuando el hombre escriba la historia de sus gratitudes el perro estará en una de las primeras páginas, muy cerca de la primera, la de Dios.

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Una tarde San Virila bajó de su convento al pueblo. Soplaba el cierzo del invierno, y el campo estaba cubierto por la nieve.
A la orilla del camino vio el santo a un pobre que temblaba de frío. Junto a él su perro tiritaba también. San Virila se despojó de su capa y la entregó al mendigo. Antes de cubrirse con ella el pobre hombre partió un pedazo de la capa y envolvió a su perro.

San Virila, entonces, dio gracias a Dios.

-Yo tuve compasión de ti -dijo al mendigo-, y tú te compadeciste de tu perro. Nuestro Padre se compadecerá de nosotros a causa de nuestra compasión.

Y siguió con alegría su camino, sin capa ya, y sin frío.

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Angel sin alas.

En la escuela me enseñaron cuáles son las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Sin más escuela que los años, yo he aprendido cuáles son las Siete Maravillas de mi mundo.

La primera es hallarme en ese mundo. Celebro no ser ateo: si lo fuera, ¿a quién daría las gracias por esa maravilla y por las otras? La segunda es haber sido hijo de los padres que tuve. La tercera, ser esposo de la mujer que amo. La cuarta, quinta, sexta y séptima maravillas son mis hijos y mis nietos.

Esas son las Siete Maravillas de mi mundo. Junto a ellas cuento muchas más: el gozo del amor continuado; una larga familia pródiga en larguezas; amigos que me regalan su presencia y no me reprochan mis ausencias; un ángel que se disfrazó de perro para que yo pudiera verlo; milagros súbitos que todos los días llegan a mi puerta, inesperados.

¿Qué son las Siete Maravillas del Mundo Antiguo al lado de estas maravillosas maravillas de mi mundo?

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Ladridos que nos cambian el alma.

Dime, Terry: ¿qué ves en mí que yo no puedo ver? ¿Por qué me amas así, con ese amor sin condiciones, grande y fiel? Yo no merezco eso, Terry. Yo no te merezco.

Me mira mi perro cocker con sus ojos de luz y agua, me pone una patita en la rodilla y luego se tiende frente a mí de espaldas en el suelo. Esa, me han dicho, es la suprema demostración de fe que un perro puede hacer. Al entregarse en esa forma está diciendo: "Aquí me tienes, caído e indefenso. Puedes hacer conmigo lo que quieras. No me harás daño, estoy seguro, pues sé que me amas igual que te amo yo".

Acaricio a Terry y él me pasa la húmeda lengua por la mano, su modo de besar. Thomas Mann escribió sobre la perfecta comunión entre hombre y perro.

Ahora yo siento el infinito amor de este pequeño ser tan lleno de ternuras. Le doy gracias a Dios por mi perro, y quiero ser digno de que mi perro le dé gracias a Dios por mí.

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¿Qué buscas entre la noche, Terry? Vienes y vas por las habitaciones de la casa, y tus inquietos pasos suenan en la madera de los pisos con un ruido que me recuerda el de una antigua máquina de coser.

¿Por qué, pequeño mío, perro mío, no duermes como yo? Con el sueño desaparecen los fantasmas nocturnos, esos que te siguen o a los que sigues tú. Llegas de pronto y rozas mi mano con tu hocico. Piensas que tu señor puede llamar al día y hacer que salga el sol, disipador de espectros. ¡Cómo quisiera, Terry, ser dueño de la luz! Te la regalaría para alejar de ti las sombras que te asustan.

Todos tenemos sombras que nos siguen, Terry. No les temas: desaparecen siempre con la luz. Lo sé porque yo mismo voy a veces por los oscuros aposentos de mi casa. Pero no tengo miedo, pues sé esperar la claridad del día. Espérala tú también, mi perro amado, y aprenderás lo que he aprendido yo: que la luz llega siempre, y que siempre las sombras acaban por desaparecer.

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Tres días estuve fuera. Ahora que he regresado a casa mi perro no se aparta de mi lado. Si salgo a la calle me ve por la ventana con tristeza, y cuando vuelvo ahí está, inquieto y pesaroso.

¿Qué temes, Terry? ¿Que te abandone Dios -tu dios soy yo- y que te deje solo para siempre? No debes sentir ese temor. Aunque no esté contigo estoy contigo; aunque tú no me veas yo te miro con la mirada del amor. Algunas veces -a ti te lo puedo decir- yo también he sentido que Dios me abandonaba, pero siempre encontré al final de cuentas que nunca había dejado de estar conmigo.

No temas, pues, mi Terry. Yo también estoy siempre contigo. Aleja de ti toda inquietud y duerme en paz. Tú eres mi perro y yo soy tu señor. Cuando abras los ojos estaré a tu lado. Eres mejor que yo; por tanto tu fe debe ser más grande que la mía. Y yo sé, Terry, que cuando abra los ojos también a mi lado estará Dios.

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¿Te has olvidado de la luna, Terry? El otro día vi que la mirabas como si no la conocieras. Estaba ella, perfecto adorno sobre el ápice del gótico ciprés, y la veías tú con la misma fija atención con la que viste, cachorro todavía, a aquel sapo hierático que te observaba desde la orilla del estanque.

No me dirijas la pregunta de tus ojos líquidos. Tú eres el mismo perro y ella la misma luna de aquellas noches azuladas. Ibamos de regreso a casa por el camino que baja de la sierra, y aparecía ella de pronto en equilibrio sobre el filo del monte, linda cirquera envuelta en mallas blancas. Tú le ladrabas, y me reía yo al verte así, asombrado por la inédita belleza que te salía al paso por primera vez.

Reconoce a la luna, Terry. La llevas en la memoria de la sangre, puesta ahí por tus ancestros, los acerados lobos. Eres mi perro, es cierto, pero por sobre todo eres un perro. Eres el dueño de la luna. Toma posesión de ella y guárdala en tu sangre, para que la recuerden los que vendrán después de ti.

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Con el recién nacido.

Cuando los peregrinos llegaron al portal, ya estaban ahí los animales -la mula y el buey- como en espera del prodigio.

Lo mismo, cuando el hombre llegó ya estaban en la Tierra las demás criaturas.

En ambos eventos veo un símbolo: la naturaleza precedió a la historia humana y a la historia de la Salvación. Esta, por tanto, nos incluye a todos. Dios vino para el hombre, pero de seguro su amor llegó igualmente a la mula y el buey, al caballo, el elefante y el camello. Todos somos la vida. Para todos será la nueva vida.

Digo esto porque creo que también hay Navidad para el Terry, mi amado perro cocker. Parece presentirla, y con ojos de luz añade resplandor al árbol navideño. Su inocencia es la de un niño, la de un árbol, la de una piedra... Quisiera tener yo tal inocencia. Sería entonces un portal humilde, y merecería la visita de las bestezuelas de Dios, y de Dios mismo.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 17 de diciembre de 2002.


Me habría gustado conocer a la señorita Lewis.

Era maestra de primaria en la escuela municipal de Lewistown, estado de Missouri. La pequeña población lleva el nombre de su abuelo, que combatió a los indios en los primeros años del siglo XIX y abrió así el camino a la llegada de los pioneros.

La señorita Lewis tenía un perrito, su única compañía. Puso un letrero en la puerta de su jardín: "Cuidado con el perro". Nadie hacía caso del letrero; todos trasponían el cancel. El perrillo, en la mejor tradición americana, mordió al cartero, persiguió por la calle a dos o tres vendedores de cepillos y le rompió el pantalón a un predicador itinerante.

Entonces la señorita Lewis recordó el nombre de una planta que crecía en su jardín y puso otro letrero: "Cuidado con el agapanto". Nadie sabía qué diablos era un agapanto, de modo que al leer el letrero todos se detenían con ese temor reverente que suele brotar de la ignorancia.

Me habría gustado conocer a la señorita Lewis. Sabía lo mucho que se puede hacer con las palabras si las usamos bien.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Reforma.


San Virila le preguntó al fraile que visitaba su convento:

-¿Cuántos son en tu comunidad?

Respondió el visitante:

-Somos el Padre prior, seis hermanos y tres novicios. En total, 10 almas. Y ustedes ¿cuántos son?

Contestó San Virila:

-Somos el Padre prior, tres hermanos, dos novicios, un perro, un gato, un asno, seis gallinas, tres conejos y dos palomas. En total, 20 almas.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Reforma.


Terry, mi perro cocker, me mira con sus grandes ojos líquidos y luego se duerme otra vez aquí, junto a mis pies, bajo la mesa donde escribo.

Ya no es el Terry aquel camarada jubiloso que iba conmigo por el campo y se gozaba en asustar a los conejos y a las codornices. Tampoco es el Terry que percibía con ansiosa nariz los efluvios de la primavera y se nos iba de la casa para buscar amores fugitivos. Ahora es viejo ya, y está cansado. Está también, quizás, un poco triste...

Yo amo a mi perro, compañero de tantas caminatas, manso guardián de sueños junto a la chimenea. Alguna vez seré como él, y buscaré también la chimenea de Dios para dormirme a sus pies, ahí donde el Señor escribe la vida de los hombres, y de los perros, y de todas las criaturas...

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El Terry, mi amado perro cocker, es un anciano perro. Más de 15 años tiene ya, edad que en los caninos es provecta. Ahora le gusta echarse al sol, dormir la siesta aunque no sea hora de la siesta y caminar despacio por los andadores del jardín.

Pero de pronto pasa una libélula. Recuerda el Terry su temprana juventud y va tras ella. Se hace invisible en el aire la libélula. Mi perro se vuelve a mí, desconcertado, como para preguntarme a dónde fue.

¿Qué importa, Terry, a dónde fue? ¿A dónde, dime, van los sueños? Lo que importa es no dejar de perseguirlos. Yo también tengo libélulas que pasan y se van. Pero siempre estoy esperando la siguiente, pues si ya no la espero me iré yo. Tú no te vayas, Terry, porque te necesito más de lo que me necesitas tú a mí. Vamos a esperar, juntos los dos, nuestras libélulas. Vendrán y se irán luego, pero aquí seguiremos tú y yo, caminando -aunque sea despacito- por los andadores del jardín.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Reforma el 21 de agosto de 2002.


Hu-Ssong encomiaba las cualidades de su perro.

-Tiene una gran inteligencia -decía-. A veces casi creo que adivina lo que estoy pensando.

-¡Caramba! -exclamó un discípulo al mismo tiempo con asombro y con admiración-. ¡Hasta parece un hombre!

Luego los discípulos empezaron a hablar de un compañero al que apreciaban mucho.

-Es muy bueno -decían-. Franco, leal, incapaz de traiciones, verdadero. Sabe agradecer los favores que recibe y jamás incurre en culpas de ingratitud. Es fiel a toda prueba: nunca abandona a quien lo quiere.

-¡Caramba! -exclamó entonces Hu-Ssong al mismo tiempo con admiración y con asombro-. ¡Hasta parece un perro!

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Reforma el 13 de octubre de 2000.


El perro de mi rancho se llama Nopisiái.

En sus días de cachorro se metía en el jardín de las dalias. Y le gritaba doña Lucha:

-¡No pise ahí!

Luego iba hacia el almácigo donde empezaban a crecer las diminutas plantas del chile, el ajo y la cebolla. Y le gritaba don Abundio:

-¡No pise ahí!

Y así se le quedó de nombre: el Nopisiái.

Voy por la huerta y el perro va conmigo. De súbito entre las patas le salta un conejito. El Nopisiái corre tras él y lo arrincona contra la barda de la galera grande. No tiene escapatoria el conejito. Ya alarga el Nopisiái patas y belfos para atraparlo. Yo le voy a gritar: "¡Quieto!", pero no alcanzo a hacerlo. El Nopisiái se frena. Ha visto que el conejo es un gazapo, un asustado conejito niño, y no lo toca. Voltea a verme como en consulta y obedece mi voz de regresar.

Le doy unas palmadas y me quedo pensando por qué nosotros los humanos no respetamos la vida que comienza, si ante ella hasta los perros de rancho se detienen.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Reforma el 23 de mayo de 1994.

Chuchitos

Iba San Virila camino del convento cuando vio a un sapito que había salido de su charco y no acertaba a regresar a él. Seguramente la pobre criaturita iba a morir bajo el ardiente sol canicular. San Virila, lleno de compasión, hizo un ademán y en torno del sapito surgió un pequeño lago de aguas frescas y cristalinas.

Nadie vio aquel milagro. Y sin embargo el santo se avergonzó de haberlo hecho. Hizo otro movimiento con su mano y el lago de aguas claras desapareció. Entonces Virila tomó al sapito y lo llevó a su charco.

-Esto me enseñará -iba pensando San Virila mientras volvía a su convento- que los milagros no son necesarios cuando nosotros mismos podemos hacer el milagro.

¡Hasta mañana!...

Publicada en el periódico Mural del 10 de junio de 2004.


Amor incondicional.

Todos los perros saben como amar a un humano.


El petate de Lenin
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